domingo, 28 de noviembre de 2010

Tres nuevos compromisos. Por M. Martín Ferrand

Es portentosa la capacidad del presidente para repartir con otros lo que, en puridad, le corresponde solo a él.

DIJE ayer aquí, verdaderamente ad libitum, que las elecciones autonómicas catalanas se celebrarán mañana, festividad de Sant Sadurní. Es cierto que la Iglesia honra el 29 de noviembre la memoria del gran predicador romano de la Galia y del cuarto noreste de la Iberia y está claro que cuando votarán los catalanes —no muchos, supongo— será hoy domingo, 28. Es un error por el que pido disculpas a quienes tengan la gentileza de haberme leído y es, además y no para justificar lo injustificable, un indicativo del hastío al que algunos estamos llegando en la contemplación de una política escasa de ideas, pobre en protagonistas y ramplona en planteamientos. Una política opaca en la que todo está previsto y en la que hay mucho más de reflejo condicionado a una sigla o un símbolo que a la elaboración racional de un criterio propio y selectivo.

Hoy votarán en Cataluña, quienes lo hagan, con la vista puesta en el encuentro de mañana entre el Barça y el Madrid —lo que interesa— y con el ánimo influido por los ecos de la reunión que ayer celebraron en La Moncloa José Luis Rodríguez Zapatero y tres docenas de empresarios notables y, en algunos casos —financieros y constructores—, cooperadores necesarios en la génesis del problema que ahora se trata de atajar. Es portentosa la capacidad del presidente para, sea cual fuere el motivo, repartir con otros lo que, en puridad, le corresponde solo a él y a su Gobierno. Pedirle a los empresarios «que tiren del carro», como si hasta ahora vinieran haciendo otra cosa, es una sutil manera, típicamente goebbeliana, de traspasarle a los empleadores, frente a la opinión pública, una cuota de responsabilidad en la creación de una situación en la que ellos, con las excepciones apuntadas, son víctimas. Es ocultar que el Gobierno y los organismo vigilantes del Estado no vieron venir la crisis y disimular la pasividad de un Ejecutivo que no está acelerando, como debiera, las escasas y tímidas soluciones previstas.

Zapatero, respaldado por el prestigio ajeno, predica ahora un triple compromiso. Una austeridad que no se nota, una solidificación del sistema financiero que viaja con retraso, oscuridad y componendas y unas reformas estructurales para las que, hasta ahora, no ha tenido el suficiente valor político. Además, una nueva Comisión Nacional de Competitividad, otra entelequia difuminadora de responsabilidades. Para subir, como dice Crispín, cualquier escalón es bueno; pero Zapatero ya no puede subir más y necesita un descansillo en que mantenerse. Por otra parte, la esperanza es dulce y, para diferenciarse de su contraria, gratuita.


ABC - Opinión

Tan mal como el resto. Por José María Carrascal

Cataluña ha perdido no solo riqueza, estima, prestigio y protagonismo, sino también lo más precioso: el tiempo.

No todo ha sido malo en la campaña electoral catalana, aunque lo parezca. Su propia inanidad y pestilencia ha descubierto los secretos mejor guardados de aquella comunidad desde que empezó a autogobernarse: la engolada vaciedad de la política catalanista. La ínfima talla de sus políticos. El fracaso de sus planes. El terreno que han perdido. Hace 40, 30, 20 años, Cataluña era un modelo para el resto de España. Su parte más rica, culta, internacional y abierta, hacia donde se dirigían torrentes de españoles. Hoy, muy pocos lo hacen por saber que Cataluña ya no es la tierra de las oportunidades. Tres décadas de catalanismo excluyente la han encogido hasta el punto de que los catalanes más innovadores están fuera de Cataluña. Y lo más grave es que esto ocurre precisamente cuando el mundo se convierte en un escenario global. Siguiendo al flautista nacionalista, Cataluña ha perdido no sólo riqueza, estima, prestigio y protagonismo, sino también lo más precioso: el tiempo. La traca final de esa deriva contra corriente estuvo a cargo del tripartito, una alianza antinatural de socialistas e independentistas, que hoy repudian todos, empezando por sus propios componentes.

Pero no ha sido sólo el fracaso de un pacto contra natura. Ha sido el fracaso de una política inviable, que ha terminado tragándose a sus protagonistas y dejado al descubierto las deficiencias catalanas. Miquel Roca ha pedido al próximo Gobierno «recuperar el respeto que Catalunya tenía». O sea, que ha perdido. Artur Mas ha prometido «devolver a Catalunya su orgullo». O sea, que ya no tiene. ¿Por qué? Esa es la pregunta que no se atreven a hacer los catalanes, aunque su respuesta es bien sencilla, si bien dolorosa: porque han dedicado su tiempo, sus esfuerzos, sus recursos a la creación de un Estado catalán, que en las circunstancias actuales no es viable, y mañana lo será posiblemente menos.

