sábado, 11 de septiembre de 2010

El mutante continuo. Por M. Martín Ferrand

El zigzagueo y la contradicción de Zapatero cuestionan que tenga principios firmes.

DECÍA César González Ruano, gran maestro del género, que la entrevista es algo maravilloso: «La hace uno y la cobra otro». Así sería entonces pero, a juzgar por la presencia de José Luis Rodríguez Zapatero, ayer en la SER, la entrevista la hicieron los mismos que la cobraron porque el presidente del Gobierno no dijo nada y, menos todavía, nada nuevo. Lo más singular de sus palabras vacías e inconsistentes pueda encontrarse en la más chocante de todas sus expresiones: «No está en mis planes una remodelación de Gobierno». Ese es el auténtico Zapatero, una contradicción que respira. Tiene ante sí el problema de la sustitución de Celestino Corbacho y, muy posiblemente, la de Trinidad Jiménez. Aun en el supuesto de que el deseo de Cristina Garmendia de volver a la vida privada no sea cierto, como aseguró el presidente, el cambio de titulares en Trabajo y Sanidad, ¿no es una «remodelación del Gobierno»? Aunque con él siempre sea predecible el más de lo mismo otros nombres, otros DNI, sentados a la mesa son, necesariamente otro Gobierno.

El presidente se mostró encantado de sí mismo. Si se trata de un ejercicio de disimulo, hay que reconocerle maestría en el arte interpretativo. En caso contrario, a la vista de las circunstancias, sería una exhibición de irresponsabilidad y alejamiento de la realidad. «No siento que haya traicionado mis principios con la reforma laboral», dijo también. El zigzagueo y la contradicción que imprimen su conducta presidencial cuestionan que tenga principios políticos y sociales firmes. Es un mutante continuo, un oportunista de la política; pero, incluso de esa manera, lo que resulta inquietante es que pueda estar convencido de haber hecho una reforma laboral, algo que el país necesita, exigen los mercados, aconseja Bruselas y prescriben todas las fuentes de sabiduría económica. Ha rebajado el coste del despido, pero eso no es una reforma. Con eso no se crea empleo, que es lo fundamental, y solo se alivia la tensión de tesorería de las empresas en crisis.

Si de lo que trataba Zapatero con su presencia radiofónica de ayer era recuperar la confianza de sus electores, le salió el tiro por la culata. Evidenció su esencia principal, la vaciedad, y descubrió que, en lo que constituía su principal virtud, la adaptación camaleónica al terreno, ha perdido destreza. Es un náufrago a la deriva que, sostenido por la irresponsabilidad de los suyos y la incapacidad de Rajoy para ofrecer, tal que con una moción de censura, una alternativa evidente, nos arrastra hacia el precipicio. Ahora, con el salvavidas que le ha regalado el PNV para que, sin nadar, pueda seguir flotando.


ABC - Opinión

11-S. De coranes y mezquitas. Por Alberto Acereda

Lo justo sería señalar que en este 11-S resulta tan inapropiado quemar coranes en Florida como insistir en construir una mezquita en la Zona Cero.

Mientras Obama acaba de nombrar el cuadragésimo primer zar de su administración para combatir las carpas en los grandes lagos, el pueblo norteamericano recuerda estos días con dolor el noveno aniversario del mayor atentado terrorista contra este país. La fecha llega en medio de una polémica sobre "coranes" por quemar y "mezquitas" por construir. Llega cuando cada vez son más los ciudadanos que sufren la incompetencia de Obama en varios frentes, particularmente en el económico. El aniversario llega después de que se nos metiera con embudo una ley de sanidad que, a menos que sea revocada, aumentará más el ya inaguantable déficit nacional. Y llega cuando el norteamericano de a pie se siente engañado por un Gobierno federal que se dedica a perseguir más a sus propios ciudadanos (los ataques contra Arizona así lo prueban) que a los terroristas que siguen haciendo daño a este país.

Nueve años después del 11 de septiembre de 2001, Estados Unidos va derivando hacia una de sus situaciones más caóticas en las últimas décadas. Las torres gemelas fueron trituradas y miles de norteamericanos fueron masacrados por terroristas islámicos que asesinaron en nombre de su religión, esa que llaman de la paz... Pero para Obama, la guerra global contra el terror ya no existe; todo es ahora una "Operación de Contingencia en el Exterior". Obama no viaja el 11-S a Nueva York pero defiende que allí, en esa misma Zona Cero, se construya una inmensa mezquita. Y al imán que la dirigirá, Feisal Abdul Rauf, el gobierno norteamericano le paga con dinero público un viaje a Oriente Medio.


En otra columna escrita hace unos días con Newt Gingrich ya expusimos nuestro rechazo a la construcción de esa mezquita en dicho lugar pese a que legalmente cuenten con el derecho para construirla. Otra cosa es que acabe teniendo realmente el dinero para ello. El libre mercado así lo permite, aunque hay cosas que pueden resultar legales pero que no son apropiadas y que incitan a la provocación. En Nueva York existen ya más de cien mezquitas. Al margen de que la ley islámica de la sharía que defiende el imán Rauf no es apropiada ni en Estados Unidos ni en ningún lugar donde impere la libertad, cabría indagar de verdad en los lazos terroristas que financian la construcción de dicha mezquita, los nombres de Hisham Elzanaty o Sharif El-Gamal y sus conexiones con grupos de probado apoyo terrorista como la "Holy Land Foundation".

