miércoles, 13 de octubre de 2010

La cosecha del desprecio. Por Edurne Uriarte

La Fiesta Nacional está cuestionada en nuestro país como no lo está en ninguna democracia.

«Un facherío rencoroso», escribía ayer un periodista de quienes abuchean a Zapatero en el desfile de la Fiesta Nacional. Y, además, «impune», añadía, como si hubiera que procesar a los autores de los abucheos. Y es que no pensaba precisamente el periodista en el debate sobre la oportunidad o no de utilizar la Fiesta Nacional como momento para la crítica al presidente del Gobierno o sobre la libertad de expresión y sus límites. Lo suyo, que es lo de esta izquierda irrecuperable para los símbolos y la adhesión a la nación, es otra cosa. Es el atávico y anquilosado rechazo al nacionalismo español, se le llame patriotismo constitucional o patriotismo a secas. Es la incapacidad para integrarse en la nación española democrática, la incontrolable aversión a su celebración. Y a quienes la celebran. He ahí la actitud que explica los abucheos a Zapatero el día de la Fiesta Nacional. No se trata tanto del rechazo a su gestión de Gobierno. Se trata más bien de su rechazo a la nación. De la figura de un presidente que, en el desfile de la Fiesta Nacional, se sitúa allí donde nunca quiso estar, en el homenaje a la nación española, al Ejército. De un presidente que proclamó desde el inicio de su primer mandato su voluntad de construir otra España, de naciones diversas, alejada del patriotismo de la derecha. El patriotismo que para él representan la Fiesta Nacional y sus símbolos. De la misma forma que lo representan quienes acuden a celebrarla, el «facherío», que diría el periodista. Y que dirían los políticos como Zapatero tan anclados en el franquismo y sus categorías. Casi cuarenta años después del final de la dictadura, la Fiesta Nacional está cuestionada en nuestro país como no lo está en ninguna democracia. Y lo más extraordinario, con nuestro presidente al frente de ese cuestionamiento. Y aún esperan algunos que los ciudadanos se callen.

ABC - Opinión

¡Vaya meneo! Por Alfonso Ussía

Todos esperábamos una pitada a Zapatero. Pero lo del desfile más que una pitada ha sido un broncazo. ¡Vaya meneo! Y lo malo para Zapatero es que no ha hecho más que empezar su merecido calvario ululado. Pocos ministros se han salvado del desafecto popular. Acostumbra a decir Zapatero que los pitos en el desfile de la Fiesta Nacional son un rito, una desagradable costumbre pasajera. No caiga en el error. Lo de ayer superó cualquier expectativa. La gente no lo soporta. El pueblo no lo aguanta. Y no intuyo en el Presidente del Gobierno el cuajo necesario para oír, un día sí y el otro también, la regañina constante de la ciudadanía.

Estaba previsto que desfilaran nueve abanderados hispanoamericanos. Afortunadamente, sólo lo hicieron ocho. Se bajó del carro a última hora la bandera de Venezuela. Todo mi respeto a esa bandera. Pero no al botarate que está llevando a ese gran país al desastre.


Escribí ayer que los militares desfilan al paso de la decencia y del honor. Entre la decencia y el honor no tiene sitio ni lugar el representante militar de un Gobierno que ampara a la ETA y a las FARC. Se dice que el abanderado venezolano se puso malito. Ese, al menos, es el argumento diplomático venezolano. Mejor. La bandera de Venezuela no tiene la culpa de representar un régimen corrupto y tirano que cobija terroristas. Ya desfilará por la Castellana cuando Venezuela y los venezolanos se libren del millonario primate. No millonario de nacimiento o trabajo sino como consecuencia de su sentido de la distribución marxista del dinero del petróleo. Casi todo para mí y un poquito para los que estén de mi lado.

Con independencia de la repentina enfermedad del abanderado venezolano, hay que volver al meneo. Rafael «El Gallo» protagonizó una horrible tarde en la plaza de toros de Madrid. Recién llegado al hotel, un aficionado se interesó por su suerte. «División de opiniones», comentó el genial torero. «Pues he oído que la bronca ha sido de órdago, maestro». Y Rafael aclaró su punto de vista. «Ha sido división de opiniones. Unos se lo han hecho en mi padre y otros en mi madre. ¿Está clarito?». Ninguna culpa tienen los padres del señor Zapatero. Y ayer, el pueblo no se dividió en la opinión. No se acordaron de sus progenitores. Fue una bronca unánime, clamorosa, insistente y creciente dedicada exclusivamente a él. El Gobierno se llevó lo suyo por ser su Gobierno. Se le fue agriando el semblante durante el transcurso del desfile de la crisis, que así lo han llamado. Al principio sonreía. Al final, ni con cosquillas. Las pitadas de años pasados pueden ser consideradas caricias comparadas con el broncazo de ayer.

