miércoles, 29 de septiembre de 2010

Huelga General 29-S

Huelga general. Madrid de Esperanza a checa. Por Agapito Maestre

A este sindicalismo sólo le queda una opción: presentarse como una avanzadilla del "izquierdismo fascista", a saber, sustituir todos los mecanismos del dialogo, del consenso, en definitiva, de la política por la "acción directa".

Una vez que el Borbón se ha entregado a los sindicatos, es decir, a Zapatero, ya no podrá decirse que la "izquierda fascista", uso el término en sentido habermasiano, pretenda convertir la corte en una checa. No. Su única aspiración es quitarnos a Esperanza de la capital de la corte. La izquierda fascista, que renuncia a la política y se deja llevar por la violencia, tiene un objetivo fundamental: eliminar a Esperanza Aguirre. El asunto de Juan Carlos I es un problema menor. Allá el Borbón con su conciencia. Los representantes de los sindicatos no han necesitado retorcer la voluntad del Rey. Hace tiempo, mucho tiempo, que el Borbón come en sus manos. Es un Rey, dicen los socialistas, republicano; por eso, precisamente, el Rey de España hace huelga. En tiempos revueltos e ingobernables, en tiempos de Zapatero, no hay nada mejor que crear un poquito más de confusión para que la cosa sea absolutamente caótica. Es nuestro futuro: la ingobernabilidad. Atento, Rajoy.

El Borbón quería sorprendernos anunciando que no trabajaría el día 29 de los corrientes, pero, en mi opinión, no lo ha conseguido. Aunque menos dramático, su proceso de deslegitimación es tan viejo como el de los propios sindicatos. Él no es necesario, mientras que el sindicalismo, un buen funcionamiento de los sindicatos, es imprescindible para el desarrollo de cualquier sociedad democrática. Los sindicatos y las patronales son piezas relevantes de un Estado social vertebrado de modo capitalista. Es más preocupante, pues, la deslegitimación de los sindicatos que la de la Corona. A los sindicatos CCOO y UGT la Constitución les concedió una legitimidad para actuar en el proceso político que hace tiempo perdieron para quedarse reducidos a ser algo peor que correas de transmisión del PSOE, a ser avanzadillas violentas de la "izquierda fascista".


Los sindicatos quieren paralizar Madrid a través de la violencia. Punto. Su lenguaje guerracivilista los delata. No hay reivindicaciones concretas y exactas. Ni servicios mínimos ni nada. Hasta hoy todo han sido amenazas y violencia verbal. Violencia y, por supuesto, ideología. Terrible mezcla. Esperemos lo peor; por lo tanto, callen los listillos que mantienen que las consecuencias de esta huelga podrían escribirse antes de realizarse. Muchas son las novedades que trae este conflicto, este teatrillo montado por Zapatero, Toxo y Méndez, para el futuro de los propios sindicatos como para su relación con el sistema político. Su convocatoria a todas luces desfasada respecto al desarrollo de la crisis económica, largamente preparada en el tiempo y, además, valorada con escepticismo por los propios sindicalistas son factores que conforman un panorama sindical y político oscuro y terrible.

No será lo peor los 20.000 millones de euros que, según los expertos en datos aritméticos, le costará a la economía nacional esta huelga. Hay algo aún más grave, a saber, el proceso de deslegitimación de los sindicatos llegará al punto de convertirse en un mero poder vicario del socialismo de Zapatero, o peor, una avanzadilla del "Linkfaschismus" que trata de implantar la "socialdemocracia negra" de Zapatero para que esta Nación sea absolutamente ingobernable en el futuro. Esta huelga integra de lleno a los sindicatos en el proceso de vaciamiento de las instituciones que inició Zapatero hace años. Los sindicatos CCOO y UGT, auténticos grupos de presión, legitimados por la Constitución pasarán a partir de ahora a tener como único garante al Gobierno. La huelga sólo retóricamente se hace contra el Gobierno. Basta ver la reacción agresiva y violenta de los sindicatos con los agentes políticos de la comunidad más próspera y democrática de España, Madrid, para saber que el objetivo no es otro que amedrentar al adversario político. Insisto en el argumento: la simple movilización agresiva y violenta de los sindicatos ya le da la razón al Gobierno; pero si por casualidad la huelga fuera también un éxito de seguimiento, el garante y canal de ese triunfo nunca sería un gobierno popular sino el Gobierno de Zapatero.

Quizá sea cierto que el principal motivo de esta huelga, a todas luces irracional, no sea otro que la necesidad de los funcionarios sindicales de reivindicar su función en una sociedad que pasa de ellos. Son sindicatos de empleados que luchan contra ellos mismos, pues que no deja de ser una paradoja dramática que se refieran a los trabajadores del siglo XXI como si fueran esclavos del siglo XIX. Pero, en mi opinión, es aún más triste que a través de esta huelga, que ya ha sido puesta en cuestión por la sociedad española, los sindicatos busquen un poco de legitimidad para su futuro. Llegan tarde. Por desgracia para toda la sociedad española, CCOO y UGT han agotado toda su credibilidad. La legitimidad que les concedió la Constitución de 1978 ha sido derrochada. Su ejercicio ha sido tan desastroso que millones de trabajadores españoles los desprecian.

