miércoles, 24 de noviembre de 2010

El patriota en el abismo. Por Edurne Uriarte

Quienes toman el patriotismo como Zapatero, los nacionalistas vascos y los regionalistas canarios, deciden sostener al piloto incapaz.

En términos militares, los usados por las FF.AA. estadounidenses para medir el estado de la defensa en función del nivel de riesgo, España ha alcanzado en las últimas horas el DEFCON 2. Alarma total. Con el récord histórico de la prima de riesgo y una desconfianza generalizada de los mercados sobre las capacidades de nuestro país para afrontar la situación.

El problema de los DEFCON aplicados a los sistemas políticos es que el Ejército encargado de activar y coordinar los recursos para responder a la alarma es el Gobierno. Y ese Gobierno se centraba aún hace unos días, estallada la crisis de Irlanda, en publicitar su «nueva agenda social» y en criticar planes de recortes como el de Cameron. Que es como si el Ejército americano se dedicara a unas jornadas intelectuales sobre el pacifismo en plena crisis nuclear con su peor enemigo. A lo que ha seguido la pertinaz negación de la gravedad de la situación, el eterno DEFCON 5 en el que vive el presidente. Y se ha rematado este lunes, sólo unas horas antes del record de nuestra prima de riesgo, con una acusación de antipatriotismo para los críticos del Gobierno.

En medio del derrumbe, queda así el patriotismo español definido por uno de sus más furibundos detractores, Zapatero, como la pasividad y la aquiescencia con el Gobierno que dirige la nave hacia la colisión final. Y el patriota en el borde del abismo, que es en esta crisis lo mismo que el ciudadano ante la supervivencia, tiene poco que hacer. Pues aquellos que piensan del patriotismo algo parecido a Zapatero, los nacionalistas vascos y los regionalistas canarios, han decidido sostener al piloto incapaz, en la falaz creencia de que el desastre no les afectará.

No está claro que otro Gobierno pueda evitar la colisión, piensan algunos. Entre el patriota Zapatero y los patriotas PNV y CC, ni siquiera habrá ocasión de comprobarlo. A tiempo, quiero decir.




ABC - Opinión

Desastre nacional. ¡Por qué aguanta Zapatero!. Por Agapito Maestre

Si la UE no interviene España, y hago votos para que así sea, este desastroso gobernante podría finalizar la legislatura.

Zapatero es el gran problema de España. O se va o hunde definitivamente lo poco que queda de Estado-nación. Cada minuto más de este hombre en el poder es un riesgo para todos los españoles; naturalmente, están incluidos en esa deriva hacia la nada sus votantes y clientes. Esto es algo que saben los mercados, los Estados e incluso sus correligionarios. También es la tesis de la Oposición. Excepto los obtusos, nadie duda de que Zapatero es un político incapaz de gobernar España, entre otras muchas razones, porque es incapaz de generar confianza en su entorno. Nadie parece creer en él. Todos consideran que está muerto.

Pero, y esto es lo extraordinario, este hombre podría permanecer en el poder hasta el final de la legislatura. Más aún, y es una sencilla profecía, si la UE no interviene España, y hago votos para que así sea, este desastroso gobernante podría finalizar la legislatura. Es algo curioso y sin parangón en los países desarrollados de Occidente. Es como si España estuviera tocada por una rara excepcionalidad, que nos aleja, desgraciadamente, cada vez más de los procedimientos clásicos de legitimación democrática del poder. A Zapatero le bastan unos cuantos votos de unos separatistas, los del PNV, a cambio, naturalmente, de unos cuantos cientos de miles euros, para seguir en el poder. La cosa tiene mérito, sobre todo, si contemplamos como se hunde todo a nuestro alrededor.


¿Por qué un Gobierno como el de Zapatero, que ha llevado a la ruina a todas las instituciones económicas y políticas, se resiste a convocar elecciones generales? He ahí el enigma. Es evidente que la Oposición tendrá alguna culpa en el éxito de Zapatero. Obvio. Más aún, la casta política en su conjunto resulta aún más ridícula que el propio Zapatero, porque es incapaz de frenar a este individuo y su partido. ¿O es que acaso esa casta no siente vergüenza de sí misma al contemplar a un Zapatero ufano y sobrado allí dónde va? Sí, sí, Zapatero se muestra fuerte, aunque mantiene lo contrario de lo que dijo ayer; se muestra arrogante con la Oposición, a pesar de que Rajoy podría echarlo mañana del poder si pusiera un poco más de empeño en el asunto. Zapatero está consiguiendo la cuadratura del círculo: mientras que la Oposición es incapaz de expulsarlo del poder, y sobre todo no consigue forzar ya unas elecciones generales, él aparece todos los días haciendo "supuestas" propuestas que deberían corresponder a los de Rajoy.

En el ámbito internacional no crean que la cosa es mejor; pues que este individuo que sacó a las tropas de Irak sin avisar a sus aliados, que sigue negando la existencia de una guerra en Afganistán, que ha roto varias veces la disciplina de la OTAN, e incluso cuestionó la cultura Occidental de la OTAN –esa que estableció un tribunal de valores humanos, de derechos del hombre y de criterios de racionalidad ante el que deben comparecer todas las civilizaciones en pie de igualdad–, por la defensa de una extraña "Alianza de Civilizaciones" de raíz islamista, se le ha permitido fotografiarse, bien que en un sitio alejado de los protagonistas, en la última Cumbre de Lisboa de la OTAN. Cumbre, por cierto, que aprobó exactamente lo contrario de lo que este hombre ha defendido siempre, a saber, que las civilizaciones son equivalentes.

En fin, a pesar de la estulticia y maldad de este hombre en los ámbitos nacionales e internacionales, la pregunta es evidente: ¿Por qué aguanta tanto Zapatero? Quizá porque sea, reitero, una excepcionalidad que se permite el sistema. Quizá. O por que los que están en la oposición son aún más incapaces que él. ¡Quién sabe!


