viernes, 31 de diciembre de 2010

Blázquez y ETA. Incuria episcopal. Por Salvador Ulayar

Ya estamos con la misma mandanga buenista que única y exclusivamente beneficia a los asesinos. No veo a Blázquez diciendo lo mismo de atracadores, pederastas, estafadores.

Monseñor Blázquez afirmó recientemente estar convencido de que la sociedad vasca y la sociedad española serán generosas con los terroristas etarras si "abandonan las armas".

Bien, con matices y lo que usted quiera, pero ya estamos con la misma mandanga buenista que única y exclusivamente beneficia a los asesinos. No le veo diciendo lo mismo de atracadores, pederastas, estafadores, etc. matizando, por ejemplo, que no es el mismo delito el de quien fuerza materialmente a la mujer violada y el del mamporrero que la sujeta. Es que a parecido punto llegaba monseñor Blázquez con los terroristas: "la justicia debe hacerse" pero "no es lo mismo uno que haya asesinado, que otro que haya informado", categorizando con verbo de entomólogo a los distintos miembros de la banda asesina. Podría interpretarse que la justicia debe hacerse según y cómo: justicia ad hoc, atroz injusticia. La justicia es o no es.

"Oye -dice el informante al terrorista ejecutor-, que entre las 19:00 y las 20:00 el objetivo suele llegar por su casa. Al entrar, o si se te despista la entrada cuando salga, sales de entre los árboles, te acercas y le pegas cinco tiros. Si le acompaña alguien, qué sé yo, su hijo pequeño... no te dará problemas y no tendrás que meterle. Tampoco la que ya será la viuda ni su hija, que saldrán en ese momento a llorar junto al cadáver del padre tirado sobre el charco de su sangre de españolazo fascista. Bueno, para ese momento tú ya habrás salido zumbando con el coche que habréis robado previamente." Y digo yo, ¿no será que hay que dejar al juez estas cosas y olvidarnos de especular públicamente?


¿De verdad tiene necesidad el Vicepresidente de la Conferencia Episcopal Española de hablar de estas manidas repugnancias que no hacen otra cosa que colaborar con la campaña de imagen de los asesinos? ¿Tienen esos tipos de Batasuna/ETA un plus que los eleve por encima del resto de delincuentes? Imagino que no les reconoce ese plus, pero con sus declaraciones hincha el perro de manera lamentable. Mire, me gustaría escucharle decir que una vez derrotados y en la cárcel, serán como el resto de hijos de Dios presos por delitos tan graves. Ni más ni menos. Punto.

Monseñor Blázquez también se ocupa de recordar que su Obispado de Bilbao "fue de las primeras [instituciones] que exigió -¡gran arrojo!- la desaparición de ETA". ¿Hasta entonces no? ¿Hasta entonces no hubo institución que lo exigiera...? Hombre, por Dios. Y al tiempo tendría que reconocer que la Iglesia en el País Vasco tiene a sus espaldas lamentables y frecuentes episodios de cobardía y equidistancia (cuando no peor) en este asunto. Conocemos el percal. Justo es reconocer que algunos sí han dado la cara, pagando por ello alto precio en no pocos casos. Pero no ha sido la tónica general de los presbíteros de las diócesis del País Vasco precisamente. Los responsables de la Iglesia, pecadora como yo lo soy, deben mostrar sus luces, sin duda, pero sin dejar de abjurar de sus sombras.

Resumiendo: la ETA está en las últimas y no tienen justificación sus barbaridades. En consecuencia, en lugar de dejar que se termine su negra historia aplicando sin más ley y policía, monseñor Blázquez acompaña con sus declaraciones esta campaña de brazos tonta e incívicamente abiertos en la que nos ha instalado Zapatero desde 2004 con su buenismo corrosivo de la democracia. ¿En qué quedamos?


Libertad Digital - Opinión

Y nosotros, despreciándolo. Por José María Carrascal

Los españoles estamos locos al olvidarnos de uno de los escasísimos instrumentos universales que tenemos.

IBA a hablarles del recibo de la luz, pero lo dejo para el domingo, pues al abrir el New York Times esta mañana me encuentro con un artículo de Nicholas D. Kristof con el título, en nuestro idioma, de «Primero hay que aprender español», que también nos concierne, aunque para ello tenga que compartir con el columnista del NYTbuena parte de lo que ABC me pague por está mía, ya que voy a fusilar la suya excepto en el principio y final.

