jueves, 11 de noviembre de 2010

Ministros. Los últimos de la clase. Por Cristina Losada

Se ha pasado de nombrar a altos funcionarios a colocar a funcionarios del partido. La primacía del sector público se ha convertido en primacía de los aparatos partidarios.

La comparación de los currículos de varios ministros españoles con los de sus homólogos europeos aboca a preguntarse, como Zavalita en la novela de Vargas Llosa, sobre el momento en que se jodió este Perú nuestro. Teníamos ya noción de que en la era de "la generación de españoles mejor preparada de la historia" –palabra de uno de los presidentes más limpios de preparación– contábamos con el Gobierno peor pertrechado de la democracia. Pero a la vista de los historiales de unos y otros se imponen constataciones más dolorosas. A fin de cuentas, a nadie le complace que en el Consejo de Ministros se sienten los últimos de la clase. A nadie, salvo al que se encuentre en el mismo caso.

Con los últimos de la clase no se quiere significar que alguno de los ministros dejara sin terminar, y casi sin empezar, una carrera universitaria. Se trata de que no pueden lucir en su expediente ni una trayectoria notable en el sector privado ni un surtido de responsabilidades públicas relevantes. Los cuatro retratados (Sanidad, Fomento, Defensa y Exteriores) son pura carne –carné– de partido. En el partido hicieron sus carreras y desde el partido dieron el dulce salto a las poltronas. En contraste, sus colegas de Francia, Italia y Portugal responden al perfil clásico. Formación de alto nivel y experiencia de gestión en materias relacionadas con la cartera que se les encomienda. Aquí, se ha desechado, seguramente por poco progresista, la idea de que conviene disponer de algún conocimiento de los asuntos que uno va a abordar desde el ministerio.

Hace tiempo que la política, al menos, en la Europa continental, extrae a sus miembros del sector público. Se ha consolidado la opinión de que un político que provenga del sector privado es sospechoso de inconfesables intereses. ¡Cómo si los demás no los tuvieran! Ni siquiera los Estados Unidos son lo que fueron: se contaba como excepcional que un fabricante llegara, en estas últimas legislativas, al Congreso. Pero, por norma, los cargos políticos de peso proceden de las elites, sean funcionariales, profesionales o académicas. En España, procedían. Se ha pasado de nombrar a altos funcionarios a colocar a funcionarios del partido. La primacía del sector público se ha convertido en primacía de los aparatos partidarios. Y, así, se ha vuelto común la rareza: que un indocumentado llegue a ministro. O, incluso, a presidente.


Libertad Digital - Opinión

Vergüenza ajena y oprobio común. Por Hermann Tertsch

El régimen marroquí no se distrae estos días con las maravillosas relaciones que mantiene con Zapatero.

