jueves, 23 de diciembre de 2010

Comunicado trampa. Por Edurne Uriarte

La expectativa de un comunicado del final de ETA se ha instalado en contra de toda evidencia de la banda terrorista.

Se ha llegado en las últimas semanas a la proeza de fabricar un comunicado trampa antes siquiera de tener otra tregua trampa. Y me refiero a la expectativa de un comunicado de final de ETA que se ha instalado en los círculos supuestamente informados en contra de toda la evidencia proveniente de la banda terrorista. Evidencia que es la de siempre, la de la presión para la negociación, últimamente llamada «proceso» en el lenguaje etarra y que es la que dominará el comunicado que salga en las próximas horas o en los próximos días.

Negociación desde la creciente debilidad, pero negociación. Exigencia que ETA no va a abandonar, no solo por el eterno colchón del que le provee el nacionalismo para arrepentirse y ser perdonado cuando le parezca oportuno, sino por los signos de debilidad que le llegan desde el Gobierno y desde diversos círculos sociales. Con la invitación del pase usted de asesino a demócrata que seremos generosos con los detalles de la transición y que ETA convierte en una transición a su medida. Que incluye reivindicación de sus crímenes, vista gorda para los criminales, continuación de los mismos objetivos desde las instituciones y el mantenimiento de la estructura básica del terror para la vigilancia del proceso.

Que de todo eso, diáfano en todos los mensajes de la banda, salga la expectativa de un comunicado de final de ETA, se explica por las esperanzas alimentadas por el Gobierno en los últimos meses. Explícitamente, a través de Egiguren o de las noticias desde las cárceles, Otegi, especialmente, y sinuosamente, a través de mensajes en círculos más restringidos. Sumido en la debilidad y el descrédito como está, el Gobierno necesita imperiosamente el comunicado del final de ETA que le permita salvar al menos una página de esta legislatura. Y aunque no exista, lo imagina, lo sueña, y, cuando se descuida, hasta lo verbaliza.


ABC - Opinión

El agravio de las pensiones. Por Martín Ferrand

Por primera vez los ciudadanos se irritan por una cuestión de principios. ¿Estaremos reaccionando?

SUPONGO que no hay un solo español sensato, sean cuales fueren su posición política y su situación laboral, que no asuma, al menos en la intimidad —como José María Aznar hablaba en catalán—, la urgente necesidad de abordar una reforma profunda del actual sistema de pensiones. Aún así el asunto se presenta como especialmente conflictivo y cabe pensar que inauguraremos el 2011 con algaradas defensoras del insostenible sistema en vigor. Es así porque la Historia acredita que el español utiliza un sistema lógico para el análisis y el raciocinio y otro muy diferente, antagónico, para establecer los cauces de su conducta. Es algo que puede parecer diabólico a un espectador sobrevenido, pero forma parte de la sorda demanda de justicia distributiva y repulsa de los agravios comparativos que anidan en el corazoncito de los ciudadanos comunes.

Consciente de ese estado anímico, el Gobierno del que sigue siendo titular José Luis Rodríguez Zapatero, más lánguido cada día, trata de aplazar el tiempo de las reformas, lo que es temerario, y de producirlas de poco en poco, como los fascículos con los que nos vendieron las enciclopedias o, mejor, tal que los folletines que ilustraban a la mesocracia española antes de que la basura televisiva con patente italiana tratase de secarnos el cerebro con sus abyectos programas en los que la insidia alterna con el mal gusto y el despropósito con la impostura.

