viernes, 24 de septiembre de 2010

¿Bueno para España? Por José María Carrascal

El acuerdo alcanzado salva a ambos. Zapatero agotará la legislatura y el PNV vuelve a adquirir protagonismo.

ESTABA cantado. Que PNV y Zapatero iban a entenderse era tan seguro como que el sol saldrá mañana. Para ambos era de vida o muerte. Sin los seis votos del PNV, Zapatero no podría pasar los presupuestos de 2011, y tendría que convocar elecciones. Si el PP las ganara, como mucho apunta, el PNV tendría que despedirse del poder por mucho tiempo en Euskadi. El acuerdo alcanzado salva a ambos. Zapatero podrá agotar la legislatura y el PNV vuelve a adquirir protagonismo en su tierra. Es, desde luego, el más favorecido en el canje. Los 472 millones de euros obtenidos casi duplica lo ofrecido por el Gobierno inicialmente y las transferencias de las políticas de empleo, con las bonificaciones de las cuotas empresariales según la norma del Cupo vasco y no según la usada con las demás autonomías, permite al PNV presentarse como el partido que más obtiene de Madrid, incluso cuando no gobierna su comunidad. Algo con impacto, tanto entre el ciudadano de la calle como entre el siempre importante empresariado vasco.

El gran perdedor en este trueque ha sido Patxi López y su gobierno apoyado por el PPV, que, para mayor inri, han tenido que aplaudirlo, para no ser tachados de antivascos. Pero ha tenido que ser muy triste para ellos ver cómo los rivales políticos que intentan desalojarles del poder reciben del Gobierno central lo que a ellos no les había dado. Con lo que el único éxito de la legislatura Zapatero, el inicio de una nueva era en el País Vasco fundada en la libertad, la igualdad y la justicia, peligra. ¿Acabará también? Sólo el futuro podrá decírnoslo, pero una vez más ha quedado demostrado que, para continuar en el poder, Zapatero, es capaz de vender a todo el mundo, incluido su propio partido. Pues el acuerdo que ha suscrito puede ser bueno para él, para el PNV y para los vascos, pero difícilmente lo sea para España. Y eso sin saber si rompe la caja común de la Seguridad Social, como muchos temen.

Por otra parte, ¡qué gran ocasión ha desperdiciado el PP! Sabiendo que los presupuestos iban a pasar de un modo u otro, ¿por qué no tuvo el gesto de decir al presidente: «Aquí tiene seis de nuestros votos, para que no tenga que pagar el exorbitante precio que le piden los nacionalistas vascos. Y se los ofrecemos gratis, sin pedir nada a cambio. Es más, sabiendo que esos presupuestos que ha presentado, como los anteriores, no van a servir para nada. Pero siempre será mejor que el indigno trato que está a punto de consumar. Nosotros pensamos antes en el bien de España que en el de nuestro partido, porque, a la postre, es el mismo».

Sería interesente saber la respuesta de Zapatero a esa oferta. Por desgracia, nos quedaremos sin conocerla.


ABC - Opinión

Rodríguez Zapatero se amarra al sillón y descoloca al PP. Por Antonio Casado

Si Aznar acabó con la mili obligatoria y los gobernadores civiles –dos iconos de la unidad de las tierras y los hombres de España- para tocar poder con el apoyo de los nacionalistas, ¿qué tiene de particular que haga lo mismo Zapatero para mantenerse en Moncloa por cuenta de las llamadas políticas activas de empleo? Al fin y al cabo se trata de una competencia ya transferida a otras Comunidades. Si en otras partes la Administración Autonómica ya hace en nombre del Estado la tarea de buscar salidas laborales a los parados, especialmente a los de más difícil reinserción en el mercado de trabajo, y el Estado corre con el gasto, ¿por qué iba a ser distinto en el caso del País Vasco?

No ha caído ningún icono de la unidad nacional. Nadie se ha puesto de rodillas para que los nacionalistas vascos del PNV se impliquen en la labor de rescatar a colectivos tan castigados por el desempleo como jóvenes, minusválidos, parados de larga duración o de difícil reinserción, etc., mediante la formación profesional, la intermediación o la inspección. Se han implicado y eso es lo importante.