UNA de las pocas formas que nos quedan ya para intentar huir de la vergüenza que produce la actuación de nuestro Gobierno en el exterior es ejercitar la certeza de que otros españoles lo sabrían hacer de otra forma. Por desgracia es cierto que nos representan a todos en el mundo por haber sido elegidos por una mayoría. Pero también lo es que hay muchos españoles con preparación, criterio y carácter que nos representarían y defenderían los intereses de España con dignidad, eficacia y altura de miras. Decir que lo harían mejor es no decir nada, porque hoy lo difícil es encontrar a quien pueda hacerlo peor. Antes de considerarse un enviado de la Providencia Progresista, nuestro Gran Timonel le dijo a su consorte aquello de «Sonsoles, no te puedes imaginar cuantos cientos de miles de españoles podrían gobernar». Un instante único aquél, en el que brotó tamaña verdad de sus labios. A estas alturas de la tragicomedia del zapaterismo podemos decir que el listón no es ya obstáculo ni para el más torpe de los reptantes. Por lo que no son centenares de miles sino millones, señora consorte, los que gobernarían sin hacer el daño que su marido ha hecho. En nuestra política exterior estamos viviendo horas estelares del zapaterismo químicamente puro. El dislate generalizado ha alcanzado cotas orgiásticas del despropósito. El ridículo y el oprobio son ya la percepción constante en un serial interminable de torpezas y barrabasadas. Cierto, como dicen fuera, que los españoles tienen al Gobierno que han elegido. En nuestro descargo cabe alegar que nadie en su sano juicio podía prever lo que nos venía encima. Estaba claro que habríamos de pagar por una política exterior sin principios, sin profesionalidad, sin carácter, criterio ni firmeza. Una política que nos ha marginado en nuestro espacio natural de las democracias occidentales, donde España ya solo cuenta como fuente de preocupación e inseguridad económica. Solo nos tienen ya en cuenta esos regímenes dictatoriales o autoritarios que por afinidades ideológicas este Gobierno ha apoyado y financiado. No para agradecerlo. Para pagarnos con insultos, desplantes y desprecio. Venezuela o Cuba, Bolivia, Mauritania o Marruecos, ¡qué más da! Nuestra obsequiosidad es ya humillación y tiene además humillación por respuesta. Así es el mundo. Si no nos respetamos nosotros, ¿por qué iban a hacerlo otros? Ayer fue otro día de auténtica vergüenza en la gestión española de la crisis marroquí. Por un lado salía la ministra Trinidad Jiménez negando muy enfadada que hubiera sido avisada de antemano de la bárbara operación policial marroquí. El diario El Paísasegura que sí lo sabía. Dada la impotencia del Gobierno, casi da lo mismo. En el Parlamento, el ministro de la presidencia Jáuregui, se hacía tal lío al explicar dicha impotencia, que acabó atribuyendo a Marruecos la soberanía territorial sobre el Sáhara. Después dijo que no quiso decir lo que dijo. Da igual también. Miren que nos dijeron que Jáuregui venía de ministro porque se explica muy bien. Periodistas franceses pudieron viajar a Marruecos para visitar los escenarios que el régimen de Mohammed VI tenga a bien enseñarles. Los periodistas españoles poblaban los aeropuertos a la espera de que el Sultán les deje entrar a mirar un poquito. Mientras continúa la operación de terror contra la población, las detenciones y los saqueos. El régimen marroquí no se distrae estos días con las maravillosas relaciones que mantiene con Zapatero y Rubalcaba. Quizás allí crean que estas relaciones son exclusivamente para cuestiones de protocolo y privilegio de tantos líderes socialistas que han hecho de Marruecos su particular y muy privilegiada alternativa a la Costa Azul.

ABC - Opinión

Avui. Sánchez Camacho. Por José García Domínguez

Al igual que esas pequeñas orquestas cíngaras, las que se ganan la vida en las aceras interpretando la música que los viandantes deseen escuchar, a la Camacho tanto le da entonar un tango que un rock o una muiñeira.

Sostiene la señora Sánchez Camacho que el diario Avui ha sacado de contexto cierta frase muy suya, tanto que luce entrecomillada en el periódico para mayor abundamiento sobre su genuina maternidad. La sentencia en cuestión, de cuya veracidad la locuaz Camacho aún no ha concedido decir ni pío, es la siguiente: "[A mi hijo Manel, de cuatro años] le riño si me habla en castellano". Así las cosas, por el módico precio en saliva de pronunciar dos vocablos concatenados, en concreto las voces "es" y "mentira", doña Alicia se habría evitado incordios mayores. Es mentira. Tan sencillo como eso. Sin embargo, y vaya usted a saber por qué, ha preferido enrocarse en el brumoso jardín del contexto.

No es doña Alicia, por cierto, ni mejor ni peor que tantos políticos profesionales de su generación. Acaso un poco más torpe. Aunque solo un poco. Así, como sus pares, no posee el menor reparo con tal de defender cualquier causa y su contraria. Al igual que esas pequeñas orquestas cíngaras, las que se ganan la vida en las aceras interpretando la música que los viandantes deseen escuchar, a la Camacho tanto le da entonar un tango que un rock o una muiñeira. Si la llaman del Avui, les confesará risueña que, amén de velar sin descanso por la pureza fonética del pequeño Manel, cuenta con "muchos amigos soberanistas". Léase separatistas. Muchos, no uno ni dos ni tres. Ya se sabe, el contexto.

Si el interlocutor resulta ser Libertad Digital, plena de santa indignación proclamará airada que "estas cosas [las regañinas morfosintácticas descontextualizadas] pueden dar a entender lo que no es". Aunque, al tiempo, no habrá manera humana de arrancarle qué es lo que es y qué lo que no es. Si, en fin, es el plató de Tengo una pregunta para usted quien la acoge, con la más gozosa de sus sonrisas celebrará que Benedicto XVI "ha universalizado mucho (sic) nuestra lengua propia". Que no la impropia, esa intrusa en cuya defensa se redactó aquel célebre manifiesto que encabezara el Nobel Vargas Llosa, el mismo que ella se negó en redondo a rubricar. Y es que, a lo tonto, doña Alicia ha superado al mismísimo McLuhan: el texto es el contexto.