Algo le afectará, aunque manifieste lo contrario. No se metió en la maleta del coche al terminar el desfile porque no queda airoso ni bonito, pero ganas de hacerlo le sobraron. ¡Qué zipizape, qué marimonera, qué pelotera, qué trapatiesta, qué ridículo! Sus medios afines dirán hoy que el público era de derechas. Era el pueblo, monines. Todo consecuencia de las mentiras, del desgobierno, de la errática y funesta política social y económica. Bronca a la inutilidad, a la incompetencia, a la falsedad y al resentimiento. No se engañen. Las ovaciones a los Reyes demostraron que el pueblo sabe establecer diferencias. ¡Qué meneo!


La Razón - Opinión

Abanderado indispuesto. Por Ramón Péres-Maura

Chávez desaira al Rey de España y a todos los españoles retirando la bandera de Venezuela del desfile.

Existen en el lenguaje diplomático múltiples maneras de manifestar el descontento de un país. Y, lo que es peor, hay muchas más de hacer el ridículo. El caso que nos ocupa es ya de conocimiento general. En el desfile de la Fiesta Nacional de ayer se conmemoraba también la independencia de las naciones que en 1810 quisieron romper con la Corona española y seguir su propio rumbo. Bajo la presidencia del Rey, España entera quería rendir tributo a unas independencias que costaron la vida de muchos españoles que lucharon en América en defensa de nuestros intereses. En el gran desfile nacional, la memoria de quienes dieron su vida por España allende los mares es jaleada ensalzando las independencias frente a las que los nuestros perdieron sus vidas. Es un gesto de reconciliación.

Lo malo viene cuando se tiende la mano de la reconciliación a quien nunca ha dejado de arremeter contra la herencia hispánica que ha configurado su país. Contra quien hasta hoy no pide cuentas a los miembros de su Administración que han acogido y entrenado a terroristas etarras para que puedan volver a España y asesinar a quien les plazca.

Chávez tiene muchos defectos, pero nadie debe dudar de que políticamente es un zorro. Mientras el actual Gobierno español se cubre de indignidad no ayudando a que la Justicia ejerza sus funciones en la persecución de quienes entrenan a asesinos de españoles al otro lado del Atlántico, Chávez desaira al Rey de España y a todos los españoles retirando la bandera de Venezuela del desfile por estar el abanderado indispuesto. Tampoco el embajador de Venezuela acudió, seguro que por estar pendiente de la salud de su abanderado. Y en el salón del Palacio Real en el que se ofreció el cóctel posterior al desfile, tampoco fue visto Moratinos. Estaría interesándose por la salud del abanderado.


ABC - Opinión

Zapatero, abucheado: mal día para deshojar la margarita. Por Antonio Casado

La tarta de la Fiesta Nacional se la estamparon en la cara al presidente del Gobierno. Una vez más Rodríguez Zapatero volvió a robarle protagonismo a la cabra de la Legión. Ya es un clásico. Como los micrófonos chivatos. O como la lectura en los labios para descifrar conversaciones furtivas. En el vídeo de ayer, por cierto, hay perlas capaces de competir con el famoso cruce verbal de Fernández de la Vega y la presidenta del Tribunal Constitucional, Maria Emilia Casas, que ya forma parte de las mejores leyendas urbanas del 12 de octubre.

Los abucheos de la mañana al presidente del Gobierno se quedaron a vivir en los corrillos del Palacio Real y en las redacciones. Veinticuatro horas después dan para una tesis sobre el pueblo soberano y su código de señales acústicas. A modo de conclusión, sólo vale lo que se dice en las urnas pero antes suena en la calle. Por lo general. Y tampoco conviene dejar fuera de la indagación la capacidad del poder para silenciar o potenciar esas señales, según convenga.