Así lo ha visto el lehendakari, Patxi López. Muy hábil su reacción política. Lejos de sentirse ignorado por sus compañeros del Gobierno Central, aplaude el compromiso del PNV con el modelo de autogobierno diseñado en la Constitución. Es como darle la bienvenida a la vía estatutaria después de la aventura soberanista almacenada en nuestra memoria reciente con el nombre de Plan Ibarretxe.

Sin embargo, todo el mundo sabe que la verdadera lectura política del acuerdo es el pacto presupuestario que, con el PNV de costalero, garantiza la permanencia de Zapatero en el poder, al menos por un año más, lo cual ha provocado un visible ataque de contrariedad en el PP. Ayer se descolocó hablando de chantaje, deslealtad y nuevo engaño a los españoles

No tiene sentido impugnar con palabras mayores un acuerdo cuya única novedad ha sido la diferencia de valoración de la dichosa transferencia, que se ha encarecido respecto a los cálculos que previamente habían hecho conjuntamente el Gobierno central de Zapatero y el autonómico de Patxi López porque entonces se aparcó el coste de las bonificaciones empresariales en las cuotas a la Seguridad Social. Ahora se han incluido. Eso es lo nuevo: 145 millones de euros más, que el Gobierno vasco debe reponer en la caja de la Seguridad Social (caja que es y seguirá siendo única). Que se haga directamente o vía Cupo es un tema menor. Y desde luego no justifica en absoluto la acusación formulada ayer por el PP, a través de su portavoz parlamentaria, Soraya Sáenz de Santamaría.

La llamada caja única no se rompe porque el acuerdo no le afecta. Al menos en los números. Lo que por un lado deja de cotizar el empresario en forma de bonificaciones del Estado, el Estado lo repone por otro. Las autonomías también son Estado. Así que no hay merma de ingresos ni gastos nuevos derivados del acuerdo.


El Confidencial - Opinión

A dentelladas con la caja única. Por Fernando Fernández

El pacto entre Zapatero y Urkullu ha roto uno de los consensos que mantenían la unidad de España.

LA caja única de la Seguridad Social es un símbolo, un ente virtual. Las cuotas que pagan empresarios y trabajadores no llevan un sello especial, un distintivo rojo con las palabras «No Tocar». Se ingresan en una cuenta de la Seguridad Social que tiene múltiples vasos comunicantes con la cuenta general del Tesoro. De hecho, se hacen regularmente anticipos para cubrir déficits de tesorería. De esas cuotas no solo se pagan las pensiones contributivas, sino el seguro de desempleo, la formación profesional, los complementos de garantía salarial. Tanto se ha querido aislar el devenir de estos gastos de las políticas presupuestarias coyunturales que cuando un gobierno decreta bonificaciones a las cuotas para fomentar el empleo de determinados colectivos de trabajadores o de determinadas actividades económicas, se hace una transferencia desde la cuentas del Tesoro. Para garantizar la autonomía financiera de la Seguridad Social. La caja única se ha convertido en un símbolo de la unidad nacional, de la igualdad de todos los españoles ante la ley. Por eso los gobiernos democráticos se habían negado a tocarla, a transferirla en todo o en parte, a pesar de que es cierto que el Estatuto de Guernica lo contempla. La inspección de Trabajo tampoco se había tocado nunca, porque en la aplicación de criterios homogéneos, en la garantía de un plan directivo nacional, se entendía por sindicatos y empresarios que radicaba la unidad del mercado de trabajo. Los agentes sociales saben que la proximidad de la Administración al administrado no es siempre garantía de un mejor servicio, sino frecuentemente, como en la inspección tributaria o en la política de suelo, una fuente de clientelismo y politización.

