domingo, 2 de enero de 2011

Tres hombres peligrosos. Por Arturo Pérez-Reverte

Tengo en casa una foto grande, recortada de un viejo libro de fotografía cuyo título no recuerdo. También olvidé el nombre del autor, si llegué a saberlo. La imagen pertenece a una serie sobre los movimientos revolucionarios en los años 20 del siglo pasado, y en ella aparecen tres hombres relativamente jóvenes, aunque el aspecto y la época los hagan parecer mayores. Dos llevan barbas poco espesas, todos usan gafas redondas con montura de acero, y visten con modestas y raídas ropas burguesas. No sé dónde se hizo la foto, ni la nacionalidad de los tres individuos, aunque recuerdo que el texto los identificaba como socialistas, o bolcheviques. Puede tratarse de una escena tomada en el patio de una cárcel, o tal vez un recuerdo de camaradas. Hay en sus protagonistas algo clandestino. Están sentados muy juntos, fraternalmente agrupados ante la cámara del fotógrafo, que el del centro observa con una singular expresión de recelo y desafío: una mirada sombría, fanática. Es evidente que se trata de individuos convencidos de algo. Una causa común, una idea. Sin la menor duda son hombres peligrosos.

Seguramente los mataron pronto. Si algo aprendí dando tumbos por el mundo, mochila al hombro, es a identificar a los que no sobreviven, o al menos llevan en el bolsillo las papeletas de la rifa. Esos tres las llevaban todas. Es probable que a poco de hacerse, o hacerles, aquella foto, alguien les diera matarile: quienes los fotografiaron en el patio de la cárcel, si es que estaban en una, o la policía de alguno de los países de Europa Central por los que se movían secretamente entre fronteras, trenes y falsos pasaportes. Fueron liquidados, tal vez, en una pensión de mala muerte, en un sucio callejón, en una comisaría tras pasar un rato incómodo diciendo sí y no en la sala de interrogatorios. Quizá se arrojaron por una ventana, o los arrojaron. Solía ocurrir. Gaseados por Hitler, fusilados por Stalin. Puede que alguno se pegara un tiro para no caer vivo en manos de alguien, aunque también el tiro pudieron pegárselo sus propios camaradas. Porque ésa es otra. Sus caras son de manual: duros, convencidos, en la edad justa. Aventureros de la utopía. Ni muy jóvenes, ni pasados de vueltas. Aún no veo rastro de fatiga. Por ello son peligrosos, como dije antes. De los imprescindibles en vísperas de una revolución, y que luego estorban. Aquéllos que, tras hacer posible la toma del palacio de Invierno, acabaron picando piedra en Siberia, o en el sótano de la Lubianka con un tiro en la nuca. Aunque lo mismo, todo puede ser, fue uno de ellos quien despachó a los otros dos: el que antes despertó de la quimera. Tal vez se denunciaron y mataron entre sí al cabo del tiempo, cuando rozaban el poder y cuajaba el sueño. Autocrítica pública antes del paredón. Quién sabe. Son las vueltas y revueltas de su tiempo. De la vida.

Los veo mirarme con sus ojos jacobinos y miopes, encogidos uno junto a otro como si tuvieran frío, y pienso en lo que hicieron. Sobre todo, en lo que estuvieron a punto de hacer. Calculo el incendio magnífico que quisieron provocar. La hoguera terrible, necesaria y fallida con las astillas de tronos y confesonarios. Considero el sueño tenaz al que dedicaron sus vidas, el modo de perseguirlo, de inmolarse en él. Imagino la inteligencia, el coraje, el rencor, la desesperación con que esos tres hombres, y cuanto simbolizan, pusieron el viejo mundo patas arriba, abriendo las puertas a otro. Y pienso también cómo lo mejor del sueño se pudrió en contacto con la puerca condición humana, y cómo la aventura de la esperanza acabó en bufonadas grotescas, traiciones infames y estériles carnicerías sangrientas; en la mentira y el cinismo de gánsters convertidos en dictadores sin escrúpulos, en la estupidez suicida de las masas incultas, en el callejón sin salida donde los canallas oportunistas y demagogos, todavía un siglo después, en nuestras barbas, siguen destruyendo lo más noble, osado y libre que late en el ser humano.