Quienes ayer siguieron el desfile en directo por la televisión pública no me dejarán mentir. Parecía una retransmisión del malestar del público, como si alguien estuviera interesado en multiplicar sus efectos. Contra el presidente del Gobierno, por supuesto, pero debidamente subrayada la coincidencia de los abucheos con imágenes de grupo (gobernantes, titulares de las instituciones, clase política en general); con la imagen conjunta de Zapatero y el Rey, don Juan Carlos; con el solemne silencio en memoria de los caídos en actos de servicio, o con los primeros acordes del himno nacional.

«Si Zapatero anunciara ahora su renuncia, su liderazgo sería aún más débil y viviríamos en la provisionalidad política hasta las elecciones.»

Sin embargo, los medios poco sospechosos de afinidad a la causa del zapaterismo sostenían ayer que este año las muestras de desaprobación popular han quedado amortiguadas y Zapatero no las ha recibido tan contundentes, tan sonoras, tan cercanas, como en ediciones anteriores de la Fiesta Nacional.

Por la distancia del público a las tribunas de autoridades de invitados, que este año era mayor, o por la ausencia de pantallas, pueden haberlo percibido así quienes estuvieron físicamente presentes. Pero quienes lo siguieron por televisión recibieron una sobredosis de abucheos con inequívoca dedicatoria: “¡Zapatero, dimisión¡” ,“¡Zapatero, dimisión¡”, y así sucesivamente, con el consiguiente paseo de la cámara por la orografía facial del presidente, al que no le sirvió de nada entrar discretamente por la parte de atrás de la tribuna para evitar el paseillo. Al llegar el Rey, el maestro de ceremonias ante el micrófono dijo con voz alta y clara: “El presidente del Gobierno se dispone a recibir a Su Majestad…”. Y entonces empezó la pitada, que se repetiría en numerosas ocasiones a lo largo de la mañana.

Mal día para deshojar la margarita sobre su candidatura a las próximas elecciones generales. Dice que lo hará cuando toque y que será una decisión muy personal. Si anunciara ahora su renuncia, su figura sería aún más vulnerable, su liderazgo aún más débil y viviríamos en la provisionalidad política hasta las elecciones. Cierto. Pero si la decisión fuese la de repetir debería anunciarlo sin problemas. No sería la primera vez que un presidente ejerce pensando en su reelección. Salvo, insisto, que ya haya tomado la decisión de no presentarse. Sólo en tal caso tiene lógica su silencio.


El Confidencial - Opinión

Hoy, mejor que mañana. Por José María Carrascal

Un amigo me decía: «Estamos ante alguien que, por retener el poder, es capaz de acabar con España».

MIENTRAS escuchábamos los abucheos a Zapatero en el desfile de ayer, un amigo me decía: «No entiendo por qué Rajoy se empeña en que Zapatero convoque elecciones. ¿No se da cuenta de que cuanto más las retrase peor estará? El presidente ha agotado su prestigio y sus fórmulas. La situación no hará más que deteriorarse y al final serán los suyos quienes le echen, para no hundirse con él. ¿No lo ve Rajoy?».

Le escuché con interés y me tomé tiempo para contestar, pues habíamos topado con el principal problema de España hoy.

«No se trata —dije— de unas elecciones ni de quien va a ganarlas, con ser fundamental. Tienes razón al decir que Zapatero está quemado, que su gestión ha sido una cadena de planteamientos equivocados y de falsas decisiones, que han arruinado su prestigio y a España, por lo que las cosas irán de mal en peor. El problema, sin embargo, es precisamente ése: lo que puede empeorar de aquí en adelante, las decisiones que puede tomar en esta última fase de su mandato, los daños que puede aún causar al país en este año y medio que le queda de agonía política. El más inmediato: las concesiones que haga para mantenerse en el poder. Ya has visto los cientos de millones de euros que pagó al PNV por su apoyo en los próximos presupuestos generales del Estado, y está por ver si no puso en peligro la caja única de la Seguridad Social, a más de minar el prestigio de Patxi López y su labor de recuperar trabajosamente la seguridad, normalidad, libertad, decencia y justicia en el País Vasco. En Cataluña, ya oíste lo que dijo en Gavá para congraciarse con los catalanes: que sigue dispuesto a recuperar algunos de los artículos del Estatut, declarados anticonstitucionales por el Tribunal Constitucional. Lo que nos devolvería a la situación anterior, de si es constitucional o no».


Hice aquí una pausa para contemplar a mi interlocutor. Su semblante mostraba preocupación, pero no toda la que deseaba. Así que reanudé la perorata.

