lunes, 11 de octubre de 2010

Crisis institucional. Zapatero y su sucesión. Por Agapito Maestre

La gravedad de la crisis institucional no es nada comparada con la desaparición de un mínimo horizonte moral y político para la España de los próximos años. Zapatero lo sabe: su táctica es horadar el poco tejido moral que le queda a esta sociedad.

De Zapatero aún no se ha dicho lo peor. A partir de ahora sabremos, de verdad, quién es este personaje para la historia reciente de España. Los toros moribundos dan las cornadas más graves. Esperen poco, pues, los ciudadanos normales de quienes pudieran parar sus estrategias, designios y planes políticos de aquí hasta las elecciones. De momento, durante un año más, el presidente tiene asegurado su puesto. El resto es nada. "Barredas" y "Tomases" son poca cosa para acabar rápidamente con el final de esta triste historia de Zapatero. Moribundo, sí, está Zapatero, pero el resto está desarticulado. Su partido no es una institución que pueda parar sus desmanes. Tampoco El País está por la labor de quitárselo del medio. La tibieza de la oposición mueve a pensar en el exilio. Y la sociedad es un simple gentío.

De la mentira y el engaño, de la falta de claridad y transparencia, que han caracterizado a los gobiernos de Zapatero, pasaremos a la crueldad en este último tramo de legislatura. Es un daño extra, un añadido, que sufriremos los ciudadanos normales. La primera prueba de esta nueva etapa era recogida ayer por El País: "La decisión sobre mi candidatura será muy personal y la comunicaré el próximo año". Esas palabras que le atribuye El País a Zapatero son el mayor monumento que se le puede hacer hoy a la "antipolítica". Provocará aún más desafección ciudadana, que será registrada en altos niveles de abstención. El desprecio de Zapatero por la política, o sea, por la publicidad alcanza límites más propios del pasado régimen autoritario del PRI, en México, que de una débil democracia, o sea, lo decisivo es no saber quién es "el tapado".


A Zapatero le importa menos la ciudadanía y, por supuesto, la formación de un juicio político que a los del PRI. Es obvio que la decisión sobre la candidatura de Zapatero tendría que ser conocida cuánto antes, porque de ella depende el futuro moral y político de millones de ciudadanos. Quizá en condiciones más o menos normales podríamos permitir ese tipo de ocultamiento frívolo e inmoral, e incluso podría mantenerse que le asiste a un presidente de Gobierno cierto "derecho" a reservarse la opinión sobre su candidatura, pero en una situación de extrema gravedad política, económica e institucional como la que padecemos la primera obligación de un gobernante es ser claro. Transparente. De su decisión, sí, depende el futuro moral y político de millones de ciudadanos.

La gravedad de la crisis institucional y económica no es nada comparada con la desaparición de un mínimo horizonte moral y político para la España de los próximos años. Es ahí donde nos jugamos el presente y el futuro. Zapatero lo sabe. Y, por eso, su táctica es horadar el poco tejido moral que le queda a esta sociedad. Sobre esa ruina él sembrará, no lo olviden, el caos. La política en España, concebida como un conflicto regulado de diferentes opiniones, está siendo sustituida por la decisión arbitraria y autoritaria de un tipo sin escrúpulos democráticos. La primera obligación de un político demócrata es, sin duda alguna, decir si se auto-limita o no en el poder. El resto es paja. Engaño y mala fe.


Libertad Digital - Opinión

¿Se va o se queda?. Por José María Carrascal

Zapatero guarda todavía en la manga cartas importantes, que Rajoy haría muy bien en no olvidar.

¿SE presenta o no se presenta a las próximas elecciones? Esa es la pregunta que se hace media España —la otra media está demasiado ocupada en sobrevivir— sobre su presidente de Gobierno, que se esconde detrás de una de esas respuestas crípticas que tanto le gustan, con pareado y todo: «Mi candidatura electoral será una decisión muy personal». ¡Y tanto! Como que ni siquiera él la sabe, como tantas otras cosas. A estas alturas, sin embargo, le conocemos de sobra para saber lo que hay tras ello: nada. Puro vacío en espera de que los acontecimientos lo rellenen. Zapatero sigue soñando con los brotes verdes, con la luz al fondo del túnel, con su buena estrella, que de aquí a 2012 volverá a brillar. Y si no brilla, no se presenta, y ahí se quedan ustedes. Si, en cambio, aparece el más mínimo resplandor al fondo del túnel, se lanzará a la contienda incluso con renovados bríos. Por eso no quiere posicionarse ahora. Por eso tiene a todo el mundo en vilo sobre su futuro, que es también el nuestro, y nos hace derramar ríos de tinta a los periodistas. No es que esté deshojando la margarita. Es que todo va a depender de las circunstancias. Lo que significa que, por mal que tenga hoy las cosas, cree tener todavía buenas posibilidades dentro de año y medio.