CCOO comenzó su declive definitivo al sustituir a su antiguo secretario general, Fidalgo, un hombre riguroso, trabajador, abierto y siempre dispuesto a sacar al sindicato de esa contradicción cruel en que lo dejó sumido la Transición; o sea, Fidalgo tenía la voluntad de eliminar de CCOO esa obsesión revolucionaria de algunos sindicalistas por presentarse como un sindicato de clase, cuando de puertas adentro pactaban con el resto de agentes sociales por el buen funcionamiento del sistema capitalista. Por desgracia, Fidalgo perdió. Se marchó asqueado. Sabía lo que venía. Desapareció un dirigente sindical moderno, y en su lugar vino un equipo de monstruitos estalinistas. De Méndez, el rostro visible de UGT, lo mejor que se ha dicho es que actuó durante años como "vicepresidente tercero" del Gobierno Zapatero, que ha traído cinco millones de parados.

Así las cosas, a este sindicalismo sólo le queda una opción: presentarse como una avanzadilla de eso que mi maestro, Jürgen Habermas, llamó el "izquierdismo fascista", a saber, sustituir todos los mecanismos del dialogo, del consenso, en definitiva, de la política por la "acción directa". Por la violencia fundamentada en el resentimiento: culpar a otros de nuestros defectos. El fascismo de izquierdas, sí, es un revival de los años sesenta para la segunda década del siglo XXI. El zapaterismo es una de sus formas mediterráneas. Preparémonos para combatirlo. Lean, pues, el último libro de Peter Sloterdijk, La rabia y el tiempo (Siruela) y sabrán que el zapaterismo también es la fruta más venenosa del árbol del resentimiento.


Libertad Digital - Opinión

Huelga general. El 29-S y la causa de la libertad. Por Emilio J. González

La cuestión no es si UGT y CCOO consiguen o no paralizar el país o, al menos, Madrid; ni tampoco si, al final de la jornada, ha ganado el Gobierno, los sindicatos o el PP. La cuestión es si dejan que los ciudadanos puedan optar libremente por trabajar.

Si alguna virtud tiene el 29-S es la de poner en evidencia la verdadera naturaleza del sindicalismo oficialista español. UGT y CCOO han convocado una huelga general y nadie sabe realmente cuál es el motivo, porque los dos sindicatos han permanecido callados mientras la crisis destruía empleos a mansalva por no molestar a un Gobierno 'amigo', que se porta de forma tan generosa con ellos a base de subvenciones públicas. Esto lo entiende todo el mundo y, por ello, han perdido casi 300.000 afiliados en los últimos doce meses.

En cambio, en Madrid, la huelga tiene otro carácter. No es un paro contra la crisis, ni contra los gobernantes que nos han metido de hoz y coz en ella y no hacen nada para sacarnos del profundo pozo en el que hemos caído. No es una protesta por los millones de parados que está dejando tras de sí el zapaterismo, muchos de los cuales ya están perdiendo el derecho a la prestación por desempleo y, por tanto, el único medio de vida que les quedaba sin que en el horizonte se atisben posibilidades de que vayan a poder encontrar pronto otro trabajo, sobre todo los mayores de 45 años. No, en Madrid es una huelga política contra el Gobierno legítimamente elegido de Esperanza Aguirre, que ha hundido las expectativas y las posibilidades de que la izquierda pueda triunfar en esta autonomía. Y los sindicatos, que se saltan a la torera la voluntad de los ciudadanos expresada libremente en las urnas, están dispuestos a que las cosas cambien por las malas si no se consigue por las buenas desplazar al PP del poder en Madrid. Por ello, la convocatoria de Madrid tiene todas las características de una huelga política, cuando este tipo de movilizaciones están prohibidas. Esos son nuestros sindicatos, que se pasan la ley por el arco del triunfo a conveniencia.


Lo mismo ocurre con la asistencia al trabajo. Dicen UGT y CCOO que el derecho a la huelga prevalece sobre el derecho al trabajo. Que yo recuerde, sin embargo, la Constitución no dice nada de eso y protege los dos derechos por igual, por considerarlos fundamentales en un sistema democrático y de libertades. Nuestros sindicatos, sin embargo, sólo entienden de libertad lo que les conviene y para lo que les conviene y se creen que, por decir que todo es en nombre de los trabajadores, están legitimados para poder hacer lo que quieran y como quieran, mientras una parte de la sociedad los mira con complacencia porque sigue pensando que si las cosas vienen de la izquierda nunca pueden ser malas 'per se'. Pues ese es un gran error porque nadie puede ni debe saltarse los preceptos constitucionales a la torera, ni en nombre de Dios, ni de la patria, ni del pueblo, porque supone la quiebra del Estado de Derecho, de las libertades y de la democracia y, de alguna forma, legitima al adversario para hacer lo mismo.

La libertad no entiende de partidos ni ideologías, ni tiene más causa que su defensa en nombre de ella misma, que es el bien superior, no una religión, una patria o la clase trabajadora. Todo lo demás es un atentado contra la misma, venga de donde venga y lo promueva quien lo promueva. Y en esto no hay distinción ideológica que valga porque cualquier pensamiento que restringa la libertad en un sistema político, incluso la de aquellos que quieran acudir a su puesto de trabajo, es un comportamiento dictatorial tan condenable si procede de la derecha como si lo promueve la izquierda. Por desgracia, esta lección de convivencia que trataron de impartir quienes promovieron a mediados de los 70 una transición pacífica hacia la libertad y la democracia no ha calado entre nuestros sindicatos ni entre quienes los respaldan desde la política y la sociedad.

