viernes, 26 de noviembre de 2010

Los treinta de Zapatero. Por M. Martín Ferrand

Si Alfredo Pérez Rubalcaba fuera tan listo como se dice, podría haberle disuadido de la iniciativa.

EXISTE una Asociación Española de Escoltas a la que, según se nos alcanza, no está afiliado ninguno de la treintena de grandes nombres de la empresa española que este sábado acudirá a La Moncloa. El motivo de esta «sesión de trabajo» —así la llaman en los terminales propagandísticos de La Casa— es, dicen también, que José Luis Rodríguez Zapatero les pida la máxima moderación en la obtención de beneficios y que aumenten sus inversiones para forzar la creación de empleo. Algo hay que decir cuando no se quiere, o se puede, decir nada; pero pedirle a unos empresarios, mayoritariamente representantes de capital ajeno, la disminución potencial de sus beneficios sería, en la milicia, un delito de alta traición; en la ciencia, un contrasentido y en la vida real, una gran majadería.

Zapatero, que domina las mañas del púgil grogui, sabe que debe agarrarse a lo que pueda para no caer sobre la lona y esperar un golpe de buena suerte. Del mismo modo que Francisco Pizarro remató la conquista de Perú con la ayuda de los Trece de la Fama, Zapatero confía en que los Treinta de la Gran Empresa le guarden y tutelen, le sirvan de guardaespaldas o de paraguas, lo que convenga, para remediar un problema que, si hablamos en serio, se ha construido con la eficaz ayuda, colaboración y protagonismo de un tercio de los reclamados visitantes sabatinos. Los nombres del sector financiero y los inmobiliarios y de la construcción, parte principal del problema, son ahora requeridos para participar en su solución. ¿Paradójico? No, parajódico.

Tenemos en España unas patronales y unos sindicatos de escasa representatividad, que nos cuestan un Congo y, cuando hay que hablar con alguien que pueda decidir, ¿se prescinde de ellos? O, peor todavía, ¿de parte de ellos? ¿Con qué criterios cognoscibles se hizo la selección? No resulta muy serio llamar a unos sin prescindir de los otros y, más todavía, si, dado el número de catalanes previstos para la foto de la reunión, puede sospecharse legítimamente, a la vista del acostumbrado proceder presidencial, que, en la jornada de reflexión para las autonómicas catalanas, de lo que se trata es de obtener una foto capaz de mover el voto de los empleados que todavía confían en sus empleadores. Después de casi siete años de Gobierno y desprecio a la realidad, aislado en su torre de marfil, Zapatero busca compañía y lo hace convocando a un amplio grupo empresarial al modo con que podrían haberlo hecho con una compañía de granaderos. Si Alfredo Pérez Rubalcaba fuera tan listo como se dice, podría haberle disuadido de la iniciativa o, quizás porque lo es, se la aconseja.




ABC - Opinión

28-N. Antes de las autonómicas catalanas. Por Agapito Maestre

Nadie, sin embargo, podrá negar "coherencia" a estos partidos a la hora de supeditar los derechos individuales y democráticos a un falso derecho colectivo de Cataluña. Es, pues, la única "coherencia" de estos incoherentes.

El fracaso de Cataluña se reflejará en la alta abstención que habrá el próximo domingo. He aquí una razón de ese fracaso. Salvo un par de excepciones, creo que todos los partidos políticos de Cataluña han mostrado una vez más su rahez y casticismo. Su mortecino y cruel nacionalismo. Esos partidos jamás podrán sacudirse el pelo de la dehesa nacionalista mientras no reconozcan lo evidente: Cataluña no es apenas nada sin España. Durante la campaña electoral se han empecinado sobre una perversidad, a saber, la manipulación sistemática de los derechos democráticos, que son siempre individuales, hasta hacerlos depender de unos inexistentes derechos colectivos, históricos, territoriales e identitarios. Falso. Las elecciones de Cataluña son para votar un parlamento primero, y después un mesogobierno, que forman parte del Estado-nacional español. Son instituciones españolas o no son. Punto.

Sin embargo, esos partidos se han presentado a estas elecciones, una vez más, como si fueran una consecuencia de unos supuestos "derechos históricos" de Cataluña. He ahí el principal engaño de esta campaña electoral: ocultar que el parlamento regional catalán, como el resto de parlamentos autonómicos de España, se forman merced a unos derechos democráticos que otorga la Constitución de España. Hablar de derechos colectivos de Cataluña, se mire desde donde se mire, es un escándalo. Es una forma torticera de seguir alimentando el gran escándalo de Montilla, representante del Estado-nacional, cuando se puso al frente de una manifestación contra el Estado-nacional del que era la máxima autoridad. Esperpéntico. Tan esperpéntico fue el proceder de Montilla y la casta política catalana como el famoso "artículo colectivo" que suscribieron, el pasado 21 de mayo, la mayoría de medios de comunicación de Cataluña contra la Sentencia del Tribunal Constitucional.