¿Acierta o es otra de sus fantasmagorías? Visto como está la escena nacional, que de fuera no le va a llegar ayuda y que sus medidas económicas no están surtiendo efecto, mucho apunta que llegará a 2012 aún peor de lo que está hoy. Pero yo no estaría totalmente seguro. Zapatero guarda todavía en la manga cartas importantes, que Rajoy haría muy bien en no olvidar si se cree que, simplemente esperando, verá pasar el cadáver de su rival delante de su puerta. La primera de esas cartas es la fidelidad de su partido. Me dirán el susto que le dio Tomás Gómez. Pero eso era en las primarias de Madrid, no en unas elecciones generales, y ya han visto cómo han hecho retractarse a Barreda cuando cuestionó al jefe. Con las cosas de comer no se juega en el PSOE. Luego, cuenta con los que nunca votarán al PP por principio, aunque el país se hunda. Por último, los más importantes en esa batalla desigual: los nacionalistas, conscientes de que nunca tendrán un presidente de Gobierno tan acomodaticio a sus intereses como Zapatero. Bien elocuente ha sido cómo el PNV acudió en su ayuda —contra pago, eso sí, eso nunca lo olvidan— para salvarle en los presupuestos. Los demás harán lo mismo hasta el final de la legislatura e incluso tras ella. Zapatero es su mejor baza en La Moncloa, como ellos son la mejor baza de Zapatero para seguir en ella. Nada de extraño que no tire la toalla. Claro que ¿y si nos quedamos también sin toallas?

ABC - Opinión

Del ‘buenismo’ al ‘cobardismo’: sobre la moral de Zapatero. Por Federico Quevedo

Así es, sobre todo cuando se trata de derechos humanos y de la defensa de los más débiles, de los marginados sociales, o cuando hay que hacer gala de dignidad nacional y orgullo frente al insulto y al ensañamiento de un analfabeto funcional como Hugo Chávez, o cuando hay que defender la libertad frente al totalitarismo como en el caso del disidente chino Liu Xiaobo. Nuestro presidente muestra siempre su peor cara, su rostro más inhumano, su moral más abyecta, su obsceno relativismo. Le da igual blanco que negro, si hoy toca defender la vida, la defiende, y si mañana toca hacer una ley que convierte en un derecho matar a los ‘non natos’, la hace.

Resulta francamente descorazonador tener como presidente del Gobierno a semejante personaje, a un tipo sin principios al que todo le resbala y al que no le importan las consecuencias de sus actos siempre que a el no le afecten. A esta política según la cual todo es relativo, que Rodríguez lleva poniendo en práctica desde siempre, al principio se le llamó buenismo en un afán propagandístico de hacernos creer que Rodríguez era una especie de apóstol de la paz y el entendimiento entre los pueblos, o sea, un iluminado llamado a convertirse en el nuevo Mahatma Ghandi del siglo XXI.


El buenismo consistía, básicamente, en aceptarlo todo como bueno, en comprender siempre las razones y los motivos que mueven a los enemigos de la libertad y de los derechos fundamentales del hombre antes de censurarlos e, incluso, condenarlos. Pero, inevitablemente, ese buenismo se acababa convirtiendo en un aliado de primer orden de todo aquel enemigo del bien común y de la libertad que campara por el ancho mundo. Dicho de otro modo, lo que de verdad escondía aquel buenismo no era más que puro cobardismo, fruto a su vez de ese pensamiento relativista que invade la falsa moral de Rodríguez. Sólo en una semana hemos visto tres singulares ejemplos de lo que les estoy relatando. Déjenme que empiece por el que me parece más denigrante desde el punto de vista de nuestra dignidad como país, y no es otro que el modo en que este Gobierno se baja los pantalones ante el Gorila Rojo, ante el caudillo Chávez, ante el rostro más feroz del totalitarismo y el odio, ante el digno sucesor de lo peor que ha conocido el hombre, desde Hitler a Stalin pasando por los más sangrientos secuaces de la autarquía a lo largo de la Historia. La nuestra es una gran Nación; España es un gran país que no debería permitir ni el más mínimo insulto de un enano mental, pero a sus continuas bravatas, a sus amenazas, a sus acusaciones humillantes nuestro Gobierno responde agachando la cabeza y bajándose los pantalones en un acto infame de sodomía política.

Toma buenismo. Este tío se permite decir, a través de su embajador, que en España se tortura, y nos quedamos tan panchos. Pone en tela de juicio la labor de nuestros magistrados, y nadie le responde. Niega evidencias que solo hace falta que aparezcan publicadas en el Gara, y encima le damos la razón. Pero, ¿somos tontos o qué? ¿Por qué razón hay que bailarle el agua a este tipejo? ¿Porque nos va a comprar más armas, es que esa es la razón de fondo? Entonces, ¿dónde está el puñetero pacifismo del que tanto presume usted, señor Rodríguez? Y esas armas, ¿valen este ejercicio de humillación colectiva a manos de un sátrapa, de un dictador bananero, de un terrorista disfrazado de vendeburras?


«El derecho a la vida es el primero y más importante de todos los derechos fundamentales del ser humano, y éste existe desde el momento mismo de su concepción en el seno materno.