«Y no es sólo eso. ¿Qué va a hacer para congraciarse de nuevo con los sindicatos, tras el fracaso de su huelga? ¿Va a aflojar las medidas de ajuste, como le piden? Sabe que Bruselas y los mercados le vigilan, pero a él sólo le interesa el problema que tiene delante, los otros, ya veremos. Puede, por tanto, dar marcha atrás, como llevarse por delante lo que sea, si sigue gobernando. Estamos ante alguien que, por retener el poder, es capaz de acabar con España. Y si esperamos a que su partido le eche, mejor que nos sentemos. ¿Dónde se van a ir todos ellos y ellas? Así que mejor que salga hoy que mañana».

Los gritos de «¡Dimisión!» continuaban. El destinatario, como si no fuesen con él.


ABC - Opinión

Abucheos. Zapatero y España. Por Agapito Maestre

Fuera del Partido Zapatero no tiene horizonte ideológico. Nadie, pues, puede pedirle que escuche al Estado o a la Nación. Zapatero es sólo y exclusivamente Partido.

Muchos mantienen que Zapatero odia a España, e incluso hay personas inteligentes que buscan los motivos, otros dirían razones, de este resentimiento hacia la nación española. Sin embargo, yo no creo que Zapatero odie a la nación; pues que eso supondría que alguna vez, poco o mucho, fue amada. Odio y amor, igual que el olvido y la memoria, casi siempre tienen un punto en común. El odio siempre implica algún tipo de amor. Zapatero está más que lejos del odio. Zapatero habita en las antípodas del odio. El presidente del Gobierno de España, simplemente, desconoce por completo cualquier rasgo de esa realidad histórica que llamamos la nación española. Él es, en efecto, un revolucionario. Él es un producto del Partido. Él es un simple y llano ejecutor de los designios del Partido.

Zapatero no es nada sin Partido. Zapatero es un producto sólo y exclusivo del Partido. Zapatero no ha conocido otra realidad que el Partido. Pare este hombre, que desde su más tierna infancia ha militado y desarrollado toda su tarea en el interior del Partido, la vida no existe sin el PSOE. Fuera del Partido no tiene horizonte ideológico. Nadie, pues, puede pedirle que escuche al Estado o a la Nación. Zapatero es sólo y exclusivamente Partido. Nunca se ha relacionado con otro tipo de personas que no sea socialista. Nunca ha escuchado a nadie que opine de modo diferente a sus cortos esquemitas; de hecho, y esto es trágico, ni siquiera tiene esquemas fuera del Partido. Nunca ha llevado a cabo ninguna acción política genuina, es decir, nunca ha reconocido que su ideología ha sido refutada cientos y cientos de veces por la historia.


He ahí el secreto de Zapatero en particular, y de la izquierda en general, jamás aceptarán que el socialismo ha sido refutado por lo real. Para esta gente la ideología es todo. Hay que ocultar lo real. Es menester, dice Zapatero, que la realidad histórica, esa que ha demostrado que el socialismo es una gran farsa ideología –una falsa conciencia– para someter a millones de seres humanos, no toque a nuestros seguidores. En nombre del socialismo se han cometidos los mayores horrores de la humanidad, pero el hombre del Partido socialista o comunista jamás lo reconocerá. Así las cosas, ¿entonces cómo quieren que Zapatero escuche el grito del 12 de octubre de 2010? ¿Quién en su sano juicio puede esperar una respuesta sensata, o sea política, al grito de la nación: "Zapatero, dimisión"? Nadie, pues, con criterio democrático puede esperar de un hombre de partido una respuesta política. Nacional.

Zapatero ha sido abucheado, una vez más, durante el acto central de la celebración del día de la Fiesta Nacional. La respuesta de Zapatero no podía ser otra que la ideológica. En efecto, los portavoces del jefe del Gobierno han culpado de la bronca a unos grupos minoritarios de extrema derecha. A nadie que se dedique al análisis político podría extrañarle esa respuesta. Era tan previsible como falsa. Esa reacción constituye la sustancia, el precipitado último, del entramado ideológico socialista elaborado por Zapatero y su equipo. Ese tipo de engaño, en verdad, esa fórmula ideológica ha sido tan interiorizada por la prensa afín al Gobierno que muchos de sus periodistas la repiten como si fuera doctrina propia; así, por ejemplo, ayer, en El País, decía Aguilar: "La Fiesta Nacional irá acompañado de los abucheos de rigor al presidente del Gobierno, orquestados con premeditación y alevosía y ejecutados por una claque reclutada entre el facherío rencoroso, que actúa de forma tan anónima como identificables y tan enfervorizada como impune". Pobre. Ideólogo menor de la más triste ideología del siglo XX.


