jueves, 14 de octubre de 2010

Ahora piden respeto, ellos. Por Hermann Tertsch

Si hubiera tanta extrema derecha en España, estos heroicos antifranquistas de la nada habrían huido ya al dorado exilio.

YA están aquí con toda la desvergüenza de que son capaces y la virulencia que añaden los crispados nervios de un Gobierno que se sabe desenmascarado. Nerviosísimos están todos ellos, porque ven ya en el horizonte su fracaso y la expulsión del paraíso del poder al que accedieron en una trágica carambola del destino y en la que se mantuvieron con unas mentiras que han traído la ruina para millones de españoles y la angustia para todos. Ahora ya saben, se lo dicen todas las encuestas incluidas las suyas, que sus mentiras han dejado de surtir efecto, como un antibiótico agotado por tanto abuso continuado. Ahí están, los que en pánico quieren bajarse del barco y los que llaman a aguantar, a la espera de algo, «lo que sea» como dice el jefe, que quiebre el curso implacable de los acontecimientos. Que lleva a la derrota. Lo que no podrán evitar ya es el desprecio de millones de españoles víctimas de la catástrofe nacional que su ineptitud, su aventurerismo y sus mentiras han causado. Ahí están ahora sacando el rodillo de la intimidación. Si ya no funcionan las mentiras, quizás lo haga el miedo. Ya han desplegado sus baterías para tachar de ultraderechistas a todos los españoles hartos de ellos, los que sufren los efectos de la siembra de miseria por la que será recordado este Gobierno. Dicen que eran grupos de extrema derecha los que gritaban y silbaban. Si hubiera tanta extrema derecha en España, estos heroicos antifranquistas de la nada habrían huido ya al dorado exilio en sus finquitas y chalecillos por el ancho mundo. Si hasta le tienen miedo a las familias, parejas y demás ciudadanos madrileños en la Castellana. Los han arruinado y ahora los insultan. El Timonel ya no acude a acto abierto alguno salvo con público seleccionado. Por miedo a la verdad y a la gente. Por eso el martes los madrileños tenían que estar lo más lejos posible de Zapatero, ese hombre, el líder providencial, regalo para los españoles. Si hubieran estado más cerca, habrían expresado su opinión, habrían visto la ceremonia y no habrían gritado a ciegas. Habrían respetado el homenaje a los caídos porque los allí reunidos, muy lejos, tras vallas como si de peligrosos energúmenos se tratara, tienen cien veces más respeto a nuestros caídos que el Gobierno. Respeto piden, quienes traen escondidos y con nocturnidad a soldados españoles muertos en una guerra que dicen no existe. Respeto piden quienes llevan años ciscándose en las creencias religiosas de más de media España. Los socios y cómplices de quienes queman la bandera y aterrorizan a quienes la llevan. Quienes ayudan a perseguir a la lengua española, pisotean las tradiciones e incitan a la violencia contra los discrepantes. Quienes llamaron a asedios a las sedes de otro partido. Piden respeto, quienes difamaron a las víctimas del terrorismo, quienes pactaron con ETA para no ver atentados ni robos de pistolas donde los había y nos mintieron y siguieron negociando con los terroristas con muertos y sin ellos. Esos, nos piden ahora respeto. Y como siempre les ayudan —con esa buena fe tan dispuesta a dejarse convencer por los peores—, quienes caen una y otra vez en las tretas de estos impúdicos trileros de la moralidad. Demasiado tarde. Si quieren un minuto de respeto, sólo a cambio de un instante de patriotismo de su jefe. Para dimitir o convocar elecciones. Es el único favor que podría ya hacer Zapatero a España. No lo esperen.

ABC - Opinión

A los progres no les gusta recibir de su propia medicina. Por Federico Quevedo



¡Hay que ver cómo se han puesto! Les ha hervido la sangre, se les han encendido las entrañas, los ojos se les han salido de las órbitas… No pueden soportar recibir una dosis de la misma medicina que ellos recetan para los demás. No pueden porque, en el fondo, de demócratas tienen lo que yo les diga, o sea, nada, y como se creen con derecho de pernada sobre la libertad de los demás y van por la vida de castigadores repartiendo certificados de demócratas solo a aquellos que les bailan el agua -mientras ellos estrechan lazos y abrazos con cuanto asesino político en serie puebla las repúblicas bananeras del mundo mundial-, no aceptan que, por una vez, sean ellos el objeto de la protesta ciudadana.

Ellos, ya saben ustedes a quienes me refiero, sí pueden retorcer, manipular y pervertir una jornada tan clave como la de reflexión antes de unas elecciones enviando a los suyos a las puertas de la sede del PP al grito de “¡Aznar, asesino!”, porque eso es un ejercicio de libertad de expresión al que no hay que poner puertas… Pero si se trata de gente que aprovecha el único acto público en el que se puede ver al presidente Rodríguez -porque ya se ocupa él de evitar ser visto los otros 364 días del año-, para expresar su profundo malestar por la situación el país y pedir su dimisión, entonces estamos hablando de un grupito de fachas a los que hay que callar.