Segundo ejemplo, y no menos importante que el primero, si acaso más porque están en juego cientos de miles de vidas humanas, y que pone en evidencia lo que siempre he llamado la Gran Mentira de la izquierda, su absoluta desfachatez moral: “La pena de muerte no es una pena, es un espanto. El derecho a la vida, el valor de la vida es el principio fundamental de la concepción y del despliegue de los Derechos Humanos”. Al margen de que, literariamente, parece que el discurso se lo haya escrito un niño de Primero de Primaria, hay que tener bemoles para afirmar eso en un acto sobre la Pena de Muerte, y que lo haga el mismo tío que ha sentenciado a morir a miles de personas antes de nacer. Pues sí, en efecto, el derecho a la vida es el primero y más importante de todos los derechos fundamentales del ser humano, y éste existe desde el momento mismo de su concepción en el seno materno, algo que ya no discute ningún científico, y la única que lo pone en duda es la indocumentada de la ministra Aído, de la cual podríamos decir que por la misma razón por la que un ser vivo fecundado en el seno materno no es un ser humano, tampoco lo es ella: porque no existe ninguna base científica que permita afirmarlo… En este asunto no hay dobles interpretaciones, ni lenguajes falsos tendentes a confundir al personal: la interrupción voluntaria del embarazo no es lo que con ese título eufemístico se quiere hacer creer, sino que se trata de la muerte violenta de un ser humano vivo en el seno materno, permitida y alentada por una izquierda que practica el culto a la muerte como su dogma moral.

Con esos mimbres, no cabía esperar otra reacción del Gobierno de Rodríguez a la elección de Liu Xiaobo como Premio Nóbel de la Paz. El disidente chino lleva once años en prisión por exigir democracia en su país. Tengo que decir que resultan sorprendentes las dos últimas decisiones de la Academia Sueca, siempre tan oportuna a la hora de premiar a destacados defensores del progresismo totalitario, pero que este año ha descansado su elección en dos figuras emblemáticas de la lucha por la libertad: Mario Vargas Llosa y Liu Xiaobo. El disidente chino personifica la batalla de tantos disidentes políticos encarcelados en nombre de la libertad, en China, en Corea, en Cuba… ¿Y que hace nuestro Gobierno? La callada por respuesta. Mientras Francia y Alemania aprovechan el premio para exigir apertura a las autoridades chinas, España se limita a mirar para otro lado. Esto es lo que le gusta hacer a Rodríguez, esa es la esencia de su política: ponerse de perfil, mirar para otro lado, nunca comprometerse con nada que signifique o pueda significar tener algún problema, aunque ese compromiso sea con la libertad y con los más débiles, con los que sufren persecución y acoso por sus ideas o, simplemente, son exterminados porque su voz no puede escucharse por encontrarse dentro del seno materno. Rodríguez es lo peor que la naturaleza humana ha podido dar a la política, porque ni siquiera tiene los arrestos que tuvieron otros antes que el para imponer sus tesis y sus políticas dando la cara, sino que utiliza siempre subterfugios, engaños, medias verdades y burdas mentiras, retorcida demagogia y descarado propagandismo que, por suerte, han dejado de ser útiles a su causa, aunque aún nos va a tocar soportarle unos cuantos meses.


El Confidencial - Opinión

Zapatero. Personalmente di persona. Por Emilio Campmany

Para los demás españoles, no hay esperanza. Ni Zapatero, ni quien pudiera sucederle, ni Rajoy harán nada de lo mucho que habría que hacer.

Andrea Camilleri, comunista y creador de Montalbano, inventó como contrapunto a su héroe una antítesis, un opuesto, el agente Catarella, de una cortedad entrañable, un idiota cándido que enseguida despierta la simpatía del lector. A Catarella, cuando alguien pregunta por Montalbano o le telefonea, le parece que debe aclarar que lo hace "personalmente", para evitar que pueda pensarse que lo hace otro mediante. Como esta aclaración le parece poco, añade que lo hace personalmente di persona, para que no haya la más mínima duda. A Montalbano y al lector cómplice le hace gracia tanta redundancia bobalicona, a fin de cuentas inofensiva.

Es inevitable acordarse de Catarè cuando uno lee en El País (dónde si no) la manera en que Zapatero explica cuando y cómo decidirá si presentarse a un tercer mandato: "la decisión sobre mi candidatura electoral será muy personal". Porque a Zapatero no le basta decir que la decisión será personal, sino que quiere aclarar que será muy personal, o sea, que la tomará personalmente di persona. Francamente, me gusta más la expresión de Catarè que la de nuestro presidente, pero es obvio que al inquilino de La Moncloa no le escribe los guiones Camilleri, sino Suso de Toro.


Con todo, no basta querer presentarse. Luego hace falta que los órganos del partido quieran colocarle a uno en el puesto que se quiere, en este caso el primero de la lista de Madrid, que equivale en la parte de nuestra Constitución no escrita a ser candidato a presidente de Gobierno. Así que no es suficiente decidir nada personalmente di persona. Hacen falta las decisiones, igualmente personales, de otros individuos que Zapatero puede ser o no capaz de controlar.

El caso es que, tenga o no nuestro presidente la voluntad de ser candidato, el asunto apenas nos incumbe. Ningún socialista, sea Zapatero o cualquier otro, impondrá las reformas institucionales y económicas que el país necesita. De afectar a alguien, tan sólo lo hace a Rajoy. Si ZP quiere presentarse y su partido le deja, Mariano será presidente sin casi haber levantado los ojos del Marca. Y, si decide personalmente di persona no hacerlo, casi cualquier otro aspirante que elijan los socialistas vencerá a un PP que basó su estrategia en oponerse a Zapatero, nunca al PSOE ni a su programa. Para los demás españoles, no hay esperanza. Ni Zapatero, ni quien pudiera sucederle, ni Rajoy harán nada de lo mucho que habría que hacer.