Nadie, sin embargo, podrá negar "coherencia" a estos partidos a la hora de supeditar los derechos individuales y democráticos a un falso derecho colectivo de Cataluña. Es, pues, la única "coherencia" de estos incoherentes. Es su asesinato de guante blanco: hacernos pasar unos derechos individuales, ahora y durante toda la etapa del Tripartito, como si fueran dependientes de "la" nación catalana o cosa similar.

No obstante, los votantes no tragan con el engaño y precisamente, por eso, no irán a votar. La abstención se prevé de campeonato; entre otros motivos, sigo la encuesta preelectoral del CIS, porque un 66% no se considera nacionalista, y de los que sentían nacionalistas un 5% se considera aún menos nacionalista que hace cuatro años. Si con esto no tienen bastante para sentir vergüenza los partidos nacionalistas, o sea casi todos los partidos de Cataluña, apunten estos datos de esa misma encuesta: sólo un 37% del electorado se siente más catalán que español o sólo catalán y, además, ha disminuido en un 8% respecto a una encuesta similar del año 2006.


Libertad Digital - Opinión

Patriotismo de marketing. Por José María Carrascal

Necesitamos a alguien, hombre o mujer, honesto, sincero, con sentido común y conocedor de la naturaleza humana.

¿QUIÉN es el antipatriota, el que pone en duda las cuentas del gobierno o el gobierno que una vez tras otra presenta cuentas trucadas? ¿El que exige se diga la verdad o el que sólo genera dudas? Para mi no hay dudas: el que dice la verdad, por dura que sea, es el verdadero patriota, y aquí hace mucho que se nos escamotea. El último ejemplo: si como asegura la vicepresidenta «no hay ningún riesgo para España», ¿para qué cita el presidente a los principales empresarios del país? ¿Para hablar del Madrid-Barça? ¿Por caerle simpáticos? Porque si es para hablar de la crisis, los empresarios le han dicho mil veces su opinión: que ponga en práctica de inmediato todos los ajustes que ha anunciado, y sigue posponiendo. Lo que autoriza sospechar que lo que busca es la foto con ellos, los titulares con ellos, escudarse tras ellos, hacer que hace sin hacerlo.

Nada de extraño que el New York Timestitule «Europa preocupada por España», tras quedarse su gobierno sin excusas ni cabezas de turco. Recuerden su lista «culpables»: los mercados chupasangres. La egoísta Alemania. El antipatriota PP. La «caverna periodística». Al final, el culpable será el pueblo español que «no colabora». Es la degradación típica del líder providencialista cuando sus cuentas no salen y su optimismo se vuelve acritud. En el cine, suele ser el argumento de esas comedias de situación que nos tronchan de risa. En la realidad, produce tragedias individuales y colectivas.


Empieza a dar la impresión de que necesitamos un superhombre para solucionar los problemas políticos y económicos de nuestro país. Cuando no es así. Lo que necesitamos es alguien, hombre o mujer, honesto, sincero, con sentido común y conocedor de la naturaleza humana. Alguien que inspire confianza, que no se deje llevar por las entelequias ideológicas ni por las venganzas políticas, que venga más a construir que a destruir, a unir que a enfrentar. Que no crea saberlo todo ni se conforme con no saber nada. Que observe la realidad con ojos desinteresados y se de cuenta de que lo que tenemos en común los españoles es bastante más de lo que nos separa. Que sea capaz de infundir un optimismo sano, sin dejarse arrastrar por él. Alguien que acepte España y el mundo tan como son, no tal como se lo muestran sus deseos, fobias o anteojos partidistas. Alguien que crea lo que dice, pero que admita que puede estar equivocado. Alguien que no piense que los problemas se arreglan solos, sino que requieren el esfuerzo de, por lo menos, la mayoría.

Estoy seguro de que el pueblo español seguiría a un hombre, o mujer, así, pues gobernar es ante todo inspirar y nada inspira más que el ejemplo. Algo que no hemos tenido los españoles desde hace bastante tiempo.


ABC - Opinión

Los mercados miran a España como el lobo a Caperucita . Por Antonio Casado

Sube la prima de riesgo porque baja la confianza en la economía española. Esa es la única ecuación que sirve para descifrar lo que ocurre en los mercados. Pero nada que ver con la matemática, que es una ciencia exacta. Cuando se trata de intangibles no sirven las recetas al uso, el voluntarismo de los gobernantes o las fórmulas matemáticas. Eso es lo malo. Y aquí estamos dándole vueltas a algo tan vaporoso como la “confianza”. Las comillas expresan la dificultad de descubrir el cuánto, el cuándo y el cómo de un plan que merezca la confianza de los inversores.

Quienes no somos expertos en cuestiones económicas, aunque hayamos aprendido a hablar de primas de riesgo, cedeses, futuros, puntos básicos, etc., seguimos instalados en la perplejidad del ignorante. Ignorancia no aliviada por los sesudos especialistas que, mirando a los mercados, te dicen simultáneamente una cosa y la contraria sobre lo que nos espera. Los únicos que no dicen nada, pero hacen -o sea, compran y venden-, manejan en la sombra los movimientos de esa famosa mano invisible descrita en los manuales de Economía.