«Aunque soy un fervoroso partidario de que los niños norteamericanos aprendan chino —escribe Kristof, que habla ese idioma, como su esposa—, la lengua que va a ser necesaria para nosotros y tendrá más aplicaciones diarias será el español. Todo niño norteamericano debe aprender español ya desde la escuela elemental. El español tal vez no tenga tanto prestigio como el chino mandarín, pero está presente en la vida cotidiana de los Estados Unidos y lo estará cada vez más. Los hispanos representan hoy el 16 por ciento de nuestra población y se calcula que en el 2050 serán el 29 por ciento. Por otra parte, la integración económica de los Estados Unidos con Latinoamérica hace su idioma crucial en nuestra vida, como el hecho de que cada vez haya más norteamericanos que pasan allí sus vacaciones o se retiran en aquellos países debido a los menores costes. A mayor abundamiento, el español es bastante más fácil que el chino y quien lo sabe al terminar el bachillerato puede retenerlo por vida, mientras el mandarín exige por lo menos cuatro veces de más tiempo. El chino es una carrera. El español, un instrumento para la vida diaria, no importa la carrera que se elija, sea la de mecánico o la de presidente», termina Kristof, cuyas palabras quedaron rubricadas por el concierto de la filarmónica de Los Ángeles, dirigida por el venezolano Gustavo Dudamel, retransmitido anoche a todo el país por la única cadena semiestatal PBS, con un programa que iba desde Rossini a Agustín Lara y otros autores hispanos. El tenor peruano Juan Diego Flórez fue un digno acompañante de una noche que, sin la menor exageración, puede calificarse de triunfal.

¿Qué diría el periodista norteamericano si supiera que las autoridades catalanas están dispuestas, con el apoyo de los socialistas, a que sus niños aprendan la menor cantidad posible de español en la escuela y que en el resto de España es una de las disciplinas más olvidadas por una razón u otra? Imagino que diría que los españoles estamos locos, por no decir que somos tontos, al olvidarnos de uno de los escasísimos instrumentos universales que tenemos. Yo voy más allá: diría que no me extraña lo más mínimo lo que hemos retrocedido en todos los terrenos, los problemas económicos que tenemos y los gobernantes que elegimos.


ABC - Opinión

Zapatero y Rajoy. El año de la pulga. Por Emilio Campmany

Vivimos gobernados por políticos que no respetan las leyes, revestidos de privilegios económicos y legales, que no tienen empacho en tratarnos con el desprecio que no merecen ni los esclavos.

Zapatero y Rajoy han comparecido ante los medios casi simultáneamente para comunicar urbi et orbi cómo afrontan 2011. Éste será en China el año del conejo. Aquí en España podría ser el año del perro, naturalmente, del perro flaco, al que todo serán pulgas. Pero ya que todo serán pulgas, ¿por qué no inaugurar directamente el año de la pulga? De momento, el presidente del Gobierno y el líder de la oposición ya se han vestido de tales. Jesús, qué sarta de vaguedades, generalidades, obviedades y sinsustancias. Nos han endilgado dos clases magistrales de hablar y no decir nada, dos conferencias vacías. La imagen que sugieren nuestros dos líderes, el que está al cargo y el que aspira a sustituirle, es la del campo yermo, la del páramo en el que apenas son visibles ellos como dos pulgas escandalosamente irrelevantes.

Y cuando han dicho algo inteligible lo han hecho para engañar. Zapatero ha dicho que su Gobierno ha sido el de las políticas sociales, siendo como es el suyo el que está demoliendo a base de despilfarro el Estado de bienestar. Y Rajoy, que apoyará al Gobierno en lo que convenga a España, cuando lo que ha hecho hasta ahora es votar las medidas populistas y despilfarradoras que adoptó Zapatero en los comienzos de la crisis y se le ha opuesto siempre a partir del momento en que empezó a tomar unas pocas de las muchas necesarias que nos van imponiendo desde fuera.


Es verdad que de Zapatero nada bueno podemos esperar ya. Y también lo es que cabe la posibilidad de que Rajoy, aunque ahora no lo parezca, sea un gobernante serio y haga todo lo que hay que hacer para superar las crisis económica y política que nos atenaza. Pero el que sea posible no lo hace probable.

Aznar no pudo con los sindicatos y tuvo que envainarse una tibia reforma laboral por no enfrentarse a ellos. ¿Creen que será Rajoy quien se atreva a hacerlo? Aznar no tuvo valor para meter en cintura a las comunidades autónomas díscolas. ¿Lo hará Rajoy ahora que algunos de sus Gobiernos, especialmente el de Cataluña, se colocan abiertamente al margen de la ley y la Constitución? Aznar no quiso acometer la reforma política más urgente que necesita España, más aun que la de la reforma de la organización territorial, que es la de la justicia para que ésta sea de una vez por todas un poder independiente. ¿Está Rajoy en la idea de acometerla y renunciar a influir en los jueces?

Vivimos gobernados por políticos que no respetan las leyes, revestidos de privilegios económicos y legales, que no tienen empacho en tratarnos con el desprecio que no merecen ni los esclavos, que reparten el dinero que nos esquilman con los impuestos entre sus amigos, parientes y compañeros de militancia en forma de subvenciones y empleos públicos. Y no rechistamos. A lo más que aspiramos es a ser uno de ellos y, si eso no fuera posible, a entrar en el afortunado club de los perceptores de alguna subvención.

Es triste reconocerlo, pero probablemente tengamos lo que nos merecemos, dos irrelevantes pulgas entre las que elegir. Mientras España se desangra por un oscuro sumidero, nuestros dos líderes no paran de largarnos banalidades. Y lo peor no es eso, lo peor es que los demás nos quedamos embobados escuchándolas. País.


Libertad Digital - Opinión

Pepiño. Por Hermann Tertsch

Ahora, quien todo lo ha ladrado quiere trato exquisito. Mientras no se disculpe Pepiño, Pepiño será por siempre Pepiño.

