miércoles, 13 de abril de 2011

¡Fuera máscaras! Por Gabriel Albiac

Fueron precisos dos siglos para alcanzar la igualdad jurídica sin distinción de sexo. ¿Renunciamos a ella?

COMPARECER bajo máscara es suspender la condición ciudadana. El tiempo de un festejo o el de un rito marcan las paredes de ese paréntesis. Que, por contraste, enfatiza la exigencia diaria: afrontar, a rostro descubierto, la individual responsabilidad del acto libre. No todas las sociedades han conocido eso. Sólo una ínfima minoría: el privilegiado mundo en el cual libertad y democracia fueron posibles. Quienes tienen mi edad saben qué necesarios fueron los antifaces para sobrevivir bajo una dictadura. Cuando no se es ciudadano, cuando no hay ley que repose sobre universal derecho, sólo ser clandestinos, indistinguibles, salva de ser aniquilados. Y uno termina amando su clandestinidad, su máscara; al fin, su única defensa.

El uso del niqab y el burka, las dos variedades perfectas del enmascaramiento femenino, quedó prohibido el pasado lunes en los espacios ciudadanos de Francia: «ni en vías públicas, ni en lugares abiertos al público o afectados a un servicio público» se puede comparecer con rostro oculto. No es medida de orden religioso: en los lugares de culto, cada fiel puede superponer a su rostro aquello que la liturgia imponga; ésa es cosa de quienes regulan el ceremonial del templo. Como sobre las tablas del teatro, a cada actor corresponde el disfraz que el director de escena dicta. No concierne al Estado, ni entrometerse en el modo de representar a Sófocles, ni asesorar a una autoridad religiosa acerca de cuáles sean las revestiduras que se adecúen mejor al rito. Por eso, los momentos escénicos deben ser inequívocamente acotados. En el espacio físico del entretenimiento, que alzan teatro o circo. O en el espacio temporal que, cíclicamente, regula la disolución festiva de la norma: carnavales o procesiones de calle, por ejemplo.


Lo extraordinario, a poco que se piense, es que haya sido necesario en Francia explicitar una norma que es tan vieja como la democracia: que nadie puede acogerse a la irresponsabilidad —jurídica y política— que garantiza la máscara. Y que haya sido preciso especificar esa norma para una determinada fracción de la ciudadanía: las mujeres musulmanas. Constatando, de ese modo, que, hasta anteayer, en la republicana Francia, una notable cifra de habitantes había quedado excluida de la plena ciudadanía; en lo positivo —la irresponsabilidad que el perpetuo anonimato otorga—, como en lo negativo —la ausencia de cualquier existencia social libre y autónoma—.

A nadie se le hubiera pasado por la cabeza legislar la prohibición a los varones —sea su religión cual sea— de deambular bajo máscara. Ça va de soi, ¡qué demonios! Cae por su peso que un mastuerzo que vaga con capucha por la calle no puede sino acabar la mona en el calabozo. Es lo que pasa cuando un ciudadano se salta las normas básicas de seguridad. Eso lo aceptará, sin demasiado inconveniente, hasta el creyente islámico más puro: a la ley se ajustan por igual todos los ciudadanos. Los ciudadanos. No los animales domésticos. Ni las mujeres.

Y ésa es la única clave. No francesa. De Europa ya, sin excepciones. Fueron precisos dos siglos para alcanzar la igualdad jurídica sin distinción de sexo. ¿Renunciamos a ella? Puede que no haya remedio, si es verdad que el tal Alá es tan grande.


ABC - Opinión

Curiosa coincidencia. Por M. Martín Ferrand

Garzón, que ha tenido papeles protagónicos en los tres poderes del Estado, es encarnación de su mezcolanza.

LA promiscuidad, descarada y obscena, en la que se han instalado los tres grandes poderes del Estado, la falta de la debida superación entre ellos, es una grave enfermedad política, el más potente germen destructor de la democracia. De ahí, con la ayuda de la casuística, el nada deseable y creciente distanciamiento de la ciudadanía de lo que debiera ser punto de referencia y raíz de confianza. El poder Legislativo, amontonado en la multitud de parlamentos con los que nos hemos dotado, es la diana principal de quienes lanzan sus dardos con tra la «clase política»; el Ejecutivo, el vértice del fracaso en la gestión pública, y el Judicial, que debiera ser manantial de certeza, genera más recelos que confianza y, con frecuencia, sirve de referencia para señalar ese amancebamiento institucional que, a partir de la degeneración partitocrática, va mermando la factura pretendidamente democrática que nos trajo la Transición.

La Justicia, la madre del cordero democrático, se ha hecho de cercanías en los Tribunales Superiores de las Autonomías y, con ello, ha perdido el respeto histórico de la distancia. Además, el toqueteo instaurado en tiempos de Felipe González con el Consejo del Poder Judicial y la subordinación que, por el sistema electivo de sus miembros éste tiene del Legislativo que es, a su vez y en los hechos, dependiente del Ejecutivo convierte en sospechosa cualquier sentencia, en inquietante cualquier plazo y en problemática y dudosa cualquier acción que se relacione con la Fiscalía, cuya dependencia orgánica aumenta su intensidad en razón del exceso de celo servidor y agradecido de quien debe su cargo al Gobierno.

En ese marco que describo en líneas groseras, pero que es el quid de nuestras carencias democráticas, cabe entender que la apertura del juicio oral en el que se dilucidaron las responsabilidades de Baltasar Garzón en las escuchas practicadas durante las conversaciones de varios imputados en el «caso Gürtel» con sus abogados defensores, coincide en el tiempo con el que se celebra en la Audiencia de Cádiz contra María José Campanario. Las coincidencias, más que las armas, las carga el diablo y parece razonable el paralelismo entre dos personajes dispares que solo tienen en común la fiebre mediática con la que, la fatalidad o las malas artes —no lo sé—, han sustituido la información veraz y plural que pide la Constitución y que, especialmente en la televisión, brilla por su ausencia. Garzón, que ha tenido papeles protagónicos en los tres poderes del Estado y que es encarnación de su mezcolanza, se sienta en el banquillo. Debe ser cosa de la justicia poética.


ABC - Opinión

China. La barbarie lingüística de Zapatero. Por Agapito Maestre

Mantener que la verdadera semilla del español está en las palabras "amigo" o "paz" significa la negación de la esencia de nuestra lengua o de cualquier otra, a saber, la posibilidad de comunicar lo negativo de la realidad.

La "defensa" de la lengua española que ha hecho Zapatero, en China, revela algo peor que cinismo. La metáfora es siempre terrible, casi una impostura permanente, utilizada por un bárbaro que desconoce por completo que una lengua es antes que nada comunicación... Sí, sí, comunicación de todo, de lo malo y de lo bueno, de lo absurdo y de lo cuerdo, del bien y del mal... Una lengua que sólo pudiese expresar el lado afirmativo del mundo no sería una lengua de comunicación, toda vez que ocultaría su parte negativa, sino un instrumento de manipulación. Cuando Zapatero dice en términos metafóricos que quien aprende a decir amigo o paz ya conoce la semilla del español, está engañando a los chinos y a los españoles. Estamos ante un gran impostor; más aún, cuando las palabras se desvían de su genuino sentido, como decía Kraus, comienza a reinar por todas partes la impostura.

La descomposición moral de una sociedad tiene su mejor reflejo en la negación de su lenguaje. Zapatero es, entre todos los políticos occidentales, el gobernante que ha hecho del cuestionamiento de la terminología negativa de la lengua española su principal "política". La ocultación de las palabras "feas" ha sido el principal instrumento del socialismo para ocultar la realidad. Todo ha sido una farsa lingüística. Todo es aún una falsificación del lenguaje. Del mismo modo que no quiso nunca pronunciar la palabra crisis para ocultar la crisis real, también ahora, con una desfachatez propia de los lenguajes totalitarios, dice que nuestra lengua no tiene las palabras "enemigo" o "guerra". ¡Cuánto analfabetismo!


Mantener que la verdadera semilla del español está en las palabras "amigo" o "paz" significa la negación de la esencia de nuestra lengua o de cualquier otra, a saber, la posibilidad de comunicar lo negativo de la realidad. Por eso, precisamente, digo que grave es que Zapatero defienda en China lo que no es capaz de defender en España; cobarde es, en verdad, que Zapatero intente defender en China lo que no se atreve a garantizar a los niños españoles en Cataluña, País Vasco, Galicia, Comunidad de Valencia y las Islas Baleares, a saber, educarse en la lengua oficial del Estado, el castellano o español. Pero es aún peor, muchísimo peor que esa cobardía, la amputación que hace de una lengua, como el español, al reducirla a su mera terminología positiva.

Zapatero ha llevado hasta sus últimas consecuencias las tesis mostrencas que un día le aconsejó Geoge Leakoff: "El político tiene que hablar siempre en metáforas con palabras de significado positivo". Se trata de ocultar lo real, las cosas tal y como son, por encima de cualquier otra consideración política o moral, a través de la ocultación de las palabras que expresan lo negativo de la realidad. Esta visión absurda del lenguaje sigue siendo la base de la política autoritaria de Zapatero. Por este camino de mutilación lingüística, Zapatero ha intentado que no podamos ni nombrar esas realidades terribles que responden a los vocablos, también españoles, terroristas y víctimas. Fue y es una de las bases de su negociación con ETA: la negación de la víctima implica la ocultación del terrorista

En fin, porque a un político demócrata hay que exigirle que exprese con propiedad las cosas, me rebelo ante el discurso "metafórico" y manipulador de Zapatero cuyo único objetivo es dejar de creer en las palabras que empleamos. He ahí, insisto, la raíz de la muerte del valor moral de la democracia española.


