jueves, 18 de noviembre de 2010

Lo malo puede empeorar. Por M. Martín Ferrand

La indeseable situación actual en la televisión de titularidad pública es empeorable.

SEGUIMOS sin conocer las líneas generales, el esqueleto, del plan alternativo del PP para, en el supuesto de una victoria electoral, enmendar los muchos errores y algunos entuertos que ha producido el zapaterismo en sus siete años de Gobierno y fracaso. Para quienes no nos conformamos con votar a una sigla y pretendemos apoyar con nuestra papeleta la idoneidad de un programa, esa ausencia del PP constituye un grave inconveniente. Muchos ciudadanos no se resignan a plantearse la aceptación de un partido por el mero hecho de rechazar a su oponente. El «sí» parece exigir una dosis de lealtad y exclusiva, pero el «no» es pródigo y les cabe a los unos, a los otros y a todos los demás cuantos completan los muestrarios regionales de la oferta política nacional.

En ocasiones el PP, sin llegar a mostrar un programa entero, enseña la patita de algún pequeño proyecto y eso nos orienta unas veces y nos desorienta en otras ocasiones. El grupo del PP en el Congreso, como continuación de los dimes y diretes de algunos de sus líderes, acaba de presentar una proposición de ley para posibilitar que las Comunidades Autónomas hagan algo que, hoy por hoy, les impide la Ley 46/83, la reguladora de los llamados «terceros» canales de la televisión y que, en abuso de la norma, ya son «cuartos» y hasta «quintos» en algunas circunscripciones.


Supongo que siendo tantos, y tan sutiles, los abogados del Estado que figuran en la cúpula del PP esa proposición será jurídicamente impecable; pero, ¿es políticamente conveniente? Las televisiones autonómicas en funcionamiento no pueden ser «transferidas bajo ninguna forma, total o parcialmente, a terceros». Levantar esa barrera en el Parlamento no conlleva la difuminación de la mucha deuda que todas ellas tienen acumulada ni supone el alivio de la carga laboral que padecen. ¿Se pretende privatizar unas televisiones públicas limpias de deudas y personal? ¿El supuesto privatizador mantendrá la vigencia del artículo 5º de la Ley vigente que no suelen hacer cumplir los Consejos de Administración de las televisiones autonómicas y que serían inasumibles para las privadas?

La indeseable situación actual en la televisión de titularidad pública es empeorable. Ante tal riesgo parecería más prudente, quizás mediante un gran pacto de Estado entre los partidos, buscar un modelo nuevo y no andarse con remiendos y parches en el viejo que, de momento, nos cuesta 3.000 millones de euros al año y no cumple, en lo que se advierte, ningún fin social que no sea la alabanza de los colores políticos triunfantes en cada circunscripción y el denuesto de sus respectivas oposiciones.


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Quiebra. ZP, el hombre tranquilo. Por Emilio J. González

Los inversores empiezan a dudar de la solvencia de España y temen que nuestro país acabe como pueden terminar Irlanda y Portugal, esto es, plenamente intervenido por la UE y necesitado de un multimillonario plan de rescate.

Lo malo que tiene la situación actual es que pensar sólo en términos políticos y encerrar los económicos en un armario bajo siete llaves es que la crisis se puede llevar por medio a quien cometa semejante error. ¿Quién incurre en él? Pues el que todos ustedes tienen en mente: Zapatero.

Dicen que el que avisa no es traidor y los mercados ya están avisando a España de la que se le puede venir encima, no sólo porque la prima de riesgo –el diferencial de tipos con Alemania– haya vuelto a situarse en los dos puntos, sino también, y sobre todo, porque las últimas emisiones de deuda se han encarecido un 30% –han subido los tipos de interés– y, a pesar de ello, el Gobierno no ha conseguido colocar todo el papel que quería. ¿Cuál es el mensaje? Muy sencillo, que los inversores empiezan a dudar de la solvencia de España y temen que nuestro país acabe como pueden terminar Irlanda y Portugal, esto es, plenamente intervenido por la UE y necesitado de un multimillonario plan de rescate.


Además, hay otro factor que hace que los mercados duden de nuestra capacidad de pagar los intereses y el principal de nuestra deuda. Los analistas consideran que, con un déficit presupuestario y un endeudamiento público como el nuestro, en cuanto el tipo de interés supere el nivel del 5% nos va a resultar prácticamente imposible afrontar nuestros compromisos. Traspasar esa línea roja implica que, con toda la deuda que tiene que emitir el Gobierno el próximo año, y con un interés a ese nivel, va a ser tal la cantidad de dinero que España tendrá que pagar por el servicio de la deuda que este gasto creciente va a alimentar el propio desequilibrio de las cuentas públicas y, con él, el nivel de endeudamiento. Porque si la economía creciera con fuerza y se creara empleo, la propia dinámica de la actividad productiva generaría los ingresos necesarios para financiar esa deuda y reducir el déficit. Pero este no es el caso. El crecimiento económico ni está ni se le espera y la creación de empleo tardará todavía mucho más en llegar, sobre todo si ahora se da marcha atrás en la tímida reforma laboral aprobada este año por el Gobierno y se permite que sean los sindicatos quienes sigan dictando al Ejecutivo la política económica y laboral. Así es que el mensaje que está mandando el mercado no puede ser más claro: cada vez confía menos en Zapatero y, por tanto, en nuestro país.