Pero resulta que el grupito de fachas son, en realidad, millones de españoles que están de Rodríguez hasta los bemoles y que manifiestan su desagrado hacia el presidente del Gobierno allá donde buenamente pueden hacerlo. Y si el único lugar y momento en el que pueden dar rienda suelta a su cabreo es en la Fiesta Nacional, pues allá que van a gritarle a Rodríguez que se vaya, y lo hacen en nombre de una inmensa mayoría de ciudadanos hartos de este personaje. Y eso, les guste o no a los progres de turno, a los enemigos de la libertad, es también un ejercicio de democracia.

Por eso tampoco entiendo que el Príncipe heredero y su santa esposa entren en el juego progresista de protestar por la protesta… No, Señor, si es usted la representación institucional de todos los españoles, lo es también de esos que el martes silbaron y abuchearon al presidente Rodríguez en número y tono muy superior al de otros años, y como institución que se supone debe unirnos a todos bajo un mismo paraguas, debería al menos haberse mantenido al margen de la polémica sin expresar opinión alguna al respecto. Y lo digo porque, entre otras muchas cosas, cada gesto de ese tipo que hace esta Monarquía, gesto de condescendencia hacia la izquierda totalitaria y radical, le aleja un poco más del ya escaso número de monárquicos convencidos que habitan este país, y no precisamente en esas filas.

Antidemocrática censura

Pero volviendo al caso que nos ocupa: resulta que nuestra tan democrática izquierda gobernante, en vista de que los pitidos y abucheos a Rodríguez se suceden cada año y que en esta última edición ni siquiera con trampas se ha librado el ínclito de la pitada, ha decidido proponer una reforma de los actos del Día de la Hispanidad para evitar que estos sucesos se repitan. ¿Por qué? Si no hace falta reformar nada, basta con que se vaya Rodríguez, y se acabarán los pitos. Y, además, ¿qué van a hacer? ¿Repartir bozales en los accesos al desfile? ¿Poner multas a quien grite? ¿O, simplemente, impedir el acceso a todo aquel que tenga pinta de facha porque lleve una bandera de España en la mano?

Cualquier cosa puede salir de la calenturienta mente de estos cavernícolas que todavía no han comprendido que ellos pueden llamarnos fachas a los que protestamos, pero que son ellos los que con su antidemocrática censura de las libres expresiones ciudadanas de malestar actúan como vulgares herederos de lo peor del totalitarismo, llámese fascismo, nazismo o estalinismo, que me da exactamente igual.


El Confidencial - Opinión

Corbacho. Cuando la única idea es encogerse de hombros. Por Juan Ramón Rallo

Incapaces de articular una "respuesta de izquierdas" a un interrogante que requería una réplica liberal, prefirieron sangrar al mercado laboral antes que renunciar a sus dogmas ideológicos.

A nadie debería sorprenderle que Corbacho se despida del Ministerio de Trabajo felicitándose por haber destruido más de dos millones de puestos de trabajo en poco más de dos años. Al cabo, toda la política económica del Ejecutivo socialista desde que los rigores de la crisis enterraron sus compulsivas mentiras ha consistido en plegarse de hombros. Incapaces de articular una "respuesta de izquierdas" a un interrogante que requería una réplica liberal, prefirieron sangrar al mercado laboral antes que renunciar a sus dogmas ideológicos. Ya lo sentenció Zapatero en uno de esos mítines rodiezmiles: "la salida a la crisis será social(ista) o no será". Y no fue.

Ahora a los socialistas sólo les queda celebrar que, al menos, no dejaron tirados a aquellos a quienes impidieron trabajar. Menos da una piedra, cierto. También se nos podría haber caído el cielo encima o haber padecido un holocausto nuclear. Eso que nos hemos ahorrado.

Sin embargo, me temo que no es Corbacho quien debiera colgarse la medalla de haber mantenido a los millones de parados que su socialista legislación laboral y su maléfica alianza con los sindicatos han generado. Bien gustoso le traspasaría los méritos si asumiera las responsabilidades que conlleva, pues en este caso estas responsabilidades se pueden resumir en un simple guarismo del que dudo mucho que Corbacho se vaya a hacer cargo: 70.000 millones de euros. Tal es la cifra con la que el ex alcalde de Hospitalet ha agraciado a sus millones de desempleados; tal es la cifra que, entre muchas otras ocurrencias socialistas, deberemos ir devolviendo todos los españoles durante los próximos años con sus correspondientes intereses. Y ello por no hablar de toda la riqueza que en este postrado país se ha dejado de crear porque cinco millones de personas hayan estado durante dos años no ya los lunes, sino toda la semana al Sol.

Esa será la cifra por la que Corbacho pasará a la historia. Pasen y vean. En este caso, una imagen sí vale más que todo lo que les pueda contar:



Libertad Digital - Opinión

De mal en peor. Por M. Martín Ferrand

Cuando la evidencia del fracaso no basta al líder de turno para retirarse del poder, hay mecanismos de repuesto.