Quizá por eso, mirar la foto me produce una extraña ternura. Al poseer una información de la que sus protagonistas carecen, yo sé cuál es su destino. Puedo leer el futuro que ya fue, pintado en esos rostros hoscos hasta la inocencia, en las miradas fanáticas y peligrosas. En esa voluntad ingenua que tanto me conmueve adivinar, y que me reconcilia con muchas cosas de las que blasfemo a diario. Objetivamente, acaben como acaben, sé que esas tres pobres vidas anónimas no valdrán para nada. Su fotografía es el documento de un fracaso: la derrota irreparable del ser humano justo, valiente y libre. Pero sé también que, sin esa foto y cuanto simboliza, la fe en lo grande y temible que encierra el corazón del hombre no existiría. Ése es mi orgullo melancólico. Nuestro consuelo.


XL Semanal

La calculadora de euros. Por Antonio Burgos

El despilfarro nacional empieza porque nadiepiensa ya en pesetas lo que pagamos en euros.

TAL día como hoy de hace nueve años, el 2 de enero de 2002, todos estábamos con una calculadora de pesetas a euros y de euros a pesetas que nos acabábamos de comprar. Acabábamos de rasgar el plástico de aquella bolsita que te daban en los bancos a cambio de pesetas y que la campaña de divulgación llamó Monedero Euro, lo que motivó las protestas de los demasiado creyentes, que cuando les daban el envoltorio de plástico reclamaban la marroquinería de piel. Creían que el Monedero Euro era de Ubrique.

Mal que bien, nos familiarizamos con las nuevas monedas. Con la de 1 euro, que nos recordaba con su filo dorado las libras del viaje a Londres para las rebajas. Con la de 50 céntimos, oronda como una galleta María. A trancas y barrancas, nos familiarizamos con la nueva imagen numismática del Rey, con la gola del retrato de Cervantes, con el Obradoiro en el cobre de los centimitos sueltos. Y no dejábamos de tener a mano la calculadora de euros, con sus teclitas azules de las pesetas y de la nueva unidad monetaria. Y bollo de pan que comprábamos o factura que pagábamos era cuenta que hacíamos con la calculadora. Hasta nos aprendimos de memoria la exacta equivalencia del euro en pesetas, con decimales y todo: 166,386 pesetas por cada euro.


Ya todo aquello pasó, todo quedó en el olvido, como en el bolero de Carmelo Larrea. ¿Cuánto tiempo hace que dejó usted de usar la eurocalculadora? ¿Desde cuándo no ve usted una sobre el mostrador de una tienda, al lado de la registradora? Casi nadie se toma ya el trabajo de traducir a pesetas el disparatón de lo que cuesta cualquier producto o servicio, y por eso nadie se lleva las manos a la cabeza. Con la entrada en el euro admitimos todos una inflación técnica que así nos va: olvidando la cotización de las 166 pesetas, todo el mundo hizo su tabla de equivalencia: 1 euro = 1 moneda de 100 pesetas. Padecimos la sinvergonzonería nacional del que llamaron «redondeo». Lo malo es el que el redondeo mental de la equivalencia del euro lo seguimos aplicando todos, que ya no nos tomamos el trabajo de traducir a las que peyorativamente llaman «antiguas pesetas», que han quedado tan arqueológicas como aquellos duros antiguos que tanto en Cádiz dieron que hablar, que se encontraba la gente a la orillita de etcétera.