¿Qué hace ZP mientras tanto? Pues lo de siempre, nada de nada mientras marea la perdiz para dar la sensación de que el Ejecutivo trabaja intensamente para resolver la crisis. Una situación como la que vivimos necesita de un anuncio de un recorte drástico del gasto público, tal y como ha hecho Cameron en el Reino Unido, seguido de decisiones que demuestren el verdadero compromiso del Gobierno con el saneamiento de la Hacienda. Lejos de ello, Zapatero sigue con lo de la reforma de las pensiones, que ahora se aplaza hasta primavera, como si ese fuera el problema. Pues no lo es. Es cierto que ese tema hay que resolverlo porque, en caso contrario, en dos años el sistema entrará en déficit, pero eso no tiene nada que ver con el agujero actual en las cuentas públicas, que supera el 11% del PIB. Éste se explica por los excesos de gasto acumulados a lo largo de los últimos años, por el derroche constante de todos los niveles de la Administración y por la incapacidad ideológica del presidente del Gobierno de hacer lo que hay que hacer para generar empleo, empezando por la reforma laboral y siguiendo por la promoción de la creación de empresas. Y las pensiones nada tienen que ver con esto.

Cualquier persona con un mínimo de sentido común actuaría de acuerdo con las líneas anteriores. Zapatero, sin embargo, sigue tranquilo en su sillón, pensando que quiénes son los mercados para venirle a él a decirle lo que tiene que hacer, que quiénes son esos especuladores que vampirizan a las sociedades para marcarle el camino a seguir. No, en realidad, a ZP no le preocupan los mercados. Lo que le preocupa es si se producen nuevos mensajes políticos por parte de la Unión Europea requiriéndole que haga lo que tiene que hacer. Eso es lo único que cuenta para él. Lo malo es que puede que la UE, harta ya de tanta verborrea vacía de contenido, no vuelva a decir nada hasta que los mercados hagan su trabajo. Entonces sí que nos vamos a enterar de lo que vale un peine, y todo porque ZP no quiere pensar en términos económicos y lo hace sólo, y mal, en términos políticos.


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Foto de camello con faisán. Por Hermann Tertsch

Rubalcaba y Taib Cherkaui se entienden. Hablan el mismo idioma. Y tienen intereses comunes. Quizás demasiados.

HAGAN memoria. A ver, a bote pronto, ¿cuántas fotografías históricas recuerdan de un encuentro entre dos políticos o estadistas que se revelaría como una cita aciaga para terceros, con trágicas consecuencias? Tenemos decenas del siglo XX europeo en la retina. No voy a citar ninguna para no quitarle enjundia a la que se hicieron juntos los ministros del Interior de España y Marruecos en Madrid el martes. Nos muestra a dos políticos grises —gris oscurantista— en escena de sofá ministerial, con aspecto serio y competente —«meaning business»—. Dedicados a sus negocios, en sentido estricto. Sabemos que están hablando de nosotros, de la opinión pública española. También algo de los saharauis. Y todo hace suponer que a ambos les preocupa más la primera que los segundos. Los dos ministros, Alfredo Pérez Rubalcaba y Taib Cherkaui, se entienden. Hablan el mismo idioma. También el mismo lenguaje. Y tienen intereses comunes. Quizás demasiados. ¿Por qué esta tremenda comunión en un momento de evidente conflicto entre la razón de Estado de la monarquía alauí y los principios democráticos de la democracia española, entre ellos la defensa de los derechos humanos? Las sospechas pueden llevar muy lejos. Claro está que se han propuesto estar de acuerdo. El ministro del Interior marroquí asegura que todo lo sucedido en el campamento saharaui y en El Aaiún fue muy distinto a lo relatado por las víctimas saharauis y los pocos observadores que evitaron la caza y expulsión por parte de la policía de Rabat. El ministro español asegura que cree a su colega. Y confía en que la policía marroquí se investigue a sí misma. Reunión armónica entre amigos.

El problema radica en que no les creemos. Si no fuera así, el cambalache sería perfecto. El silencio y la paz —de los cementerios— se impondrían, así en nuestras relaciones como en el desierto. Pero mal que les pese, no se les cree. Dos maestros de la ocultación se ponen de acuerdo en la versión más inverosímil de unos hechos imposibles de contrastar. Uno se ha encargado de vetar a los testigos potenciales y aterrorizar a los existentes. Y el otro acepta y defiende su versión, descalifica a los que la contradicen y acata implícitamente el derecho marroquí a decidir quién nos cuenta a los españoles los hechos. Al marroquí cabe decirle que si tan terrible fue el trato dispensado a su aguerrida gendarmería por miles de mujeres y niños y unos hombres armados de piedras y algún cuchillo, fue un inmenso error por su parte no haber llevado testigos independientes a mansalva. Para dejar claro que, como asegura, el campamento de familias saharaui era gran guarida del crimen organizado y cuartel general de Al Qaeda. Lo cierto es que la foto de los dos especialistas en sombras, silencios y desinformación —el del GAL y del Faisán y el de los muertos, desaparecidos o torturados en El Aaiún— no solo es siniestra. Es contraproducente. No presta ningún servicio a los intereses de España, ni siquiera a los de Marruecos. La democracia reformista marroquí se revela como una cruel satrapía que se enfanga más si cabe. Y el Gobierno democrático español aparece como cómplice necesario en la ocultación de crímenes de estado. Y nos advierten, —Rubalcaba, Jáuregui, Jiménez— que si no nos tragamos su historia y condenamos lo intolerable, la seguridad de los españoles, a la que tanto ayuda Marruecos, puede verse mermada. Si esto no es una amenaza, convendría que cuanto antes los ministros reformulen el planteamiento. Porque lo parece. Y las sospechan podrían dispararse.

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Suspensión de pagos. Gallardón, el austero. Por Juan Ramón Rallo

Lo único que necesita el austero personaje es que le entreguen uno de los ministerios con mayor presupuesto del Reino. Supongo que ésa será la agenda oculta del PP de la que tanto habla la izquierda.