DOS o tres millones de franceses, estudiantes de Bachillerato incluidos, han salido a la calle para protestar contra la reforma del sistema nacional de pensiones. Consideran inamovible, como una cuestión de principios, la edad de su jubilación y, con la fuerza con que sus bisabuelos defendieron la honra de sus bisabuelas, luchan por sus derechos laborales adquiridos. Es lo que se lleva en Europa. No importa que el manantial esté seco, el Estado debe proveer, desde la canastilla a la mortaja, todas las necesidades de las personas y así, instalados en la superchería del bienestar igualitario, el Viejo Continente se va quedando sin contenido. Se debilita y empobrece. El espíritu es el mismo de quienes, con inoportuna grosería, pedían la dimisión de Zapatero en un acto institucional, presidido por el Rey, con motivo de la Fiesta Nacional. Aquí se invoca la libertad de expresión, un derecho que comporta obligaciones y responsabilidad, y todo vale. Se puede romper la paz de una ceremonia funeraria u ofender con una gracieta a la mujer del presidente de Cantabria. Pero, ¿qué libertad es esa que no tiene compromiso con la realidad, carece del rigor del análisis y cursa por el camino de la mala educación?

Muy probablemente Rodríguez Zapatero le haría un bien a la Nación retirándose de la función ejecutiva. No supo ver llegar la crisis, no sabe cómo enfrentarse a ella y carece de los redaños precisos para hacer lo que se debiera. En democracia, cuando la evidencia del fracaso no basta al líder de turno para retirarse del escenario del poder, hay varios mecanismos de repuesto. El más sencillo es que el partido político en el que el líder fracasado sustenta su poder y representación le retire la segunda y le deje sin el primero. Aquí, el partido, su cúpula, ha fracasado tanto como el presidente. Todos comparten su responsabilidad. En consecuencia, si la cabeza de la oposición no quiere, o no se atreve, a utilizar la moción de censura, el mecanismo ad hocpara acelerar los tiempos de la alternancia, tendrá que esperar a que se cumpla el plazo electoral correspondiente. En las condiciones actuales, ¿España puede aguantar hasta 2012? El sentimiento colectivo, abrumado con la desesperanza, parece contestar negativamente a esa pregunta y ello le hará incurrir en grave responsabilidad a quien, en principio, está llamado a suceder a quien ya debiera irse y se aferra a la letra de una norma que no ha sabido engrandecer con la música de sus hechos. Es decir, que podemos ir de mal en peor. Sin titular y sin suplente, averiado el uno por su incapacidad y el otro por su cautela.

ABC - Opinión

Zapatero, la fiesta del Pilar y el rosario de la aurora. Por Jesús Cacho

Curioso circo el que la izquierda ha montado a propósito del desfile del martes 12 de octubre, Fiesta Nacional -con perdón- española. Me refiero al circo de los abucheos a Rodríguez Zapatero atribuidos a una “extrema derecha” al parecer omnipresente, porque ocupaba las aceras de un Paseo de la Castellana donde caben miles y miles de personas y en cualquiera de cuyas esquinas se oyeron gritos contra el Presidente. ¿Todos de extrema derecha? Y bien, o estamos ante una extrema derecha pobladísima, poderosísima, cuya existencia desconocíamos hasta ayer, o aquí hay gato encerrado. Descorramos enseguida el velo: para abuchear hoy a Zapatero no hace falta ser de extrema derecha. Tampoco de extrema izquierda. Ni siquiera de centro. Basta con estar un poco cabreado con la situación de deterioro en todos los órdenes -no solo económico- que sufre España. Y ahora se cuentan por millones los españoles cabreados, muchos de ellos votantes socialistas, por cierto.

Y aquí podríamos poner punto final a la presente reflexión, porque realmente no hay mucho más que decir. Va en el sueldo del Presidente del Gobierno de la Nación, de cualquier Presidente, de cualquier partido, aguantar los abucheos que los ciudadanos tengan a bien dedicarle -sin mediar lanzamiento de huevos, tomates o cualquier otro comestible al uso- en cualquier circunstancia, sobre todo cuando ese Presidente es un desastre y su gestión una desgracia para el país, aserto que millones de españoles, muchos de ellos votantes socialistas, estarían hoy dispuestos a suscribir. Ocurre que es ya casi un lugar común afirmar que la izquierda es maestra en el complejo arte del agit-prop, y es también una obviedad que esa izquierda no iba a dejar pasar una oportunidad pintiparada como esta -hasta el más lerdo sabía que ZP no iba a ser recibido con flores en la Castellana- para ponerse en el papel de víctima, y más en una situación como la actual, con un Gobierno y un PSOE sumidos en una de las mayores crisis de identidad de sus ciento y pico años de historia.