Posiblemente el escenario para el debate sobre las pensiones —de paro, jubilación o cualquier otra naturaleza— deberá ser el Pacto de Toledo; pero la degradación que establece la talla mínima de los representantes de los partidos en esa comisión parlamentaria —¡Isabel López i Chamosa es la portavoz del PSOE!— invita a otros marcos y consideraciones. Tampoco importa mucho. La clave de la solución del problema reside en una previa rebaja de la privilegiada situación de los senadores, diputados y altos cargos de la Administración en todo lo que afecta a sus derechos pasivos. Sin ella como pórtico de una reforma sustancial, con sus correspondientes drásticas rebajas, no hay nada que hacer. Ya se advierte la temible ira del español sentado en todo cuanto afecta al caso. El ejercicio de desfachatez de nuestros representantes, que se han apresurado a mejorar su situación en perjuicio y agravio de la nuestra, no es de recibo y puede llegar, con o sin protagonismo sindical, a una movilización colectiva de imprevisibles consecuencias. Por primera vez en mucho tiempo los ciudadanos se irritan por una cuestión de principios previa a la inevitable reducción de derechos adquiridos. ¿Estaremos reaccionando?


ABC - Opinión

Vuelven los almorávides

Nuestra legislación, normas administrativas y hábitos sociales ni pueden ni deben amilanarse ante abusos y majaderías. O dicho de otro modo: ¿por qué se admitió a trámite una denuncia tan surrealista?

La señora mamá del niño contestón y moro de La Línea de la Concepción se llama Jadiya Mrabet y no es que pretendamos encontrar una premonición en el nombre de esta mujer, pero Jadiya fue la primera esposa de Mahoma (y tía) y Mrabet es la forma vulgar marroquí de murabit (almorávide, en español), es decir, los que pelean por el islam en las fronteras, bien fortificados en un ribat. Mas dejemos las filologías y las casualidades por simbólicas que sean y recordemos que las invasiones africanas de los siglos XI y XII (almorávides, almohades) amén de derribar a los corruptos y divididos régulos de las taifas andalusíes, trajeron oleadas de barbarie e integrismo –digamos, para entendernos– y estuvieron cerca de dar al traste con la Reconquista, lo cual hoy en día no podríamos ni lamentar, porque ni nos percataríamos de lo que habíamos perdido al no tenerlo jamás.

En nuestros días, las invasiones se llevan a cabo con métodos más sofisticados y menos espectaculares, aunque tampoco falten ni se excluyan a medio plazo los procedimientos tradicionales de ocupación y degollina, según las latitudes y las circunstancias. En nuestro caso, la inserción, aparentemente pacífica, de poblaciones extrañas (no sólo musulmanes) viene promovida y avalada por intereses económicos locales que no ven más allá de la ganancia inmediata, sin importarles una higa el conflicto que a largo plazo dejan a los países receptores. Fue el caso de la inicua trata de esclavos hacia América en otros tiempos y es también el de Europa –con formas suavizadas, desde luego– que llega a rizar el rizo de la pudibundez eufemística en el término alemán Gasterarbeiter (trabajador invitado). Pero, ojo, que aquí tenemos a Rodríguez y Caldera para bendecir y promover una inmigración de cualquier manera, que hace malvivir a los inmigrantes, de momento (aunque estén a años luz en bienestar respecto a sus países) y crea gravísimos choques para un futuro que ya tenemos aquí.

Hace tiempo que venimos anunciando, advirtiendo y –por desgracia– enumerando ya los incidentes en la relación cotidiana que, de modo inevitable, se iban a producir en cuanto creciera la población inmigrante islámica; como ya decíamos, no por alarde de profetas y estrelleros –esto lo ve cualquiera con alguna información y dotes normales de discernimiento– sino por evitar a nuestro país las tensiones que ya sufren otras naciones europeas. Seguramente, fueron muy suculentos los negocios (acá y allá) que trincaron políticos y empresarios catalanes importando cuatrocientos mil marroquíes, auspiciados por la Generalidad que, de paso, eludía admitir hispanoamericanos, su pánico. Pero eso, sin escapatoria, tiene un precio que se paga en deterioro de la convivencia y la estabilidad, como perfectamente saben los antropólogos sin regalías en lo políticamente correcto, por ejemplo Marvin Harris: toda comunidad –no sólo los musulmanes– endogámica y cerrada sobre sí misma tiende a constituir ghettos, aislándose de la población mayoritaria. Así, a la automarginación sigue la marginación, en un viciosísimo círculo salpimentado con incidentes de mayor o menor gravedad, incluidos lances tan ridículos como "La increíble y triste historia del jamón de La Línea de la Concepción".