Libertad Digital - Opinión

La mentira permanente. Por José María Carrascal

Una oposición incapaz de desalojar a un gobierno que es una desgracia nacional tiene que fallar por algún sitio.

NO llegará en el segundo semestre de este año, ni en el que viene, ni en el otro. Me refiero a la recuperación. Tal vez llegue en 2015. O en 2016. Nadie lo sabe con certeza. Lo único seguro es que ni siquiera está a la vista, contra lo que viene diciéndonos el presidente del Gobierno, con sus brotes verdes y otras zarandajas. No es optimismo antropológico, sino embuste antropológico. Este señor es incapaz de decir la verdad, un concepto para él «discutido y discutible», como el de la nación. Y nosotros, en Babia. Ha tenido que ser alguien ajeno, como en el caso de los maridos cornudos, quien nos lo dijera. El Fondo Monetario Internacional. El crecimiento del PIB español en los próximos años será demasiado relentizado para crear empleo. Y ya me dirán ustedes cómo se recupera una economía con cerca de 20 por ciento de parados. El FMI respalda las medidas económicas tomadas por el gobierno Zapatero. Pero sigue advirtiendo que no las ha completado. Aunque no le parece probable que España necesite rescate como Grecia, Irlanda y Portugal.

El «Financial Times» es más cruel. O más sincero. Advierte que la burbuja inmobiliaria que acecha bajo nuestras instituciones financieras junto a la subida de los intereses, obligarán a un rescate de España. ¿Por qué no lo dice el FMI? Pues por miedo. Porque Portugal, Irlanda y Grecia son rescatables. España, no. Es demasiado grande, el fondo habilitado en Bruselas para ello no bastaría y la caída de España podría arrastrar al euro. Por no hablar ya de que bancos y empresas europeas tienen grandes inversiones en nuestro país, que se verían afectadas por una bancarrota española. Así que animan a su gobierno a hacer las reformas que ha prometido, le dan palmaditas en la espalda y cruzan los dedos, con la esperanza de que haya suerte.

¿Qué hace ante ello Zapatero? Pues echarle la culpa al PP por criticarle. De todas sus mentiras, ésta es la peor, la más infame, pues el PP viene diciendo —no sólo por boca de Rajoy, sino por la de todos sus dirigentes (¿recuerdan el debate Solbes-Pizarro y las sonrisitas socialistas?)— que Zapatero se equivocaba. Que la crisis existía. Que sus medidas contra ella eran erróneas. Que los brotes verdes eran el cuento de la buena pipa. Que sólo cuando Europa le exigió que se dejara de funambulismos, cambió radicalmente de política económica. Pero incluso eso lo está haciendo a medias y a rastras.

Por decir todas estas verdades resulta que el PP es el culpable del lamentable estado en que nos encontramos. Aunque algo de culpa debe de tener. Una oposición incapaz de desalojar a un gobierno que es una auténtica desgracia nacional tiene que fallar por algún sitio. ¿O somos los españoles los que fallamos? La vieja, la eterna pregunta.


MEDIO - Opinión

"No me resigno". Aguirre contra Procusto. Por José García Domínguez

Centros que se plieguen a una constatación empírica registrada por la Humanidad en los últimos dos mil años, a saber, la evidencia de que la Madre Naturaleza no es socialdemócrata.

Lo que Hegel llamaba el espíritu de la época, eso tan difícil de aprehender para los contemporáneos, yo acabo de descubrirlo en la estampa algo andrógina de un tal Justin Bieber, cantante que, según me cuentan, trae soliviantadas a las pubertinas españolas. Al punto de que, igual en Madrid que en Barcelona, centenares de preadolescentes guardaron cola de días ante las taquillas a fin de asistir a sus recitales. En algunos casos, morando en tiendas de campaña toda la semana, me informa La Vanguardia, gaceta que por lo demás se suma al universal contento por tan ilustre visita. Al respecto, uno tenía entendido que la escolarización en este país era obligatoria hasta los dieciséis años de edad. Y que entre los cometidos de la Policía estaba identificar la presencia de menores en la vía pública durante el horario lectivo.

Pero, por lo visto, uno lo entendió mal. ¿Cómo, si no, legiones de abnegadas mamás de la sufrida clase media habrían escoltado a sus niñas en la larga espera ante la mirada complaciente de los guardias de la porra? Por no entender, uno no entendió que el genuino escándalo no residía ahí, sino en cierto proyecto docente madrileño. Ése que pretende auspiciar institutos públicos donde se practique el culto no a Bieber y su compadre Procusto, sino a la excelencia académica. Centros que se plieguen a una constatación empírica registrada por la Humanidad en los últimos dos mil años, a saber, la evidencia de que la Madre Naturaleza no es socialdemócrata.

De ahí que la inteligencia no se distribuya en el Cosmos con arreglo a los principios programáticos de la II Internacional. Fatalidad biológica que tan bien comprendieran, por cierto, los promotores de la Institución Libre de Enseñanza, muy elitista referencia mítica de esa progresía que, escandalizada, clama "¡Anatema!". La misma progresía que, en apenas un cuarto de siglo, ha coronado uno de los más asombrosos prodigios de la ingeniería moderna: transformar un viejo ascensor social en una eficacísima tuneladora. Gloriosa hazaña, la de la ortodoxia pedagógica dominante, que nunca hubiera sido posible sin la tolerancia cero con las desigualdades naturales entre las capacidades de los alumnos. Tabú que ahora se aprestan a violar en Madrid. Con permiso de las mamás de Bieber, claro.


Libertad Digital - Opinión

La Justicia y la Ley. Por Ignacio Camacho

Garzón tiene más madera de político que de juez, y por eso todo lo que le rodea está impregnado de prejuicios.

QUIZÁ la pena más dura que pueda recaer sobre el juez Garzón sea la constatación de que la Justicia española ha sobrevivido a su ausencia sin grandes cataclismos. Sigue siendo tan lenta, incoherente y politizada como antes, aunque algunos sumarios delicados, como el del bar Faisán, parecen ahora instruidos con mayor diligencia y criterio. Esa normalidad debe de resultar en sí misma un revés moral para el ego cósmico del supermagistrado, un tipo tan valeroso como arrebatado capaz de hacerse sombra a sí mismo; siempre tiene dentro un ramalazo de vehemencia obcecada y de notoriedad incontrolable que neutraliza su indiscutible coraje civil. Sucede que la ofuscación es mala compañera para un hombre de leyes, sobre todo cuando le lleva a brincar alegremente sobre las garantías y otros detalles del derecho procesal. En realidad, Garzón tiene más madera de político que de juez, y quizá por eso todo lo que toca y le rodea está impregnado de arbitrariedades y desafueros que contaminan la necesaria imparcialidad de la acción judicial y expanden a su alrededor una niebla de prejuicios.

En esa bruma de confusión interesada el magistrado se mueve con una naturalidad más propia de la política que del derecho. Experto en el manejo mediático domina los mensajes simplistas y las coartadas de simbolismo ideológico, y cuando se ve en aprietos tiende a sobreactuar con recargadas dosis de victimismo. Ese comportamiento es intrínsecamente político en la medida en que carga sobre los demás una culpa unívoca, según el clásico mecanismo de los liderazgos mesiánicos y banderizos. Al presentarse a sí mismo como paladín franco y espontáneo de causas justas, cualquier obstáculo que encuentre no puede ser sino fruto de una conspiración malvada. Garzón aplica y emite —paladinamente, puesto que deja que otros lo hagan por él— un discurso maniqueo típico de la retórica sectaria, que apela a categorías primarias y dualidades basadas en conceptos esquemáticos: malo / bueno, progresista / reaccionario, etc. Justo lo que el derecho combate a través de su compleja y metódica ponderación de circunstancias, matices, requisitos, reflexiones, casuismos… y reglas.

No cabe duda de que resulta chocante que el instructor del sumario Gürtel vaya a sentarse en el banquillo antes que los imputados en el proceso. Pero eso sucede porque el magistrado ha saltado a la ligera sobre el conjunto de pautas garantistas que tenía obligación de preservar, haciendo —presuntamente, claro— un uso instrumental abusivo de sus facultades jurídicas que, por afectar al derecho a la defensa de los acusados, puede comprometer incluso el buen fin de la investigación y de la causa. Aquí no caben enredos de índole ideológica, ni excusas victimistas ni argumentarios paranoicos. Se trata, simplemente, de que ni siquiera un juez puede situar la justicia —su idea particular de la justicia— por encima de la ley.


ABC - Opinión

Aguirre, contra la mediocridad de la izquierda

Sabedora del poder decisivo de las ideas, Aguirre ha reivindicado los valores y principios del liberalismo frente a los dogmas que propaga el socialismo como indiscutibles, especialmente en el ámbito educativo.

La presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre, ha vuelto a poner de manifiesto, ante un abarrotado foro de ABC, que, lejos de resignarse ante los dogmas que el socialismo trata de imponer como pensamiento único a los ciudadanos, lo que hay que hacer es "desterrar la falsa superioridad moral de la izquierda".

Conocedora de la importancia decisiva que las ideas tienen, para bien y para mal, en el devenir de la sociedad, Aguirre ha reivindicado los valores y principios del liberalismo frente a los dogmas que el socialismo propaga como indiscutibles. Aguirre sabe que si aceptamos como principios y valores de partida falsedades como las de que un mayor gasto público es equivalente a un mayor bienestar social; que la igualdad ante la ley significa la igualación por ley; que la justicia se alcanza, no dando a cada uno lo suyo, sino dando a todos lo mismo; o que la ley debe ser, no la salvaguarda de la libertad del individuo, sino el cincel con el que el gobernante moldea a su gusto la sociedad, estamos abocados a un injusto y coactivo empobrecimiento colectivo. Aguirre sabe que frente a él poco o nada podrán supuestas "alternativas de gestión", mientras no se atrevan a cuestionar de raíz ese falso paradigma dominante en el que buscan acomodo.


En lugar de acomplejarse ante ese falso y fracasado modelo "progresista", Aguirre ha puesto en valor principios como el de la austeridad pública, como el del equilibrio presupuestario o como el de la libertad empresarial y la soberanía del consumidor. Conocedora de la superioridad moral y práctica de lo que Herbert Spencer llamó el orden del contrato frente al del mandato, Aguirre ha apelado a la libertad de elegir y a la libre iniciativa empresarial frente a quienes propagan que es más "justo" el coactivo e ineficaz servicio público a cargo de funcionarios.

Pero quizá haya sido en el terreno educativo, y en su reivindicación del mérito y de la excelencia, donde el espléndido discurso de Aguirre ha sido más incisivo contra esa rémora igualitarista que la izquierda propaga en detrimento de la libertad, de la auténtica igualdad ante la ley y, en este caso, de la calidad de la enseñanza.

Su propuesta de abrir un "aula de excelencia" para los estudiantes más aventajados en los institutos de enseñanza secundaria la próxima legislatura (iniciativa que se suma al "bachillerato de excelencia" al que accederán los alumnos que lo deseen entre los que mejores notas hayan sacado durante la escolarización obligativa) no será una alternativa radical al deteriorado sistema estatalizado de enseñanza; pero sí tiene la enorme virtud de introducir, aunque sea dentro de un deficiente sistema, el valor del esfuerzo, de la distinción, del mérito y de la búsqueda de la excelencia, que son valores esenciales para mejorar la calidad de la educación.

Esta carrera abierta al talento y al esfuerzo, al que están convocados todos los alumnos con independencia de cual sea su origen social y económico, causará la airada oposición de una izquierda que calibra la calidad de la educación en la igualdad de resultados. Pero, salvo que queramos igualar a todos por abajo, haríamos bien en desterrar de raíz esa falsa ética social, y recordar, con palabras de Edwin G. West, que "cuando existe desigualdad de habilidad potencial, inevitablemente habrá desigualdad en los resultados. Si insistimos en la igualdad de resultados, se desprende que debemos penalizar la habilidad".


Libertad Digital - Editorial

El banquillo de Garzón

Con su mala praxis como instructor, el juez estrella ha puesto en vilo la legalidad de las imputaciones contra los acusados del «caso Gürtel»

LA apertura de juicio oral contra Baltasar Garzón por las grabaciones ilegales a los letrados del «caso Gürtel» mientras despachaban con sus defendidos en los centros penitenciarios donde estos cumplen prisión provisional demuestra que hace tiempo que tocó a su fin el ciclo alcista de este «juez estrella». Que Garzón es un mal instructor es algo de general conocimiento entre compañeros, fiscales y abogados. Los abundantes casos en que sus fallos de instrucción han motivado absoluciones o condenas mínimas lo acreditan de forma inapelable. Pero en el «caso Gürtel» Garzón cruzó la línea roja, porque vulneró el secreto inherente al derecho de defensa, como certeramente pone de manifiesto el instructor de la Sala Segunda, sin tener indicio alguno de delito cometido por los abogados defensores. De esta forma, Garzón expropió a los imputados de su derecho a no autoincriminarse y de una defensa efectiva porque tanto él como el Fiscal se pusieron al corriente, ilegalmente, de las estrategias que estaban preparando para sus posteriores comparecencias. Además, Garzón ha puesto en vilo la legalidad de las imputaciones contra los acusados del «caso Gürtel», en la medida en que la nulidad de las grabaciones pudiera contaminar las pruebas obtenidas con posterioridad y a consecuencia, precisamente, de dichas grabaciones. Sin embargo, esta contaminación de pruebas no es un efecto automático, y habrá que esperar hasta el juicio oral para que el tribunal competente decida si son o no válidas. En todo caso, el riesgo de nulidad es cierto y los defensores la esgrimirán legítimamente, porque Garzón se lo ha puesto en bandeja con su proceder contrario a los más elementales principios procesales. Por eso estaría justificado que este proceso por las escuchas del «caso Gürtel» fuera juzgado con rapidez, porque hay personas en prisión cuya situación podría cambiar si el instructor que los encarceló fuera condenado por prevaricador y si las pruebas en que se basó fueran declaradas nulas.

El mito Garzón se va diluyendo, y aflora su mala praxis como instructor. A pesar de la coraza mediático-política que pretende protegerlo, con giras internacionales y vídeos promocionales incluidos, la gravedad de los hechos por los que está acusado es sobre el personaje una enmienda a la totalidad. Prevaricación, cohecho, vulneración de derechos fundamentales. Son los peores delitos que un juez puede cometer. Aunque hay quien quiere ver una conspiración derechista contra Garzón, todo es más fácil de entender si solo se ve a un juez que ha jugado con la ley a su capricho.


ABC - Editorial

martes, 12 de abril de 2011

El músculo político. Por Hermann Tertsch

Para salir del pozo negro de la quiebra en el que nos ha sumido el socialismo hace falta también orgullo y ambición.

EL señor Mariano Rajoy se ha ido a Berlín a ver a la señora Ángela Merkel. Eso está muy bien. A doña Ángela le conviene saber que el viejo amigo Mariano tiene planes razonables para el caso de que, después en las próximas elecciones generales, pueda formar Gobierno en España. Le quitará algún peso de encima a la cancillera saber que ese hipotético gobierno aplicará las reformas necesarias en la convicción de que son lo mejor para España. Y no por pura obligación, en contra de sus propias convicciones ni buscando siempre la trampa para aguarlas o retrasarlas. Que tras la ambición del cambio político en España hay unos principios ideológicos, una confianza en la libertad y en la competencia, una voluntad de imponer el rigor en las cuentas y de poner fin a los eternos cambalaches con los poderes fácticos más reaccionarios de este país como son los sindicatos, las tramas corporativas, los sistemas clientelares y los nacionalismos voraces. Que hay vocación de imponer, ahora que la necesidad ahorca, un sistema de unidad de mercado, liquidación de la jungla regulatoria y disciplina presupuestaria en unas taifas que han desarrollado una costumbre ya maníaca de chulear al Estado central.

Confiemos en que Rajoy sea más explícito en Alemania de lo que es aquí, porque si no la señora Merkel puede pensar que la diferencia entre Rajoy y Zapatero estriba sólo en que el registrador de la propiedad hará las cuentas más limpitas que el truhán y soñador. Si así fuera, Merkel podría perder las esperanzas en que en España el cambio sea algo más que dejar de presentar presupuestos mentirosos, cuentas trucadas o expectativas inventadas. Esto es necesario por supuesto, pero no suficiente. No va a bastar con que el próximo Gobierno no sea mentiroso. Va a tener que ser capaz de trasladar —y hacer entender y asumir— a los españoles el mensaje fundamental de lo que está sucediendo en este momento en la Unión Europea y que el Gobierno Zapatero ha ocultado tras esas ridículas cortinas sobre los halagos a su buena tarea en las reformas. Vanagloriándose de pírricas victorias como no caer inmediatamente después de Portugal en el pozo del rescate o tener unas semanas distraídos a los mercados. Se trata de que los españoles entiendan que la disciplina dentro del club exige una profundísima recomposición de todo nuestro sistema. Y que la alternativa es catastrófica. ¿Será capaz Rajoy? Hablamos del caso de que pueda gobernar. Lo que todavía no está escrito. Pero aún más urgente es saber si es capaz Rajoy de presentar a los españoles una alternativa real y esperanzadora a partir de esa certeza de la dureza del cambio. Porque esa travesía por un desierto que será larga tiene que apoyarse en factores de motivación que han de ser políticos. Habrá de convencer a los españoles de que podemos vivir más libres, conscientes y motivados embarcados en la tarea de sacar adelante cada uno su vida y todos juntos un proyecto nacional. Para salir del pozo negro del desánimo y la quiebra en el que nos ha sumido el socialismo, hace falta también orgullo y ambición, perspectivas y esperanza.