La cuestión, por tanto, no es si UGT y CCOO consiguen o no paralizar el país o, al menos, Madrid; ni tampoco si, al final de la jornada, ha ganado el Gobierno, los sindicatos o el PP. La cuestión es si dejan que los ciudadanos puedan optar libremente por trabajar o si, por el contrario, les imponen por la fuerza el quedarse en casa a base de incumplir los servicios mínimos en el transporte, impedir la apertura de comercios y oficinas con sus tácticas habituales o utilizar los piquetes para amedrentar, por decirlo de alguna manera, a todo aquel que, en el ejercicio de su libertad, se niegue a sumarse a los deseos de los sindicatos.

Habrá personas que digan que en la lógica de la huelga está el empleo de estos medios para que los sindicatos consigan los fines que persiguen, que esa es la propia naturaleza de la huelga. Una naturaleza revolucionaria, dicho sea de paso. Pero lo cierto es que cualquier acción que impida a las personas ejercer el derecho a elegir en libertad entre trabajar o secundar el paro es una acción contra los derechos fundamentales y los pilares básicos de la libertad, es un atentado flagrante contra esta última y eso no lo cambia el que la huelga esté convocada por los sindicatos, porque si estos toman a la sociedad como rehén por la fuerza, habrán quebrantado los fundamentos de la libertad. ¿Para cuándo una ley de huelga que lo impida?


Libertad Digital - Opinión

¿Son demócratas los sindicatos?. Por Edurne Uriarte

La infinita tolerancia hacia el método violento es tal que los sindicatos ni siquiera se molestan en disimular los llamamientos a la coacción.

Si la pregunta que titula esta columna se refiriera a los partidos políticos y éstos fueran practicantes asiduos de los métodos utilizados por los sindicatos en sus movilizaciones, es decir, los piquetes coactivos, la respuesta sería negativa. Lógicamente negativa. Lo que no tiene lógica dentro de las democracias avanzadas es que unos principios elementales exigidos a todas las demás organizaciones sociales y a los propios ciudadanos, el respeto a la libertad de los demás y el uso de métodos pacíficos, no cuenten para los sindicatos. Para enjuiciar, en este caso, su madurez democrática. La coacción ha sido admitida en todas y cada una de las huelgas sindicales sin que las credenciales democráticas de los sindicatos les hayan sido retiradas. Sin un debate político que haya trascendido más allá de los días de huelga.

Y no creo que la convocatoria de hoy vaya a constituir una excepción en la historia de los piquetes coactivos. La infinita tolerancia hacia ese método violento es tal que los sindicatos ni siquiera se molestan en disimular los llamamientos a la coacción. Como en esa circular de CC.OO. a sus afiliados que leemos desde ayer en abc.esadvirtiendo de la imposibilidad de acceder al trabajo en el aeropuerto de Barajas y con el aviso añadido de que «no pongáis en peligro vuestra integridad física».

Con toda esa tolerancia acompañada en muchos casos de la pasividad policial, veremos qué ocurre hoy, pues los dirigentes de algunas instituciones están muy preocupados por garantizar el derecho a la huelga, pero muy poco por el derecho al trabajo o por la libertad de movimientos de los ciudadanos.
La única novedad en esta huelga es que se ha abierto por fin el debate sobre lo obvio, sobre la legitimidad de la coacción y la violencia en un estado democrático. O sobre la revisión de la lamentable excepcionalidad democrática de los sindicatos.


ABC - Opinión

Réplica a Almudena Grandes. Yo no voy. Por Albert Esplugas Boter

Porque digan lo que digan Zapatero, Almudena Grandes o los liberados sindicales, el sector privado es el motor de la economía. Porque ni el Estado, ni los funcionarios, ni los sindicatos y artistas regados con dinero público pueden subsistir sin nosotros.

Porque quiero vivir mejor de lo que vivieron mis padres. Porque no es justo que las clases productivas paguen la cuenta de una crisis causada por la intervención del Estado en el sistema monetario y un gasto público insostenible. Porque Zapatero se ha empeñado en negar la realidad que todos veían y a mentir a los ciudadanos, haciendo dejadez de su responsabilidad. Porque Rajoy ha preferido la demagogia a la crítica constructiva y las soluciones impopulares.

Porque este Gobierno no ha recortado los impuestos a las familias y a las empresas para que ahorren e inviertan más, creando empleo y riqueza. Porque ha animado a los hogares en números rojos a consumir todavía más para que no se resienta la "demanda agregada" keynesiana. Porque no ha reducido sustancialmente el despilfarro público para que el sector privado disponga de más recursos para reestructurarse. Porque, además, no ha reformado el rigidísimo mercado laboral español a tiempo para evitar que la tasa de paro se disparara al 20%.


No se puede admitir que habiendo tanta gente que no puede trabajar queriendo hacerlo, los afortunados que sí pueden no lo hagan en protesta por una tardía reforma que al menos abaratará un poco el despido y la contratación, promoviendo la movilidad laboral. Porque ninguna ley debería forzar a una parte de la población a permanecer desempleada habiendo empresarios dispuestos a contratarlos bajo condiciones que los parados aceptarían. Porque las partes deberían poder negociar y pactar libremente sus contratos, sin limitaciones impuestas desde fuera. Porque el "derecho a la huelga" es en realidad el privilegio de saltarte unilateralmente un contrato de trabajo sin que el empresario pueda despedirte.

Porque es lamentable que en España esté tan arraigada la mentalidad de funcionario y no haya más cultura emprendedora, más ganas de lanzarse a competir y lograr metas por uno mismo. Porque hay gente que piensa que deben privatizarse las ganancias pero las pérdidas hay que sufragarlas entre todos. Porque algunos creen que tienen derecho a todo sin hacer nada. Porque ser solidario no es pedir que los demás paguen más impuestos sino que tú eches una mano a alguien que lo necesita.