Y no abundaré en los comentarios, casi todos acertados y que suscribo, de lectores de Libertad Digital o de otros analistas, en torno al nene, la mamá y los denostados perniles, pero algo hemos de ver con claridad: nuestra legislación, normas administrativas y hábitos sociales ni pueden ni deben amilanarse ante abusos y majaderías. O dicho de otro modo: ¿por qué se admitió a trámite una denuncia tan surrealista?


Libertad Digital - Opinión

Vuelven los almorávides. Por Serafín Fanjul

El barco de los piratas. Por Alex de la Iglesia

«Se necesita cambiar de modelo de mercado. La Red ha cambiado el mundo. Estoy hablando de una auténtica reconversión industrial»

ME llamo Alex de la Iglesia y hago películas. Eso me define. Es mi trabajo. Mis películas no son buenas ni malas, son películas. Además, presido una asociación, sin ánimo de lucro, que busca la promoción y el desarrollo de la cinematografía. No pertenezco a ningún partido ni a ninguna religión. Soy Nihilista Optimista, y me temo que esa tendencia no tiene adscripción política. Intento ser sensato, aunque no lo parezca, sobre todo si han visto mis películas. ¿Qué busco? Intento establecer acuerdos para mejorar las cosas. No cobro por ello. «Este tío es idiota»: es lo primero que tendrán ustedes en la cabeza, y lo comprendo, incluso lo comparto. Desde luego, hablo demasiado.

Otra cosa que me define es que trabajo con el ordenador. Como todos, vivo en internet, soy internauta. Tuiteo, tengo facebook, correo electrónico, y una conexión ADSL que se desconecta a menudo, y que pago religiosamente.

Todo esto lo comento para situarnos. Estos días me he encontrado envuelto en una discusión acerca de la piratería en internet. Parecía que había dos posturas, la de los creadores y la de los internautas. El asunto resultaba peliagudo, porque yo soy creador e internauta. Reflexioné (en la medida escasa de mis posibilidades), sobre el tema, y me encontré con una «falacia», como decía mi profesor de lógica medieval en la Universidad: el problema no está en el enfrentamiento de los intereses de unos y otros, está en los personajes que encauzan los intereses de ambos.


Al parecer hay una gente que cuelga en internet nuestro trabajo, y no lo hace de manera legal. Se llaman piratas. Bien. La gente se encuentra ese material y lo consume. ¿Es eso delito? No. Es lógico. Si es gratis, ¿qué quieren? Si la tienda está abierta, y huelo los pasteles, soy el primero en entrar. ¿Debemos perseguir al que lo hace? No, nadie lo ha pretendido, como, por el contrario, ocurre en otros países. El usuario no tiene la culpa: su ordenador funciona, sin más.
¿La cultura debe ser un bien de acceso universal no retribuido? ¿Somos partidarios del «todo gratis»? Creo que no, y ahora más que nunca. En el caso del cine, opino que nuestro deber es trabajar por su rentabilidad e independencia, y afianzar su aspecto industrial. La piratería no es precisamente una ayuda.

Desde mi punto de vista, esta situación de vulnerabilidad pone en peligro todo el sector audiovisual, que mueve el 4,2 por ciento del producto interior bruto y da empleo a 700.000 personas, con un mercado potencial de 500 millones de consumidores. Me parece razonable, necesario y urgente buscar una solución, y no pasa por culpabilizar al consumidor buscando un enfrentamiento ficticio entre creadores e internautas, sino al que se beneficia de un sistema jurídico ineficaz.

Precisamente, ¿no hay ya una ley que contempla estos casos? Todos sabemos que robar es delito. El problema es que la ley que existe para regular el asunto es predigital, por no decir prehistórica. No es preciso ser un ingeniero de telecomunicaciones para comprobarlo, solo hay que entretenerse cinco minutos en Google y una parte considerable del mercado cultural se encuentra a tu disposición. Libros, discos, películas. ¿Qué hacer?