Porque si legal es construir esa mezquita en la Zona Cero, legal es también que este 11-S el "pastor" Terry Jones, de la minúscula congregación "Dove World Outreach Center" de Florida, quisiera quemar varios ejemplares del Corán para conmemorar los ataques terroristas del 11-S. Sin embargo, pese a la legalidad del acto y al que a Jones le ampare el inalienable derecho constitucional a la libre expresión, esa quema resulta inapropiada y provocadora: es un error llevarla a cabo. La quema de esos libros, como la construcción de la mezquita podrán ser ambas legales pero son indignantes. Una y otra son actos inapropiados y provocadores que faltan al respeto. Quizá por eso, el tal "pastor" Jones decidió no seguir adelante con su proyecto.

Lo que resulta incongruente es defender el derecho a hacer una cosa pero no la otra, como ha hecho públicamente Obama. Porque el presidente y su cortejo de medios y agencias afines no han perdido ni segundos para desplegar toda su fuerza hasta Florida y contrastar la idea idiota de este "pastor" cristiano con la supuestamente bondadosa visión del imán Rauf de construir una mezquita en la Zona Cero. El objetivo de Obama y la progresía no es otro que jalear mediáticamente al imán y denostar al "pastor", mostrar al mundo que la maldad de aquellos terroristas del 11-S resultó algo excepcional y que en el lado cristiano hay también una alta dosis de locos y pirómanos.

El imán de la mequita, Rauf, a quien siguen millones de personas, es visto por Obama y sus babosos mediáticos como hombre de bien. No importa que Rauf se niegue a condenar los atentados de los terroristas de Hamás o que culpe a Estados Unidos como causa del 11-S. Por otro lado, el insignificante "pastor" Jones es presentado por Obama y sus medios como hombre de mal aunque tenga razón al culpar al terrorismo islámico por los atentados del 11-S. Así, Obama y sus reporteros se ceban hipócritamente con el cristiano y enaltecen al musulmán.

Lo justo sería señalar que en este 11-S resulta tan inapropiado quemar coranes en Florida como insistir en construir una mezquita en la Zona Cero. Y lo justo sería señalar también que entre los elogios al imán Rauf y los ataques al pastor Jones por parte del propio Obama, el presidente parece olvidar que en mayo de 2009 su propia administración obligó al ejército norteamericano a quemar un lote de Biblias enviadas a Afganistán para evitar ofender la sensibilidad de los musulmanes en aquel país...

Traigo aquí a colación y comparativamente esta polémica para mostrar el peligro de perder de vista la realidad: mientras los escasos y únicos cincuenta seguidores de la congregación de Florida no iban a pasar de quemar el libro islámico sagrado, por mal que eso resulte, los seguidores de la sharía en la que cree Rauf siguen planeando construir la mezquita en un edificio tocado la mañana del 11-S hace nueve años. El imán amenaza diciendo que de no construirse la mezquita habrá más atentados terroristas contra Estados Unidos... A nueve años ya de la masacre humana del 11-S, sólo en los últimos meses hemos visto terroristas en aviones en Detroit, coches bomba en la Times Square, matanzas de inocentes en Fort Hood... y todo por obra del terrorismo islámico infiltrado ya en Estados Unidos.


Libertad Digital - Opinión

Mundo en vilo. Por Hermann Tertsch

El 11-S ha tenido infinita mayor repercusión que la llegada del hombre a la Luna.

Nueve años se cumplen hoy de aquel día, el 11-S en la que todos pudimos intuir que asistíamos en directo por TV a un punto de inflexión en la historia. Somos los primeros seres humanos a los que esto sucede. Algunos señalarán que el primer paso humano sobre la faz de la luna fue ya precedente de un hito en la historia de humanidad al que ya pudimos asistir como público consciente de su trascendencia para la especie. Pero nadie cuestionará el hecho de que las consecuencias del trágico 11-S del 2001 han tenido, hasta ahora al menos, infinita mayor repercusión que aquel instante de gloria del ser humano en el que puso por primera vez pie fuera de nuestro planeta. Todo ha cambiado desde entonces. No llevábamos aun dos años en el nuevo milenio cuando todo el optimismo en el mundo quedó abolido tras un par de horas de TV en directo. Hasta los más sobrios o ufanos debieron comprender que tras lo visto nada volvería a ser como antes. Y que los efectos de aquellas explosiones, de los incendios y las nubes tóxicas barriendo las calles de Manhattan, llegarían hasta los rincones más recónditos del globo; muchos aún no tenían noticia de que entrábamos, y ellos con nosotros, en un nuevo tiempo.