¿Pero, qué se proponen?, ¿Qué significa su inclemente acoso de los últimos días? No es nada personal, como diría el personaje de Coppola. Y ahí es donde los expertos aclaran que la crisis irlandesa, como antes la griega, o eventualmente la de España, expresa la debilidad de una potencia económica, la europea, en cuyo diseño asimétrico la política económica no camina junto a la política monetaria. Pasto fresco para satisfacer la voracidad de los especuladores que, para salir ganando, atacan los flancos débiles y ponen en evidencia a un euro con los pies de barro.
«Los inversores seguirán denunciando la escandalosa asimetría entre una unión monetaria completa y dieciséis políticas presupuestarias distintas, con severas barreras laborales e idiomáticas entre ellas.»
En el flanco débil está España, aunque no tan vulnerable como Grecia e Irlanda, sobre las que los mercados quieren poner a prueba la capacidad de la Unión Europea para reabsorber sus desequilibrios internos, los que anidan en su tóxica pluralidad de políticas fiscales. Pero si los inversores siguen mirando a España como el lobo miraba a Caperucita, ya me contarán ustedes dónde irá a parar la foto que Zapatero se va a hacer mañana con los empresarios. O los esfuerzos del Gobierno para marcar distancias con Irlanda. Entre el 9,3 % de déficit público de aquí y el 32% de allí, el 62,8% de deuda en España y el 99% en Irlanda, nuestra mejor calificación crediticia y bancarias por parte de las agencias y los organismos internacionales, con un sistema bancario español mucho más dependiente de los mercados financieros que el irlandés, etc.

Los inversores, con un considerable componente especulativo en sus operaciones, seguirán denunciando la escandalosa asimetría entre una unión monetaria completa y dieciséis políticas presupuestarias distintas, con severas barreras laborales e idiomáticas entre ellas. Uno de esos dieciséis países es España, cargada de deuda pública y privada, aunque no tanto como Grecia e Irlanda, ya rescatadas por la UE y el FMI ¿Será España la próxima víctima de sus acreedores?

Ahí estamos. Sin inspirar confianza a los mercados porque no crecemos ni creamos empleo lo suficiente para tranquilizar a nuestros acreedores. No crecemos ni creamos empleo porque los mercados nos imponen la austeridad y los recortes necesarios para reducir el déficit público. Pero si lo que toca es amarrar y apretarse el cinturón, no hay estímulos para crecer y crear puestos de trabajo. Y si no crecemos ni creamos empleo, no inspiramos confianza. Atentos a la pantalla.


El Confidencial - Opinión

Crisis nacional. En ruina. Por Florentino Portero

Es difícil imaginar que este barco a la deriva pueda llegar hasta marzo de 2012, fecha prevista para la convocatoria de elecciones generales. Zapatero está acabado.

Se supone que la política exterior es "política de Estado" y que, por lo tanto, los grandes temas requieren de un acuerdo entre las grandes fuerzas políticas y de la comprensión de la opinión pública. No hace falta insistir en la ausencia de ese tan necesario acuerdo, porque es a todas luces evidente. Lo sorprendente es que la huída hacia delante en la que ha incurrido el Gobierno ha roto la disciplina en sus propias filas. Algunos de sus "notables", preocupados por el malestar de sus simpatizantes, han llegado a la conclusión de que más vale criticar a su propio Gobierno, con lo que ello implica de quiebra dentro del socialismo español, que caer en una línea de acción contraria al sentir de su propia gente. Lo mismo cabe decir de los socialistas europeos. La tendencia a protegerse unos a otros en el Parlamento Europeo ha quedado superada por el escándalo provocado por la represión marroquí y la complacencia española. De común acuerdo han condenado la violencia alauí y la censura de la prensa a la que se ha prestado nuestro Gobierno.

La crisis saharaui no es más que un exponente de algo mucho más serio: el colapso de una forma de hacer política. Es difícil imaginar que este barco a la deriva pueda llegar hasta marzo de 2012, fecha prevista para la convocatoria de elecciones generales. Zapatero está acabado, Rubalcaba parece desbordado por la cantidad de responsabilidades que ha asumido, en un acto reflejo de soberbia y autosuficiencia, y la mayoría parlamentaria se descompone a la vista de los previsibles resultados en las próximas elecciones locales y regionales, de los que las catalanas no serán más que un adelanto.

La gravedad de la crisis económica es innegable, pero si a ello añadimos la falta de un Gobierno capaz de tomar las decisiones necesarias y la inviabilidad del marco institucional del que nos hemos dotado es cuando tenemos una visión más completa de la situación en la que nos encontramos. Por ello no debe sorprendernos que lo que más caracteriza la acción exterior en estos días es la ruina de la imagen nacional, de eso a lo que recientemente hemos dado en llamar "marca". El crédito cuesta años consolidarlo, pero se puede destruir en poco tiempo. El ciclo iniciado en la Transición, con el fin de "situar a España en el lugar que le corresponde", concluyó donde empezó. Ahora está por ver que seamos capaces de reconstruir el edificio del Estado y los acuerdos básicos para volver a ser alguien en la escena internacional, de la que tanto dependemos.