Nota bene:

Tras fructífera conversación con Pep Lloveras, el periodista de Avui que realizó el reportaje de marras, el arriba firmante está en condiciones de afirmar que Alicia Sánchez Camacho aún no se ha dirigido a ese periódico para exigirle rectificación alguna. Que el diario Avui no alberga la menor intención de desdecirse. Y que el autor material de la pieza, el citado Pep Lloveras, igual se ratifica en la literalidad de lo publicado.


Libertad Digital - Opinión

Papelón. Por Ignacio Camacho

La «constatación» de que Mohamed VI es el amo del Sahara representa el punto más bajo desde la Marcha Verde.

EN los treinta años de conflicto del Sahara, aprovechados por Marruecos para imponer su política de hechos consumados, España no ha sabido ni querido enmendar el papelón de su precipitada salida descolonizadora. Antes al contrario nos hemos movido siempre en una suerte de ambigüedad culpable, que el zapaterismo ha ido reconvirtiendo en abierta connivencia con la estrategia marroquí sin abandonar el discurso ambivalente salpicado de mantras de diálogo y multilateralidad. Ocurre que el sultanato, como régimen autoritario que es, resulta poco proclive a las sutilezas y cada vez más a menudo pone a prueba las tragaderas españolas con actos de una brutalidad insoslayable. El asalto a los campamentos de El Aaiún tiene ribetes de pogrom étnico que han provocado incluso la repulsa de la muy proalauita Francia sin que el Gobierno de Zapatero/Rubalcaba sea capaz de manifestarse con el mínimo de energía que requiere la dignidad democrática.

España tiene derecho incluso a ponerse de parte de Marruecos si lo considera positivo para los intereses nacionales, pero lo que no puede hacer es renunciar a su papel de referencia en un problema que como antigua metrópoli colonial le atañe de modo directo. Y eso es exactamente lo que ha hecho este Gobierno: ponerse de perfil con abstractas apelaciones a la calma, inhibirse de sus responsabilidades históricas y actuales y hasta montar el consabido lío diplomático al reconocer primero y «constatar» después —rectificando en horas, como es costumbre— los supuestos derechos efectivos y soberanos de Rabat sobre el territorio saharaui. Hacerlo en pleno escándalo por la inaceptable y violenta razzia de El Aaiún constituye un ejercicio vergonzante de sumisión política y de denegación de amparo.

El zapaterismo aplica en el Sahara su conocido criterio de doble rasero, ese hipócrita embudo moral que determina la consideración de las cosas y los hechos según su adecuación a las conveniencias propias. La legalidad de la ONU vale para desautorizar la guerra de Irak pero no para aceptar el cumplimiento del plan Baker y otras resoluciones que llevan años en el limbo de la diplomacia. Desmantelar a sangre y fuego un asentamiento de refugiados constituye una canallada si la ejecuta Israel pero no merece condena explícita cuando es Marruecos el que la lleva a efecto. Vetar a periodistas y parlamentarios como testigos de la violencia de Estado es pecado mortal para cualquier régimen democrático y pecata minuta si lo decide nuestro amigo el sultán. Nada grave para suspender el solícito interés de la ministra de Exteriores —menudo debut el de MinisTrini— por la maltrecha rodilla de Evo Morales.

La «constatación» de que Mohamed VI es el amo del Sahara representa el punto más bajo del abandono español desde la Marcha Verde. Hasta ahora: tal vez haya ocasión de constatar que podemos hacerlo peor.


ABC - Opinión

La cobardía y la soberbia del que se sabe impune

Felipe González ya no mantiene que se enteraba de esto "por la prensa", sino que reconoce, movido por su soberbia, que "informaciones y acciones" como las referidas a la guerra sucia tenían que llegar hasta él, "por las implicaciones que tenía".

Es del todo lógico el interés de los socialistas por pasar página a un asunto como el de la guerra sucia contra ETA si tenemos en cuenta, entre muchas otras cosas, que varios de los protagonistas de su encubrimiento están ahora en activo en el Congreso, como Txiki Benegas, o incluso forman parte del Gobierno, como Rubalcaba y Jáuregui.

Aspirar, sin embargo, a que unas declaraciones como las de Felipe González, en las que prácticamente se descubre como la X de los GAL, pasen desapercibidas es del todo iluso: a la catarata de declaraciones políticas que ha provocado las palabras del ex presidente socialista, se han unido acciones en el ámbito judicial. Tal es el caso de los escritos que el ex diputado de IU Antonio Romero y la viuda de Juan Carlos García Goena han presentado ante el fiscal general del Estado, en los que se le pide una apertura de las investigaciones sobre los GAL, muchos de cuyos crímenes aun no se han esclarecido.


