miércoles, 1 de diciembre de 2010

Presidente a la fuga. Por Edurne Uriarte

Mientras la prima de riesgo batía nuevos récords históricos el lunes y martes, hasta los 300 puntos básicos, y la alarma sobre España alcanzaba cotas de vértigo, nuestro presidente estaba en … Libia. Lo que resume perfectamente el estado de total desconexión con la realidad que tienen Zapatero y su gobierno.

Desconexión con la realidad de los riesgos que se abaten sobre nuestro país y nuestro futuro. Pero no con los intereses electorales de Zapatero, y ésa es la otra vertiente del presidente ausente. Que la incapacidad para anular este viaje o para reducirlo a un mínimo de horas que hiciera imperceptible su ausencia estaba perfectamente programada. Pues el presidente a la fuga tenía como objetivo evitar cualquier presencia de Zapatero asociada con la debacle socialista en Cataluña. Y minimizar así los efectos de la catástrofe electoral en su liderazgo, intentando que el Zapatero estadista internacional nublara en lo posible el recuerdo del Zapatero artífice del Estatut y entusiasta del PSC nacionalista.


De ahí lo incomprensible de la atención que aún se presta al argumento gubernamental de la inconveniencia de las elecciones anticipadas para asegurar la estabilidad política frente a la crisis. Cuando la única razón para no convocarlas es el tiempo que Zapatero quiere ganar para presentarse a esas elecciones en un estado lo menos calamitoso posible. Para lo que no duda en ausentarse del país en momentos críticos como los de estos últimos días si con eso se consigue cumplir con la estrategia electoral.

La respuesta a la crisis se realiza en función de la estrategia electoral y no en función de la propia crisis. Lo que no hace más que elevar la desconfianza en nuestro país en una espiral irreversible. Y con la guinda de la ministra titubeante Salgado, ayer, en el Senado, «como en el anterior periodo de estabilidad… hum… perdón, de inestabilidad».


ABC - Opinión

Quiebra. Salgado ya admite que nos despeñamos. Por Juan Ramón Rallo

Mal asunto cuando el Gobierno está más preocupado por que Alemania no nos quiera rescatar que por implementar las reformas necesarias para no necesitar ser rescatados.

Supongo que ahora, en perspectiva, seremos capaces de apreciar de manera mucho más nítida el disparate que ha supuesto colocar a un mentiroso compulsivo y a un sectario subproducto del izquierdismo más cerril en la presidencia del Gobierno. Recordemos simplemente sus desnortadas declaraciones y decisiones de hace apenas unos meses cuando, ante el transitorio estrechamiento de los spreads con el bono alemán, Zapatero proclamaba el fin de la crisis de deuda europea y volvía a alimentar sus más primitivos instintos despilfarradores. Con este buey simplemente no hay manera de arar: un plan de austeridad destinado a mejorar nuestra solvencia a 10 ó 20 años vista no puede rectificarse a los dos meses porque los tipos de interés de tu deuda se estén reduciendo: ¿acaso no es ésa una de las muestras de especulación cortoplacista más escandalosas que existen?

Y si la cabeza del Gobierno está podrida, qué no pasará con sus extremidades. Hoy mismo, tras la enésima explosión de nuestros diferenciales, a la ministra de Economía, Elena Salgado, sólo se le ha ocurrido lanzar dos mensajes para mostrar la sensatez de quienes nos gobiernan: la culpa de todo lo que está sucediendo la tienen la fracasada Merkel y el Partido Popular. Nada que ver, claro, con su gestión, tan impoluta como para carecer o inaplicar un Plan B con el que hacer frente a una situación como la actual. No en vano, si asumimos que los incendios son imposibles, ¿para qué necesitamos a los bomberos?


El problema es que el incendio no sólo no era improbable, sino que ya nos está abrasando. Y, como de costumbre, Salgado dice inconscientemente más de lo que querría. Al cabo, si nuestra ministra de Economía echa las culpas a Merkel de la escalada de nuestros tipos de interés por advertir a los inversores de que se acabaron los almuerzos gratuitos y de que se aplicarán quitas a la deuda de los países en default, ¿no está reconociendo Salgado que nuestra deuda sí es una de esas que pueden verse afectadas por las quitas? De no cargar con un riesgo serio de impago, difícilmente nuestra deuda se habría visto afectada por la sensata dureza de Merkel, tal como sostiene la ministra.

Mal asunto cuando el Gobierno está más preocupado por que Alemania no nos quiera rescatar que por implementar las reformas necesarias –especialmente reducción enérgica del gasto público y liberalización total del mercado de trabajo– para no necesitar ser rescatados.

Pero aquí nos topamos con la otra boutade de Salgado que dice más de lo que ella querría. Si el Gobierno cree que existe un riesgo cierto de quiebra, ¿a qué viene negarlo? Es más, ¿a qué viene exigirle al PP que arrime el hombro y "genere confianza" poniéndose una venda en los ojos? Está claro: el Gobierno no sólo quiere engañar a Alemania para que nos rescate, sino también a los inversores internacionales para convencerles de que no existe riesgo alguno de impago. Generar confianza en el argot zapaterino es igual a mentir y a falsear la realidad. Podría colar si los inversores fueran tontos de remate, pero por lo general no lo son y más cuando ya le han tomado la medida a este Ejecutivo.

¿Por qué no cambiar de perspectiva? En lugar de esperar que Alemania nos rescate y que seamos capaces de timar a quienes nos prestan su dinero, ¿por qué no generar confianza, no ya reconociendo la gravedad de la situación, sino poniendo todos los medios para reconducirla y evitar la suspensión de pagos? Muy simple, recuerden una vez más: "la salida de la crisis será social o no será". Zapatero sólo está dispuesto a que sobreviva España mediante mentiras socialistas, no mediante reformas antisocialistas.

Por eso, precisamente, la primera y más urgente reforma es echarle de La Moncloa. Eso sí generaría confianza, aunque sólo fuera porque la situación podría mejorar. Con él ya tenemos todos claro que nos despeñamos; al parecer, incluso Zapatero y Salgado lo tienen claro. Patriotismo, lo llamaban.


Libertad Digital - Opinión

Cómo le ven desde fuera. Por José María Carrascal

Irlanda ha caído y Portugal se tambalea, lo que nos pone en primera línea de fuego. ¿Qué ha hecho Zapatero ante ello?

