miércoles, 15 de septiembre de 2010

Un ejemplo para todos. Por José María Carrascal

Nadal nos advierte que el único camino para la excelencia es la humildad, la perseverancia y el trabajo.

ES la segunda vez este año que escribo sobre Rafael Nadal. Pero Rafael Nadal escapa ya del marco deportivo para instalarse en el mucho más amplio del social. No es que gane torneos y trofeos como ningún otro atleta español de la historia. Es cómo los gana. No a base de unas facultades físicas portentosas, ni de unas condiciones naturales privilegiadas para el tenis, aunque posee suficientes para destacar. Pero hay tenistas, como Djokovic, que parecen haber nacido con una raqueta en la mano, y otros, como Federer, con un hada madrina aficionada a ese deporte. Mientras Nadal ha tenido que ganarse todo eso a pulso. Diestro de nacimiento, aprendió a jugar con la izquierda para adquirir la ligera ventaja de los zurdos. Acostumbrado a la tierra batida, no ha parado hasta dominar también la hierba y el cemento. Su saque no era nada del otro mundo, pero consciente de la importancia del primer golpe, hoy saca a más de 200 kilómetros por hora. Todo ello a base de esfuerzo, trabajo, dedicación y lesiones, que han causado estragos en su cuerpo y le han tenido meses apartado de las pistas. Pero ha valido la pena. Rafael Nadal es hoy un jugador completo, en todas las superficies y contra todo tipo de rivales. Un día, naturalmente, dejará de ser el número uno. Pero no porque él haya abandonado el camino que se trazó bajo la dirección de su tío Tony: los triunfos hay que ganarlos luchando por cada punto como si fuera el decisivo y considerando a cada rival como si fuera el más peligroso. Aparte de un ansia enorme de crecer, de ampliar tu juego, de no conformarte nunca con el que vienes practicando, por éxitos que le haya reportado, sino perfeccionándolo todo lo posible.

Rafael Nadal se ha convertido en motivo de orgullo para todos los españoles. Pero debiera también convertirse en ejemplo para un país que desprecia el esfuerzo, rinde culto a la holganza, se ríe del mérito, busca los atajos y echa siempre a los demás la culpa si las cosas salen mal, mientras se tumba a la bartola si van bien.

Tras el primer descalabro de la selección nacional de fútbol, campeona del mundo, y haber perdido el título la de baloncesto, Rafael Nadal nos advierte, no con palabras, sino con hechos, que el único camino para la excelencia es la humildad, la perseverancia, el trabajo diario y la firme voluntad. Si gana partidos contra tenistas con más facultades que él es porque tiene más voluntad de ganar que ellos. Porque el tenis no se juega sólo con los brazos y las piernas, se juega también con la mente y el corazón. Como todo en esta vida. Oigo por ahí decir a muchos: «Menos mal que nos queda Nadal». Mi pregunta es. ¿Nos lo merecemos?


ABC - Opinión

Parados. La crueldad semántica de ZP. Por Pablo Molina

El relativismo intelectual sólo funciona con el estómago lleno y las facturas pagadas. Por eso el optimismo de Zapatero resulta cada vez más un alarde grotesco para disimular unas carencias insalvables a estas alturas del metraje.

A José Luis Rodríguez Zapatero, presidente del Gobierno de España mientras Rubalcaba y Blanco no decidan lo contrario, cabe atribuirle el mérito de ser el personaje más desvergonzado políticamente que ha dado nuestro país, lo que ya es mucho tratándose de una tierra que nos ha regalado personajes como esos mismos que usted tiene ahora mismo en mente.

Incapaz de hacer nada útil para solucionar los gravísimos problemas que él mismo ha creado, Zapatero no tiene inconveniente en pervertir el lenguaje para adaptar la realidad a sus designios. Los parados no están en el paro sino trabajando por el país, los nacionalistas no quieren someter al resto de los españoles a un régimen de vasallaje bajo la amenaza de independizarse sino contribuir al desarrollo de la España plural, Cuba no es una dictadura siniestra sino un país que avanza en las reformas democráticas y Moratinos es un excelente ministro de Asuntos Exteriores. Esos son sólo algunos ejemplos de la manera en que se conduce intelectualmente nuestro optimista antropológico.


Ocurre sin embargo que los parados no quieren "trabajar por el país" sino hacerlo para sus familias cobrando un salario decente, a los nacionalistas periféricos les importa un carajo la España plural, en Cuba se sigue persiguiendo la libertad como hace cincuenta años y Moratinos tiene el mismo prestigio fuera de nuestras fronteras que dentro de ellas.