Libertad Digital - Opinión

Desafecto. Por Ignacio Camacho

Lo que de verdad inquieta a Zapatero no es que le silben en la Castellana sino que lo hagan en Rodiezmo.


DE todos los abucheos que puede recibir Zapatero, el que menos le importa es del desfile del Pilar, tan tradicional que pronto habrá que incluirlo en el programa de actos. Esa bronca molesta al Rey, incomoda al Príncipe y pone en aprietos a las Fuerzas Armadas, testigos forzosos de un maleducado ajuste de cuentas que no va con ellos, pero al presidente lo reafirma en el papel que más le gusta, el de líder progre y pacifista repudiado por la derecha radical; desde su punto de vista es un ingrato gaje de oficio que no le compromete un solo voto y en cambio lo retrata por el perfil amable de víctima de los exaltados. La pitada de cada Doce de Octubre ofrece una imagen ruda de lo español como carácter pendenciero y destemplado, como país civilmente dividido, aficionado a la escandalera y al pateo e incapaz de celebrar su fiesta nacional en una mínima concordia en torno a su ejército y su bandera; un pueblo dispuesto siempre a zarandearse con pasión intransigente, ofuscado en faccionalismos sin tregua. La recurrencia ha convertido a la protesta en un áspero rito más de la efemérides, como el homenaje a los caídos o la presencia del carnero de la Legión; pero no sirve más que para sacar una foto desfavorecida de nosotros mismos porque el destinatario de la pitada la tiene desde hace años descontada de sus preocupaciones.

Lo que de verdad inquieta a Zapatero no es que le silben en la Castellana sino que lo hagan en Rodiezmo, y eso ya le ha empezado a suceder hasta el punto de haber tenido que quitarse de en medio. La impopularidad le ha achicado los espacios a los que puede ir sin recibir un abucheo, confinándolo en Moncloa para no sufrir muestras generalizadas de repudio. Mientras los pitos provenían del público del desfile se sentía incluso confortado como eventual mártir del progreso, pero ahora le abroncan los suyos allá donde se ponga al descubierto. Vaya por donde vaya encuentra desafecto; la izquierda le reprocha abandono y en la derecha no halla una pizca de comprensión porque desde el primer momento la hostigó con políticas de rechazo y aislamiento. Ayer no se privó ni Gallardón de encararse con él en público. No puede ir a la Universidad, ni salir a la calle, ni presidir inauguraciones a campo abierto; sólo se desplaza a mítines de adictos y actos institucionales blindados, procurando que la comitiva aparque lo más cerca posible de la entrada. Y al tradicional aislamiento del poder ha empezado a sumar la soledad del fracaso político. Con tanto como le gusta que le quieran está encerrado en el círculo de tiza de un creciente rechazo.

Los pitos de la parada militar nunca le impidieron ganar elecciones. Su verdadero problema es que ahora no sólo le gritan en cualquier parte, sino que le dobla el brazo cualquiera capaz de decirle que no incluso en voz baja.


