viernes, 17 de septiembre de 2010

Gitanos sin romance. Por José María Carrascal

Si todos los europeos nos parecemos cada vez más, no tiene sentido que los gitanos se empeñen en ser diferentes.

LA izquierda europea se ha lanzado contra la orden francesa de expulsión de los gitanos como un hambriento hacia un bocadillo. ¡Llevaba tanto tiempo ayuna de éxitos! E incluso parte de la derecha, como esa comisaria luxemburguesa que recordó las prácticas de Hitler contra los judíos, olvidando que Francia les paga el regreso a su país y que el suyo es un pozo de dinero negro evadido del resto de la Unión. ¡Hay tanto que hacer olvidar en esta Europa de burócratas, aprovechados y demagogos!

Y una de ellas son los gitanos. Europa ha ido uniéndose económica, social y legislativamente, con leyes y normas que igualan a sus ciudadanos y difuminan sus fronteras. Pero había unos europeos para quienes ya no existían esas fronteras y esas normas: los gitanos. Desde siempre, los gitanos no se han regido por otras normas que las suyas y se han trasladado de un lugar a otro como si las fronteras no existiesen. En ese sentido, han sido los primeros europeos. Pero cuando Europa empieza a emerger como una unidad, se convierten en una anacrónica y molesta redundancia. Si todos los europeos nos parecemos cada vez más, no tiene sentido que algunos de ellos se empeñen en ser diferentes. Pues el gran problema —o virtud, vaya usted a saber— de los gitanos ha sido siempre su resistencia a integrarse. Cuando franceses, alemanes, italianos, españoles, etc., éramos distintos en prácticamente todo, la cosa no resultaba grave. Pero ahora que vamos camino de ser iguales, el «hecho diferencial» gitano toma tintes dramáticos. Quiero decir que el problema gitano no es un problema francés, ni alemán, ni italiano, ni español. Es un problema europeo, al que Europa, Bruselas exactamente, apenas ha prestado atención. Por lo que han tenido que ser los Estados quienes lo hagan. Cada año venían expulsándose de Francia entre 7.000 y 10.000 gitanos, pero sin alardes. Lo nuevo es que ahora se hace por orden gubernamental. Y lo grave, que la mayoría de los franceses lo apoyan, como lo apoyan la mayoría de los alemanes, italianos, españoles y, seguro, que luxemburgueses. Lo que se necesita es una política común europea para integrar a los gitanos. Estoy seguro de que bastantes de ellos lo aceptarían, al significar una casa digna, un trabajo todo lo fijo que hoy puede darse, seguridad social y escuela para sus hijos. Otros, en cambio, preferían seguir su vida errabunda, lindando en muchos casos con la mendicidad y la delincuencia, dominadas por las mafias. Pero ya no podrían decir que la sociedad les excluye. Son ellos los que se excluyen de la sociedad. Una tarea larga, difícil y costosa para ésta. Es mucho más fácil echar mano de la hipocresía.


ABC - Opinión

Marruecos. ¿A qué ser tan amigos de Marruecos?. Por Emilio Campmany

Desde luego, hay que procurar tener buenas relaciones con todo el mundo en la medida en que sea compatible con nuestros intereses o con nuestros principios. Pero ocurre que la amistad con Marruecos se opone a ambos.

Que lo que tenemos en España es una democracia infantil, por no decir infantiloide, lo demuestra el que los españoles no sepamos qué política exterior deseamos. Algunas grandes naciones de Occidente se encuentran a veces frente a encrucijadas que hacen que sus ciudadanos se dividan acerca de cuál es el mejor curso a seguir. Pero lo nuestro no llega ni a eso. Desconocemos cuáles son nuestros intereses nacionales y ni siquiera nos ocupamos de averiguarlo. Creemos guiarnos por principios éticos y morales de general aceptación, como es la defensa de los derechos humanos, la paz y la difusión de la democracia, pero no rechistamos cuando en nuestro nombre se apoya a tiranos que no respetan los derechos humanos, constituyen una amenaza para la paz y desde luego impiden la llegada de la democracia a sus países. Cuando, al fin se abre un debate sobre nuestra implicación en una guerra, la discusión no pasa de si es o no una guerra propiamente dicha.