A Pepiño le molesta que le llamen Pepiño. Nos lo ha dejado muy claro. El excelentísimo señor ministro de Fomento considera ofensivo y ultrajante que alguien se refiera a él con ese cariñoso apelativo que en su tierra natal se utiliza para apelar a los José. Y tiene con ello un problema porque desde luego en Madrid todo el mundo le llama Pepiño. Tanto le molesta que le llamen así que hasta la organización del Partido Socialista ha creído necesario tomar cartas en el asunto. Y doña Elena Valenciano, solemne, ha anunciado que no tolerará que se llame Pepiño a Pepiño. Ya nos contará Elena —doña Elena es otra— cómo piensa impedirlo. Esa manía de decir que no tolerarán lo que no pueden impedir —a no ser que después del estado de alarma proclamen el estado de sitio— está muy arraigada entre los socialistas. En fin, que todos nos insisten en que a Pepiño hay que llamarlo don José, se supone. No sé si —gracias a las muy avanzadas mamarrachadas del nacionalismo gallego, siempre tan angustiado por imitar toda sandez de los nacionalismos vasco y catalán— existe ya una versión en gallego batúa de la canción de «los payasos de la tele» que rece algo así como «Ola, don Pepiño, ola don José». En todo caso, los dos hombres tan cabales y educados de la canción utilizaban el Pepito con la misma cortesía que el don José. Por desgracia para el ministro, en Madrid, don José así a secas sigue siendo don José Ortega y Gasset. Y es improbable que vaya a ser precisamente él llamado a sustituirle.

Lo cierto es que desde que llegó a Madrid, Pepiño ha hecho grandes avances en aspecto, urbanidad e ilustración. Probablemente sea el dirigente socialista que más y mejor ha utilizado el tiempo para pulirse. A él no le pasa como a ese personaje insólito que es la socialista Isabel López Chamosa, a la que casi no se le conoce una frase sin faltas de ortografía. Su continua agresión al idioma lo ha despachado como parte de su identidad proletaria, que asume a mucha honra. Así, la responsable socialista de lidiar con nuestras pensiones insulta a todos los obreros que saben leer y escribir. Y deja claro que las reglas ortográficas son un corsé burgués más que hay que despreciar. Esto no le pasa a Pepiño. Su origen será humilde, pero no le gusta que se le note tanto como a López Chamosa. Por eso hoy es el ministro mejor vestido, con unos trajes, tanto en corte como paño, dignos de un buen conde o un banquero de los de antes. Cierto, la dicción es más difícil de cambiar que el traje. Lo sabía Jorge VI. (Vayan a ver la maravillosa película de «El discurso del rey»). Pepiño se morirá diciendo «conceto» y «ojeto» y «trayeto», pero lo cierto es que pone las palabras en el lugar «correto». Ha aprendido mucho desde sus años de chico para todo en su agrupación socialista. Entonces le llamaban «Blanquito». Que no se queje, que con el «Pepiño» sale ganando. Después de lo dicho alguien puede sentirse tentado a cierta ternura hacia el personaje. Se puede evitar. Es fácil. Recuerden todos los insultos, las insidias y vilezas lanzadas por Pepiño durante años contra todo el que osara levantar la voz contra las tropelías del gobierno socialista. Ya en la oposición agitaba las campañas que tachaban de asesino a Aznar y a la mayoría parlamentaria. Fue el gran insultador hasta llegar a ministro. Ahora, quien todo lo ha ladrado quiere trato exquisito. Mientras no se disculpe Pepiño, Pepiño será por siempre Pepiño.