El acuerdo alcanzado entre Zapatero y Urkullu ha acabado con ese mito, ha roto uno de los escasos consensos que mantenían la unidad de la España democrática. Y como tal símbolo roto hay que tomarlo. Estoy seguro que habrán encontrado un texto alambicado y farragoso que sea presuntamente escrupuloso con la legalidad, como también que será impugnado y tendremos un nuevo motivo de polémica constitucional. Soy consciente de que la idea de solidaridad nacional había sido erosionada mucho antes, desde que se aceptó que las comunidades pagaran pensiones complementarias siempre que no se le llamaran pensiones, o se le puso límite cuantitativo y temporal a la solidaridad en el nuevo Estatuto de Cataluña. Sé también que en el cálculo concreto de lo que no es más que una previsión presupuestaria, el régimen de concierto juega siempre a favor de los vascos porque se ha incorporado al cupo y por lo tanto se quedarán con esos 472 millones de euros pase lo que pase. Se ha abierto la veda para que un parado vasco cobre más que uno de Asturias o de Murcia. Ha caído un símbolo y empieza la cuenta atrás. Poco tardarán catalanes, andaluces y valencianos en demandar lo mismo. A fin de cuentas también lo tienen reconocido en sus estatutos. Tendremos oportunidad de ver la coherencia del Partido Popular. España no se rompe por movimientos telúricos, ni invasiones foráneas, sino por estas pequeñas cosas. Son estas decisiones menores, administrativas, innecesarias e interesadas las que van erosionando la idea de unidad nacional. Esas decisiones que llevan a que lo menos importante de unos presupuestos sean las cifras mismas. España se rompe porque algunos partidos nacionales han dejado de creer en ella, en el español como sujeto de iguales derechos y obligaciones, y la han sustituido por un concepto discutido y discutible, sujeto de negociación partidista.

ABC - Opinión

PSOE. A garrotazos. Por Emilio Campmany

Es natural que entre ellos se tiren boñigas unos a otros como hacen con los populares porque es lo que ellos saben hacer para atacar y defenderse. Está en su naturaleza, da igual que sea con extraños que con compadres.

Hay que ver el espectáculo que está dando el PSOE. Ya ocurrió algo parecido en aquella única ocasión en la que los socialistas eligieron a su secretario general a través de unas primarias. Como ganó Borrell en contra de la voluntad del aparato, le sacaron todos los muertos del armario y los exhibieron en las páginas de El País (dónde si no). Con esta sutil maniobra lograron que se encaramara a la secretaría general el que la cúpula quería, Joaquín Almunia, responsable de la única mayoría absoluta que la derecha ha logrado obtener desde que llegó la democracia.

Después de aquello, ya no se atrevieron a hacer lo mismo y a Zapatero lo eligieron en un Congreso donde las bases carecieron de voz y voto. Ahora, con ocasión de las elecciones municipales y autonómicas, la necesidad de apear a Tomás Gómez de sus trece les ha obligado a limpiar de telarañas a las primarias. Y el hedor ha vuelto a liberarse.

Esta forma democrática de elegir candidatos debería ser premiada por el electorado, pero en España los electores suelen castigar a quien tolera que las disidencias afloren a la superficie y les gusta premiar a quien acierta a impedir que los trapos sucios salgan del vestuario sin lavar. Yo creía que esta era una prueba más de la escasa madurez democrática del pueblo español, pero, quia, me he convencido de que no, de que lo que castigan los electores son los espectáculos que suelen darse cuando se permite a los disidentes disentir.


Y es que en el PSOE están tan acostumbrados a las artimañas y las tretas, de las que con tanta profusión se socorren cuando se enfrentan al PP, que si les toca debatir internamente son incapaces de contenerse. Es natural que entre ellos se tiren boñigas unos a otros como hacen con los populares porque es lo que ellos saben hacer para atacar y defenderse. Está en su naturaleza, da igual que sea con extraños que con compadres.

Vean si no dos ejemplos tan sólo de las noticias de este miércoles. A Antoni Asunción le anulan 320 avales de los 3.246 que presentó de manera que no alcanza los 3.201 necesarios para presentarse a las elecciones primarias en la Comunidad Valenciana. En Madrid, la Comisión de Garantías Electorales ha anulado a Trinidad Jiménez 706 de los 6.402 avales presentados. Una de dos, o los candidatos son unos marrulleros que se hacen avalar por militantes inexistentes o las comisiones de garantías deberían pasar a llamarse "de Tropelías". Y no es descartable que ambas circunstancias se den a la vez. Sólo una cosa tienen en común todos, que son socialistas, una cualidad que debiera de bastar para explicar lo que ocurre.

A la vista de todo ello, podría decirse que en el PP tienen el buen gusto de no darse a las primarias y permitir que sea el jefe quien decida. Claro, que eso será cuando diga lo que quiere, que en Valencia y en Asturias todavía lo están esperando. Trata Rajoy como siempre de que el tiempo le ahorre tener que decidir y que de una manera o de otra todo le venga hecho. Desde luego, siempre es preferible que los militantes elijan, pero si es para pelearse a bastonazos, quizá valga más que lo haga el de arriba. Aunque claro, a base de negarse a hacerlo, van a terminar volando los cuchillos en Génova como lo hacen en Ferraz las boñigas. Como ven, todo muy edificante.