El asunto de nuestras relaciones con Marruecos es paradigmático. En algún códice celosamente guardado en el Palacio de Santa Cruz puede leerse: "Hay que llevarse bien con Marruecos". ¿Por qué? No lo entiendo. Desde luego, hay que procurar tener buenas relaciones con todo el mundo en la medida en que sea compatible con nuestros intereses o con nuestros principios. Pero ocurre que la amistad con Marruecos se opone a ambos.

Es opuesto a nuestros intereses porque Marruecos es el único país del mundo que reclama abiertamente anexionarse territorios de soberanía española. Ya lo hizo con el Sahara Occidental, que era una colonia, y ahora ambiciona hacer lo mismo con Melilla, Ceuta y Canarias, que son España. Se trata de una aspiración no sólo conocida, sino también pública y confesa. Primordial objetivo de nuestra política exterior debería ser tratar de impedir que se dieran las circunstancias que hicieran posible tal anexión. Para eso, lo mejor es propiciar la inestabilidad del país vecino, pues mientras se mantenga inestable, no podrá aprovechar cualquier crisis que España sufriera, y que por desgracia no es improbable, para intentar lograr sus objetivos.

Pero es que además es opuesto a nuestros principios. Marruecos padece una tiranía donde los partidos políticos son meramente tolerados y en la que la voluntad del sultán es ley. Lo que deberíamos hacer, si es que somos realmente fieles a esos valores con los que nos llenamos la boca y por los que nada hacemos, en Marruecos o en Cuba, es alentar cambios democráticos en el país magrebí. Si Marruecos llegara a ser una democracia, sus ansias anexionistas decrecerían y, al menos mientras lo consigue, no estaría en esos afanes. ¿Qué hace nuestro rey, un rey constitucional, tratando como hermano a un dictador? Hasta que Mohamed VI no sea un rey con sólo poderes representativos, no deberíamos permitir que tratara a nuestro soberano de igual a igual si es que es verdad que la moral y la ética es lo que rige nuestro comportamiento en el exterior.

Insisto. ¿A qué ser tan amigos de Marruecos? Aznar se hizo esta misma pregunta y, no hallando respuesta, decidió que no había por qué, sobre todo a partir del episodio de Perejil, un calculado test con el que el sultán probó a ver cuán flexibles tenía los músculos el del bigote. Luego vino el 11-M y volvimos adonde solíamos, a llevarnos bien con Marruecos por más desaires que desde entonces nos han seguido haciendo. Insisto por última vez, ¿por qué?


Libertad Digital - Opinión

Un español en España. Por Ignacio Camacho

No se puede desaconsejar un viaje de Rajoy a Melilla si ningún ministro ha aparecido allí tras las crisis fronterizas.

EMPIEZA a resultar cansina la sobreactuada indignación de los jerifaltes marroquíes cada vez que una personalidad española visita Ceuta o Melilla, esa enfática actitud de protesta que esta vez, ante el viaje de Rajoy, ha llegado al extremo de considerar una «provocación» el hecho de que un español se desplace libremente por España. Marruecos lleva tiempo arrogándose al respecto una especie de veto de hecho que en la mayoría de los casos ha contado con la aceptación implícita de casi todos nuestros gobiernos y autoridades, presos de un espíritu apaciguador en el que los vecinos olfatean el inconfundible aroma de la pusilanimidad. Zapatero, que puede presumir de haber organizado una visita de los Reyes, ha procurado diluir aquel gesto de firmeza con toda clase de atenciones obsequiosas que sin embargo no han enfriado la presión sino que más bien parecen haber dado lugar a una actitud de arrogancia propia de quien se sabe con la sartén por el mango. La evidente discrepancia entre los dos grandes partidos españoles da alas al sultanato, al que las reclamaciones de soberanía proporcionan de puertas adentro las siempre eficaces coartadas de la agitación nacionalista.