ABC - Opinión

‘Annus horribilis’ o por qué nadie le tira huevos a Zapatero. Por Antonio Casado

Hay cosas que, siendo sincero, me resultan inexplicables. No es que yo tenga un especial interés en que el presidente del Gobierno sea objeto de ninguna clase de acción violenta, Dios me libre. No se trata de eso, no entiendan mal las cosas, sino de que me resulta sorprendente que con la que está cayendo, que con lo que de dramático tiene la situación que atraviesa el país y, sobre todo, la que atraviesan cientos de miles de familias españolas, no se haya producido ninguna clase de reacción social, que no haya habido concentraciones en la puerta de Moncloa, o de Ferraz, de ciudadanos cabreados con un Ejecutivo que nos ha llevado a las peores cotas de empobrecimiento de nuestra historia reciente y que, sobre todo, nos ha hecho perder muchos años. Lo que estamos viviendo es extraordinariamente grave, y a veces tengo la sensación de que la gente lo asume con demasiada resignación, como si formara parte de nuestro karma y no hubiera nada que hacer para evitarlo. Pero esa no es nuestra cultura, nunca lo ha sido, y probablemente esa sea la peor de todas las consecuencias de estos años de complacencia y adormecimiento de la sociedad: hemos perdido por completo nuestra capacidad de reacción y con ella la iniciativa y esa voluntad emprendedora que nos caracterizaba como nación.
«De crisis anteriores hemos conseguido salir gracias a nuestra capacidad de reacción. Hemos sabido ser emprendedores, crear riqueza y poner ilusión en las cosas que nos rodean, en beneficio propio y de la toda la sociedad. En esta ocasión, es como si nos hubiéramos rendido, resignado a un destino aciago sin escapatoria.»
Estaba tentado de hacer el típico resumen de cómo estaba este país hace un año, que ya estaba bastante mal, por cierto, y cómo nos lo encontramos doce meses después. Este ha sido, sin duda, el peor año de nuestra vida, el más dramático, pero el que viene no promete ser mejor, sino más bien todo lo contrario. Pero dicho eso, permítanme que me detenga en una reflexión sobre lo que realmente me preocupa, que es cómo hemos caído en una especie de maldición que nos ha llevado a un desánimo colectivo que, probablemente, sea lo que en los próximos años nos impida salir de esta crisis como hubiéramos salido en otras circunstancias. Lo peor de todo lo que nos ha pasado, nos está pasando y nos va a pasar es que las generaciones futuras, nuestros hijos, además de ser más pobres que nosotros -cosa que nunca había ocurrido desde el final de la Guerra-, o se van fuera de este país o sus expectativas laborales y de mejora de su calidad de vida van a ser prácticamente nulas. Esta es, sin lugar a dudas, la herencia más diabólica y perniciosa que nos va a dejar Rodríguez Zapatero, y por la que deberíamos pedirle cuentas, ya no solo a él en las urnas, sino a todos los que han sido sus cómplices durante mucho tiempo. Este país, España, está sufriendo la crisis más agónica y profunda que hayamos imaginado nunca, porque es una crisis colectiva de desarme moral y hundimiento de nuestras expectativas en lo más profundo de nuestra propia existencia. Es como si todos hubiésemos caído, sin remisión, en una depresión aguda.

De crisis anteriores hemos conseguido salir gracias a nuestra capacidad de reacción. Hemos sabido ser emprendedores, crear riqueza y poner ilusión en las cosas que nos rodean, en beneficio propio y de la toda la sociedad. Esta vez, sin embargo, es como si nos hubiéramos rendido, resignado a un destino aciago sin escapatoria. Los jóvenes no esperan nada de sus mayores, si acaso aspiran a un triste puesto de trabajo algo por encima de esa mierda de salario mínimo que el jueves aprobó el Gobierno, o a sacar adelante una oposición a funcionario, y eso si en el futuro se convoca alguna. Los empresarios que se han visto obligados a cerrar sus empresas ya no tienen ninguna ilusión por volver a crear puertos de trabajo cuando la situación mejore, si es que lo hace algún día, y la probabilidad de que el país recupere aunque solo sea una parte del tejido industrial que ha perdido estos años es igual a cero. Las pocas empresas fuertes que se ven capaces de hacer negocio se han ido fuera, porque en España no hay posibilidad de obtener rentabilidad alguna y crear riqueza y empleo. Y los padres que queremos lo mejor para nuestros hijos sabemos que la única posibilidad de que puedan tener una vida mejor que la que se les ofrece en España es que se vayan fuera, y obviamente eso solo pueden hacerlo unos pocos.

Esta es la realidad, la tristísima y cierta realidad española, nos guste o no. Este es el balance, no ya de 2010, sino de casi siete años de Gobierno de Rodríguez Zapatero, y es tan profunda la apatía colectiva en la que nos ha sumido, que ni siquiera somos capaces de levantar la voz en forma de protesta. Pero, les seré sincero, deberíamos de hacerlo, porque es lo único que nos queda para recuperar aunque solo sea un poco de toda la dignidad que hemos perdido estos años como personas, como ciudadanos y como españoles.


El Confidencial - Opinión

Soluciones definitivas. Por M. Martín Ferrand

Terminamos un año difícil que es el prólogo de otro más difícil y, aún así, anda el Gobierno con filigranas embusteras.

TOMÁNDOLE prestada la ironía a Jules Renard, el antecedente francés de Ramón Gómez de la Serna, habría que apuntarle al Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero la conveniencia de que, alguna vez, diga la verdad. Así serían más verosímiles sus acostumbradas mentiras que suelen llevar, sobre la vergüenza de lo que no es cierto, el ridículo a que acostumbran sus portavoces. Terminamos un año difícil que, para nuestra desgracia, es el prólogo de otro más difícil y, aún así, anda el Gobierno con filigranas embusteras y, lo que es más grave y definitivo, sin atreverse a coger al toro por los cuernos y enfrentarse a los problemas sin más interés que el de solucionarlos. La obsesión electoral es la más grave y dañina de las corrupciones de un Gobierno.

Lo vemos claro en la última decisión impopular del zapaterismo activo, lo que se llama con mal nombre «el recibo de la luz». Lejos de encararse con el problema y de tratar de arreglarlo de un modo eficaz, lo que cabe esperar de un Gobierno, se andan con paños calientes, sin poner fin a una subvención al carbón nacional que no tiene más razón que el miedo a los sindicatos, sin zanjar las subvenciones innecesarias a la energía eólica y las, más que innecesarias, dolosas a la fotovoltaica. En suma, sin poner en el orden de la razón el desequilibrio en el que nos hemos instalado después de privatizar unas empresas sin liberalizar su marco y comercialización.