Libertad Digital - Opinión

Volvemos al paralelo 38. Por M. Martín Ferrand

Sin verlas venir, el Gobierno de Zapatero continúa sin actuar con la energía y decisión que las circunstancias exigen.

ÉRAMOS pocos y parió la abuela, como expresa el viejo dicho popular español en el que, podría parecerlo, se inspiró el famoso Murphy, el de la «ley» que convierte en risueño el pesimismo. Las bombas vuelven a saltar sobre el paralelo 38, entre las dos Coreas, y así, angustiados por los problemas nuevos, hijos de la globalización y de la torpeza política, reverdecemos los viejos, los de hace sesenta años. Mi generación descubrió la existencia del mundo y sus tensiones viendo en el NO-DO al general Douglas Mac-Arthur y ahora, ya creciditos, descubrimos que vuelve la guerra caliente. Los disparos de la artillería de Corea del Norte, la feroz y bien armada dictadura —la única que tiene en su constitución la figura de un «presidente eterno»—, han caído, en la del Sur, en la isla de Yeonpieong y han producido víctimas mortales: la chispa esperada y necesaria para que la tensión fría suba su temperatura. Barack Obama tiene ante sí el primer caso práctico de conflicto nuevo, aunque venga de viejo, y de lucir su proclamada, y todavía no confirmada, condición de gran gobernante y fino estratega en la política exterior.

En el marco mundial del conflicto naciente luce con especial brillo la crisis europea y, tras de la nueva situación creada por Irlanda, fruto inevitable del desparpajo creador de su actual primer ministro Brian Cowen y su predecesor y dimisionario Bertie Ahern, los españoles, aunque sin alarmismo, debiéramos poner las barbas a remojo, como marcan los cánones de la prudencia. Rodríguez Zapatero, si fueran posibles las comparaciones en tiempos y espacios diferentes, se creyó tan listo como Ahern y, de momento le/nos está salvando la dimensión. España es más grande y su problema mucho más perturbador en la familia del euro.

Sin verlas venir, el Gobierno de Zapatero, continúa sin actuar con la energía y decisión, aunque ello tuviera coste electoral, que las circunstancias exigen. La mitad de nuestro sistema financiero es una calamidad y la otra mitad no incurre en el delito de usura porque la usura ha dejado de ser delito; los beneficios de las compañías eléctricas son virtuales y seguimos jugando con el «déficit de tarifa» para proteger un carbón que no calienta y unas fuentes tan verdes como inútiles; los constructores pierden dinero ajeno porque el vigilante nunca les obligó a jugarse el propio... y, lejos de enmendar esos y otros asuntos tan conflictivos como posibles de resolver, incluso con un puñetazo en la mesa, las circunstancias nos obligan a volver al Paralelo 38. Habrá que cantar de nuevo «El cordón de mi corpiño» y eso que acaba de morir el Maestro Guerrero.


ABC - Opinión

Crisis. ¿Y si quiebra España?. Por Manuel Llamas

España se enfrenta a un punto de inflexión que bien podría determinar el futuro de toda una generación de españoles. Zapatero está cada vez más cerca de ver cumplida su gran aspiración política: la de pasar a los anales de la historia.

"España es demasiado grande para ser rescatada". Esta advertencia recorre el mercado desde hace meses. En el trasfondo del debate subyace la supervivencia misma del actual euro. La visión de la mayoría de analistas se resume del siguiente modo: el Fondo de rescate de 750.000 millones de euros, aprobado por Bruselas y el Fondo Monetario Internacional (FMI), puede soportar la caída de Grecia, Irlanda y Portugal, pero si la crisis de deuda aterriza en España no habrá suficiente dinero para salvarla, entre otros motivos, porque el Fondo tan sólo puede asistir a tres países al mismo tiempo para mantener su máximo rating (calidad crediticia).

Así pues, llegado el caso, se abriría un escenario completamente nuevo y desconocido dentro de la zona euro, cuyos efectos podrían ser dramáticos: ¿préstamos bilaterales?; ¿intervención directa del FMI?; ¿quitas y reestructuración de deuda dentro del euro?; ¿abandono o expulsión del euro?; ¿desintegración de la Eurozona en dos o más áreas? En esencia, incertidumbre y riesgo, términos que arengan la ya elevada desconfianza, por no decir pánico, de los inversores, tal y como se está observando en los últimos días.


Lo único cierto es que, tal y como advertimos hace tiempo, los Estados también quiebran. Y, aunque resulta imposible predecir con exactitud la sucesión de los hechos en una situación de tal calibre, existen ejemplos cercanos sobre los efectos devastadores que implica un default (suspensión de pagos) soberano. ¿Se acuerdan de Islandia? Fue el primer país en quebrar oficialmente tras el estallido de la crisis financiera internacional.

Sus problemas fueron similares a los que padece hoy Irlanda: sus tres grandes bancos –que representaban el 85% de sus sistema financiero– quebraron como resultado de un brutal descalce de plazos (origen de la crisis), ya que se endeudaron a muy corto plazo en el exterior (euros) e invirtieron a largo plazo (hipotecas); el Gobierno nacionalizó la banca para evitar su caída, pero su enorme peso (casi 10 veces el PIB nacional) acabó tumbando al propio Estado islandés, declarándose oficialmente en quiebra y solicitando asistencia al FMI.