Libertad Digtal - Opinión

A todos los traidores. Por Hermann Tertsch

El «laberinto de la imaginación» son tan bellas palabras que parecen forjadas para describir su propio mundo interior.

CUIDADO. Este país se ha llenado de traidores. Felipe González. «Traición» gritó. La traición de la derecha dijo. Está lleno el país. Y de saboteadores que quieren hundir nuestra economía, acabar con nuestra industria y provocar una hambruna entre nuestra infancia. Mucho cuidado. Estén alerta. Porque ellos están en todas partes. Los antipatriotas. Hablan de crisis, de fracaso y de deudas, difunden rumores que ponen en duda nuestra probidad y solvencia y propagan insidias para minar nuestra moral, quebrar nuestro ánimo y forzar fisuras en nuestro cuerpo nacional. Quieren evitar que todos los españoles honestos y patriotas sigan unidos, como están, como un solo hombre, todos con nuestro presidente de Gobierno que acaudilla la defensa eficaz contra el asedio del enemigo exterior. Hay que ver lo miserables que pueden llegar a ser todos esos que en las actuales circunstancias no aplauden al gobierno y su Timonel. Con lo preocupado que está él por nosotros. Parece mentira que haya tanto desagradecido en este país que no valora las buenísimas intenciones que desde su llegada a la jefatura del Gobierno han guiado todas las actuaciones de nuestro presidente, pero que alcanzan su cima épica ahora que somos víctimas de una agresión exterior. Nuestro presidente y los hombres y las mujeres que lo acompañan en la dirección de la defensa nacional en estos momentos de existencial significado nos piden mostremos nuestra repulsa a los derrotistas, a los débiles de espíritu y a los agentes del extranjero. Igual que sabe ser pura ternura, sabrá ser acero inflexible ahora que el momento lo requiere. Es el momento de mostrar la solidaridad inquebrantable con nuestro gran estadista y poeta. «Una vida entregada al laberinto de la imaginación y a la búsqueda rigurosa de la belleza», dice Rodríguez Zapatero en su felicitación a nuestra Premio Cervantes Ana María Matute. Casi no sabemos si se refiere a la vida de la escritora o a la propia. El «laberinto de la imaginación» son tan bellas palabras que parecen forjadas para describir su propio mundo interior. ¡Qué fuerza creativa la de este hombre!

Pero no hablemos de gentes ejemplares. Hablemos de traidores. Que están aquí, todos ellos desvergonzados —se asoman en televisión, en la radio y en la prensa—, como una quinta columna que sabotea la heroica defensa nacional desde dentro, en aviesa coordinación con esas fuerzas del mal que atacan a España, acosan a nuestra economía y asaltan nuestra soberanía. No son otras que eso que llaman «los mercados». Ya saben, los mercados no tienen alma y son capaces de todo con tal de hundirnos. Alguno se preguntará que por qué quieren hundirnos unos acreedores que deberían estar interesados en que nos fuera bien para que pudiéramos pagarles. Y unos países que son socios y a los que nuestro hundimiento costaría un Congo. Y unos españoles que también tienen familia e hijos y deberían sufrir y temer también por su futuro. No se sabe bien. Pero se supone que por odio. Son de derechas. No soportan los éxitos del socialismo de Zapatero de los últimos siete años, que ha hecho a los españoles más prósperos como nos revela a diario la compañera Pajín, más libres como proclama nuestro orgásmico Zerolo, y más alegres, como nos cantaban en aquella oda a la alegría socialista los trovadores electorales. La alegría es socialista. Y ellos, la derecha, la oposición, los empresarios, los mercados, los saboteadores y traidores, los agentes financieros, todos ellos odian al Zapatero y a su socialismo alegre. Tenemos identificados a todos los miserables que quieren hundir esta fiesta socialista española. Habremos de ver qué hacemos con estos traidores. Porque son muchísimos.

ABC - Opinión

La foto. Por Alfonso Ussía

Para salir en una foto hay que posar. El fotógrafo convoca y los figurines acuden. No es Zapatero el culpable de la impactante fotografía que se hará el próximo sábado con los empresarios más poderosos de España. Los culpables son los empresarios, que anestesian sus principios con la obediencia al poder. Esta postura se puede perdonar en un sistema dictatorial, pero nunca en una democracia. ¿Qué puede hacer Zapatero contra el empresario que se niegue a asistir al falso guateque y no aparezca en la foto? En los momentos actuales, muy poco o casi nada. Pero los grandes empresarios españoles son hábiles ponedores de huevos en todas las cestas, y son ellos los responsables de la fotografía y de sonreír complacidos junto a quien les ha mentido repetidas veces y vuelve a jugar con ellos.

Nada más interesante que una conversación con un gran empresario jubilado. Le sale la valentía por los poros y la prudencia no existe. Y nada más aburrido que una charla con un empresario en el poder. Todo son tonos grises, frases nubladas, prudencias vomitivas y cálculo de intereses. Manuel Pizarro es una excepción. Compartí con él algunas horas cuando defendía a sus accionistas del ataque del Gobierno de España y lo que le salía por los poros de la piel no era cautela, sino Aragón. Pero cuando un gran empresario habla de la economía española o de la empresa es más aburrido que ir a una boda y bailar toda la noche con la propia madre.