Puede que Zapatero sea malo –catastrófico, no hace falta edulcorarlo– en economía, pero la gestión de Gallardón, en su pequeño feudo capitalino, es al menos tan desastrosa como la del vallisoletano al frente del Gobierno de España. Si el primero ha llevado a la quiebra de facto de la Administración Central, el segundo sólo sobrevive merced a la aquiescencia del manirroto Zapatero.

Como en el caso de Corbacho, aquí no hace falta perorar demasiado, las imágenes son suficientemente elocuentes. Todos conocemos la pulsión típicamente faraónica del alcalde por sumir a Madrid en dos legislaturas de planes E, continuados e inacabables. Al fin y al cabo, el ticket del Ayuntamiento a La Moncloa es muy costoso, sobre todo para los ciudadanos que tienen la desgracia de padecerlo como gobernante.

Desde que Gallardón llegó en 2003 al cargo, la deuda del consistorio (esto es, de todos los madrileños) ha pasado de apenas 1.100 millones de euros a 7.100 millones: se ha multiplicado por más de seis, ¡un 500%!, mientras que en los ocho años anteriores apenas se incrementó en un 6%, sólo 76 millones. El 50% de la deuda de ayuntamientos de capitales de provincia ya es suya. Bueno, de los madrileños.


No está mal. Cada año Gallardón incrementaba ha incrementado su endeudamiento un 30%. De seguir con este insostenible ritmo, en otras dos legislaturas el Ayuntamiento de la capital alcanzaría un endeudamiento de más de 50.000 millones, justo lo que cuesta rescatar todo el sistema bancario irlandés. Háganse una idea de la magnitud del despropósito.

Se me dirá que Madrid necesitaba de una modernización que la pusiera varias veces patas arriba y que Gallardón, cuando llega la hora de la verdad, puede convertirse en un ejemplo de frugalidad. El mismo aseguraba recientemente ser un administrador austero. Bien, sólo es necesario estudiar qué hizo en su anterior cargo de presidente de la Comunidad de Madrid.

En este caso el balance no es tan desolador. La deuda, como en el consistorio, también se incrementó en 6.000 millones de euros, desde los 2.500 a los 8.700, pero sólo se multiplicó por 3,5, un "austero" incremento del 250%.


En términos del PIB de la comunidad, la deuda pasó de menos del 4% al 6,5%, sólo un 50%. Claro que la siguiente legislatura de Aguirre, si bien no ha reducido la deuda en términos absolutos, si la minoró sustancialmente en términos relativos hasta el punto de que, incluso con la crisis de por medio, la relación entre la deuda y el PIB no ha aumentado ni una décima en ocho años.

Menos mal que Rajoy, en su infinita sapiencia por sacarnos del hoyo económico, baraja colocar a Gallardón al frente de Fomento. Sin duda, lo único que necesita el austero personaje es que le entreguen uno de los ministerios con mayor presupuesto del Reino. Supongo que ésa será la agenda oculta del PP de la que tanto habla la izquierda; menudo ajuste presupuestario nos estarán preparando.

Zapatero le ha limitado –un tanto arbitrariamente, todo hay que decirlo, que los comicios están cerca– la refinanciación de la deuda a Gallardón y el consistorio ya se tambalea. De momento, los proveedores ya pueden olvidarse de cobrar durante un tiempo (sin duda, no hasta mucho después de las elecciones, que puestos a recortar gastos, ellos van primero). Veremos cuánto tardan los funcionarios. Ay, de aquellas pirámides vienen estos agujeros presupuestarios.


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Socialismo étnico. Por Edurne Uriarte

Con un socialismo étnico apuntado al ideario étnico, no hay ni habrá forma de acabar con los vicios del Estado de las Autonomías.

«No me preocupan los partidos nacionalistas», le dijo ayer el presidente de Extremadura, Guillermo Fernández Vara, en la Cope, «me preocupan los que, no siéndolo, hacen el mismo discurso que los nacionalistas». Criticaba de esta forma algunos tics nacionalistas de los dos grandes partidos nacionales en las autonomías en que gobiernan. Y tiene razón Fernández Vara. Ése es uno de los grandes problemas de nuestro Estado de las Autonomías.

Pero, en lo que a los partidos nacionales concierne, el otro problema es aún peor. Y es el socialismo étnico que florece en una parte del socialismo. Que no es el de Vara, pero sí lo es el del PSC. Y aún más, lo es también el del Gobierno, el de Rubalcaba cuando apela a la «catalanofobia». En una atribución de derechos, de sentimientos y de vida propia a la nación y no a los individuos en la más pura ortodoxia de los nacionalismos. Con la finalidad de criticar a los otros a la manera de los nacionalismos excluyentes, con el rasero de la fidelidad a la etnia. Es anticatalán todo aquel que cuestione los objetivos nacionalistas. Y eso no lo dice Puigcercós, sino Rubalcaba.

Con un socialismo étnico apuntado al ideario étnico, no hay ni habrá forma de acabar con los vicios del Estado de las Autonomías. Un PSOE que concibe la política española en términos como el de catalanofobia jamás pactará con la derecha en esa dirección. Ni siquiera una dura derrota del núcleo del socialismo étnico, del PSC, el próximo día 28, o del mayor defensor del socialismo étnico en las últimas décadas, de Zapatero, en las Generales, permite vislumbrar un cambio de rumbo en el socialismo. Voces como la de Fernández Vara son aisladas. Y lo que me parece aún más relevante, voces semejantes en la izquierda intelectual están desaparecidas. Los pocos que hablaban se fueron a la órbita de UPyD. Y de los que quedan, no se supo más.