Por desgracia, Merkel puede infundir hoy poco ímpetu a Rajoy. Ha demostrado en estos meses cómo se desmonta un liderazgo esperanzador. Su populismo y afán de agradar, el neutralismo en Libia, la pirueta antinuclear, su falta de pulso en suma, la han dejado malparada. No la den por muerta. Muchos creen en su recuperación. En que dará la sorpresa. En su músculo político. Si Rajoy tiene ese recurso convendría que acordaran mostrarlo juntos. Eso sí, pronto.


ABC - Opinión

¿Todos contra Rajoy? Lo que le falta al líder del PP. Por Federico Quevedo

El líder del Partido Popular, Mariano Rajoy, será presidente del Gobierno salvo catástrofe imprevisible, y aun así. No me cabe la menor duda. Como no me cabe la menor duda de que será el presidente del Gobierno elegido por los ciudadanos que concite el menor entusiasmo de toda la democracia, pero que sin embargo cuando llegue al poder acabará consiguiendo la aprobación y el respaldo de los propios y de buena parte de los extraños. Tiene sentido que sea así.

En un momento de grave crisis económica, con un Gobierno que ha sentenciado al país a una situación agónica cuyo final se antoja demasiado lejos, con un nivel de crispación social y política muy elevado, con la sensibilidad de unos y de otros a flor de piel -no hay más que leer los comentarios en el foro-, lo que una parte importante del electorado, a un lado y al otro del arco parlamentario, esperaba del líder de la oposición era una cierta vehemencia en la defensa de sus ideas y en la crítica a los hechos y las palabras del contrario. Dicho de otro modo, que participara de lleno en la estrategia de la “tensión” que tanto le gusta a Rodríguez y que el PSOE ya ha puesto en marcha en sus mítines preelectorales. Lejos de eso, sin embargo, con lo que nos encontramos es con un Rajoy que busca sintonizar con el perfil de la mayoría social de este país, que no levanta la voz, que no entra al trapo de las provocaciones, que se aleja de todo aquello que pueda exasperar al contrario, reiterativo en sus mensajes y muy poco amigo de que le planteen problemas que le distraigan de su objetivo.


A la derecha no le gusta ese Rajoy porque lo considera cobarde y acomplejado. A la izquierda tampoco le gusta porque no da miedo y eso arruina su mensaje. ¿Está en el centro la virtud? Eso es lo que diría la tesis de Pedro Arriola, pero lo cierto es que el equilibrio es algo más inestable que todo eso porque el centro como tal es una suma de sensibilidades de distintas procedencias unidas por la equidistancia de los extremos. Pero el centro no significa falta de tensión, en absoluto. En el centro también hay sangre en las venas, solo que desde un profundo respeto por las reglas del juego del Estado de Derecho y la legalidad democrática.

Hasta hace bien poco, Mariano Rajoy manejaba con bastante habilidad ese equilibrio en el que convivían la moderación propia de quien siempre se mantiene dentro del máximo respeto a las reglas del juego, y la firmeza en la oposición crítica a un Gobierno que las incumplía de manera sistemática. Pero de un tiempo a esta parte da la sensación de que el líder del PP ha perdido algo de pulsión, de su propio entusiasmo, y es difícil que ese entusiasmo se traslade a la opinión pública si quien debe transmitirlo no lo siente. ¿Qué ha ocurrido? Probablemente una suma de factores, algunos de los cuales hacen muy difícil al PP mantener cierta coherencia en sus mensajes, como lo ocurrido en la lista de Valencia para las elecciones autonómicas.

Enorme malestar

Me consta que el asunto ha generado un enorme malestar en el seno del PP, y que muy pocos entienden por qué Rajoy ha permitido que eso pasara, pero lo cierto es que era difícil para el líder del PP, habiendo cedido la primera vez en la candidatura de Camps, no seguirlo haciendo cuando éste ha presentado su lista a los comicios de mayo. Y, según parece, eso le está pasando cierta factura a Mariano Rajoy, incluso en su estado de ánimo, consciente de que Camps se ha tomado el brazo cuando le han dado la mano, y de que eso ha generado una tensión sobrevenida en el seno del partido, sobre todo entre los barones regionales y quienes aspiran a alcanzar la victoria el 22 de mayo.
«De un tiempo a esta parte da la sensación de que el líder del PP ha perdido algo de pulsión, de su propio entusiasmo, y es difícil que ese entusiasmo se traslade a la opinión pública si quien debe transmitirlo no lo siente.»
¿Sirve esto de excusa? No, sin duda, porque en política hay que asumir la responsabilidad de las decisiones que cada uno toma, y el haber dado el pase a la lista de Valencia pone en entredicho todo el discurso del PP sobre la corrupción y la necesaria limpieza ética en la vida pública española, y por eso Rajoy se encuentra incómodo cada vez que se le pregunta sobre el asunto. Camps podía tener un pase, pero toda una lista llena de imputados es excesivo. Que a Rajoy el asunto no le ha gustado nada lo evidencia su respuesta cuando se le pregunta por Ricardo Costa: “¿Costa? ¿Quién es Costa?”. Lo sabe de sobra, porque es difícil que se olvide de ese apellido dado todo lo que conlleva de sustos y disgustos en su reciente vida política como líder del PP.

Fíjense, no deja de ser curioso que siendo el Partido Socialista el que lleva más imputados dentro de sus listas electorales, todo el foco de atención caiga sobre el PP por la lista de Valencia, pero eso dice mucho también de las consecuencias que tiene el ceder ciertos espacios para que los colonice tu adversario. El PP debería de haberse presentado en estas elecciones como el partido de la regeneración ética, y no puede hacerlo. Tampoco puede hacerlo el PSOE, pero eso no debe ser un consuelo para Génova 13, por más que le permita acudir a las urnas en igualdad de condiciones.

Hasta ahora el discurso del PP le situaba por encima de todo lo que estaba haciendo el Gobierno socialista de Rodríguez, le aportaba mucha más credibilidad porque aunque la propaganda oficial incidiera en la reiterada -y falsa- falta de apoyo del PP a las reformas, lo cierto es que lo que en definitiva traducían las encuestas es una confianza del ciudadano en que la alternancia política podría servir para cambiar el clima y llevar a cabo reformas que de verdad sirvieran para arreglar las cosas. Le faltaba al PP ser el partido que, además, abanderara la lucha por la regeneración ética de la vida pública, y ya no puede hacerlo.

La salida para Rajoy de este atolladero no es fácil, pero lo primero que debe hacer es volver a recuperar el tono, porque haciendo concesiones al adversario como ocurrió ayer en Berlín no es como mejor se consigue el entusiasmo del electorado. Y es necesario recordar que si el PP está hoy por delante en las encuestas es porque la mayoría de la gente siente un profundo rechazo hacia Rodríguez Zapatero.

¿Dónde está Rajoy?

Ese equilibrio era el que antes sabía manejar Rajoy, y el que anulaba con bastante eficacia las críticas de una y otra parte. La firmeza en la oposición a Rodríguez y a lo errático de sus políticas contrarrestaba el discurso del acomplejamiento proveniente de la derecha, pero al mismo tiempo ese escrupuloso respeto a las reglas del juego combinado con la responsabilidad en los momentos más difíciles -apoyo al FROB, la lucha contra ETA (a pesar de los pesares), la guerra de Libia, los ataques de los mercados, etcétera- hacía lo propio con el discurso izquierdista del miedo a la derecha y a sus políticas neoliberales. ¿Dónde está ese Rajoy? Eso es lo que se pregunta buena parte de la gente que está dispuesta a votarle en las próximas elecciones generales, gente que en muchos casos había votado al Partido Socialista en ocasiones anteriores y que había encontrado en el líder del PP a un hombre moderado, tranquilo, poco carismático pero que transmitía bastante confianza en que sabía lo que tenía que hacer, y eso era sin duda lo más importante.

Pero en los últimos días ese Rajoy parece haberse visto superado por los acontecimientos, y arrecian los ataques contra su persona de uno y otro lado, con razón o sin razón -yo creo que lo segundo-, pero lo cierto es que el líder del PP necesita más que nunca hacer un gesto de firmeza dentro de su partido, volver a transmitir la fiabilidad y la confianza que el electorado precisa para que el PP mantenga su ventaja y no se resienta de los movimientos tácticos de un socialismo en descomposición, pero todavía vivo.


El Confidencial - Opinión

Manifestación. La rebelión continúa. Por Regina Otaola

No caigo en el pesimismo porque viendo la fuerza y el convencimiento de esa rebelión cívica que se está consolidando, creo que al final se impondrá la cordura y la sensatez, la justicia y la dignidad.

La manifestación convocada por la AVT fue un éxito de participación ciudadana, una muestra clara de que los españoles no se rinden sino que siguen exigiendo sin desmayo la derrota del terrorismo. La rebelión cívica iniciada en noviembre con la convocatoria de Voces contra el Terrorismo continúa viva, muy viva. ¿La razón? El convencimiento de que ETA seguirá estando en los ayuntamientos, esta vez de la mano de Bildu. Convencimiento basado en la trayectoria torticera de este Gobierno.