Libertad Digital - Opinión

El síndrome de Barrabás. Por M. Martín Ferrand

El presidente prefiere el gozo sindical que la prosperidad de ciento y pico mil contribuyentes.

JOSÉ Luis Rodríguez Zapatero, el presidente que se contradice a sí mismo, ha alcanzado tal maestría en las mañas de la fuga y el escapismo que ya supera al Gran Houdini y convierte en espectáculo cada una de sus apariciones públicas. Ahora se dispone a abrir una vestecha —que es como le llaman en León a los tragaluces— para que puedan salir por el tejado del Presupuesto los malos humores que acumulan los sindicatos y, solo por halagarles y en alarde de progresismo de salón, les subirá la tarifa del IRPF a los contribuyentes con rentas superiores a los 120.000 euros. El truco, diseñado por la primorosa Elena Salgado, supondrá un incremento en la recaudación por este capítulo, uno más del amplio muestrario fiscal, de poco más de 120 millones de euros. Mucho precio para provocar la alegría de un sindicalismo caducado y poca chicha para equilibrar un Presupuesto recortado por los acontecimientos y afectado por un déficit insensato que compromete nuestra situación en el seno de la Unión Europea.

Zapatero es víctima de lo que muchos conocen como síndrome de Barrabás en recuerdo de la peripecia que, según el Evangelio de San Marcos, llevó al pueblo judío, ante la propuesta de Poncio Pilatos, a elegir la libertad de un delincuente, Barrabás, a la de Jesús. El presidente prefiere el gozo sindical, el de los mismos que le castigarán el próximo 29-S, que la prosperidad de ciento y pico mil contribuyentes de los que, por su capacidad económica, se ejercitan en el consumo y animan la industria y el comercio. Tendría que hacérselo mirar, en lo que afecta a su proyección política, por un economista solvente y, en lo que se refiere a sus deberes de militancia, por un psicoterapeuta argentino.

Cada cual es muy dueño de elegir lo que se le antoje. En eso reside la libertad. Pero, eso de elegir es algo que, por falta de perspectiva histórica en las costumbres, los españoles hacemos de manera pintoresca. Según un estudio de Sigma Dos para Telecinco (3.200 entrevistas) si Belén Esteban se presentara a las elecciones sacaría un 7,9 por ciento de los votos, más que IU, y se convertiría en la tercera fuerza política del Estado. En el supuesto que ante la insólita pregunta, no se haya desbordado la capacidad de pitorreo de los encuestados, también luce ahí la sombra de Barrabás. Suele decirse, en exceso de fervor democrático, que el pueblo nunca se equivoca, pero no es de ese modo. En democracia los errores del pueblo, si son mayoritarios, hacen la Ley. De ahí el triunfo de Zapatero y Esteban. Por eso la democracia no es buena en sí misma, sino mejor que cualquiera de sus opciones alternativas.


ABC - Opinión

Mangalofo. Por Alfonso Ussía

El genio de Luis Sánchez Polack se inventó un idioma, el mangalofo, que hablaba con fluidez con sus amigos camareros de su bar valenciano, sito en el callejón de Mosén Femades. Cuando conversaban en mangalofo ante clientes no habituales, las expresiones de éstos merecían no un poema, sino todo un poemario. Porque entre Tip y sus amigos se entendían a la perfección y los no iniciados en los secretos del mangalofo no cogían una. Al cabo del tiempo, y siempre desde la melancolía que procura la ausencia de Tip, he llegado a la conclusión de que Zapatero es la única persona capaz de inventar otro idioma. No un idioma cimentado en el ingenio y la transgresión, sino en una solemne necedad. Zapatero habla el español, y no se sabe lo que dice. Mueve los brazos, arquea las cejas, solicita con la mirada el asentimiento de sus pelotas, y no hay cristiano que le entienda. Quizá por ello se ha sacado de la manga la gamberrada esa de la Alianza de Civilizaciones. Si no hay cristiano que lo entienda, siempre habrá algún islamista dispuesto a hacer un esfuerzo entre una lapidación y la siguiente.

