lunes, 27 de septiembre de 2010

Rajoy. Ideología y huelga general. Por Agapito Maestre

Rajoy está perdiendo, a pesar de que las encuestas le den ganador. Más aún, Rajoy no es nadie en términos ideológicos; ni siquiera ha sido capaz de crear un relato plausible sobre el último teatrillo del Gobierno con los sindicatos.

La izquierda política española está contenta con Rajoy. Triunfa frente a todo pronóstico. Quizá en el futuro Rajoy gane las elecciones, pero, de momento, Zapatero ya ha ganado un año más en el poder. Sacará adelante la Ley de Presupuestos Generales del Estado y, sobre todo, culminará su proyecto de destrucción de la nación española con un nuevo Estatuto para el País Vasco. El Estado plurinacional y caótico de los socialistas va adelante. Zapatero posiblemente acabará largándose, pero el zapaterismo es irreversible. En otras palabras, puede que el PP gane las próximas elecciones generales, pero, hoy por hoy, Zapatero no tiene rival.

Rajoy está perdiendo, a pesar de que las encuestas le den ganador. Más aún, Rajoy no es nadie en términos ideológicos; ni siquiera ha sido capaz de crear un relato plausible sobre el último teatrillo del Gobierno con los sindicatos; yo, al menos, apenas he oído algo más que unos balbuceos sobre los inconvenientes de una huelga general en una época de recesión económica. Llevamos oyendo cientos de peroratas sobre la huelga, desde el mismo día que se convocó, pero, por desgracia, la interpretación del PP, supuesto de que la hubiera, no ha prendido entre las masas; pues que a dos días del violento evento casi nadie duda de que los sindicatos y el Gobierno ya han ganado: la huelga es contra el PP, los empresarios, el capitalismo y, en fin, el injusto sistema.


He ahí otra prueba de la debilidad política de Rajoy. Y es débil, en mi opinión, porque en términos ideológicos ha perdido dos grandes batallas, en primer lugar, la de la nación y, en segundo lugar, porque ha sido incapaz de desmontar el tejido ideológico de Zapatero. No diré nada sobre su primera derrota, en realidad fue un juego de pérdida segura. Jugó durante estos seis últimos años al "nacionalismo periférico", aún hoy Rajoy sigue hablando como Pujol: "Quiero encajar bien a Cataluña en España". Rajoy ha jugado, en verdad, contra sí mismo; Rajoy no se atrevió a proseguir el legado dejado por Aznar. La segunda batalla es aún más triste, porque está montada sobre una idea falsa del jefe del Gobierno de España, a saber, Zapatero no es un tipo dotado para el poder.

Ese diagnóstico falsamente popular, que considera a Zapatero como un hombre poco dotado para el poder, es una creación de Rajoy. Sí, sí, esta idea de que Zapatero es un pobre individuo sin ideas políticas y que no sabe lo qué se hace es la gran genialidad de Rajoy y sus terminales mediáticas. Yo no la comparto. Nunca la he compartido; más aún, he combatido esa falaz idea contra viento y marea, y sobre todo con cientos de argumentos y pruebas, que el PP, por desgracia, consiguió imponer a la mayoría de sus votantes en la primera legislatura de Zapatero. Incluso hoy, después de que Zapatero ganase las elecciones de 2008 y haya llevado al límite la existencia del propio Estado español, el PP sigue manteniendo que Zapatero carece de capacidad intelectual para el poder.

Es obvio que esa forma de presentar a Zapatero es una falsa leyenda construida por el PP y sus medios de comunicación. Esa creación ideológica de los populares ha fracasado repetidas veces, pero el PP sigue presentando a Zapatero como un indocumentado, un tipo sin fuste suficiente para enfrentarse a sus grandes propuestas. He ahí el gran pecado de Rajoy. Su soberbia. En realidad, es la falta de inteligencia de un partido que ha renunciado a la ideología, o mejor, es incapaz de hacer crítica de la ideología. El PP de Rajoy ha preferido despreciar por inútil a Zapatero, incluso a veces recurriendo al insulto y descalificación ad hominem, antes que desmontar pieza a pieza el mecano de uno de los políticos más perversos y, sobre todo, "tacticistas" que ha dado España en toda su historia. Por eso, sólo por eso, me atrevo a mantener que el líder de la oposición, Mariano Rajoy, quizá gane las elecciones, pero se lo deberá más a la estulticia de Zapatero que a su forma de hacer oposición.