Desde entonces, finales de 2008, la economía islandesa sigue en cuidados intensivos: su PIB se hundió casi un 7% en 2009 y un 3% en 2010; el PIB per capita (riqueza media de cada habitante) ha pasado de 53.100 dólares en 2008 a apenas 39.500 en 2010, un 25% menos, según datos oficiales del FMI; su tasa de paro ha escalado desde un inexistente 1,6% en 2008 hasta el 8,6% actual; su deuda pública desde el 71% del PIB hasta el 115% en los dos últimos años; la inflación acumula un aumento próximo al 40% desde enero de 2007; la renta disponible se desplomó un 20,3% sólo en 2009; el salario medio real (descontada la inflación) ha caído un 10,1% desde 2007; el 63% de los hipotecados poseen una vivienda cuyo valor de mercado es inferior a la deuda contraída con el banco; el 40% de los propietarios del país son "técnicamente insolventes" y, por tanto, no podrán devolver la hipoteca; su moneda (la corona) se ha devaluado un 60% desde julio de 2006...

¿Seguimos? Y eso, teniendo en cuenta que ha recibido ayuda exterior y su Gobierno sigue monotorizado por el FMI. De hecho, el pasado 14 de noviembre, una delegación de dicho organismo visitó la isla para supervisar la situación económica de Islandia. Según el comunicado oficial, el país aún tiene que acelerar la reestructuración de su abultada deuda (pública y privada) para salir de la crisis, con lo que aún queda recorrido para proclamar la ansiada recuperación.

Así pues, Islandia, uno de los países más ricos y con uno de los mayores niveles de calidad de vida del mundo hace apenas tres años, está aún inmersa en una profunda agonía económica y un acelerado empobrecimiento de su población, que apenas supera los 300.000 habitantes. Imagínense por un momento este mismo proceso en un país de más de 40 millones de personas. Otro ejemplo reciente sería, cómo no, el de Argentina, de todos conocido. La cuestión es que, independientemente de los derroteros que podría suponer la quiebra o rescate de España, así como su permanencia o no en el euro, escenarios todos ellos trágicos, la clave del asunto es que el Gobierno aún puede evitar la catástrofe si asume su responsabilidad haciendo las profundas reformas de liberalización económica que precisa el país, así como un histórico plan de recortes de gasto público e, incluso, impuestos, para reducir el déficit y evitar el precipicio. España se enfrenta a un punto de inflexión que bien podría determinar el futuro de toda una generación de españoles. Zapatero está cada vez más cerca de ver cumplida su gran aspiración política: la de pasar a los anales de la historia.


Libertad Digital - Opinión

España no es Irlanda, pero.... Por José María Carrascal

Sí, hay diferencias entre España e Irlanda, y la mayor de ellas, que los irlandeses han asumido la magnitud de su problema.

PUES sí, España no es Irlanda. El Gobierno irlandés convocará elecciones en cuanto concrete las medidas de ajuste. Mientras el Gobierno español está dispuesto a aguantar hasta el fin de su mandato. Los irlandeses se han echado a la calle a protestar contra la incapacidad de su gobierno. Mientras los españoles nos hemos limitado a una manifestación oficial, sin consecuencias. Irlanda es un país pequeño que se sanea con 80.000 millones de euros. Mientras España necesitaría 800.000. Sí, hay diferencias entre España e Irlanda, y la mayor de ellas puede ser que los irlandeses han asumido la magnitud de su problema, mientras los españoles aún no lo hemos hecho. Basta oír al presidente, a la vicepresidenta económica, a los quince portavoces, para darse cuenta de que siguen mareando la perdiz y posponiendo las medidas de ajuste, como la regulación de las cajas de ahorro o el modelo laboral, lo que aumenta la desconfianza de los mercados y el precio de nuestra deuda, algo que no va a crear empleo ni a sacarnos del pozo.

Se nos dijo que con el rescate de Grecia la tormenta quedaba atrás. Ahora resulta que hay que rescatar a Irlanda. ¿Y si no es bastante? Las miradas están fijas en Portugal, con España como siguiente. Y nuestro gobierno, con estos pelos, sin acabar de hacer los deberes y asegurando, como hizo el presidente en su última entrevista, que no serán necesarias nuevas medidas de ajuste. Cuando incluso los legos sabemos que se necesitarán más, puede que muchas más.


Zapatero no ha hecho más que perder el tren desde que negó la existencia de la crisis, que convirtió luego en «desaceleración» y hoy ha convertido en simple «debate». Ha perdido el tren de llegar a un gran pacto con el PP, al estilo del que llegaron socialdemócratas y la cristianodemócratas alemanes para hacer frente a la crisis, que ha valido a su país ser uno de los primeros en empezar a salir de ella. Ha perdido el tren de un gran pacto de Estado que abarcase a todos los partidos y a todos los problemas pendientes en España, que son muchos e importantes, pero prefirió un pacto con el PNV y CC, que sólo nos ha traído un aumento del déficit. Y está perdiendo el tren con su propio partido por su viraje económico y en el Sahara, como se verá el domingo en Cataluña y cada vez más en el resto de España.

A estas alturas, sólo le quedan dos opciones: convocar elecciones o anunciar que no se presentará a las próximas, para dedicar todo su tiempo y energía a combatir la crisis. Conociéndole como le conocemos, nos imaginamos que no hará una cosa ni la otra. Seguirá tratando de engañar tanto a la crisis como a los españoles. A los españoles, es posible. A la crisis, nunca.


ABC - Opinión

Cuestión de sentido común, no de patriotismo . Por Antonio Casado

Durante la reunión de la Ejecutiva del PSOE, el presidente del Gobierno, Rodríguez Zapatero, apeló este lunes al patriotismo del principal partido de la oposición. Para no complicar las cosas más de lo que ya están -jornada negra, la de ayer- en la lucha contra la crisis económica. Así se encargó de transmitirlo luego el secretario de Organización, Marcelino Iglesias. Exactamente en estos términos: “Le pedimos al PP que, en estos momentos de dificultad, en Europa y en España, evite hacer declaraciones y tener actitudes que perjudiquen a nuestro país. Le pedimos un poco de patriotismo”.