¿Han aprendido la lección? Como son gente sensata, sospecho que la mayoría, sí, aunque no lo reconozcan. Por eso van a votar mayoritariamente a CiU. ¿Y han aprendido los líderes de CiU la lección? Me temo que sólo a medias. Mas ya no pide la independencia, «cuyo momento no ha llegado», dice. Se contenta con un «concierto económico» similar al vasco, por el que Cataluña recaudará todos los impuestos en su territorio, para ceder al Estado español lo que crea gasta allí. O sea, la independencia económica. Sigue, por tanto, con la idea, aunque sabe que la Constitución no lo permite y Zapatero no puede dárselo, aunque quisiera.

Pero al menos el tripartito se ha acabado y han sido los propios catalanes quienes le han puesto fin. Eso sí, tras sufrir un mandato miserable y una campaña electoral cutre. ¿Quieren una prueba mejor de que son españoles?


ABC - Opinión

Otra de gambas en Moncloa. Por Jesús Cacho

El domingo 26 de enero de 1930, Miguel Primo de Rivera hizo publicar en la prensa de Madrid una nota oficiosa que decía tal que así: “Como la Dictadura advino por la proclamación de los militares, a mi parecer interpretando sanos anhelos del pueblo que no tardó en mostrar su entusiasta adhesión, [a los militares] se somete y autoriza o incita a los diez Capitanes generales, Jefe superior de nuestras fuerzas de Marruecos, tres Capitanes generales de Departamentos Marítimos y Directores de la Guardia Civil, Carabineros e Inválidos, a que, tras breve, discreta y reservada exploración, le comuniquen por escrito, y si lo prefieren se reúnan en Madrid bajo la presidencia del más caracterizado, para tomar acuerdo, y se le manifieste si sigue mereciendo la confianza del Ejército y de la Marina. Si le falta, a los cinco minutos de saberlo, los poderes de jefe de la Dictadura y del Gobierno serán devueltos a Su Majestad el Rey, ya que de éste los recibió haciéndose intérprete de la voluntad de aquellos”.

El párrafo transcrito pertenece a Dámaso Berenguer (De la Dictadura a la República), jefe de la Casa Militar del Rey a quien Alfonso XIII encargó formar Gobierno tras la dimisión de Primo de Rivera. “El Ejército y la Marina, en primer término, me erigieron Dictador; el Ejército y la Marina son los primeros llamados a manifestar, en conciencia, si debo de seguir siéndolo o debo de resignar mis Poderes”. Pero el marqués de Estella se encontró con la sorpresa de que los jefes del Ejército se limitaron a reiterar su lealtad al Rey, eludiendo cualquier pronunciamiento. El hombre que presumía de que “a mí no me borbonea nadie”, se vio de pronto bornoneado por un Monarca que, tratando de eludir el descrédito de un régimen agotado por él impulsado tras las bambalinas, había decidido cambiar de caballo tras haber cabalgado a lomos de “su general” desde septiembre de 1923. El drama de Primo se había iniciado en el Consejo de Ministros del 31 de diciembre de 1929, sesión en la que el general propuso al Rey convocar elecciones municipales y autonómicas en el primer trimestre de 1930, en un intento de volver a la normalidad constitucional. La fría reacción del Monarca y el fracaso de la apelación al respaldo de sus conmilitones, le obligó a presentar su dimisión el 28 de enero de 1930. Seis semanas después moría en París solo y decepcionado por la traición de quienes había contribuido a exaltar. Frase atribuida al ex ministro conservador Ángel Osorio y Gallardo en aquellos meses: “En mi casa, hasta el gato se ha hecho republicano”. El 14 de abril de 1931 era proclamada la II República Española.
«Los grandes empresarios de hoy han sustituido a los Capitanes Generales de ayer. La debilidad extrema de ambas personas es idéntica; su descrédito, equiparable.»
Algunos han querido ver en el vermú ofrecido ayer por Rodriguez Zapatero a los empresarios un cierto paralelismo con la consulta a la desesperada realizada hace más de 80 años por Primo de Rivera a sus compañeros de armas. Los grandes empresarios de hoy han sustituido a los Capitanes Generales de ayer. La debilidad extrema de ambos personas es idéntica; su descrédito, equiparable. Cien empresarios y profesionales de prestigio presentaron el pasado 15 de noviembre un memorándum al nieto de Alfonso XIII, Juan Carlos I, dando cuenta de la calamitosa situación por la que atraviesa un país que, a principios de siglo, creía haber traspasado para siempre la barrera de la prosperidad y de pronto se ve amenazado por el fantasma de la pobreza, ello por culpa de un Gobierno presidido por un hombre con menos luces –intelectuales y morales- que un barco de contrabando. Alguien con talento bastante en Moncloa debió advertir al sujeto del peligro potencial que encerraba ese manifiesto, una enmienda a la totalidad de sus políticas, y le aconsejó ponerse al frente de la manifestación. Ese es todo el secreto que rodea la estrambótica, abracadabrante convocatoria de ayer, 25 primero, 30 después, más tarde 35, finalmente 41 y, ¿por qué no 58 o 136? El resultado hubiera sido el mismo.