El mundo desarrollado aún tenía vagos referentes del miedo global que se vivió durante las Guerra Mundiales. Como en Europa persistió durante siglos la memoria del miedo que reinó durante las guerras de religiones durante treinta años en el siglo XVII, en los que la seguridad era bien inalcanzable y la muerte sorpresa esperada siempre al acecho. Eran memorias lejanas bajo la convicción de que en nuestro mundo nada parecido era posible. Una década antes había caído el mundo bipolar y todo el globo parecía embarcado en una causa de democracia y seguridad compartida. Hoy sabemos que aquello era un mito y que habremos de vivir con zozobra, con la única certeza de que nuestro bienestar y nuestra seguridad están en vilo.


ABC - Opinión

Malvados. Por Alfonso Ussía

Desde que el parlamento de Cataluña, a instancias de una iniciativa ciudadana –habrá que creerlo–, prohibió por mayoría simple la celebración de corridas de toros en aquella autonomía, estoy intentando crear una corriente de solidaridad con los caracoles, hasta la fecha sin éxito. Se trata de un asunto sentimental y particularmente doloroso. Me considero, desde la infancia, un amante de los caracoles. Tienen cuernos, como los toros, pero no los usan para defenderse. Son criaturas vivas que sienten y se asustan, como los toros, pero carecen de poderío muscular para revolverse contra quienes los secuestran y meten en una bolsa con las peores intenciones. El caracol se refugia en su caparazón cuando percibe que una mano le arranca de su pequeño mundo. Y sufre. No conozco a nadie que haya acudido a un hospital como consecuencia de un ataque de caracol. Además, los caracoles cuentan con la simpatía de los niños. Resulta extraño lo de los animales. Un niño ve una rata y llora. Contempla un caracol y sonríe. Nadie le ha influido en el rechazo y la aceptación. Una babosa, prima hermana de los caracoles, les causa repulsión, y el caracol les anima y alegra.

No entiendo cómo una sociedad tan civilizada, desarrollada y amante de la naturaleza como es la catalana, puede disfrutar con la ingestión de caracoles. Un caracol no embiste con fuerza para ayudar a crear arte, pero es también un ser vivo. A un caracol no le permiten vivir en el prodigio de las dehesas durante cuatro años, bien cuidados y alimentados. Se tienen que buscar la vida ellos solitos, y sin nacen en Cataluña, su vida es muy breve. Los agarran, los matan, los cocinan, los salsean y se los comen. Me atormenta la sensibilidad figurarme que muchos de los parlamentarios autonómicos de Cataluña contrarios a las corridas de toros sean capaces de zamparse una veintena de caracoles y quedarse tan panchos. Se están comiendo con salsa la imaginación de los niños y las canciones de cuna. Siempre hay un caracol que saca los cuernos al sol en la figuración infantil. Si la sociedad defiende al sapo partero, al mochuelo moteado, al buitre leonado y al atún rojo, ¿por qué permite la masacre de caracoles en Cataluña? ¿Vale más la vida de un toro que la de un caracol? Al fin y al cabo, el toro de lidia es un maravilloso animal que el hombre ha creado y perfeccionado desde las ganaderías. El caracol, aunque también existan explotaciones dedicadas a su cría, es un molusco sensible al que no se le concede la oportunidad de encontrar el sitio en sus paisajes. Siempre hay una mano preparada para fastidiar su futuro. Tampoco me gusta cómo tratan a los cerdos en Lérida, pero intento centrarme en los caracoles. No me satisface saber que apenas quedan atunes rojos en el Mediterráneo catalán, pero intento centrarme en los caracoles. Comer caracoles es de ogro de cuento. Y ese asco de salsa. Y esa expresión de gula de los parlamentarios antitaurinos ante la visión de los pobres moluscos ya fallecidos y cocinados. Los ecologistas «sandía» de Cataluña no defienden al caracol. Hagámoslo desde el resto de España al grito de ¡Salvemos a los caracoles! Una belleza viva y un asco gastronómico. ¡Malvados!

La Razón - Opinión

Los deportados de Montilla. Por Ignacio Camacho

La Generalitat envía al exilio lingüístico a los mejores escritores de Cataluña.

EN los años setenta, el movimiento de la nova cançó anatematizó a Joan Manuel Serrat como culpable de cantar en castellano. Tras el numerito eurovisivo del «La, la, la» el Noi de Poble Sec había decidido abrirse horizontes más amplios que le acabarían convirtiendo en el trovador de varias generaciones de españoles y en el padre putativo, reconocido o no, de la mayoría de los cantautores, pero aunque no dejó de cantar y componer en catalán sufrió el rechazo de sus compañeros más puristas, encerrados voluntariamente en el ámbito de la reivindicación lingüística. Ese ensimismamiento privó a algunos grandes artistas —Raimon, Llach, María del Mar Bonet— de la repercusión que merecían, pero en todo caso se trató de una opción respetable porque conllevaba costes objetivos y entonces aún no existía una Generalitat que derramase subvenciones y repartiese certificados de buena conducta catalanista.