Por lo demás, basta ver las fotos de los supuestos energúmenos de extrema derecha que pidieron la dimisión de ZP para concluir que, con independencia de la presencia de grupúsculos de esa especie que tal vez buscaban convertir el evento en lo que al final se convirtió, lo que en la Castellana se vio tras las vallas, aunque tal vez sería mejor decir tras las rejas, era gente bastante corriente, gente de a pie carente de cualquier tipo de coordinación, que la emprendió a gritos en un tumulto desordenado, espontáneo y pedestre. Recibido en mi correo electrónico: “Soy un votante socialista que ayer [por el martes] presenció el desfile y que también pidió la dimisión de Zapatero. Soy padre de cuatro hijos, tres de ellos en el paro, y el cuarto autónomo y sin trabajo. A todos trato de ayudar con mi pensión, bastante escasa después de haber cotizado durante 45 años. ¿Qué por qué grité? Porque estoy desesperado, realmente no sé qué hacer por mis hijos, y ayer era el día que yo sabía que iba a tener al Presidente a 200 metros de distancia”.

Lamentable, cierto, que los abucheos no cesaran ni el momento del homenaje a los caídos. Sin que sirva de excusa, cabe, sin embargo, aclarar que debido al acotamiento del acto muy pocos lograron saber qué parte del mismo se estaba desarrollando en la plaza de Cuzco. Con la megafonía convertida en puro ruido, era imposible distinguir cuándo se izaba la bandera, se interpretaba el himno o se hacía el homenaje a los caídos. Reacción, pues, multitudinaria, espontánea y también triste. Sí, triste porque los ciudadanos se ven obligados a aprovechar el día de la Fiesta Nacional para expresar su descontento, cuando no simple desesperación, por la situación de un país cuya gobernación es responsabilidad del Presidente del Gobierno. Triste porque ello conlleva mancillar un acto que debería servir para otras cosas, tal que celebrar la pertenencia a una patria común presidida por la divisa de la libertad. Y triste porque de nuevo se constata el abismo que hoy separa a la gente de la calle, incapaz de ver un rayo de luz en la oscuridad reinante, de eso que se ha dado en llamar la “nación política”.

Silencio, de nuevo, sobre el desplante de Chávez a España

Con estos ingredientes, el agit-prop socialista ha montado un bonito espectáculo circense a cuenta de una “extrema derecha” de fábula, cuyo plato fuerte ha sido una supuesta declaración del propio Juan Carlos I (“El Rey critica la pitada a Zapatero”) siempre dispuesto a dejarse utilizar por el simpático rojerío patrio, convencidos a lo que parece en Zarzuela de que el futuro del edificio dinástico descansa sobre los arbotantes de una izquierda, qué risa tía Felisa, que ahora se rasga las vestiduras mientras se esconde detrás del Monarca para que no la abucheen. Más lejos ha ido la ministra de Defensa, Carme Chacón, quien, lista como es, se ha pasado esta vez de frenada al proponer un “protocolo” para la Fiesta Nacional. Ahí va una idea: celebrar el desfile, sin tanques, claro está, en los jardines de La Zarzuela o en las instalaciones de El Goloso. Más barato. Y más seguro porque, rigurosa invitación mediante, se evitarían así los abucheos a Zapatero de una vez por todas. Ya puestos, doña Carme, habría que hacer otro “protocolo” para evitar la quema de banderas nacionales en Barcelona, por ejemplo, aunque ya sé que eso no les preocupa a ustedes en demasía. Dejémonos, por eso, de protocolos y simplemente hagamos cumplir la Ley. En Madrid y en Barcelona.

Y mientras estábamos entretenidos con el bonito juego de los insultos a ZP y el gesto gravemente ofendido de la claque más cercana al carismático líder, con Rubalcaba a la cabeza, nadie, sin embargo, ha dicho ni pio de un asunto, “el asunto” en realidad, que a mi modesto entender más grave resultó del día de la Fiesta Nacional. Me refiero al desplante, insulto, ofensa gratuita, gesto inamistoso donde los haya de la Venezuela del cabo de vara Chávez hacia España y los españoles, cuya bandera no desfiló el 12 de octubre por La Castellana porque, al parecer, su portaestandarte sufría flojera intestinal esa mañana. Ni el PSOE, ni la Zarzuela, ni el Gobierno, ni por supuesto su ministro de Exteriores ha dicho esta boca es mía. Ni una palabra de queja. Ni un simulacro de protesta. La Venezuela de este aprendiz de tirano nos hace pedorretas, nos chulea, nos vitupera, expropia negocios y haciendas de los 200.000 infortunados españoles censados en aquel país y la España de Zapatero se limita a sonreír y poner la otra mejilla. O a bajarse de nuevo jubón y calzas, dispuestos todos a recibir una nueva ración de más de lo mismo. De vergüenza.


El Confidencial - Opinión

Chile. Una hazaña moral. Por Cristina Losada

Desde los dramas personales que sufrimos en las fragmentadas sociedades posmodernas se observa con nostalgia el modo de afrontar la fatalidad en aquellas que aún se rigen por valores tradicionales.