“La mayoría se han ido encantados”

El badulaque espera que, hábilmente amplificada por unos medios de comunicación mayormente afectos, el empaste le sirva para distraer la atención al menos unos días. Esta semana inicia un periplo por Libia, Suiza, Bolivia y Argentina. Toma del frasco. Volverá a Madrid con las luces de Navidad encendidas, y a vivir que son dos días. Otra de gambas en Moncloa. Uno de los pocos que habló claro fue Francisco González, a quien ZP quiso descabalgar del BBVA en escandalosa operación concertada con un ladrillero murciano y los bancos amigos: “usted tiene que hacer las reformas por vía de urgencia, porque los mercados no esperan”. Ninguno se atrevió a decirle que el problema, con serlo, no es el déficit, ni los balances de Cajas y Bancos, ni las cifras de paro, ni nuestra incapacidad para exportar: El problema es él. El drama de España eres tú, José Luis, y si al partido que te respalda le quedara un átomo de sensatez, no digamos ya de patriotismo, debería buscar de inmediato un acuerdo con la oposición para desbloquear cuanto antes esta agonía que nos lleva de cabeza al abismo de la intervención de Bruselas y el FMI, y a la pobreza.

De modo que si el silencio ominoso de los Capitanes Generales sirvió en 1930 para descabalgar a Primo, el silencio de ayer de nuestros capitanes de empresa servirá para reforzar a ZP. “La mayoría se han ido encantados”. Como al soldado, el valor se les supone. Al hecho incontestable de que la cuenta de resultados de muchos de ellos depende del Gobierno –razón por la cual Amancio Ortega, el único empresario merecedor de tal nombre, no se tomó la molestia de venir a Madrid-, hay que unirle el miedo de todo español de pro a significarse y hablar alto y claro. De un alto cargo de la extinta UCD: “La clave de la Transición fue que todos teníamos algo que perder si nos liábamos a mamporros; no le demos más vueltas: este es un país de cobardes. Fue el peor legado de Franco a la sociedad española”.

El descrédito del personaje es total en las cancillerías europeas. El espectáculo ofrecido en la cumbre de la OTAN en Lisboa, cuando, cual pollo desnortado, buscaba afanosamente el emplazamiento que tenía asignado para la foto de familia, rebasa todo ridículo imaginable. Pero, por una de esas crueles ironías que a veces depara el destino, resulta que el futuro del euro y del propio proyecto de la UE ha venido a caer en manos de este badajo. Zapateuro. Se entiende el pavor mostrado por Merkel y Sarkozy, que han hablado esta semana varias veces al respecto: ¿Cómo evitar que el colapso de España se lleve por delante a la zona euro? La alarma es muy visible también en la Reserva Federal USA, alguno de cuyos funcionarios han contactado a diario con economistas –incluso cercanos al PP- y altos funcionarios españoles, por no hablar de la presión de la Administración Obama sobre el propio ZP. “Esto está peor que en mayo”, asegura uno de nuestros mejores expertos. “España no puede financiarse a estos costes y con los mercados bloqueados, y no vamos a tener más remedio que seguir el camino de Irlanda. No hay quien pare esta sangría. Solo un chute de confianza brutal, tal que el anuncio antes del próximo puente de la Constitución de la inmediata reforma de las pensiones por Decreto Ley. El clima de desconfianza es brutal, y no hay más salida que ir a elecciones generales cuanto antes, para hacerlas coincidir con las municipales y autonómicas de mayo”.

Las maniobras del Rey con su amigo Eduardo Serra

Por otra de esas paradojas del destino, ha sido un socialista, el comisario europeo Joaquín Almunia, quien esta semana ha puesto en evidencia la condición de España como país digno de toda sospecha: “La duda, por un lado, está en saber si España va a ser capaz de aplicar lo que ha decidido que hay que hacer […] Y la segunda duda es si España tiene algo más, aparte de lo que ya está encima de la mesa”. Ahí le duele. ¿Qué ha pasado, por ejemplo, con los 320.000 millones de crédito promotor que lastraba los balances de cajas y bancos a primeros de 2008 y que a día de hoy se mantiene inalterable porque, aunque se hayan entregado viviendas, el montante del crédito se retroalimenta por culpa de los intereses acumulados? ¿Dónde escondemos esa suma? ¿Y qué hacemos con el resto de mastodónticas cifras que lastran el futuro de un país que, por encima de todo, carece de una estrategia de crecimiento imprescindible para crear empleo y mantener nuestro nivel de vida?

Se empieza a hablar de un gran Pacto de Estado capaz de desembocar en un Gobierno de concentración que, presidido por una personalidad independiente, más o menos bien vista por todos, abordaría las tareas económicas más urgentes y abriría un proceso constituyente destinado a redefinir el Estado autonómico, reequilibrar los poderes del Gobierno central, reformar la Ley Electoral, etcétera. En suma, corregir los traumas que han llevado a nuestra feble democracia a su actual estado de postración, en línea con el documento que, auspiciado por el ex ministro Eduardo Serra, le fue entregado al Rey días atrás. Ello con el objetivo puesto en la convocatoria de elecciones generales en un par de años, una vez cumplidas esas metas. Los peligros son obvios, y las resistencias de la clase política, totales. En las cúpulas de los partidos se rechaza la pretensión de un manotazo, recordando el intento, mitad de los noventa y con el felipismo acosado por escándalos de todo tipo, de un Gobierno de concentración secretamente auspiciado por el Monarca y encabezado por su entonces íntimo amigo Mario Conde. El protagonismo del Rey –¿cómo justificar ese pintoresco despacho del jueves con la ministra Elena Salgado?- en las últimas fechas no puede ser más llamativo. No faltan quienes apuntan al citado Serra, hombre brillante que goza de la confianza de los norteamericanos, muy cercano al Rey, ministro que fue del PP con Aznar y siempre bien visto por el PSOE, como cabeza de la iniciativa.