Las frases que se oyeron a lo largo de las dos horas y media son una muestra clara de que los españoles que allí estábamos no solo no confiamos en este Gobierno, sino que le pedimos por los medios que tenemos a nuestro alcance que dimita, que se vaya. Un descontento tan patente evidencia, sin lugar a dudas, que este Gobierno lo está haciendo rematadamente mal en materia antiterrorista. Sigue empecinado en ganar la medalla de la paz de espaldas a las víctimas, a los ciudadanos y a la ley. Todo lo mide y manipula en función de su utilidad para llegar a conseguir ese objetivo, sin querer darse cuenta de que se están quedando sin el apoyo de lo más valioso que España tiene hoy en día: las víctimas del terror, sean de ETA o del 11-M. Una soledad que se va agrandando a medida que transcurre la legislatura: el sábado estaban presentes prácticamente todas las asociaciones de víctimas, estaba el PP, estaba UPyD, y no solo los medios de comunicación que siempre están al pie del cañón, sino otros muchos más.

Faltaban los de siempre, los nacionalistas; esos que solo apoyan al Gobierno si sacan algo de provecho, pero que en realidad lo desprecian radicalmente. También faltaban los socialistas, claro, pero a ellos nadie los esperaba.

Algunos piensan que ahora el Gobierno podría reaccionar, que podría escuchar a los miles y miles de ciudadanos que ayer salieron a la calle, pero me temo que no va a ser así. Seguirá por el camino que se ha trazado, con las orejeras puestas. Sin embargo, no caigo en el pesimismo porque viendo la fuerza y el convencimiento de esa rebelión cívica que se está consolidando, creo que al final se impondrá la cordura y la sensatez, la justicia y la dignidad. Si queremos ser verdaderamente libres debemos seguir exigiendo al Gobierno el respeto que nos merecemos.


Libertad Digital - Opinión

De mal en peor. Por M. Martín Ferrand

Las mociones de censura no son solo para ganarlas; sino para poner en evidencia la torpeza de un Gobierno.

LOS sondeos electorales tienden a ser más imprecisos y menos fiables cuanto más próxima está la fecha de los comicios que se tratan de escrutar. El revuelo y el ruido que provocan las campañas nos confunden a todos y, según sea la devoción de cada elector potencial, pueden influirle la confianza en el éxito o la tribulación por la hipótesis del fracaso venidero. Hace solo unos meses parecía rotunda la próxima victoria del PP en las elecciones autonómicas y municipales de dentro de cuarenta días e incluso, con mayoría absoluta y todo, en las legislativas del año que viene. El pronóstico sociométrico se completaba entonces con la observación del fracaso, objetivo y mensurable, de las políticas de José Luis Rodríguez Zapatero. Pero, de repente, desde que el decadente líder socialista anunció su retirada, las cosas ya no están tan claras y el PSOE, responsable único de la catástrofe en la que nos hemos instalado, parece reanimarse.

Este pasado fin de semana, El Mundo ha estimado, con una encuesta de Sigma Dos, que el «lastre» de Zapatero es de 9 puntos y, en consecuencia, el PSOE reduce a la mitad la distancia que, en expectativa de voto, venía separándole del PP. Para quienes, a la vista de su política y la escasez de sus líderes, entendemos como no deseable una continuidad socialista en el Gobierno de España y, por ampliación, en algunas Autonomías y en muchos Ayuntamientos encastillados en el puño y la rosa, la variación demoscópica resulta inquietante. Ya no está tan claro el pronóstico electoral inmediato y menos aún el más lejano de las legislativas.

Son varios los lectores de ABC que, además de honrarme con su atención, reprochan mis observaciones críticas frente al PP. Es, desde siempre, el precio de la independencia; pero, cuidado, no conviene confundir los deseos con la realidad. Mariano Rajoy no es una fábrica de hacer amigos y, si las próximas victorias del PP no lo son con mayorías notorias, no llegarán al Gobierno. Eso exige un esfuerzo complementario de doble contenido, la búsqueda de entendimiento con los afines y un mayor señalamiento crítico de los errores del adversario con el argumento demoledor de la propuesta alternativa que se guisa en las cocinas de la calle Génova. De ahí la insistencia, ya vieja, que algunos mantenemos sobre la moción de censura a Zapatero. Algo que Rajoy desdeña con comodona displicencia. Las mociones de censura no son solo para ganarlas; sino, sobre todo, para poner en evidencia la vaciedad y torpeza de un Gobierno y presentar la potencialidad de la alternativa. Un zapaterismo futuro, sin Zapatero, es lo único peor que lo actual.


MEDIO - Opinión

Cataluña. Referéndum en el súper. Por Cristina Losada

El detalle que mejor exhibe la calidad de la simulación y las garantías que la rodeaban es el lugar donde se custodiaban –es un decir– los recipientes: en los almacenes de un supermercado.

La parodia de referéndum que culminó este domingo en Barcelona con la expresa bendición de la Abadía de Montserrat, de antiguo conversa a la religión nacionalista, logró aquello por lo que suspiran celebrities, políticos y aspirantes al cuarto de hora de fama: minutos y minutos de publicidad. Fuese en la cadena al servicio de la Generalidad, fuese en la cadena pública española, fuese donde fuese, pues fue, la mascarada no sólo obtuvo el privilegio del anuncio extenso, sino el impagable favor de que se asimilara a una consulta formal y seria. Esto es, tal y como si los recipientes acristalados fueran urnas, los papeles que contenían fueran votos, las mesas estuvieran instaladas en colegios electorales y la farsa toda se tratara de un auténtico referéndum, no menos verdadero por su carencia de efectos "vinculantes".

Más que una gran participación del público, cuyos límites son bien conocidos, los organizadores, miembros de esa sociedad civil fantasma que es mero apéndice del poder, buscaron ese efecto óptico. Así, revistieron la charlotada del ropaje que se reserva para las convocatorias regladas. Pero hasta una consulta de las que se celebran en cualquier república bananera guarda mayor respeto a los procedimientos homologados que la estafa orquestada por los nacionalistas catalanes. Desde diciembre hasta abril ha durado la "votación", cuatro meses durante los cuales entre siete y diez mil voluntarios han perseguido a sus presas por calles y plazas. Por si escaseaban las capturas, rebajaron la mayoría de edad política a los dieciséis y concedieron, generosos, el "derecho de voto" a inmigrantes. Aunque el detalle que mejor exhibe la calidad de la simulación y las garantías que la rodeaban es el lugar donde se custodiaban –es un decir– los recipientes: en los almacenes de un supermercado.

Esa fraudulenta votación que Jordi Pujol califica de "radicalmente democrática", y a la que el PSC reconoce una participación "notable", debería pasar a la historia de la truhanería política como el referéndum del Bon Preu, que tal es el nombre del acogedor súper. No sólo en honor del hospitalario establecimiento, sino como síntesis del señuelo que ofrece el nacionalismo catalán: la independencia como un gran negocio. Y desde luego que lo es el camino hacia ella. Hasta el día de hoy, los dos grandes partidos siempre han dado a los promotores del secesionismo la plena seguridad de que sus maniobras les salen gratis. Qué digo gratis. Aún los premian.


Libertad Digital - Opinión

Un paseo por el monte. Por Ignacio Camacho

CiU tiene responsabilidades institucionales poco compatibles con el respaldo de sus líderes a una mascarada.

FELIPE González solía decir que los partidarios de la autodeterminación perderían un referéndum en el País Vasco o en Cataluña… pero podrían ganarlo si la consulta se efectuase en el resto de España, por hartazgo de la milonga soberanista. Estos discursos conviene modularlos para no dar pie a visceralidades en un momento de eclosión antipolítica y fuerte crisis de representación, y los primeros obligados a dejar de jugar a aprendices de brujo son esos dirigentes autonómicos que están todo el rato afilando una navaja con la que pueden acabar cortándose las manos. Más o menos es lo que vienen haciendo Artur Mas, Pujol y otros gerifaltes del nacionalismo catalán, gente que pasa por seria y fiable —por lo general con motivo— pero que últimamente ha dado en desbarrar con el bucle melancólico de la independencia. Se trata de una estrategia peligrosa y llena de contradicciones cuyo control se les puede escapar a poco que midan mal el cálculo de sus ambigüedades.

Porque sucede que Convergencia es el partido de gobierno en Cataluña y tiene unas responsabilidades institucionales que no parecen compatibles con la participación de sus líderes en un referéndum de la señorita Pepis. No al menos sin parecer cómplices de una mascarada y sin perder la consideración de personas de confianza. El desdoblamiento de personalidad no suele funcionar bien en política, sobre todo a la hora de ganar estabilidad y respeto; es mal negocio ponerse la corbata de gobernante para lanzar emisiones de bonos en días laborables y quitársela los fines de semana para darse un paseíto por el monte del radicalismo. Y si se vota a favor de la independencia en las urnas de pega y en contra en las del Parlamento, la gente acaba por hacerse un lío. Las instituciones exigen una cierta coherencia incluso para mentalidades tan anfibológicas como la del nacionalismo.

El pospujolismo de Mas ha fijado su objetivo de legislatura en un pacto fiscal equivalente al concierto vasco. Lo va a obtener, con más o menos disimulo legal, salvo en la improbable hipótesis de que el PP obtenga mayoría absoluta en 2012; los nacionalistas tienen décadas de experiencia en el mercado negro de la política. Por eso carece de sentido que para calentar el ambiente coqueteen con la autodeterminación en esa eterna amenaza de echarse al monte, aunque luego sólo lo hagan los domingos y preferentemente para coger cebollinos. Cataluña es una sociedad muy seria para esta especie de soberanismo de calçota day parodias seudodemocráticas de centro cívico. Hasta ahora, el Gobierno de CiU ha mostrado una sensibilidad responsable que se corresponde mal con salidas victimistas de pata de banco. Los cortejos con la radicalidad siempre terminan de mala manera, y el monte propiamente dicho hace tiempo que la Generalitat lo tiene bajo su competencia de autogobierno.