Digo más, la carencia de discurso, e incluso de ideología, de Rajoy mueve antes a la compasión que a la crítica de una derecha sin norte. Por desgracia, siento decirlo, si alguien quiere comprobar el vacío ideológico de Rajoy sólo tiene que leer la prensa del domingo; por un lado, al periódico La Razón le ha dicho que "se siente bien informado por el Gobierno en relación a ETA"; y, por otro lado, apenas ha dicho nada vertebrado y con enjundia en los últimos meses sobre la huelga convocada por los sindicatos de clase para el día 29 de septiembre. Son los dos principales asuntos que se traen entre manos Zapatero para mantenerse en el poder, pero Rajoy se siente a gusto, no se molesta demasiado ni con el pacto entre el Gobierno y el PNV ni con la huelga más ideológica, o sea, falsa y cruel, de todas las que se hayan hecho en España en los últimos veintes años. Terrible.


Libertad Digital - Opinión

Carta de un parado ante el 29-S. Por Félix Madero

Si la huelga es contra el Gobierno ¿qué hace el ministro más audaz alabando a los sindicatos?

ESTIMADOS señores Toxo, Méndez, Zapatero, Rajoy y Díaz Ferrán. Ustedes perdonarán que escriba a tantos destinatarios, pero es mayúsculo el lío que reina en mi cabeza. Vamos, que me pasa lo que Boscoe Pertwee, que hace tiempo estaba indeciso, pero ahora no estoy seguro. Si tuviera claro a quién mandar este billete, lo haría, pero para los parados el 29-S es una casilla de jeroglífico. Leo periódicos, y no me aclaro. Oigo y veo las tertulias, pero mi confusión aumenta. Cómo no va ser así si veo en la televisión que tras una entrevista que pretendía ser dura y directa le regalan un par de zapatos a Cándido Méndez. Bueno, pienso, será que se hacen ahora así las entrevistas. Será.

Es lunes, y no sé qué haré el miércoles, lo que para un parado es una novedad. Hace mucho que no me pasaba porque mis días se parecen todos. Sería útil que los sindicatos hicieran un díptico en el que, por ejemplo, en la parte de la derecha pongan contra quién es la huelga y en la de la izquierda contra quién no, porque yo no quiero ir a un sitio en el que esto no está claro. Veo a Toxo y Méndez echar sapos por la boca cuando hablan de la reforma laboral, pero nunca encuentro el origen de su enfado. Parece como si la hubiera hecho el presidente de Letonia, y eso es lo que más me inquieta, porque es lo único claro que hay en todo esto. Con mis ojos vi el día que el PSOE sacó adelante la reforma laboral; con mis ojos vi a Zapatero en Nueva York decir a los que le ordenaron que hiciera lo que ha hecho que no habrá marcha atrás. Pero me confunden. Me confunden tanto que me pierdo al pensar en ustedes y en la huelga del miércoles. Y me pregunto: ¿cómo es que un parado como yo, dos años parado, tiene dudas? Esto no debe ser razonable, me digo para mis adentros. No será razonable, pero es lo que me pasa.

Ustedes, señores Méndez y Toxo, aseguran que la del 29-S es la huelga más necesaria de la democracia; bien, pero entonces, cómo explicar que sea la que menos expectativas levanta. Si fracasa, ¿me dirán que han sido Rajoy y los empresarios los culpables? ¿O los trabajadores, que viven anestesiados por patronos sin escrúpulos que no los dejan ir a la huelga? Vi días atrás cómo pactaron los servicios mínimos con el ministro de Fomento. Vi a José Blanco explicar el acuerdo y calificarlo de histórico. Vi también cómo les alababa por su sensatez y sentido de la medida. Y entones me pregunté: si la huelga es contra el Gobierno ¿qué hace el ministro más audaz y oportunista alabando a los sindicatos? ¿Será que ya no está en el Gobierno? Y entones resolví la casilla del jeroglífico, la 29-S. Entonces, perdonen ustedes, lo vi claro. No me esperen. Me quedaré en casa.