Hay quien asegura, en fin, que todo se reduce a un intento de última hora de la Monarquía encabezada por don Juan Carlos de recuperar la imagen perdida tras años de carantoñas con un mentecato como Zapatero, complicidad que le ha granjeado la desafección de buena parte de la derecha política e incluso de amplias capas de población urbana no partidaria. Si la violación de la Constitución por parte de Alfonso XIII al apoyar el golpe de Primo de Rivera dio a “las izquierdas”, como entonces se decía, una popularidad que no hubieran podido lograr a tenor de los magros cambios operados en la estructura social y económica de España durante las décadas precedentes, el compadreo exhibido estos años por el Rey con un tipo como el aludido ha llegado a exasperar a millones de españoles que hoy se plantean si merece la pena seguir apoyando a la institución. Tal vez demasiado tarde, Majestad, para casi todo.


El Confidencial

Desconfianza y transparencia. Por Germán Yanke

Se diría que el presidente pide protección, pero lo que se le demanda es decisión.

Terminaba la presidencia española de la Unión y Durao Barroso aseguró que «para que haya crecimiento hace falta confianza». Zapatero apostilló entonces que «para que haya confianza hace falta transparencia». Seis meses después, lo que nos sigue haciendo falta es, al parecer, transparencia. Nadie duda de su importancia, pero habría que preguntarse si es suficiente o si puede convertirse en una trampa: como si el problema fuese que no se explica bien cómo estamos y no cómo estamos realmente.

En medio de este barullo, da la impresión de que la versión gubernamental es la del contagio psicológico o la conspiración: «Los mercados» —presentados como oscuros gabinetes en lugares lejanos— se equivocan comparándonos con Grecia, o con Irlanda, o con quién sea o, sencillamente, difunden la especie para conseguir, a nuestra costa, un beneficio poco razonable. Sin embargo, ¿puede extrañarnos que un analista en Francfort o en Wall Street sea tan desconfiado como los propios españoles? Porque, según el CIS, el 34,1% de los españoles piensan que la economía estará peor en el plazo de un año.

La desconfianza está justificada y, en el último debate sobre el desempleo, ni el presidente se mostró optimista. La famosa transparencia es, sin duda, una necesidad, pero no se demanda sólo sobre las cuentas. Cuando Almunia pide al Gobierno español que «despeje las dudas» no se refiere a los datos, sino a las reformas que los datos exigen. Si la Comisión desconfía del Gobierno desde las idas y venidas con la reforma de las pensiones y tras tener que obligarle al ajuste del mes de mayo, si los inversores desconfían y encarecen el precio de nuestra impresionante deuda, es porque piensan que sin ampliar y profundizar las reformas, las cosas irán a peor. Que es lo que, por otra parte, opinan los españoles. Se diría que el presidente pide protección, pero lo que se le demanda es decisión. Dolorosa seguramente, pero imprescindible.


ABC - Opinión

¿Es posible la unidad?. Por Grabriel Moris

Si damos por buena la situación sobrevenida de los atentados del 11-M, en lugar de situarnos en el "corazón de Europa", lo haremos en la parte más innoble de ella.

Ante todo he de decir una vez más que no soy ni comentarista político ni estoy afiliado a ninguno de los partidos que conforman nuestra representación parlamentaria. Mi relación con la política radica en que, por "razones políticas", me arrebataron a uno de mis tres hijos y, también, por razones políticas se me oculta la verdad, incluso el derecho a reclamarla, sin ninguna razón de estado que lo justifique, más bien con la sinrazón del Estado que consiente esta situación después de casi siete años de consumado el más horrendo crimen de nuestra reciente historia.

Un atentado de esta naturaleza, por muchas razones que quieran esgrimirse para su justificación, es una afrenta a las víctimas en particular y a la sociedad a quien iba dirigido. Y por supuesto, al Estado en el que esto ocurre; a pesar de que éste no haya acusado el golpe, al menos su comportamiento nos lo hace ver así.

Tanto mal, tanto odio incontrolado, tanto interés bastardo puesto en juego ha producido tal trauma en la sociedad española que no puede recomponer nuestra convivencia por el mero voluntarismo de unos dirigentes que no tienen la talla moral, política, humana y social para comprender el alcance del odio demoníaco vertido el imborrable once de marzo del año 2004, ni el talante adecuado para conectar con las exigencias y los sentimientos del pueblo que los eligió.