Los trabajadores que han perdido su empleo y las familias que se están viendo sin hogar van a encontrar escaso consuelo en la forma en que ZP ha definido su situación, porque "trabajar por el país" sin cobrar nada más que un triste subsidio no soluciona los problemas a los que deben hacer frente de forma cotidiana.

Y es que el relativismo intelectual sólo funciona con el estómago lleno y las facturas pagadas. Por eso el optimismo de Zapatero resulta cada vez más un alarde grotesco para disimular unas carencias insalvables a estas alturas del metraje, con el insulto añadido a sus víctimas en lo que constituye un gesto de crueldad innecesario. Eso en el código penal constituye "ensañamiento", y es un agravante.


Libertad Digtal - Opinión

Rumbo a la Moncloa. Por M. Martín Ferrand

La clave del nacionalismo catalán, su esencia, es el afán diferencial frente a los distintos pueblos españoles.

LA obsesión electoral que tiene secuestrada la inteligencia operativa de los partidos políticos españoles, grandes y pequeños, convierte al próximo 28 de noviembre en el máximo foco de atención política en el curso que ahora empezamos. Es cierto que las autonómicas catalanas, con el presumible fracaso de PSC, marcarán un punto de inflexión en la política general del Estado, pero hay otras urgentes y relevantes cuestiones que debieran ser prioritarias para el partido del Gobierno y para los de la oposición. José Luis Rodríguez Zapatero y Mariano Rajoy estarán en Cataluña el próximo fin de semana; el primero en la Fiesta de la Rosa que, en Gavá, es un clásico del socialismo catalán y el segundo tiene en su agenda la visita a unas cuantas casas regionales en Barcelona. Si la humildad es una virtud, Rajoy resulta canonizable, pero no es ese el camino que puede incrementar sustancialmente la presencia del PP en el Parlament.

Tampoco parece un buen camino para merecer la confianza del electorado catalán anteponer la descalificación del adversario a la propuesta de las iniciativas propias. Alicia Sánchez-Camacho, máxima sacerdotisa del PP en Cataluña y personaje propicio a los dichos inconsistentes y provocativos, ha dicho que Artur Mas «pretende convertirse en el Ibarretxe catalán». ¿Es así como diseñan los estrategas de la gaviota un plan de acercamiento a CiU por si las circunstancias resultaran propicias y, por primera vez en su historia, el PP llegara a ser una fuerza determinante para la gobernación de Cataluña? Sánchez-Camacho es una señora muy rara que no solo cambia de cara en cada una de sus apariciones públicas, sino que emite mensajes que, en principio, no parecen concordantes con lo que puede suponerse que sería su interés personal y partidista.

La clave del nacionalismo catalán, su esencia, es el afán diferencial frente a los distintos pueblos españoles. Incluso a los muy soberanistas les interesa más ser diferentes que independientes. De ahí el error del «café para todos» con que se cerró el Título VIII de la Constitución. Si algo puede ofenderle a Mas es una comparación con Ibarretxe que, además, no fue lendakari en una dimensión distinta de lo que lo es hoy Patxi López. Si Antonio Basagoiti hubiera jugado sus cartas como hoy lo hace Sánchez-Camacho, el resultado vasco hubiera sido diferente. Como diferentes son los líderes del PP en ambas autonomías. Uno es un político sólido, con idea de España y del servicio a sus votantes, y la otra parece una estrella mediática a la busca de un titular. Mal asunto para un PP que inicia en Cataluña su reconquista de La Moncloa.


ABC - Opinión

Imposición lingüística. Lágrimas de cocodrilo nacionalista. Por José García Domínguez

Así, sin consideración ni deferencia alguna a su rango y posición, deberán pagar la bula lingüística hasta ahora reservada en exclusiva a dependientes, subalternos, oficinistas y demás ralea del tercer estado. Como si ya no hubiera clases. ¡Intolerable!

Me cuentan que algunos ilustres catalanistas, fervientes patriotas de esos que sólo conceden hablar en castellano con la chacha, andan ahogados en un mar de lágrimas de cocodrilo a cuenta del nivel C. Y es que, en un insólito alarde de grosería, al Tripartito se le ha ocurrido exigirles también a ellos, los dueños y señores de la finca, un salvoconducto gramático con tal de poder ejercer la docencia universitaria. Sin ir más lejos, y como si de un vulgar emigrante andaluz se tratase, al ínclito Xavier Sala i Martín, entre otras lumbreras domésticas, le quieren hacer pasar por el tubo de San Pompeu Fabra. Así, sin consideración ni deferencia alguna a su rango y posición, deberán pagar la bula lingüística hasta ahora reservada en exclusiva a dependientes, subalternos, oficinistas y demás ralea del tercer estado. Como si ya no hubiera clases. ¡Intolerable!