El último pensamiento de Zapatero, emitido por su propia voz, no tiene desperdicio: «Da lo mismo subir o bajar impuestos, y lo mismo es progresista una cosa que la contraria». Todavía, tres horas después de haberlo leído, no he conseguido reponerme. Estoy de acuerdo con el segundo tramo de la oración: «Es lo mismo de progresista una cosa que la contraria». Nadie sabe en qué consiste el progresismo de los socialistas, y por ello el pensamiento encaja perfectamente en la oquedad del mensaje. Ser progresista es lo mismo, intelectual e ideológicamente, que ser un ornitorrinco. Pero la idea sustancial de la frase no puede dejarse pasar por alto. «Da lo mismo subir o bajar impuestos». Eso no. El cinismo no puede ser tan cutre, porque deja de serlo para convertirse en una chulería de barra de bar en León.

Todo para justificar el aumento del IRPF a las rentas superiores a 120.000 euros. En España se castiga al que trabaja y triunfa. Moderadamente, porque los triunfadores que cobran 120.000 euros al año, en otras sociedades son apenas triunfadorcitos. Subir los impuestos equivale a reconocer una mala administración del dinero público. Subir los impuestos equivale a reconocer una grave incompetencia gubernativa y administrativa. Subir los impuestos para mantener el derroche del dinero de todos es consecuencia del desbarajuste y la improvisación. Bajar los impuestos equivale a demostrar una buena administración, o lo que es igual, la honestidad en el uso de las arcas del Estado. Anima a los contribuyentes y se crean puestos de trabajo. No da lo mismo ser honrado que largo de mano. Subir y bajar son acciones adversas y contrarias. No da lo mismo subir al quinto piso que bajar al sótano, que es donde nos hallamos. No es igual ser el atracado que el atracador. Zapatero, que está perdido, habla un mangalofo sin gracia, sin talento y sin nada. Un mangalofo como él mismo, que eso sí que da lo mismo.


La Razón - Opinión

Especuladores. El viaje imposible de ZP. Por Cristina Losada

Los suyos han empezado a desertar y más pronto que tarde se pondrán a buscar al nuevo mesías de la izquierda auténtica. Y de los adversarios que él convirtió en enemigos, de aquellos contra los que ha gobernado, nada quiere y nada puede esperar.

Cuando Josep Pla visitó Nueva York se quedó maravillado ante los rascacielos, las luces y el bullicio de las calles y enseguida se interesó por la cuestión esencial. Preguntó: ¿Y quién paga todo esto? Hace unos días, en aquella ciudad, Zapatero se reunió con los que "pagan todo esto". Y con "esto" no me refiero a los fastos neoyorquinos, sino a los fastos zapaterinos. Quienes han financiado los dispendios del Gobierno, fuesen cheques-bebé, rentas de emancipación o subvenciones a socios y amigos son, junto al sufrido contribuyente, los señores que la prensa denomina "tiburones de Wall Street". Sin la aportación de esos caballeros que el socialismo tachaba de especuladores codiciosos y ahora trata como a honrados inversores, la gran fiesta non stop de ZP se hubiera quedado en un modesto guateque.

El buen juicio de Pla tiene, sin embargo, poco arraigo en nuestra izquierda, instalada en la noción de que todo sale gratis. La economía de mercado le resulta un arcano indescifrable y, en cualquier caso, es anatema, aunque no por eso renuncie a sus beneficios. Nadie quiere mudarse a Corea del Norte, pongamos. El intento de Zapatero por convencer a Soros y demás chupasangres de que su mini ajuste va en serio, se percibe ahí como una intolerable humillación de la democracia ante los mercados, que en su cosmovisión figuran como conceptos antitéticos. Medios afectos al presidente le reprochan su transformación, certifican el fin del ZP de sus amores y auguran su próxima derrota. A un paso están de denunciar que se ha hecho ¡de derechas!

Bien empleado le está. Zapatero izó el estandarte ideológico como primordial reclamo, radicalizó las diferencias y polarizó a la sociedad. Ganó por dos ocasiones con tal estrategia y la esperanza en una huida permanente de la realidad. Y ésta se ha tomado su revancha. Cuando forzado por la magnitud de la debacle ha debido adaptar parte de su política a lo real, se encuentra sin compañeros de viaje. Los suyos han empezado a desertar y más pronto que tarde se pondrán a buscar al nuevo mesías de la izquierda auténtica. Y de los adversarios que él convirtió en enemigos, de aquellos contra los que ha gobernado, nada quiere y nada puede esperar. Así, el Zapatero de antes hace imposible la travesía que pretende el actual. Le toca pagar.