Puede decirse en descargo de Zapatero que el mal no es nuevo y que viene de lejos; pero, después de siete años de responsabilidad gubernamental, no es de recibo —aunque a él vaya a parar— que un ministro que ya desertó como jefe de la oposición en el Ayuntamiento de Madrid y que —viene al caso— me debe una bombilla nos esconda un problema fundamental detrás de un chascarrillo, el del precio de un café, propio de un monologuista de tercera, ínfimo en la creación, escaso en el escenario y sin más público que el de sus íntimos y allegados.

El gran propósito político para 2011, gane quien gane en mayo o pueda ganar en 2012, debiera ser ir cerrando problemas con soluciones definitivas y sólidas. En ello deben colaborar, en su justa medida, los partidos de la oposición porque no tiene sentido que, desde que Francisco Franco inaugurara su primer pantano, sigamos hablando de la electricidad, sus usos, diversas aplicaciones y posibilidades y trucos tarifarios con los que suministrarla a los consumidores. Un problema resuelto es un futuro garantizado, aunque clamen en la calle quienes no quieren pagar el verdadero precio de las cosas y los servicios: los adoradores de la subvención.


ABC - Opinión

Cercanía política. Jimmy, Tony y Pepiño. Por Cristina Losada

La popularidad de un político requiere construir la ficción de la cercanía, de manera que se le llegue a considerar como uno más, como ese tipo próximo y simpático con el que se pueden tomar, cualquier día, unas cañas en un bar.

Hasta ayer ignoraba, entre tantas otras cosas, que Pepiño tuviera un sentido despectivo. Cierto que hay una letrilla popular gallega, que fue versionada por Juan Pardo, en la que de forma algo burlona se canta: "Ay Pepiño, adiós, ay Pepiño adiós, ay Pepiño por Dios non te vayas, quédate con nos, quédate con nos, non te vayas afogar na praia, como nos pasóu a nos". Más allá de esa canción, sin embargo, no sabía de nada sospechoso. Pero oída la exigencia –"que sea la última vez"– de la portavoz socialista, Elena Valenciano, estoy dispuesta a admitir que el hipocorístico en cuestión resulta irreverente, al menos, en un caso: cuando se utiliza para nombrar al ministro de Fomento. La jerarquía es la jerarquía, por muy socialistas que seamos. Y aun habría que congratularse de esa novedosa demanda de respeto en el trato que ha salido de Ferraz, si allí se aplicaran el cuento.

Mucho me temo, no obstante, que la tendencia contemporánea camina en sentido contrario a llamarle don José a un ministro. Mire a su alrededor Valenciano y verá que, en las democracias de nuestro tiempo, hasta los presidentes y los jefes de Estado insisten en ser Jimmy, Tony, Bill y, por regresar al terruño, Felipe. En su día, bien que promovió el PSOE que se conociera a su líder por el nombre de pila y, en efecto, lo logró. Pone uno González y, sin contexto, nadie sabe de quién se escribe. Pone uno Felipe y se capta a la primera. Son guiños al votante. La popularidad de un político requiere construir la ficción de la cercanía, de manera que se le llegue a considerar como uno más, como ese tipo próximo y simpático con el que se pueden tomar, cualquier día, unas cañas en un bar. Justo lo contrario de lo que pretendía, pongamos, un Luis XIV.

Esa familiaridad de llamarle a un presidente del Gobierno Felipe, Jaimito o Toñito –por galleguizar a Blair– se corresponde con un fenómeno más irritante, dado que afecta a personas que no extraen beneficio alguno de "popularizarse". Me refiero a la práctica extinción del "usted". En España, desde luego. Bancos, empresas de telefonía, compañías aéreas, comercios, tratan a sus clientes, de modo sistemático, de "tú". Y, a lo mejor, llevan razón. Pues ha venido a percibirse que el tuteo rejuvenece y como nadie quiere ser viejo, ¡quia!, todo el mundo ha de agradecer ese simbólico lifting. Es el signo de un culto social a la juventud que tiene repercusiones políticas. Se ha vuelto improbable, si no impensable, la elección de un presidente curtido por la edad. Escribe el historiador Barzun que "el hombre vulgar de aire juvenil y algo confundido es la figura grata a una sociedad democrática". El PSOE se enrabieta por lo de Pepiño, pero cuando encontró al candidato adecuado a ese perfil, le puso ZP. ¿Será respetuoso?


Libertad Digital - Opinión

Los años no tienen la culpa. Por Ignacio Camacho

España tiene un severo problema de dirigencia, una crisis política superpuesta a la crisis económica.

«Vendrán más años malos
y nos harán más ciegos»

(Rafael S. Ferlosio)

CUANDO acabó de pasar 2009 con su aciago equipaje de desempleo y recesión, el veinte diez apareció como un resquicio de esperanza. Hoy contemplamos el año que rinde como una demostración empírica de las funestas leyes de Murphy: toda situación negativa es susceptible de deteriorarse más, sobre todo si se aplican con eficacia las medidas necesarias para que empeore. En ese sentido hemos hecho de forma concienzuda los deberes, de tal manera que para el próximo ejercicio cabe esperar fracasos accesorios y nuevas calamidades; el tránsito de 2010 nos ha vacunado contra el optimismo.