No es de extrañar, pues, que la indignación entre las fuerzas vivas de Liliput resulte colosal a estas horas. ¿A quién se le ocurre, por lo demás, pretender que el catalán, lengua propia de la Universidad merced al voto tan unánime como entusiasta del los claustros, se convierta en la lengua propia de los universitarios? Socializados en el jocoso compadreo con el tartufismo, han tardado exactamente treinta años en descubrir que la broma, para su asombro, iba en serio. Tan en serio que afamados doctores en física nuclear, innúmeros microbiólogos marinos y una legión de ingenieros de telecomunicaciones, amén de algún payaso de Micolor amamantado en las ubres pujolistas, deberán volcarse desde ya en el estudio de la ortografía y sintaxis vernácula.

Perentorio cometido que los llevará, entre otros gozosos empeños, a un exhaustivo análisis de su riqueza dialectal, desde las variantes propias de los arrozales del Delta del Ebro hasta las peculiaridades fonéticas del menorquín. Instrucción de la que, naturalmente, deberán rendir cuenta ante el preceptivo tribunal evaluador. ¿A qué vendrá, sin embargo, tanto crujir de dientes? ¿Qué se fizo de aquellos apóstoles de la normalización del prójimo? ¿Qué fue de tan eufóricos inmersores de la plebe? ¿Tal vez no recuerdan que la proscripción del español garantiza el preciado tesoro de la cohesión social? ¿Acaso no les place su propia medicina? En fin, menos lloriqueo y a hincar los codos.


Libertad Digital - Opinión

El español ideal. Por Ignacio Camacho

Nadal es el epítome del español moderno en el que nos gustaría reflejarnos, la imagen de cómo quisiéramos ser.

LO mejor del deporte es su utilidad como pedagogía del esfuerzo. En una época de políticas indoloras, ideologías fáciles, principios cómodos y pensamiento débil, enseña que el éxito no tiene atajos y pone en valor el esfuerzo, la constancia y el mérito. No hay campeones casuales ni héroes improvisados; en la alta competición no existe la especulación de capitales ni prevalece el enchufismo. Detrás de cada medalla, de cada título, de cada trofeo, hay años de entrega y entrenamiento, una larga lucha en soledad contra el tiempo, la rutina y el desánimo. En la sociedad del triunfo rápido y las plusvalías inmediatas, el deporte es una metáfora del sacrificio, del trabajo, de la energía y del coraje.

Rafael Nadal cae bien porque representa ese espíritu de superación, entereza y compromiso. Sin la arrogancia malhumorada y excéntrica de otros triunfadores, es un campeón humilde y generoso que se ha ganado el respeto de sus rivales y la admiración de un público para el que nunca tiene el mal gesto de los divos caprichosos. En el imaginario popular Nadal es el hijo ideal, el novio ideal, el yerno ideal, el amigo ideal, el tipo del que todo el mundo quisiera presumir de tener cerca. Y lo tenemos cerca, en realidad, porque hace una sencilla profesión de españolidad sin aspavientos y pasea por el mundo su identidad nacional con una naturalidad desacomplejada y anticonflictiva que refuerza ese perfil de simpatía cercana que lo ha convertido en una figura sin rechazo, capaz de un logro tan difícil como hacerse perdonar el éxito en un país donde la envidia es el pecado capital de más arraigo.

Este Nadal es el epítome del español moderno en el que a todos nos gustaría reflejarnos, el que proyecta una imagen colectiva de cómo quisiéramos ser. Pero ese reflejo resulta más aspiracional que objetivo porque detrás de su formidable carrera entre cumbres hay una trayectoria de esfuerzo y voluntad, de empeño callado y perfeccionamiento afanoso que no identifica exactamente a esa cierta España real del ventajismo y el arrime, del amiguismo y la picardía, de la subvención y la prebenda. Nadal es un campeón hecho a sí mismo a base de sudor y dolores, sin favoritismo ni ayudas, sin escaqueos ni excusas. Nadal es una obsesión de progreso dominada por el impulso unívoco de ser el mejor, ajena al desistimiento y al conformismo, a la uniformidad mediocre que caracteriza nuestro sistema educativo, nuestra escena pública y nuestro paisaje social. Nadal es un ejemplo de los valores individuales que a menudo abandonamos en la inercia complaciente, acomodaticia y pasiva de los privilegios de casta, de secta o de grupo. Quizá por eso le admiramos y le queremos: porque significa aquello que acaso podríamos ser como país si nos atreviésemos.


