viernes, 5 de noviembre de 2010

Obama y Zapatero. Por José María Carrascal

Uno es un reformista, el otro, un revolucionario. Y ya dijo Ortega que las revoluciones no arreglan nada.

DESDE el entorno de Zapatero se ha buscado un paralelismo con Obama tanto político como personal. Resultan innegables las coincidencias, incluso físicas. Ambos son jóvenes, de buena planta, fácil verbo, aficionados al baloncesto y surgidos de la nada en la escena nacional. Aunque la mayor sintonía se da en la «agenda»: ambos deseaban inaugurar una nueva era en su país, traían una «misión», lo que unido al desconocimiento sobre ellos les daba un aire enigmático y cautivador. Y ambos se han estrellado contra la realidad, que acaba de propinarles un severo varapalo.

Pero antes de llegar a ello, déjenme decir que junto a esas semejanzas existen notable diferencias, que pueden incluso superar las semejanzas. Personalmente, Obama es un personaje afable, que busca el entendimiento con el contrario y pese a considerársele «progresista», tiene una clara tendencia hacia el centro. Mientras Zapatero es un radical tanto de pensamiento como de obra, que ha huido siempre del centro hacia posiciones extremas, donde encontrar aliados. Si quisiéramos ilustrar esta importante diferencia diríamos que Obama nunca renegó del pasado de su país, buscando sólo subsanar las deficiencias que hay en el, mientras Zapatero ha querido dar la vuelta a su historia. Uno es un reformista, el otro, un revolucionario. Y ya dijo Ortega que las revoluciones no arreglan nada, lo trastornan todo, aparte de que su tiempo ha pasado. Si a ello se une que Obama ha asumido plenamente la responsabilidad de sus errores y prometido hacerlo lo mejor posible en adelante, mientras Zapatero no ha hecho ni una cosa ni otra, tendrán una distancia humana y política sideral.

Aunque la diferencia puede estar también en sus respectivos pueblos. Los norteamericanos han mostrado su rechazo a la política de Obama en las primeras elecciones que se presentaron. Los españoles, reelegimos a Zapatero, pese a que se había equivocado en la negociación con ETA, armado un tremendo lío con el nuevo estatuto catalán y verse ya que se equivocaba con el manejo de una crisis, que negaba. Por lo que la diferencia de fondo puede estar en que los norteamericanos responsabilizan a su políticos de los errores que cometen, y los españoles no. O si lo quieren en un plano más abstracto: que nosotros seguimos apoyando a un político por causas ideológicas aunque lo haga mal, mientras los norteamericanos lo jubilan. Lo confirma que a Obama ha sido su pueblo quien le ha marcado el cambio de rumbo, mientras a Zapatero han tenido que ser las instancias internacionales. De no ser por ellas, puede que estuviésemos todavía con sus parches, que sin resolver nada, nos hundían cada vez más en el foso. ¿Es esa la última causa de nuestros males?


ABC - Opinión

PSOE. Empieza la guerra. Por Emilio Campmany

Esto es el PSOE, una organización en la que las redes clientelares lo son todo y en la que, de vez en cuando, estalla la guerra entre ellas para soltar la mala sangre, como diría Clemenza.

Si para algo han servido las primarias que el PSOE ha celebrado en Madrid es para mostrar el verdadero rostro del PSOE. Como toman por tontos a sus electores y simpatizantes, les vendieron que las primarias eran un ejemplo de democracia interna y que el PP debería tomar ejemplo. Era imposible no darse cuenta de la falsedad de tal descripción. Para empezar, si tan buenas eran esas elecciones ¿por qué pidió Zapatero a Gómez que se retirara? Luego, encima, los dos candidatos renunciaron abiertamente a discutir sus programas ya que ambos reconocieron tener el mismo, que era tanto como admitir que las primarias no eran más que una lucha entre egos, no un debate de ideas. Para rematar la faena, va y viene Gómez y purga todo el partido en Madrid de peligrosos trinistas y hay que ver qué pocas cosas hay que un socialista sepa hacer mejor que purgar.