Libertad Digital - Opinión

El diablo y las encuestas. Por Ignacio Camacho

El mago de las encuestas, que son la droga de los políticos, ha permitido que en Madrid le cargue una el diablo.

LAS encuestas son la droga de los políticos, que viven colgados de la demoscopia. Gastan cantidades insondables en estudios de opinión pública sin aceptar que a veces la gente simplemente miente en ellos o se perfila del modo que considera más socialmente correcto; algunos dirigentes incluso se confunden a sí mismos al mandar incluir en los sondeos preguntas con respuesta inducida, lo que equivale a hacer trampas en un solitario. La política contemporánea ha renunciado al liderazgo de las ideas para dejarse guiar por las técnicas de mercado; en vez de persuadir a los votantes, la dirigencia les pregunta qué quieren y con las respuestas conforma programas según demanda que luego trata de presentar como ideológicos. A veces rompen el espejo como la madrastra de Blancanieves, que es lo que acaba de hacer la vicepresidenta De la Vega con la directora del CIS. Nada nuevo: la Historia está llena de mensajeros liquidados por portar malas noticias y los romanos decapitaban a los augures pesimistas. Pero tampoco siempre ocurre así; de hecho en España hay sociólogos que se han hecho millonarios a base de equivocarse en los pronósticos.

Al pueblo le divierte que las encuestas patinen: es como si engañara a través de ellas a los que se pasan la vida engañándolo con la gobernanza. Hay fallos pintorescos. Javier Arenas convenció a Aznar de que Adolfo Suárez Illana era el candidato ideal para derrotar a Bono en La Mancha con varios sondeos que certificaban su victoria. Se llevó un revolcón histórico porque los consultados creían que les estaban preguntando por su padre, el audaz arquitecto de la Transición ahora perdido en la trágica bruma del Alzheimer. Chirac adelantó unas legislativas confiado en el vaticinio del éxito y acabó con el socialista Jospin encaramado en sus presidenciales faltriqueras. La demoscopia es una ciencia, pero no exacta; si lo fuese no sería necesario celebrar elecciones. Lo que sí resulta es una ciencia muy cara.

A Zapatero le va a salir carísimo el sondeo que Blanco encargó para promover a Trinidad Jiménez como rival madrileña de Esperanza Aguirre. Preguntaron a muchos ciudadanos pero se les olvidó pedir opinión a la militancia del partido; creían que el tal Tomás Gómez era pan comido y que se derretiría con una llamada de Moncloa, y le prepararon un pucherazo demoscópico. Pero Gómez se ha rebelado subiéndose a las barbas de la hegemonía interna y va a ser el primer político que derrote al presidente; si gana, como parece –a Trini le ayudan poco algunos padrinos aficionados a los tejemanejes--, saldrá proyectado de las primarias y se convertirá en un adversario temible para Aguirre… y acaso para el propio Zapatero, que ya piensa en disimular el error vendiéndolo como una alambicada maniobra estratégica. El mago de las encuestas ha dejado que le cargue una el diablo.