NO ha sido Rajoy. Ni un periodista ultra. Ni un especulador internacional. Ha sido el gurú económico de Zapatero, Paul Krugman, quien advierte, en el «New York Times» nada menos, que España no se recupera de la crisis, «lo que se traduce en temores hacia su futuro fiscal». ¿Se ha unido al «complot antiespañol»? En ese caso, tendrían que meter también a la Comunidad Europea, que acaba de rebajar a la mitad el crecimiento previsto por el Gobierno para 2011, mientras mantiene la cifra de paro en el 20,3 por ciento. Y si necesitan más confirmación, ahí tienen a la Bolsa española desplomándose y al diferencial con el bono alemán disparándose. ¿Forman parte de la campaña del PP para llegar al poder? ¿No será más bien la inacción del Gobierno y su «todo va como estaba previsto», lo que está poniendo a España al borde del abismo?

Pues volvemos a estar como en mayo, sólo que peor. Entonces teníamos a Irlanda y Portugal de colchón ante nosotros. Irlanda ha caído y Portugal se tambalea, lo que nos pone en primera línea de fuego. ¿Qué ha hecho Zapatero ante ello? Pues un cambio de gabinete, creyendo que con poner a Rubalcaba al frente podría tranquilizar a los mercados y devolverle a él la credibilidad. A tal grado de ignorancia y cerrazón llega el que hemos elegido como presidente del Gobierno. Rubalcaba es un político para andar por casa, que alcanzó su máximo nivel de competencia manejando los hilos ocultos del poder, pero que se arma un lío cuando tiene que hacerlo a plena luz del día. Su efecto ha durado tres semanas y, desde luego, no ha sido el escudo que su jefe había previsto que fuese. Es incluso posible que, al enterarse de que el «Observer» advertía que «el euro depende de él», Zapatero se haya creído que puede ser su salvador. Cuando lo que quería decir el «Observer» es que puede ser su sepulturero, pues España, a diferencia de Grecia, Irlanda y Portugal, no es «rescatable», al ser demasiado grande. Y eso no lo digo yo, lo dicen todos los expertos económicos y es lo que teme la Comunidad Europea, de ahí sus apelaciones a que hagamos nuestros deberes, en vez de posponerlos.

En esos cables de la Embajada norteamericana en Madrid al Departamento de Estado que acaban de filtrarse se califica a Zapatero de «izquierdista, trasnochado, romántico». No es una mala definición. La izquierda perdió su referencia con el desplome del muro berlinés y viene dando tumbos desde entonces. Lo de trasnochado no necesita explicación. Y lo de romántico es justo lo contrario de la «Real Politik», la única que funciona, todas las demás son espejuelos o mentiras. Así se explica cómo está España. Aunque puede que el aludido esté encantado con la descripción.


ABC - Opinión

Quiebra. Crisis de gobernabilidad y cálculo electoral. Por Agapito Maestre

Pudiera haber otro motivo para que la UE no intervenga en España. Ese motivo lo convertirá Zapatero en razón, seguramente, cuando la propia UE le dé otro ultimátum.

Todo es indeterminación y vacío en la política y la economía españolas. Así estaremos hasta las próximas elecciones generales. España vive instalada en una gravísima circunstancia. Las incertidumbres económicas son múltiples. La prima de riesgo es la más alta de nuestra historia. El bono español a fin de año es una ruina. Nadie quiere comprar nuestra deuda. Y así suma y sigue. Toda la prensa seria de Europa considera que España podría ser intervenida por la UE. Pocos analistas consideran que la deuda de España sea viable sin la intervención directa de los tecnócratas de la UE.

Pero Zapatero, como si la cosa no fuera con él, se va de viaje. Se quita del tráfico unos días para ver si logra engañar a los mercados. Pero Zapatero ya no engaña a nadie, entre otras razones porque nadie puede creerse una palabra de quien estigmatiza a los mercados y, a la vez, les pide que compren deuda española. ¿Entonces por qué se va de viaje Zapatero? Quizá no sea estulticia ni falta de responsabilidad. Quizá sea una táctica desesperada para seguir unos meses más en el poder, porque sigue creyendo que España no será intervenida.


¿Qué le hace suponer a Zapatero que España no será intervenida? Quizá el peso excesivo de la economía española en Europa está haciendo, sin duda alguna, que la UE no actúe como ha hecho con Grecia e Irlanda. Ese dato Zapatero lo maneja con suma cautela, sobre todo para convencer a los suyos de que España no será rescatada, porque la propia UE corre peligro con esa intervención. ¡Quién sabe si Zapatero pudiera tener razón con esa triquiñuela! Una cosa es cierta: Zapatero no hace sino manipular pro domo sua un argumento que ha sido muy esgrimido en el debate público por economistas de prestigio reconocido; en efecto, ha habido varios economistas de prestigio que consideran inviable el rescate de España porque su peso económico es demasiado grande en el mundo.

Sin embargo, pudiera haber otro motivo para que la UE no intervenga en España. Ese motivo lo convertirá Zapatero en razón, seguramente, cuando la propia UE le dé otro ultimátum. Me refiero a la reforma del sistema público de pensiones, que ya tendría que haber acometido, pero que por cálculo electoral lo está retrasando hasta que ya no haya más remedio. Zapatero sabe, en verdad, que con elevar el cómputo de las pensiones de 15 a 20 años podría ahorrar a la hacienda pública 40.000 millones de euros.

La cifra de 40.000 millones de euros es suficiente, en mi opinión, para llevar tranquilidad a los mercados, es decir, para que la UE no intervenga en España. Quizá a la vuelta del viajecito a Zapatero no le quede otra solución que tocar, de una puñetera vez, esa reforma.


Libertad Digital - Opinión

La jerga del mercado. Por Gabriel Albiac

Hemos dado por inventar un fantasma de rostro enmascarado y maldad perfecta: «los mercados».