Cuando los principios rectores de la sociedad son los valores (fraternidad, bien común, defensa del débil, honestidad, libertad, etc.), la unidad no resulta difícil de instaurarse en la convivencia ciudadana, surge como algo espontáneo y que no necesita de razonamientos ni de explicaciones para aglutinar a las personas. Todo ello desemboca lógicamente en una convergencia del modelo político y social; si bien las discrepancias en las formas existen, y esas diferencias son las que dan vida y sentido a la organización en grupos sociales y políticos, que manteniendo unos principios comunes y compartidos, permiten aglutinar a los ciudadanos según los matices que cada uno de ellos aporta a la vida comunitaria. Hoy, al menos en los estamentos rectores de la sociedad, predominan otro tipo de "principios" que algunos los denominan contravalores (el individualismo, el sálvese quien pueda, el beneficio personal, la mentira interesada, la negación de la evidencia, la ocultación etc.) y con estos planteamientos, incorporados a nuestra vida de relación como principios inmutables, se produce un choque lógico entre los individuos y entre los colectivos humanos. Lógicamente se producen situaciones, como las que estamos padeciendo, ya que los egoísmos personales o colectivos se repelen como las cargas eléctricas del mismo signo.

Estoy cada día más convencido de que la masacre no fue algo aislado, casual e inesperado para todos, si bien creo que lo fuera para la inmensa mayoría de los españoles. Muy al contrario, creo que su concepción, su ejecución y sus consecuencias, o la explotación del "éxito", obedecían a un plan estratégico diseñado a largo plazo, en el que el atentado sería el "pistoletazo de salida" para entrar en una etapa nueva de la vida pública española, que encauzara la ejecución de dicho plan.

Ante un panorama de esta naturaleza, la tan deseada unidad de los grupos políticos ha dejado de ser posible. Las discrepancias existentes no son de forma sino de fondo. La casi totalidad de los grupos pretenden imponer a una parte importante de la sociedad un modelo de convivencia que no existía hasta la legislatura salida del 14-M. La discusión no se sitúa en el plano de "cómo se hacen las cosas" sino en el de "qué modelo de sociedad y de principios" deben predominar en nuestra convivencia.

El conocimiento de la verdad del 11-M desde sus motivaciones hasta sus consecuencias en todos los órdenes de la vida de nuestra comunidad nacional, creo que podría suponer un primer paso en el esclarecimiento de los dos modelos de sociedad que luchan por predominar en nuestra vida comunitaria. Mientras dicha verdad permanezca oculta, por los inconfesables intereses que sean, en mi opinión, la unidad, no será posible, pues aunque aparentemente se diera, la falta de credibilidad seguiría instaurada en nuestro modelo de convivencia y ello impediría unas relaciones normales entre los españoles.

Ante este panorama, instalado en la sociedad como algo normal y natural, ¿podemos pensar en la unidad de los políticos? Si retomamos el atentado del 11-M a que aludía anteriormente, podemos tratar de responder a preguntas como éstas: ¿qué efectos ha producido en mí partido dicho atentado? Si se pudo evitar, ¿qué factores impidieron el que se evitara? La prevención, ¿constituye para mi partido o para la sociedad un objetivo prioritario? ¿En qué me ha podido beneficiar o perjudicar la ejecución de dicho atentado? ¿En qué grado? ¿Qué efectos ha tenido en mis planteamientos políticos? ¿Me abre alguna esperanza para conseguir mis fines de poder o por el contrario me cierra toda posibilidad de alcanzar el mismo?

Con estos planteamientos, y algunos más, se podría iniciar una reflexión sincera y humilde en el seno de todas y cada una de las formaciones políticas y de víctimas o sociales y, una vez reconocidos los fallos y los aciertos de cada uno, recomponer una estrategia común que tuviera como objetivos principales la expiación de las culpas propias, el acuerdo para llevar a término una investigación conjunta que condujera al conocimiento de la verdad y a la aplicación de la justicia y, finalmente, la elaboración de un plan de acciones preventivas basado en la eliminación de las causas que condujeron a la ejecución de la masacre.

Hoy resulta casi pueril concebir una investigación que pueda desembocar en el esclarecimiento de los hechos pero los sueños son gratuitos...

Frente a estos planteamientos, existen personas –víctimas o no– que sienten el dolor y lo hacen propio, que piensan que si no aprendemos de la historia más reciente estamos condenados a padecer terrorismo in secula seculorum, que ellos pueden ser candidatos a víctimas en otra ocasión, que esto se opone frontalmente a todo derecho y principio de convivencia y de fraternidad, y que resulta condenable y abominable al margen de las coyunturas políticas y sociales.

Si damos por buena la situación sobrevenida de los atentados del 11-M, en lugar de situarnos en el "corazón de Europa", lo haremos en la parte más innoble de ella.


Libertad Digital - Opinión

Figurantes. Por Ignacio Camacho

Los invitados de La Moncloa saben cómo combatir la crisis mejor que Zapatero, que no ha ganado un euro fuera de la política.