Para convertir esa discrepancia en un consenso imprescindible no basta con pedir a la oposición que se pliegue sin más a la estrategia gubernamental; el consenso se basa en un acuerdo de mutuo acercamiento y en pactos claros cimentados sobre una información compartida. El Gobierno tiene sus razones y sus argumentos pero ha olvidado por completo la sensibilidad de los habitantes de las dos ciudades, españoles a los que mantiene en un aislamiento moral que los convierte en ciudadanos de segunda. No se puede impedir ni desaconsejar un viaje de Rajoy si ningún ministro ha hecho allí acto de presencia —y sí en Rabat— tras las reiteradas situaciones de crisis provocadas por Marruecos, porque en política los vacíos siempre los acaba ocupando alguien si se dejan al albur del vaivén electoralista. Y no habrá modo de disminuir reticencias si los socialistas consideran un gesto de deslealtad ajena lo que deberían estimar un deber propio y si el Gobierno no manifiesta la suficiente contundencia en la defensa del derecho de un líder democrático español a recorrer el territorio nacional en el modo que considere oportuno.

Los síntomas de mala conciencia son signos de debilidad que Marruecos interpreta siempre en beneficio propio. Y así será mientras no comprendamos todos que la delicada situación de Ceuta y Melilla no es un asunto —y un problema— del PSOE ni del PP, sino de España. Y que la discrepancia política es una afortunada consecuencia de la libertad que el régimen alauita no entiende porque jamás la ha permitido.


ABC - Opinión

El provocador. Por Alfonso Ussía

El excelentísimo señor don Abas El Fasi, primer ministro del Reino de Marruecos, ha llamado «provocador» a Mariano Rajoy por visitar Melilla. El señor El Fasi, de cuya esposa a sus pies me pongo, ignora que para un español visitar Melilla o Ceuta es como hacerlo a Sevilla, Bilbao, Barcelona, Santander o Madrid. Cuando Marruecos fue descolonizado por España, Francia y Gran Bretaña creándose el Reino de Marruecos, Melilla y Ceuta eran españolas de siglos y no entraron en el invento ni en el reparto. El provocador es el señor Abas El Fasi, a cuya esposa le reitero mi señorial postura ante sus pies, que considera una falta de respeto lo que no es más que el ejercicio del derecho de cualquier ciudadano de España.

Para protestar, los militantes dirigidos por el Gobierno de Marruecos han instituido «El Día del Enfado». De siempre he sido enemigo de los días dedicados a cualquier cosa. Ya lo he escrito. Somos nueve hermanos –éramos diez–, y nuestra madre nos reunió para comunicarnos que siempre lo sería excepto el «Día de la Madre». Aquello fue un invento comercial e ingenioso de Pepín Fernández, el propietario de «Galerías Preciados», y de Ramón Areces, el genial creador de «El Corte Inglés». Después siguieron los días del Padre, de la Mujer, del Hijo y del «Domund», que era un día convertido en hucha. Y años más tarde, el «Día del Orgullo Gay», tan colorido y vistoso. Pero a nadie se le había ocurrido en España instituir días dedicados a los estados anímicos. El «Día del Enfado» marroquí es el punto de partida. Con Zapatero en el Gobierno, en España podríamos celebrar el Día del Desánimo, de la Decepción, del Cabreo Sordo, de la Indignación, de la Indignidad, y como traca final, el Día del Cachondeo. No es mala idea la del Gobierno de Marruecos.

Para participar en el «Día del Enfado» organizado contra Mariano Rajoy por visitar una ciudad española, hay que garantizar la persistente exposición, durante veinticuatro horas, de un gesto adusto e inamistoso. También se admite el gesto distante, tan difícil de conseguir si no se ha nacido en Inglaterra. No es cuestión de racismo, pero un marroquí no está capacitado para mantener la naturalidad del gesto distante durante un día. Los ingleses nacen con él, y con su gesto se mueren. Y en España lo bordan los gallegos, precisamente, porque es una expresión natural que adoptan los hombres cuando viven entre nieblas y brumas. Es el gesto de orgullo ante la imposibilidad de disfrutar la línea del horizonte. Es gesto propio de marinos y de navegantes, pero no de habitantes fronterizos con Melilla, siempre tan clara y altiva a la vista de todos.

Le deseo de corazón una estancia feliz y aclamada a Mariano Rajoy en nuestra querida Melilla, a pesar del «Día del Enfado», eso tan divertido, que ha organizado don Abas El Fasi, al que envío desde aquí mi expresión más huraña, lo que no impide –España y yo somos así, señora–, que me ponga a los pies de su mujer. Ya me levantarán.


La Razón - Opinión

Socialismo catalán. De la Falange a Companys. Por Cristina Losada

Cuánto se han burlado y cuánto han descalificado a los que "dicen que España se rompe". Ja, ja. Pues tendrán que aparcar el chiste por una temporada, toda vez que ahora es Montilla –su Montilla– quien toca a rebato.