La crisis ha mutado como un virus con cepas nuevas que atacan las cada vez más débiles defensas del sistema. Al desplome inmobiliario, la zozobra financiera y el estancamiento económico ha seguido un desajuste fiscal y un grave apuro de deuda pública que han situado al Estado al borde de la quiebra. La frívola minusvaloración política del carácter estructural de la recesión ha desembocado en un colapso; simplemente el Gobierno no comprendió el alcance de la situación que tenía delante y ha quedado desbordado por la crudeza de los hechos. Ahora que acaso la haya entendido carece de autoridad y de liderazgo para afrontarla. La opinión pública permanece instalada en un clima de pesimismo y de desconfianza una vez que se ha dado cuenta de que, además de las dificultades estructurales, el país tiene un severo problema de dirigencia.


Los años no son por sí mismos felices ni funestos, afortunados ni lúgubres; son como nosotros hacemos que sean. Si el 2011 se presenta sombrío es porque a los aprietos socioeconómicos se superpone en España una penosa crisis política que complica sobremanera el hallazgo de salidas viables. El escenario institucional está agrietado por el sectarismo, la clase dirigente permanece enrocada en un desencuentro estéril, el Gobierno ha perdido la autoridad moral y la sociedad civil no encuentra impulso. La estructura de liderazgo ha quedado resquebrajada después de siete años de parálisis funcional y amenaza con venirse abajo por simple efecto de atrofia. Falta pujanza social, eficacia administrativa, competitividad empresarial y generosidad política. Las instituciones se han desarrollado con una hipertrofia inversamente proporcional a su capacidad de respuesta. Y el tejido de dirección pública está desgastado, descosido, raído por la inercia de una mentalidad inadaptada a este tiempo de desafíos que obliga a una profunda revisión de conceptos, de estilos y de ideas.

El desengaño de 2010 y el halo pesimista que envuelve al 2011 no proceden de un signo astral adverso; son la consecuencia inexorable de un largo desfase de estructuras y organización que aboca a España a sufrimientos añadidos. Los años no tienen la culpa, excepto del tiempo que hemos pasado sin afrontarlos con coraje.


ABC - Opinión

Balance negativo

La experiencia confirma que la norma del presidente del Gobierno no es ceñirse a la realidad en sus balances, sino reinterpretar las circunstancias hasta transfigurar la situación. Cuesta trabajo encontrar en Rodríguez Zapatero un atisbo de autocrítica o la asunción de errores en la obra del Gobierno. Sus reflexiones sobre 2010 no fueron una excepción. Puso ayer especial énfasis en las políticas sociales y el «avance significativo» del Estado del Bienestar, así como el cumplimiento del compromiso de que 2010 sería el año de la recuperación. Los recortes sociales decididos para sostener el ajuste fiscal supusieron un volantazo en el discurso de la izquierda y, en buena medida, la más incómoda de las decisiones del presidente por lo que supuso de cambio radical en su trayectoria. Zapatero anunció que comparecerá en el Congreso con un informe que demuestre los supuestos progresos sociales de su mandato. El problema es que, más allá de las palabras, la realidad sostiene lo contrario. Hablar hoy de recuperación, con más paro y más deuda y una creciente valoración negativa de los españoles sobre la situación económica, no es lo que se espera del jefe del Ejecutivo. Zapatero ha sido el presidente que congeló las pensiones por primera vez, recortó el sueldo a los funcionarios, suprimió el cheque-bebé, subió los impuestos a las rentas más bajas, finiquitó el subsidio para los parados de larga duración y está a un paso de reducir considerablemente las jubilaciones, con la confirmación de que se trabajará hasta los 67 años. Y todo ello mientras fomentaba las alegrías y los dispendios de las administraciones y de lo público y daba rienda suelta al clientelismo y las subvenciones. No dudamos de que el PSOE dedicó ingentes partidas de los Presupuestos a gastos sociales, algunos cuestionados por innecesarios o contraindicados, pero el resultado ha sido negativo: somos más pobres. En concreto, la riqueza de las familias españolas se redujo un 6,1% entre 2005 y 2009, con Zapatero en La Moncloa. Que el presidente asegure que el panorama es mejor que en 2004 con los gobiernos de Aznar resulta un sarcasmo.

En lo positivo, Zapatero reiteró que «mantendrá» la política antiterrorista y proclamó su voluntad de sacar adelante una ley que evite las descargas ilegales y garantice la propiedad intelectual. Es de esperar que el Gobierno no repita los errores del pasado y sea capaz de articular un consenso político con urgencia para proteger los derechos de autor y castigar la delincuencia.

Mariano Rajoy hizo también balance y fue para describir un 2010 como «otro año perdido» por culpa de Zapatero. El tono constructivo de sus palabras y sus ofrecimientos al Gobierno para hablar en asuntos en los que es preciso el consenso son la enésima prueba de que la exigencia y la contundencia de la labor de oposición no están reñidas con la moderación y, sobre todo, con el sentido de Estado y la más alta responsabilidad que cabe exigir a un político. «El PP va a apoyar todo lo que sea bueno para el interés general de los españoles», dijo Rajoy. La salida más conveniente a la encrucijada nacional que vivimos serían las elecciones, pero, como aseguró el presidente del PP, el objetivo debe ser que la factura que deje el PSOE «sea la menor posible».