ABC - Opinión

Sintonía Gobierno-sindicatos

Con gran entusiasmo y abuso de superlativos, el ministro de Fomento anunció ayer el acuerdo con los sindicatos sobre los servicios mínimos que deben regir el día de la huelga general, el próximo miércoles día 29. «Es un acuerdo histórico», proclamó José Blanco para subrayar que nunca antes se había logrado; igual satisfación mostraron los dirigentes sindicales, hasta el punto de que lo han puesto como ejemplo a seguir en futuras huelgas. Sin embargo, detrás de tanto parabién se percibe una estrategia política, diseñada por negociadores ideológicamente afines, para utilizar el acuerdo como arma arrojadiza contra los gobiernos autonómicos del PP. Así se ha comprobado claramente en Madrid, donde los sindicatos no han demostrado interés en consensuar nada. Muy al contrario, su actitud ha sido de confrontación y beligerancia, nada que ver con el tono conciliador empleado con el ministro de Fomento. Tensiones parecidas se han registrado en otras comunidades gobernadas por el PP, como Galicia y Castilla y León; en Valencia, el consenso ha sido precedido por descalificaciones de grueso calibre. Por el contrario, en Andalucía y Cataluña los sindicatos han sido una balsa de aceite. No parece que estos alineamientos y desencuentros carezcan de intención política. La prueba es que los servicios mínimos pactados por los sindicatos con Blanco son prácticamente los mismos que fijó Álvarez Cascos, ministro de Fomento de Aznar, para la huelga de 2002. ¿Por qué en aquel entonces los dirigentes sindicales recurrieron ante el Tribunal Supremo los servicios mínimos fijados por Cascos y ahora los presentan como un hito histórico? Sería de ingenuos esperar que el actual sindicalismo español, lastrado por los prejuicios ideológicos, tratara de igual modo a un Gobierno de izquierdas que a otro de derechas. Por encima de su actual distanciamiento, la sintonía política de CC OO y UGT con el PSOE está a salvo y es la que ha permitido al ministro de Fomento presentarse ante la opinión pública como el campeón de los pactos, cuando en realidad el verdadero pacto es muy otro: no hacerse daño entre ellos y desviar toda la agresividad política hacia el PP y sus gobiernos regionales, empezando por el más significativo: el de Esperanza Aguirre. Por lo demás, la cuestión central de los servicios mínimos no es tanto el porcentaje que se ha fijado para cada uno de ellos, pues siempre serán discutibles, cuanto su estricto cumplimiento. De nada sirve, por ejemplo, que se establezcan en un 20% los transportes de cercanías, si luego los piquetes los boicotean en las horas punta y siembran el caos para impedir que los viajeros lleguen a su puesto de trabajo. En este punto, el Gobierno debe actuar con el mismo celo y entusiasmo exhibido con los sindicatos para garantizar el derecho al trabajo de cuantos, en uso de su libertad, decidan no secundar la huelga y llevar a cabo su jornada laboral con normalidad. Tanto derecho tienen los sindicatos a parar como los trabajadores a trabajar. Si el Gobierno no pusiera los medios necesarios para hacer cumplir los servicios mínimos y para proteger a los obreros de piquetes y coacciones significaría que el «acuerdo histórico» del que se ufana Blanco incluye cláusulas secretas nada democráticas.

La Razón - Editorial

Blanco, el piquetero número uno

Si ayer fue un duro patrón, hoy es el primero y más eficaz de los piqueteros, pues este acuerdo obligará a muchos trabajadores a convertirse en huelguistas involuntarios. Y en ambos casos porque le convenía al PSOE.

Los ciudadanos se enfrentan el próximo miércoles 29 de septiembre a un duro dilema. Casi todos tenemos en mente un buen número de nombres como responsables de la dura crisis en la que estamos inmersos; una lista que encabeza José Luis Rodríguez Zapatero y en la que destacan en un lugar prominente los sindicatos de clase, CCOO y UGT, que llevan literalmente comiendo de su mano durante toda la legislatura. Ante la convocatoria de huelga, parece que haya que elegir entre Satanás y Belcebú: si se hace, se está con los sindicatos; si no, con Zapatero.

Pese a las apariencias, éste es un falso dilema que está dejando claro el comportamiento tanto de unos como de otros. Los sindicatos se juegan mucho y tienen que hacer un difícil equilibrio. No quieren dañar al Gobierno que tanto ha hecho por ellos, pero deben hacer algo si no quieren caer aún más en el descrédito. Pusieron la excusa de que el Gobierno tomaba medidas sociales para no hacer nada frente a la sangría del empleo, así que cuando Bruselas obligó a Zapatero a aparentar que tomaba medidas no les quedó otra que hacer el paripé. De modo que van a la huelga –eso sí, meses después de que Zapatero anunciara sus reformas de chichinabo–, se movilizan, pero criticando lo mínimo posible al Gobierno. Lo demuestran, más allá de toda duda razonable, los ya famosos vídeos de UGT y Chiquilicuatre.


Por su parte, al PSOE no le interesa perder a un aliado que tan fiel se ha mostrado a su billetera y su ideología trasnochada, al que necesita tanto en el Gobierno como en la oposición para desplegar su demagogia izquierdista. Mientras pueda venderse la huelga como una protesta contra la crisis, como están haciendo los sindicatos, bien está. Al fin y al cabo, como demostró Aznar en 2002, las huelgas no se ganan o se pierden sólo en las cifras de participación, sino sobre todo en lo que hacen sus actores principales después de la misma. De ahí las alabanzas de Pajín a los liberados, el "respeto profundo" de Zapatero a la movilización y, en último término, los ridículamente bajos servicios mínimos pactados por Blanco.