«YO mismo de mi mal ministro siendo». Releo a Francisco de Aldana. De algún modo tiene uno que consolarse de la ruda realidad para cuyo acecho no hay ya demasiado refugio. Europa se desmorona, con la pausada perseverancia del terrón de azúcar en la taza de té. Y el prodigio de haber vivido décadas por encima de las propias posibilidades muestra su envés. Lo habéis llamado milagro, y era sólo deuda. No hay un duro en el bolsillo. Lo habéis llamado euro, pero su nombre es quiebra. Grecia, Irlanda ya; dentro de nada, Portugal, España, de inmediato Italia… Si a alguien le quedan ganas de seguir repitiendo Europa como quien invoca un tantra, mejor cortarle una camisa de fuerza a la medida. Esto se acabó, muchachos. Es el fin de la partida.

Ahora toca inventarse excusas de malos perdedores. Buscarle en la memoria cartas trucadas al tahúr contra el cual jugamos. Todo, con tal de no afrontar lo más sencillo: que jugamos mal, que de todo cuanto nos sucede nosotros pusimos las causas, y que la única sorpresa ha sido el momento preciso en el cual nos fue reclamado el pago. Ingenuos de nosotros, confiábamos en morirnos antes que eso llegase. Porque saber que el Continente producía poco y caro, saber que su economía dejó de ser rentable hace decenios, eso lo sabíamos todos. ¿Redujimos nuestro tren de vida? ¿Produjimos más? Una cosa y otra nos parecían vulgaridades propias de piojosos del tercer mundo. Y hasta nos permitimos la señorial arrogancia de traernos a casa un buen puñado de esos muertos de hambre para hacer nuestros trabajos sucios. Y nos pareció divertido repetirnos el encantado abracadabra de que era aquí donde menos se trabajaba y mejor se vivía. Un día de hace tres o cuatro años empezaron a llegar los cobradores con los que habíamos soñado que se las vieran nuestros hijos. Y no supimos dónde meternos. Llevamos, desde entonces, dando vueltas en un loco juego del escondite.

Como a nadie le gusta demasiado reconocerse autor de sus propios desastres, hemos dado por inventar un fantasma de rostro enmascarado y maldad perfecta: «los mercados». «Los mercados» atacan a tal o cual moneda, «los mercados» atentan contra este o el otro Estado, «los mercados» conspiran contra un gobierno a favor de otro, contra un partido, un país o un continente en pro de su contrario… Como niños, pretendemos que una palabra mágica trueque en cueva de Alí Babá la pared granítica contra la cual una inercia implacable nos lleva a estrellarnos. Somos idénticos a aquellas ingenuas criaturas de Pascal que exorcizaban el vértigo del abismo saltando a él a través del tenue señuelo de un lienzo de vivos colores: el mercado, repetimos.

Pero el mercado éramos nosotros. Y lo somos. Mercado es el espacio vacío en el cual intercambian los sujetos sus valores. Un tablero pautado, sobre el cual componen las piezas del ajedrez humano pacientes estrategias en las cuales no siempre se percibe claro el fragor de la batalla. Pero la guerra está, aun silenciosa, en cada movimiento. Y un minúsculo error arrastra, en su cadena de jugadas no previstas, el relámpago final. Que nos fulmina. El buen jugador sabe que sólo él es responsable de su desdicha. «Yo mismo de mi mal ministro siendo», escribe Aldana.


ABC - Opinión

Crisis. Sonsoles, convéncelo. Por Pablo Molina

Sonsoles tiene que introducir en la mollera presidencial la idea de que dimitir en estos momentos es lo más progresista, feminista y laicista que imaginarse pueda, probablemente la única manera de que acepte el consejo.

La única posibilidad de que la economía española comience a manifestar algún signo de recuperación es que Zapatero se marche. Cuanto antes y lo más lejos posible. Ese será el momento equinoccial en que los brotes comenzarán a aparecer en la superficie de nuestro humus productivo y el presagio de un reverdecimiento general, que es lo que empresarios, padres de familia y trabajadores no afiliados a los sindicatos de clase (alta) estamos esperando desde hace ya demasiado tiempo.

Todo el mundo está convencido de que el principal factor que impide que España salga de esta recesión tan idiota que el socialismo ha provocado es el adolescente circunflejo que juguetea en La Moncloa. Hasta los dirigentes socialistas, que tras largos años cultivando esa ideología perversa son bastante obtusos para identificar la realidad, comienzan a sospechar que si ZP continúa al frente del Gobierno acabará destrozando también al PSOE, que es, en última instancia, lo que realmente interesa a los miembros más destacados de la secta.


Hasta que los barones del PSOE no han comprobado en el trasero de Montilla lo dolorosa que puede resultar una patada electoral, no había la menor posibilidad de que Zapatero sufriera un arrebato de sensatez y decidiera dejar un puesto de trabajo para el que jamás estuvo capacitado. Desde el domingo pasado, el pánico creciente a un batacazo electoral sin precedentes en los feudos autonómicos que aún controla el PSOE puede hacer que los barredas, varas y griñanes se sumen a la teoría de la Segunda Dama, según la cual es imperativo que ZP dimita de todos sus cargos, incluido el ministerio del Deporte.

La esposa del presidente del Gobierno tiene desde el domingo unos aliados emocionales que, sin duda, le van a ayudar notablemente en sus esfuerzos por introducir en la mollera presidencial la idea de que dimitir en estos momentos es lo más progresista, feminista y laicista que imaginarse pueda, probablemente la única manera de que acepte el consejo.

Sonsoles quiere irse de La Moncloa y el PSOE necesita que su esposo le acompañe libre de obligaciones. Ya que no lo hacen por los españoles, que lo hagan por la salud del sagrado vínculo matrimonial del presidente y la de un partido socialista que está a punto de irse por el desagüe de la política gracias a los méritos del personaje que tanto les encandiló en su día. Sonsoles insista. Es ahora o nunca.


Libertad Digital - Opinión

Después de la tempestad. Por M. Martín Ferrand

Los desaparecidos líderes del PSOE que sacaban pecho en los mítines atribuyen a Montilla toda la responsabilidad.