Tras el subidón de la luz y desde la Gauche Caviar, el Ministro de la Bombilla de Bajo Consumo ha dicho que nos quejamos por vicio, que, total, la luz ha subido lo que cuesta un café. No el famoso café a 80 céntimos de ZP, sino un café de cualquier barra, que son por lo menos 2 euros. ¿Pero usted ha echado la cuenta de lo que son 2 euros, del dineral que cuesta un café? Dos euros son 332,60 pesetas. Una barbaridad. Si paga usted en el bar una ronda de cuatro cafés a otros tantos amigos, son 1.330,40 pesetas del ala. Que se dice pronto 1.330 pesetas por cuatro cafés. Claro, como ya no usamos la calculadora de euros... La otra tarde, en el programa de Jorge Javier Vázquez, salía una vieja muy repintada y repeinada, contentísima porque en la peluquería le habían cobrado sólo 20 euros. ¿Pero usted sabe lo que son 20 euros, señora? Veinte euros son 3.326 pesetas. Lo que cobraba Llongueras antes del euro es lo que llevan ahora las peluquerías de barrio a las viejas que van de público al «Sálvame». Y todo así. El despilfarro nacional empieza porque nadie piensa ya en pesetas lo que pagamos en euros. Propongo mi fórmula: que volvamos a usar la calculadora de euros. Como tal día como hoy, hace nueve años.


ABC - Opinión

Zapatero y Rajoy. Adiós a la honestidad. Por Agapito Maestre

La honradez parece algo sin correspondencia inmediata con la realidad. No vemos sin esfuerzo mental la tangible honradez del hombre de principios. La pregunta es inmediata: ¿Quién tiene más principios Rajoy o Zapatero?

Dos mundos radicalmente diferentes hemos visto en las comparecencias de Zapatero y Rajoy. Mientras que el primero hace política, propone e impone criterios, el segundo espera tranquilamente que le llegue el poder por "ciencia infusa", es decir, por simple desgaste del Gobierno socialista. ¿Qué ha dicho Rajoy en su comparecencia? Que Zapatero ha perdido un año. Punto. Las críticas, los matices, la pedagogía política, en fin, el programa alternativo de Gobierno que algunos esperábamos no han aparecido por ninguna parte. Rajoy se ha presentado ya como ganador de unas futuras elecciones. No trata de convencer a nadie. Él simplemente da por hecho que la gente lo votará, porque Zapatero es un desastre. Tengo la sensación de que Rajoy trata a su electorado como menor de edad. Se presenta como un ganador, cuando en realidad lo que queremos es un trabajador que nos diga cómo salir del atolladero socialista.

Por el contrario, la comparecencia de Zapatero ante los medios de comunicación ha sido, como casi siempre, larga y prolija. No se cansa jamás de hablar. Trata de explicar lo inexplicable. Engaña, hace quiebros a los suyos y requiebros a los periodistas. Rectifica y propone. Miente con descaro, pero jamás da nada por perdido. No aparece como un tipo sobrado. Huye de la altanería ante los medios de comunicación. Da titulares y sigue llevando la delantera en todo. En la despedida de 2010, ha narrado, e incluso ha explicado con todo tipo de detalles, los pasos que dará su Gobierno en el año próximo.


En verdad, un espectador imparcial de estas comparecencias tiene la sensación de que se encuentra entre un pillo y un altanero. Mientras que Zapatero da titulares, Rajoy se oculta en la nadería centrista. Creo que es difícil sustraerse a la sensación melancólica de la pérdida de una elemental decencia para hacer política. La decencia, o mejor, la honradez, en nuestro tiempo, es antes un concepto que una tradición. La abstracción está por encima de una conducta ejemplar. He ahí una prueba del fracaso de la honradez. Pensamos lo que anhelamos. Nuestros coetáneos aplauden más, muchísimo más, a quienes los narcotizan con sonrisas y halagos lisonjeros, que a los hombres rigurosos que los salvan con gestos adustos. El honrado está borrado por el pillo del mapa de las buenas costumbres. Acaso por eso, por la desaparición de la escena pública del hombre honesto, la honradez es antes un discurso que la precisa narración de una biografía.