Tan sólo cabe la remota esperanza de que alguno de la vieja guardia socialista que tuviera la astucia y el arrojo de imponerse, careciendo de futuro político por obvias razones de edad, se decidiera a hacer lo que hay que hacer por el gusto de pasar a la Historia como quien impidió que España se jodiera, si es que no se ha jodido ya. Y eso siempre que encontrara en el PP un sucesor de Rajoy que estuviera dispuesto a ser un humilde colaborador de la misión. Un imposible.

Estar mientras tanto pendiente de las decisiones que pueda tomar Zapatero personalmente di persona es tanto como quedarse mirando al cielo a ver si llueve mientras se nos incendia la casa. Lo que habría que hacer es llamar a Ferraz y a Génova y preguntar por los bomberos. Otra cosa es encontrar a alguno que quiera ponerse al teléfono.


Libertad Digital - Opinión

Atornillar el cambio. Por Ignacio Camacho

Frente a un relevo de candidato socialista, Rajoy podría perder gran parte de su ventaja.

EL hombre más interesado en la continuidad de Zapatero debería ser Mariano Rajoy. La acelerada abrasión de su adversario no sólo le garantiza una victoria electoral tanto más abultada cuanto más tiempo tarde, sino que le está empezando a orlar, por comparación, de virtudes de liderazgo que hasta ahora le negaba la opinión pública. Sin que el candidato popular haya mostrado ninguna transformación sensible en su estilo cansino y cachazudo de manejar la política, el empate en baja valoración que venían registrando las encuestas se ha deshecho por simple comparación con un presidente en estado de desguace. Rajoy no sólo cuenta ya con mucha más aceptación de sus votantes que Zapatero entre los suyos, sino que aumenta de forma significativa el número de electores socialistas que lo perciben como un dirigente fiable y sensato. Y ha aparecido en los muestreos un dato demoledor para las expectativas del PSOE: fruto del contradictorio caos político zapaterista, una amplia mayoría considera al PP un partido mejor preparado para afrontar la crisis. Eso equivale a situarlo en la antesala del poder.

El aspirante goza de una consideración bastante general de político serio, solvente, bien preparado para gobernar, pero su punto flaco continúa siendo su debilidad como candidato, su gelidez hierática, su escaso tirón popular, su nulo sex appealmediático. Aunque el desplome de Zapatero ante sus propias filas embellece por relativización esos defectos patentes y está logrando cuajar la idea de la inevitabilidad de la alternancia, Rajoy sigue sometido al riesgo de que un cambio de candidato socialista reactive la movilización de la izquierda y comprometa sus posibilidades de triunfo. Ante un presidente autoliquidado en su insustancialidad no necesita ni un gramo más de pasión, pero frente a un relevo inesperado podría perder gran parte de su ventaja. En ese sentido le favorece cualquier lapso de tiempo que Zapatero tarde en arrojar la toalla.

Sería, sin embargo, un grave error desperdiciar el margen que el bloqueo zapaterista está otorgando al jefe de la oposición, pasivamente investido como «presidente a la espera». Si los españoles han decidido confiar en él tiene que comenzar a demostrarles para qué quiere su confianza. Está en condiciones de empezar a arriesgar, de mostrar el contenido de su alternativa, de sacudirse su aparente indolencia y atornillar el vuelco con tuercas de convicción programática.
De mostrarse como un hombre dispuesto a asumir el poder no como una responsabilidad inevitable sino como una vocación de servicio. Está en condiciones de transmitir que no desea heredar el Gobierno sino enderezar el país. Pedirle capacidad de seducción sería ir contra su naturaleza, pero los ciudadanos necesitan al menos un poco de coqueteo, una pizca de cortejo. Y el propio Rajoy se expone a encontrarse a última hora frente a un candidato —o candidata— pasional dispuesto a pelear a la desesperada por un objeto de deseo.


ABC - Opinión

Barreda, como síntoma: anatomía de unas declaraciones. Por Antonio Casado

El presidente de Castilla-La Mancha, José María Barreda, advierte de que el PSOE marcha hacia la catástrofe electoral si no cambia de rumbo. Falso. Los términos de la ecuación están cambiados. A saber: el PSOE va hacia la catástrofe electoral por haber cambiado de rumbo. Y una segunda precisión: la catástrofe no consiste tanto en el subidón del PP (apenas 3 puntos desde las elecciones de 2008) sino en el desplome del PSOE por desistimiento de su propio electorado (más de 15 puntos), como ya traté de explicar en mi columna del viernes pasado (Momento dulce de Rajoy, agujero negro de Zapatero).

En consecuencia, y esto también es curioso, los agraviados son los votantes de la izquierda, con los que Zapatero rompió su pacto electoral en mayo (el tijeretazo) al aplicar políticas de derechas. Sin embargo, son los votantes de la derecha los que le dan por muerto y exigen que se marche ¿Sólo los de la derecha? De ahí viene el clamor, aunque tendría más lógica que la demanda viniera de la izquierda, a la búsqueda de un sustituto para acabar la Legislatura con casi año y medio de recorrido.


Ahí estamos. Se trata de saber si el grito de Barreda, suavizado veinticuatro horas después, es un síntoma de la depresión que aqueja al electorado socialista porque desmiente el cierre de filas decretado tras las primarias de Madrid y alienta las hipótesis sobre la descomposición del zapaterismo.