LOS políticos que usan gafas, como José Montilla, tienen un problema de imagen añadido a los muchos que conlleva el hecho de estar permanentemente sometido a la curiosidad de los ciudadanos y al análisis, en ocasiones mal intencionado, de quienes tenemos por misión describir sus hechos y valorar sus dichos. En las últimas horas, tras su fracaso electoral, el todavía president se ha dirigido a sus interlocutores con micrófono mirándoles por encima de las gafas. Eso suele indicar un enfado profundo y contenido. No le faltan razones para la indignación. Sus mentores de Madrid, los desaparecidos líderes del PSOE que sacaban pecho en los mítines de hace una semana, le atribuyen a él toda la responsabilidad del entuerto. Eso no es justo. José Luis Rodríguez Zapatero, que para consolarse ha ido a visitar a sus líderes más parejos, tal que Muammar al-Gadafi o Evo Morales, no quiere saber nada de él. Ni siquiera le ha dedicado unas palabras de consuelo y, aunque fuera retóricamente, de lamento ante una autoría compartida en el diseño de la política socialista en Cataluña. Tampoco José Blanco, el número dos de los socialistas, le ha dado la palmadita en la espalda que parece de rigor. Solo el recién llegado Marcelino Iglesias que, visto en la distancia aragonesa, parecía más de lo que es, le ha entonado un canto funerario —al estilo de los de Pericles—, que más parecía que el catalán de Iznájar hubiera perdido Atenas y no un mero contrato de interino en el Palau de la Generalitat.

Mientras los líderes del PSOE actúan como si nunca hubieran conocido al todavía president, los mandamases del PSC le sustituirán al frente del grupo socialista —es decir, como jefe de la oposición en el Parlament— por Joaquim Nadal, un hombre culto, de buenas maneras, con experiencia municipal —alcalde de Gerona—, práctica de Govern—consejero de Obras Públicas y Política Territorial— y menos feroz en el catalanismo del que hasta ahora era su jefe en el partido y en el ejecutivo. Otra cosa será, y para eso se necesita un Congreso, quién sustituirá a Montilla al frente del PSC. El saliente, al modo de su mentor Zapatero, ha descabezado en mucho las filas socialistas para evitar la incomodidad de la competencia y la servidumbre del sermón que requieren los próximos. Ya veremos. El muy activo entorno de Carme Chacón, que ve venir la hecatombe del PSOE en los próximos comicios, propone el nombre de la ministra de Defensa. El liderazgo de un gran partido, que se lo pregunten a Mariano Rajoy, es un buen balneario desde el que se pueden ver pasar los acontecimientos sin mucha fatiga y poco desgaste. De perfil.

ABC - Opinión

Los papeles secretos de EEUU y la parte que nos toca. Por Antonio Casado

Decía Joaquín Garrigues Walter (RIP, 1980) que si los españoles supieran como son los Consejos de Ministros habría cola en los aeropuertos para salir del país. Moraleja de estricta aplicación a la trastienda del poder americano, sorprendida en el masivo pillado de Wikileaks: ¿Pero en qué manos estamos? Lo malo es que tratándose de la primera potencia política y militar del mundo no hay huida que valga. Sobre todo cuando, más allá de conocer las opiniones de los diplomáticos norteamericanos sobre el Rey de España, Zapatero, Aznar o González, nos pasan el recado de que nuestros propios gobernantes, jueces, fiscales y militares están en la pomada.

Tampoco nos hace caer del guindo la vertiente doméstica de unas filtraciones que, según la actual secretaria de Estado de la Casa Blanca, Hillary Clinton, constituyen un ataque a la comunidad internacional (qué barbaridad). Lo que nos afecta aparece en esos 3.620 documentos enviados a Washington por su embajada en Madrid. Los conocidos ayer, a través del diario El País -el goteo va a continuar-, nos hablan de presiones del Gobierno de Estados Unidos para que la Justicia española frenase las causas contra políticos y militares norteamericanos sospechosos de haber cometido delitos sobre ciudadanos españoles o sometidos al principio de justicia universal.


Normal, previsible, como actuación de parte. Pero nos interesa la reacción española. Se refleja alguna actuación personal de respuesta a los requerimientos norteamericanos, como la del fiscal jefe de la Audiencia Nacional, Javier Zaragoza, que no generó decisiones irreversibles y contrarias a la legalidad. Lo relevante es que ninguno de los efectos documentales filtrados permite deducir que haya habido quiebra o desistimiento en la ordinaria actuación de los órganos jurisdiccionales como consecuencia de dichas presiones.
«En la causa por los vuelos de la CIA es precisamente la Fiscalía, sobre la que los documentos filtrados arrojan alguna sombra, la que tiene reclamado desde mayo el encarcelamiento de trece supuestos miembros de la agencia de inteligencia.»
La Justicia española ha seguido funcionando en el caso Couso, al margen de que le gustase a tal o cual ministro. Si el Tribunal Supremo cerró la investigación, la Audiencia Nacional la reabrió este verano. En la causa por los famosos vuelos de la CIA es precisamente la Fiscalía, sobre la que los documentos filtrados arrojan alguna sombra, la que tiene reclamado desde el mes de mayo el encarcelamiento de trece supuestos miembros de la agencia de inteligencia norteamericana. No parece que la Fiscalía, al menos en este asunto, haya seguido instrucciones de la Embajada estadounidense, sin perjuicio de que ayer mismo saliera al paso para desmentirlo el propio fiscal general, Conde Pumpido.

Y en cuanto a los presos de Guantánamo, la investigación sigue abierta en la Audiencia Nacional, que no cuenta precisamente con la mejor disposición norteamericana a colaborar con esta vergüenza internacional. Como es sabido, la investigación está pendiente de que EEUU informe sobre la eventual apertura de una causa similar en ese país.

La doctrina del Supremo no puede ser más elocuente ni más firme. Se refiere a este sórdido centro de arbitraria reclusión como “un verdadero limbo jurídico”. “La detención de cientos de personas sin cargos, sin garantías y, por tanto, sin control y sin límites en la base de Guantánamo custodiados por el Ejército de los Estados Unidos, constituye una situación de imposible explicación y menos justificación desde la realidad jurídica y política en la que se encuentra enclavada”, se lee en la sentencia dictada por el máximo órgano jurisdiccional español el 20 de julio de 2006. ¿Cómo ver ahí sumisión o debilidad frente a las presiones norteamericanas?


El Confidencial - Opinión

El izquierdista trasnochado. Por Ignacio Camacho

El Gobierno ha desaparecido en una desconcertante dimisión de facto que deja un sideral vacío de gobernanza.