Podría pensarse que Tomás Gómez es un sectario vengativo y rencoroso. Podría concluirse que su gente es iracunda y resentida, pero quia. No hay aquí nada que tenga que ver con la venganza y el resentimiento. Es todo una cuestión de frialdad práctica, nada personal, sólo negocios. Como en otras organizaciones, en el PSOE lo esencial es la lealtad. Y la manera que tienen en él los líderes de garantizarse la que le haya sido prometida es ejemplificar qué se hace con quienes no la defraudan. Viendo cómo son arrojados por la borda los desleales y cómo son encumbrados los afectos, todos sabrán qué les conviene hacer. En Sicilia saben mucho de lo bien que funcionan las organizaciones regidas por este principio.


También puede chocar que Tomás Gómez haya elegido para encabezar el Comité Electoral, esa especie de presidium que dirigirá el partido en Madrid hasta las elecciones autonómicas, a Trinidad Rollán, que está imputada por un delito relacionado con la corrupción urbanística. Nadie espera que dimita de su cargo de secretaria de organización, pero alguno podría haber creído que, mientras se despejaba su horizonte penal (¡qué bonita expresión, siempre de moda en los fines de ciclo socialista!), la mujer sería mantenida en un discreto segundo plano. Quia. Si se es verdaderamente leal, cuánto más imputado esté uno, más arriba lo aupará el jefe. No es tanto una cuestión moral, sino que se trata de demostrar que la fidelidad es la cualidad que el jefe más estima por encima de cualquier otra consideración. Y qué mejor manera de demostrarlo que premiar al que se encuentra atribulado y perseguido. Así, todos verán que quien manda nunca abandona a sus leales.

Éste no es un caso aislado de un dirigente que ha desafiado al aparato y necesita rodearse de fieles para impedir que nadie de arriba lo arrumbe, que también. Ni es el supuesto de alguien que necesita controlar por completo el partido en Madrid ahora que está abierta de facto la sucesión de Zapatero a la espera de que se haga oficial, aunque algo de eso hay. Esto es el PSOE, una organización en la que las redes clientelares lo son todo y en la que, de vez en cuando, estalla la guerra entre ellas para soltar la mala sangre, como diría Clemenza. Cuando en vísperas de alguna se afilan los cuchillos, se engrasan las armas y se lijan los bastones, la adhesión es lo único que cuenta y la desafección el peor de los pecados y se paga con la muerte política. Jesús, qué gente.


Libertad Digital - Opinión

La hora del Tea Party. Por César Alonso de los Ríos

Hasta hace bien poco se llegó a calificar como fascistas a los neoconservadores americanos y españoles.

¿Puede hablarse de un Tea Party en España? El editorialista de una emisora respondía ayer que sí mientras los colaboradores del programa defendían lo contrario. En otro medio un comentarista cultural escribía que un posible Tea Party español nunca tendría el signo puritano del movimiento norteamericano. Según él, el derechismo en España es compatible con la desvergüenza de Sánchez Dragó, la bravuconería de Pérez Reverte y la rijosidad del alcalde de Valladolid. Ayer, en ABC, Ignacio Camacho advertía con razón que la imputación de un informal Tea Party a un sector del PP era una operación del progresismo destinada a confundir derecha e involucionismo. En este sentido hasta hace bien poco se llegó a calificar como fascistas a los neoconservadores americanos y españoles. Tal hizo Pepín Vidal Beneyto cuya muerte tampoco iba a reducir el caos de nuestra vida cultural.