La honradez parece algo sin correspondencia inmediata con la realidad. No vemos sin esfuerzo mental, sin complicados rodeos intelectuales, la tangible honradez del hombre de principios. La pregunta es inmediata: ¿Quién tiene más principios Rajoy o Zapatero?


Libertad Digital - Opinión

Preguntas para 2011. Por José María Carrascal

A los españoles: ¿Hemos asumido finalmente que no somos tan ricos como nos creíamos?

A José Luis Rodríguez Zapatero: ¿Va usted a seguir diciendo que es el gobernante más «social» que han tenido los españoles, después de haber presidido el mayor desplome de su nivel de vida en los últimos tiempos?

A Mariano Rajoy: ¿Va usted a conceder a Artur Mas el «pacto fiscal» que quiere para Cataluña si es su única forma de llegar al gobierno?

A Artur Mas: ¿Nos quiere aclarar, por favor, de una vez por todas si busca una Cataluña independiente ahora o en el futuro?

A José María Aznar: ¿Va usted a continuar proyectando la impresión, dentro y fuera de España, de que puede ser mejor gobernante que cualquier otro político, incluidos los de su propio partido?

A Felipe González: ¿Considera usted la situación española más fácil o más difícil que cuando dejó el poder?

A Alfredo Pérez Rubalcaba: ¿Sabremos alguna vez lo que ocurrió en el Bar Faisán o tendremos que esperar al Juicio Final para saberlo?

A José Blanco: ¿Va usted de dejar de decir que el PP es el causante de todos los males que afligen a España?

A Esperanza Aguirre: ¿Nos promete que no volverá a poner la zancadilla a Rajoy, incluso si se le presenta una ocasión propicia para ello?

A Alberto Ruiz-Gallardón: ¿Cuándo se le quitará el complejo ante una izquierda que anda de capa caída en Europa y en el mundo, después de intentar imitar a la derecha?

A Francisco Álvarez Cascos: ¿Va usted a aceptar deportivamente su derrota o a convertirse en la mejor baza del PSOE para continuar gobernando Asturias?

A Pedro Solbes: ¿Le ha presentado usted disculpas a Manuel Pizarro por los reproches que le hizo en los famosos debates que sostuvieron por televisión, tras haberse cumplido e incluso ampliado sus predicciones?

A Manuel Pizarro: ¿Volvería usted a la política si Mariano Rajoy le llamase?

A Pep Guardiola: ¿Cuándo anuncia usted su candidatura a la presidencia de la Generalitat, y consigue que Cataluña funcione tan bien como el Barça?

A José Mouriño: ¿Qué le falta y qué le sobra al Real Madrid para ser el equipo que fue?

A los fumadores: ¿Van ustedes realmente a dejar de fumar?

A los directivos de Televisión Española: ¿Creen ustedes que es el momento de poner una serie sobre un «bandido generoso»?

A los españoles: ¿Hemos asumido finalmente que no somos tan ricos como nos creíamos?

A los niños que nazcan en 2011: ¿Nos perdonaréis por la España que os vamos a dejar?

Y a todos en general: Feliz Año Nuevo, pese a todo.

ABC - Opinión

La década perdida. Por Jesús Cacho

Todo se reduce a sentarse en torno a una mesa camilla y empezar a hablar. Y a ver qué sale. Y lo que ha salido en los últimos siete años han sido llamadas desesperadas y de última hora para arreglar los problemas 'como sea'.

Es un espectáculo que empieza a resultar habitual en cualquiera de los infinitos bares que pueblan la geografía española a la hora de los informativos de tele: basta con que en pantalla aparezca la coreografía gestual de nuestro bien amado José Luis Rodriguez Zapatero largando alguna de sus frases gaseosas para que, como si de un acto reflejo se tratara, la gente a pie de barra empiece a murmurar, y el murmullo adquiera pronto aires de protesta y la protesta gane enteros para convertirse en abucheo general salpimentado con más o menos irreproducibles insultos, momento en el cual el dueño del bar toma el mando a distancia y cambia de canal. ¿Cómo hemos podido llegar a “esto”? ¿Qué han hecho los españoles para merecer tal castigo? ¿Qué ha hecho él para soliviantar a tantos con tan poco?