ABC - Opinión

Desfile de despropósitos

No caben más errores, despropósitos e inoportunidades en lo que se supone que es el acto central de la Fiesta Nacional. El desfile militar de ayer en el Paseo de la Castellana se convirtió en una pasarela política donde cada cual dio rienda suelta a sus humores. En lugar de prevalecer el espíritu festivo y de celebración en torno a nuestros Ejércitos y a lo que significa España como nación, este 12 de octubre ha sido devorado por la anécdota, la bronca y los desplantes. Deplorable. El primer despropósito ha sido el protocolario y organizativo, que, pretendiendo blindar al presidente del Gobierno de los abucheos, puso tierra de por medio entre el público y la tribuna central. No satisfecho con esto, se intentó ocultar la llegada de Zapatero introduciéndolo por la parte de atrás de las gradas y no anunciándolo por megafonía, como sí se hizo cuando llegó el Rey. Para remate, los mismos responsables de la megafonía trataron de tapar con música a todo volumen los abucheos para que no llegaran a las televisiones. Esfuerzos todos ellos que, además de inútiles, resultaron ridículos, como atribuir a una conjura por internet los gritos de «Zapatero, dimisión». No estamos de acuerdo con que se abuchee al presidente del Gobierno ni a ninguna otra autoridad del Estado en la fecha más señalada de España. Días y oportunidades hay en todo el año para expresar, con todo motivo, el descontento, el rechazo, la irritación o el hartazgo que provoca el Gobierno. No es cuestión de razón, sino de oportunidad, y ayer no era la ocasión oportuna para los pitos y el pataleo, porque con ellos se degrada una celebración que es de todos y que está por encima de las disensiones partidistas o las discrepancias políticas. De la misma forma que en 2003 criticamos duramente a Zapatero por no levantarse al paso de la bandera de EE UU y politizar una celebración de todos los españoles, insistimos ahora en que los actos institucionales, en los que el desfile del 12 de octubre está entre los primeros, son para el homenaje, la honra y la concordia, y han de quedar al margen de consideraciones que instiguen la división. En este punto, los gestores deben dar ejemplo de responsabilidad, empezando por el Ministerio de Defensa, al cual compete organizar la parada militar sin causar tensiones políticas, sin incurrir en mezquindades o buscar subterfugios ridículos. Por otra parte, no era el momento ni el lugar para que los gobernantes diriman en público sus diferencias o debatan cuestiones pendientes. Zapatero y Gallardón se enzarzaron ayer, a la vista de todos, en una discusión calificada de «áspera» por Aguirre, testigo presencial, en la que le pidió que no discrimine a los ayuntamientos y que les dé el mismo trato financiero que reciben las comunidades autónomas y la Administración General del Estado. Al margen del lugar elegido, hay que reconocer que el alcalde tiene razón en las causas de su malestar, ya que no quiere aumentar el endeudamiento sino refinanciarlo. Por lo demás, el desfile tuvo la virtud de congregar a una gran multitud ciudadana que lo siguió entregada y con gran emoción. Las jóvenes repúblicas hispanas que este año celebran el bicentenario honraron la fiesta con su presencia, salvo la Venezuela de Chávez, cuya espantada es indigna del pueblo de ese país.

La Razón - Editorial

La Fiesta de lo discutido y discutible

Lo lamentable es que por culpa de un Gobierno cainita e incompetente, que nos ha conducido a la mayor crisis institucional y económica que haya padecido España en su reciente historia, quede poco que festejar el día de nuestra, todavía, Fiesta Nacional.

Se supone que el Día de la Hispanidad, Día del Pilar, debería de ser una jornada de celebración en la que los españoles festejáramos lo que nos une, también con el resto de los miembros de la comunidad hispana, y en la que el Ejército y nuestra bandera acapararan un lógico y merecido protagonismo. Tristemente, sin embargo, el auténtico protagonista en la celebración de nuestra Fiesta Nacional ha sido el clamoroso abucheo recibido por Zapatero –con seguridad el mayor que el presidente haya sufrido en todos sus años de Gobierno–, seguido de la no menos comentada ausencia del representante venezolano entre los abanderados de los nueve países de Hispanoamérica que cumplen el bicentenario de su independencia entre 2009 y 2011.

Respecto a lo primero, hay que empezar por señalar que lo auténticamente lamentable no son los pitidos y los reiterados gritos de dimisión dirigidos contra Zapatero, sino el desastroso balance de Gobierno que los ha provocado. Y es que por mucho que el Ministerio de Defensa haya atribuido indecentemente el abucheo a grupos organizados desde internet y ligados a la extrema derecha, las protestas de la gente entran lamentablemente en el terreno de lo normal, de lo lógico y de lo espontáneo, a la vista de un Gobierno que considera la nación como un "concepto discutido y discutible", que tiene como socios a quienes califican a la española como "la bandera del enemigo" o que ha impulsado la quiebra de nuestra nación como Estado de Derecho mediante estatutos soberanistas. Eso, por no hablar de una crisis económica a la que el Ejecutivo socialista no sabe hacer frente y que nos ha conducido a los cuatro millones y medio de parados.


A la vista de este panorama, considerar esta reacción de hartazgo y de protesta de la ciudadanía como una especie de conspiración de minorías altamente organizadas es tanto como negarse a ver la realidad. Aquí lo único organizado y premeditado han sido los esfuerzos del Gobierno por mantener a Zapatero lo más lejos posible de los espectadores del desfile, tratando estérilmente de que su presencia pasara desapercibida.