ABC - Opinión

Rajoy. La hora para un líder. Por Emilio Campmany

Rajoy debería darse cuenta de que necesitamos un plan, una estrategia, un programa electoral y, sobre todo, un líder que lo proclame y defienda. ¿Quiere serlo él? No lo parece.

En el ajedrez y en la política, la táctica lo abarca casi todo. Por medio de ella, un jugador puede conseguir tanta ventaja que ninguna estrategia, por sabia que sea, pueda provocar un vuelco. Sin embargo, cuando los contendientes tienen parejos conocimientos tácticos y ambos aciertan a escabullirse de las trampas que les pone el otro, la superior visión estratégica se impone.

Zapatero es un magnífico táctico y sorprende a veces a sus adversarios, especialmente a los del propio partido, con hábiles celadas, pero no tiene estrategia. A Rajoy no se le da mal driblar las artimañas del otro y a veces tiene el cuajo suficiente para recurrir él a las suyas, pero su plan se limita a solazarse viendo que el otro carece de él. De forma que si Rajoy tiene alguna posibilidad de vencer en 2012 a pesar de carecer de estrategia, es porque el otro tampoco la tiene. Y si Zapatero tiene una oportunidad de volver a ganar dentro de dieciocho meses a pesar de no tener ningún plan es porque su rival adolece del mismo defecto.


Si de aquí a las próximas elecciones generales Rajoy fuera capaz de diseñar un programa ajustado a las necesidades de la mayoría de los españoles, barrería. Para convencerse, no le vendría mal leer las memorias de Tony Blair, que acaban de publicarse en el Reino Unido. Explica el político británico cómo fue puesto al frente a un partido que había perdido cuatro elecciones generales seguidas (1979, 1983, 1987 y 1992) a pesar de que los conservadores, al final, tampoco es que gobernaran con brillantez. Hasta entonces, los laboristas habían limitado su estrategia a poner de chupa de dómine a la Thatcher por haberse cargado a los sindicatos. Blair les condujo al 10 de Downing Street no sólo con eslóganes como "Nuevo laborismo" o la "Tercera vía", sino sobre todo con un programa que conectó con las aspiraciones de la gente.

Trasladada a España su experiencia, Rajoy podría aprender que a un partido al que el electorado español vota casi por inercia, como es el PSOE, no es fácil derrotarlo sólo con destacar las cosas que hace mal. Es necesario ofrecer una nueva política que le dé a los votantes la oportunidad real de mejorar, a ellos y a sus hijos. Naturalmente, hay que ofrecer algo más que palabras vacías. Pongamos algún ejemplo. En política exterior, seremos amigos de las democracias y enemigos de las dictaduras. En economía, se suprimirán las subvenciones para que el mercado sea verdaderamente libre y puedan bajarse los impuestos. En justicia, el Consejo será elegido exclusivamente por los jueces para garantizar su independencia. En educación, habrá igualdad de oportunidades haciendo que la formación que se dé en los institutos sea tan buena como la del mejor colegio privado. En administración territorial, se centralizará el Estado tanto como sea necesario hasta que la administración autonómica sea económicamente viable.

No es mi intención elaborar un programa político. Algunas de estas propuestas pueden no ser tan atractivas como a mí me lo parecen. Lo que quiero demostrar es que se puede ser relativamente concreto sin tener por eso que levantar la oposición de nadie y lograr, en cambio, ilusionar a la mayoría.

Rajoy debería darse cuenta de que necesitamos un plan, una estrategia, un programa electoral y, sobre todo, un líder que lo proclame y defienda. ¿Quiere serlo él? No lo parece.


Libertad Digital - Opinión

Huelga escénica. Por Gabriel Albiac

Llamamos sindicato hoy a una policía laboral. Y huelga, a un acto escénico.