Existen mil excusas para no acudir a la convocatoria de Zapatero. ¿Qué rábanos les interesa lo que les va a decir el Presidente del Gobierno? Nada. Todo lo que aventure el gran mentiroso forma parte de la aurora boreal, y nada le importa lo que ellos recomienden. Es la foto lo fundamental, no los problemas de nuestra economía, que para ser solventados, habría que producirse un hecho tan elemental como sencillo. Que el convocante no estuviera allí donde los ha convocado. Entonces, ¿para qué van? ¿Por cortesía? ¿Por interés? ¿Qué interés? ¿Por sumisión?

Un gran financiero español, con poder en la banca, en la construcción, en la industria y en los servicios generales, ideó un cargo en el organigrama de su empresa de enorme utilidad. El de «Asistente a Convocatorias Políticas». Pongamos que su apellido era Pipiolet por si la revelación de su identidad puede herirle a estas alturas de su jubilación. Pipiolet no formaba parte de la cúpula del poder, pero era hombre de buen gusto en el vestir, políglota y carraspeaba con convicción. El gran financiero, cuando era invitado a una reunión absurda como la convocada por Zapatero, mandaba siempre a Pipiolet. Éste, muy ordenado y meticuloso, le redactaba un informe de lo acontecido. Jamás los leyó. Pero Pipiolet, a fuerza de tratar con los que asistían a esas cachupinadas, se convirtió en un hombre importante en las finanzas. De ahí su maestría en el carraspeo, porque no sabía nada de nada y con la evasiva gutural quedaba muy bien.

Los empresarios no pueden doblegarse ante un poder que se diluye y ya no forma parte del futuro. La fotografía que aparecerá publicada el domingo se me antoja una obscenidad. Están ayudando al gran depredador de nuestra economía a mantenerse en el poder político. Irán todos, vestidos de grandes empresarios y con la sonrisa cautelosa de los grandes empresarios a oír las falsedades establecidas. Lo importante es la foto, y ellos acuden a posar. Son los culpables, no Zapatero. De ser empresarios de verdad, en la fotografía con Zapatero sólo posarían los Pipiolet.


La Razón - Opinión

Crisis. Menos reformas y más alegría. Por Cristina Losada

Quién nos iba a decir que el Estado de bienestar que tanto se enorgullecen de defender los socialistas no era más que el Estado de bienestar psicológico, aunque sea fingido.

Acuciado por las dificultades financieras y tras media docena de años de déficit, Carlos I de España sufrió un colapso nervioso, vio cerca la muerte y decidió retirarse. Qué contraste. Los presidentes de nuestro tiempo soportan los déficits con nervios de acero y, en lo que atañe al nuestro, lleva sin maldormir –sólo una noche en vela confesaba– quebrantos financieros mucho peores que los que indujeron al emperador a recluirse en el monasterio de Yuste. La resistencia de Zapatero obedece a que atesora un remedio infalible para hacer frente a la catástrofe, provocada, como se sabe, por los ataques de unos mercados que campan a sus anchas y que no guardan relación alguna con sus decisiones políticas y económicas.

Ese remedio, el principio que rige la estrategia de nuestro Gobierno para evitar el hundimiento financiero de España, es el que se formula, de manera coloquial, como "al mal tiempo, buena cara". Y mucha cara. Se trata de una disposición optimista y voluntariosa que el Ejecutivo entiende indispensable para recuperar la confianza de los díscolos mercados, antes poblados de tiburones, luego de inversores y siempre de especuladores. Esa gente quiere ganar dinero y tal ambición disgusta a los postmaterialistas, que pese a despreciar el vil metal, no se retiran nunca a Yuste. El caso es que la clave de la recuperación y el quid para evitar la quiebra, los ha encontrado el PSOE en la psicología. Hay que dar la impresión de que todo va bien, señora baronesa, y lo demás vendrá rodado. Quién nos iba a decir que el Estado de bienestar que tanto se enorgullecen de defender los socialistas no era más que el Estado de bienestar psicológico, aunque sea fingido.

La reunión del presidente con los jefes de treinta grandes empresas españolas hay que verla en ese contexto. Los treinta convocados vienen a ser la flor y nata de aquellos "poderosos" a los que Zapatero achacaba la crisis y prometía poner en su sitio, no ha mucho. Ahora, su sitio es La Moncloa y su obligación, poner buena cara, así como compartir responsabilidades, que "esto solo lo arreglamos entre todos". La mayoría de esos empresarios han suscrito un documento que quiere ser crítico con el Gobierno, pero sin que se note demasiado y que propone, ay, "despolitizar la política". De ahí que nada quepa esperar del encuentro, salvo sonrisas y abrazos. Pero este es el programa: menos reformas y más alegría. Y de retirarse, nada.