Aun sin haber leído al clásico, hay políticos convencidos de que, como observó Maquiavelo, "los hombres son tan simples y se someten hasta tal punto a las necesidades presentes, que el que engaña encontrará siempre quien se deje engañar". A la búsqueda de esos simples está dedicado, en cuerpo y alma, el socialismo catalán con la premura que imponen la proximidad de las urnas y el descalabro previsto. Así, mientras el favorito Artur Mas se hace acompañar por nutrida escolta de senyeras, el PSC saca a España del trastero a fin de evitar un entierro político en noviembre, mes de difuntos. Montilla, el mismo que ha gobernado con los secesionistas de Esquerra, se confiesa estos días profundamente preocupado por la deriva independentista de Cataluña. Cosas veredes.

Los más viejos de lugar, aquellos cuya memoria supere a la de los peces –que no es de tres segundos, sino de cinco meses– recordarán que el socialismo, en Madrid y en Barcelona, se ha cebado con quienes alertaban de una quiebra del orden constitucional a causa del Estatut y otras aventuras. Cuánto se han burlado y cuánto han descalificado a los que "dicen que España se rompe". Ja, ja. Pues tendrán que aparcar el chiste por una temporada, toda vez que ahora es Montilla –su Montilla– quien toca a rebato. Lo que antes era obsesión de lunáticos centralistas, es hoy el eje de la campaña del PSC. Cuidado, advierte el president, que podemos padecer una "ofensiva" destinada a consumar "la definitiva ruptura emocional y política" con España.

El hombre que tachaba de ofensivo, casposo e innecesario que el Constitucional mentara la "indisoluble unidad de la nación española" en la sentencia sobre el Estatut, ¿erigido en defensor de esa unidad? Increíble, pero cierto. Hay quien barrunta que un PSC desesperado se propone arañar los flancos débiles de la derecha y robarle votos nada menos que a su bête noire, el PP. No resulta excepcional que un partido, tras provocar un conflicto, se presente como el que mejor puede gestionarlo, pero este caso de travestismo político merece entrar en el Guinness. Abarcar el conjunto del espectro político es una fantasía de muchos que sólo unos pocos se atreven a hacer realidad. Entre esos pocos, el PSC, un partido que fabrica discursos para todos los caladeros y tanto corteja a los seguidores de la Falange como a los adoradores de Companys.


Libertad Digital - Opinión

Un viaje histórico

La Reina Isabel II ofreció al Papa una calurosa bienvenida. Ha llegado la hora de superar recelos históricos que no tienen sentido después de tantos siglos.

POR razones históricas y sociológicas, la visita de Benedicto XVI al Reino Unido ofrece perfiles muy complejos. Antes incluso de su llegada a Edimburgo, el Papa tomó la iniciativa abordando con valentía el tema de los abusos sexuales a menores y reconociendo que la Iglesia no siempre ha sido «veloz y vigilante». Ciertos sectores laicistas utilizan estos casos intolerables para lanzar una campaña injusta contra la Iglesia en su conjunto. Frente a este planteamiento radical, Benedicto XVI transmite con rigor la más firme condena de los abusos y la exigencia de una transparencia absoluta, pero también la falsedad que suponen las condenas indiscriminadas contra la institución y contra los sacerdotes en general.

La Reina Isabel II ofreció al Papa una calurosa bienvenida, con un discurso muy positivo sobre la libertad de cultos como parte esencial de la sociedad democrática y sobre la contribución de los católicos al desarrollo social, en favor sobre todo de los más necesitados. Es muy significativa también la coincidencia entre ambas personalidades acerca de los valores religiosos en el mundo actual y del fondo de doctrina común que comparten católicos y anglicanos en el marco de la fe cristiana. Ha llegado la hora de superar recelos históricos que no tienen sentido después de tantos siglos. Así, la bienvenida espontánea al Pontífice de muchos miles de personas y la asistencia multitudinaria a la misa de Glasgow son fiel reflejo de que las gentes de buena fe viven en el presente y miran al futuro sin dejarse arrastrar por viejas querellas. La figura del cardenal Newman, elogiada por el Papa y por la Reina, adquiere de este modo un señalado protagonismo que tendrá su momento culminante con el acto de beatificación de este notable intelectual convertido al catolicismo.