FRENTE a la trivialización de Marx por Bernstein, Rosa Luxemburgo define, en 1899, la función del sindicato obrero: ser un engranaje necesario de la reproducción del capital, que reajuste las oscilaciones salariales en la ley de la oferta y la demanda, «la cual ley no pueden los sindicatos transgredir, sino, todo lo más, hacer cumplir». Luxemburgo, que, además de su pureza revolucionaria, poseía una buena formación académica, económica sobre todo, no podía pasar por ciertas demagogias. Su argumentación es, con El Capital de Marx en la mano, irrefutable: «Si se quiere convertir a los sindicatos en medio de reducir gradualmente el beneficio a favor del salario…, esto supondrá un retroceso al estadio anterior al del gran capitalismo». Luxemburgo lo llama la rueda de Sísifo sindical: en la que absurdo y grandeza son iguales. Pero es que Luxemburgo habla de sindicatos obreros: organizaciones autónomas —y, como tales autofinanciadas por la sola cuota de sus miembros—. Para esto a lo cual designa ahora el término, ella hubiera tenido un puñado de adjetivos muy desagradables: amarillos o esquiroles, los más caritativos. No eran insultos: eran el nombre de aquellos remedos sindicales cuyas finanzas corrían a cargo de la patronal o el Estado.

En los términos marxianos que Luxemburgo restablece, la huelga es el instrumento básico de presión de un propietario (el de la fuerza de trabajo) frente a otro (el de los medios de producción), cuando éste segundo alcanza una posición lo bastante preeminente como para violar la ley del intercambio equivalente de valores, la cual, desde Adam Smith, es la clave de bóveda del capitalismo. Sindicato y huelga blindan la lógica del capital, no la destruyen: hacen entender a la parte abusiva que violar el mercado puede salir más caro que plegarse a él.

Un trastrueque esencial tiene lugar en 1905. Lenin alza constancia de su extrañeza: la huelga general revolucionaria. Y, como Lenin, también Rosa Luxemburgo ve en ella la forma que el nuevo siglo aporta al tiempo de las revoluciones: la huelga general es la antesala de la insurrección armada. Fracasará en 1905 en Rusia. Y en la misma Rusia triunfará, en 1917. Vencerá en el Berlín espartaquista. Los socialistas la ahogarán en sangre: también, la de Luxemburgo y Liebknecht. ¿Luego? Luego, empieza el largo tiempo oscuro: fascismos, estalinismo…, el naufragio de Europa. «Huelga general» será letanía de guerra fría. Pero nadie sabe ya qué significa. Su segundo adjetivo, «revolucionaria», es eludido o bien trocado en ornamento. De la antesala de la insurrección armada, a nadie se lo ocurriría ni hacer alusión tímida. En esto, llegó el 68. Y barrió las hojas muertas. La huelga general más amplia y larga de la historia desembocaba en nada. Ponía ante nuestros ojos que la retórica miente.

Enseguida dejó de haber sindicatos. Porque ya no hubo afiliados que pagaran. Mutaron en aparatos de Estado: funcionariado no exento de privilegios. Había que preservar las resonancias léxicas para que funcionaran: «sindicato» o «huelga» pasaron a significar lo contrario de cuanto significaron. Pero el peso de las palabras puede mucho. Llamamos sindicato hoy a una policía laboral. Y huelga, a un acto escénico.


ABC - Opinión

El otoño de Zapatero calienta pero no quema. Por Antonio Casado

Rodríguez Zapatero busca el tres de tres: presupuestos, huelga general y catalanas. Tres obstáculos para quien pasa por ser un consumado funambulista. Los tres momentos difíciles de su anunciado otoño caliente. Un otoño que calienta, pero no quema. De los tres ya ha superado uno. El pacto presupuestario con el PNV le garantiza un año más de tiempo para cabalgar mientras ladran, y mientras el PSOE se sigue desplomando en las encuestas.

Nada menos que doce puntos de desventaja respecto al PP, según la difundida el viernes pasado por Antena 3 y Onda Cero. ¿Prueba de que la bifurcación tomada por Zapatero se aleja de la realidad? Puede ser, pero él sigue convencido de que la remontada es posible antes de 2012. Por supuesto, con su nombre en lo más alto del cartel electoral. Nadie a su alrededor maneja hipótesis post-zapateristas. “No le veo fuera de la política”, oigo decir a uno de sus más cercanos colaboradores.


Esta semana toca huelga general. En el precalentamiento, los sindicalistas, que no son precisamente votantes de Rajoy, gritan lo mismo que los diputados del PP: “Zapatero, dimisión”. La moción de censura que Rajoy no presenta en el Congreso la van a presentar pasado mañana los sindicatos en la calle y en los tajos. A poco que el seguimiento cubra las expectativas de los convocantes, esta huelga general debería hacer descarrilar al Gobierno o, al menos, hacerle rectificar la política “antisocial” de quien, según sus críticos por la izquierda, ha puesto a España de rodillas ante los poderes financieros.