CUALQUIERA de los empresarios que acudieron ayer a La Moncloa sabe cómo luchar contra la crisis mejor que Zapatero. Para empezar, la mayoría conoce por su nombre a los tipos que mandan en eso que ahora se llaman «los mercados»; han almorzado con ellos, han compartido riesgos y beneficios y también han sufrido sus dentelladas en la cuenta de resultados. Muchos de ellos han palmado millones en esta semana de turbulencias bursátiles. Pero además, toda esa gente sabe lo que significa despedir empleados, ajustar costes, buscar financiación, diseñar estrategias competitivas y jugarse su dinero en un mundo donde el más torpe es capaz de birlarle la cartera a un retrato. El presidente, descontada su breve estadía universitaria de profesor asociado, no ha ganado jamás un euro fuera del paraguas del Partido Socialista y apenas si ha despedido a una docena de ministros, eventuales por definición; no ha tenido que salir en busca de créditos imposibles y desconoce la presión de los balances. Su facturación se mide en votos y esos se consiguen en un mercado donde siempre se dispara con la pólvora del Rey del presupuesto público.

Por eso resulta un poco extravagante que tanto capitán de empresa dedicase la mañana del sábado a trabajar de modelos y figurantes en una foto coral y a escuchar la admonición de un gobernante al que casi todos consideran un perfecto incompetente. Ocurre que muchos de ellos son contratistas del Gobierno o aspiran a serlo, y no está la situación como para negar favores. Pero oír cómo Zapatero les pedía que mejorasen la imagen exterior del país debió de parecerles un trago excesivo; es por culpa del presidente y sus políticas por lo que se han desmoronado los valores financieros y se han desplomado los valores de sus compañías. Es el Gobierno es el que crea dudas que repercuten en la confianza de sus inversiones, y es al el anfitrión del encuentro a quien corresponde despejarlas. Si la imagen de España goza aún de alguna credibilidad en el extranjero es gracias al esfuerzo y la eficacia de una empresas que, a diferencia de los políticos, trabajan poniendo en riesgo el dinero y las propiedades de sus accionistas.

Quizá por eso alguno de los presentes se atrevió a leerle la cartilla. A pedirle que acelere las reformas que viene congelando por estrategia electoral. A demandarle coraje para continuar el programa de ajuste y tranquilizar a los acreedores que están triturando la cotización de sus marcas. El presidente dijo sí, pero su palabra es tan elástica y tiene tan poco crédito como su propia política; hace exactamente una semana declaró lo contrario en una entrevista. En su trivial forma de destilar las ideas, todo se resume en una fotografía. Se lo dijo a Mohamed VI: lo importante es la foto. Ayer se la hizo con la cúpula del Ibex y aparentó escuchar a cambio sus demandas. Otra cosa es que las oyese.


ABC - Opinión

Cita con las reformas

La economía española ha cerrado una semana particularmente negra con la prima de riesgo en máximos históricos, el desplome de la bolsa y los rumores sobre un futuro rescate europeo, síntomas inequívocos del estado de desconfianza de los mercados en la gestión del Gobierno. El propósito de la cita de ayer entre Rodríguez Zapatero y los máximos representantes de las 37 empresas españolas más importantes era responder con una imagen de cohesión a las incertidumbres generadas. Aunque el carácter propagandístico de la iniciativa fuera difícilmente rebatible, es cierto que la oportunidad ofrecida por el presidente permitió a nuestras multinacionales y principales bancos trasladar un mensaje necesario al Ejecutivo: urgen las reformas estructurales para fortalecer la imagen de España y dar confianza a los mercados. Como en toda la crisis económica, el discurso de los principales empresarios ha pivotado en torno a la exigencia de que el Gobierno no dilate la toma de decisiones y aborde intervenciones tan necesarias como la integración de las cajas de ahorros antes de Navidades, y la reforma de la negociación colectiva y de las pensiones de aquí a marzo, además de un plan para promover el comercio exterior, en un contexto generalizado de cambios.

El encuentro será positivo en la medida en que Rodríguez Zapatero responda con hechos a las recomendaciones y planteamientos sensatos de los empresarios. El presidente expresó su compromiso «de seguir y llevar a la práctica con la mayor celeridad posible» el desarrollo de la reforma laboral, la modificación del sistema de pensiones, la finalización de la reestructuración del sistema financiero y otras medidas para ganar competitividad y fomentar la inversión y las exportaciones. El escepticismo parte de que no es la primera vez que Rodríguez Zapatero habla en estos términos. Si los inversores han castigado la deuda soberana se ha debido a que el presidente anunció reformas que no ha puesto en marcha, cambios aparcados en algún cajón de Moncloa. Esa indecisión o pasividad ha sido, además de la falta de liderazgo político, lo que ha cuestionado nuestra credibilidad internacional.

Zapatero calificó la reunión de «extraordinariamente útil y muy positiva» para ganar la batalla de la confianza ante los mercados. Lo será si las palabras se convierten en realidades. La pelota está en el tejado del Gobierno. Nuestras multinacionales y grandes bancos han hecho los deberes con una gestión seria, rigurosa y responsable en un contexto complejo, y han cumplido con su deber al exponer su criterio sobre las recetas contra la crisis. Poco más se les puede pedir a quienes han demostrado capacidad y decisión para invertir y crear empleo, y han estado siempre dispuestos a apostar por la recuperación.