No es cuestión de patriotismo sino de sentido común. No hacía falta ponerse estupendo para airear la sospecha de que al PP le importa más la aniquilación política de Zapatero que sacar a España del agujero. Véanse los sondeos electorales. La enorme ventaja del PP no se debe al tirón de sus propuestas sino al desencanto del electorado socialista. Además, siempre habrá alguien dispuesto a parafrasear a Samuel Johnson (La Patria, “último refugio de los canallas”) y escurrir el bulto. Si se trata de persuadir a los dirigentes del PP, basta con la vieja metáfora del barco que se puede hundir con todos dentro. Los de la derecha y los de la izquierda. Y si se hunde, consuelo de tontos va a ser el mal de todos.


Mientras los especuladores volvían a atacar los flancos débiles de la Europa monetaria, con especial dedicación a España, se producía la respuesta oficial del PP al enésimo requerimiento del Gobierno. “El problema de España se llama José Luis Rodríguez Zapatero”, dice Dolores de Cospedal. Otros dirigentes de su partido se entregaban a la morbosa especulación sobre una eventual operación de rescate de la economía nacional, alentando así la desconfianza de los mercados.
«Al PP le saldría políticamente más rentable situarse en el punto medio entre no decir amén a todas las decisiones del Gobierno, y ser el incansable pregonero del desastre.»
Una forma de sugerir que llevamos el mismo camino de Grecia. O de Irlanda. No por desatender los deberes en materia de disciplina fiscal. No porque hayamos sido tan mentirosos como los griegos o tan derrochadores como los irlandeses. No porque arrastremos los pies a la hora de hacer las reformas pendientes. No porque tengamos el tamaño suficiente para satisfacer la voracidad de los especuladores en los mercados de la deuda. Nada de eso. Si vamos por el camino griego o el camino irlandés hacia la bancarrota es culpa de Zapatero.

Ergo, todo empezaría a enderezarse si este hombre se va a su casa y deja el sitio a Mariano Rajoy, que tiene muy elaborado un plan de recuperación. Y ya libres de Zapatero, desactivaría a nuestros acreedores y los mercados lo celebrarían con champán. De cómo sería ese plan tenemos algunas pistas por los elogios de Rajoy a las recetas neoliberales que venía aplicando Irlanda, cuya marcha atrás está a la vista. Básicamente, gastos a la baja e impuestos al alza. No muy diferentes de las anunciadas por Cameron en el Reino Unido.

En fin, austeridad, recortes, lucha contra el déficit público, capitalización del sistema financiero, etc. En línea con las que se han venido tomando en España para tranquilizar a los mercados. Pero, según el PP, lo que es bueno en otros países es malo en España porque aquí está la mano tonta de Zapatero. No me parece muy riguroso, la verdad. Sin tener por qué decir amén a todas las decisiones del Gobierno, el PP debería ser más solidario. Cuidaría el interés general y estaría trabajando a favor de su propia causa política. Ni cómplice del Gobierno ni pregonero incansable del desastre. Hallar el punto medio le saldría políticamente más rentable. Pero no parece tener la menor intención de buscarlo.


El Confidencial - Opinión

Quiebra. Se acabó. Por Juan Ramón Rallo

El problema esencial es que Zapatero ya no tiene ninguna credibilidad. Seis años mintiendo a los españoles, pasen. Seis meses mintiendo a los europeos serán nuestra tumba... o la suya.

El proceso es muy simple: España está tremendamente endeudada en todos los ámbitos y no puede pagar. El Estado –incluyamos a las autonomías– tiene un déficit monstruoso y los activos de la banca están inflados y para más inri vencen a muy largo plazo. Nuestros acreedores, por consiguiente, han de refinanciarnos día a día miles de millones de euros con la esperanza, cada vez más ingenua, de que algún día les paguemos. Si nos cortan el chorro, y ya lo han hecho en alguna ocasión este año, sólo tenemos tres opciones: o suspender pagos, o lanzarnos a los brazos de Alemania o esperar que el Banco Central Europeo cree más euros para refinanciarnos.

Sea como fuere, el euro se debilita y los alemanes pierden. Ahora la cuestión –su cuestión– es cómo minimizar daños. Al cabo, diferir el momento del pago tiene sentido para los acreedores si piensan que de este modo verán incrementar sus opciones de recuperar su capital; en caso contrario se acabó lo que se daba. El problema de España es que su endeudamiento sigue creciendo, sus fundamentos económicos continúan empeorando y que, por tanto, a sus acreedores les toca cada vez una porción más diminuta de un pastel que se está encogiendo.


Sólo nos faltaba que la suspensión de pagos de Portugal –un país con una economía esclerotizada que sólo ha cerrado con un nimio superávit público del 0,04% uno de los últimos 25 años– se descuenta cada día como más segura por su incapacidad para reconducir su enorme déficit y, por tanto, de que sus bancos o empresas, que nos deben cerca de 90.000 millones, sobrevivan una vez los fríana impuestos y les impaguen sus tenencias de deuda pública.

En estas condiciones lo normal es que, por un lado, los de fuera dejen de destinar su capital a refinanciarnos nuestras deudas y, por otro, que los de dentro tratan de blindarse frente a la catástrofe sacando su capital fuera. ¿Qué nos queda? A estas alturas tal vez no mucho. El crédito, lo que necesitamos para no suspender pagos, se basa en la confianza (crédito viene del latín credere, creer) y Zapatero ha dilapidado cualquier confianza que pudiéramos merecer como país.

A mediados de año, los inversores nos dieron una segunda o tercera oportunidad para que contuviéramos nuestros gastos y mejoráramos nuestras perspectivas de crecimiento futuro y Zapatero se mofó en su cara. Pergeñó un recorte de gastos que enmendó según el diferencial con el bono alemán variaba y aprobó una reforma laboral que no modificaba nada y a la que los sindicatos se opusieron sólo para aparentar que era algo que realmente no era.