La Razón - Editorial

Zapatero se ratifica

El presidente defiende las reformas económicas como la única vía para salir de la recesión.

Hace exactamente 12 meses, el presidente Zapatero, en su balance de fin de año, anunció para el mes de enero de 2010, con fechas concretas, la puesta en marcha de un paquete de medidas que debían engrasar la salida de la recesión. Citó, entre otras, la Ley de Economía Sostenible, la reforma laboral y la de las pensiones. Hoy, un año después, ninguna de esas apuestas se ha visto culminada, lo que da idea de las dificultades que España ha padecido, concretadas el pasado mes de mayo en el más severo plan de ajuste social jamás acometido por un Gobierno de nuestra joven democracia como consecuencia de las turbulencias que la crisis griega había provocado en los mercados. Todo el mundo coincidió en que aquel balance de Zapatero cerraba el "peor año de su mandato". No fue así. 2010 ha sido mucho peor.

Ayer, el presidente volvió a reflexionar sobre los retos que nos aguardan. En su discurso, incluyó una declaración explícita de que acabará la legislatura (aunque no precisó si él será el candidato del PSOE), algunas precisiones sobre la reforma de las pensiones que pretende el Gobierno (que se resumen en el diseño de un periodo transitorio hasta 2027 para prolongar la edad de jubilación desde los 65 hasta los 67 años) y un acendrado énfasis reformista de la economía. Para Zapatero no hay dudas. El camino de las reformas, la protección social y el aumento de la productividad es el único rumbo posible para superar la recesión y devolver a la economía española a la senda de la creación de empleo neto, el gran objetivo de 2011.


El balance hecho por el presidente no es objetable a grandes rasgos. Es paradójico que mantenga las políticas sociales como seña de identidad de sus Gobiernos cuando acaba de congelar las pensiones para 2011 (salvo las mínimas, que subirán el 1%), pero es verdad que antes de que Europa y los acreedores de la deuda exigieran un ajuste drástico del gasto público el Gobierno se esforzó por estirar los límites de la protección social. Hoy, el Gobierno ha emprendido, aunque con retrasos, políticas económicas para salir del estancamiento, y ayer transmitió con claridad que no se apartará del camino. El rumbo es mantener el ajuste presupuestario para cumplir con los objetivos de reducción del déficit, terminar las reformas laboral y del sistema financiero y afianzar el sistema de pensiones.

Ahora bien, las reformas mencionadas sufren, en mayor o menor medida, retrasos que comprometen el objetivo de recuperación económica y ese desafío de crear empleo neto que el presidente quiere para el año próximo. La demora más perniciosa para el crecimiento económico es la que afecta a bancos y cajas. Porque sin liquidez y sin préstamos, las empresas no podrán invertir, ni crear empleo. La reforma laboral y de las pensiones son importantes para acelerar la reactivación (cuando se produzca) y para garantizar la solvencia del Estado, pero la que decidirá el ritmo inmediato de la recuperación económica es la financiera. Y en ese punto las perspectivas para 2011 no son buenas; pasarán trimestres antes de que cajas y bancos normalicen los flujos de los créditos.

El mensaje lanzado por Zapatero -"estas son las reformas que hay que hacer y hay que hacerlas ahora"- revela que está dispuesto a pagar los costes políticos de los recortes (incluidos los que se derivan de los aumentos de tarifas). El presidente sabe que no es lo mismo crecimiento intertrimestral que recuperación. En 2011 no la habrá, porque no se creará empleo neto. Todo sería más fácil si el PP se implicara en reducir la deuda y los déficits autonómicos; un respaldo de esa naturaleza contribuiría a bajar los costes de financiación de la economía española. Pero el PP no parece dispuesto a rendir ese servicio al país.


El País - Editorial

Las falsas esperanzas de PP y PSOE

Nada de esto necesita España: ni una oposición pusilánime, ni un Gobierno entre ignorante y malvado que nos ha abocado a la bancarrota.

Es costumbre que al termina un año se haga balance del ejercicio y se formulen los deseos para el curso próximo. En el caso de España, sin embargo, esta tradición bien podría tener efectos lacrimógenos. A la postre, 2010 ha sido el año en el que todos los graves desequilibrios económicos, políticos, sociales e institucionales que veníamos acumulando desde hacía tiempo se han precipitado en forma de crisis nacional; y lo peor de todo es que las perspectivas para 2011 no son, en absoluto, nada alentadoras.

Así, en los últimos doce meses hemos asistido a una bancarrota económica de facto, a un creciente desmantelamiento del Estado de derecho a favor de las plutocracias partitocráticas y nacionalistas y a un progresivo pero imparable incremento de la conflictividad social derivado en gran parte del desencanto con los organismos que deben hacer cumplir la ley.