Mientras escribo estas líneas prosigue el rescate de los mineros chilenos a través de un cordón umbilical cuyas características, vistas por ojos inexpertos, llaman a establecer analogías con la fragilidad de la vida. Cada llegada de un minero a la superficie hace llorar a moco tendido. La carga emotiva del acontecimiento es tal que en torno a la mina San José velan televisiones de todo el mundo. Es la era de las emociones globalizadas, pero pocas tan diáfanas y justificadas. De una punta a otra del planeta, sus pobladores asisten a uno de los contados instantes en que se pueden sentir unidos en la adversidad y satisfechos de la capacidad humana para superarla.

Los treinta y tres hombres que han permanecido a setecientos metros bajo tierra han dado un ejemplo de resistencia, disciplina y cooperación que subraya su cualidad de valiosos instrumentos para la supervivencia. Cuantos han participado en el rescate señalan la primordial importancia de que, en el curso de su largo encierro, se hubieran mantenido juntos y establecieran y respetaran una jerarquía. Junto a la proeza técnica, en la que ha colaborado la NASA –lo que debería hacer pensar a quienes preguntan para qué sirve mandar cohetes a la Luna– encontramos, como condición sine qua non del éxito, la hazaña moral de los mineros.


En la BBC o la CNN –todavía hay que recurrir a los clásicos– mostraron el mensaje de un británico que confesaba su envidia de los mineros porque tenían mujeres e hijos que les querían. ¡Quién los tuviera en Liverpool! Desde los dramas personales que sufrimos en las fragmentadas sociedades posmodernas se observa con nostalgia el modo de afrontar la fatalidad en aquellas que aún se rigen por valores tradicionales. En el caso que nos ocupa, la familia y las creencias religiosas ayudaron a sostener la fortaleza de los atrapados. Todos lucían, al salir, camisetas con la leyenda: "Gracias, Señor". Son valores que, en nuestros contextos, se tachan de ridículos, perjudiciales y obsoletos, a pesar de su notable evolución. Y se olvida que cuando el ser humano se ha puesto a inventar otros, han resultado peores.

La operación de rescate será justo motivo de orgullo para la nación chilena. Su esfuerzo por salvar a los mineros muestra el valor que se le da a la vida en un país civilizado. Enhorabuena. Y a llorar.


Libertad Digital - Opinión

La lección de Chile. Por Ignacio Camacho

El rescate minero constituye una exhibición de eficiencia que Piñera ha liderado en un golpe de audacia.

CARAMBA con Chile. En la epopeya de los mineros ese país ha dado al mundo una lección de eficiencia, coraje, esperanza, superación y liderazgo. Y ese presidente, Piñera, se ha proyectado a sí mismo como un dirigente digno de ser tomado en cuenta. Hay otra América del Sur distinta a la de los caudillos bolivarianos y demás fantasmones de la demagogia populista, una América seria que busca su camino de desarrollo en las vías de la modernidad y el occidentalismo; países en los que la moderación política ha estabilizado el progreso democrático: el Brasil de Lula, la Colombia de Uribe y Santos, el Chile de Frei, Bachelet y Piñera. Izquierdas socialdemócratas, derechas liberales, alternancias serenas, pragmatismo educado. Democracias constructivas capaces de consolidar estándares de eficacia política sin esperpentos paramilitares ni corruptelas endémicas.

Chile acaso sea la nación con más seguridad jurídica del continente sudamericano. Hizo una transición ejemplar desde el brutalismo pinochetista y se ha aproximado con firmeza a un reconfortante modelo de bipartidismo estable; sus elecciones son un brillante ejercicio de confrontación respetuosa y sus presidentes tienen limitadas las tentaciones de abuso de poder a un solo mandato. Tiene un marco fiable de garantías civiles y económicas y recorta poco a poco sus anchas desigualdades sociales. Le falta mucho por hacer para construir una sociedad cohesionada pero se aplica a ello con determinación y confianza.


En ese marco, el rescate minero de Copiapó constituye una exhibición de fortaleza que Piñera ha dirigido en un golpe de audacia. Sus propios ministros aceptaban el desastre cuando el presidente se empeñó en desafiar al destino y rebelarse contra una catástrofe que, entre otras cosas, comprometía el prestigio de un sector económico vital en la balanza comercial chilena. La sacudida global de interés humano que ha provocado la aventura le ha permitido situarse bajo los focos del mundo entero para afianzar su crédito-país en una operación asombrosa. Apoyado en la extraordinaria, prometeica, épica resistencia y organización de los mineros, ha movilizado solidaridad, tecnología —por cierto, con destacable papel de la española Abengoa—, propaganda y eficiencia. Y ha asumido los riesgos de involucrarse de forma personal en el salvamento. Sin esconderse a esperar el final feliz, dando la cara con un excepcional arrojo.