ABC - Editorial

Un viaje no sólo histórico

Cuando esta tarde el Papa de Roma se dirija a los notables británicos en el Palacio de Westminster estará protagonizando un hecho de hondo contenido histórico y simbólico. En ese mismo lugar, hace casi 500 años, el católico Tomás Moro fue condenado a muerte por Enrique VIII, el monarca caprichoso y brutal que causó el cisma con la Iglesia católica. Han tenido que transcurrir cinco siglos para que un Pontífice visite Gran Bretaña en calidad de Jefe de Estado y, por tanto, para que sea recibido por Su Majestad británica y cabeza de la Iglesia anglicana. Es bien cierto que el motivo fundamental de este viaje apostólico de Benedicto XVI no es mirar hacia atrás, pero no cabe duda de que una sociedad tan apegada a sus instituciones y a sus símbolos como la británica, sabe apreciar el mensaje espiritual y moral que encierra este gesto hacia la historia. Ya no se trata de reivindicar supremacías ni de confrontar sensibilidades, sino de avanzar hacia una unidad sustancial de quienes comparten un denominador común. Hay que recordar que ha sido este Papa el que ha dictado una disposición constitucional que permite a los sacerdotes anglicanos incorporarse a la Iglesia católica sin renunciar a ciertas peculiaridades. En este punto, emerge con enorme fuerza testimonial la beatificación del cardenal John Henry Newman, el presbítero anglicano que se convirtió al catolicismo en el siglo XIX, pero cuya influencia intelectual se hizo sentir en el Concilio Vaticano II, además de influir en el joven teólogo Joseph Ratzinger. El prestigio y la autoridad de Newman entre los británicos, al margen de obediencias jerárquicas, sigue intacto y no cabe duda de que en plena época victoriana marcó y sigue marcando hoy el camino espiritual de vuelta a muchos compatriotas. Porque, por encima de otras consideraciones, católicos y anglicanos se enfrentan a los mismos retos, el principal de los cuales es el laicismo radical, que en Reino Unido se alía con el ateísmo más militante y furibundo. El debate actual nada tiene que ver ya con la separación de la Iglesia y el Estado o de lo sagrado y lo profano, que ya fue resuelto y encajado en las sociedades democráticas. La cuestión de hoy es la corriente ideológica, cada vez más poderosa, de expulsar el hecho religioso y la actividad de las confesiones de la esfera pública, como si fueran nocivos para la salud social. De este modo, se cercena la vivencia pública de su fe religiosa al hombre de la calle, al niño que empieza a formarse, a las familias, a los padres, a los ancianos: a los ciudadanos, en suma. El Papa Benedicto XVI, cuyas cualidades intelectuales y analíticas son reconocidas incluso por sus más acérrimos adversarios, está persuadido de que este laicismo excluyente, anclado en el relativismo moral, es uno de los causantes de la grave crisis de valores que padece la sociedad europea. Como alemán que ha vivido en primer plano la evolución del continente tras la Segunda Guerra Mundial, el Santo Padre percibe nítidamente cómo a la vieja Europa se le seca el alma y sus raíces cristianas son sustituidas por otras religiones que avanzan vigorosas. Gran Bretaña padece este mismo mal y ése es el motivo pastoral por excelencia de su histórico viaje.

La Razón - Editorial

Europa zozobra

Sarkozy se enfrenta a Barroso por los gitanos, pero logra el apoyo gremial de los líderes de la Unión.

Las deportaciones de gitanos iniciadas este verano por el Gobierno de Nicolas Sarkozy han generado una crisis en la Unión Europea con escasos precedentes. Francia, un país fundador de la UE y motor, junto a Alemania, de las políticas comunitarias, se encontró ayer merecidamente contra las cuerdas a cuenta de una política que choca con los principios europeos de libre circulación de movimientos y no discriminación racial. Frente a la pasividad con la que Europa asistió hace dos años al censo de gitanos lanzado por Berlusconi en Italia, el populismo de Nicolas Sarkozy encontró ayer una respuesta a la altura por parte de la Comisión Europea, en abierto contraste con el sonrojante apoyo de la mayoría de líderes de la UE reunidos en el Consejo Europeo, que optaron por un diplomático pragmatismo de bajo vuelo.