Esa misma Generalitat que hoy ejerce de omnímodo poder territorial, y en la que ni el más orate se atrevería a cuestionar la catalanidad de Serrat, acaba de enviar a las tinieblas del exilio idiomático a los mejores escritores de Cataluña, reos de expresarse en castellano, asimilados a los creadores extranjeros en un portal cultural con vocación de limpieza étnica. El Gobierno autonómico presidido por un socialista cordobés que habla un catalán ortopédico ha expulsado del paraíso nacional a las principales glorias de su literatura, la mayoría de las cuales —Vázquez Montalbán, Marsé, Mendoza, Ruiz Zafón, Matute, Ledesma— profesa o profesaba un inequívoco credo político de izquierdas que no ha sido óbice para su exclusión de esa lista oficial de autores autóctonos, un verdadero índice inquisitorial del nacionalismo impostado y sobrevenido que caracteriza el montillato. El gesto es tan mezquino que sólo descalifica a sus responsables mientras los proscritos gozan de la justa aclamación de la crítica y/o el público, pero revela un acomplejado concepto de cerrazón intelectual que define con precisa claridad el grado de cicatería moral al que ha llegado un cierto delirio político.
Desde la Presidencia de Maragall, que con la complicidad de Zapatero decidió jugar al soberanismo pijo con los votos de la Cataluña inmigrante y se alió con los talibanes independentistas, el socialismo catalán se ha lanzado por una pendiente autodestructiva que ha tratado de conservar el poder mediante una prolongada impostura identitaria. El resultado de ese proceso artificial se va a ver en las próximas elecciones de noviembre, donde se prevé una barrida del montillismoa manos de un nacionalismo auténtico que puede ser tan excluyente o más que su remedo charnego pero en el que al menos no rechinan las actitudes de los conversos. Entre la realidad y su copia, lo lógico es que la gente se quede con el original por muchas deportaciones simbólicas con que los imitadores pretendan revestir su presunta impureza.


ABC - Opinión

ETA. Lo sabremos en breve. Por Maite Nolla

Que no puedas votar a un partido delictivo no te priva de derechos; sólo priva de derechos al que delinque.

El chantaje y la amenaza en general tienen dos caras. Tan amenaza es esgrimir una pistola, como no esgrimirla pero llevarla encima, aunque del efecto visual parezca lo contrario. Es verdad que la proximidad del mal o del daño puede favorecer la consecución del objetivo, pero que desaparezca la violencia no cambia la esencia del "conceto" de amenaza o de chantaje. Y es que en estas situaciones se demuestra si nuestros políticos entienden qué significa un principio, asumirlo y actuar en consecuencia.

Pongamos que nos creemos al Gobierno y que considerar "decepcionante" el comunicado de los delincuentes que se publicó en la BBC no tiene nada que ver con una negociación previa y con esperar otra cosa, pactada o comprometida. Pongamos que no nos acordamos de lo que pasó en la primera legislatura de Zapatero y que no tenemos por qué desconfiar y pensar que un hombre que de lo que se siente más orgulloso de su mandato es de la negociación con ETA, no ha vuelto a intentarlo ni lo va a volver a intentar. Pongamos que Rubalcaba no miente, en esto. Pongamos que este Gobierno y sus nombramientos no son los que permitieron al PCTV presentarse a las elecciones, los que ilegalizaron media ANV y legalizaron la otra media, los que dijeron que ANV era un partido con una "intachable trayectoria democrática", o los del Guantánamo electoral. Podemos aceptar como bobos y bobas todo eso, pero de lo que pase ahora será responsable el Gobierno, porque el comunicado de los de la capucha no cambia la situación anterior. Y no cambia la situación porque si el paso fuera sincero, la amenaza desaparecería y el que quisiera algo tendría que utilizar los mismos medios que los demás para conseguirlo. Porque el Guantánamo electoral no existe ni ha existido, pese a lo que dijo en su día el señor fiscal general del Estado, magistrado del Tribunal Supremo y que hubiera cateado las oposiciones si ante un tribunal hubiera cantando así el tema, que se dice en la jerga opositora. Que no puedas votar a un partido delictivo no te priva de derechos; sólo priva de derechos al que delinque.

En definitiva, aunque la tentación sea enorme, para los que han demostrado que la tentación les puede, el Gobierno será responsable si se deroga la ley de partidos por la vía de los hechos. Lo sabremos en breve.


Libertad Digital - Opinión

Hace nueve años. Por Florentino Portero

«Si la Guerra Fría unió a europeos y norteamericanos, la guerra contra el islamismo los ha separado. Más aún, ha producido grandes divisiones en el seno de cada país. El problema ya no es tanto de diferencias en el terreno de la estrategia como de voluntad».