Ahora tocaría hacer bien lo que prometimos realizar en mayo. Pero Zapatero es preso de su propia ideología sectaria y de su descrédito internacional. Por el lado del gasto habría que meter mano a las autonomías (que en medio año se han endeudado más que en todo 2009 y que amenazan con convertirse en el gran lastre del déficit público durante este ejercicio) y a las pensiones, pero, aun con inminente riesgo de quiebra, tal propósito es imposible antes de las elecciones catalanas del domingo y muy improbable a partir de entonces. Por otro, con tal de tener esperanzas de volver a generar riqueza durante esta década, habría que liberalizar de verdad los mercados, especialmente el laboral –poner fin a la negociación colectiva, al salario mínimo, a los privilegios sindicales...–, mas, de nuevo, ya manifestó Zapatero que la salida de la crisis sería social o no sería.

Sin embargo, el problema esencial es que, como digo, todo esto sería un programa político para alguien que tuviera alguna credibilidad a la hora de aplicarlo. Zapatero ya no la tiene. Seis años mintiendo a los españoles, pasen. Seis meses mintiendo a los europeos serán nuestra tumba... o la suya.


Libertad Digital - Opinión

España no es Irlanda… ¡Ya quisiera!. Por Gabriel Albiac

Irlanda tiene un Estado. España, diecisiete. Con la demencial multiplicación de gasto público que eso arrastra.

HERMANN TerTsch los retrata como secta, en un desgarrado libelo que llama a combatir la humillada servidumbre bajo la cual nos domeñan. Sin demasiada esperanza, porque en España la secta de los políticos se ha dotado ya de tal blindaje que haría falta ser bastante más que ingenuo para soñar con ganarle alguna batalla, aunque fuera mínima. Pero es igual. De las pocas cosas que el paso del maldito tiempo va dejándole a uno, la más importante en lo moral puede que sea ésta: tan sólo es divertido dar las batallas perdidas.

No albergo la menor esperanza de ver ya otro horizonte político español que no sea éste. Me declaro derrotado, pero me niego a dejar de combatir, a llamar necios a los necios, ladrones a los ladrones… Y a expresarles a todos ellos mi rencorosa admiración por habérselas apañado para tomarme tan sabiamente el pelo —y, de paso, quedarse con más o menos la mitad de mis ingresos de estos años—, antes de, definitivamente, hundirme a mí, como a todos los que hemos tenido la dudosa fortuna de sufrir la España contemporánea, en la rigurosa ruina.


«España no es Irlanda», es la última memez con que la casta —o la secta, que dice Tertsch— ha dado para que todos nos quedemos tan contentos de chapotear en la miseria, mientras nuestros políticos practican el noble deporte de derrochar sin ton ni son el dinero que a otros tanto esfuerzo nos costó ir ganando. No tiene ni pajolera gracia. Uno hace un catálogo de titulaciones académicas de los ministros del Gobierno español y se le cae el alma al último círculo infernal del Dante. Estamos gobernados por gentes que, en la mayor parte de los países europeos, no serían admitidos como bedeles en un ministerio. Gentes sin titulación superior de ningún tipo. Gentes —es lo peor— que jamás tributaron a Hacienda por algo que no fuera su sueldo político. Inválidos intelectuales y anímicos.

«España no es Irlanda». Todo un hallazgo. Digno de cabezas tan ilustradas como las de Blanco, Pajín o Zapatero. Un hallazgo que envidiaría el Platón al cual le dio por inventar esa rareza a la cual los griegos —o sea, nosotros— llamaron filosofía: «que lo igual sólo se dice de lo distinto». No, claro que no somos iguales. ¡Ya quisiéramos! Hay una pequeñísima diferencia: lo de aquí es infinitamente más difícil de arreglar. Porque, bien que mal, Irlanda tiene un Estado. Uno. España, diecisiete. Con la demencial multiplicación de gasto público que eso arrastra. Cada uno de esos mini-estados que son las Autonomías posee su banco nacional, que administran los partidos políticos a su antojo: las Cajas de Ahorros. El resultado es un lastre de endeudamiento demencial. Que va incomparablemente más lejos del normal desastre que es, a escala mundial, la crisis.

No, en España salir de la crisis no es un problema económico. Lo es político. Exige cambiar de Constitución. Borrar la pesadilla autonómica. Tener un Estado. Normal. Un Estado que no exija triplicar los gastos funcionariales y atender a clientelas locales cuyos votos se compran a altísimo precio. Un Estado como el de todo el mundo; al menos, como el de todo el mundo que se dice civilizado. ¿Alguien cree de verdad que eso tan elemental, tan sencillo va a ser autorizado por la casta?


ABC - Opinión

Chorradas. Por Alfonso Ussía

Si algo molesta de Esperanza Aguirre a sus adversarios políticos, aparte de su demostrada capacidad, es su lenguaje directo, llano y alejado de lo políticamente correcto. Nadie mejor que ella ha resumido lo que le conviene a Cataluña. «Cataluña necesita un Gobierno que se deje de chorradas». El ex Presidente de la Generalidad de Cataluña, Jordi Pujol, lo reconocía meses atrás: «Me parece que hemos perdido demasiado el tiempo en asuntos menores».

Cuando se inauguró la Torre Agbar, ese portentoso balón de rugby de luz cambiante alzado en Barcelona, un alto dirigente de Aguas de Barcelona oyó el siguiente diálogo entre uno de los arquitectos y el, por entonces, Presidente de la Generalidad, Pascual Maragall. El arquitecto se refería a la gran profesionalidad de los trabajadores. Y Maragall, muy complacido, le preguntó: «¿Hablaban con ellos en catalán o en español?». Una chorrada.