La razón por la que nunca habían podido pactarse servicios mínimos en anteriores huelgas generales es porque los sindicatos siempre consideran su derecho a la huelga mucho más importante que el derecho del resto de los ciudadanos a contar con unos servicios públicos esenciales. Especialmente en el transporte porque, como se demostró en Madrid este verano, para paralizar una gran ciudad basta con impedir que circulen trenes y autobuses. Y si no se puede llegar al trabajo, no se trabaja. De ahí que los gobiernos, que es contra quienes se habían organizado las huelgas generales hasta ahora, hayan querido siempre que se mantuvieran unos mínimos suficientes para que la huelga tuviera una oportunidad para fracasar.

En este caso, los mínimos pactados por Blanco son ridículamente bajos. En una huelga que la mayor parte de la ciudadanía no parece dispuesta a seguir no es razonable que circule menos de un tercio de los trenes. El mismo ministro que se mostró firme frente a los controladores, y al que alabamos por ello en su momento, ha optado por mostrarse pusilánime esta vez. Lo cierto es que en ninguna de las dos ocasiones sus decisiones se han basado en la responsabilidad, sino en un mero cálculo político. Si ayer fue un duro patrón, hoy es el primero y más eficaz de los piqueteros, pues este acuerdo obligará a muchos trabajadores a convertirse en huelguistas involuntarios. Y en ambos casos porque le convenía al PSOE. Pese a las apariencias, sigue siendo tan mal ministro como buen apparatchik.


Libertad Digital - Opinión

El precio del poder

Otra vez la obsesión por mantenerse en el Gobierno ha llevado a Rodríguez Zapatero a cuartear principios hasta ahora «sagrados».

A falta de conocer la letra pequeña del pacto entre el PNV y el Gobierno, parece evidente que Rodríguez Zapatero ha traspasado peligrosamente una de las líneas rojas celosamente preservadas por todos y cada uno de los gobiernos anteriores: la del sistema de la Seguridad Social, entendido como instrumento de solidaridad entre españoles. No solo ha asestado un duro golpe a la unidad de mercado, sino agrietado el principio de igualdad. Cierto es, como decía ayer ufanamente el portavoz socialista en el Congreso, José Antonio Alonso, que de la Seguridad Social no saldrá un solo euro. Pero el problema está en que lo que antes se recaudaba desde el País Vasco por la vía de las cotizaciones destinadas al fomento de planes activos de empleo, y que iba a la Tesorería de la Seguridad Social, ya no entrará en la caja única del sistema. Otorgar al País Vasco las políticas de empleo —formación, orientación y colocación de desempleados— no es el problema, sino la transferencia de las bonificaciones a la contratación laboral en detrimento de otras Comunidades. El Gobierno no tendrá razón política ni técnica para no ceder la misma potestad a las autonomías que la reclaman, ni autoridad moral para reprochar al PP las impugnaciones que ha anunciado. Otra vez, la obsesión por el poder ha llevado a Zapatero a cuartear principios hasta ahora «sagrados». Aunque Patxi López haya felicitado al presidente del PNV «por comprometerse con España», el lendakari sabe que el acuerdo alcanzado por los nacionalistas y Rodríguez Zapatero es un agujero en los cimientos de su Gobierno. Zapatero ha dado al PNV dos argumentos poderosos contra sus compañeros del PSE. Uno es puramente electoral, porque los nacionalistas podrán exhibir ante los electores vascos en los comicios municipales una transferencia nueva de gran repercusión social. El segundo es político y de mayor calado, porque a Urkullu nadie le podrá negar que ha conseguido de Zapatero lo que este negó a Patxi López; y traducido al lenguaje populista del nacionalismo, significa que el PNV, aun en la oposición, negocia mejor con Madrid que los socialistas, aunque estén en el poder autonómico. Sin embargo, el precio del pacto con el PNV no se conoce en su integridad. La primera fase es un paquete de políticas activas de empleo y, además, la competencia para modificar las bonificaciones a la contratación. La segunda se verá a partir de las municipales y forales de 2011.

ABC - Editorial