Sin duda, la configuración de nuestro marco institucional requiere de muy intensas reformas para atajar todas las crisis que nos atenazan como nación. Zapatero, en su cansino arte por tratar de engañar a la ciudadanía, ha prometido una nueva ronda de liberalizaciones y reformas en los más variados ámbitos: pensiones, mercado laboral, energía... Pero por necesarias que pudieran ser –y son– todas ellas, el obstáculo esencial a nuestra normalización como democracia pasa por que nuestros políticos se niegan por principio –ideológico, electoral o de mercadotecnia– ora a aprobarlas ora a aplicarlas con la profundidad necesaria. Es decir, todas ellas se quedan en papel mojado.


Del Gobierno, como es obvio a la luz de su muy mendaz currículum vitae, no cabe esperar otra cosa. De hecho, ni cabe esperarla para 2011 ni cabía hacerlo en ninguno de los años que lo han precedido. El socialismo siempre ha sido profundamente liberticida y en las últimas dos legislaturas sólo ha actuado en correspondencia.

Caso distinto es, o debería de ser, el del PP. Presunto depositario del voto liberal-conservador, en estos momentos de tragedia nacional debería de posicionarse con claridad a favor de un programa reformista que flexibilizara nuestra economía y reforzara nuestra arquitectura institucional en torno a una idea sólida de España. Sin embargo, el estado de extrema podredumbre del Ejecutivo de Zapatero, unido al oportunismo arrioliano de Rajoy, ha propiciado que durante este año, más que en ningún otro si cabe, el PP haya renunciado a su labor de oposición a la espera de suceder al PSOE sin entrar en la arena política.

No obstante, o bien el PP ya ha renunciado desde un principio a sacar adelante las reformas que necesita nuestro país o bien confía en que, cuando llegue el momento de aplicarlas, obtendrá por generación espontánea el respaldo ciudadano a unas propuestas que ahora los propios populares o critican, o ningunean o ignoran.

No debería el PP, con todo, dormirse en los laureles. 2011 será el último curso político antes de las generales de 2012 –si es que se cumplen todos los plazos–, de modo que en un año podríamos ver al PP o al frente de un Ejecutivo tan inmovilista y suicida como el actual o al frente de otro que se olvida de todas sus admoniciones presentes para enmendarse la plana a sí mismo.

Nada de esto necesita España: ni una oposición pusilánime, ni un Gobierno entre ignorante y malvado que nos ha abocado a la bancarrota. Por desgracia, todo apunta a que en 2011 padeceremos las mismas lacras que en 2010, motivo por el cual el año nuevo no podrá ser mucho mejor que el año que concluye.


Libertad Digital - Editorial

Naufragio del PSOE en 2010

Zapatero cierra el año reincidiendo en los vicios de diagnóstico y comunicación que explican el descrédito acumulado por su Gobierno en estos años de errática gestión.

LA habitual comparecencia de Rodríguez Zapatero en fin de año ha servido para comprobar que el presidente del Gobierno comenzará 2011 con una estrategia política a la defensiva y un mensaje de optimismo para consumo electoral. Según Zapatero, su Gobierno «es el que más ha mejorado las políticas sociales» y ha cumplido «el objetivo de salir de la recesión». Lo primero es una confusión conceptual interesada que Zapatero tendrá que despejar concretando qué entiende por mejorar y por política social. Lo cierto es que se ha gastado mucho, lo que no es sinónimo de mejora —ahí está el informe PISA sobre la educación en España— ni de bienestar, porque se gasta más en desempleo, cuya tasa alcanza el 20 por ciento de la población activa. Lo segundo es, simplemente, propaganda: salir o no salir de la recesión depende de una décima. Zapatero no ha dicho lo que realmente importa: cuándo crecerá España lo suficiente para crear empleo. Zapatero cierra el año reincidiendo en los vicios de diagnóstico y comunicación que explican el descrédito acumulado por su Gobierno en estos años de errática gestión de la crisis, al que se han sumado otros episodios no menos decisivos para su desgaste político. La intervención de su política económica por parte de Bruselas y los organismos internacionales demostró en mayo que el Gobierno socialista había llegado tarde a todo: a reconocer la crisis, a evaluarla correctamente y a tomar medidas adecuadas. La descomposición de su imagen internacional aceleró la desconfianza interna en la capacidad colectiva del Ejecutivo para liderar la recuperación, agravando su falta de aptitud con contradicciones insólitas protagonizadas por el propio presidente del Gobierno y varios de sus ministros, que pasaban de negar una cosa —como el recorte drástico del gasto público— a aceptarla sin solución de continuidad.

También se arruinó el proyecto territorial de Zapatero, primero con la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatuto catalán, y luego, con la derrota socialista en las autonómicas de Cataluña. Su aventurerismo confederal se topó con la Constitución y quedó al descubierto como lo que realmente era, una revisión ilegal del modelo constitucional de 1978. La combinación de crisis económica y fracaso político explica también que en 2010 el PSOE haya empezado a plantearse el relevo de Zapatero. Los comicios autonómicos están a cinco meses vista y muchos barones socialistas saben que ya no hay votos cautivos ni en Andalucía, ni en Extremadura, y que las expectativas del PP no descansan sólo en la abstención de la izquierda, sino también en el trasvase de votos desde las filas socialistas. El problema político de Zapatero en 2011 no será tanto la crisis como la ansiedad de su propio partido.


ABC - Editorial