La reacción de los mercados está por ver, pero lo trascendente es que el Ejecutivo sea capaz de despejar incertidumbres con un paquete ambicioso de propuestas y de enviar, en suma, el mensaje adecuado de que ni se improvisa ni se duda. El presidente acertará si abre también realmente la puerta del diálogo político con el PP y si decide empujar juntos por la senda de las reformas.


La Razón - Editorial

Rubalcaba fulmina la presunción de inocencia

No se trata por tanto de proteger los derechos de los niños como afirma el gobierno, aspecto esencial que los jueces ya tienen muy en cuenta a la hora de valorar cada caso concreto, sino de otro avance del zapaterismo en su agenda revolucionaria.

Los socialistas nunca han creído en el estado de derecho que caracteriza a las democracias liberales. En todo caso han asumido ese peaje para disfrutar del poder, pero siempre han considerado que la ideología está por encima de los derechos individuales en las sociedades libres. Ahora bien, nunca como hasta ahora se habían atrevido a hacer público su rechazo a las garantías mínimas que todo régimen político debe observar para no ser considerado una vulgar tiranía.

Eso es precisamente lo que ha hecho Alfredo Pérez Rubalcaba, sostenedor de esa calamidad pública apellidada Rodríguez Zapatero hasta que llegue el momento de postularse como sucesor, con su desvergonzada afirmación de que la presunción de inocencia ha de quedar en suspenso mientras se sustancian los preceptos de una ley que no responde al interés general, sino al apartado más sectario de una agenda ideológica ya de por sí radicalizada, que el Gobierno ha puesto en marcha como única tabla de salvación ante un panorama electoral para el PSOE francamente devastador.


La intención del Gobierno socialista de atribuir la patria potestad por principio a la mujer en caso de denuncia de maltrato, es un despropósito jurídico de tal calibre que si tuviéramos un Tribunal Constitucional independiente, con seguridad hubiera incoado de oficio un procedimiento abreviado para devolver al albañal jurídico de Rubalcaba y Zapatero semejante pretensión. Por desgracia no es el caso de España, así que lo más probable es que se consume este insulto al principio de igualdad ante la Ley, al que la izquierda tiene tan escaso apego.

La modificación legal que pretende el gobierno no soluciona ningún problema, sino que agrava uno ya existente, como es la tramitación de denuncias falsas en los procesos de separación con la intención de favorecer a una de las partes, la mujer, frente a otra, el hombre, a la que la Ley considera culpable de forma preventiva.

No se trata por tanto de proteger los derechos de los niños como afirma el Gobierno, aspecto esencial que los jueces ya tienen muy en cuenta a la hora de valorar cada caso concreto, sino de otro avance del zapaterismo en su agenda revolucionaria que sólo contará con el aplauso de algunas asociaciones feministas, siempre en contra de la verdadera igualdad y de los intereses reales de la mujer.

No hay nada más siniestro que un Gobierno socialista exigiendo el control afectivo de la infancia para determinar, por ejemplo, qué cónyuge ha de hacerse cargo de su custodia tras una separación. Sólo falta que en caso de controversia judicial el estado se haga cargo de las criaturas. ¿Excesivo tal vez? Para otro país tal vez. Para la España de Zapatero no. Y para la de Rubalcaba menos aún.


Libertad Digital - Opinión

Baño de realidad en Moncloa

Gobernar es decidir. Las buenas formas en el intercambio de opiniones son inútiles si no derivan en decisiones valientes.

EL presidente del Gobierno es incapaz de superar su tendencia natural a reducir la política a mera propaganda, incluso en las circunstancias más graves. Rodríguez Zapatero cree que las cosas se arreglan a base de declaraciones voluntaristas e imágenes oportunistas, como la foto de ayer en La Moncloa después de un cambio de impresiones con grandes empresarios. El extraño procedimiento para seleccionar a los invitados terminó por dejar descontentos a casi todos. Además, no es aceptable que el presidente de la CEOE quedara excluido de la reunión, sea cual sea la difícil situación de la persona que ocupa ahora el cargo. En todo caso, nada nuevo se puede plantear, ni mucho menos resolver, en un encuentro programado exclusivamente para «vender» una imagen que no tranquiliza a los mercados y tampoco convence a los ciudadanos. Las empresas españolas mantienen el tipo —en algunos casos con brillantez— en plena crisis mientras el Ejecutivo ofrece la impresión de actuar sin rumbo fijo, con el único objetivo de ganar tiempo a efectos electorales. Por eso, no sirven de nada las vagas promesas presidenciales de «acelerar las reformas», apoyar las exportaciones o favorecer la competitividad.

El nuevo equipo ministerial ha agotado su crédito en pocas semanas, porque el verdadero problema es que el presidente no tiene nada que ofrecer frente a una crisis implacable. Las buenas formas en el intercambio de opiniones en La Moncloa son inútiles si no derivan en decisiones valientes. Cuando el presidente y la vicepresidenta económica niegan cualquier posibilidad de «rescate» por parte de la UE, muchos ciudadanos no pueden evitar una sensación de incertidumbre, porque este Gobierno no genera confianza en lo que hace ni en lo que dice. Por esa razón, la reunión de ayer no aporta nada nuevo, salvo el baño de realidad que los empresarios le dieron a un presidente superado por su propia impericia. Gobernar es decidir, y no solo hacer gestos de cara a la galería por pura conveniencia partidista. España no se puede permitir esta especie de interinidad gubernamental porque el tiempo apremia, y lo menos importante a estas alturas es que al PSOE le interese ganar unos meses para intentar reducir la notable ventaja del PP en las encuestas.