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Sahara Occidental. El PSOE y el Polisario. Por Cristina Losada

Desde el repudio a la política exterior de Aznar, Zapatero optó por relajar la tensión necesaria y, para coronar la insensatez, mostró a Estados Unidos que no era un aliado fiable, privándose así de su influencia sobre el régimen marroquí.

Los socialistas han querido hacer el trayecto político de Tinduf a Rabat sin sufrir ningún percance. Sin que se notara. Pretendían sostener con una mano las banderas del Frente Polisario mientras le daban la otra a Mohammed VI. Cierto que mantener dos posiciones incompatibles no resulta un ejercicio novedoso en política. Pero, a la larga, se revela insostenible. Los violentos incidentes en El Aaiún han colocado al PSOE ante sus contradicciones y ante las consecuencias de una conducta irresponsable como la que representaba la actual ministra de Exteriores desde la oposición a Aznar. Entonces, Jiménez exigía, en encendidas arengas, que el Gobierno removiera el mundo para dar satisfacción al derecho a la libre autodeterminación del pueblo saharaui. Y proclamaba en un acto de apoyo al Polisario: "Desde luego, nuestro compromiso lo vais a tener y, sobre todo, nuestro apoyo, nuestra colaboración y nuestra solidaridad". Nada, ay, es para siempre.

Lejos de aquel lenguaje de agit-prop, y aún más lejos de la promesa de acompañar al Polisario "hasta la victoria final" que formuló en Tinduf un joven González, los socialistas se han puesto ahora traje de Gobierno adulto. Están desconocidos. Así, apelan a la responsabilidad, a la prudencia y a la necesidad de conocer los hechos con propiedad antes de pronunciarse. A normas, en fin, que son muy razonables, pero que jamás cumplen cuando "los hechos" involucran a alguno de sus países non gratos. Ahí, primero condenan y luego, si acaso, preguntan. Todo un contraste con los modales que emplean con tal de no incomodar a Rabat. Ni siquiera han sido capaces de emitir el clásico pronunciamiento que a nada compromete, pero salva la cara, que es lo que ha hecho Francia, principal aliada y valedora de Marruecos.

Cualquier Gobierno español se ve abocado a un papel difícil a fin de conllevar las buenas malas relaciones con el vecino del Sur. Desde el repudio a la política exterior de Aznar, Zapatero optó por relajar la tensión necesaria y, para coronar la insensatez, mostró a Estados Unidos que no era un aliado fiable, privándose así de su influencia sobre el régimen marroquí. Como remate, ha tenido que darle la espalda, de un modo ya ostensible y grosero, a esa "causa saharaui" a la que su partido había prometido lealtad. Ha llegado al final del trayecto. No se podía estar, a la vez, con el sultán y con el Polisario, y se está con el sultán.


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Demasiado para Rubalcaba. Por Ignacio Camacho

Los tumbos de la economía y la crisis del Sahara han agotado el impulso efervescente del nuevo Gabinete.

RUBALCABA es un propagandista eficiente, un competente gestor de equipos, un político responsable y un trabajador estajanovista e hiperactivo, pero ni está a su alcance la dirección económica ni sus capacidades dan abasto para taponar las vías de agua que tiene abiertas este Gobierno. El impulso efervescente del nuevo Gabinete se ha empezado a disipar entre un turbión de problemas que escapan de las habilidades comunicativas y las intuiciones tácticas del co-presidente, al que algunos que le tratan con frecuencia han oído murmurar que las cosas están mucho peor de lo que imaginaba. Sobre todo hay un asunto sobre el que no tiene ascendiente, que es la desconfianza internacional en la solvencia financiera española. Con la economía dando tumbos no hay forma de enderezar una política coherente. Rubalcaba puede organizar ciertos efectos internos para recomponer un poco la descalabrada perspectiva electoral del Partido Socialista, pero los mercados exteriores no aflojan la presión y exigen medidas de cirugía reformista que no pueden esperar hasta las elecciones de mayo. España no encuentra crédito, ni literal ni metafórico, y las circunstancias se han vuelto dramáticas.

En estas condiciones de emergencia, al flamante valido le han empezado a fallar incluso sus más consumadas destrezas, que son las relativas a la comunicación de mensajes. En cuando dejó solo durante 48 horas en Seúl al presidente, éste permitió una foto lamentable que echó por tierra sus blasones de liderazgo, corriendo al borde de la asfixia detrás de un Cameron que parecía comerse el mundo a zancadas tras haber decretado un ajuste de caballo. Hay simbolismos devastadores. Como lo es también la imagen del propio Rubalcaba reunido en su propio despacho con el responsable de la represión en el Sáhara, ante la mirada vigilante de un gorila de la seguridad marroquí y en medio de un desbarajuste diplomático. Por si las desgracias económicas no bastasen para triturar al Gobierno, la crisis saharaui está arruinando las bases de su política exterior; si Aznar palmó en Irak por empeñarse en secundar el aventurerismo bélico americano, Zapatero se ha empantanado en las arenas del desierto al bajar la cabeza ante el agresivo expansionismo de Marruecos. Todo su discurso de legalidad internacional y de exaltación de los derechos humanos se está viniendo abajo con ese humillante seguidismo de un atropello clamoroso y sangriento que lo desacredita ante la izquierda social, de indiscutible simpatía polisaria.

El Gabinete no encuentra respiro. A la espera del revés catalán, lo único que puede hacer es tratar de contener a los mercados de deuda para que no le impongan otro ajuste forzoso que desbarataría los Presupuestos antes incluso de llegar a aprobarlos. Agotada la magia del Zapatero triunfal, Rubalcaba no se basta a sí mismo para hacer de ilusionista y de bombero.