Libertad Digital - Opinión

Normalizar Cataluña. Por Ignacio Camacho

La deriva soberanista del Estatut ha desembocado en una profunda decepción colectiva y un hastío ciudadano.

LA política catalana de los últimos siete años es el ejemplo más palmario del ensimismamiento que ha convertido a la clase dirigente en un problema creciente a los ojos de la opinión pública. El gobierno tripartito de la Generalitat se ha entregado a una pulsión intervencionista casi neurótica, mezclada con un delirio identitario que ha alcanzado extremos pintorescos como el descacharrante decreto que obliga a servir pa amb tomacaen los hoteles. La deriva soberanista del Estatut, auspiciada por la irresponsabilidad de Rodríguez Zapatero y la ofuscación nacionalista de Maragall, ha desembocado en una profunda decepción colectiva que ha ampliado a base de excesos —en ocasiones mutuos— la brecha sentimental entre Cataluña y el resto de España. El fracaso de ese empeño artificial se refleja en el hastío de unos ciudadanos que amenazan con una baja participación en las elecciones del domingo. La suerte parece echada en todas las encuestas, que pronostican de manera unánime el retorno al poder del nacionalismo clásico, el de Convergencia i Unió, y el descalabro de la coalición de perdedores que encumbró en la presidencia a un político mediocre como José Montilla. La experiencia tripartita ha arrastrado al Partido Socialista a mínimos de credibilidad que no ha podido levantar su tardío arrepentimiento.

La derrota del PSC será también la del zapaterismo y su concepto trivial de la gestión pública. La gente que aún está dispuesta a participar en el debate político quiere volver a las cuestiones que realmente importan, sin perderse en asuntos tan artificiales como estériles. La candidatura nacionalista de Artur Mas no tiene el prestigio de la de Pujol pero aparece envuelta en un halo de cierta responsabilidad ante el descalzaperros organizado por la alianza izquierdista. Mas ha orillado la discusión estatutaria y victimista para centrar su propuesta en reformas institucionales que hagan frente a la recesión, y ha limitado las reclamaciones soberanistas a un discutible cupo económico que de momento encuentra la oposición matizada de los dos grandes partidos nacionales. Con ese programa reformista parece haber recabado el apoyo de una mayoría burguesa cansada de aventurerismos; suya será, si gana, la responsabilidad de no volver a agendas delirantes y centrarse en sacar a Cataluña del retroceso socioeconómico que ha experimentado en la última década.

España también necesita una Cataluña serena cuya dirigencia pública colabore en la delicada regeneración que plantea la crisis. En este tiempo desquiciado se han cometido muchos errores a ambos lados del Ebro, pero la normalización ha de comenzar de dentro hacia afuera. En ese sentido, la tentación de un frente soberanista representa el principal peligro para la estabilidad de un sistema precarizado por una política ajena a la demanda social. Ése es el desafío de Mas: devolver la cordura a la escena catalana y tratar de resolver sus problemas sin crear otros nuevos.


ABC - Opinión

Demagogia con el maltrato

Una tragedia tan lacerante y extendida en nuestra sociedad como es la violencia de género, que ha costado la vida a 64 personas en lo que va de año, debe ser tratada con seriedad y rigor. Cualquier intento de instrumentalización de un fenómeno tan deleznable sólo puede ser causa de reproche a quien lo pretende. El Gobierno intentó ayer capitalizar el Día Internacional contra la Violencia de Género con una propuesta insostenible, que tal vez persiguiera distraer la atención sobre los pobres resultados de una política estrella del gabinete socialista. La ministra de Sanidad, Política Social e Igualdad, Leire Pajín, anunció que propondrá hoy en el Consejo de Ministros una reforma del Código Civil para que los jueces retiren la custodia de los hijos a los acusados de maltrato, antes de que haya sentencia firme. La ministra desconoce varios principios fundamentales o, lo que es casi peor que la ignorancia, ha pasado por encima de pilares tan básicos del Estado de Derecho como la presunción de inocencia. Que el miembro de un Gobierno democrático ningunee de esta manera un procedimiento judicial y los derechos más básicos de cualquier procesado resulta algo insólito.

Por eso, el estupor que provocó entre los jueces la iniciativa de Leire Pajín no puede sorprender. Es comprensible que los magistrados de todas las tendencias reaccionaran a tal planteamiento con términos como «propagandístico, innecesario y peligroso». Porque no sólo hablamos de las situaciones de inseguridad jurídica, a veces irreparables, a las que se condena a estas personas sin sentencia firme por una decisión política, sino también de las consecuencias de una propuesta del Gobierno con carácter imperativo para los jueces. Se acaba así con el margen a la discrecionalidad del tribunal y se abre una nebulosa de incertidumbres constitucionales sobre la intención del Gobierno. Porque lo cierto es que el Código Penal y el Código Civil ya contemplan la posibilidad de que se pueda inhabilitar durante un tiempo para el ejercicio del derecho de custodia de los hijos al procesado por maltrato. En esos casos, el juez decide en función del interés del menor.