PARA definir a Zapatero como «un izquierdista trasnochado», según los papeles de la Embajada americana publicados en Wikileaks, no se necesita mucha finura de análisis ni mucho manejo de información privilegiada. El tipo que ha redactado esas notas parece haberlas escrito tras leer cualquier día los periódicos y escuchar las tertulias de la mañana. Su diagnóstico no peca de erróneo sino de perezoso; le faltan detalles argumentales de la trivialidad política que el presidente ha impuesto en su agenda de gobierno. Izquierdista trasnochado también consideran a Obama muchos estadounidenses, pero lo que caracteriza y diferencia a Zapatero no es tanto su rancio énfasis ideológico como la banal superficialidad con que entiende la tarea de Gobierno. Es su alejamiento de la realidad, su vana autocomplacencia, su atención unívoca por los gestos y las apariencias, lo que envuelve su gobernanza en un arriesgado halo de irresponsabilidad.

El izquierdista trasnochado, por ejemplo, es un hombre capaz de desentenderse de la tormenta financiera para largarse de gira a Libia y Bolivia mientras los medios económicos españoles tiritan bajo un chaparrón de castigo. La Unión Europea duda si decretar el rescate en diciembre o dejarlo para febrero mientras nuestro presidente acude a su imprescindible cita con Evo Morales y el Gobierno desprecia de la solvencia española como «fluctuación» propia del tinglado bursátil. Desde que empezó la crisis, Zapatero ofrece la pavorosa impresión de que no entiende lo que pasa. El problema no consiste tanto en que aplique soluciones equivocadas, o incluso en que no aplique ninguna, como en la sensación de que no se da por enterado, de que no descifra las claves del proceso que tiene al país al borde de la intervención. La agenda de leyes que expuso como prioridad hace diez días era de una insustancialidad sobrecogedora en medio de esta turbulenta recesión, y demuestra que el zapaterismo ha licuado cualquier atisbo de rigor en el análisis de situación y de responsabilidad en la tarea de poder.

La sensación colectiva es que, en el peor momento de España en los últimos veinte años, el Gobierno ha desaparecido en una desconcertante dimisión de factoque deja un vacío sideral en la escena pública. El sábado, en Moncloa, los empresarios convocados por el presidente no criticaron sus medidas, como hubiese sido lógico, sino que le instaron simplemente a aplicarse a gobernar, a cumplir con su elemental obligación de dirigencia. Lo preocupante de la situación es que, fracasado en su trasnochado izquierdismo de activista juvenil, el líder de la nación ha quedado sobrepasado por acontecimientos que no alcanza a comprender en su verdadera dimensión y se ha sumido en una parálisis funcional de la que quizá no se haya enterado aún el indolente redactor de los informes de la Embajada USA.


ABC - Opinión

Rajoy. Plegarias atendidas. Por José García Domínguez

Rece, pues, Rajoy para que Zapatero le aguante en pie durante los minutos de la basura. Al menos.

En un pronto rutinario de los suyos, don Mariano acaba de reclamar del otro que gobierne o presente elecciones cuanto antes. Una manera como cualquiera de pasar el rato, ésa de pedirle peras al olmo en la que tanto se prodiga el gallego. El caso, ya se sabe, es andar entretenido. Aunque el líder de la leal oposición se guarda muy mucho de anunciar una moción de censura, cautela que revela bien a las claras la sinceridad de sus alegatos. No obstante, a fuerza de repetir la cantinela Rajoy podría incurrir en una prima de riesgo como dicen ahora los enterados. Por algo Santa Teresa alertó en su día de que "más almas se pierden por las plegarias atendidas que por las no escuchadas".

Así, en el PP no parecen haber ponderado el peligro que se cerniría sobre ellos en la eventualidad de un adelanto de las elecciones. A saber, que igual las ganarían. Contingencia ante la que Cristobal Montoro debería explicar a su jefe una vieja historia que conoce cualquiera que haya pasado un par de tardes en alguna facultad de Económicas. La del ingeniero, el químico y el economista que naufragan en una isla desierta provistos de una lata de sardinas. Ésa en la que, después de desistir de abrirla los dos primeros tras de un sinfín de intentos inanes, se dirigen al tercero, que durante todo el tiempo los habría contemplado con una media sonrisa de suficiencia, inquiriéndole:

– ¿Qué haría usted?

Pregunta que da paso a una extensa y deslumbrante disertación teórica, que da inicio del siguiente modo:

– Bueno, supongamos que ahora mismo dispusiéramos de un abrelatas...

Y es que la eclosión del pensamiento mágico, con toda esa charlatanería irracional a propósito de generar confianza, como si los estados de ánimo se sometieran a los designios de la voluntad, viene de ahí, de que, muerta y enterrada la soberanía monetaria, ya no hay abrelatas. Razón de que, más allá de la burda cirugía sin anestesia en el Presupuesto, apenas reste apelar a la confianza del mismo modo que antes se sacaba de romería a la Virgen en rogativa por la lluvia. Rece, pues, Rajoy para que Zapatero le aguante en pie durante los minutos de la basura. Al menos.


Libertad Digital - Opinión

Una generación. Por Xavier Pericay

«Las consecuencias de los recientes comicios autonómicos no pueden ser en modo alguno de corto alcance. En la cultura política del catalanismo el septenio protagonizado por el tripartito constituía la única alternancia imaginable y, luego, posible».

«ESTAS elecciones serán decisivas y muy importantes, nos jugamos mucho …. Decidiréis qué camino tiene que seguir Cataluña, no durante una legislatura, sino seguramente durante toda una generación». Son palabras del todavía presidente de la Generalitat, José Montilla, y fueron pronunciadas hace casi tres meses, coincidiendo con el anuncio de la fecha de las autonómicas. Ignoro de quién fue la idea de introducirlas en el discurso, si suya o del escribidor, pero el caso es que conferían a la cita del 28 de noviembre una trascendencia fuera de lo común. Como si el voto que los catalanes habían de emitir aquel día no valiera tan solo para los cuatro años prescritos, sino para muchísimos más —para veinticinco o treinta, que es lo que suele atribuirse, generalmente, a una generación—. O, si lo prefieren, como si a lo largo de ese extenso periodo la vida política catalana tuviera que estar cortada, sin remedio, por un mismo patrón. Y ello, por más elecciones autonómicas que se celebraran entre tanto.