Pero no habrá descarrilamiento. Lo saben los adversarios políticos de Zapatero, empezando por Mariano Rajoy, a su derecha, que le hace culpable de los males reales e imaginados de España, y terminando por Cayo Lara, a su izquierda, que se refiere al presidente como “un político amortizado que le está poniendo una alfombra azul a Rajoy en el camino a la Moncloa”. Y también lo sabe Cándido Méndez, que no pierde ocasión de mitigar los ecos sindicales del “¡Zapatero, dimisión!”, aclarando que en ningún caso se grita “¡Rajoy, presidente!”. Acabáramos.

El gato sindical le araña, pero Zapatero no deja de acariciarlo. Ayer prometió en Zaragoza diálogo, acercamiento, respeto y hasta cariño a los sindicatos. “Más allá de la huelga general”, precisó. O sea, un minuto después. Y un minuto antes, ni media palabra de reproche por quererle acorralar. Al revés. “Nunca saldrá de nuestras filas quien quiera restringir los derechos de los sindicatos”, dijo en clara alusión al principal adversario político, el PP, que ha decidido enredar en la espinosa cuestión de los servicios mínimos del miércoles, en plena cruzada contra los “liberados”.

Dos de tres. Moncloa se la apuntará cuando se haya consumado. Luego tocará hacerse la foto con Méndez y Toxo. Y vamos a por la tercera, la que se corresponde con los funerales del Tripartito catalán. Zapatero cuenta los días que faltan para que Artur Mas forme Gobierno y aporte sensatez, previsibilidad y sentido común, tan necesarios en la política catalana y nacional. La idea se ha instalado en su cabeza, pese a Montilla y el cantado descenso de los socialistas en Cataluña.

Si alguien piensa que Zapatero estará incómodo con la muy previsible victoria de CiU en las urnas del 28 de noviembre se equivoca. Es más, considera ese desenlace un elemento de estabilidad y está convencido de que el nacionalismo moderado catalán volverá a implicarse en la política del Estado. Y, a poco que lo permita la aritmética parlamentaria, no precisamente de la mano de quien impugnó el Estatut ante el Tribunal Constitucional. ¿Las cuentas de la lechera? Las de Moncloa, hoy por hoy.


El Confidencial - Opinión

¿Otra tregua? No, gracias. Por José María Carrascal

Si de verdad quieren la paz en Euskadi, que den un ultimátum a ETA para que se avenga a integrarse en el proceso político.

VA a resultar que tenemos que pagar porque ETA deje de asesinar y, encima, darle las gracias. Al menos eso es lo que dice el último comunicado de la banda, aparecido en Gara, donde se muestra dispuesta a «un alto el fuego permanente» e incluso a «ir más lejos», sin especificar. Pero exige a cambio «recuperar el proceso de diálogo», «establecer los derechos civiles y políticos (en Euskadi)», «desactivar los castigos añadidos impuestos a los presos políticos vascos, así como todas las situaciones de presión, injerencia y violencia». De su presión, injerencia y violencia, ni palabra. De que sus presos no son políticos, sino comunes, menos. De que en el País Vasco ya existen derechos civiles y políticos, que sólo ella viola, menos aún. Y de la entrega de armas, requisito para toda negociación, ni rastro.

Pues este documento, que no merece otro destino que la papelera, les parece a quienes vienen propagando que se ha abierto una nueva etapa en el problema vasco —la izquierda abertzale y los mediadores internacionales—, un primer paso importante para solucionar el conflicto, por lo que piden al Gobierno español que de otros hacia la confluencia, como son la derogación de la Ley de Partidos, el cese de las detenciones o el traslado de presos etarras a cárceles vascas, preludio de su amnistía.