Este «yes we can» chileno ha despertado una intensa sacudida emocional planetaria. Y ha mostrado que en la política aún se puede liderar un proceso delicado sin atenerse a las cautelas convencionales de los asesores y las encuestas. Órdenes concretas, planificación centralizada, ejecución escrupulosa y transparencia informativa. La gesta pasará a la Historia como un modelo de imaginación, de anticonformismo y, sobre todo, de fe en la condición humana.


ABC - Opinión

Los abucheos contra Zapatero agitan el miedo a la derecha. Por Antonio Casado

A elegir. Uno, ciudadanos cabreados con la política de Zapatero, que diría Esperanza Aguirre. Dos, grupos agitados por la extrema derecha, que diría el ministro Blanco. Y tres, operación organizada por el poder para despertar al alicaído electorado socialista frente al enemigo común.



De todo eso hay, según los barrios, en los análisis de lo ocurrido el 12 de octubre (“¿El día que se inauguró un hospital de Madrid?”, decía en la tele uno que pasaba por allí). Pero los procesos de intenciones a las brigadas anti-ZP dieron vidilla a los corrillos del día después para decaer luego en favor de otra hipótesis: los abucheos movilizan al alicaído votante socialista, agitan el miedo a la derecha y se vuelven contra sus inspiradores.

Esta vez se han quedado en minoría los que participaron en la trifulca frente a quienes les acusan de no respetar figuras, instituciones o símbolos que están muy por encima de Zapatero y su gestión al frente del Gobierno. Resultó insoportable, por ejemplo, comprobar cómo los abucheos reventaban el silencio del homenaje a los caídos y no se detenían cuando la liturgia de los actos imponía la coincidencia del presidente con el Rey.


Al final la reprobación de los alborotadores silencia a quienes relacionan los abucheos con lo que hace Zapatero para merecerlos y a quienes despachan el asunto con una apelación a los contratiempos incluidos en el sueldo de un político. Así que la ruidosa protesta del martes contra el presidente del Gobierno puede rebotar sobre quienes la celebraron de forma más o menos explícita por verla favorable a su causa electoral. La del PP, se entiende, mal que le pese a don Mariano Rajoy.

Movilización socialista

¿Y por qué habría de pesarle a Rajoy? Pues porque tiene ciencia propia sobre la habilidad de los socialistas para movilizarse a última hora ante los excesos de la derecha. Ocurrió en 1993, cuando Rajoy era un recién llegado a la corte aznarista. Y ocurrió en 1996 cuando vivió junto a Aznar la victoria amarga del PP. Exigua, más que amarga, por lo apretadísimo de un resultado a la contra de las encuestas que anunciaban una barrida similar a la que están anunciando ahora.

No ocurrió en el 2000 por desistimiento del electorado socialista, que propició la mayoría absoluta del PP. Y volvió a ocurrir en 2004. Entonces fue el insensato intento de engañar a los españoles sobre la autoría de un jueves de sangre (11-M) lo que movilizó a miles de socialistas, que de otro modo se hubieran abstenido de votar en un domingo de urnas (14-M).

De eso justamente hablaba un servidor ayer, en este mismo rincón de El Confidencial, cuando me refería a la capacidad del poder para silenciar o potenciar los abucheos, según convenga. Y a la sobredosis endosada a quienes siguieron la transmisión del desfile por la televisión pública, a diferencia de los que lo siguieron a pie firme, en la calle, junto a las tribunas, donde se tuvo la impresión de que Zapatero había sido blindado frente a las protestas y de que éstas habían sido incluso menos ruidosas que en años anteriores.


El Confidencial - Opinión

El milagro chileno

El mundo entero siguió ayer el desenlace de la apasionante historia de los 33 mineros que durante 69 días han vivido a 700 metros bajo tierra en el pozo San José en Chile. Pasadas las 5:00 de la madrugada en España, salía a la superficie el primero de ellos, Florencio Sepúlveda, para después continuar sus compañeros en un interminable viaje de ida y vuelta en la cápsula «Fénix 2» usada para el rescate. El drama original de estos trabajadores, a los que casi se dio por muertos en un principio, se ha transformado con el paso de los días en un ejemplo de superación y solidaridad, y en una misión nacional que ha movilizado al país en pos de un objetivo único e irrenunciable como era el de salvar la vida de los atrapados. Gracias a las tecnologías de la comunicación y la información, desde todos los rincones del planeta hemos asistido al ejercicio de coraje de los 33 hombres, héroes ya, que nunca se rindieron ni desfallecieron, y que fueron capaces de liderar el salvamento con esa determinación que les hizo superar circunstancias tan desesperadas.