Queda claro que la reforma gubernamental acaba con el arbitrio judicial y las garantías consiguientes. El Ejecutivo está obligado a blindar el Estado de Derecho y no a agrietarlo con medidas contrarias a un sentido constitucional de la Justicia. Que los políticos pretendan adelantarse a las sentencias de los tribunales resulta un despropósito mayúsculo y un salto al vacío de graves consecuencias, que podrían pagar, por ejemplo, los encausados por una denuncia falsa.

El dolor de las mujeres y de los hijos no puede tampoco utilizarse al servicio de un espectáculo político para obtener un rédito puntual. La ministra Leire Pajín ha explotado de forma partidista el sufrimiento de las víctimas. Haría bien el Gobierno en aplicar el sentido común y volcar sus esfuerzos en mejorar los medios materiales y humanos de amparo a quienes sufren el drama de la violencia familiar, y no en sustituir a la Justicia.


La Razón - Opinión

Pruebas urgentes

La banca europea, vapuleada por los inversores, necesita exámenes de resistencia más fiables

Gran parte del pánico causado por la crisis de Irlanda procede de las quiebras bancarias que las pruebas de resistencia conocidos este año fueron incapaces de descubrir. El hecho de que ningún banco irlandés estuviera entre los grupos con necesidad urgente de recapitalización (sí figuraban, en cambio, cajas de ahorro españolas, incursas hoy en procesos de fusión) lleva a los inversores o acreedores de la deuda a sospechar que idénticas quiebras ocultas pueden darse en otros países. La tormenta financiera irlandesa afecta a la credibilidad de las finanzas públicas, pero por el miedo a que los activos financieros dañados en la banca privada de algunos países de la Unión Económica y Monetaria, como Portugal o España, se conviertan en deuda pública si los Estados tienen que absorberla. Que es lo que ha pasado en Irlanda.

Esta hipótesis, excesiva o disparatada si se quiere, pero dominante, inquieta a los inversores y explica que los mercados mantengan el castigo a España (la deuda española a cinco años sufría ayer de una diferencial de 261 puntos básicos) y Portugal en tanto no se despejen las dudas al respecto. La Comisión Europea salió ayer atropelladamente al quite anunciando que las pruebas de resistencia de la banca europea se repetirán a principios de 2011 y, lo que es más chocante, que las pruebas de solvencia realizadas con anterioridad registraron fallos importantes. La situación tiene un punto de incongruencia. Los inversores se preguntarán por qué tienen que creer ahora en unas pruebas que fueron incapaces de localizar los notables agujeros en la banca irlandesa y los bancos europeos se mostrarán tan reacios (por no decir hostiles) a nuevos ejercicios de sinceridad, quizá fingida, después de lo poco que han servido los precedentes.


Y sin embargo es necesario que la banca europea se someta a nuevas pruebas de resistencia; y que lo haga al menos el 95% de las entidades, de forma que el resto no examinado sea irrelevante para la solvencia financiera del sistema. Los bancos son el epicentro del terremoto financiero y, al contrario de lo que sucede con los procedimientos legales ordinarios, tienen que demostrar su inocencia, es decir, la salud de sus activos. El primer paso para estabilizar la crisis financiera es, por decirlo así, garantizar la solvencia de la banca del euro.

En el caso de España, la presunción de que existen activos deteriorados ocultos y que estos pueden convertirse en deuda solo puede despejarse mediante nuevas pruebas de transparencia y solvencia. Cuanto más rápidas y exhaustivas, mejor. Pero llega un momento en el que los inversores solo creen lo que quieren creer; en nada consideran que los principales bancos españoles sean más solventes y presenten mejores ratios de capitalización que los alemanes, los franceses o británicos. El temor a que España se aproxime a una situación de rescate se fundamenta en esa falacia. El miedo es irracional; y resuena en la voz del consejero del BCE, el alemán Axel Weber, cuando muestra su disposición a elevar el fondo de rescate europeo "si es necesario".


El País - Editorial

Reducción del gasto a lo Gallardón

Si una familia mileurista se hiciera construir una casa de dos pisos en la zona más noble de la ciudad a nadie se le ocurriría calificarlo de acierto o de buena gestión. Es vivir por encima de sus posibilidades, que es la especialidad de Gallardón.

Ha sucedido un milagro en España. Algunos políticos tienen prohibido endeudarse más. Sin duda, la medida del Gobierno de impedírselo sólo a algunos ayuntamientos, en lugar de a todos, y seguir permitiéndolo a las autonomías y la administración central resulta injusta y timorata. Pero eso no quita para que sea una buena noticia que se empiecen a implantar algunos límites legales a lo que los políticos pueden hacer no ya con nuestro dinero, sino con el de nuestros hijos.

Ante esta tesitura, un político responsable ajustaría su administración, reduciría costes de todo tipo e intentaría por todos los medios ajustar sus gastos a sus ingresos. Si no lo es buscaría hasta debajo de las piedras todo tipo de trucos contables con los que maquillar su déficit y así poder derrochar lo mismo que antes, endeudando a tus gobernados y sus descendientes exactamente igual, pero dentro de la letra de la ley, que no de su espíritu.