ABC - Opinión

Zapatero ningunea otra vez a las víctimas

Las víctimas vuelven a ser, como en la anterior negociación, un incordio perfectamente ignorable en aras de un mejor entendimiento con los verdugos.

Nos encontramos ante la puesta en escena de una próxima negociación entre el Gobierno y el entorno etarra. Para verificarlo no hay más que seguir las iniciativas políticas del segundo y las siempre conciliadoras intenciones del primero. Durante la comparecencia de José Luis Rodríguez Zapatero junto al presidente de Colombia, ZP animó a Bildu a estar en las elecciones. A cambio sólo pide que la formación profundice en unos pasos que, según dice, "algunos parece que quieren dar".

Tanta retórica hueca no tiene otra función que tender una mano al partido que ya se ha constituido como opción B de Batasuna después de que el Tribunal Supremo impidiese a Sortu presentarse a los comicios de mayo. El Gobierno insiste de este modo en hacer gestos de cara al entorno etarra para que modifiquen un par de cuestiones estéticas y concurran a las elecciones como cualquier otro partido. Bildu no es, sin embargo, un partido cualquiera.


Todo indica que tras esa palabra en vascuence –Bildu significa "reunir"– se esconde la Batasuna de siempre debidamente camuflada para pasar inadvertida y así consolidar y acrecentar su presencia en los ayuntamientos. No es casualidad que Bildu haya tachado de "incidente" el tiroteo del pasado fin de semana en Francia entre dos terroristas de la ETA y un gendarme que resultó herido en la refriega. Es el mismo lenguaje que utiliza la banda y, por ende, sus terminales mediáticos y políticos. Lo que para los dirigentes de Bildu no pasó de incidente fue, en resumidas cuentas, un intento de asesinato en toda regla, por más que Zapatero no quiera verlo y Rubalcaba se empeñe en hacernos creer que la reacción de Bildu ha sido un simple "sarcasmo".

Sabemos, pues, que la ETA sigue armada y plenamente operativa a pesar de un presunto alto el fuego que se ha terminado verificado en un intercambio de balazos. Sabemos también que está jugando al mismo juego que en 2007, cuando se sacó de la chistera dos formaciones políticas diferentes para colarse en las instituciones. Ahora sólo falta que el Gobierno admita ambos extremos y deje de flirtear con los representantes políticos de la banda.

No vendría tampoco mal que Zapatero, que tanto y tan bien se acuerda de Bildu para que sea "contundente en el rechazo a la violencia", pensara un poco en las víctimas, porque en su intervención no ha hecho ni una sola mención a ellas, a pesar de que el sábado pasado se manifestaron de un modo masivo en Madrid. Las víctimas vuelven a ser, como en la anterior negociación, un incordio perfectamente ignorable en aras de un mejor entendimiento con los verdugos.


Libertad Digital - Editorial

lunes, 11 de abril de 2011

Estupidez y misterio. Por Félix Madero

Sin capacidad para la sorpresa y la esperanza de esta política y estos políticos, me quedaréen casa el día 22

NO tengo inconveniente en hacer público mi voto el 22 de mayo: no votaré. Es la primera vez que me quedaré en casa. Ni siquiera contemplo la posibilidad del voto en blanco porque no sé qué significa y porque envía mensajes de aceptación de las cosas, lo contrario de lo que pretende. Espero que se entienda que hablo de mí, que nada aconsejo ni a nadie llamo en este lance que, lejos de tranquilizarme, me deja perplejo y con la sensación de estar haciendo algo indebido; no sé, como traicionándome. Hago esta observación no sea que la Junta Electoral, ese terreno de arenas movedizas en el que mamonean socialistas y populares, me diga que mi comportamiento es antidemocrático y punitivo. Todo puede ser. Si ha sido capaz de dictar la forma en que las televisiones tienen que informar durante la campaña electoral por qué no me va decir lo que no puedo escribir.

No votaré. No ha sido una decisión dolorosa. No. Lo he visto tan claro, estoy tan seguro de lo que voy a hacer que me tengo como me siento: un ciudadano descansado y felizmente resuelto. Yo, que he votado siempre, en todas las elecciones menos en la Constitución porque aún no tenía edad; yo, que he hecho proselitismo de nuestra democracia hasta en situaciones que ahora me sonrojan; yo, que de jovencito asistí a mítines creyendo que estaba en una función solemne donde había sitio para la verdad; yo, que creí que la política lejos de ser una profesión era una actividad digna que engrandece a los hombres; yo, que di por seguro que mis ideas eran eso, mis ideas, y que nadie me las podría cambiar, y menos el partido que empecé votando; yo, que descubrí el efecto balsámico y reparador de votar con la cabeza y no con la razón; yo, que creí que aquellos a los que votaba tenían un punto de justicia y beneficencia que los hacia especiales; yo, sin capacidad para la sorpresa y la esperanza de esta política y estos políticos, me quedaré en casa el día 22. Como Brassens, pero sin la música militar que nunca le supo levantar. Ahora el abanderado no viste de caqui, lleva ropa de domingo y flamea al viento un trapo con el logotipo de un partido.

Tenía y tengo argumentos concluyentes para no votar. Y, por qué no reconocerlo, algunas dudas. Pero ha sido saber que PP, PSOE, CiU, CC e I.U llevan en sus listas decenas de imputados por corrupción y dar por resuelta mi incertidumbre. Hasta aquí hemos llegado. El 22 de mayo haré lo que Claudio Magris aconseja en las ocasiones en las que creo vivir momentos severos y ceremoniosos: reírme. Esto es lo que haré: cogeré las papeletas con los nombres de los imputados bien señalados, las pondré encima de la mesa y haré que me sobrevenga un ataque de risa. La risa desmitifica al gran ídolo poderoso de la política: la estupidez disfrazada de misterio.


ABC - Opinión

Manifestación. Ocultaron la pedagogía política. Por Agapito Maestre

El sábado, los convocantes insistieron en que no era una manifestación contra el Gobierno, sino contra una posible participación de ETA en las elecciones de mayo. Raro.

Sensaciones extrañas sintieron los participantes en la manifestación convocada el sábado por la AVT. Sabores agridulces dejaron los correctos y larguísimos discursos de los intervinientes en los cientos de miles de asistentes. Hubiera bastado una frase de un orador, sólo una, para que los reunidos el sábado pasado en Madrid se hubieran sentido satisfechos de quienes hablaban por todos los asistentes, pero esa frase nunca fue dicha, a pesar de que fue coreada por los propios manifestantes durante el trayecto que va de la Glorieta de Bilbao a la Plaza de Colón. La frase es sencilla de retener: "Zapatero, dimisión por negociar con ETA".

Pero, por desgracia, los oradores nunca pidieron tal cosa; por supuesto, tampoco fue el argumento fundamental de sus parlamentos. Tuve la sensación de que los oradores ocultaban algo, aunque prefiero pensar que olvidaron, como olvidó Rajoy, que Zapatero había negociado con ETA, casi, casi, desde que llegó al poder, e incluso después del atentado de la T-4. Ese olvido es un gran error. He ahí el comienzo del fin del movimiento cívico iniciado, hace ya años, por el bueno de Alcaraz. He ahí, en fin, otro triunfo de la casta política sobre la última "esperanza" para hacer Política con mayúscula. En todo caso, es menester reconocer que esa manifestación fue un acto político y, por lo tanto, susceptible de ser interpretada en términos, naturalmente, políticos. Eslóganes, motivaciones y convocantes tienen que ser objetos de análisis políticos al margen de las buenas o malas intenciones que aniden en los organizadores. Y, por supuesto, los discursos de los oradores han de ser contrastados de acuerdo con los asistentes.


La manifestación del sábado convocada por la AVT y otras asociaciones de víctimas del terrorismo no es ajena a ningún enjuiciamiento político. Ya está bien de considerar a la víctima como un "melifluo" objeto de compasión o un abstracto referente moral. La víctima del terrorismo es, sobre todo, un actor político más en el proceso del debate público de la democracia española. Precisamente, porque la víctima nos ha permitido ejercer la ciudadanía a millones de españoles, es necesario recordarle que no olvide esa tarea de pedagogía política: la solidaridad con la víctima es una forma de cohesionar la nación, o mejor de hacer nación. Por lo tanto, la manifestación del sábado fue, obviamente, un acto político. ¡Qué otra cosa puede ser una manifestación de cientos de miles de individuos reunidos para protestar contra los cambalaches de Zapatero con la ETA!

El sábado, sin embargo, los convocantes insistieron en que no era una manifestación contra el Gobierno, sino contra una posible participación de ETA en las elecciones de mayo. Raro. Una convocatoria con ese distingo mueve a suspicacia, sobre todo si tenemos en cuenta que las asociaciones de víctimas del terrorismo, independientemente del juicio que tengan de ella los partidos políticos, son agrupaciones de un alto valor cívico y político; las asociaciones de víctimas, especialmente desde el punto de vista pedagógico, nos han enseñado, reitero, que la víctima de un atentado no es sino un caso particular, singular y terrible, de un atentado contra la nación, es decir, las víctimas del terrorismo somos todos los españoles. Los muertos, heridos, lesionados, torturados, en fin, todas las victimas cayeron por ser, simplemente, españoles.