Pero ¿por qué esta obsesión con comparar el Partido Republicano y la derecha española si pertenecen a modelos tan distintos? Antes de nada habría que eliminar de este debate aquellas derechas que tienen como meta convertir en Estados las regiones a las que pertenecen. Los condenables nacionalismos que acaba de recordar Vargas Llosa. Pero, sobre todo, porque mal se puede considerar Tea Party a una corriente que no tiene aparato propio. Lo que sí viene a demostrar este debate es la conciencia general de que es tal la gravedad de las contradicciones del PP (ideológicas, morales, culturales, económicas …) que tan sólo resulta soportable por las esperanzas del poder. ¿Qué tienen que ver, los liberales de Lasalle con los de Jiménez Losantos, los principios económicos de Recarte con los de Montoro o el estilo de Aguirre con el de Gallardón? Pero en el caso de que Rajoy llegue a la Moncloa es difícil pensar que no quieran tomar el té en estupenda armonía todos juntos o por partes.


ABC - Opinión

«La Cultura» no lee. Por Alfonso Ussía

No leer es hablar mal. Las palabras tienen cuerpo, y el cerebro las clasifica y ordena. No se alcanza la corrección ortográfica estudiando Ortografía, sino leyendo. Se advierte a lo lejos, incluso entre personas inteligentes, a los que leen y a los que no abren un libro. «Usted tiene excesivas ínsulas». No tengo ínsulas ni penínsulas. Si acaso, y habría de moderar mi soberbia y orgullo, puedo tener ínfulas. El tributo al libro cerrado que muere en la estantería. Bibliotecas yermas en los hogares de quienes lamentan los desastres, los dramas, las tragedias y las catástrofes «humanitarias», como dicen los de la «Cultura».

Redactores de los Servicios Informativos de las emisoras de radio y cadenas de televisión nos informan cada día de la catástrofe «humanitaria» que ha tenido lugar aquí, allá o acullá. Y en los periódicos se insiste en ello. La incultura nacida de la falta de lectura lleva a la perversión del lenguaje. Ayer, unos cuantos representantes del mundo de «La Cultura», como ellos mismos lo motejan, acudieron a las puertas del Palacio de La Moncloa para depositar allí los pliegos con 230.000 firmas recogidas por la plataforma –otra bobada, lo de la «plataforma»–, «Todos con el Sáhara». Nada que objetar a la buena intención de la «plataforma». El conflicto del antiguo Sáhara español no ha conseguido desliarlo ni la ONU en treinta años. En el texto, los hombres y mujeres de «La Cultura» denuncian «el drama humanitario» que sufren los saharauis en sus campamentos de refugiados. Me adhiero a la denuncia del sufrimiento de los saharauis que no quieren ser marroquíes. Pero no al texto redactado por las mujeres y hombres de «La Cultura», y que, con toda probabilidad confunde aún más a los que, sin pertenecer a «La Cultura», nos hemos pasado la vida con un libro en las manos y los ojos en sus palabras.

Lo que experimentan los refugiados saharauis en los campamentos es, con toda seguridad, un drama, una tragedia, una injusticia, y un dolor que se escapa al entendimiento de quienes vivimos su pena desde la lejanía. Pero ese drama, esa tragedia, esa injusticia y ese dolor no pueden ser calificados de humanitarios, por mucho que así lo hayan decidido los representantes del «Cine de la Cultura». Son mejores interpretando los textos que creándolos. El drama, la tragedia, la injusticia y el dolor por el que pasan los refugiados saharauis es humano, que es mucho más sencillo y certero que «humanitario». Un terremoto, como el de Haití, no puede ser considerado, como aún se considera, un «terremoto humanitario», porque lo humanitario es sólo aquello que beneficia a la humanidad. No les pido a los cultos denunciantes y firmantes de la «plataforma» que inviertan el dinero de las subvenciones exclusivamente en libros. Basta y sobra que hagan un esfuerzo sobrehumano y dediquen menos de un minuto a la lectura. Busquen la página 839 del Diccionario de la Lengua Española de la RAE en su última edición. O en la edición que tengan a mano. Apenas un minuto de lectura les recomiendo.
«Humanitario, ría. (Del latín, humanitas, humanitatis)
1. Adjetivo. Que mira o se refiere al bien del género humano.
2. Benigno, caritativo, benéfico.
3. Que tiene como finalidad aliviar los efectos que causan la guerra u otras calamidades en las personas que las padecen».
Hablar del «drama humanitario» de los saharauis equivale a definir su tragedia de benéfica y caritativa. Quizá por ello no les hacen caso. A leer.