Porque esta crisis del modelo socialdemócrata vigente está sirviendo para que los socialistas más recalcitrantes proclamen el fin del capitalismo y defiendan una huida hacia delante. Porque en todo el mundo occidental ha habido una oleada de nacionalizaciones, rescates públicos y "estímulos" que se han demostrado inútiles para la recuperación. Porque Occidente debería recordar que la economía planificada lleva a la miseria y la esclavitud. Porque detrás de la economía planificada viene la "democracia popular" y los recortes de derechos civiles. Porque siempre habrá algún grupo de interés, o un premio Nobel, que afirme que es necesario más intervencionismo.

Y, sobre todo, porque digan lo que digan Zapatero, Almudena Grandes o los liberados sindicales, el sector privado es el motor de la economía. Porque ni el Estado, ni los funcionarios, ni los sindicatos y artistas regados con dinero público pueden subsistir sin nosotros. Porque si nosotros paramos, se para todo. Porque hemos heredado, junto con nuestros apellidos, la experiencia de que no existe otra manera de generar riqueza y convivir en libertad. Por todo eso, yo no voy a la huelga general del 29 de septiembre.


Libertad Digital - Opinión

La huelga bastarda. Por José María Carrascal

¿Quién va a ganar, quién va a perder?, se pregunta todo el mundo. La respuesta es: nadie va a ganar, todos vamos a perder.

GENERALMENTE, las huelgas se hacen contra las empresas. Pero esta huelga se hace contra el Gobierno, lo que la hace especial, por no decir espuria, para no usar el adjetivo de Fernández Toxo, «una putada». Aunque hay en ella un fondo de verdad: en España, el Gobierno, los gobiernos, mejor dicho, pues tenemos de todas clases, son los mayores empresarios en nuestro país. De ellos dependen millones de empleos, aparte de las innumerables subvenciones, subsidios, sinecuras que impiden a nuestra economía tener la flexibilidad y dinamismo que exigen los tiempos modernos y retrasan la recuperación.

La segunda anomalía de esta huelga es que sus protagonistas venían siendo los mejores socios, hasta el punto de compartir objetivos y estrategia. El Gobierno daba a los sindicatos lo que le pedían, y los sindicatos hacían lo que convenía al Gobierno, incluido acosar a la oposición. ¿Recuerdan las manifestaciones abiertamente anti-PP que organizaron? Nada de extraño que el Gobierno «comprenda las razones de los sindicatos» y trate de restablecer el anterior compadreo en cuanto pase el aquelarre de hoy, como ocurre en esas riñas matrimoniales en que ambos cónyuges saben que vendrá la calma tras la tormenta.


¿Por qué, entonces, han armado esta enorme zapatiesta (la palabra me ha salido sin querer)? Pues porque no tenían más remedio que armarla. El Gobierno se ha visto obligado a tomar las medidas de ajuste, no por gusto, sino porque se lo exigían Bruselas y los mercados, poniéndole la pistola en el pecho. Y los sindicatos no han tenido otro remedio que protestar ante los mayores recortes de los derechos de los trabajadores en lo que llevamos de democracia. Es decir, para demostrar que son unos auténticos sindicatos, y no una panda de pancistas que viven al socaire de los presupuestos generales del Estado, o sea, a costa de los demás.

Esa es la tercera anomalía de esta huelga: que sus dos protagonistas, en el fondo, no la quieren, que preferirían no hacerla, que han ido a ella forzados por las circunstancias, porque no les quedaba otra salida. Por lo que están deseando que llegue mañana para ver si reconstruyen su anterior compadreo. Pero las cosas, incluso cuando son falsas, causan efecto, y esta huelga bastarda puede salirles mal a ambos, como ocurre en los duelos a primera sangre o en los partidos amistosos. ¿Quién va a ganar, quién va a perder?, se pregunta todo el mundo. La respuesta es: nadie va a ganar, todos vamos a perder. ¿Cómo puede hacerse una huelga general en la situación en que se encuentra España? Pues precisamente para encontrarse en ella.


ABC - Opinión

Los malayos. Por Alfonso Ussía

El desfile de ingreso en la Audiencia Provincial de Málaga de los procesados en el llamado «caso Malaya» es merecedor de una reflexión. Se oyeron hasta aplausos. La cantante Isabel Pantoja también recibió calor y apoyo, pero no pudo agradecer los detalles porque no estaba convocada al tinglado. Sonrisas y saludos de los acusados. En la sala, eran tantos los encausados que parecían dispuestos a oír una interesante conferencia. Una conferencia aburrida, porque todos aparecen en la fotografía –la portada de LA RAZÓN–, muy serios y concentrados. Reporteros del corazón y del chisme televisivo. Sonrisas coquetas y guiños de complicidad. Y la señora pesada que insistía una y otra vez en preguntar por su estrella favorita: –¿Ha entrado ya Isabel Pantoja?–.

Esa popularidad, ese acceso sonriente de la mayoría de ellos, me recordó una escena de un programa de televisión de esos que va gente horrible a contar extravagancias íntimas con un público dominado por el ayudante del realizador. Ella, la presentadora, se envaró con mucha trascendencia, y anunció lo siguiente. «Hoy tenemos aquí a José Luis Flonflán. (El apellido no corresponde a la realidad). José Luis Flonflán acaba de salir de prisión después de permanecer entre rejas quince años por haber matado a su novia. Está arrepentido de lo que hizo y nos quiere contar su experiencia. Un aplauso para José Luis Flonflán». Y ante mi estupor, entró el asesino Flonflán y fue recibido con una cerrada ovación por parte del público presente.