Contra todo pronóstico, dada su inicial tibieza respecto a este asunto, Barroso le mantuvo el pulso a Sarkozy. Como resultado, la Comisión, guardiana de los Tratados y, por tanto, de los principios fundamentales que cohesionan a la ciudadanía europea, sale moralmente reforzada de este envite. La sintonía demostrada en esta ocasión con el Parlamento Europeo, la primera institución que clamó contra las deportaciones, será un apoyo importante a la hora de tomar, en un par de semanas, la decisión definitiva sobre el procedimiento de infracción contra Francia.


La cara más amarga de la crisis abierta en Europa fue el movimiento táctico y oportunista de la mayoría de los mandatarios que se aprestaron a arropar a Sarkozy. Para ello contaron con la involuntaria colaboración de quien destapó el escándalo, la comisaria de Justicia y Derechos Fundamentales, Viviane Reding, quien comparó las expulsiones con las deportaciones de minorías por los nazis.

Los presidentes y primeros ministros del Consejo no desaprovecharon la oportunidad para desviar la atención de la cuestión fundamental, algo que hizo con especial énfasis Rodríguez Zapatero, sin tener en cuenta que Reding ya había pedido excusas la víspera. Es muy preocupante el espectáculo ofrecido por el español, como el de Angela Merkel, al equiparar el atropello que se está cometiendo contra cientos de gitanos con las declaraciones de la comisaria. Nadie osó criticar, en cambio, el exceso verbal del propio Sarkozy cuando desafió a Luxemburgo (país de la comisaria) a acoger allí a los gitanos. El respeto que reclamó Zapatero debió demandárselo en primer lugar al arrogante autor de esa provocación.

Ya se verá si la solidaridad gremial de los líderes con Sarkozy resulta eficaz. La deportación de gitanos iniciada por París ha generado un nivel de crítica sin precedentes mundialmente, Washington incluido, y ha provocado desencuentros con otros socios europeos, como Austria o Bulgaria. También merece los máximos reproches la connivencia demostrada ayer por un Gobierno como el español, que se dice socialista y atento a la ampliación de los derechos de los ciudadanos.


El País - Editorial

El mal vecino

España no debe preocuparse por llevarse bien ante Marruecos. Debe defender lo nuestro y tener buenas relaciones sólo si eso sirve a nuestros fines.

Portugal no reclama oficialmente Olivenza. Marruecos sí exige que Ceuta y Melilla pasen a formar parte de los dominios del sultán alauita, pese a que tal reclamación tenga aún menos sentido, históricamente hablando, que una hipotética exigencia lusa. De modo que, simplificando bastante la situación, se pueda considerar a Portugal como un buen vecino, con el que nos podemos y debemos llevar bien, y a Marruecos como uno rematadamente malo. Las razones por las que, supuestamente, España debe llevarse bien con el país africano no resultan especialmente comprensibles.

Las naciones –al menos las que siguen considerándose como tales– se comportan en el concierto internacional de acuerdo a sus propios intereses. No cabe duda de que Marruecos así lo hace. Entendiendo que desea la anexión tanto del Sáhara como de las islas y ciudades españolas en África, su comportamiento resulta perfectamente comprensible y profesional. No así, en cambio, el de su contraparte española. Es cierto que Marruecos casi siempre dispone de algún elemento con el que hacernos presión –la pesca, la inmigración, el tráfico de drogas...–, pero el problema es que España casi siempre ha renunciado a hacer lo propio. Excepto en la última legislatura de Aznar, han hecho lo que han querido sin oposición alguna.


De ahí que el PSOE se echara al cuello de Aznar por visitar Melilla, calificando de "deslealtad" que un ex presidente español acudiera a una parte de nuestro territorio. Zapatero y los suyos temieron que Marruecos aumentara. No se han preocupado ni un segundo por crear redes de información en el país vecino, por financiar movimientos democráticos en su interior, por ser fuertes en la UE para poder amenazar con perjudicar el estatus comercial de Marruecos en la Unión. No, lo único que han hecho ha sido plegarse en todo a las exigencias del régimen. Que no quisieran seguirle el juego resultaba, claro, inaceptable. Pero lo único inaceptable ha sido la política del Gobierno de Zapatero hacia Marruecos durante todos estos años.