Como el apoyo de los cejeros disidentes. Un total de cincuenta y cinco personas, o lo que es igual, una inabarcable muchedumbre del presumible «ámbito cultural» le ha puesto los cuernos a Zapatero y Montilla con Joan Herrera, del que se dice que es el candidato de ICV, Iniciativa-Los Verdes, a la presidencia de la Generalidad. Demasiado disfraz. Es el candidato comunista, y punto. El manifiesto resulta surrealista y poco pragmático. Su lema es divertido: «Si yo viviera en Cataluña votaría a Joan Herrera». Lo firman, entre otros, Pedro Almodóvar, Joaquín Sabina, Ismael Serrano, Pilar Bardem, Antonio Banderas, la inevitable Almudena Grandes y el redactor, antes zapateril, Manuel Rivas. A Joan Herrera, según sus palabras, le ha emocionado sobremanera el detalle. He sabido que en julio del 2011 se celebran elecciones municipales en Islandia. Y he reunido a más de cincuenta y cinco firmantes, otra multitud, de un manifiesto de apoyo a la candidata del Partido Liberal Vigdis Fribogadottir. El lema no puede ser otro que «Si yo viviera en Reijkiavyk votaría a Vigdis Fribogadottir».

Un viejo amigo, muy «progre» en la apariencia y poco coherente en su vida personal, simpático, bravo y altanero, me lo decía con pasión unas semanas antes de celebrarse las elecciones a la Presidencia de los Estados Unidos: «Apoyo sin fisuras a Obama». Es nacido en Albacete y vecino de Pozuelo de Alarcón. Se lo dije: «pues apresúrate a hacerlo público porque a Obama le va a hacer mucha ilusión tu apoyo sin fisuras». No lo hizo, pero se demostró posteriormente que su apoyo fue fundamental para que Obama llegara hasta donde ha llegado, que no está al alcance de cualquiera. El comunista «sandía» ha declarado que es un motivo de orgullo y satisfacción el apoyo de estos personajes que le votarían si vivieran en Cataluña. El problema es que casi todos ellos viven en Madrid, y mi asesor electoral me asegura, que si bien todo se andará, todavía no nos dejan votar a los ciudadanos madrileños en Cataluña, pues en tal caso la presidenta de la Generalidad sería Esperanza Aguirre.

La profesión de apoyador sin apoyo es como la de agradador de señoritos que tanto se daba en la Andalucía de mediados del pasado siglo. Una profesión, como poco, extravagante.

Puede ser motivo de satisfacción y orgullo, pero no sirve para nada. Ese ámbito cultural al que pertenecen los firmantes que no pueden votar es original, pero poco práctico. Una chorrada más, nube que se deshace, hoja que cae, redacción a la papelera y aerofagia de colibrí. En resumen, nada de nada.


La Razón - Opinión

Naderías. La carta de los cien. Por José García Domínguez

"e"eEn plena dictadura se remitían cartas de queja a Franco compuestas con mucho menos miedo escénico, pavorosa prudencia y acongojadas cataplasmas formales. Cartas que, por cierto, no se enviaban por correo certificado a los Reyes Magos, sino al interesado.

No sé si por el vago eco regeneracionista del título o porque no tenía nada mejor que hacer, ayer, se me ocurrió entrarle a Transforma España, ese celebrado documento de los empresarios de postín que tanto revuelo ha venido a causar en el gallinero; sobre todo, entre quienes ni lo han leído ni hay el menor riesgo de que vayan a hacerlo; o sea, entre la mayoría vociferante. Así, pues, fue como di en descubrir que la flor y nata del capitalismo patrio predica sesudas sentencias del siguiente cariz: "Hay que ‘desideologizar’ la política. Todos somos ecologistas, pacifistas y demócratas". Es decir, que andamos entre Gonzalo Fernández de la Mora, Mahatma Gandhi e Imma Mayol, la dona pijiprogre y antisistema del Joan Saura. Bueno es saberlo. Aunque empiezo a sospechar que el mismo que se llevó su queso también debió birlarles el sentido del ridículo a esos cien caballeros.

Obviemos, por lo demás, las reiteradas apelaciones a la "sostenibilidad sostenible" que proliferan en el escrito, ya que, según se infiere, los abajo firmantes parecen ser abiertamente refractarios al principio filosófico de la sostenibilidad insostenible. Vayamos, entonces, al fondo del asunto. Ergo, a la nada. Porque nada se dice ahí, salvo abundar en la retahíla de lugares comunes propia de los masters por correspondencia que anuncian en los andenes del Metro. Y es que, lejos de cuanto predican sus promotores, lo único que certifica el papel de marras es que la sociedad civil, simplemente, no existe. Si fuese cosa distinta de otra inane convención retórica, no les hubiera temblado tanto el pulso antes de acometer semejante parto de los montes.

Al cabo, en plena dictadura se remitían cartas de queja al general Franco compuestas con mucho menos miedo escénico, pavorosa prudencia y acongojadas cataplasmas formales. Cartas que, por cierto, no se enviaban por correo certificado a los Reyes Magos, sino al interesado. No obstante, procede conceder que a aquéllas les fallaba el punto humorístico. No como a otra misiva reciente, la rubricada por el directivo aeronáutico Josep Piqué junto a muy ilustres suscriptores de Transforma España, exigiendo al PP que retirase el recurso contra el Estatut, ése que, casualidades de la vida, él mismo promoviera ante el Tribunal Constitucional en su día. Cosas de la sociedad civil.


Libertad Digital - Opinión

Cuatro negritos. Por Ignacio Camacho

Es verdad que no somos Irlanda. Ése es el problema, que somos España y nos estamos quedando sin cortafuegos.