Tal vez sea pertinente recordar aquí una frase del prólogo redactado por él mismo (cabe suponer que en 2001 todavía no tenía “negro” a su servicio) al libro escrito por su ex ministro y ex amigo Jordi Sevilla, titulado “De Nuevo Socialismo” (Editorial Crítica, Barcelona 2002). Esto escribía entonces el señor Rodríguez: "Ideología significa idea lógica y en política no hay ideas lógicas, hay ideas sujetas a debate que se aceptan en un proceso deliberativo, pero nunca por la evidencia de una deducción lógica (...) Si en política no sirve la lógica, es decir, si en el dominio de la organización de la convivencia no resultan válidos ni el método inductivo ni el método deductivo, sino tan sólo la discusión sobre diferentes opciones sin hilo conductor alguno que oriente las premisas y los objetivos, entonces todo es posible y aceptable, dado que carecemos de principios, de valores y de argumentos racionales que nos guíen en la resolución de los problemas".


He ahí, comprimido, el pensamiento del personaje. No hay principios, ni valores, ni argumentos racionales. No hay ideología ni fundamentos morales que valgan. Mucho menos una idea de España (“concepto discutido y discutible”), ni del otrora llamado patriotismo constitucional. No hay Historia. Todo está abierto en canal. El Presidente nos revela en ese prólogo que la base metodológica de su toma de decisiones es lo que alguien denominó la “epistemología de la tertulia”, y que el fundamento ético de su gestión se basa en eso que los anglosajones llaman el brain storming. Todo se reduce, pues, a sentarse en torno a una mesa camilla y empezar a hablar. Y a ver qué sale. Y lo que ha salido en los últimos siete años han sido llamadas desesperadas y de última hora para arreglar los problemas “como sea”.

Los españoles hemos tardado años en descubrir lo que el tipo escondía tras la máscara de su seductora sonrisa. Con las variantes de rigor, hoy existe un cierto consenso a la hora de calificar como inclasificable a un tipo que a su escasa preparación intelectual y nula experiencia como gestor para el desempeño del cargo une un relativismo, una ausencia de valores morales apabullante, carencias que suple con una frivolidad, un desparpajo y una osadía sin límites, algo que le permite encararse todas las mañanas con el espejo para renovar la fe en sí mismo como el personaje más importante que ha pasado por la historia de España en los últimos 50 años, los que el tipo luce en el pelo. Un aventado, o simplemente un caradura desprovisto de cualquier sentimiento de culpa. Un fatuo sin sentido del ridículo. En todo caso un producto del marketing político, un tipo, eso sí, con la inteligencia emocional suficiente para conectar con parte importante de una sociedad, la española, convertida en su vivo retrato: una sociedad reñida con el principio de la responsabilidad individual, liviana en lo moral, alérgica al esfuerzo, enemiga del sacrificio, acomodaticia, sedada. Sociedad del “buen rollito” que rechaza de plano los problemas, porque solo le preocupa su bienestar a corto plazo. La sociedad de Belén Esteban.

Un mal gobernante camuflado tras una sonrisa

Hace ya cinco años, nada menos que en enero de 2006, escribí en este diario que “la causa principal del clima de desasosiego e incertidumbre que, a pesar de ese casi 3,5% de crecimiento de la economía durante el 2005, invade a millones de españoles, se llama José Luis Rodríguez Zapatero. Así están las cosas. El presidente del Gobierno de España se ha convertido en el primer problema español al inicio de este decisivo 2006”. No sabía uno bien lo que se nos venía encima. Sobrado del rancio sectarismo propio de una izquierda de la que ya no queda rastro en Europa y ayuno del más elemental sentido común, el personaje ha dinamitado –Ley de Memoria Histórica y nuevo Estatuto de Autonomía de Cataluña- en estos años los dos pilares sobre los que se fundamentó la transición: el afán de reconciliación que aunó a los españoles a la muerte de Franco, con deseo de pasar página en ambos bandos sobre los excesos cometidos, y el Estado autonómico salido de una Constitución que, reconociendo la España plural, enfatizaba la unidad de la Nación y residenciaba la soberanía en el conjunto del pueblo español.