Aquella reacción no sentó muy bien entre la opinión pública, de ahí que la visita de Rajoy a Melilla –tardía, pero apropiada–, no haya provocado las mismas reacciones. Pero eso, siendo una mejora, no es ni de lejos suficiente. España no puede aceptar que Marruecos considere una "provocación" que el Rajoy acuda a una parte de nuestro territorio, ni que continúe calificando de marroquíes dos ciudades españolas. Debería exigir, por tanto, una rectificación. Y tomar represalias si no la obtiene.

Pero para que una nación se comporte como debe, defendiendo sus intereses, primero debe creerse tal. Y si España ha dado tal carta de naturaleza a sus movimientos secesionistas, ¿cómo va a defender la integridad de su territorio frente a terceros? ¿Qué esfuerzos va a hacer para luchar por unos intereses que no cree comunes? La dictadura marroquí, naturalmente, no tiene esos complejos. Por eso una reclamación tan desquiciada en el fondo ha pasado a ser parte de nuestro día a día político.

España no debe preocuparse por llevarse bien ante Marruecos. Debe defender lo nuestro y tener buenas relaciones sólo si eso sirve a nuestros fines. Es lo que hacemos todos cuando nos toca convivir con un mal vecino.


Libertad Digital - Opinión

Rajoy, en Melilla

Esparcir dudas sobre la «oportunidad» de la visita de Rajoy a Melilla equivale a interiorizar la estrategia de Marruecos sobre la falta de legitimación española de Ceuta y Melilla.

LA reacción del Gobierno marroquí a la visita del líder del Partido Popular, Mariano Rajoy, a la ciudad autónoma de Melilla demuestra que el país vecino sigue instalado en una política de demagogia nacionalista que aprovecha cualquier ocasión para exhibirse. Por supuesto, calificar como «provocación» la presencia de Rajoy en Melilla, como ha hecho el primer ministro marroquí, es una burda intromisión en los asuntos internos españoles. Tan burda que sería incluso risible si no fuera porque, tras los incidentes en la frontera de hace unas semanas, el Gobierno de Rodríguez Zapatero dio por zanjados los problemas con Marruecos. Entonces, el Ejecutivo marroquí acogió con satisfacción la visita de Pérez Rubalcaba a Rabat. Ahora, se atreve a descalificar la que hizo ayer Rajoy a Melilla. Mal ha solventado el Gobierno socialista las tensiones de los últimos meses si, a la primera de cambio, el régimen marroquí vuelve a las andadas con una crítica tan desmedida y absurda como la que ha dirigido contra Rajoy. Es innecesario insistir en el derecho que tiene Rajoy a viajar a Melilla y a cualquier otro punto de España, cuando le venga en gana. Esparcir dudas sobre la «oportunidad» de la visita, error en el que incurrió ayer el ministro de Educación, Ángel Gabilondo, equivale a interiorizar la estrategia de Marruecos sobre la falta de legitimación española de Ceuta y Melilla. Las relaciones con Marruecos no son un problema de oportunidad o de formas. Los convierte en problema la manipulación histórica sobre Ceuta y Melilla desde el lado marroquí para mantener viva una política irredentista.

Por eso, al Gobierno marroquí sólo le satisfacen la sumisión y el silencio ante sus bravuconadas y reivindicaciones territoriales, pero una y otra no son las respuestas que debe dar el Ejecutivo español. Tampoco serían pertinentes reacciones diplomáticas desproporcionadas, porque como bien dijo ayer Rajoy, eludiendo la polémica con la que quería entramparlo el gobierno marroquí, es más lo que une a ambos países que lo que los separa. Y es cierto que la buena relación con Marruecos es estratégica para España por razones económicas y de seguridad, pero no debe convertirse en una especie de chantaje que fuerce al Ejecutivo español a callar o fingir ante los desplantes de nuestro vecino para no perjudicar la lucha contra el terrorismo, el narcotráfico o la inmigración ilegal. Desde el momento en que el ministro del Interior viajó a Rabat tras los incidentes en la valla de Melilla, el Ejecutivo español dio a Marruecos la condición de víctima que su Gobierno quería. Ahora, con Rajoy ha impostado una nueva ofensa que no ha sido suficientemente desautorizada por el Gobierno español.

ABC - Editorial