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Elecciones catalanas. Alicia Croft. Por José García Domínguez

¿Por qué no incluir entre el surtido de víctimas a masacrar por la señora Camacho a cuantos alguna vez hubieran votado al PP? A fin de cuentas, Alicia Croft es la única candidata en liza que postula el programa máximo del nacionalismo catalán.

Ignoro en qué sanatorio o residencia de reposo habrá reclutado el Partido Popular a los internos que han ideado el juego en que la señora Sánchez Camacho extermina inmigrantes con un furor que haría palidecer de envidia al general Custer. No obstante, y ya que se anuncia una nueva versión de ese sucedáneo catalán de La matanza de Texas, permítaseme una modesta proposición. ¿Por qué no incluir entre el surtido de víctimas a masacrar por la señora Camacho a cuantos alguna vez hubieran votado al PP? A fin de cuentas, Alicia Croft es la única candidata en liza que postula el programa máximo del nacionalismo catalán. Algo que ni tan siquiera la Esquerra osa propugnar a corto plazo.

Y es que nadie habrá cooperado tanto a legitimar los fundamentos intelectuales, morales y patológicos del catalanismo político como la artillera de Rajoy. Una hazaña histórica, ésa suya, que tiene nombre y apellido: contrato de integración. Lo que jamás se les ocurrió maquinar a Pujol, Maragall o Puigcercós con tal de que los disidentes emprendiésemos el exilio de una vez, acaba de ponerlo por escrito el PP. Así, la famosa integración, simple cantinela tediosa en boca de los nanonacionalistas, sería elevada a imperativo legal en la distopía marianista. Que los inmigrantes habrán de "trabajar activamente por su integración", signifique ello lo que signifique, ordena, expeditiva, una de las cláusulas, y no la más peregrina por cierto, del contrato.

¿Qué será, pues, de los indígenas que llevamos toda una vida trabajando activamente por la segregación? ¿Qué planes albergará doña Alicia para los que no somos del Barça; insolentes, persistimos en hablar castellano; abjuramos de la impostada fraternidad gregaria del calçot a la brasa; observamos con cristiana compasión a los castellers, y no podemos eludir un bostezo ante esa danza tediosa, la llamada sardana? ¿Qué castigo nos esperará? ¿También seremos fulminados con un trabuco de rayos cósmicos al modo de los sin papeles? ¿O nos internarán un algún campo de reeducación integral en integracionismo? Y en ese caso, ¿compartiremos celda con los directivos japoneses de la Nissan que se nieguen a estudiar catalán, tal como prescribe la estupefaciente cláusula tercera del contrato, o habitaremos en módulos aislados? Suerte que ganarán los independentistas.


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El mesianismo autístico de ZP. Por José María Carrascal

«La clave de la política de Zapatero es el carácter providencial que se atribuye, el sentirse elegido por una fuerza superior, desde luego no religiosa, pero tan potente o más que la divina, para lograr cosas inaccesibles a los demás».

¿QUÉ tiene La Moncloa que acaba con la salud psíquica de sus inquilinos? El único que salió de ella relativamente normal fue Leopoldo Calvo Sotelo, y no sabemos si atribuirlo a su corta estancia o a ser un hombre de sólida formación intelectual, ausente en el resto. González acabó mal, Aznar peor, y Zapatero lleva camino de batir el récord. Tanto es así que, a diferencia de sus antecesores, puede acabar también con el país. Aunque, más que de un «síndrome de La Moncloa», puede tratarse de un problema de personalidad.

¿Quién es este hombre que nos gobierna, joven, atractivo, simpático, maestro del regate corto y excelente polemista? Sobre él han corrido ríos de tinta y vertido las más distintas opiniones. La última, considerarle un Maquiavelo autóctono, lo que advierte de lo poco que sabemos de Maquiavelo, ya que su «Príncipe» nunca hubiese llevado a su reino al calamitoso estado en que se encuentra el nuestro. Solo en el sentido más peyorativo que aquí le damos —el de alguien «sin palabra mala ni obra buena»— puede aplicársele, pues Maquiavelo, como Gracián en su «Héroe», intentó reflejar un verdadero hombre de Estado, algo muy lejos de nuestro actual presidente del Gobierno.


Lo primero que choca de José Luis Rodríguez Zapatero son los contrastes que ofrece. Segurísimo de sí mismo, parece estar siempre huyendo de algo. Cordial en apariencia, se percibe a primera vista que intima con pocos, si alguno. De grandes ideas generales, naufraga estrepitosamente en las concretas. Fuertemente ideologizado, no tiene el menor inconveniente en tirar por la borda sus principios. Y así sucesivamente, lo que le lleva, no ya al bipolarismo, sino a un multipolarismo ininterrumpido en su gestión: pide coherencia, siendo incoherente consigo mismo; pide sinceridad, sin practicarla; pide planes a largo plazo, y solo piensa en las próximas elecciones; pide sacrificios, pero no está dispuesto a hacerlos; pide pactos, y es el primero en querer borrar al adversario. Como si su cabeza fuese una olla de grillos, y su corazón, una hoja que va y viene según sopla el viento.