Que se sepa, estos procesados por el «caso Malaya» no han matado a nadie, pero entre unos y otros se llevaron más de dos mil millones de euros del Ayuntamiento de Marbella. Desde la prudencia que concede la edad, me atrevo a opinar que sobraban las sonrisas y los saludos de más de uno, y los aplausos que la masa curiosa dedicó a algún otro. Alguna encausada, como Marisol Yagüe, ex alcaldesa de Marbella, arribó a la Audiencia Provincial con un generoso escote que dejaba ver un prolongado canalillo interpectoral, de muy difícil admisión en una sala de justicia.

Parecióme que su intención no era otra que poner a cien por hora a los señores jueces y fiscales, los cuales, según tengo entendido, se comportaron con una mesura y distancia dignas de sus cometidos.

Lo único que rompía la estética de los banquillos de acusados –quince filas a razón de ocho asistentes por cada una–, era la presencia de tres policías uniformados que se sentaban en las inmediaciones de Juan Antonio Roca, el presumible cerebro del trinconazo, que miraba al suelo con resignación. Otros se cubrían el rostro con sus manos, mientras las televisivas estiraban el cuello para salir más monas y cobrar posteriormente la exclusiva del juicio.

En la calle, el batiburrillo del pueblo llano. Un batiburrillo sosegadamente enfrentado. Alguien comentó que los que había allí dentro eran una pandilla de ladrones, y voló un bolsazo contra su cabeza. Era la seguidora de Isabel Pantoja, que todavía no se había enterado de nada. Deprimente espectáculo.


La Razón - Opinión

Huelga general. REC. Por Pablo Molina

No estamos dispuestos a que nos amedrenten después de habernos vaciado el bolsillo. Esta huelga ya no tiene solución, pero el documento que hagamos entre todos servirá para acabar con los restos de legitimidad de los sindicatos.

Las condiciones en la España de Zapatero para organizarle una huelga general no podrían ser más favorables si no fuera por la escasa credibilidad de los convocantes. En otras situaciones menos duras para los trabajadores, las huelgas generales convocadas por UGT y CCOO fueron un éxito de crítica y de público, como en 1988 y, más aún, en 1992, con una situación económica, social y política mucho más decente de la actual. Sin embargo, las perspectivas de éxito de la convocatoria lanzada por Méndez y Toxo no permiten aventurar que ésta vaya a ser el éxito rutilante que los sindicatos prometen a quien quiera escucharle.

Esta certeza anticipada de que la huelga puede ser un fracaso es lo que va a hacer que los piquetes sindicales aumenten sus coacciones tanto en número como en intensidad. En Canarias, Comisiones Obreras ya ha advertido a los padres que no lleven a los niños al colegio por lo que les pudiera pasar, algo que no había ocurrido hasta ahora o al menos no con tanta desfachatez. Esta preocupación por la integridad física de nuestros hijos se extiende a otras regiones como corresponde a una consigna general que los sindicatos imponen a sus liberados. En el colegio de mi hija pequeña, que está en la península, los profesores han dicho que llevemos a los niños a clase, salvo que algún piquete nos "informe" a las puertas del colegio de que es desaconsejable para la salud infantil convertir a los pequeños en esquiroles involuntarios. Si tuviéramos la certeza de habrá allí un pelotón de policías dispuesto a reducir y meter en un calabozo a los que profieran tales amenazas, el problema sería menor, pero como los sindicatos ya han declarado que las garantías constitucionales quedan suspendidas este miércoles, igual muchos padres opinan que es mejor no correr el riesgo de que su hijo vuelva a casa traumatizado por esta lección práctica de Educación para la Ciudadanía.

Cuando una organización paraestatal se apropia de las calles y el Gobierno se inhibe en la defensa de los derechos constitucionales por identidad ideológica con los organizadores de la algarada, los ciudadanos que queremos ser libres sólo podemos denunciar las agresiones de que seamos objeto. No a Zapatero, claro, sino a la sociedad entera y a la opinión pública del resto del mundo.

Por eso es necesario grabar, fotografiar y recoger por cualquier medio posible las conductas de los agitadores y la ausencia de respuesta del gobierno y hacerlas públicas a través de medios de comunicación como esta casa. No estamos dispuestos a que nos amedrenten después de habernos vaciado el bolsillo. Esta huelga general ya no tiene solución, pero el documento que hagamos entre todos servirá para acabar con los restos de legitimidad de unas organizaciones que han hecho del expolio y la coacción los únicos medios para seguir viviendo a nuestra costa. Dejemos esta noche todas las cámaras digitales y los móviles de casa cargando baterías. Mañana van a tener trabajo.


Libertad digital - Opinión

Reivindicación de Solana. Por M. Martín Ferrand

Las improvisaciones no funcionan y cuando lo hacen terminan volviéndose en contra del improvisador.

DE cuando en cuando, siempre con gran oportunidad, Felipe González se sacude el polvo del olvido y vuelve a la actualidad con el brillo que le es propio y le sirve de pedestal. Ya no suele hacerlo en primera persona. Sus presencias son las de un patriarca que, consciente de su no disminuida influencia, pastorea y recoloca a sus discípulos. Este pasado lunes, González se les apareció a los alumnos de un curso de una escuela de negocios, Esade, y, tras recordarles que Europa, España incluida, lleva quince años sin enfrentarse a problemas estructurales —casualmente, los años de su ausencia de La Moncloa—, anunció una nueva crisis financiera que ya infla una nueva burbuja. Junto a él estaban Jordi Pujol, que ya es una parodia de sí mismo, y Javier Solana, quien, después de haber sido varias veces ministro con el propio González, secretario general de la OTAN durante un quinquenio y responsable de la diplomacia de la UE toda una década, no parece cansado y se le ve pletórico y con ganas de futuro.