LA crisis es un virus mutante que ataca al sistema buscando las debilidades de su defensa inmunológica. Primero asaltó el entramado financiero, luego la burbuja inmobiliaria, más tarde encontró brecha en el desequilibrio fiscal y ahora acomete el mercado de la deuda. La inestabilidad del crecimiento español, la falta de vigor de nuestra economía, la ausencia de un rumbo político y la fragilidad del modelo estructural le han proporcionado un hábitat de supervivencia en el que multiplicar su fuerza expansiva. El virus se propaga con una asombrosa voracidad destructora aprovechando la anemia de un Estado deprimido que rechazó la vacuna del ajuste y no encuentra ahora antibióticos de emergencia para combatir la infección. Estamos a su merced y al Gobierno, incapaz de detectar la patología, sólo se le ocurre tomar aspirinas para bajar la fiebre.

Los temibles mercados financieros, que no son otra cosa que gente que nos ha prestado dinero para mantener un gasto hipertrofiado, han liquidado a Irlanda en un suspiro y miran a España con los ojos inyectados en sangre. Ayer tumbaron la Bolsa, machacaron a los bancos, hicieron una sangría en el Ibex y amenazan con imponer condiciones draconianas, sí o sí, para seguir sosteniendo la deuda del país. El domingo, mientras la Unión Europea decidía el rescate irlandés, el presidente aseguró en una entrevista que descartaba más reformas y que consideraba suficientes las medidas tomadas. La respuesta ha sido fulminante: una crisis de pánico, una escalada de la prima de riesgo, un destrozo bursátil, una brusca retirada de confianza que cimbrea la ya endeble estructura de nuestro sistema económico.


El siniestro mecanismo de los diez negritos —que en Europa son cuatro: los llamados países periféricos— se está quedandosin piezas y cada vez tenemos delante menos cortafuegos. El ataque viral de esta semana ha desdeñado a Portugal como pieza demasiado fácil y se ha centrado en la carne española. Los mercados no necesitan razones; en cuestión de confianza cuentan los intangibles y la atonía del Gobierno ha sembrado el miedo. Los inversores temen que no podamos pagar y no se conforman con la retórica del zapaterismo. Los expertos más optimistas cifran su esperanza en la escala gigantesca del problema español: es tan gordo y necesitaría tanto dinero inyectado que el rescate puede hacer zozobrar el euro y quebrar la unión monetaria, arrastrando incluso a Alemania como tenedora principal de la deuda. Pero la realidad es una amenaza seria de default, de colapso. Un escenario de hecatombe.

Acostumbrados a destilar grandes problemas en minúsculos argumentarios de manual, los políticos se limitan a repetir el mantra de que no somos Irlanda, como antes coreaban que no somos Grecia. Y tienen razón, pero ése es exactamente el problema de ahora mismo: que somos España y vienen a por nosotros.


ABC - Opinión

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Otro ajuste en el horizonte

Lejos de calmar la ansiedad de los mercados, el rescate de Irlanda parece haber extendido el temor a un efecto contagio de las economías de Portugal y España, las más vulnerables por las dudas sobre el alcance de las reformas en marcha. El comportamiento de los inversores revela una realidad peligrosa como es la desconfianza hacia nuestro país. Ese estado de prevención se tradujo ayer en que la prima de riesgo por invertir en bonos españoles a 10 años marcó un nuevo histórico al situarse a media tarde en 234,7 puntos básicos, por encima de los niveles registrados el pasado 17 de junio, antes de que se publicaran los test de solvencia de la banca. El Tesoro pagó hasta un 90% más por colocar su deuda en una subasta cuya recaudación quedó en la parte baja del objetivo previsto. La tensión afectó también al mercado de seguros de riesgo de impago, que registró máximos históricos, mientras el Ibex caía por encima del 3%. Pagamos demasiados intereses como para pasarlo por alto o relativizar el estado de ánimo que denotan esas respuestas de los inversores.

El Gobierno se equivocará de nuevo, como lo ha venido haciendo a lo largo de la crisis, si interpreta sesgadamente esos síntomas conforme a sus intereses, y se mantiene aferrado a los primeros ajustes impuestos por Europa a la espera de que la tormenta escampe. Debería tomar la iniciativa antes de que le atropelle ese clima de desconfianza sobre España que ha prendido con fuerza.


Aunque es verdad que puede existir una cierta sobrerreacción de los mercados, no lo es menos que la política económica del Gobierno no ha logrado generar la credibilidad necesaria, entre otras razones, por la falta de resultados y la ausencia de un horizonte de recuperación. No hay brotes verdes con que convencer a los mercados de nuestra solvencia. La reducción del déficit público es fruto de la subida del IVA que no de la actividad económica.

Así parece inevitable y urgente que el Gobierno acometa un nuevo ajuste con un intenso paquete de reformas con el propósito no sólo de estimular la actividad y frenar la deriva depresiva actual, sino ganar el crédito internacional necesario para que la presión de los mercados nos permita respirar. El gobernador del Banco de España, Miguel Ángel Fernández Ordóñez, recomendó ayer al Ejecutivo que esté preparado para tomar esas medidas, porque existen riesgos en la consolidación fiscal y el contagio de Irlanda es un hecho. Es urgente enviar mensajes contundentes a los inversores y a nuestros socios y ello sólo es posible con nuevos recortes del gasto público y una austeridad real de todas las administraciones, y no ficticia, que impida, por ejemplo, la contratación masiva de empleados públicos para maquillar las cifras del desempleo o una supuesta agenda social como reclamo electoral socialista con cargo a las exánimes arcas públicas. La reforma de las pensiones, actuaciones en el mercado laboral, el control del déficit de las autonomías, reformas fiscales para incentivar la actividad y el consumo, entre otras, resultan imprescindibles, porque se necesita sanear las cuentas y crecer.