Si los destrozos en el orden interior son evidentes, no lo son menos en lo que a la imagen de España en el exterior respecta. Nuestro país es hoy el convidado de piedra no solo en la gran política internacional, sino en la Unión Europea. “Han tardado seis años en descubrir que detrás de su sonrisa solo había un mal gobernante”, aseguraba France-Soir en marzo de este año, “pero los principales líderes europeos ya conocen al presidente español, al que ignoran y consideran un político dañino para España y para Europa”. Con ser todo ello doloroso, en modo alguno la situación hubiera alcanzado el grado de dramatismo al que, al doblar la esquina de la primera década del siglo, hemos llegado, de no haber sido por la crisis económica.

Las dos legislaturas Zapatero, en efecto, quedarán marcadas por la peor crisis económica sufrida por España desde 1947 y por la pérdida de todas las ganancias de convergencia real –renta, riqueza y empleo- logradas desde el inicio del ciclo expansivo en 1996 y hasta el 2007. La década perdida. Lo peor, con todo, es que el perfil cíclico de nuestra Economía es en L, que no en V, es decir, nos enfrentamos a una contracción de la actividad seguida de un proceso de estancamiento con tasas de crecimiento de entre el 0,5% y el 1,5% durante un periodo de tiempo muy dilatado. Al endeudamiento de familias y empresas une España un descomunal déficit público, dos desequilibrios que, en un escenario de recesión, primero, y de bajo crecimiento, después, ponen en cuestión la capacidad de nuestra economía para atender los vencimientos de su deuda. La sombra del default, que a punto estuvo de hacerse realidad en el dramático fin de semana del 7 y 8 de mayo pasados, podría, por eso, volver a presentarse a lo largo del primer trimestre de 2011, llevándose por delante, entonces sí, los restos del gran naufragio español.

La responsabilidad histórica del Partido Socialista

Es ya un lugar común afirmar que la crisis de caballo que padecemos ha llegado para España en el peor momento posible, con la clase política más mediocre de las últimas décadas y en la fase final de agotamiento del sistema salido de la Transición. Nos hallamos, en efecto, ante una crisis sistémica, crisis de un modelo –donde lo económico es apenas su parte más visible- que se halla en el umbral de un apagón de consecuencias imprevisibles a menos que se aborde con decisión una reforma de la Constitución del 78 que cada día más españoles reclaman y ante la que nuestros políticos hacen oídos sordos. Desde esta perspectiva, cargar todas las culpas de la situación en el pasivo de Zapatero no solo sería falso, sino, además, deshonesto. El drama español ha consistido en contar con el peor Presidente posible en el momento en que necesitaba el mejor imaginable. El peor Gobierno para hacer frente a la coyuntura histórica más exigente.

Así las cosas, las consecuencias de los atentados del 11 de marzo de 2004 han ido adquiriendo con el paso de los años más y más relevancia, porque, inducidos por aquella tragedia, una minoría mayoritaria de españoles decidió poner el Gobierno de la nación en manos de un individuo claramente incapacitado para la importancia del reto. El resultado de aquel error, reiterado cuatro años más tarde, está llamado a tener consecuencias muy dolorosas para el nivel de vida de los españoles y para la propia idea de España como nación. Al inicio de 2011 y cuando en teoría aún restan 15 meses de Gobierno Zapatero, España es un país exhausto, que se adentra en el cuarto año consecutivo de crisis con el drama a cuestas de casi cinco millones de parados y al límite en lo que a pesimismo y desánimo colectivo se refiere. Un país donde solo es posible encontrar un empleo si se cuenta con el enchufe adecuado, como en las peores épocas de nuestra Historia. Un país incapaz de procurar un futuro de esperanza a sus generaciones jóvenes. Un no-país.