La Razón - Opinión

Elecciones. USA, amor y odio. Por Cristina Losada

El mismo pueblo que era un portento de progresismo y modernidad cuando eligió al primer presidente afroamericano, se ha transformado ahora en un hatajo de fanáticos ultraconservadores sin remedio.

España es un país cuya opinión pública –y casi toda la publicada– muestra, tradicionalmente, un rotundo sesgo anti-americano. Sin embargo, ¡ay!, no cesa de mirar hacia los Estados Unidos, sea con secreta admiración o, las más de las veces, con notorio espanto. Tal vez son ambas actitudes las dos caras de una misma moneda, como sugiere Revel en La obsesión antiamericana. Europa, en general, padece ese trastorno de amor-odio en su relación con la principal democracia y ya única gran potencia del mundo. Tras el odio a Bush, llegó el enamoramiento con Obama. Ahí tuvimos el intento socialista de "obamizar" a Zapatero, incluso –o sobre todo– en la minucia personal: dos hijas, igual signo del zodíaco, la afición al baloncesto y, cómo no, el "progresismo", padre de todas las batallas planetarias. Y a idéntica tentación cedió el PP, que se apresuró a colocar en su firmamento al nuevo astro. Todo ello, cuando su estrella estaba en alza. Aún no había pisado el Despacho Oval y era el líder mejor valorado del orbe.

Dos años después, aquel salvador de la humanidad ha recibido un guantazo histórico en las urnas y sus veneradores españoles no saben cómo explicarlo. No saben cómo explicarlo sin desenterrar, de nuevo, el antiamericanismo que, por un tiempo, sepultaron bajo la ilusión de que Obama, en el fondo, era tan antiamericano como ellos. Y no es que hayan renunciado a esa fantasía, sino que vuelven al estereotipo de siempre. Así, concluimos al escucharles, el mismo pueblo que era un portento de progresismo y modernidad cuando eligió al primer presidente afroamericano, se ha transformado ahora en un hatajo de fanáticos ultraconservadores sin remedio. No hay manera de entender cómo ha ocurrido tamaña mutación en un período tan breve, pero, ante todo, no pidamos consistencia a quienes abordan la realidad desde pulsiones ideológicas hirvientes.

La vitalidad de la democracia americana, que es la vitalidad de su sociedad civil, su capacidad para aprender de la experiencia, corregir errores y generar contrapesos al poder, resultan aquí fenómenos extraños. En vano se los intentará introducir en los esquemas simplistas y maniqueos al uso. Pero no hay nada que hacer. Nos separa mucho más que un océano. Y es que tan raros son los ciudadanos de EEUU que, en lugar de creer en los Gobiernos, creen en ellos mismos.


Libertad Digital - Opinión

Rodríguez. Por Ignacio Camacho

Con la de cosas que tiene pendientes este Gobierno y no para de meterse en simbólicas nimiedades de ingeniería social.