A la desconfianza se suma además la falta de liderazgo político de un Gobierno sin pulso. Y ésa es tan mala noticia como la primera para nuestra economía.


La Razón - Editorial

Nuestro riesgo país se llama Zapatero

Las reformas anunciadas en mayo no han sido otra cosa que un simulacro con el que Zapatero pretendía ganar algo de tiempo, pero con el que, en realidad, ha terminado de agotar la escasa confianza que podia despertar su incumplido propósito de enmienda.

Por mucho que nuestros gobernantes hayan repetido como loros que "España no es Irlanda", los hechos son los que son: los inversores huyen de España, cuya situación económica y perspectivas de recuperación ven peor que nunca. Así, la prima de riesgo ofrecida ayer por los bonos españoles a diez años respecto a sus homólogos alemanes superaba todos los récords, al alcanzar por primera vez desde la puesta en marcha del euro los 236 puntos básicos. El Tesoro español ha tenido también que pagar hasta un 90% más por su última emisión de letras a tres y seis meses, mientras la bolsa española lideraba las caídas de todos los parqués europeos, con un desplome del 3,05%, el mayor desde el verano.

No se puede negar que haya razones para semejante desmoronamiento: incluso tomando como referencia los manipulados datos del Gobierno de Zapatero respecto a la reducción del déficit, el Estado español –incluidas muy especialmente las autonomías– sigue gastando mucho más de lo que ingresa; nuestro sistema bancario –muy especialmente las politizadas cajas de ahorro– tienen unos activos que siguen sin reflejar su auténtica realidad; la legislación laboral continúa siendo disuasoria para la contratación; nuestro sistema energético es absolutamente insostenible, y mientras tanto nuestro déficit comercial alcanza los 39.337,1 millones de euros en los nueve primeros meses del año, lo que representa un incremento del 5,3% respecto al mismo periodo del año anterior.


Aunque buena parte de la crisis tiene su origen en los excesos y burbujas que alentó el intervencionismo público con su política de bajos tipos de interés, Zapatero no ha hecho otra cosa que agravarla: primero, no reconociendo su existencia; luego tratándola de burlar con una disparatada y contraproducente política de gasto público, y, finalmente, haciendo creer a nuestros alarmados socios e inversores que, por fin, iba aplicarse en la tarea de equilibrar las cuentas y acometer las reformas estructurales que pedía a gritos nuestra economía. Lo cierto, sin embargo, es que las tímidas reformas y la insuficiente reducción del gasto publico anunciadas en mayo no han sido otra cosa que eso: un simulacro con el que Zapatero pretendía ganar algo de tiempo, pero con el que en, realidad, ha terminado de agotar la escasa confianza que podia despertar su incumplido propósito de enmienda.

Ahora bien, siendo mala la situación, peores son las perspectivas de una posible corrección con un Gobierno presidido por Zapatero. Más aun cuando el presidente sigue diciendo que no son necesarios nuevos recortes ni nuevas reformas. No cabe esperar de él ni una auténtica reforma laboral, ni una racionalización de las pensiones, ni un dique al despilfarro de las autonomías. De hecho, las supuestas limitaciones al aumento del endeudamiento de los entes locales sólo van a aplicarse finalmente a unos pocos municipios y el timorato frenazo en seco de la obra pública tardó poco en revertirse.

En resumen, la permanencia de José Luis Rodriguez Zapatero en el Gobierno se ha convertido en la principal fuente de desconfianza hacia nuestra economía, su principal prima de riesgo.>

Libertad Digital - Editorial

La satrapía de Corea del Norte

La única razón por la que esa tiranía sigue existiendo es la complacencia del régimen de Pekin, que no ha usado su decisiva influencia.

Definitivamente, las cosas van de mal en peor en Corea del Norte. La dictadura ha perdido el rumbo y —aunque no se sepa a ciencia cierta si el bombardeo de ayer fue ordenado por el moribundo Kim Jong-il o por su bisoño sucesor, Kim Jong-un— todo parece indicar que se trata de una cortina de humo para confundir al mundo sobre sus delirios belicistas y sus chantajes, concebidos a partir de la exhibición de tecnología en armamento nuclear. Esta demostración de fuerza podría significar que el régimen norcoreano se siente amenazado, pero incluso en el hipotético caso de que ese delirio fuese cierto, no puede justificar que, en vez de enviar un comunicado, se dedique a atacar a cañonazos la isla de Yeongpyeong.

El de Pyongyang es un régimen tóxico, cuya existencia debería ser puesta en cuestión por la comunidad internacional. No es posible aceptar que cada vez que se produce una situación de zozobra política en el interior de la tiranía más cerrada del mundo se bombardee un territorio vecino, se hunda un buque extranjero o se descubra que siguen fabricando combustible para armamento nuclear. Y hay que reconocer que a día de hoy la única razón por la que esa tiranía sigue existiendo es la complacencia del régimen de Pekín, que hasta ahora no ha querido utilizar su influencia decisiva para terminar con una dinastía grotesca de sátrapas que mantiene esclavizados y aislados del mundo a sus súbditos. En Occidente, hace tiempo que Pyongyang no encuentra ninguna comprensión, y Pekín es su último asidero; dejarlo caer sería la mejor prueba de que el régimen chino está interesado en ejercer las responsabilidades que corresponden a su cada vez más relevante posición internacional.

La oferta de pagar a los Kim Jong para que dejen de dilapidar en armamento nuclear el dinero que necesitan los norcoreanos para comer no ha dado ningún resultado, y no sería ninguna solución si ahora se les volviese a premiar para que dejen de seguir recordando al mundo su existencia a cañonazos. No hay ninguna razón para pensar que dejar las cosas como están sería mejor que preparar una acción concertada y pacífica de la comunidad internacional para favorecer un verdadero cambio en Pyongyang.


ABC - Opinión