Al afirmar que todavía no sabe si hizo lo correcto al no autorizar a finales de los 80 la liquidación en Francia de la cúpula de ETA, Felipe González no hace sino un cobarde y falso intento de maquillar con argumentos morales lo que en realidad no fue otra cosa que una actividad criminal, en la que se malversaron fondos públicos y en la que se asesinó, torturó y secuestró a miembros de ETA y a otras personas que nada tenían que ver con la organización terrorista.

Sin embargo, lo que mayor trascendencia tenga de cara al ámbito judicial sea el hecho de que Felipe González ya no mantiene que se enteraba de esto "por la prensa", sino que reconoce, movido por su soberbia, que "informaciones y acciones" como las referidas tenían que llegar hasta él, "por las implicaciones que tenía". ¿Y no las tenía el secuestro –que González denomina "detención"– de Segundo Marey, o el entierro en cal viva de Lasa y Zabala, o el asesinato de un hombre que resultó que nada tenía que ver con ETA como García Goena?

Es increíble que González pueda utilizar expresiones como "todavía hoy no se puede contar eso" o "algún día se sabrá qué tipo de información nos daban" sin que se le conmine a contar de inmediato lo que sepa respecto a crímenes que no se han esclarecido. Como ha asegurado el ex fiscal jefe del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña (TSJC) José María Mena, "si Felipe González tuviera datos relevantes de un hecho criminal debería ir a un juzgado a decirlo".

No cabe esperar, sin embargo, nada de una Fiscalía General del Estado que tantas muestras ha dado de subordinación al Gobierno. Tampoco, en el ámbito político, cabe esperar una petición de perdón del PSOE por este bochornoso capítulo de su historia. Zapatero sólo está interesado en pasar página, y la dignidad, la justicia y la memoria de las víctimas de los GAL le importan tan poco como las de ETA.


Libertad Digital - Editorial

Serios errores de diplomacia

El viraje que dio este Gobierno hacia Marruecos, cuyas razones no ha explicado aún, ha desencajado los tradicionales equilibrios de España en el Magreb.

A diferencia de lo que sucede con los errores en el campo de la economía, las equivocaciones en política exterior son en ocasiones difíciles de cuantificar, pero eso no impide que el precio de la mala gestión aparezca, como le sucede al Gobierno de Zapatero, que recoge ahora los amargos frutos de su decisión de apoyar incondicionalmente a Marruecos. Negándose a condenar los hechos violentos que han desencadenado los disturbios en El Aaiún para no irritar a Rabat —lo que equivale a considerarlos como aceptables— no contribuye ni a la solución del conflicto ni a la buena marcha de la sociedad marroquí hacia la democracia, y tampoco representa a la sensibilidad mayoritaria de los españoles. Al contrario, el viraje que dio este Gobierno, cuyas razones no ha explicado todavía, ha desencajado los tradicionales equilibrios de España en el Magreb y ha contribuido a alejar las posibilidades de una solución. Marruecos es un vecino con el que es conveniente desarrollar las mejores relaciones. Precisamente debido a esa vecindad, es una insensatez exponer nuestros intereses estratégicos a las maniobras de extorsión que se puedan urdir aprovechando esa proximidad con sucesivos pretextos como la pesca, la emigración ilegal, la droga, el integrismo, Ceuta y Melilla o el Sahara.

Puesto que Marruecos no es una sociedad democrática, habría sido mejor no exponerse a esta situación con una política en la que se definan nuestros intereses, tal como Marruecos hace con los suyos.

La ministra Trinidad Jiménez ha intentado recuperar el paso recordando que España no reconoce la anexión del Sahara Occidental, sin darse cuenta que lo que ha sucedido no ha sido solamente una violenta intervención de las autoridades marroquíes, que al fin y al cabo no puede decirse que sea una novedad más que en la brutalidad de sus dimensiones. Lo peor ha sido la expresión de la violenta enemistad entre la población saharaui y los ciudadanos marroquíes llevados allí por el Gobierno de Rabat. Los enfrentamientos en las calles de El Aaiún ponen de manifiesto que la brecha que separa a las dos comunidades se ha hecho más grande en lugar de difuminarse, como pretendía Marruecos, y que cualquier solución será aún más compleja ahora que cuando el Gobierno socialista creyó erróneamente que obtendría ventajas en otros campos si cerraba los ojos ante la realidad y abandonaba los intereses de España al albur de la política marroquí.


ABC - Editorial