¿Cuál es el secreto de este hombre que en seis años ha enfrentado a los españoles más que ningún otro gobernante desde la Transición, que ha hecho retroceder a España política y económicamente al nivel más bajo en su nueva etapa democrática, y, sin embargo, ha sido reelegido? Va ya para dos años que en otra Tercera de ABC apunté lo que me parecía el rasgo fundamental de su política y la clave de su éxito: Zapatero gobierna apoyado no en las virtudes sino en los vicios españoles: la envidia, la improvisación, el instinto cainita, el no reconocimiento de las culpas propias para descargarlas en los demás, el prestar más atención a lo secundario que a lo principal, la falta de un conocimiento profundo del mundo moderno y el disparar primero para apuntar después. Todo ello nos lleva, primero, a equivocarnos con frecuencia, y luego a una huida de la realidad, por resultarnos desagradable, que a su vez conduce a nuevos errores. Si se fijan, son los rasgos característicos de la política de Zapatero, que se mete en tremendos berenjenales, para costar luego Dios y ayuda salir de ellos, si se sale. Recuerden la negociación con ETA, el estatuto catalán, la crisis económica o el reciente respaldo a Trinidad Jiménez. Siempre por no haber calculado las consecuencias y confundir los deseos con la realidad. Pero eso es algo común a la mayoría de los españoles, lo que nos trae una empatía irrefrenable hacia esa política de irresponsabilidad e improvisación ininterrumpidas. Un político que nos dijera: «No pidas a tu país lo que puede hacer por ti, sino piensa en lo que tú puedes hacer por tu país» no tendría mucho éxito entre nosotros.

D Sigo pensando que ese es el rasgo fundamental de la política de Zapatero y el secreto de su permanencia en el poder, pese a los innumerables fracasos que ha cosechado. El último problema, sin embargo, no es que lo haya hecho mal, sino que no lo reconoce, que sigue instalado en el autoengaño, convencido de que, en el fondo, tiene razón y de que lo que está ocurriendo no son más que perturbaciones pasajeras, tras las que volverá a brillar su proyecto. Es lo que le hace ver luz al fondo del túnel cada poco y adoptar las medidas que le imponen sin ganas, con tantos condicionantes que no surten efecto. O contradecirse continuamente sin darle importancia. Lo que nos lleva a lo que podríamos llamar el sanctasanctórum del zapaterismo, a la clave de su ser y su quehacer: el carácter providencial que se atribuye, el sentirse elegido por una fuerza superior, desde luego no religiosa, pero tan potente o más que la divina, para lograr cosas inaccesibles a los demás. Los fundamentos de tal convicción tienen una base real. Estamos ante un hombre sin apenas méritos destacables. Su carrera fue del montón, profesionalmente no brilló, y como político se limitó a calentar el asiento del Congreso y votar lo que le ordenaban durante varias legislaturas. Hasta que, debido a una serie de circunstancias extraordinarias —descomposición del régimen felipista, gatillazo de Borrell, derrota de Almunia frente a Aznar— surge la oportunidad para este desconocido que, ante la sorpresa de todos, bate al favorito del partido, Bono. Aquello pudo ser pura chiripa y hábil maniobra de José Blanco, pero, cuando la arrogancia de Aznar en su última etapa se dio la mano con los atentados del 11-M y el enorme error de atribuirlo a ETA, se creó una combinación política tan explosiva que hizo saltar por los aires la escena política española y colocar a su frente a un desconocido. ¿Cómo no iba a sentir ese hasta entonces anónimo ciudadano que estaba señalado por el destino? ¿Cómo no iba a creerse un elegido?
«Yo —tuvo que decirse—, que estoy menos preparado que tantos dentro y fuera de mi partido, que he hecho menos méritos y soy menos conocido que ellos, les he ganado a todos. Algo debo de tener, algo superior a todas las facultades intelectuales y morales. Algo que me hace, a la vez, especial e invulnerable».

Fue lo que le empujó a iniciar una política no solo distinta a todas las que se habían llevado en la España democrática, sino también a la de sus antecesores: enfrentarse con Estados Unidos, pactar con partidos claramente independentistas, establecer un cordón sanitario en torno al principal partido de la oposición, prometer a los catalanes lo que no podía darles, reescribir la historia con ánimo revisionista, ofrecer a ETA lo que nadie le había ofrecido, cuestionar la Transición y un largo etcétera que culminó en negar la crisis económica cuando la veían hasta los ciegos y a tomar las medidas erróneas contra ella. Lo peor es que, a estas alturas, sigue instalado en el convencimiento de que el destino vendrá en su ayuda y todo se resolverá por esa fuerza especial que ha llevado a un hombre como él a presidir el Gobierno de un viejo Estado. Su único problema es la realidad. Pero alcanzada la altura que él ha alcanzado, la realidad semeja minúscula y desdeñable, como los pueblecitos desde un avión. Más, cuando ha procurado rodearse de personas que no le contradicen; al revés, le confirman cada mañana, como el espejo de la madrastra de Blancanieves, lo hermoso, inteligente y amado que es. Metido en este «trip» narcisista, Zapatero planea sobre problemas y dificultades, con esa sonrisa entre beatífica y anodina que exhibe cuando le preguntan sobre ellos, mientras abre los brazos, no sabemos si para abrazarnos o para decirnos «a mí, que me registren».

Cuánto tiempo podremos permitirnos el verdadero lujo de un presidente de Gobierno que no sabe nada, no entiende nada y no hace nada, pero que cree saberlo todo, entenderlo todo y poderlo todos, es ya más cuestión de fe que de política. Fe en los milagros, en los que creen incluso los ateos en España.