AQUEL mediodía de septiembre quedará en la memoria de muchos de nosotros. Fue uno de esos momentos en los que una sociedad comprende cuáles son las claves del tiempo que le toca vivir. Es verdad que aquellos hechos habían sido anunciados por académicos y que informes del Congreso de los Estados Unidos y de la propia comunidad de inteligencia recogían con gran precisión lo que se nos venía encima. Pero cambios tan significativos son difíciles de asumir sólo a través de la razón. Al fin y al cabo no es nuestra capacidad racional sino nuestra dimensión sentimental y moral lo que más nos caracteriza. Recuerdo que aquella noche Urdaci, entonces al frente de los informativos de TVE, me comentó con sorpresa que los telespectadores no parecían cansarse de contemplar, una y otra vez, aquellas terribles e impactantes imágenes. Había que verlo para creerlo, porque la conclusión era evidente: ya nada sería igual. El desplome de las Torres Gemelas enterraba entre sus escombros los restos que pudieran quedar en pie de la Guerra Fría, de la tensión bipolar, de la rivalidad entre las dos grandes superpotencias. De hecho una de ellas se quedó en el camino. Tras las nubes que cubrieron durante horas Manhattan se vislumbraba un nuevo escenario internacional que recordaba las discutidas premoniciones del profesor Huntington sobre el «choque de civilizaciones».

Poco a poco nos fuimos familiarizando con las características del nuevo entorno estratégico. Comprendimos que el fracaso de décadas de gobiernos nacionalistas en estados musulmanes había generado más expectativas que resultados; que las nuevas generaciones se veían abocadas a la emigración o a la revolución ante la falta de trabajo y el escándalo de unas clases políticas corruptas e incompetentes; y que el viejo fundamentalismo islámico, al que dimos en llamar «islamismo», reaparecía como la única alternativa viable a los ojos de muchos musulmanes. El discurso de que la decadencia del Islam se debía a su contaminación por la asunción de valores occidentales y la corrupción de sus gobernantes, meros vasallos de los intereses norteamericanos y europeos, comenzaba a calar en una sociedad que apenas tenía conocimiento de la filosofía liberal. Los radicales habían fracasado al intentar imponer sus posiciones en cada uno de sus estados, lo que les había llevado a plantearse la Yihad en un marco global: humillando a Occidente lograrían ¡por fin! ganar la confianza del hombre de a pie y derribar los gobiernos «corruptos» que impedían el renacer del Islam. Derrotar a las potencias occidentales tenía así una doble finalidad: si por una parte se movilizaba a la Umma —la comunidad de los creyentes— en su favor, por otra se castigaba a quien trataba de someterles y destruirles por contaminación ideológica.>

La Administración Bush, que había llegado a la Casa Blanca con un programa de corte aislacionista y que quería concentrar su atención sobre América Latina y el área del Pacífico, se vio obligada a revisar a fondo sus planteamientos y a desarrollar una nueva estrategia nacional, en paralelo con lo que le ocurrió a la administración presidida por Harry Truman en los primeros días de la Guerra Fría. La «Doctrina Bush» se redactó desde una claridad moral irritante para muchos europeos, pero característica de lo que todavía es la sociedad norteamericana. Estados Unidos se encontraba en guerra, el enemigo no era un estado o un grupo, sino una corriente ideológica presente en estados y agrupaciones sitas aquí y allá. El campo de batalla fundamental era la calle, porque allí se dirimiría la batalla entre islamistas y moderados. Una calle presente en Asia, en el Mundo Árabe, pero también en Europa y Estados Unidos. Se combatiría allí donde se presentara batalla, al tiempo que se presionaría a los gobiernos musulmanes para desarrollar sus capacidades y dar respuesta a las legítimas demandas sociales de trabajo, sanidad, educación, justicia y libertad.

La Doctrina Bush produjo un importante debate en Estados Unidos y otro mucho más agrio en Europa. El resultado fue la división de la sociedad norteamericana, la crisis de la Alianza Atlántica y la atonía europea en materia de política exterior, de seguridad y defensa. Las esperanzas despertadas por la llegada de Barack Obama a la Presidencia se han ido desvaneciendo. No ha sido capaz de proponer una alternativa a la Doctrina Bush, limitándose a ofrecer una versión descafeinada, algo más apta para los delicados estómagos de los progresistas norteamericanos y de los europeos en su casi totalidad. Sus promesas de una diplomacia alternativa se han quedado en iniciativas tan bienintencionadas como estériles. Próximo a alcanzar el ecuador de su mandato ha fracasado en casi todos los grandes temas de la acción exterior, lo que unido a la reforma del sistema de salud y a la estrategia económica seguida le puede llevar a algo que nadie en su sano juicio se hubiera atrevido a profetizar hace sólo un año: perder el próximo 2 de noviembre el control de las dos Cámaras del Congreso ante un Partido Republicano renovado desde un compromiso con sus valores tradicionales, aquéllos que dejaron su inequívoca impronta en los documentos de estrategia publicados por la Administración Bush.