EN una ocasión me presentaron a un hombre afable y cordial que se llamaba Juan Rodríguez, y que con educada timidez se sintió obligado a precisar que era el padre del presidente del Gobierno. A José Luis Rodríguez Zapatero le molestaba que Carlos Herrera le llamase sólo por su primer apellido, hasta el punto de que le hizo llegar una queja; el hombre al que los publicistas convirtieron en ZP entendía al parecer que había en aquel «Rodríguez» un retintín despectivo. Felipe González nunca renegó de su patronímico común pese a que el nombre de pila favorecía mejor el marketing de cercanía; a medida que se asentaba en el poder le gustaba más sentirse González que Felipe. Zapatero, que concibe la política como una técnica publicitaria, considera prioritario disponer de un apelativo reconocible que lo singularice como producto de mercado; está en su derecho porque el nombre es suyo, y si quisiera podría cambiarlo incluso en el Registro Civil porque la norma ya permite alterar el orden tradicional de filiación. Lo que no tiene mucho sentido es penalizar los apellidos peor situados alfabéticamente, en una maniobra de pretensiones igualitarias que bajo el pretexto de suprimir la primacía nominal masculina puede acabar podando la nomenclatura familiar española. Con la de cosas que tiene pendientes de hacer este Gobierno y no para de meterse en nimiedades simbólicas y prescindibles operaciones de ingeniería social.

En España tendemos a creer que un nombre común es un nombre vulgar, por lo que existe un cierto prejuicio antidemocrático contra los López, Gómez o Fernández. El maestro Emilio Romero aconsejaba a los periodistas de «Pueblo» así apellidados que se buscasen un heterónimo para destacar más, hasta que le desmontó la teórica el éxito indiscutible de José María García. En los años ochenta el «Madrid de los García» —García Remón, García Navajas, Pérez García— llegó a la final de la Copa de Europa entre sospechas generales de mediocridad, como si llamarse García fuese impedimento para jugar bien al fútbol. La creencia nominalista, de origen aristotélico —«el nombre es arquetipo de la cosa», resumía Borges—, quedó superada desde el final de la Edad Media pero en materia de linajes ha renacido por culpa del furor de singularidad que impone la cultura de la competencia. La idea de elegir el orden filial pretende eliminar la hegemonía patriarcal pero su supuesto afán igualitario esconde un artificio pretencioso que desembocará en un elitismo pedestre muy propio de nuestra falsa hidalguía: la gente elegirá el apellido más sonoro. Nadie es, no obstante, mejor ni peor que nadie por llamarse de determinada manera. El propio presidente del Gobierno, que tuvo indiscutible éxito disfrazado de ZP, acaso diese ahora cualquier cosa por reinventar su identidad como un tal Rodríguez al que no le pesaran los errores de Zapatero.

ABC - Opinión

Veto al Parlamento

Entre sus promesas electorales más solemnes desde hace siete años, Zapatero siempre ha puesto especial énfasis en una de ellas: la de convertir el Parlamento en el centro de la vida política, en el corazón del debate con luz y taquígrafos. Sin embargo, la experiencia de estas dos legislaturas demuestra que aquel compromiso, destinado a «regenerar» la acción parlamentaria, ha seguido el mismo camino que otras de sus promesas: el incumplimiento. Ya sea porque no ha contado con las mayorías suficientes o porque el Congreso se ha convertido en una caja de resonancia muy incómoda para el Gobierno, lo cierto es que la calidad del debate parlamentario ha caído en picado y la sede de la soberanía popular ha quedado reducida a una simple caja vacía en la que no se discute nada que no convenga al PSOE. Se pueden citar abundantes ejemplos que demuestran la incomodidad del líder socialista con la aritmética parlamentaria que le ha tocado en suerte y su resistencia a respetar o tomar en consideración el criterio de Las Cortes, como lo prueba el más de medio centenar de mociones o proposiciones no de ley aprobadas en Comisión o en Pleno que han sido ignoradas por el Gobierno por no ser de su agrado. El uso de la facultad que le reserva el Reglamento del Congreso para vetar enmiendas a los Presupuestos que supongan un incremento de gasto o una disminución de ingresos permite también calibrar hasta qué punto el compromiso de Zapatero con el Parlamento era mera retórica electoral. El miércoles, el Grupo Socialista prohibió que se votaran 22 enmiendas a los Presupuestos relacionadas con un asunto tan capital, pero tan incómodo, como la congelación de las pensiones. Ya hizo algo similar en las cuentas de 2008 y el año pasado bloqueó también las iniciativas en contra de la subida del IVA. Los dirigentes socialistas suman 42 propuestas censuradas desde 2008, todo un récord que retrata nítidamente una forma de gobernar tan alejada, por ejemplo, de la de José María Aznar, que nunca recurrió a esa potestad, o de la de Felipe González, que únicamente lo hizo en una ocasión. Por más que el portavoz socialista José Antonio Alonso hablara ayer de un acto «normal y legal», estamos ante una práctica insólita en democracia, sin precedentes tan abusivos. Y eso sin contar con los modos empleados en el veto del pasado miércoles, pues se produjo por sorpresa, a última hora y después de que las enmiendas habían sido debatidas en la Comisión de Presupuestos. Es evidente que el PSOE ha buscado proteger la inmoralidad de sus socios del PNV y Coalición Canaria con los pensionistas, pues durante meses mantuvieron su oposición a congelar las pensiones. Pero hacerlo a costa de devaluar el Congreso es más inmoral aún. La indignación de la oposición es más que comprensible y los recursos legales ante un claro abuso de poder, obligados. El uso habitual de un instrumento que debiera ser extraordinario desprestigia a la democracia y alimenta la desconfianza de los ciudadanos en sus instituciones. Es inaceptable que se censure el debate por intereses partidistas. Es un veto al Parlamento que amordaza la voz del ciudadano.