«Si Zapatero y el PSOE están en un agujero negro es por el volantazo de mayo, cuando al Gobierno se le echaron encima los acreedores internacionales.»

Por eso hemos de interpretar correctamente las declaraciones del presidente castellano-manchego, inspiradas por su incierto futuro electoral. Los nervios le han llevado a formular la ecuación al revés. No es que el PSOE marche hacia la catástrofe electoral si no cambia de rumbo. El problema es que el cambio de rumbo que ya se ha llevado a cabo -es verdad, en eso tiene razón el ministro José Blanco- ha puesto al PSOE al borde de la catástrofe electoral.

Si Zapatero y el PSOE están en un agujero negro es por el volantazo de mayo, cuando al Gobierno se le echaron encima los acreedores internacionales y tuvo que meter la tijera para atenerse a la disciplina fiscal de la Unión Europea. Lo hubiera hecho igual Mariano Rajoy de haber estado gobernando. Se me dirá que no a partir de aquel desmadrado 11% de déficit detectado en la primavera de 2010. Lo acepto. El desembalse keynesiano de dinero público decretado por Zapatero en vísperas de las elecciones de 2008, y aún después, cuando la consigna era estimular la actividad económica, fue tan insensato que la marcha atrás de ahora se ha convertido en el golpe definitivo a la credibilidad de este Gobierno y su presidente.

Todo eso es cierto, pero no se negará que la política de contención iniciada en mayo, con los consabidos recortes a funcionarios, pensionistas, madres lactantes y pobres del Tercer Mundo, no es precisamente de izquierdas. Es más bien neoliberal y responde a ese cambio de rumbo que Zapatero, Blanco, Salgado y compañía defienden como necesario pero impopular. Justamente el cambio de rumbo que ha puesto al PSOE al borde de la catástrofe. De momento, sólo en las en las encuestas, aunque la tendencia es pertinaz.


El Confidencial - Opinión

Vargas Llosa. El erizo y la zorra. Por José García Domínguez

Lo mejor del canon liberal es que el canon liberal no existe. Razón de que puedan –podamos – discrepar en casi todo salvo en la obsesiva defensa del individuo frente al Estado. Sin tregua, como Vargas Llosa.

Es sabido que Jorge Luis Borges se afilió al Partido Conservador con el irrebatible argumento de que un caballero sólo puede militar en causas perdidas. La misma razón, sospecho, por la que Vargas Llosa devino liberal después de desprenderse de las grandes verdades reveladas que ofrecen las ideologías, esas cárceles del pensamiento que se ocultan detrás de la deslumbrante grandilocuencia de la utopía. Así, gracias a Isaiah Berlin acusamos recibo en su día de que en el mundo de las ideas coexisten dos especies irreconciliables: los erizos y las zorras. Vargas Llosa, como todo liberal genuino, pertenece a la segunda categoría.

Y es que, frente a las robustas, pétreas, inamovibles certezas absolutas del erizo, la zorra asume la inabarcable complejidad del universo. De ahí que tras los credos que dejaron atestadas de cadáveres las cunetas del siglo XX siempre hubiese un erizo, algún venerado padre de esos monumentales sistemas filosóficos que exoneran a sus fieles de la ardua labor de pensar. Al tiempo, igual que en el interior de cada zorra mora un escéptico que conoce las lindes de su ignorancia, en cada erizo, de modo invariable, habita un fanático; alguien presto a que corra la sangre llegado el caso; la sangre de los pobres obtusos que se le opongan, huelga decir.

En el fondo, es eso lo que más procede agradecer a un maestro de librepensadores como el Nobel de Literatura: que nos haya mantenido en guardia a fin de no hacer del liberalismo otro nido de erizos, una religión laica más, con sus anatemas, sus dogmas de fe, sus aprioris acerca del mundo, sus ingenieros de almas, sus pequeñas y malolientes ortodoxias, y sus sonrientes unanimidades borreguiles. No se olvide que existen muchas maneras de ser liberal, pero sólo una de ser oveja. En las antípodas de cualquier escolástica, para los verdaderos liberales como Vargas, la suya –la nuestra– es una doctrina que se somete a la realidad en lugar de pretender que sea ella, la realidad, quien se pliegue a sus designios. A fin de cuentas, lo mejor del canon liberal es que el canon liberal no existe. Razón de que puedan –podamos – discrepar en casi todo salvo en la obsesiva defensa del individuo frente al Estado. Sin tregua, como Vargas Llosa.


Libertad Digital - Opinión

El arte de contar. Por Fernando Rodríguez Lafuente)

«Mario Vargas Llosa retoma la concepción de la novela total, de la intrahistoria unamuniana —la historia de la gente, no la de los grandes acontecimientos de los manuales— y del curso lateral de la memoria, los tres elementos decisivos sobre los que se levanta esa sólida arquitectura literaria»

EL hecho misterioso de la literatura, así lo recordaba Borges en sus conversaciones, es que lo surgido de la imaginación de un escritor se convierta en la memoria de otro, el lector. No hay mayor don. Es algo mágico, extraño y extraordinario. Que los personajes creados, retratados por la rara alquimia de las palabras tomen vida en la mente de un lector anónimo e invisible, hasta transformarse en seres vivos, en nombres que la memoria recrea con mayor firmeza y presencia, casi física, que los reales. Pocos escritores lo poseen desde Homero.