Las oradores del sábado, sin embargo, olvidaron la lección política fundamental del propio movimiento de víctimas del terrorismo, a saber, si un Gobierno quiere integrar en los espacios legales a los criminales de ETA, es necesario pedir su dimisión.


Libertad Digital - Opinión

Consultas catalanas. Por José María Carrascal

Amagan, pero no dan. Usan el independentismo para ganar votos y extraer las mayores concesiones posibles.

SI la hipocresía es el homenaje que la virtud rinde al vicio (Oscar Wilde), esas «consultas soberanistas» que han venido celebrándose en Cataluña constituyen el mayor monumento a la hipocresía de los últimos tiempos. Primero, porque pretenden demostrar lo contrario de lo que realmente muestran. Segundo, porque se trucan los resultados de forma escandalosa. Y tercero, porque no se lo creen los propios convocantes. En una palabra: son un timo. No dudo que haya incautos que piquen, como en todos los timos. Pero tanto en su forma como en su fondo, estamos ante la versión política del timo de la estampita.

La primera impostura viene de su nombre: consultas soberanistas. Dando a entender que se trata de un referéndum por la independencia. Pero los convocantes saben perfectamente que esas son palabras mayores que asustan a mucha gente, así que les han puesto un nombre que luce mucho y compromete muy poco. La segunda impostura es la de los resultados. «El 90, el 80 por ciento han dicho sí», claman los titulares. Olvidando que la participación ha sido escasa. Todavía en los pueblos, donde todos se conocen y aburren, acuden, pero en las ciudades, cuanto más grandes son, menos afluyen, estimándose que la media será del 18 por ciento. Que es el porcentaje de independentistas de verdad que viene dándose en Cataluña. Son los que han acudido, el resto tenía cosas más importantes que hacer. Lo que significa que un 82 por ciento no desea en mayor o menor grado la independencia.


La última impostura es la más escandalosa y Convergencia la personifica: apoyó la consulta soberanista del domingo, pero el miércoles va a abstenerse cuando el Parlament vote la «declaración de independencia» que ha presentando el partido de Laporta. Dejando al PP y al PSOE que se la carguen. Y quedando como lo que realmente son: como unos independentistas de boquilla, pues nadie mejor que ellos saben que la independencia no favorece a Cataluña. Amagan, por tanto, pero no dan. Usan el independentismo para ganar votos por un lado y para extraer las mayores concesiones posibles al Gobierno español por el otro. Es el juego que vienen practicando desde la transición y les ha ido muy bien. A ellos. Otra cosa es, al pueblo catalán.

Pues me atrevo a decir, a la luz de los hechos, que el nacionalismo está representando un enorme lastre para Cataluña. Si ha perdido rango respecto a otras regiones españolas que iban muy por detrás de ella, se debe precisamente a esa carga adicional. ¿Han intentando ustedes conducir con el freno de mano alzado? Pues eso representa el nacionalismo en el mundo global de nuestros días. Aunque déjenme añadir que el mayor freno de la Cataluña actual es su clase política, tan inútil, tan corrupta, tan alejada de los intereses de la gente como la del resto de España.


ABC - Opinión

PP-PSOE. 7 puntos no es nada. Por Emilio Campmany

El castigo a su obstinación por esperar ser presidente como quien espera la caída de la breva madura, será el ver cómo un pierna como Freddy se la afana justo cuando está a punto de caer.

Si para Carlos Gardel veinte años no es nada, para Freddy siete puntos es menos que nada. Se me dirá que nuestro Rubalcaba no tiene nada que ver con el gran Gardel, pero podría muy bien ocurrir que quienes tengan que lamentar en marzo de 2012 que fue "por una cabeza de un noble potrillo que justo en la raya afloja al llegar" sean los electores de Mariano Rajoy, obligados a invertir toda la tela que poseen en ese potrillo al que gusta aflojar al final. Si así fuera, quedarían todos como giles y el pobre Mariano como un cándido otario, similar a tantos otros que aparecen en las letras de los tangos.

Para el PSOE de marxismo esmirriado y trinque en montonera que inventara Felipe González durante los años de la Santa Transición, con vocación de no soltar la manija una vez agarrada, jamás estar a siete puntos a un año vista fue un problema. Si encima es Alfredito Rubalcaba el que ha de tocar el bandoneón, será pan comido. La única posibilidad que tiene Rajoy es que quien se ponga a la cabeza de la junta sea la pebeta catalana, tan joven y tan catalanista, que es pura carne de oposición, al menos hasta 2016. Pero, compadre, con Rubalcaba no se juega, ése timbea para ganar. No hay trampa, truco, tongo o camelo que no se conozca y que no esté dispuesto a emplear para luego poder cantar Volver, aunque seacon la frente marchita y las sienes bien plateadas por el tiempo. Le veremos entonces en todo lo suyo, repartiendo cargos, prebendas, brevas y mamandurrias como un cogotudo forrado.


Así que, si es finalmente Freddy quien se pone al frente de la barra socialista, bien porque lograra embaucar a la Chacón para que consintiera ser su número dos, bien porque fuera capaz de alzarse en las primarias, ya puede Rajoy irse despidiendo. Para que sepa lo que va a ocurrir, sus maltratados votantes podrían irle cantando Yira yira, poniendo especial énfasis en la estrofa esa que dice "Cuando estén secas las pilas de todos los timbres que vos apretás". El castigo a su obstinación por esperar ser presidente como quien espera la caída de la breva madura, será el ver cómo un pierna como Freddy se la afana justo cuando está a punto de caer.

Y esta pobre derecha obligada a elegir entre los que la difaman y los que la desprecian elevará su lamento:


"Cuando te dejen tirao
después de cinchar
lo mismo que a mí.
Cuando manyés que a tu lado
se prueban la ropa
que vas a dejar...
Te acordarás de este otario
que un día, cansado,
se puso a ladrar".

Lo peor de todo será que quien se esté probando la ropa que Rajoy irá a dejar será Gallardón y entonces llegaremos a 2016 teniendo que elegir entre Freddy y Albertito. Como ven, por mala que sea, toda situación es susceptible de empeorar. Suerte grela.

Libertad Digital - Opinión

Post mortem. Por Gabriel Albiac

Nadie está tan blindado en su ficción de inexistencia como aquel que es de verdad inexistente.

SÓLO lo muerto no muere. Zapatero es cadáver. Eso hace, por primera vez, de él un adversario serio. Ocasión hubo para liquidarlo. Nadie se tomó la molestia: parecía un despilfarro usar tiempo e inteligencia en borrar a un don nadie. Entiendo la pasividad de Rajoy entonces: da como vergüenza aporrear a aquel a quien uno sabe incapacitado para una esgrima entre adultos. Ahora está muerto ya. Como tal, es invulnerable. Y, de pronto, la estrategia del PP puede estrellarse contra su vacío, en esa extraña coyuntura de un partido y un gobierno al frente de los cuales hay sólo un despojo. Los muertos son irresponsables. Aunque nos amarguen tanto la vida a los vivos.

Alguien debió recordar a los dirigentes del PP, tras la derrota de 2008, el postulado taoísta del Tratado del vacío perfecto: «¡Sutil! Sé sutil hasta el punto de no tener forma. ¡Inescrutable! Sé inescrutable hasta el punto de no hacer ruido. De ese modo, te erigirás en amo del destino de tu enemigo». Un muro de ausencia debe rodear al general de gran escuela: todo se mueve en torno suyo, él permanece inmóvil tras su opaca muralla.


Puede que fuera una opción inteligente. En la política, como en la guerra, gana aquel que no es esperado; aquel cuya existencia, o bien no se conoce, o bien se cree conocer demasiado. Rajoy había ofrecido batalla entre 2004 y 2008. Fue vencido. El cambio de estrategia se imponía. «El que sabe no habla», enseñaba Lao-Tsé; «el que habla no sabe». Guardó silencio. Dejó que desbarrase Zapatero. Y éste lo hizo, más allá de lo imaginable. Sobre las redes de silencio que su adversario tejía, el socialista no perdió una sola ocasión de enredarse en sus propias palabras. En marzo de 2012 había logrado sobrepasar el peor vaticinio electoral de la historia constitucional española. Los estrategas taoístas de la calle Génova creyeron ya ganada la partida.

Pasó entonces. En abril, Zapatero se declaró difunto. No dimitió, no se marchó. Se declaró difunto y permaneció en el cargo. Nos gobierna un muerto, desde entonces. Y fue como si una perversa caligrafía circular volviera en contra del PP su propia estrategia. Nadie está tan blindado en su ficción de inexistencia como aquel que es de verdad inexistente. Muerto, Zapatero se trueca en irresponsable. Sin que nadie de su partido esté obligado a heredar la responsabilidad atroz de la ruina nacional generada. Y todo puede volver al punto cero. Las primeras encuestas indican que la estrategia fue acertada y que el cálculo puede tendencialmente confirmarse. Todo cae sobre la memoria del pobre cadáver. Y, junto con el vínculo, su heredero —el que sea— rompe el capital maldito de imposibles hipotecas que la herencia ha generado.