¿Es que no han leído el texto de Gara? ¿O es que siguen empeñados en que ETA diga lo que no dice? Pues ese comunicado dice clarísimo que ETA no está dispuesta a dejar la «lucha armada» hasta que no se le conceda lo que persigue. Punto. Al menos no engaña. Ellos sí que engañan o quieren ser engañados. Y si de verdad quieren la paz y la democracia en Euskadi, que den un ultimátum a ETA para que entregue las armas y se avenga a integrarse en el proceso político. En otro caso, romperán con ella abiertamente, calificándola de lo que es: un cáncer en el País Vasco. En cuanto a los «mediadores internacionales», advertirles de una vez y para siempre que el conflicto vasco nada tiene que ver con el irlandés y, menos aún, con el sudafricano. Bien al contrario. El nacionalismo radical es en Euskadi el explotador, el exterminador, el racista. Mientras las víctimas son sus víctimas. Así que mejor que tales mediadores hagan las maletas y se vayan a casa, si no quieren convertirse en cómplices de los verdugos.

Dicho esto, no hay nada más que hablar. A no ser que en el Gobierno haya todavía quien comparta la idea de la izquierda abertzale de que se ha abierto otra oportunidad de negociar con ETA. No hay indicios de ello, pero conociendo la capacidad de sorprendernos de Zapatero, hay que estar preparados para cualquier cosa.


ABC - Opinión

Cataluña. La encuesta-esquela. Por José García Domínguez

En el fondo, la derecha españolista y sus antónimos pedáneos sienten idéntico pálpito; a saber, que los legítimos representantes de Cataluña, los únicos, los de verdad, los catalanes genuinos, son los de CiU. Y sólo ellos.

Ya ni siquiera El País se priva de administrar la extremaunción al Tripartito. Así, demoledora, la encuesta-esquela que, a modo de obituario, acaba de airear en su edición dominical. En puridad, sólo les ha faltado titular la pieza con la célebre frase que Dante el poeta mandara grabar en la antesala principal del Infierno: "Perded toda esperanza". Nadie se extrañe, pues, de que un gran clásico español, el de echar a correr en auxilio del ganador, renazca estos días entre la abatida fauna que parasita el panal de la rica miel autonómica en Barcelona. Soberbio espectáculo crepuscular el que brinda esa desaforada carrera, la de las ratitas transversales que huyen a toda prisa de la nave de Montilla con rumbo a una nómina blindada en el abrevadero de CiU.

Un muy obsceno desfile de modelos que encabeza quien fuera el portavoz oficial del PSC, cierto Jaume Sobrequés de pétreo, granítico rostro, amén de ferviente liberal de toda la vida desde hace una semana. Con decir que hasta el ínclito Vendrell anda de mudanza estos días. Vendrell, el del PP –no confundirlo con el trabucaire de la Esquerra–, ahora compañero de viaje de lo que queda del PSUC tras cooptarlo Rafael Ribó como edecán suyo en una covachuela de la Sindicatura de Greuges. Es lástima, por lo demás, que el Madrid político, por norma tan torpe, tan mediatizado por las emociones en sus diagnósticos del nanonacionalismo, esté a punto de tropezar con la misma piedra analítica de siempre; ésa que sólo existe en su imaginación, por cierto.

De tal guisa, obviando que el catalanismo, dogma por nadie cuestionado, constituye la religión oficial de la plaza, el triunfo de Convergencia habrá de ser tenido por un avance del furor secesionista. Como si la izquierda catalanista –es decir, la izquierda– encarnara un proyecto nacional en algo distinto al de los nietos de Cambó. Imposible persuadirlos de lo contrario, sin embargo. Y es que, paradoja de paradojas, en el fondo, la derecha españolista y sus antónimos pedáneos sienten idéntico pálpito; a saber, que los legítimos representantes de Cataluña, los únicos, los de verdad, los catalanes genuinos, son los de CiU. Y sólo ellos. Dispongámonos, entonces, para el inminente recital de grandilocuentes necedades. El de siempre, vaya.


Libertad Digital - Opinión

Esperpento malayo. Por Ignacio Camacho

Aquel gran latrocinio tuvo culpables morales por omisión que no se van a sentar en el banquillo.