ABC - Opinión

Internet y desparrame. Por Arturo Pérez Reverte

Me sorprenden algunos amigos lectores porque, tras diecisiete años escribiendo ajustes de cuentas semanales -que para mi salud mental como español resultan de lo más higiénico-, hace poco se montara un pifostio en torno a cierto comentario mío, hecho en un humilde rincón de la red social Twitter, sobre la opinión personal y razonada que tengo de la gestión política de cierto ministro pasado a peor vida (apuntemos, de paso, que según la 22ª edición del diccionario de la RAE y en la quinta acepción del palabro, un mierda -escrito con artículo masculino- significa, literalmente, persona sin cualidades y méritos). Como digo, se extrañan esos amigos de que en todos estos largos y tormentosos años nunca se montara cisco semejante, pese a que, como certificarán los responsables de XLSemanal, algunos de sus cabellos encanecidos se deben a esta página pecadora; en la que, aparte disgustos empresariales con anunciantes y poderes más o menos fácticos, el teléfono y el correo tuvieron momentos de gloria, lo mismo en tiempos de la España prepotente, meapilas, ladrillera y cañí del amigo Ánsar, que cuando no hace mucho comenté los sentimientos que la vista del palacio de las Cortes despierta en mi espíritu, o cuando dediqué un artículo -Permitidme tutearos, imbéciles- a la política educativa española de los hunos y los hotros: esa casta política demagoga y oportunista que ha conseguido hacernos analfabetos en diecisiete libros de texto y cuatro idiomas distintos, sin contar el bable asturiano y la fabla aragonesa. Ni siquiera llegó a tanto cuando, gobernando el Pepé, glosé en términos contundentes -dos sustantivos con preposición en medio- la figura de Pío XII, el papa entrañable que se hacía fotos místicas con un pajarito posado en un dedo mientras los nazifascistas deportaban y gaseaban a cientos de miles de judíos bajo sus pastorales narices. Dense ustedes una vuelta por el gueto judío de Roma, por ejemplo, que todavía está allí. Miren las placas conmemorativas y sabrán a qué me refiero.

La respuesta a por qué en esos y otros casos el desparrame no llegó a tanto, mientras que en éste varios ministros -en su acepción genérica de hombres y mujeres que ocupan el cargo- me concedieron el privilegio de pronunciar mi nombre en los telediarios, es lamentablemente obvia: Internet, las redes sociales y la obligada simplificación de muchos de sus mensajes, se caracterizan por la potente difusión, el acceso indiscriminado y la fácil superficialidad. Cualquier mensaje puesto allí puede rebotarse millones de veces con extrema rapidez. Además, todo usuario, desde la lúcida mente científica hasta el cretino más tarado que imaginar podamos, tiene a mano expresar su opinión en Internet bajo nombre real o fingido, con la simplicidad de darle a una tecla y la impunidad opcional del anonimato. Con el incierto resultado de que lo mismo valen estadísticamente las opiniones del escritor y caballero Mario Vargas Llosa, del profesor Gregorio Salvador o del científico y académico José Manuel Sánchez Ron, que las de cualquier tiñalpa analfabeto y con seudónimo que decida asomarse a la red.

Pero la causa principal, en mi opinión, es la superficialidad. Una característica de Internet es que ahí todos corremos el riesgo de opinar, basándonos en frases leídas al azar, fuera de contexto, o en mensajes mil veces rebotados y que se deforman y desnaturalizan por el camino, sobre cuanto la amistad, el entusiasmo, el rencor, la ideología, la simple estupidez, hacen decir a unos tras leer de otros lo que, a su vez, éstos aseguran que alguien dijo. Luego, ese despelote salta a ciertos medios informativos siempre ávidos de titulares, de etiquetas fáciles y de agua a su molino; notoriamente, en esta triste, cobarde y demagógica España, donde tantos paniaguados rascatertulias a sueldo de sus amos, de ésos que nunca pierden ningún tren porque corren delante de cualquier locomotora, se ganan el jornal. De tal modo, una maraña de información insustancial, hecha de comentarios inexactos, cuando no falsos o malintencionados, acaba suplantando el hecho real y los argumentos originales. Y al cabo es lo que queda. Permítanme un caso propio: hace poco publiqué en esta página un artículo titulado Notario del horror. A las veinticuatro horas, en un lugar de Internet, una sucesión de usuarios estaba poniéndome a parir por recomendar las memorias de un secretario judicial de Burgos, nada menos que capital rebelde durante la Guerra Civil. Por darle coba a un represor fascista. Hasta que otros internautas, que sí habían leído el artículo, les aclararon que el tal secretario judicial era de izquierdas y narraba las ejecuciones masivas de republicanos en aquella ciudad. Y que llamarme asalariado del Pepé, facha y nostálgico del franquismo por alabar ese libro, resultaba, cuando menos, inexacto.


XL Semanal