Lo ocurrido en la mina San José ha simbolizado también los valores y el potencial de un país como Chile, que se ha convertido en un referente moral, político, social y económico para un continente no sobrado de espejos en los que mirarse, y sacudido con saña por una corriente populista y autoritaria desde Venezuela a Bolivia, pasando por Ecuador o Cuba. El país andino fue capaz de sobreponerse a las consecuencias de una dictadura que fracturó la sociedad, sanar heridas muy profundas y afrontar con éxito un complejo proceso de reconciliación nacional. Con la reciente victoria electoral del centro-derecha y bajo el liderazgo del presidente Sebastián Piñera, se cerró el círculo de la transición de una nación que volvió a abrazar la democracia y sentó las bases de una pujanza económica ilusionante. A diferencia de otras naciones de Iberoamérica, Chile es hoy un Estado de Derecho, donde se opera con seguridad jurídica, sin prejuicios ni sectarismos. Hay, pues, razones para que instituciones nacionales, como el Senado, o internacionales, como el Instituto Latinoamericano y del Caribe de Planificación Económica y Social, se hayan referido a Chile como un excelente escenario para el desarrollo de las inversiones gracias a una probada fiabilidad. España y las empresas de nuestro país han interpretado y valorado positiva y adecuadamente las condiciones propicias de presente y futuro que ofrece aquella nación hermana. No sin motivo, nuestro país es el segundo mayor inversor en Chile en términos de inversión acumulada, únicamente superado por Estados Unidos, mientras que más de mil doscientas empresas españolas se encuentran presentes en diversos sectores de la economía chilena, contribuyendo a su progreso. Esa presencia demuestra por sí sola el carácter estratégico de ese país para los intereses nacionales, tanto mejor garantizados bajo la presidencia de Piñera. El pequeño-gran milagro de la mina San José es, en definitiva, el de una nación que salió de ese otro pozo que supuso la dictadura, que sorteó las tentaciones populistas y decidió emprender unida la senda de la prosperidad.

La Razón - Editorial

No es un milagro

El ejemplar trabajo de los chilenos culmina con el rescate de los mineros sepultados en Atacama.

A Chile le ha tocado poner en escena el argumento que muestra que también existe un lado luminoso en la condición humana, y el país latinoamericano ha salido modélicamente airoso. Hace 69 días 33 mineros quedaron atrapados a 600 metros bajo tierra y desde el primer momento se temió lo peor: que la combinación de una naturaleza hostil con unas pésimas condiciones de trabajo terminara con la muerte de todos ellos. Más de dos semanas después llegó el primer signo de esperanza: estaban vivos. A partir de ese momento, todo el país se confabuló contra la desgracia.

Al Gobierno chileno le tocó coordinar el esfuerzo de rescatar a aquellos hombres y sacarlos de las entrañas de la mina San José, que con sus derrumbamientos ya había avisado que no toleraría una intervención violenta, ni improvisada. Era imprescindible obrar con prudencia, pero con rapidez, y combinar la tecnología más sofisticada e innovadora con el recurso a esa sabiduría que puede templar la ansiedad y la angustia de cuantos se ven implicados en una situación desesperada. El presidente Sebastián Piñera se volcó en la tarea de recabar ayuda internacional, y consiguió que los países más avanzados pusieran a su disposición la maquinaria idónea y facilitaran la participación de los mejores especialistas.


El esfuerzo ha sido, en cualquier caso, colectivo y los chilenos han superado con creces el desafío confirmando de nuevo que sus instituciones son sólidas y competentes sus profesionales que, en las múltiples tareas que surgieron día a día, pusieron por delante siempre el objetivo final y nunca sus propios intereses. La solidaridad ha sido el carburante para superar un reto que se les podía haber ido fácilmente de las manos. Chile ha dado ejemplo, no solo a sus vecinos sino al mundo entero: el rescate se produjo antes de lo previsto y se pusieron en marcha hasta tres estrategias para garantizar la vida de los mineros.

El proceso se ha seguido en todas partes a través de la televisión y los nuevos medios de comunicación. Con un argumento que tenía la intensidad de las tragedias griegas o shakespearianas, y en el que fueron perfilándose distintos caracteres, el desierto de Atacama ha sido el espejo donde millones de mujeres y hombres de las condiciones más diversas se han vuelto a asomar a las viejas heridas de la vida y la muerte, la injusticia, la pobreza, el miedo, la angustia. Los abrazos de los supervivientes han permitido, aunque fuera solo por un rato, abrir un hueco a la alegría y a la esperanza en tiempos verdaderamente difíciles. No hay que olvidar que los chilenos se enfrentaron hace unos meses, y también con enorme eficacia, a las consecuencias de un terremoto devastador.

Después del feliz desenlace, vienen los interrogantes. ¿Qué pasará ahora? La vuelta a la monótona normalidad exige redoblar las alertas. Solo con que parte de lo que se ha gastado en rescatar a los mineros se hubiera invertido en garantizar la seguridad en su trabajo, quizá el accidente no se habría producido nunca.


El País - Editorial

Corbacho se va; Zapatero se queda

El problema está en que, aunque Corbacho se vaya, Zapatero se queda. Y eso, aun a riesgo de que para entonces el sucesor de Corbacho tenga todavía menos motivos para mostrarse "satisfecho" que su patético antecesor.