Gallardón es un derrochador. Existe un cierto mito de sus dotes como gestor, completamente infundado, basado en las numerosas obras públicas que se han completado bajo su gobierno. Pero darle al pico y la pala no es especialmente complicado si no se tienen en cuenta los costes. Si una familia mileurista se hiciera construir una casa de dos pisos en la zona más noble de la ciudad donde viven a nadie se le ocurriría calificarlo de acierto o de buena gestión. Es vivir por encima de sus posibilidades, que es la especialidad del alcalde de Madrid.

La diferencia, claro, es que esa hipotética familia se arruina ella sola, pero un gobernante se gasta el dinero de los demás. Y uno de los principales trucos de que disponen para ocultar sus deudas son las empresas públicas. Así, Gallardón se ha vendido a sí mismo Mercamadrid para poder reducir su deuda, que no puede refinanciar, a una empresa pública propia, que sí puede hacerlo. No es la primera vez: lleva dos años vendiendo terrenos municipales a otra empresa pública del ayuntamiento con el mismo objetivo.

Las empresas públicas son uno de los mayores coladeros de enchufismo, derroche e ineficiencia de las administraciones públicas. Existen 4.000 entidades de este tipo en España, que deben 52.000 millones de euros y emplean a cerca de medio millón de personas. Entre sus actividades se encuentran la organización de carreras de caballos, la fabricación de corcho o vidrio, todo ello tan sumamente necesario que, sin duda, debe correr a cargo de los impuestos que pagamos los españoles.

Dentro del consenso socialdemócrata que padecemos, la mayoría de los votantes apoyan que el Estado ayude a quienes menos tienen de diversas maneras, sea con subsidios directos o indirectos, como las becas, o proveyendo servicios como la sanidad o la educación. Pero no parece que el mantenimiento de una red de hoteles de lujo entre en esa definición. Si el resto del mundo espera de este Gobierno un gesto decidido contra el déficit, podría empezarse por la prohibición de crear empresas de titularidad pública a todas las administraciones, así como un plan que lleve a la venta de las que ya tienen, sea completamente o en parte.

Si una empresa pública es rentable, ¿qué razón hay para no venderla e ingresar los impuestos que dejen sus nuevos dueños? Y si no lo es, ¿por qué se mantiene en esta época de vacas flacas? ¿Acaso son sus trabajadores más dignos de atención que los que padecen el paro por el abultado gasto público? Hemos permitido que nuestros políticos derrocharan nuestros impuestos cuando podían, pero no parece sensato seguir así cuando la caja está vacía.


Libertad Digital - Opinión

28-N, una oportunidad para el cambio

El Partido Popular catalán debe ganar una posición estratégica que permita iniciar el inaplazable cambio político necesario en Cataluña y en España.

DESDE que la incógnita de las elecciones catalanas se reduce a la dimensión de la victoria de Convergencia i Unió, el socialismo ha de prepararse para una derrota que irá más allá de la factura política que deberá pagar José Montilla por la gestión del tripartito. Lo que está llamado a quebrar es el proyecto político que Zapatero puso en marcha en 2003, cuando impulsó y apoyó la constitución de un gobierno autonómico con independentistas y cuyo objetivo era un estatuto soberanista. Esa proyección nacional de las elecciones catalanas se combina de forma espontánea con la necesidad de que el próximo gobierno autonómico, en manos de CiU, esté sometido a unos contrapesos que lo obliguen a desechar sus propuestas más inviables, como la reivindicación de un concierto económico para Cataluña —ahora, cuando más necesaria es la integración de las economías; o más radicales, como la contumacia en las políticas de inmersión lingüísticas y multas por no usar el catalán. Las buenas expectativas de CiU tienen más que ver con la aspiración de los catalanes a una forma de gobernar menos conflictiva que la del tripartito que a una aceleración de las mismas políticas soberanistas que han fracasado.

La obtención de un buen resultado por el PP es una condición necesaria para que el próximo gobierno nacionalista de Cataluña se vea conminado a pensarse nuevas aventuras soberanistas o confederales. Al margen de declaraciones de clara coyuntura electoral, los modelos sociales y económicos de convergentes y populares tienen más puntos en común que en discordia. Los experimentos estatutarios y frentistas del socialismo con sus aliados han deprimido la vitalidad de la sociedad catalana, ya saturada de muchos años de victimismo nacionalista. Una temporada de políticas realistas, bien estructuradas en sus prioridades e incardinadas en propuestas de cooperación leal con las instituciones centrales, tendrá efectos saludables innegables en la vida catalana. Si el PP está en condiciones, a partir del próximo domingo, de condicionar bien sea la investidura del nuevo Gobierno, bien sean sus principales líneas políticas, se abrirá un tiempo para la renovación de expectativas, que habrá de continuar en las elecciones autonómicas y locales de 2011 y en las generales de 2012. Como sucediera en el País Vasco —con un contexto y con unas consecuencias totalmente distintas—, el PP catalán debe ganar una posición estratégica que permita iniciar el inaplazable cambio político necesario en Cataluña y en España.

ABC - Editorial