ABC - Opinión

Estancada y sin confianza

El estancamiento de la economía española en el tercer trimestre, confirmado ayer por el Instituto Nacional de Estadística, no es una señal de «normalización», como voluntariosamente ha interpretado el Ministerio de Economía, sino un mal dato que nos deja a la intemperie ante las turbulencias financieras que agitan a la Unión Europea, con Irlanda en el epicentro. Los mercados no están para contemplaciones y penalizan sin miramientos el más leve signo de debilidad. Así se vio claramente en la subasta de Letras a 12 y 18 meses del pasado martes, en la que el Tesoro Público tuvo que pagar un 30% más. Sólo las economías que han hecho los deberes y que transmiten confianza resisten los embates. ¿Por qué la española no termina de disipar las sospechas que se ciernen sobre ella? ¿Por qué a la más mínima ventolera sufre como si se tratara de un huracán? Es decir, ¿qué sucede con la política económica del Gobierno, que no tranquiliza a los mercados? Sería absurdo acusar al presidente Zapatero de no haber tomado las medidas más necesarias y urgentes para alejarnos del fantasma de la suspensión de pagos que rondó a mediados de mayo, como reducir el déficit de acuerdo al calendario comunitario, reformar la contratación laboral y retrasar la edad de jubilación. Sin embargo, el Gobierno no ha logrado sacudirse el desprestigio de haber negado la crisis hasta el último minuto y de no haber reaccionado con responsabilidad cuando habían saltado las alarmas. Por más que haya realizado un esfuerzo de austeridad, ha perdido la confianza de los mercados y de los inversores empresariales. Ni que decir tiene que esta falta de fiabilidad afecta también a la marca España, con efectos muy perniciosos a medio y largo plazo. Resulta llamativo, por ejemplo, que las grandes empresas y entidades multinacionales españolas, verdaderos buques insignia que acumulan prestigio allí donde operan, estén basculando sus planes de inversión hacia el exterior en detrimento de la apuesta doméstica. Es natural que así sea, sobre todo por las excelentes perspectivas de los países emergentes, pero será difícil que el Gobierno recupere la fiabilidad de los inversores extranjeros si las propias empresas nacionales no creen en su política. De nada sirve la cantinela de la ministra Salgado de que España no es Irlanda ni Portugal ni Grecia, porque lejos de espantar el miedo, revela una pavorosa falta de convencimiento en las propias fuerzas. La única forma de salir de esta especie de «libertad vigilada» en que se mueve la economía española es dando un paso más en los cambios estructurales y en la reducción del déficit. Ayer mismo, desde la UE llegaron mensajes urgentes para que se acelere la reforma de las pensiones. Y en algunas cancillerías de la zona euro cunde la especie de que Zapatero, en vez de mejorar una reforma laboral que se quedó corta, la quiere desactivar para reconciliarse con los sindicatos. Sea como fuere, lo cierto es que Alemania, Francia y EE UU quieren que España se apriete el cinturón un ojal más, pero desconfían de un presidente socialista que ha actuado a regañadientes y sólo desea ganar tiempo para llegar a las elecciones sin nuevos recortes.

La Razón - Editorial

Precaria Irlanda

La estabilidad del euro exige que Dublín olvide el celo soberanista y acepte el rescate europeo.

El colapso de la banca irlandesa ha disparado el déficit del país por encima del 30% del PIB, ha provocado una tormenta financiera que ha arrastrado a Portugal y complicado (aún más) la vida financiera de Grecia y ha puesto en jaque la estabilidad de la zona euro. De no mediar una apelación rápida a la facilidad de financiación europea, creada en mayo para proteger las deudas soberanas de la eurozona, el riesgo de contagio es elevado. El acuerdo de mínimos alcanzado por los ministros europeos de Finanzas, por el cual las autoridades europeas (Comisión y BCE) y el FMI examinarán en Dublín los costes de esa crisis bancaria, se interpreta como un primer paso en el plan de rescate. Una especie de rodeo para vencer las reticencias a la intervención que exhibe Dublín.

La estabilidad financiera de la eurozona requiere que Irlanda deje a un lado los escrúpulos soberanistas y acceda al fondo de rescate. Es verdad que si acepta los recursos de la UE y del FMI tendrá que asumir las condiciones que ambos impongan; pero peor es seguir sangrando puntos de diferencial en el coste de su deuda y sembrar el desorden económico en el país y en el euro. La prioridad del Gobierno de Cowen, cuya estabilidad política está en entredicho, debe centrarse en evitar pérdidas de bienestar entre sus ciudadanos.


Las instituciones europeas deben facilitar esa financiación de Irlanda y el BCE debe hacer lo mismo con un sistema bancario precario. Aunque este ha requerido del BCE financiación barata equivalente al 80% de su PIB, no es el momento de cuestionar esas facilidades excepcionales, ni de retirarlas de forma precipitada. La otra lección para Europa es la necesidad de mejorar los mecanismos de coordinación entre Gobiernos en la gestión de la crisis. Por ejemplo, la canciller alemana Angela Merkel ha vuelto a olvidarse de la prudencia del gobernante cuando sugirió que los inversores privados de bonos irlandeses también paguen el coste de la crisis. Hay cosas que se dicen, pero no se hacen; otras, como la quita privada de la deuda irlandesa, que se hacen pero no se dicen.

El estribillo de que "España no es Irlanda" no explica las dificultades de la economía española ni conjura los peligros de un empeoramiento de las condiciones de su deuda. Cierto, el sistema bancario español es quizá el más solvente de Europa y el Gobierno de Zapatero se ha comprometido con un plan de ajuste. Pero la economía española está estancada, como demuestra la variación intertrimestral cero durante el tercer trimestre difundida ayer por el INE, circunstancia que aumenta las dudas sobre su capacidad de ajuste fiscal. Y mantiene en la indefinición ámbitos esenciales de la política económica. La financiación autonómica y la reestructuración parcial del sistema bancario son las que más preocupan a los inversores. Hay que insistir en que el Gobierno y el Partido Popular tienen que negociar ámbitos de colaboración política (el de la austeridad autonómica es prioritario) para frenar la desconfianza exterior en la economía española.