Puesto en campaña, González acudió anoche a la Biblioteca Nacional para, en vísperas de una Huelga General, presentar el libro que Javier Solana le ha dictado a Lluis Bassets, director adjunto de El País, un diario nada neutral en lo que al felipismo y su compaña respecta. Estamos, como dice el ex presidente del Gobierno, en una «fantástica crisis de liderazgo» que, cabe suponer, no excluye a España y a sus líderes en presencia. De ahí el valor que adquiere que, con el pretexto de un libro —casualmente, «Reivindicación de la política»—, se organice una procesión laica para recordarnos que el PSOE, esa incoherencia en la que está instalado José Luis Rodríguez Zapatero y en la que Leire Pajín confunde pequeñez con juventud, tiene «santos» de mayor envergadura y potencialidad de futuro.

Dado que los espejismos son cosa del desierto, no cabe entender como tal la súbita y oportuna reaparición de González como avalista y presentador de Javier Solana. En la política, cuando una presencia resulta brillante es porque está preparada, calculada en fondo y forma. Las improvisaciones, la gran especialidad de Zapatero, no funcionan y cuando excepcionalmente lo hacen terminan volviéndose en contra del improvisador a quien cualquier circunstancia, tal que una huelga como la de hoy, le deja con las vergüenzas al descubierto. Tanto, que si la huelga es un éxito será su fracaso como presidente del Ejecutivo y si resulta un fracaso tendrá que apuntárselo como secretario general del PSOE y director espiritual de UGT, o de lo que queda de ella. Porque, eso sí, donde Zapatero pisa no vuelve a crecer la hierba.


ABC - Opinión

Macrojuicio. Malaya. Por José García Domínguez

Los mismos que le picaban las palmas al Julián devendrán implacables calvinos y savonarolas ansiosos de ejemplares, feroces penas. Sonará más fuerte que el trueno el compungido rasgar de vestiduras entre las autoridades.

Por fin, se estrena el reality más esperado por la audiencia, ese Nuremberg de la telebasura que promete ser el juicio al maromo de la Pantoja; la gorda de la liposucción, una Yagüe, creo recordar; su pareja artística, Isabel García Marcos, La Rubia del PSOE; y el Gengis Kan del cemento armado, ese Juan Antonio Roca de la turbia estampa. Amén de otros noventa y un secundarios, propios, figurantes, choris, julays, barraganas y ganapanes de la gran cueva de Alí-Babá donde reinaba, soberano absoluto, Gil y Gil. Aquel atrabiliario don Jesús al que la España institucional, empezando por su máxima magistratura, le riera las gracias hasta el instante mismo en que desapareció tras una muy oportuna lápida de mármol de Carrara.

El Excelentísimo Ayuntamiento de Marbella, la joya de la corona de la cleptocracia del ladrillo durante los años dorados de vino y rosas. La hoguera de las vanidades celtíbera, cuando se forjó algo aún mucho más ruin que la tangentópolis que anidaría en las concejalías de urbanismo de media España al tiempo que se hinchaba la burbuja. Me refiero, huelga decirlo, a la corrupción moral de una sociedad que, sabiendo de ella, la toleró de grado hasta que el hedor termino por hacerse irrespirable. Y ahora toca la segunda parte del espectáculo, la de los autos de fe siempre tan caros a la afición. Así, los mismos que le picaban las palmas al Julián devendrán implacables calvinos y savonarolas ansiosos de ejemplares, feroces penas. Sonará más fuerte que el trueno el compungido rasgar de vestiduras entre las autoridades.

Y, a modo de clímax final, habrán de ser incinerados en la pira de la opinión pública los cuatro membrillos de turno. Como suele, al teatral modo, la pobre fibra ética de esta vieja nación a la deriva se retratará desnuda ante sí misma. Un año dicen los avisados que puede durar la vista. Dispongámonos, entonces, a contemplar un interminable desfile de atildados horteras por la pasarela del Código Penal. Una penitencia, la de la zafiedad, que suele acompañarse de un inopinado sesgo escatológico. De ahí, por cierto la predilección del tal Roca por convertir en testigos mudos de sus deposiciones en el váter a muy originales lienzos de Picasso. Atentos, pues. La función va a comenzar


Libertad Digital - Opinión

Huelga autista. Por Ignacio Camacho

Los únicos que se juegan algo en esta huelga son sus convocantes, sometidos a un desgaste social que se han ganado solo.

SI usted está leyendo este artículo en papel podrá decirse sin mucha osadía que la huelga general ha fracasado. Habrán abierto los quioscos, funcionado mal que bien los transportes y usted habrá podido comprar el periódico camino de su trabajo en un día de relativa normalidad. Si por el contrario no tiene otro modo de leerlo que en internet puede que los sindicatos hayan tenido un éxito razonable, que el país esté medio paralizado y que la convocatoria haya gozado de un eco significativo. Sucede que tanto en un caso como en otro nada va a cambiar, nada debe cambiar. Y que mañana todo seguirá más o menos como estaba… salvo que Zapatero vuelva a dar una improbable voltereta de su estilo.