La Razón - Editorial

Políticas encontradas

Frente a la tibieza del BCE, la Reserva Federal ha hecho lo que debía para estimular la recuperación.

Desde el inicio de la crisis, la orientación de las decisiones de política económica a uno y otro lado del Atlántico ha sido manifiestamente distinta. Europa, en concreto, está sufriendo consecuencias no menos severas que EE UU. Irlanda acaba de anunciar un ajuste drástico del gasto, evaluado en más de 6.000 millones durante 2011, para evitar el deterioro de sus finanzas públicas que la arrastraba inexorablemente a la misma situación de quiebra que Grecia. Ante la amenaza de un encarecimiento insoportable de la deuda, Irlanda ha tenido que reaccionar con un programa radical de austeridad, como en su día tuvo que hacer España. No dispone de capacidad de maniobra ni del respaldo de los acreedores para adoptar otras políticas.

Irlanda es Europa. A la ralentización del ritmo de crecimiento y la elevación del desempleo, las políticas monetarias y presupuestarias de EE UU y la UE han reaccionado de forma opuesta. EE UU, tratando de estimular la demanda, de compensar el desplome de las decisiones privadas de consumo e inversión. Europa, con planes de contracción del gasto y la inversión pública, que se sobreponen a la acusada inhibición de las decisiones privadas. Las actuaciones de los bancos centrales también resultan divergentes.


La Reserva Federal (Fed) acaba de anunciar inyecciones excepcionales adicionales de liquidez (425.000 millones de euros) para comprar bonos públicos con el fin de presionar a la baja los tipos de interés a largo plazo y favorecer así la recuperación de la inversión empresarial y de las familias. Es verdad que cabe contemplar con escepticismo los resultados de esa segunda edición de relajación cuantitativa; pero la inacción es peor.

Los efectos secundarios pueden ser poco favorables: por la vía de tensiones en los propios mercados de bonos, de posible inflación a medio plazo y, desde luego, de la adicional depreciación del tipo de cambio del dólar, que ya se ha dejado notar en forma de una apreciación relativa del euro. Pero en situaciones extremas hay que optar por el curso de acción menos desfavorable. La Fed ha hecho lo que debía, y lo más próximo a su doble objetivo de garantizar pleno empleo e inflación contenida. Los mercados de acciones han reaccionado favorablemente.