Los paralelismos entre Truman y Bush son evidentes: ambos personajes tuvieron que hacer frente a un reto que no esperaban y ambos establecieron las líneas maestras de una estrategia destinada a perdurar durante una larga guerra. Pero también son evidentes la diferencias: si la Guerra Fría unió a europeos y norteamericanos, la guerra contra el islamismo los ha separado. Más aún, ha producido grandes divisiones en el seno de cada país. El problema ya no es tanto de diferencias en el terreno de la estrategia, porque de hecho Obama ha confirmado el legado Bush, como de voluntad ¿Estamos dispuestos a combatir hasta el final en Afganistán? ¿Vamos a emplearnos a fondo para promover cambios en el Mundo Árabe? ¿Vamos a impedir que Irán acceda a la bomba atómica?

En los próximos meses los Estados miembros de la OTAN tendrán que enfrentarse a la aprobación de un nuevo «Concepto Estratégico» y, sobre todo, a la revisión de la estrategia seguida en Afganistán. Estamos muy cerca del momento de la verdad, de la renuncia a la victoria o de la refundación de la Alianza Atlántica ante una amenaza que ya no es tan nueva. El mulá Omar, líder histórico de las fuerzas talibán, tiene razón cuando afirma que pueden estar muy cerca de derrotar a Estados Unidos, como antes lo hicieron con la Unión Soviética. Si a este hecho sumamos en breve el acceso de Irán al club nuclear nos encontraremos en un entorno muy peligroso que, en el mejor de los casos, nos acompañará durante décadas. Será el resultado de nuestra voluntad de ignorar la realidad tal cual es y de nuestra crisis de valores. La guerra no habrá acabado. Afganistán, Pakistán, Irán son frentes de un conflicto de dimensiones mucho mayores, pero la victoria final será mucho más complicada.


ABC - Opinión

Sindicatos. Job Wars III: El sindicato contraataca. Por Pablo Molina

El agravio se centra en el trabajador, tanto en paro como en activo, al que ofrecen como justificación de una huelga argumentos de una zafiedad excesiva incluso para los informativos de La Secta.

Cuando pensábamos que los dos primeros videos realizados por la UGT eran insuperables, van nuestros funcionarios sindicales y nos regalan una tercera entrega que nos saca del error. Durante unos días tendimos a pensar que el insulto a la inteligencia de los trabajadores españoles había llegado al límite del decoro con los dos primeros capítulos. Con éste tercero, el último por el momento, queda acreditado que cualquier previsión siempre se quedará corta cuando se trata de un organismo dirigido por Cándido Méndez

A la UGT le pasa lo que al cine español, por otra parte lo más natural dado que los cineastas son también empleados públicos financiados con dinero de los ciudadanos: en ambos casos los prejuicios ideológicos no les permiten ver la realidad. Igual que el cine patrio es incapaz de producir una película sobre la Guerra Civil o la sociedad actual que sea mínimamente reconocible en los hechos que relata, los sindicatos se niegan a admitir que la realidad social opera de forma no ya distinta, sino exactamente contraria a como pretenden presentarla con el supuesto objetivo de animar al proletariado a acudir a la huelga.


Son tan torpes que llegan a presentar al empresario del tercer episodio de la saga como miembro de una absurda ONG, excentricidad sólo al alcance de los progres a la violeta. Como no han trabajado jamás, y si lo hicieron ya no recuerdan la sensación dado el tiempo transcurrido, ignoran hasta los rudimentos más elementales sobre los que se construye un negocio o se crea un puesto de trabajo.

En todo caso, el insulto no va dirigido a los auténticos empresarios, que tienen actualmente mayores preocupaciones que atender a las idioteces fílmicas de unos señores cuya labor ignoran tanto como desprecian. El agravio se centra en el trabajador, tanto en paro como en activo, al que ofrecen como justificación de una huelga argumentos de una zafiedad excesiva incluso para los informativos de La Secta. Como dice la actriz que interpreta a una de las trabajadoras de la empresa ficticia que sirve de marco a la serie (probablemente una sede de UGT): "Para mearse en las bragas".


Libertad Digital - Opinión

De la intolerancia

Casi una década después del 11-S, la tolerancia religiosa no ha progresado nada en buena parte del mundo.

LA libertad tiene un precio. Y en ese precio puede ir incluida una Primera Enmienda a la Constitución de los Estados Unidos que protege la libertad de expresión hasta el punto de que no sea punible quemar ni el Corán ni la bandera de los Estados Unidos, por ejemplo. Pero el incidente provocado por el «pastor» Terry Jones puede llevarnos a otras reflexiones. Por ejemplo, el hábil uso que ha hecho de los medios de comunicación para llenar su salón de culto, al que cada semana —hasta ahora— acudía sólo medio centenar de personas. Si hay algo que sale favorecido de esta circunstancia es, sin duda, la economía del negocio religioso de Terry Jones. Pero también hay que preguntarse dónde está Occidente hoy, nueve años después de la matanza del 11-S, en materia de tolerancia religiosa. En este terreno —que es una manifestación inequívoca de libertad— el mundo hoy no está mejor que en 2001. El escándalo —incluso el conflicto— que podía provocar en la ummaislámica la quema de unos ejemplares del sagrado Corán contrasta con el muy inferior eco que tendría en Occidente un hecho parejo. Y a ello hay que sumar otra manifestación de esa intolerancia: Terry Jones podría haber quemado hoy tantos ejemplares del Corán como hubiese querido si su objetivo hubiera sido exclusivamente pirómano y no propagandístico. En cambio, un islamista tan radical como Jones que quisiera evocar hoy lo que hicieron sus hermanos en armas hace nueve años en Nueva York y Washington prendiendo fuego a ejemplares de la Biblia, no podría hacerlo en Arabia Saudí simple y sencillamente porque es un libro casi imposible de conseguir en ese país. Casi una década después, la tolerancia religiosa no ha progresado nada en buena parte del mundo.