En cuanto a la ausencia del representante venezolano, parece que el embajador de ese país nos toma por tontos al darnos como excusa del plantón a una "indisposición" sobrevenida de su abanderado. Vamos, como si no hubiera en Madrid una sola persona, venezolana o no, que pudiera portar la bandera de ese país durante el desfile.

No vamos a negar que las protestas contra Zapatero se hubieran podido extender al paso de la bandera de un país cuyo gobierno acusa a nuestra policía de torturar a los etarras, que tiene entre sus altos funcionarios a uno de ellos o que ampara en su territorio las prácticas y entrenamientos de ETA y otras organizaciones terroristas como las FARC.

Sin embargo, ya sea una "espantada", ya sea un "plantón" o, más bien, ambas cosas a la vez, la bochornosa actitud del Gobierno venezolano no hace más que recordarnos las lamentables alianzas que, para desprestigio de España, mantiene Zapatero en el ámbito internacional. Al igual que a los socios nacionalistas del PSOE, a Hugo Chávez esto del 12 de Octubre y del Dia de la Hispanidad le suena a "genocidio" y "colonialismo", por lo que, al igual que ocurre con los nacionalistas, no nos tiene que sorprender su ausencia.

Lo que resulta lamentable, en definitiva, es que, por culpa de un Gobierno cainita e incompetente, que nos ha conducido a la mayor crisis económica, nacional e institucional que haya padecido España en nuestra historia democrática, quede poco que celebrar y festejar el día de nuestra, todavía, Fiesta Nacional.


Libertad Digital - Editorial

Otra fiesta del 12-O con bronca

Los gritos de «Zapatero, dimisión» ni son nuevos ni plantean nada diferente a lo que las encuestas configuran hoy como un deseo mayoritario,

INDUDABLEMENTE, la de ayer no es la forma idónea de celebrar la Fiesta Nacional. Las legítimas expresiones de rechazo popular a la gestión del Gobierno nunca deben nublar el respeto que merecen las instituciones, la bandera y el merecido homenaje a quienes dieron su vida por España. Sin embargo, la realidad es incontestable. Una vez más Rodríguez Zapatero recibió una sonora pitada durante el desfile militar celebrado en Madrid con motivo de la Fiesta Nacional. Ni el alejamiento del público respecto de las tribunas principales ni la disminución del número de invitados impidieron ayer que cientos de ciudadanos expresaran de forma ruidosa su discrepancia con el presidente. De hecho, este ha sido el año en que más arrecieron los gritos de «Zapatero, dimisión», incluso en momentos en los que, por un elemental sentido del respeto, procedían más el silencio y el recogimiento de un homenaje a las Fuerzas Armadas que los signos de desaprobación.

Sin embargo, sería absurdo ocultar que la confianza en el líder del PSOE está bajo mínimos y que el propio presidente ofrece la imagen de un político sin rumbo, sostenido a base de maniobras partidistas. El PSOE pretendió eludir la crudeza de los hechos con explicaciones para consumo interno sobre los sonoros abucheos de ayer. «Forman parte del guión», dijo Zapatero resignándose a lo que se ha convertido en una costumbre. Pero el desplome de su partido en las encuestas y la crisis interna no se arreglan culpando de sus males a «extremistas» supuestamente organizados a través de redes sociales. La Fiesta Nacional, presidida por Sus Majestades los Reyes, se celebra al más alto nivel con una parada militar y una recepción en el Palacio Real. La brillantez de estos actos no debe quedar empañada por cuestiones partidistas. Fue el propio Zapatero quien, siendo líder de la oposición, politizó el 12 de octubre y comenzó a buscar protagonismo al no levantarse al paso de la bandera de Estados Unidos, y ayer otra bandera —la venezolana— jugó una mala pasada a un Gobierno incapaz de gestionar con eficacia estas celebraciones. No es justo que, año tras año, la Fiesta Nacional sea noticia por los abucheos a un presidente. Pero tampoco lo es que, año tras año, ese presidente no haga absolutamente nada por evitarlos. Los gritos de «Zapatero, dimisión» ni son nuevos para él ni plantean nada diferente a lo que las encuestas configuran hoy como un deseo mayoritario.

ABC - Editorial