LA prensa debería recoger el juicio de la Operación Malaya en la sección de Espectáculos, porque ese desfile de granujas no tiene mejor clave narrativa que la de lo grotesco. Dos periodistas de Marbella, Héctor Barbotta y Juan Cano, han relatado con pericia profesional el caso bajo los códigos clásicos de la novela negra, pero se trata más bien de un esperpento del siglo XXI, una farsa burlesca con personajes dignos del Callejón del Gato: el Cachuli, la Rubia, la mujer del Pantojo, la Montse, el Gitano, Sandokán, y ese Roca de los nueve teléfonos y la sonrisa glacial que parece un trasunto bananero de Don Corleone. Un manojo de truhanes envueltos en la sombra mediática de la Pantoja, que es el factor folclórico y popular del sainete, el gancho para el carrusel de la telebasura. Un fresco estrafalario y marginal de cierta España pícara, desmesurada, golfa, osada en su semianalfabetismo desvergonzado, que se coló por las rendijas de la política gracias a la anuencia y la omisión de unos poderes públicos aletargados en su deber de responsabilidad.

Es de temer que el circo malayo, con su secuela de alboroto cotilla y vecindón, acapare el primer plano de la opinión pública como señuelo populista capaz de eclipsar los verdaderos debates de una actualidad crispada. Ya no ofrece peligro de desestabilizar el statu quo; los grandes partidos permanecen al margen y el sistema que permitió aquella cleptocracia siente alivio cuando la corrupción se airea con banales ribetes de mojiganga. Los encausados son carne de cañón, gandinga para la gran máquina de picar reputaciones en prime time, material de primera clase para la pujante industria del chismorreo audiovisual. Morbo, entretenimiento y picaresca que garantiza el consumo de masas en medio de la huelga general, la subida de impuestos y la agonía de un Gobierno en estado de catalepsia.

Pero aquel gran latrocinio que durante años expolió la capital española del lujo tuvo culpables morales que no se van a sentar en el banquillo. Lo consintió en primer lugar un pueblo pancista que ignorando los síntomas manifiestos de mangancia votó con reiterada mayoría a los truhanes, y lo hizo posible la vista gorda de unas autoridades encogidas o complacientes. Las denuncias de corrupción llevaban lustros en la prensa, llegaron a saltar a juzgados que las archivaban con no se sabe qué criterios y achicharraron a unos cuantos políticos honestos que se aburrieron y se desengañaron de predicar en un desierto de silencios y aquiescencia. Ocurrió a la vista de todos; algunos cobraron las mordidaspero otros muchos las pagaron sin reparo alguno. Y quienes pudiendo parar el fraude no movieron un dedo jamás han recibido una sola factura política de su responsabilidad; antes al contrario se los puede encontrar hoy en secretarías de Estado y hasta en vicepresidencias del Gobierno.


ABC - Opinión

Los vergonzosos preparativos de una más vergonzosa huelga general

No es en absoluto de recibo que mientras los ciudadanos están haciendo enormes sacrificios para adaptarse a la complicada coyuntura, ellos sigan gozando de millonarias subvenciones y de privilegiadas posiciones jurídicas.

Llevamos ya varias semanas de lamentables preparativos para la huelga general del próximo miércoles. Conforme se ha ido acercando la fecha en la que los sindicatos "de clase" se han arrogado el derecho de "parar el país", el grado de desfachatez y de mofa explícita hacia todos los españoles no ha hecho más que aumentar de manera exponencial.

Primero llegaron unos videos de la UGT plagados de sectaria propaganda antiliberal donde se caracterizaba a los empresarios españoles de crueles explotadores, a los trabajadores de estúpidos explotados y a los sindicalistas de valientes y abnegados luchadores por el bien; luego vimos cómo las centrales sindicales se reían de todos nosotros al presionar a los distintos gobiernos para que impusieran unos servicios máximos sobre el transporte público que supondrán el primer piquete contra el derecho a trabajar de los españoles; y ahora, CCOO y UGT se alían con los subvencionados artistas españoles para persuadirnos de que la huelga no está dirigida contra el Gobierno, que los piquetes tienen como función defender a los proletarios o que los sindicatos de este país son el paradigma de la independencia y el sentido común.


En otras palabras, los grupos de presión que abrevan en el presupuesto público y que hicieron campaña electoral por Zapatero negando en todo momento la gravedad de la crisis en la que ya estábamos sumergidos, reconfiguran su discurso con tal de conservar sus prebendas sin mezclarse demasiado con un Gobierno que ya es visto universalmente como calamitoso.