ABC - Editorial

El islam ante el espejo

Cuando un fanático temerario como el predicador Terry Jones es capaz de incendiar el mapamundi, de poner en alerta policial a decenas de países y de obligar a intervenir a líderes mundiales, desde Obama hasta Benedicto XVI, eso quiere decir que la convivencia interreligiosa en la comunidad internacional es muy frágil y se mueve al borde del precipicio. El calendario islámico ha hecho coincidir hoy el fin del Ramadán con el noveno aniversario de la masacre del 11-S, lo que añade más inquietud a la efeméride. Es evidente que en estos nueve años apenas si se ha avanzado en la neutralización del fanatismo islamista que perpetró el atentado, ni se ha mejorado la relación entre Occidente y el mundo musulmán, ni se han disipado los prejuicios que alientan los radicales de una y otra parte, sobre todo los islamistas. Por supuesto, tampoco se ha cauterizado la herida de Manhattan; al contrario, la absurda polémica sobre el emplazamiento de una mezquita en el área de influencia de la Zona Cero ha avivado las ascuas del dolor de la sociedad norteamericana. Y en cuanto a la guerra de Afganistán, destinada a eliminar el santuario de Al Qaida, está lejos de haber cumplido sus objetivos pese al elevado coste de vidas humanas y medios materiales. Al mismo tiempo, el radicalismo islámico ha avanzado en países claves como Turquía y se ha hecho aún más fuerte y peligroso en Irán de la mano de unos clérigos obsesionados con la carrera nuclear. En el lado occidental, los recelos hacia los musulmanes han ido en aumento, desde Suecia y Alemania hasta Francia y Austria. En España, brutalmente golpeada el 11-M, han empezado a surgir ya los primeros conflictos a propósito del burka y del velo, pero también por el integrismo de ciertas comunidades de inmigrantes. No debería echarse en saco roto el dato conocido esta semana, según el cual el 53,6% de los españoles rechaza a los musulmanes. Nuestra sociedad no está especialmente blindada frente a los prejuicios o los excesos, por más que ocho siglos de presencia musulmana la contemplen; precisamente por eso, por la mitificación que hacen de Al Ándalus, es objetivo preferente de los terroristas.

España se enfrenta, como el resto del mundo democrático, al desafío más sobresaliente de este principio de siglo: la integración de los creyentes musulmanes y su incorporación plena a la ciudadanía de acuerdo a las reglas constitucionales. Es de sentido común que la educación de las nuevas generaciones es fundamental para lograr una convivencia sosegada y tolerante.

Pero caeríamos en la típica hipocresía del buenista atolondrado si no pusiéramos a las comunidades islámicas frente a sus deberes y responsabilidades. No se puede disfrutar de las libertades, los avances y el bienestar del modelo occidental y, al mismo tiempo, no defenderlo de los ataques exteriores por parte de quienes esgrimen el Corán e invocan al Profeta. La pasividad, cuando no la latente hostilidad, de amplios sectores musulmanes hacia la sociedad que les ha acogido no hace más que alimentar la desconfianza, agudizar las suspicacias y abonar el terreno en el que medran los demagogos, los sectarios y los violentos.


La Razón - Editorial

Un aniversario marcado por el Corán y una mezquita

¿Pero por qué la Unión Europea, la Casa Blanca, el Gobierno español, prácticamente todo el Occidente oficial han condenado a quien planea quemar coranes y no a quien pretende construir una mezquita en la Zona.

Al contrario que la polémica sobre la construcción de un centro religioso, cultural y comunitario musulmán, llamado Casa Córdoba, a pocos metros de la Zona Cero, que fue un debate más o menos subterráneo hasta que Obama decidió entrar en él como elefante en cacharrería, la atención que ha recaído sobre el desconocido pastor Terry Jones, su minúscula congregación de medio centenar de fieles y su intención de celebrar el 11 de septiembre un "Día Internacional de la Quema del Corán" había recorrido medio mundo antes de que la Casa Blanca entrara a jugar.

Los medios se han dedicado con interés a magnificar este lamentable incidente, que sin su colaboración sólo habría sido conocido, seguramente, en una ciudad de Florida; y posiblemente por una minoría de su cuarto de millón de habitantes. De este modo han dejado claro el escandaloso doble rasero con el que miden estos actos: biblias se queman con frecuencia; lo han hecho incluso soldados norteamericanos en Afganistán, y nunca se ha hecho de ello una noticia de alcance mundial. Ni siquiera el trato que reciben los cristianos víctimas de las inundaciones en Pakistán –a los que se les niega la ayuda si no se convierten– ha recibido ninguna atención.