Los únicos que se juegan algo serio en esta huelga son sus convocantes, sometidos a un desgaste social que se han ganado a pulso. Primero con su apalancamiento en los privilegios de la concertación social, con su dislate de liberados y sus prebendas de cursos de formación, con sus subvenciones millonarias, con su transformación en una casta blindada al margen de los avatares laborales de sus representados. Después, con su pacto con el Gobierno zapaterista, origen de una política de gasto que situó las finanzas del Estado al borde de la quiebra; cubrieron y respaldaron los errores del poder público en medio de una crisis que devastaba el tejido social sin que ellos levantasen la voz y actuaron como fuerza de protección de un Ejecutivo a la deriva. Por último, cuando Zapatero se vio obligado a rectificar bajo la presión de los socios internacionales que financian nuestra deuda, escenificaron un drama de amantes traicionados que ha desembocado en esta huelga más dirigida a salvar su propia reputación que a rectificar unas medidas imprescindibles para sostener la solvencia española.


La jornada de hoy es un órdago autista en el que los sindicatos sólo se desafían en realidad a sí mismos. La soledad política del zapaterismo encoge el ímpetu sindical porque las centrales temen desanudar los lazos con su único aliado cercano, que a su vez no desea el fracaso de sus más próximos parientes ideológicos. Ésta es una huelga llena de mala conciencia mutua, y esa sensación es tan transparente que ha motivado en las vísperas una patente indolencia ciudadana. No existe riesgo de ruptura; si acaso, de que el Gobierno encuentre un pretexto para aflojar un poco su reciente ímpetu reformista. De todos los grandes paros de la democracia el de hoy es el menos enérgico en sus motivaciones, al margen de cuál sea el resultado; al final, una huelga se decide en los transportes colectivos, y si éstos alcanzan un nivel de colapso importante la gente desiste de ir a trabajar aunque pretenda hacerlo.

Pero mañana, si el presidente cumple su palabra, todo seguirá igual. Y si no la cumple, los sindicatos podrán sacar pecho pero el país deberá contener el aliento porque volveremos al riesgo de bancarrota.


ABC - Opinión

Lecciones de «Malaya»

El «caso Malaya» es el paradigma de un mal engendrado en el sustrato del poder local y autonómico durante los últimos años. El urbanismo ha sido el origen de prácticamente todos los episodios de corrupción política descubiertos. Las respuestas de las administraciones y de la Justicia, con el objetivo de trabar la discrecionalidad de los ayuntamientos en los procesos de recalificación y de agudizar los mecanismos de intervención y de supervisión, han permitido aflorar escándalos que han salpicado a gobiernos municipales de todos los colores políticos. Aunque está por dilucidarse si los casos conocidos son los que son o cubren una realidad más preocupante, se han logrado resultados en la lucha contra una lacra que mina la respetabilidad del sistema. Como la mayor causa por corrupción municipal de la historia de España, con 95 procesados, «Malaya» es una prueba y una oportunidad para el Estado de Derecho. Una prueba para demostrar su capacidad ante una instrucción y un proceso de importantes magnitudes y una oportunidad para enviar un mensaje de tolerancia cero con la corrupción, para probar que quien la hace la paga en democracia. «Malaya» tiene claros y oscuros de los que conviene tomar nota. Hay que felicitarse de que los sistemas de control sacaran a la luz la trama que se enriquecía a la sombra del Ayuntamiento de Marbella y a costa de sus vecinos. Que no queden impunes presuntos delitos de blanqueo, malversación de fondos públicos, cohecho y prevaricación es algo positivo. Pero también es obligado reseñar, como un elemento nocivo, la incapacidad del sistema para detectar las irregularidades en su génesis, lo que permitió que la corrupción parasitara las estructuras políticas. Resulta inexplicable que en este proceso las responsabilidades de la Junta de Andalucía no hayan sido depuradas. Por acción u omisión, por connivencia o negligencia, el Gobierno socialista andaluz permitió el atropello económico de Marbella sin mover un dedo. Que se articulen blindajes o impunidades sobre administraciones competentes perjudica la credibilidad del proceso. Otra de las lecciones que nos deja el caso es la consecuencia de ese mal endémico que padece nuestra Justicia. Casi cinco años para sentar en el banquillo a los supuestos responsables de la trama es una rémora y una razón para reflexionar sobre la capacidad de nuestra democracia de actuar con contundencia, pero también con diligencia, a la hora de sustanciar comportamientos que provocan alarma social. Cabe recordar, por ejemplo, que Estados Unidos juzgó y condenó al financiero Bernard Madoff, autor de una de las mayores estafas en la historia, en sólo unos meses. Queda mucho terreno por recorrer y mucho por mejorar en esa carrera por la transparencia en la gestión pública y en el deber de los administradores por desterrar a quienes han llegado para servirse del poder y no para servir al bien común. Hay que aprender de los errores y, desde la confianza absoluta en el trabajo de la Justicia y de las Fuerzas de Seguridad, renovar y profundizar sin descanso los filtros de supervisión con el propósito de que unos pocos no manchen la imagen de esa mayoría de los servidores públicos honrados.

La Razón - Editorial

No ceder a la amenaza sindical

Si las amenazas de los sindicatos no deberían de amedrentar a ningún trabajador, menos aun lo deberían de conseguir sus engaños de última hora para capitalizar en favor de la huelga el extendido malestar que justificadamente provoca este Gobierno.