ABC - Opinión

Demasiados liberados

La presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre, anunció ayer en su discurso sobre el estado de la Región que realizará un ajuste de los liberados sindicales al mínimo que marca la Ley, como una más de las medidas de austeridad que se ha propuesto aplicar para reducir los gastos en un 10% adicional. De este modo, la plantilla sindical liberada en la Administración madrileña se recortaría en dos mil miembros, lo que supondrá un ahorro anual superior a los 70 millones de euros. A falta de una información más detallada por parte de la presidenta regional, la iniciativa es perfectamente plausible, parece ajustada a la Ley y, en consecuencia, de ningún modo cabe acusarla de cercenar los derechos de los trabajadores. Más aún, deberían ser los propios sindicatos los que se adelantaran al Gobierno madrileño con una propuesta de austeridad y de ahorro en este terreno. El prestigio de los sindicatos no atraviesa precisamente por sus mejores momentos, sobre todo en la capital española, que aún no se ha recuperado de las huelgas salvajes del Metro perpetradas en julio pasado. La ciudadanía tiene la impresión de que las centrales UGT y CC OO, que han devenido en maquinarias burocráticas engrasadas por subsidios, subvenciones y otras sinecuras pagados con dinero público, se han dedicado a defender sus propios intereses corporativos, y mientras casi todos los sectores laborales han sufrido fuertes ajustes salariales, ellas no han tenido a bien reducir sus ingentes presupuestos. Si los que se erigen como representantes de los trabajadores no dan ejemplo de austeridad y no se ajustan el cinturón, es comprensible que su credibilidad esté en mínimos históricos. Ese esfuerzo ahorrador es especialmente necesario en las Administraciones y Empresas Públicas. No se entiende que los funcionarios estén soportando una rigurosa reducción de sus salarios impuesta por el Gobierno de la nación y los dirigentes sindicales no hayan arrimado el hombro recortando razonablemente los efectivos y las horas dedicados a las labores representativas. El número de liberados y delegados, así como los horarios que se han reservado, son a todas luces excesivos, hipertrofiados y reiterativos. El coste de todo ello es desmesurado, pues si sólo en la región madrileña sobran dos mil liberados y se pueden ahorrar más de 70 millones de euros, ¿qué no sucederá en comunidades autónomas donde gobierna la izquierda desde hace décadas, como Andalucía, Castilla-La Mancha y Extremadura? Lo mismo vale, por supuesto, para el resto de las regiones, gobierne quien gobierne. No sería descabellado afirmar que el ahorro total superaría los mil millones de euros anuales. En todo caso, hay que reconocerle a Esperanza Aguirre el coraje y la determinación que ha demostrado al abordar una reforma que solivianta a los «intocables» sindicatos y que será aprovechada por el PSOE para atacarla y congraciarse con los dirigentes sindicales. Ni que decir tiene que otros gobiernos autonómicos están pendientes de la evolución de la inciativa madrileña, pero mientras tanto deberían realizar sus propios cálculos domésticos y comprobar si, como sucede en Madrid, el número de liberados sindicales es el doble del que exigen las leyes y si el ahorro merece la pena de enfrentarse a una casta de privilegiados e insolidarios.

La Razón - Editorial

Aguirre planta cara a los caraduras

Que existan tres veces más liberados que los que marca una legislación ya de por si laxa no sólo es una rémora para la creación de puestos de trabajo productivos y para el desarrollo económico del país, sino que constituye una auténtica injusticia social.

Esperanza Aguirre no se ha dejado amedrentar por los improperios que le han dirigido los sindicatos y los partidos de izquierda desde que se supiera su intención de reducir drásticamente el escandaloso número de liberados sindicales que, con la excusa de representar y defender a los trabajadores, se dedican, en realidad, a vivir de ellos.

Si desde UGT Cándido Méndez ha comparado la pretensión de Aguirre nada menos que con la del pastor Terry Jones de quemar el Corán, desde el Gobierno socialista la vicepresidenta Fernández de la Vega la ha considerado como "un ataque directo a los trabajadores". El líder del PSM, Tomás Gómez, ha aludido incluso al origen familiar de la presidenta madrileña al afirmar que "si fuese hija de dos trabajadores de Bosch o de Peugeot, seguro que entendería que los sindicatos son importantes".