En el siglo XX, los nombres que se han inscrito en hecho tan admirable forman parte de una estela imborrable: el John Marlowe de El corazón de las tinieblas de Joseph Conrad, el Hans Castorp de La montaña mágica de Mann, el Leopold Bloom de Ulises de Joyce, el Gregorio Samsa de La metamorfosis de Kafka, el Swann de En busca del tiempo perdido de Proust, el Príncipe Salina de El Gatopardo de Lampedusa, el Holden Caulfield de El guardián entre el centeno de Salinger, o el Zavalita, entre tantos otros, de Conversaciones en la catedral de Vargas Llosa. Personajes que tienen ya un lugar en la historia, y en la memoria de millones de lectores que los han alzado al secreto altar de lo más íntimo. Mario Vargas Llosa ya pertenecía a ese distinguido club de escritores, y ahora reconocido por ello con el máximo galardón literario, el Premio Nobel. Un acto de justicia que nunca llega tarde. Un premio a la constancia, a la sabiduría, a la sensibilidad, al sentido y a la voluntad. Vargas Llosa, más allá de su enorme condición de ensayista y hacedor de una obra intelectual imponente, es un fabulador, un contador de historias, un novelista que ha traducido en palabras lo más inquietante de la naturaleza humana. La búsqueda de los extraños laberintos urdidos en el interior de los personajes; unos errantes nombres perdidos en la maraña sin orden de una historia común que los desborda. Ya escribió Paolo Fabri que «es muy difícil ser contemporáneos de nuestro presente», pero contar el presente, en los términos precisos de una literatura plenamente contemporánea es el hallazgo del autor de La ciudad y los perros. Una literatura sin ambages ni retruécanos, sin falsa imposturas ni alambiques retóricos, con la prosa desbordante del Tirant lo blancde Martorell, con la melancolía desgarrada de Cervantes, con la psicología perturbada de Flaubert, con la claridad zigzagueante de Azorín, con los ambientes sórdidos y luminosos de Juan Carlos Onetti, pero, sobre todo, con la torrencial capacidad fabuladora de Joseph Conrad. Una capacidad plena de complejidades, de geografías en sombra, de fogonazos impertinentes que muestran y subrayan la soledad de un personaje ante la adversidad, la ambigüedad y el desasosiego, que el desesperado y errático siglo XX ha marcado en cada uno de ellos.


Para Mario Vargas Llosa, y él mismo ha recordado a menudo una advertencia de Ortega generadora de lo más profundo de su obra, «la historia es la realidad del hombre, no tiene otra», y con su obra el lector ha descubierto que, además, como señalara el historiador Henze, «la historia no tiene guión»; que, ante el espejo de la realidad, sin orden ni destino, la interpretación de unos hechos adquiere su mayor dimensión si la ficción se entromete para narrarlos con mayor profundidad, con mayor sentimiento, con mayor libertad. Es, sí, La verdad de las mentiras, un ensayo publicado por Vargas Llosa en 1990 en el que ya se reconocía el poder insoslayable de la novela como un género que dice verdad cuando todo es mentira. Si cabe entender, y cabe, que «cada autor inventa su público y crea su posteridad (…) y la escritura es lo otro, encarna el allá lejos y el cómo» (Adolfo Castañón), la obra literaria de Mario Vargas Llosa constituye un sólido edificio de arquitectura deslumbrante en el que la historia y la ficción han ocupado los salones más exquisitos de tan rotunda residencia en la tierra. Vargas Llosa no sólo ha creado un lector en español, y en múltiples lenguas, sino que ha indagado, con la precisión de un entomólogo chino —si se permite el private jokes borgiano—, en las más extrañas de las ambigüedades de la realidad contemporánea, siempre un punto más allá de lo que las aristas del presente presumen: siempre en el sugestivo ámbito liberal y libertario del quizá y el cómo. El vaporoso territorio de la memoria, el laberíntico y «mogollante» (Lezama Lima) trazo del tiempo, la recreación de unos fotogramas surgidos en la neblinosa y descorazonadora mirada hacia lo que pasó. Sus máximos ejemplos, además de los citados, La guerra del fin del mundo y La fiesta del chivo, a los que apunta, en idéntica genealogía, su próxima entrega, El sueño del celta. Es decir, «la novela como historia privada de las naciones» (Balzac). A lo largo de sus miles de páginas, el lector, siempre el centro de su intención literaria, asiste a lo que ocurre dentro y fuera de cada uno del centón de personajes que componen esta sinfonía, esta danza macabra de la existencia, esta contemporánea y carnavalesca danza de la muerte. Historia y ficción entran y salen, ante los ojos de un lector entregado ya a la trama sin fin, con la movilidad, con la ligereza, con la ágil descripción de unos acontecimientos, de unos interiores dibujados casi de perfil; son páginas en las que se mezclan y alternan las más granadas chispas periodísticas con el detonante de las descripciones precisas y concisas; los datos contrastados, examinados, investigados y las fechas implacables, con el documento histórico, el testimonio oral y escrito, la recreación ensoñadora y la música popular. ¿Qué hay en la novela que obligue al lector a olvidar las horas; que le nuble los contornos del lugar elegido para leer, que le haga sentirse dentro, y fuera a la vez, a la manera del espectador orteguiano, de cuanto ocurre en las páginas?