En nuestro caso, la vida comercial de una película se desarrolla en las primeras semanas de exhibición en salas. La única manera de salvar su vida en los cines es actuar rápido, y siempre con autorización judicial. Para eso se precisa que el perjudicado demande esa actuación, y una vez comprobado que la demanda es legítima, y que existe intención de lucro, enviarla al juez, que decidiría, en menos de cuatro días, según el artículo 20 de la Constitución, si esa medida debe ser ejecutada o no.

Sin la decisión del juez no se prohibiría nada. ¿La propuesta es descabellada? Parece que sí. ¿O no? Posiblemente no se haya explicado con claridad, o no se haya defendido con la suficiente vehemencia. O quizá haya personas que consideren que este procedimiento coarta las libertades, están en su derecho. La conclusión es que no se ha hecho nada. Vivo en un país en el que la excelencia coincide, la mayor parte de las veces, con la no-acción. El virtuoso es el que no actúa, y por tanto, nunca se equivoca.
Lo alarmante es que esta situación puede resultar letal para todos, porque, de alguna manera, el permitir que ocurra algo ilegal termina legitimándolo. Sin ánimo de ofender a los responsables políticos, pienso que permitir acciones ilegales no es una actitud propia de un Estado de Derecho. Busquemos un acuerdo, una manera de satisfacer a todas las partes implicadas. Encontremos nexos de unión.

En este conflicto tenemos a los creadores, a los internautas y, en medio, el mar de ADSL. En ese mar gobiernan los piratas. Las descargas ilegales suponen una parte significativa del flujo de información en la Red, que manejan y cobran las grandes compañias telefónicas, orgullosas de no ver ponerse el sol en su imperio. Si yo vendo algo en mi tienda que no me pertenece, ¿no debería, al menos, intentar evitarlo? Estoy absolutamente convencido de que así lo han hecho, os lo aseguro, pero desgraciadamente, con la misma eficacia que cuando llamo desesperado para que me arreglen mi banda ancha, o cuando intento que me cambien el móvil. Sé que es difícil, y la tarea se me antoja inabarcable, titánica. Sin embargo, hay algo que me resulta tremendamente sencillo de entender: cuando yo no hago nada por mejorar algo es porque me encuentro cómodo. Me encantaría comprobar que esta situación es incómoda para alguien más que para los perjudicados, y que los implicados hacen lo posible por remediarlo.

Somos el segundo país con más piratería del mundo. Quizá sería bueno cambiar esta situación, o al menos intentarlo. Todos queremos que internet sea libre, pero esa libertad no puede construirse sobre algo deshonesto.
Para esto se necesita llegar a acuerdos. He estrenado una película en la que la ira y la intransigencia imposibilitan el amor. Podría resumirse así. En este país nos definimos no por lo que somos, sino por lo que no somos. Es más real estar en contra que a favor.

Busquemos la solución cediendo cada parte, y construyendo entre todos una nueva manera de ver y disfrutar el cine. Se necesita cambiar de modelo de mercado. La Red ha transformado radicalmente la manera de entender el mundo. Estoy hablando de una auténtica reconversión industrial. Necesitamos reaccionar rápido, y no hay tiempo para dar marcha atrás. Intentemos ver lo positivo en las propuestas y corregir los errores. Me da lástima la gente que se planta delante de una obra, apoyada en la valla amarilla, y critica la manera en que se ponen los ladrillos. No somos así. No quiero creer que seamos así.