En vísperas de la huelga general, y ante el escaso respaldo ciudadano que le pronostican las encuestas, los sindicatos no han dudado en hacer cada vez más explícitas sus amenazas contra los trabajadores que no la secunden. Así, circulares como la de CCOO, en la que se "aconseja" a los trabajadores del aeropuerto de Barajas "no poner en peligro vuestra integridad física", o advertencias como la que el secretario de la Federación de Servicios de ese mismo sindicato, Pedro Moreno, ha hecho desde Canarias a los padres de alumnos para no ponerlos en "grave riesgo" al enviarlos al colegio, son sólo algunas pocas muestras del estilo mafioso al que recurren estos supuestos representantes de los trabajadores.

Incluso el secretario general de UGT, Cándido Méndez, aunque haya querido velar sus amenazas con un retórico "acatamiento" de la ley y los servicios mínimos, las ha dejado de manifiesto al advertir de que "cualquier cosa que pueda ocurrir" será responsabilidad de quien ha impuesto unos "servicios mínimos abusivos" para "cercenar el derecho a la huelga". Vamos, que no se responsabiliza de aquello que ya empieza por justificar.


Por mucho que los sindicatos traten de hacer de la amenaza directa, de la violencia de sus piquetes informativos, del pegamento y la masilla y del no menos violento corte de los transportes, sus principales instrumentos para conseguir que los trabajadores secunden la huelga, no queremos dejar tampoco sin comentario sus críticas de última hora contra el Gobierno al que, en realidad, no quieren desgastar y al que tanta complicidad han ofrecido mientras era el desempleo, y no la huelga, el que dejaba sin trabajar indefinidamente a millones de ciudadanos.

Si las amenazas de los sindicatos no deberían amedrentar a ningún trabajador, menos aun lo deberían conseguir sus engaños de última hora para capitalizar en favor de la huelga el extendido malestar que justificadamente provoca este Gobierno. Recordemos que UGT y CCOO no han hecho más que ir de la mano de Zapatero, negando primero la realidad de la crisis y proponiendo después "soluciones" destinadas a conservar el statu quo mediante el irresponsable incremento del gasto público, del déficit y del endeudamiento. Incluso ahora, cuando el Gobierno se ha dispuesto a llevar a cabo tímidas e insuficientes reformas, más por necesidad que por convicción, los sindicatos no han querido centrar en el Ejecutivo de Zapatero su malestar sino que han arremetido contra los empresarios o contra la oposición, tal y como tan elocuentemente han dejado de manifiesto en sus casposos y burdos videos de protesta.

Finalmente, a todos aquellos trabajadores que consideren que la huelga general es, en el mejor de los casos, una forma equivocada de expresar el rechazo al Gobierno, cuando no una forma de encubrir la complicidad y la responsabilidad sindical, les pedimos que no se dejen amedrentar ni por la violencia ni por las amenazas, sino que las denuncien, grabando y fotografiando allí donde se manifiesten. Hay muchas cosas que se pueden hacer para que los españoles salgamos adelante. Ninguna de ellas consiste en dejar de trabajar.


Libertad Digital - Opinión

Libertad frente a la coacción

Cualquier incumplimiento de los servicios mínimos será una vulneración de la legalidad y todo acto de coacción debe encontrar respuesta policial.

LOS sindicatos convocantes de la huelga general prevista para hoy han depositado su éxito en la paralización casi absoluta de los transportes públicos. Sin movilidad garantizada, los sindicatos confían en que se multiplicará la dimensión de un paro cuyas cifras se inflarán por la inasistencia forzosa de millones de ciudadanos. Los servicios mínimos graciosamente pactados por el Gobierno con las organizaciones sindicales no van a ser suficientes para que impere la libertad de los trabajadores que quieran trabajar o sumarse al paro. Por eso, los sindicatos han convertido al gobierno de la Comunidad de Madrid en el objetivo de la jornada de hoy, tras anunciar que no garantizarán los servicios mínimos decretados por el Ejecutivo de Esperanza Aguirre. En una Comunidad como la madrileña los transportes públicos son esenciales para el desplazamiento de los trabajadores. El Ministerio del Interior está avisado de esta advertencia de los sindicatos, cuyo significado, después de décadas de experiencia sobre los «piquetes informativos», no es otro que la amenaza de emplear la intimidación y la violencia para impedir, pura y simplemente, que los madrileños tengan libertad para moverse y trabajar. No cabe duda de que el Gobierno ve con agrado que los sindicatos hayan intercalado al PP, a través del ejecutivo madrileño, como adversario de la huelga. No en vano Zapatero está adulando a las organizaciones sindicales con nuevas ofertas de diálogo social. Es una nueva manifestación de este consenso que sindicatos de izquierda y Gobierno socialista mantienen, unas veces tácito y otras explícito, para acotar sus acuerdos y desacuerdos dentro de unos límites aceptables de compadreo.

Cualquier incumplimiento de los servicios mínimos fijados por la Comunidad de Madrid será una vulneración de la legalidad y todo acto de coacción contra los trabajadores que acudan a sus puestos de trabajo debe encontrar la respuesta contundente y proporcionada de las Fuerzas de Seguridad del Estado. Resulta inaceptable en el siglo XXI, en una democracia moderna y avanzada, basada en un Estado social y de Derecho, que las protestas laborales aún tengan expresiones de violencia e intimidación. El matonismo sindical no tiene legitimidad alguna en una sociedad que reclama en todos los ámbitos la aplicación de la ley, el respeto a los derechos y las libertades fundamentales y la solución pacífica de los conflictos.


ABC - Editorial