Ellos, que son en parte responsables de la lamentable situación de nuestras cuentas públicas y de que se mantenga una delirante regulación laboral que se ha cobrado el puesto de trabajo de 2,5 millones de españoles en tres años, vienen ahora dando lecciones de cómo salir de la crisis. Ellos, cuyas rentas y buen vivir dependen del entramado de subvenciones que han logrado extraer año tras año de nuestros bolsillos gracias a haberse convertido en un servil grupo de presión de la izquierda, pretenden erigirse en un ejemplo de independencia e imparcialidad frente a los grupos políticos y económicos. Ellos, que son los primeros que vulnerarán los derechos de los ciudadanos a trabajar, quieren alzarse como los mayores defensores de los derechos de los trabajadores.

Aunque parece que desde los famosos recortes del gasto público de mayo el mensaje haya caído en el olvido, conviene recordarlo cada vez que de manera tan clara sindicatos, "intelectuales" y apesebrados varios nos muestran su auténtico rostro: es hora de que dejen de medrar a costa del resto de los españoles. No es en absoluto de recibo que mientras los ciudadanos están haciendo enormes sacrificios para adaptarse a la complicada coyuntura, ellos sigan gozando de millonarias subvenciones y de privilegiadas posiciones jurídicas. Mucho menos cuando, lejos de limitarse a coger el dinero y echar a correr, se dedican a "parar el país" y a amedrentar a los trabajadores.

No podemos más que estar de acuerdo con los sindicatos cuando señalan que la huelga general del próximo miércoles debe tener sus consecuencias políticas. Pero esas consecuencias deben ser muy distintas de las que ambicionan: en lugar de ver acrecentado su poder, es el momento de reducirlo al de la simple representación de sus cada vez menores afiliados. 40 millones de españoles no tenemos por qué cargar con tanta desvergüenza y sectarismo.


Libertad Digital - Editorial

ETA no merece respuesta

El final de ETA está cada días más cerca, como expresión de la legitimidad ética de la democracia frente a una banda de criminales.

ETA continúa lanzando mensajes de todo tipo a través de sus canales habituales, en particular el diario «Gara». En el último de ellos dice estar dispuesta para un alto el fuego, «y también para ir más lejos», tal vez con el objetivo de sacudirse la presión de los mediadores. A su vez, el brazo político de los terroristas persiste en sus maniobras de siempre, aparentando una autonomía que no existe respecto de los pistoleros que mandan en la organización. Por fortuna, nadie entra ya al trapo de una retórica que pretende engañar a la sociedad y dividir a los demócratas. A estas alturas, sólo cabe esperar de ETA un último comunicado que reconozca su fracaso definitivo frente al Estado de Derecho. La aplicación de la Ley por parte de los jueces, la eficacia policial y la colaboración internacional sitúan a los terroristas ante un callejón sin salida. No importan los falsos «gestos» ni los matices terminológicos que no significan nada a la hora de la verdad. ETA sigue con su actividad terrorista, como demuestra el «zulo» encontrado ayer en una localidad francesa con un buen número de placas para utilizar matrículas falsas. Estamos ante una organización criminal sin otra finalidad que cometer delitos y extorsionar al Estado y a la sociedad. Cualquier análisis de tipo ideológico sólo sirve para prolongar la situación en beneficio de los terroristas, cada día más débiles ante la respuesta eficaz de los poderes públicos.

Es positivo por todo ello que Rodríguez Zapatero se negara ayer a hablar de ETA durante un acto preelectoral en Aragón. Conviene disipar cuanto antes cualquier indicio de que algunos alimentan la tentación de volver a las andadas y, en este sentido, la mejor respuesta es el silencio. Por supuesto, la Fiscalía y todos los medios del Estado deben actuar a fondo para impedir —dentro de la más estricta legalidad— que los secuaces de la banda puedan acceder a las instituciones democráticas de las que merecen ser excluidos. También es un dato digno de mención que, en el transcurso del «Alderdi Eguna», el PNV —a través de Íñigo Urkullu— mostrara al fin una claridad de ideas ante los terroristas y su entorno que no ha sido habitual por desgracia en el seno del nacionalismo vasco. Así las cosas, el final de ETA está cada día más cerca, como expresión de la legitimidad ética y política de la democracia frente a una simple banda de criminales.

ABC - Editorial