ABC - Opinión

No sólo espíritu navideño


El último cara a cara parlamentario del año entre Zapatero y Rajoy sorprendió por su tono y sus mensajes. Imbuidos de un «espíritu navideño», se aparcaron diferencias y se mostró la voluntad de alcanzar posiciones comunes en materia económica para defender juntos «los intereses de España» ante la Unión Europea, y conseguir así un mejor «marco financiero plurianual». El líder de la oposición tendió la mano al presidente del Gobierno en una intervención constructiva y razonable que eludió en todo momento la crítica severa, a pesar de contar con sobrados motivos para ello. La voluntad de acuerdo de Mariano Rajoy ha sido una constante en su trayectoria como jefe de filas del PP, aunque el líder socialista haya entendido habitualmente el compromiso y la transacción con el adversario como la imposición de sus tesis y el veto a las populares. El talante exhibido ayer en el debate monográfico sobre el Consejo Europeo celebrado la pasada semana debe ser bienvenido, porque hemos defendido con insistencia la necesidad del entendimiento entre los dos principales partidos en políticas de Estado, algo que, desgraciadamente, ha sido una excepción hasta la fecha por la resistencia y las maniobras del Gobierno. Resulta, sin embargo, poco probable que el «espíritu navideño» de este Pleno perdure; parece más bien transitorio y limitado en principio a las estrategias comunitarias, con ser éstas de gran trascendencia. El horizonte a corto y medio plazo para el país demanda otro tipo de respuestas y actitudes a las mantenidas hasta ahora, especialmente por el Gobierno y el PSOE. El propio Zapatero anunció ayer en el Congreso que España necesitará cinco años para corregir los desequilibrios estructurales de su economía y que ese lustro será decisivo para la prosperidad de los españoles. Se nos anuncia una larga etapa de sangre, sudor y lágrimas, algo que, por otra parte, había sido reconocido y anunciado ya por las principales instituciones nacionales e internacionales. Este intenso baño de realidad, en el que el presidente está inmerso desde que Europa tomó cartas en la política económica española, resulta en sí mismo un avance, pero será necesario articular compromisos mucho más ambiciosos que, de momento, no se atisban. Con el horizonte electoral todavía lejano, y un Gobierno sobrepasado y errabundo, al principal partido de la oposición le corresponde dar los pasos al frente que sean necesarios para sumar esfuerzos y favorecer grandes acuerdos que parecen imprescindibles para recuperar cierta confianza internacional en España y sostener los sacrificios que parecen ineludibles. El PP, desde la oposición por el momento, debe asumir su responsabilidad en un nuevo liderazgo político, que no puede pasar por un Gobierno desprestigiado y sin capacidad ni solvencia para asumir en solitario la colosal tarea que se nos viene encima. Gobierne quien gobierne, toca arrimar el hombro conscientes de que se afronta un desafío nacional y que la alternativa a no emprender esa especie de catarsis política, económica y social será un colapso de impredecibles consecuencias. Que cada cual, por tanto, asuma su deber.

La Razón - Editorial

Zapatero, sí o no

El presidente del Gobierno no puede jugar a las adivinanzas en el decisivo reto de su relevo.

Convertir en adivinanza un eventual relevo a la cabeza de una de las principales fuerzas políticas del país, o del Gobierno, constituye una incomprensible ligereza. Mucho más cuando quien lo hace es el inquilino de La Moncloa y secretario general del partido que encarna la opción mayoritaria en la izquierda española. Tras la última remodelación del Gabinete, Zapatero se ha empleado en propagar unos rumores que, por otra parte, aseguraba querer desmentir. Porque los rumores inevitablemente se propagan cuando un jefe del Ejecutivo acosado por la crisis económica y castigado por las encuestas responde con ambigüedad, más frívola que calculada, a las preguntas sobre su continuidad, según ha venido haciendo hasta ahora Zapatero.

Como presidente y como secretario general de los socialistas, Zapatero está en su derecho de dejar paso a otros líderes de su partido si lo cree conveniente. Pero no de llevar a cabo su decisión como si fuera parte de un juego privado, no de una decisión trascendental que afecta a las instituciones, a la credibilidad del país ante las incertidumbres de la crisis y, también, a los millones de ciudadanos que le dieron su voto. Su particular forma de Gobierno durante los años de bonanza no puede dejar paso a un desprecio de formas elementales en un sistema parlamentario cuando el clima se le ha vuelto adverso. Ni su entorno familiar ni su secreto confidente en el partido socialista están ni más ni menos preparados que la opinión pública para conocer su decisión de continuar o retirarse. Los ciudadanos no son niños a los que hay que entretener con señuelos y trampantojos, sino titulares de una soberanía política cuya representación han depositado en él.