Como el propio Vargas Llosa confesara, la labor de reconstrucción histórica, el minucioso detalle, la irrupción en el extraño interior de cada uno le permite al novelista «mentir con conocimiento de causa». Claro que las novelas mienten, pero mintiendo expresan una curiosa verdad, la verdad de las mentiras, que sólo bajo la máscara —no olvide el avezado lector que «la máscara no engaña, subraya» (Malraux)— puede expresarse; llegar al íntimo rincón donde ningún documento lograra; bajo el disfraz de lo que no es, surge esa curiosa verdad disimulada, encubierta. El arte de contar. La magia de narrar. Mario Vargas Llosa retoma la concepción de la novela total, de la intrahistoria unamuniana —la historia de la gente, no la de los grandes acontecimientos de los manuales y de los periódicos— y del curso lateral de la memoria, los tres elementos decisivos sobre los que se levanta esa sólida arquitectura literaria. Un portento. La siempre visitada casa de la ficción que, como señaló, Henry James, «tiene un millón de ventanas». De las que asoman esos personajes creados para recordar que si la historia no tiene guión, al menos tiene memoria y tiene sentido. Misterioso, libre y fascinante; es decir, literario.


ABC - Opinión

Guardia Civil, en esencia



Es deplorable que actos solemnes, instituidos para la honra y el homenaje público, acaben arruinados por la polémica, las pugnas menores y la mezquindad. Ayer era un día señalado para la Guardia Civil, que celebraba en Valdemoro la festividad de su Patrona, la Virgen del Pilar. Los días previos ya arrastraban el runrún de la crítica por el varapalo judicial que sufrió el Ministerio a propósito de la última manifestación convocada por la Asociación Unificada de la Guardia Civil. Y lo cierto es que la anécdota ha sustituido a la categoría y la torpeza del Ministerio del Interior ha tapado un excelente discurso del ministro sobre la naturaleza y los valores de la Guardia Civil. No sería razonable dar excesivo realce a los abucheos que sufrió Pérez Rubalcaba a su llegada al acto y durante su discurso. Fue, eso sí, la expresión de un malestar bastante extendido en el seno del instituto armado por razones salariales, laborales y organizativas. Es mucho lo que aún está por hacer para mejorar las condiciones en las que desarrollan su trabajo los casi 85.000 guardias civiles que conforman uno de los pilares básicos de la Seguridad del Estado. Es verdad que en estos seis últimos años el Gobierno socialista ha incrementado sus efectivos en casi un 30%, pero ese esfuerzo de cantidad no ha ido acompañado por otro de calidad; al contrario, han sufrido un apreciable recorte en sus magros salarios, de modo que los guardias civiles son los peor pagados de los Cuerpos y Fuerzas policiales, pues cobran hasta un 35% menos que los policías autonómicos de Cataluña o País Vasco y rinden jornadas laborales mucho más exigentes que éstos. Ayer, no obstante, no era el día de las reclamaciones laborales ni salariales, sino el de rendir tributo a los caídos en el cumplimiento del deber, empezando por las víctimas del terrorismo; y era también el día de vestir de fiesta los valores intrínsecos que han hecho de este instituto armado un modelo a imitar en diversos países y que acumula un altísimo prestigio dentro y fuera de España. En este punto, es de destacar la exacta formulación del ministro del Interior al subrayar en su discurso que la modernización de la Guardia Civil no puede hacerse arrumbando sus mejores valores, su carácter militar. El éxito de este Cuerpo reside, precisamente, en conjugar adecuadamente sus cualidades policiales con las castrenses. Aunque parezca una obviedad, no está de más poner el acento sobre la naturaleza militar de la Guardia Civil. Es notorio que al calor de las reivindicaciones organizativas se intentan recusar también otras de más hondo calado que destruirían su esencia y todo aquello que le es específico. Desde la izquierda siempre se ha visto con recelo el carácter castrense de este instituto armado y no faltan voces dentro del PSOE que periódicamente, sobre todo cuando está en la oposición, plantean su equiparación a la Policía Nacional, es decir, su disolución en el conjunto policial. Acierta, pues, Rubalcaba al defender y reivindicar el código genético de la Guardia Civil, y también acertaría si fuera más receptivo a las justas reclamaciones que le demandan unos profesionales de los que todos los españoles estamos orgullosos.

La Razón - Editorial

No sólo la Guardia Civil debería de abuchear a Rubalcaba.

No es de extrañar que la Guardia Civil abuchee a Rubalcaba. Nunca debió haber entrado en Interior y, en todo caso, ha acumulado sobrados motivos como para dimitir en numerosas ocasiones. No sólo la Benemérita debería de abuchearle y exigir su cese.

No es casual que el lema que presida los cuarteles de la Guardia Civil sea "Todo por la patria". Cualquiera que se haya acercado alguna vez a analizar las condiciones laborales, materiales y humanas con las que trabajan estos profesionales sabrá lo insuficientes que son en la mayoría de los casos. Los propios guardias civiles son conscientes de que muy probablemente habrían disfrutado de una mejor vida en otras ocupaciones, pero aún así desempeñan su trabajo con la cabeza bien alta, conscientes de que están prestando un servicio de enorme valor a la sociedad en la que viven.