¿Por qué? Porque, por más que sea lamentable decirlo, el establishment en Occidente tiene miedo, un miedo atroz. Empezó con Salman Rushdie, pero se desató en todo su esplendor con la crisis de las caricaturas de Mahoma. El mejor termómetro del pánico, el Gobierno de Zapatero, que entonces publicó al alimón con el turco Erdogan un vergonzoso texto en el que se defendía que se sometiera la libertad de expresión al altar de la siempre a flor de piel sensibilidad de los musulmanes, ahora se ha apresurado a condenar la "quema de libros del Corán". Cabe suponer que no se opone a que ardan otro tipo de libros como, por ejemplo, biblias, que son quemadas continuamente sin que parezca importarle a Zapatero y Moratinos.

El pastor Terry Jones tiene todo el derecho del mundo a quemar coranes, del mismo modo que el imán Feisal Abdul Rauf lo tiene de construir una mezquita en las inmediaciones de la Zona Cero, derruyendo un edificio que fue dañado por parte del fuselaje del avión. Ambos, por una esencial cuestión de respeto, son acciones condenables. ¿Pero por qué la Unión Europea, la Casa Blanca, el Gobierno español, prácticamente todo el Occidente oficial han condenado uno y el otro no?

Este sábado se cumplirán nueve años desde los atentados del 11-S. Durante estos años hemos visto muchos cambios. Pero lo que sigue igual es la incapacidad de muchos de reconocer que el terrorismo islamista no necesita excusas como las de Terry Jones para atacarnos. Aquello fue un acto de guerra, en la que seguimos desde entonces. Queme o no queme coranes un reverendo casi sin fieles, seguiremos sufriendo atentados. Ante el terror sólo cabe la fortaleza y la defensa de nuestros valores. Es decir, lo contrario a lo que hace Obama condenando a Jones y defendiendo a Rauf por el mismo motivo: aprovechar las libertades garantizadas en Estados Unidos para hacer algo moralmente reprobable.


Libertad Digital - Opinión

El presidente del «no»

Zapatero sí ha cambiado principios, roto promesas y desilusionado a muchos. Empezando por los sindicatos, a los que convirtió en socios de gobierno en la sombra hasta que la UE impuso el divorcio.

DEL diálogo sin límites al «no» rotundo. Este es el camino entre extremos que ha recorrido Rodríguez Zapatero en los últimos meses, especialmente desde que Bruselas obligara al Gobierno español a aprobar urgentemente medidas drásticas contra el déficit público. Para realizar este recorrido Zapatero ha tenido que desdecirse completamente de su afamada política social, restringiendo pensiones, ayuda a la dependencia y derechos de los trabajadores. Ayer rechazó, en una entrevista radiofónica, que hubiera cambiado de principios, aferrándose a su método de negar la realidad para evitar enfrentarse a ella. Pero lo cierto es que sí ha cambiado principios, roto promesas y desilusionado a muchos. Empezando por los sindicatos, a los que convirtió en socios de gobierno en la sombra hasta que la presión europea le impuso el divorcio. Hasta entonces, Zapatero condenó cualquier reforma laboral sin consenso; atrajo el afecto sindical hablando contra especuladores y mercados; y amarró su apoyo al convertir en tabú cualquier recorte social. Ahora, Zapatero está dispuesto a ejecutar la reforma laboral cualquiera que sea el resultado de la huelga general del 29-S. Si fuera de firmeza, la actitud de Zapatero sería elogiable, aunque tardía. El problema es que este plante ante los sindicatos va parejo a una posición política similar frente a los grupos parlamentarios. Ni una sola enmienda aprobada por el Senado o presentada en el Congreso por la oposición ha sido admitida en su textualidad en la letra de la reforma laboral. Firmeza o enrocamiento. Probablemente más de lo segundo que de lo primero, con una cierta dosis de ventajismo al aparentar dureza con unos sindicatos con mala imagen pública, que no las tienen todas consigo para el 29-S, por lo que están subiendo la presión para que la huelga sea un éxito. Si hace unos años daban «cariño» a Zapatero, ahora ya piden a gritos su dimisión. Sin embargo, sería un error que jugara la carta del fracaso de la huelga, porque puede no producirse y porque, aun cuando se produjera, no sería un respaldo social a su política económica.

El presidente del Gobierno se ha encapsulado en una estrategia de objetivos cortos: pactar con el PNV, no recibir más reveses de Bruselas, salvar su continuidad con los presupuestos de 2011 y no dar opción a transacción alguna con agentes sociales y oposición política. Mientras tanto, el Ejecutivo hace agua como órgano colegiado, cercenado por la provisionalidad que provocan ceses aplazados, en unos casos, condicionados o filtrados a la prensa, en otros; y sumido en la indiferencia que transmite Zapatero hacia el estado de su equipo ministerial, destinatario de otro no incomprensible, el de la crisis de gobierno.

ABC - Editorial