El BCE, por su parte, no está favoreciendo la recuperación. En su reunión de ayer ha mantenido el tipo de intervención en el 1% por decimoctavo mes consecutivo. Alerta continuamente del carácter efímero de los apoyos de liquidez y siembra dudas sobre las expectativas de inversión. Con sus reticencias a flexibilizar la política monetaria y la pasividad hacia el encarecimiento del tipo de cambio del euro, no favorece la competitividad internacional de las exportaciones fuera del área euro. En Europa no hay inflación y sí más paro que en cualquier otra región del mundo. De poco sirve exhibir esa autonomía si el deterioro continúa imparable.


El País - Editorial

Zapatero quiere erradicar a los Zapatero

El Gobierno reforma la ley, no para resolver un problema social, sino para crearlo. Pero ésa es precisamente la esencia de Zapatero: la destrucción y reconstrucción de la sociedad sobre sus particulares bases.

Quienes todavía no conocen la naturaleza exacta del zapaterismo siguen pensando que el Ejecutivo socialista trata desviar la atención del desastre económico en el que ha sumido a España mediante la adopción de medidas ideologizadas y polémicas. El conato de reforma de la Ley de Libertad Religiosa o la nueva Ley del Aborto son dos casos claros de políticas marcadamente sectarias que, en apariencia, buscaban crear una cortina de humo detrás de la que ocultar las vergüenzas del Ejecutivo.

Sin embargo, la hipótesis de que Zapatero les lanza un hueso a los españoles para que, mientras se pelean entre sí, él pueda concentrarse más tranquilamente en resolver los acuciantes problemas económicos no encaja demasiado bien con la realidad. Primero, porque la economía no ha parado de empeorar durante su mandato. Segundo, porque recientemente suspendió la aprobación de la Ley de Libertad Religiosa. ¿Por qué motivo renunciaría a semejante caramelo envenenado si su intención es mantener distraidos a los españoles en cuitas distintas de la economía?


La explicación es más bien otra: lo accesorio para Zapatero siempre ha sido la economía; y, en cambio, la razón de ser de su Gobierno pasa por impulsar la agenda izquierdista en todos los frentes. Lo que de verdad le sobra no es el Ministerio de Igualidad, sino el de Economía; cuestión distinta es que ahora mismo su debilidad política sea tan grande que se haya visto forzado a esconder las funciones de Aído detrás de una secretaría de Estado del mismo modo en que se ha visto compelido a retirar la Ley de Libertad Religiosa.

Esta agenda izquierdista pasa, como ya hemos explicado en numerosas ocasiones, por subvertir las instituciones tradicionales sobre las que se ha desarrollado y prosperado nuestra sociedad: la familia, la nación, el ejército, la Iglesia, el mercado, la lengua o incluso las costumbres. Nada queda fuera de su proyecto ingenieril de tabla rasa, de sus sueños totalitarios por crear un nuevo hombre socialista.

La última de estas ofensivas contra las instituciones la encontramos en la reforma de la Ley del Registo Civil por la cual, en ausencia de acuerdo entre los padres, se suprime la prevalencia del apellido paterno sobre el materno y se la sustituye por el orden alfabético de los apellidos. Se trata de una medida del todo innecesaria, para la que ni mucho menos existía un "clamor social", y que sólo generará nuevos conflictos allí donde no los había. Al fin y al cabo, la tradición ya había resuelto la problemática sobre el orden de los apellidos dando preferencia al paterno.

Podrá parecernos una solución arbitraria, pero no lo es menos que someterse a la "dictadura del alfabeto" y, sobre todo, la cuestión es que no deberíamos tratar de racionalizar la costumbre con la idea de reconstruir las instituciones desde cero para adaptarlas a nuestra particular visión del mundo. Hayek solía decir que la complejidad de las instituciones sociales es tal que los seres humanos ni pueden comprenderlas en su conjunto ni harían bien en tratar de diseñarlas de nuevo, pues esa es la puerta abierta a la planificación total y al socialismo. Para garantizar la libertad bastaba, en opinión del economista y filósofo austriaco, con que –como también pedía Cicerón– nos sometiéramos a las instituciones y les concediéramos una presunción de funcionalidad, por muy absurdas que nos parecieran.