Hace escasos días, y ante los micrófonos de RNE, Celestino Corbacho quiso hacer balance de su gestión al frente del Ministerio de Trabajo con una frase con la que, supuestamente, algunos ciudadanos le consuelan: "Qué mala suerte has tenido y vaya marrón que te ha tocado". Es evidente que Corbacho quería eludir con esta frase su parte de responsabilidad en el hecho de que el paro se haya duplicado desde que se hiciera cargo de la cartera de Trabajo.

Este miércoles, durante la sesión del control al Gobierno en el Congreso, la desfachatez del todavía ministro de Trabajo ha ido, sin embargo, incomparablemente más lejos cuando, al hacer de la necesidad virtud, se ha vanagloriado de que España haya alcanzado durante su mandato el "mayor porcentaje de protección social" y de que "el número de desempleados que han atendido los Servicios Públicos de Empleo se ha doblado hasta los tres millones de parados".


Al margen de que la satisfacción de Corbacho es la característica de quien cree que gobernar mejor es gastar más (algo muy típico de los socialistas), los subsidios por desempleo no son sino derechos que los desempleados adquirieron con sus cotizaciones durante sus años de trabajo. La delirante satisfacción que muestra el ministro de Trabajo sólo puede alcanzarse mediante el incremento del número de parados.

Aunque a la vista de su pésima gestión, coronada con declaraciones tan bochornosas como estas, pudiésemos sentir un gran alivio por la inminente marcha de Corbacho, no nos llamemos a engaño: tan desacertado es negar toda responsabilidad al todavía ministro de Trabajo del récord de paro que hemos sufrido, como hacerlo su único responsable. Y es que el principal responsable político de que España tenga la mayor tasa de desempleo en el área de los países de la OCDE, con un nivel de paro que supera con creces el doble de la media que tienen los países de la Unión Europea, no es otro que José Luis Rodríguez Zapatero.

A este respecto conviene no olvidar que los ceses de los anteriores ministros de Trabajo y Economia, Jesús Caldera y Pedro Solbes, con quienes España ya empezaba a volver a conocer los dramáticos datos de paro que tuvo con los gobiernos de González, no supusieron un cambio que no fuera a peor. Y es que el problema no está tanto en la incompetencia de los ministros, que también, cuanto en la de quien los nombra. El problema está en que, aunque Corbacho se vaya, Zapatero se queda... y parece que está dispuesto a aposentarse hasta el final, hasta agotar la legislatura. Y eso, aun a riesgo de quepara entonces el sucesor de Corbacho tenga todavía menos motivos para mostrarse "satisfecho" que su patético antecesor.


Libertad Digital - Editorial

Milagro en la Atacama

La eficacia de las autoridades, la profesionalidad de los técnicos y el temple de los mineros atrapados se conjugan en un final feliz.

POR desgracia, no es frecuente que las buenas noticias aparezcan en los grandes titulares de los medios informativos. Sin embargo, hoy el mundo entero se congratula por el éxito en el rescate de los mineros chilenos.

El pozo San José, el campamento Esperanza o la cápsula Fénix acaparan portadas y comentarios, mientras Chile ofrece una imagen de unidad y solidaridad ante la tragedia que refuerza la cohesión social y el propio sentimiento patriótico. La eficacia de las autoridades, la profesionalidad de los técnicos y el temple de los mineros atrapados se conjugan en un final feliz para las 33 personas que han sobrevivido a 700 metros de profundidad ante la angustia de familiares y amigos. Al margen de cualquier consideración partidista, es notorio que Sebastián Piñera se apunta un éxito político no sólo por la buena organización de los equipos de rescate, sino también por haber mantenido una actitud prudente al dejar a los expertos la dirección de las operaciones.


El aspecto humano del rescate merece una valoración muy positiva. Cada uno ha colaborado en su tarea al servicio del interés común, sin egoísmos oportunistas y con un elogiable espíritu de solidaridad. De cara al futuro, es imprescindible —en Chile y en otros países— que se refuercen las medidas de seguridad necesarias para evitar que se produzcan este tipo de situaciones dramáticas. En el ámbito internacional, es llamativo cómo ha llegado a calar un profundo sentimiento de apoyo a los mineros y al pueblo chileno, que demuestra la posibilidad de movilizar a la opinión pública al servicio de una buena causa. El papel de los medios de comunicación en la sociedad global merece una reflexión a fondo. En efecto, es preciso encontrar criterios que permitan un equilibrio razonable entre el derecho a informar y el derecho a preservar la intimidad de las personas en circunstancias tan complejas. En todo caso, hoy lo importante es expresar la satisfacción de todos por este auténtico «milagro» de Atacama que hace felices a millones de personas a lo largo y ancho del planeta. También la sociedad española ha seguido al minuto los acontecimiento, ofreciendo una plena colaboración y mostrando la natural cercanía afectiva hacia un país hermano.

ABC - Editorial