Lo cierto es que la pretensión de Aguirre no es más que un ataque a supuestos "trabajadores" que, en realidad, no trabajan, y que cobran no por hacer aquello para lo que fueron contratados, sino para vivir como representantes sindicales sin que sean los propios sindicatos los que les paguen su salario. Ya sabemos que para este Gobierno hay que considerar trabajadores en activo tanto a los parados que están llevando a cabo cursos de formación como a esta privilegiada aristocracia sindical que sólo parece movilizarse para llamar a los trabajadores a la huelga. Sin embargo, por mucha que sea la desfachatez de este Gobierno, y por mucho que los sindicatos consideren los privilegios de sus liberados algo tan sagrado como el Corán para los musulmanes, lo cierto es que constituyen una rémora y un insulto a lo que de plausible y legítimo pudo tener y podría seguir teniendo el movimiento sindical.

Por otra parte, y al tratar, no de suprimir, sino de reducir en alrededor de 2.000 los 3.200 liberados con los que cuenta la Administración de la Comunidad de Madrid, Aguirre no se propone más que aplicar de manera estricta los mínimos que fija la ley y controlar de manera más eficiente las "horas sindicales" de las que disponen los miembros de los casi trescientos comités de empresa con los que cuenta la administración autonómica madrileña. De este modo, cuando todos ellos se reincorporen en sus puestos la Administración ahorrará más de 70 millones de euros dado que ya no tendría que contratar interinos para cubrir los turnos de estos liberados.

Que existan tres veces más liberados que los que marca una legislación ya de por si laxa en este terreno no sólo es una rémora para la creación de puestos de trabajo productivos y para el desarrollo económico del país, sino que constituye una auténtica injusticia social, especialmente en unos tiempos de crisis en los que todos, incluidos naturalmente, los sindicatos, deberían apretarse el cinturón. Pero está visto que no faltan caraduras que confunden la legítima defensa de los derechos del trabajador con el abuso que puede suponer vivir del cuento sindical y a costa del que paga el salario que, en este caso, no es otro que el contribuyente.


Libertad Digital - Editorial

Compromisos contra ETA

Sería un error que este golpe a los sicarios políticos de ETA pretendiera proteger a los mal llamados «posibilistas» del mundo batasuno, es decir, a los que ahora abogan por «vías políticas».

LA detención de la nueva dirección de EKIN, trama etarra que asume el comisariado político de la banda en la izquierda abertzale, es un golpe policial de extraordinaria importancia, tanto por la dimensión de la operación como por el momento en que se produce. Hace poco más de una semana, ETA anunció un alto el fuego con el que quería descargar sobre el Gobierno la responsabilidad de evitar nuevos atentados mediante una negociación política. La detención de la cúpula de EKIN es la respuesta que merecían los terroristas, porque desmiente que haya tentaciones de aprovechar esta nueva farsa de tregua para iniciar otro diálogo político. Al menos, esto es lo que debería ser, porque el descabezamiento de EKIN no ha de servir a otro propósito que la derrota incondicional de ETA y, más en concreto, a la erradicación de su entramado político. Dicho con otras palabras: detener para derrotar, no para negociar. También sería un error que este golpe a los sicarios políticos de ETA pretendiera proteger a los mal llamados «posibilistas» del mundo batasuno, es decir, a los que ahora abogan por «vías exclusivamente políticas». A estas alturas, de la misma manera que se sabe que ETA no ofrece treguas de buena fe, tampoco hay razón para creer que existe una Batasuna «moderada» con capacidad para disuadir a los pistoleros.

Por otro lado, es evidente que ETA quiere reconstituir sus frentes desmantelados por la Justicia. Por eso ahora es imprescindible que esta lucha policial se vea complementada con un apuntalamiento del Gobierno vasco, que debería quedar preservado de cualquier negociación entre el Ejecutivo central y el PNV, porque sólo el afianzamiento a largo plazo de una alternativa no nacionalista permitirá las reformas necesarias para deslegitimar definitivamente a ETA. Igualmente es irrenunciable la aplicación de la Ley de Partidos Políticos a las listas, blancas o de color, que estén contaminadas por ETA, aunque las presente un partido legal, como Eusko Alkartasuna. Hace cuatro años, la Fiscalía General del Estado solicitó la nulidad de candidaturas de ANV, sin necesidad de instar previamente la ilegalización de este partido. Por tanto, la legalidad en la que se encuentra EA es compatible, según la doctrina de Conde-Pumpido, con la actuación judicial contra sus listas contaminadas. Si hay determinación política, es posible cercar a ETA y llevarla hasta su derrota, pero con compromisos y estrategias para las que el Gobierno necesariamente debe contar con el Partido Popular, incluyendo la estabilidad del Ejecutivo de Patxi López.

ABC - Editorial