El País - Editorial

Las onerosas deudas de Gallardón aplastan a los madrileños

La verdadera solución no pasa por refinanciar a Gallardón en su huida de la realidad, sino por someterlo a ella forzándole a que se apriete el cinturón y erradicando esa retahíla de gastos y obras innecesarias y suntuosas que acompañan a su gestión.

Mucho se podrían criticar los limites al endeudamiento de los ayuntamientos que ha establecido Zapatero para hacer creer a Europa que se está tomando en serio el control de las cuentas públicas. La primera, que no haya aplicado el mismo rigor a todos los consistorios y la segunda, que no haga lo propio con la administración central y, sobre todo, con las autonómicas, que siguen teniendo una auténtica barra libre. Y aunque el endeudamiento municipal sea proporcionalmente pequeño si lo comparamos con el del resto de administraciones, ninguno de estos hechos puede servir de excusa al alcalde de Madrid para oponerse a que el Gobierno de Zapatero le prohíba aumentar aún más la deuda de los madrileños.

Y es que no tenemos constancia de una entidad pública o privada que haya experimentado un ritmo de endeudamiento tan vertiginoso como el que ha sufrido el Ayuntamiento de Madrid desde que lo dirige Alberto Ruiz-Gallardón. Los apenas 1.100 millones que el consistorio debía en 2003 se han multiplicado por más de seis, alcanzado actualmente los 7.100 millones, es decir, la mitad de lo que deben, juntos, todos los ayuntamientos de capitales de provincias. Este alcalde manirroto ni siquiera tiene la excusa de poder apelar a un supuesto "endeudamiento productivo" pues, como bien refleja un reciente estudio dedicado a la eficacia y eficiencia de las entidades municipales, el consistorio madrileño acapara nada menos que un 38 por ciento del despilfarro municipal en toda España. Tampoco puede escudarse en una baja presión fiscal, pues esta también ha experimentado en la ciudad de Madrid una vertiginosa alza, situándose en una de las más altas de las que ejercen los ayuntamientos de toda España.


Al margen de haber endeudado hasta las cejas a los madrileños, no podemos pasar por alto el pésimo ejemplo –no el único pero sí el peor– que constituye su gestión y que tanto neutraliza la ya de por sí insuficiente crítica del PP a la falta de ajustes presupuestarios del Gobierno de Zapatero.

Es cierto que, dado el trato desigual entre administraciones públicas, y dado el frenazo en seco que exige a su ayuntamiento, el no menos manirroto de Zapatero podría haber otorgado a Gallardón ciertas facilidades de refinanciación que no supusieran asumir nuevo endeudamiento en términos netos. Pero no nos engañemos, la verdadera solución no pasa por refinanciar a Gallardón en su huida de la realidad, sino por someterlo a ella forzándole a que se apriete el cinturón y erradicando esa retahíla de gastos y obras innecesarias y suntuosas que acompañan a su gestión. Con una capacidad de recaudación cercana a los 5.000 millones de euros, el alcalde Madrid tiene margen más que suficiente para que sea la austeridad, y no el agravio comparativo, la solución del problema que sólo él ha creado, pero que han de soportar todos los madrileños.


Libertad Digital - Editorial

Europa, sin norte ante la crisis

La indecisión de la UE para adoptar medidas firmes contra la crisis puede llegar a amenazar la supervivencia misma del euro.

NADA hay más pernicioso para las finanzas que la incertidumbre. La Unión Europea lleva ya demasiado tiempo gesticulando sin demasiado convencimiento en torno a la crisis financiera y a las dificultades de ciertos países para superarla, y cada vez se escuchan más claramente las advertencias de que esta situación puede llegar a amenazar la supervivencia misma del euro. Los ciudadanos de a pie asisten incrédulos a un desfile de cifras estratosféricas, dedicadas a los rescates financieros, mientras sus economías domésticas se adaptan a la fuerza a recortes de todo tipo. Ni siquiera se ha logrado un acuerdo político para aprobar el presupuesto de la Unión Europea, que por primera vez en su historia podría llegar a prorrogar las cuentas vigentes. En Europa se echa en falta un liderazgo fuerte y claro que oriente con firmeza el timón. Hasta ahora se hablaba de la UE como de un gigante económico y un enano político y militar, pero ahora Europa corre el riesgo de carecer de estatura en todos los campos.

En el caso irlandés —el último por ahora— se entrecruzan las visiones a corto plazo de gobiernos que temen decirles a sus ciudadanos la verdad con los miopes puntos de vista de unas instituciones que han hecho de la obsesión por el consenso un obstáculo para su actividad, como si el hecho de adoptar decisiones compartidas por todos fuera lo más adecuado para salir de la crisis e impedir que los problemas se extiendan a otros países. Si Irlanda necesita ayuda financiera —y es evidente que la necesita— no sirve de nada seguir regodeándose en circunloquios para regatear detalles de última hora con pretextos de política interior. Si España debe reformar el sistema de pensiones, como se le acaba de decir por enésima vez al Gobierno, lo peor es seguir escondiendo la cabeza, a la espera de que las encuestas sean más favorables para abordar una reforma impopular. Ni siquiera Alemania, con su fortaleza industrial, está a salvo de las consecuencias de esta falta de liderazgo. Esta crisis puede llegar a ser peor que todas las anteriores porque, más allá de las cuentas de resultados del sector bancario, hay muchas cosas en juego. Lo que podemos perder es todo aquello que ha hecho de la Unión Europea un éxito y un modelo para el mundo.


ABC - Editorial