Existe la posibilidad, claro, de que la generación en cuestión cumpliera, en el discurso del presidente, una función meramente enfática. Que no obedeciera, vaya, a cálculo temporal alguno y solo estuviera allí para realzar la importancia de la convocatoria. Da igual. Incluso en este supuesto, su presencia en el discurso presidencial era premonitoria. Porque, vistos los resultados, si algo parece fuera de toda duda es que el pasado domingo los catalanes —o tres quintas partes de quienes, entre ellos, tenían derecho a voto— tomaron algunas decisiones cuyo alcance va mucho más allá de una simple legislatura.


La primera decisión fue devolver el poder autonómico a aquellos que lo habían ejercido, de forma ininterrumpida, durante casi un cuarto de siglo. No creo que en ello influyeran demasiado los méritos contraídos por Convergència i Unió como partido opositor. Ni tampoco los de su líder, Artur Mas. Influyó, si acaso, el recuerdo de un tiempo, el de los gobiernos de Jordi Pujol, en que la política fluía sin demasiados sobresaltos, lo mismo en el terreno de los hechos que en el de las ficciones. Un tiempo, para entendernos, en el que había orden y la gente, mal que bien, iba tirando. Y también influyó, sin duda, el convencimiento de que la solución a la crisis y al paro —o, como mínimo, los cuidados paliativos que ambos requieren— no iban a traerla quienes habían estado gestionando hasta entonces la cosa pública en connivencia ideológica con los responsables del Gobierno del Estado. En esta clase de situaciones, el castigo al culpable suele llevar aparejada la apuesta por la única alternativa posible, esto es, la apuesta por CIU —lo cual no impide que los excelentes resultados obtenidos por el Partido Popular se deban también, en mayor o menor medida, a una percepción semejante, aunque referida en este caso al conjunto de España—.

Pero en la decisión de devolver a la federación nacionalista las riendas de la gobernación autonómica influyó sobre todo otra decisión, en gran parte complementaria. Me refiero, por supuesto, a la drástica retirada de confianza de los ciudadanos catalanes a lo que se ha venido en llamar «el tripartito». Si en 2006 un 50% de los votantes —casi un millón y medio de personas— habían apostado por las fuerzas políticas que acabarían constituyendo, tras la renovación de alianzas, el nuevo Gobierno de la Generalitat de Cataluña, esa confianza se redujo el pasado domingo hasta un 32% —el equivalente a algo más de un millón de personas—. Y aunque la fuga de votos no se proyectó de forma equidistante sobre los tres miembros del terceto —el más perjudicado, en términos porcentuales, fue ERC, que perdió casi la mitad de sus sufragios— todos acusaron el golpe. Y en especial, el PSC, que a esas defecciones debe sumar las registradas ya en 2006 con respecto a las elecciones de 2003, las últimas en las que Pasqual Maragall encabezó la candidatura socialista —en total, algo más de 460.000 en siete años—.

Por eso, las consecuencias de los recientes comicios autonómicos no pueden ser en modo alguno de corto alcance. En la cultura política del catalanismo —la única reconocida oficialmente en ese trozo de España, no vaya a olvidarse—, el septenio protagonizado por el tripartito constituía la única alternancia imaginable y, luego, posible. Suponiendo que se tratara en verdad de una alternancia, puesto que, al margen de alguna veleidad izquierdista, la acción de gobierno consistió sobre todo en pasear la identidad de acá para allá, empezando por todo lo relacionado con el Estatuto y acabando por las mismísimas corridas de toros. De ahí que el fracaso notorio del experimento deba considerarse casi como un fracaso definitivo, de esos que permanecen activos en la memoria de los ciudadanos durante por lo menos una generación.

Pero hay más. Ese fracaso ha tenido una cabeza visible, la del presidente Montilla. Lo que no debería llevarnos —solo faltaría— a eximir a Maragall o a José Luis Rodríguez Zapatero de su cuota de culpa como impulsores o instigadores del proceso y colaboradores necesarios. Pero Montilla, recuérdese, no ha sido únicamente la triste figura que ha encabezado durante más tiempo un gobierno tripartito, sino también el urdidor del primer acuerdo, el de 2003 con ERC, que desembocó en el Pacto del Tinell. A su favor, cabe reconocer que el mismo domingo por la noche anunció que no repetiría como primer secretario del partido y, al día siguiente, que renunciaba a su escaño en el Parlamento catalán (lo que sin duda —no todo van a ser malas noticias para él— ha debido de constituir un gran alivio). Sea como sea, ha asumido su parte de responsabilidad y, o mucho me equivoco, o él también ha decidido, como los catalanes, qué camino va a seguir durante una generación. En todo caso, uno alejado, si no de la política, sí de la primera línea política.

Otra cosa es lo que pueda ocurrir con el partido. El PSC siempre ha presumido de haber garantizado en todo momento, a lo largo de la democracia, la cohesión social en Cataluña. Y puede decirse que, en efecto, así ha sido. Solo que esa cohesión tenía un precio: la sumisión al nacionalismo. Un precio ciertamente muy caro para una formación construida, en gran medida, sobre una amplia base de militantes y simpatizantes llegados a Cataluña de todos los rincones de España y de extracción social más que modesta, a la que se superpuso, ya desde el comienzo, una clase rectora surgida en su gran mayoría de la burguesía y la alta burguesía catalanas. Durante cerca de un cuarto de siglo, la fórmula ha funcionado. Pero, a la hora de verdad —y la hora de la verdad, para cualquier partido, es cuando toca gobernar—, todo se ha venido abajo.

¿Qué nos deparará el futuro? Muchas sorpresas, sin duda, pero en lo tocante al socialismo catalán me temo que no muy gozosas. A no ser que en algún estadio de la generación que se avecina sus dirigentes —y no me refiero ya a los Montilla y compañía— sean capaces, por fin, de asumir la realidad y resolver sus contradicciones. Eso si entonces, claro, sigue existiendo el partido tal como hoy lo conocemos.