De aquí a la fecha en la cual sean las elecciones generales, nada va a moverse. Ni en el PSOE ni en el Gobierno. El vacío juega a su favor ahora. Y el silencio. Y, en la medida de lo posible, el olvido, si no la piedad.

Sí, puede que acertara Rajoy tras 2004. Puede que la estrategia del vacío jugara a su favor, hasta hace dos semanas. Pero ahora quien no existe es Zapatero. Ni existe nadie en su nombre. Y la astucia de guerra zen queda invertida:

«—¿Cómo gobernáis el Estado?

—No gobernando.»

Porque lo muerto no muere. Sólo mata.


ABC - Opinión

Cataluña. Barcelona Decideix. Por José García Domínguez

Al punto recuerdo lo que dijera en su día dijo Julio Camba sobre el particular, aquello de que una nación se fabrica igual que cualquier otra cosa. "Es cuestión de quince años y de un millón de pesetas", sentenció.

Certifico con el escándalo justo que TV3 premia con nueve minutos de telediario a los cuatro gatos domésticos que se han prestado a ejercer de figurantes en la performance secesionista de Barcelona. Y al punto recuerdo lo que dijera en su día dijo Julio Camba sobre el particular, aquello de que una nación se fabrica igual que cualquier otra cosa. "Es cuestión de quince años y de un millón de pesetas", sentenció. De ahí que con un kilo de los de entonces se comprometiese a hacer de Getafe una nación oprimida. "Me voy allí y observo si hay más hombres rubios que hombres morenos o si hay más hombres morenos que hombres rubios". Algún tono cromático, claro, tendría preponderancia en las cabelleras de Getafe, "y este tipo sería el fundamento de la futura nacionalidad". Et caetera.

Con el tiempo, al fin consumado el proceso de la construcción nacional getafeña, "si alguien osara decirme que Getafe no era una nación, yo le preguntaría qué es lo que él entendía por tal y, como no podría definirme el concepto de nación, le habría reducido al silencio", concluyó triunfal. Como siempre en Camba, broma muy seria tras la que yace la sórdida evidencia de que no cabe decirse nacionalista sin enfangarse, y hasta el último pelo de la cabeza, en la charca identitaria. Razón última de que el mito de la autodeterminación no remita a cuestión cuantitativa alguna, sino a una tautología pedestre. Así, imagínese por un instante que los extras de la comedia barcelonesa no hubiesen sido cuatro, sino cuatro millones. La cuestión, entonces, continuaría siendo la misma: ¿Y qué?

De hecho, si a las dizque naciones, tal como los creyentes predican, les asiste el derecho a la soberanía por el hecho de serlo, nada más peregrino que reclamar la autodeterminación. ¿A qué preocuparse por lo que opine la tropa de a pie si ese ente metafísico, la nación, existe al margen de los mortales que lo encarnan? ¿O acaso tendría alguna importancia cuanto barruntasen los catalanes de carne y hueso sobre el particular? Desventura, ¡ay!, que aboca a otro callejón lógico sin salida. ¿Pues con qué argumento impedir que los perdedores ansiaran ejercitar también el derecho presunto a la escisión, una y otra vez, hasta ver colmada su voluntad? Merda de país petit!


Libertad Digital - Opinión

La voz del honor. Por Ignacio Camacho

No corresponde a las víctimas dirigir la política de la nación pero no hay nación ni política que pueda ignorar su verdad.

LAS víctimas siempre tienen razón, incluso cuando no la tienen. Sus simpatías políticas, individuales o colectivas, pueden resultar tan opinables como cualesquiera otras, pero su indelegable sufrimiento en primera persona les otorga una legitimidad moral incontestable en la reclamación de justicia. Son las vestales de la libertad, encargadas de mantener encendido el fuego sagrado de la memoria del sacrificio de tantos inocentes. Les asiste el derecho a ser oídas con respeto porque tienen la razón de parte, porque la sangre derramada jamás les ha arrancado una sola concesión al rencor o a la venganza y porque su voz representa el honor de una sociedad herida.

La justicia que reclaman las víctimas no es sólo la de la detención y el castigo de los culpables. Es la derrota del impulso homicida que ha movido la mano de los asesinos y de sus cómplices políticos y sociales. Es la extinción sin condiciones de ETA y el aislamiento democrático de su entorno. Sin tapujos, sin componendas, sin pactos, sin contrapartidas. La única paz posible después de casi novecientos muertos que no servirían de nada si uno sólo de quienes han apoyado , comprendido o colaborado en su muerte obtiene el premio de un puesto de representación democrática. Eso es lo que piden cuando, en tardes como la del pasado sábado, levantan su clamor contra el compromiso acomodaticio, contra el legalismo posibilista, contra la tentación pragmática: que no nos conformemos con ninguna paz ficticia construida sobre autoconcesiones a la indiferencia o al olvido.

Cada vez que ante esas voces siempre alertas me asalta alguna duda, algún titubeo, alguna flaqueza, abro al azar el libro «Vidas rotas», de Rogelio Alonso, Florencio Domínguez y Marcos García Rey. Allí está escrito el relato individual de cada asesinado por ETA; uno por uno, hasta 857, con sus nombres, sus circunstancias y su historia, en mil sobrecogedoras páginas que son las actas frías de un infame delirio de persecución política, de un escalofriante holocausto imprescriptible. Están las víctimas y sus victimarios, porque no basta saber quién murió sino quiénes los mataron, quiénes son los culpables de este dramático y brutal rito expiatorio impuesto por el exaltado designio de sometimiento social a través del crimen, la humillación y la violencia. Y es ahí, en esa conmovedora lista del horror, donde se encuentra la razón última de la resistencia democrática a cualquier modalidad, por remota que sea, de alivio, perdón o desmemoria.

El testimonio de cualquiera de esas vidas truncadas impulsa la necesidad de escuchar las razones de las víctimas para sentir, aunque sea preventivamente, desconfianza, susceptibilidad o recelo. Ojalá estén equivocadas; porque es cierto que no les corresponde a ellas dirigir desde el luto la política de una nación, pero no hay política ni nación que pueda ignorar su verdad profunda, demoledora e inconsolable.


ABC - Opinión

Jugar con fuego

La ronda de pseudo-referendos puesta en marcha hace año y medio en Cataluña por los grupúsculos independentistas culminó ayer su última etapa en Barcelona. La experiencia no alcanzaría más interés que unos juegos florales para consumo interno de una minoría si no fuera porque en ella han participado todos los consejeros de la Generalitat, con el presidente Artur Mas a la cabeza. Los dirigentes de Convergencia son muy dueños de permitirse ciertas frivolidades o de jugar al escondite con sus votantes, pues mientras los domingos votan «sí» a favor de la independencia, los miércoles lo hacen en contra o se abstienen en el Parlamento autónomo. Pero cuando se ocupan cargos de gobierno en la institución que representa al Estado español, lo mínimo que les exige la ciudadanía es coherencia y lealtad a sus juramentos. Resulta ilustrativa y sonrojante la incongruencia de la consejera de Justicia, Pilar Fernández Bozal, que no dudó en votar en la misma consulta soberanista que meses atrás combatió como abogada del Estado. Parece evidente que el voto de los consejeros responde a la consigna dada por Mas de participar en esta especie de divertimento dominical para no perder terreno entre la minoría independentista. Grave error. El presidente de Cataluña está obligado por la dignidad de su cargo a no jugar con frivolidad y menos aún con fuego. La excusa de que votó a título individual no sólo es inaceptable, es incluso hiriente para los catalanes, pues es como decirles que tienen un presidente constitucional sólo a tiempo parcial. Mas debería tomar nota de la irreprochable conducta de su compañero de coalición, Duran Lleida, que se ha negado a secundar la mascarada. ¿Con qué autoridad moral podrá exigir al Gobierno de la nación un trato de igual a igual quien instiga y anima a romper con el Estado? ¿Cómo compagina el voto por la independencia con pedir a los españoles que suscriban Bonos de la Generalitat? Se equivoca, también, al creer que su prestigio sale indemne del trance, pues esas consultas soberanistas son identificadas como el pasatiempo político de fin de semana de los radicales. Desde luego, no es inocuo este juego de la oca independentista. Aunque los datos que ofrecen los organizadores (indemostrables, por otra parte) arrojan unos resultados ridículos para sus expectativas, lo cierto es que se han puesto en marcha personal, equipos, material e infraestructuras públicas al servicio de una opción política que es muy minoritaria. La abierta complicidad de entidades municipales en la organización y ejecución, además de constituir una ilegalidad, supone un fraude a los intereses de la gran mayoría catalana, que es contraria a la independencia y está mucho más preocupada por los fuertes recortes presupuestarios de su Gobierno que por experimentos gaseosos. En lo que debe centrarse Artur Mas es en ajustar sus presupuestos sin sacrificar la salud de los ciudadanos, la educación de los niños o la atención a la tercera edad, en vez de perder el tiempo en pseudo-referendos que sólo pueden conducir a la frustración y la melancolía porque el rechazo a la independencia de Cataluña es general en esta comunidad y en el resto de España.

La Razón - Editorial