Por este motivo, a casi ningún guardia civil le costaría reprimir su actual insatisfacción laboral si se les explicara que España atraviesa una muy complicada coyuntura económica y que el Gobierno no puede permitirse ningún gasto adicional, por muy urgentes que éstos sean. Si el Ejecutivo estuviera verdaderamente apretándose el cinturón en todas partes y además reconociera la ímproba labor de la Benemérita, a buen seguro el cuerpo guardaría silencio y acataría los rigores impuestos por la crisis.


El problema es que nos encontramos a años luz de ese escenario. No tanto porque la situación económica de España no sea realmente difícil, sino porque el Gobierno sigue despilfarrando el dinero de todos los españoles en las partidas más frívolas e innecesarias que quepa imaginar y porque, para más inri, a la hora de la verdad el ministro del ramo, Alfredo Pérez Rubalcaba, está más dedicado a sus oscuros tejemanejes políticos que a dignificar a la Guardia Civil.

Así, en los últimos días el cuerpo tuvo que escuchar impotente cómo el embajador venezolano lo acusaba de torturador y cómo el ministro del Interior y el propio director de la Guardia Civil trataban de disculpar y justificar sus palabras. Es del todo intolerable que se siga calumniando el buen nombre de la Benemérita y su eficaz e impecable lucha contra el terrorismo etarra que tantas vidas de españoles ha logrado salvar. Nuestros políticos, y en especial el ministro del Interior, deberían ser los primeros en repetir esto tantas veces como sea necesario. Sin embargo, el ex portavoz del Gobierno que negó la existencia de los GAL prefiere dedicar su tiempo a resolver otros ‘líos’ como la sucesión de Zapatero, la ocultación del chivatazo del bar Faisán, la nueva negociación con ETA, la persecución política de la oposición o, más recientemente, la propaganda para desvincular a su supercomisario particular del caso Malaya.

Y es que Rubalcaba nunca entró en Interior para garantizar la seguridad de todos los españoles a través de la gestión diligente de los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado, sino para controlar las alcantarillas del Ministerio, redactar los términos de la rendición ante ETA y desactivar la alternativa política al PSOE. Lo esencial –la situación de la Benemérita– se ha convertido en algo del todo accesorio y, en ocasiones, contrario a sus auténticos intereses y objetivos.

En este contexto, pues, no es de extrañar que la Guardia Civil abuchee a Rubalcaba. Nunca debió haber entrado en Interior y, en todo caso, ha acumulado sobrados motivos durante su mandato como para dimitir en numerosas ocasiones. No sólo la Benemérita debería, pues, de abuchearle y exigir su cese. Todo español que conozca mínimamente su trayectoria debería de hacer lo mismo, tanto por la Guardia Civil como por sí mismo.


Libertad Digital - Editorial

El negocio de ETA en Venezuela

Sólo una postura firme puede poner en su sitio al dictador que utiliza viejos clichés antiimperialistas para perpetuarse en el poder.

MIENTRAS el Ejecutivo que preside Rodríguez Zapatero mira para otro lado, cada día aparecen nuevos datos que reflejan la actividad de los etarras en Venezuela. El «socialismo del siglo XXI» que proclama Hugo Chávez ofrece algo más que tolerancia a los pistoleros de ETA. Existe, en efecto, un apoyo activo a base de subvenciones y facilidades para el funcionamiento de determinadas asociaciones que apenas ocultan su origen y sus fines bajo el manto de la «ayuda» al pueblo vasco. Como es evidente, los vascos no necesitan ningún apoyo político puesto que —como los demás españoles— viven en una democracia constitucional que garantiza plenamente los derechos de todos los ciudadanos. Los únicos que actúan contra la vida y la libertad son los terroristas que cometen sus crímenes en nombre de una ideología totalitaria. Hoy informa ABC sobre el refugio que el régimen de Caracas otorga al menos a treinta criminales que se adscriben al sector más «duro» de la banda, partidario de mantener la «lucha armada» al margen de cualquier hipotética negociación de naturaleza pseudopolítica. ETA sigue adelante con su negocio sanguinario, que Chávez no tiene ningún problema para integrar en su retórica falsamente revolucionaria al servicio de una imaginaria «liberación» que siempre termina en nuevos recortes a las libertades públicas.

Los esfuerzos de la Audiencia Nacional para desarrollar una investigación eficaz sobre la conexión venezolana de ETA chocan una y otra vez con la negativa de las autoridades chavistas y con la indiferencia del Ejecutivo español, que esconde su debilidad política bajo la excusa de los intereses económicos. Entre unos y otros, los etarras viven allí en su «paraíso» particular, campan a sus anchas por el territorio venezolano y, lo que es peor, reciben subvenciones oficiales para seguir adelante con sus proyectos siniestros. El triunfo del Estado de Derecho sobre la barbarie no admite actitudes débiles. Es hora de actuar con energía, como exige la oposición en el Congreso de los Diputados y como reclama la opinión pública, harta de una postura meliflua que acepta con mansedumbre hechos intolerables y explicaciones incongruentes. Sólo una postura firme puede poner en su sitio al dictador que utiliza viejos clichés antiimperialistas en su deseo de perpetuarse en el poder.

ABC - Editorial