ABC - Opinión

Wikileaks y el fiscal general

A expensas de lo que pueda salir a la luz pública en los próximos días, lo filtrado hasta ahora por el portal de internet Wikileaks no pasa de ser una amalgama heterogénea de chascarrillos, cotilleos, análisis periodísticos, interpretaciones más o menos atinadas y hasta comentarios de barra de bar. En suma, un tótum revolútum bastante insulso que suscita más morbo que interés en la medida en que desnuda los usos y costumbres de la diplomacia de la primera potencia mundial. Pero apenas si aporta novedad o revelación de interés que no estuviera al alcance del público o de los analistas especializados. Tampoco hay sorpresa en lo que afecta a España, sobre la que se han filtrado más de 3.500 documentos, la gran mayoría pertenecientes a la etapa del anterior embajador norteamericano, Eduardo Aguirre. A juzgar por lo publicado estos días, la legación de Estados Unidos se ha limitado a enviar a Washington un dosier de Prensa y a reportar la agenda de trabajo del embajador. Del primero huelga todo comentario. La segunda, sin embargo, resulta más sugerente. El relato de los contactos diplomáticos a propósito de conflictos tan destacados como el «caso Couso» o los presos de Guantánamo ofrece sabrosos ejemplos de cómo el Gobierno de Zapatero ha usado el Ministerio Fiscal con una desenvoltura cuando menos indecorosa, como si fuera una simple herramienta a su servicio y conveniencia. No es el fondo, del que no se aportan grandes nuevas, sino las formas empleadas lo que llama la atención. En este punto, el papel desempeñado por el fiscal general del Estado, Cándido Conde-Pumpido, del que dependen unos fiscales que en su inmensa mayoría son irreprochables, deja mucho que desear y no es precisamente un modelo de independencia, ni siquiera de autonomía, respecto al poder político. Es verdad que la Fiscalía atiende al principio de jerarquía y que depende orgánicamente del Gobierno, pero eso no significa que su actuación esté mediatizada o dictada por criterios gubernamentales. Seguramente el fiscal general hizo lo correcto en aquellos contenciosos que afectaban a los intereses de EE UU, como también el Gobierno estaba en su derecho de oponerse al procesamiento de políticos y militares norteamericanos. Pero la mezcla de ambas instancias es lo que instintivamente produce rechazo porque muestra en toda su crudeza quién da las órdenes y quién obedece sumisamente. La desazón aumenta si trasladamos a la política nacional escenas tan poco edificantes como ésas. Con toda lógica, el ciudadano se preguntará ahora si la Fiscalía actúa de igual modo y con los mismos resortes ante la corrupción cuando afecta a dirigentes de la oposición. O en la lucha contra ETA y su brazo político. El PP ha denunciado en diversas ocasiones que Conde-Pumpido ha actuado atendiendo antes a los intereses del PSOE que a los de la Justicia, con intervenciones claramente inspiradas desde el Gobierno. A la vista de los papeles de Wikileaks, parece que a los populares nos les falta razón. Las desabridas réplicas, ayer, de algunos portavoces del Gobierno y del PSOE son la expresión de quienes han sido sorprendidos en maniobras poco decentes.

La Razón - Editorial

Demasiado receptivos

Gobierno y fiscales deben una explicación clara sobre las presiones de la Embajada de EE UU.

Entra dentro de la tarea propia de una embajada preocuparse por los asuntos judiciales que afectan a su Gobierno o a ciudadanos de su país y hacer las gestiones pertinentes para que se resuelvan de forma favorable o menos dañina para sus intereses. Pero tratándose de asuntos sometidos a la justicia es obligado cuidar las formas: esas gestiones no pueden producirse directamente sobre los órganos jurisdiccionales, de modo que deriven en actos de presión sobre su independencia. No solo es cuestión de buenos usos diplomáticos, sino de respeto a las reglas del Estado de derecho, se trate de España o de Estados Unidos y de cualquier otro país que se quiera democrático.

Nada tiene de denunciable que la Embajada de EE UU en Madrid se interesara ante los responsables de los Ministerios de Exteriores o de Justicia en los casos del cámara español José Couso, muerto por disparos de un tanque norteamericano durante la guerra de Irak; los vuelos de la CIA con escala en aeropuertos españoles o las torturas en Guantánamo, como se desprende de los informes desvelados por EL PAÍS con los cables filtrados por Wikileaks. Pero lo que estos también revelan es que tuvieron una influencia preocupante en el área gubernamental e invadieron el judicial, lo que resulta inaceptable. Más si cabe por parte de las personas a quienes se dirigían, aceptadas no solo con naturalidad sino con complacencia, hasta el punto de convertirse en colaboradores e informadores privilegiados de una de las partes del proceso, en detrimento de los derechos de las otras.


En el caso Couso, la diligencia con la que el fiscal jefe de la Audiencia Nacional, Javier Zaragoza, informa al consejero jurídico de la embajada de su oposición al procesamiento de los militares estadounidenses acusados de la muerte del cámara español hace dudar de su imparcialidad en el caso. Tampoco la deja en buen lugar recibir en su despacho oficial a dos altos cargos de la embajada para exponerles su estrategia procesal contraria a la investigación por el juez Garzón de las torturas a un preso de nacionalidad española en Guantánamo, o la información previa que proporciona otro fiscal de la Audiencia Nacional sobre su posición en el proceso por los vuelos de la CIA. El fiscal general del Estado, Cándido Conde-Pumpido, enmarca esos contactos en las relaciones de cortesía y de cooperación mutua entre fiscales de EE UU y España. Pero la complicidad que revelan esos contactos cuestionan esa versión edulcorada.

Si a los contactos con fiscales se añaden los acercamientos personales a jueces de la Audiencia Nacional, el escenario que dibujan los informes ahora revelados es más que preocupante. Y especialmente destacables son las maniobras de la Embajada estadounidense, con la activa colaboración del fiscal jefe Zaragoza, para apartar al juez Garzón del caso de las torturas de Guantánamo coincidiendo con la ofensiva desencadenada contra dicho juez por el asunto de la memoria histórica.


El País - Editorial

Con paso firme hacia el abismo

Si no hubiera motivos reales y objetivos de desconfianza en la solvencia y capacidad de recuperación de nuestro país, ¿por qué iban a renunciar estos "especuladores" a una inversión tan supuestamente segura y rentable como la deuda española?