Si Zapatero ha decidido retirarse, hace tiempo que debería haber trazado la estrategia de un relevo que no sería sencillo. La impresión que transmite pretendiendo rodear de gratuito misterio sus palabras es que no dispone aún de esa estrategia. A efectos de la lucha contra la crisis económica, y de las propias expectativas electorales del partido socialista, la apertura de un proceso de primarias en las que Zapatero conservara la secretaría general, pero renunciara a ser cabeza de cartel en las próximas elecciones, resultaría una operación suicida. Tampoco minimizaría los previsibles costes políticos el hecho de que cediera la jefatura del Ejecutivo a otro líder que debería someterse a una incierta investidura parlamentaria. Y la celebración de un congreso extraordinario detraería una atención imprescindible a la tarea de Gobierno.

El callejón sin salida en el que podría estar adentrándose Zapatero se haría manifiesto si, como vaticinan las encuestas, el partido socialista sufriera un importante revés en las próximas elecciones municipales y autonómicas. En ese supuesto, lo que estaría en juego no sería la continuidad de Zapatero o de su Gobierno, o de ambos a la vez, sino el futuro de la opción política que encarna el partido socialista en España. La gravedad de la encrucijada no permite jugar a las adivinanzas.


El País - Editorial

El final que merece ETA

El fin de ETA ha de ser victorioso para la democracia. Sería un sarcasmo sangriento que los genocidas de ETA tuvieran un final tranquilo.

UNA vez más, ETA ha conseguido crear expectación en torno a un comunicado que se daría a conocer de forma inmediata y con el que anunciaría un alto el fuego permanente y verificable. A renglón seguido habrá que preguntarse de qué servirá que ETA anuncie su enésima tregua, cuando es conocido su criterio de que las treguas están al servicio de su estrategia terrorista y de que, por esto mismo, las utiliza para confundir a los demócratas, recuperar fuerzas en etapas de recesión terrorista y hacer hueco a sus sicarios de Batasuna para participar en las siguientes elecciones. De hecho, los terroristas han vuelto a robar en Francia materiales para falsificar documentos y se sospecha que han podido hacerse también con un vehículo. Es una repetición de la farsa de 2005-2007, durante la cual ETA lanzó el señuelo de la tregua y aprovechó para recomponer sus maltrechas filas.

Y aunque fuera cierto que ETA se encuentra en estado terminal, ahora más que nunca hay que tener aprendida la lección de que bajo ningún concepto ETA puede administrar su extinción para procurarse los beneficios que no ha obtenido mientras ha estado asesinando, de que su desaparición ha de ser el resultado de una derrota en toda regla, policial y judicial, y de que su paso a la historia debe estar escrito como el de una pura y simple organización criminal. Por eso, también el final de ETA debe conllevar el de su deslegitimación histórica y social, no con el recuerdo de «activistas» de buena fe que confundieron el romanticismo con la violencia. Simples asesinos, y nada más. Y esta es la responsabilidad del Gobierno vasco presidido por Patxi López, quien sólo va a tener una oportunidad para echar el candado a un tiempo de oprobio nacionalista. Es la oportunidad que debe aprovechar con el apoyo del PP.

El fin de ETA ha de ser victorioso para las víctimas y para la democracia, sin cambiar de estrategia para lograr un magro anticipo de unas semanas o unos meses. Y si la lógica de la ética, del Estado de Derecho, de la justicia, obliga a esperar más, siempre será mejor que dar a los terroristas la última baza, o permitirles el consuelo de decir que acabaron cuando quisieron. Embarcada nuestra Justicia en perseguir los genocidios cometidos en los cuatro puntos cardinales del planeta, sería un sarcasmo sangriento que los genocidas de ETA tuvieran un final tranquilo.


ABC - Editorial