En este caso concreto, la normativa vigente ya concedía un amplio margen a la autonomía de la voluntad, pues los padres podían acordar el orden de los apellidos de su hijo. Además, debería resultar evidente a todo el mundo que la ocurrencia del Ejecutivo, en caso de aplicarse consistentemente, sólo llevará a la extinción de todos aquellos apellidos que, como Zapatero, se encuentran al final del orden alfabético, de modo que según pasen las generaciones los apellidos de toda la ciudadanía exhibirán una tendencia a ir concentrándose en las primeras letras del abecedario hasta el punto de que la función última de los apellidos (distinguir a unas personas de otras) se verá frustrada por entero.

En otras palabras, el Gobierno se ha dirigido a reformar la norma que se aplica por defecto, no para resolver un problema social, sino para crearlo. Pero ésa es precisamente la esencia de Zapatero: la destrucción y reconstrucción de la sociedad sobre sus particulares bases ideológicas; es decir, someter a todos los españoles desde la cuna a la sepultura a sus dogmas socialistas. La economía es sólo un obstáculo en la consecución de su liberticida proyecto político.


Libertad Digital - Editorial

España, estancada

Los problemas del Gobierno no le venían por explicar mal lo bien que lo hace contra la crisis, sino porque no hay nada nuevo, ni bueno, que comunicar.

EL fin de 2010 se encara sin atisbo de indicios fiables de recuperación económica, con el paro en aumento y la confianza de los ciudadanos en claro retroceso. La reducción del déficit es el único dato al que puede acogerse el Gobierno para rebajar la crítica a su política económica, pero siempre que no se profundice en las causas de esa reducción, limitadas a un incremento de los impuestos y a un cerrojazo en la inversión pública. El Estado no recauda más porque haya más actividad, sino porque saca más dinero a los ciudadanos e inyecta menos fondos en el sistema. El desempleo ha vuelto a crecer en octubre, con una nueva merma de afiliados a la Seguridad Social. Los informes y análisis procedentes de expertos e instituciones, incluso los que conceden algún beneficio a la gestión del Gobierno en la lucha contra el déficit, coinciden en situar a España en el suelo de la crisis, pero para permanecer en él durante mucho tiempo. La buena noticia no es que la crisis ya no tiene tanta fuerza; tendría que ser que estamos saliendo de ella. El Gobierno se consuela diciendo que en octubre hubo menos desempleados que en octubre de 2009 o de 2008. Pobre consuelo si se tiene en cuenta que, al estar en un 20 por ciento de tasa de paro, la destrucción de empleo necesariamente tiene que ralentizarse. Es el discurso de la resignación y la impotencia, un discurso que, además, evidencia la operación de maquillaje de la última crisis de Gobierno. La nueva estrategia de comunicación frente a la crisis ha durado lo que ha tardado en publicarse la estadística del paro registrado en el INEM. Pasado el efecto sorpresa, si así pudiera calificarse, de los nuevos nombramientos, la comunicación del Gobierno ha vuelto por donde solía: a los mensajes tópicos que avisan por enésima vez de que ha empezado la recuperación de la economía y de que, otra vez, se atisba el final del «ajuste» en el mercado laboral. Eufemismos pueriles.

Al final, los hechos han demostrado que los problemas del Gobierno no le venían por explicar mal lo bien que lo hace, sino porque no hay nada nuevo, ni bueno, que comunicar a los españoles. Economía estancada, Gobierno amortizado. Estos son los elementos de la ecuación que está dejando a España sin expectativas de recuperar los niveles de crecimiento económico, bienestar social y respeto internacional que Rodríguez Zapatero heredó en marzo de 2004.


ABC - Editorial