Lejos de amainar, la desconfianza de los inversores hacia la economía española no hace más que aumentar hasta extremos jamás vistos. Este martes, la deuda pública de nuestro país ha batido nuevamente un record negativo al superar los 300 puntos básicos respeto al bono alemán. Por su parte, la bolsa española vivía su cuarta caída consecutiva, lo que coloca el retroceso de todo el mes de noviembre en el 14 por ciento, su peor cifra desde el colapso de Lehman Brothers en 2008.

Lo más patético y alarmante, sin embargo, es la pasividad del Gobierno que, para colmo, ha sido justificada por sus tres principales responsables económicos con tres explicaciones diferentes. Así, mientras el secretario de Estado de Economía ha quitado importancia a la situación diciendo que tan sólo se trata de "fluctuaciones", la ministra Salgado ha enmarcado la situación en un "ataque especulativo contra el euro" tras el rescate a Irlanda, al tiempo que hacía veladas criticas a la canciller Merkel por su rechazo a que sea el contribuyente alemán el que cargue con la crisis de la deuda española. En la misma línea, pero con mayor descaro, se ha pronunciado el portavoz parlamentario del PSOE, José Antonio Alonso, para quien la solución está en que el BCE compre la deuda española que los inversores no quieren. Y es que, a falta de inversores que confíen sus ahorros en nuestros bonos, Alonso pretende que sea el contribuyente el que se haga cargo de ella a través de una inflacionista inyección monetaria.


Aunque semejantes argumentos para hacer el avestruz caigan por su propio peso, hay que empezar por señalar que lo que estamos viendo, lejos de ser meras "fluctuaciones", constituye una tendencia consolidada desde que los mercados han visto la insuficiencia, cuando no irrealidad, del ajuste anunciado en mayo por Zapatero, cosa que ha dejado en evidencia hasta las muy maquilladas cifras de déficit público de nuestro Gobierno. Por mucho que el Ejecutivo insista en que España no es Irlanda ni Grecia, lo cierto es que nuestra prima de riesgo está ya en unos niveles similares a la que exhibían esos países pocos meses antes de tener que ser rescatados. El manido recurso de culpar de la situación a las maniobras de especuladores ansiosos de beneficios, sencillamente, no se sostiene. Y es que, si no hubiera motivos reales y objetivos de desconfianza en la solvencia y capacidad de recuperación de nuestro país, ¿por qué iban a renunciar estos "especuladores" a una inversión tan supuestamente segura y rentable como la deuda española?

En cuanto a que sea la maquina de hacer billetes del BCE la que "solucione" nuestros problemas para colocar nuestra deuda, tal y como apunta Alonso (o Felipe González), eso sería tanto como extender la desconfianza a toda la zona euro, renunciar a la disciplina que aun conserva la moneda única y hacer pagar el entuerto, mediante la inflación, a todos los ciudadanos europeos.

Por el contrario, la verdadera salida de la situación debe pasar o bien por una inmediata celebración de elecciones generales que propiciaran un cambio de Gobierno capaz de generar la confianza que éste ya ha agotado; o bien por que Zapatero tratara, al menos, de recuperarla con la inmediata toma de decisiones por la vía urgente del decreto ley y con el deseable y responsable apoyo de la oposición. Lejos de seguir haciendo el avestruz mientras el país se encamina al precipicio, se debe poner ya en marcha medidas tales como las destinadas a poner coto al despilfarro autonómico, estatal y municipal, reformar las pensiones, privatizar las cajas de ahorro y liberalizar el mercado laboral y el energético. Todo con la máxima urgencia.

Desgraciadamente, sin embargo, para Zapatero perder el tiempo es ganarlo, por lo que tampoco nos ha de extrañar que, con los brazos cruzados pero aferrándose al poder, prosiga nuestra marcha hacia la ruina.


Libertad Digital - Editorial

Tres crisis en una

Si el PSOE no fuerza un debate sobre su liderazgo, no solo estará perjudicando sus expectativas electorales, sino agravando los problemas de todos.

NUNCA hasta ahora los muchos y graves errores políticos de Rodríguez Zapatero han justificado tanto un urgente adelanto electoral. Desde la frívola negación inicial de la crisis hasta la incapacidad actual para acelerar las reformas que le han impuesto otros países, Zapatero no ha podido gestionar los intereses de España de modo más demoledor. El Ejecutivo es incapaz de transmitir con un mínimo de credibilidad la certidumbre necesaria para aliviar la tensión de los mercados. La solvencia de España vuelve a quedar en evidencia después de que la prima de riesgo superase ayer los 300 puntos y alentara más temores de un inminente contagio del virus griego. El riesgo de una intervención drástica de nuestra economía continúa sin ser conjurado, y si algo transmite el Gobierno en medio de tan preocupante inestabilidad es impotencia. España está inmersa en la tormenta perfecta por la confluencia de tres crisis en una: la económica; la política, derivada de un Gobierno sin crédito; y la personal, basada en el inagotable desprestigio de Zapatero.

En Cataluña, las pésimas previsiones iniciales del PSC se han visto corregidas y aumentadas. El varapalo sufrido por un socialismo catalán caótico y sin liderazgo ha impactado en el PSOE con una capacidad destructiva incalculable, y el temor a que la metástasis del fiasco se extienda por el resto de España se ha convertido en una seria preocupación. En el PSOE, se agranda la sombra de Zapatero como un político amortizado y sin margen para su recuperación. Los socialistas deben asumir que, llegados a este punto de deterioro, el mal menor para la «marca PSOE» —pero sobre todo para España— sería un adelanto electoral, porque fingir que la crisis económica no acarrea una profunda crisis política es una excusa para negar la evidencia. Si el PSOE no fuerza un debate imprescindible sobre su liderazgo, no solo estará perjudicando sus expectativas electorales en 2012, sino agravando los problemas de todos. La España de los cuatro millones de parados, incapaz de crecer y dominada por los números rojos y la amenaza implacable de los mercados, no está en condiciones de perder un año más alargando artificialmente una legislatura sin rumbo. El PSOE se engaña: en efecto, saber si el PP sacará a España de la crisis es hoy una incógnita. En cambio, asumir que Zapatero ya no lo hará es —para la Comisión Europea, el Banco Central Europeo, el FMI, la OCDE, las agencias de calificación...— una dramática certeza.

ABC - Editorial