Y, sin embargo, un país que cuenta con investigadores de la máxima categoría, con arquitectos de gran prestigio, con médicos de nivel mundial, con deportistas, ingenieros, economistas, con profesionales, en fin, capaces, en sus distintas categorías, de medirse con ventaja con los de cualquier latitud. Un país que reclama a gritos un liderazgo creíble con nervio bastante para movilizar conciencias, inspirar entusiasmo y ofrecer esperanza. La simple llegada de un Gobierno de nuevo cuño sería motivo suficiente para, con apenas cuatro retoques, revertir la situación económica –solo la económica; lo “otro” son palabras mayores- en seis meses. Se trata de un problema de confianza. De ahí la responsabilidad que ante la sociedad española contraerá el Partido Socialista si opta por mantener en el poder a un político amortizado, un zombi, durante otros 15 meses que solo servirán para profundizar la herida, agravando el daño infligido a España y a los españoles. Es hora de que hablen los ciudadanos. Hora también de olvidarse de operaciones extrañas, estilo Rubalcaba (“Lo sé todo de todos”), que, de materializarse, vendrían a suponer la puntilla definitiva al régimen de libertades. Feliz año, a pesar de todo.


El Confidencial - Opinión

¡Feliz año viejo!. Por M. Martín Ferrand

No había visto unas campanadas tan desvaídas y ñoñas, por el generalizado tono mustio de la noche.

LA primera vez que TVE transmitió las campanadas del reloj de la Puerta del Sol de Madrid fue en 1962. La «información» se sirvió dentro de un telediario que, de esmoquin y con una copa de cava sobre la mesa, presentó Jesús Álvarez, el padre del hoy acostumbrado y brillante informador deportivo. La realización la hizo personalmente el director de informativos, José de las Casas. Desde entonces —yo estaba allí— no había visto unas campanadas de fin de año tan desvaídas y ñoñas. No por sus presentadores, admirables en todas las cadenas; sino por el generalizado tono mustio que presidió la noche. Supongo que se trata de la pesadumbre que proporcionan las grandes crisis y la tristeza que genera saber que no muy lejos de cada uno de nosotros está un parado que, lo más probable, tampoco encuentre empleo en el recién nacido 2011.

Por decirlo de un modo más sintético, 2011 empieza como terminó 2010, pero sin tabaco. Alguien, como Leslie William en Aterriza como puedas, la película que creó un género cinematográfico, debiera decir: «Elegí un mal momento —día en el original— para dejar de fumar». No es cosa de amargarnos el primer domingo del año con pronósticos oscuros; pero, en aras de la obligada actualidad, resulta forzado señalar que en el mutis del año que ya se fue coincidieron las manías de grandeza de José Luis Rodríguez Zapateo, presuntuoso ante millones de parados de los grandes avances sociales alcanzados durante su mandato, y las cautelas de Mariano Rajoy que, por sí o por persona interpuesta, le cerró el paso del retorno a la política activa a Francisco Álvarez-Cáscos. Del mismo modo que la madrastra de Blancanieves le preguntaba a su espejito mágico, dispuesta a no tolerarlo, si alguien más bella que ella pisaba sobre la faz de la tierra, Rajoy parece inquirirle a Pedro Arriola si algún militante del PP está en condiciones de darle sombra o de mermar su poder y, si lo hubiere, no tarda en apartarlo. En eso coinciden plenamente el líder decadente y su alternativa ascendente.

Distinto es el caso de Artur Mas, que, independientemente de cuales sean sus frutos en los próximos cuatro años, ha sabido rodearse de un equipo de verdaderos notables. Ya quisiéramos a su consejero de Economía, Andreu Mas-Colell, en el lugar de Elena Salgado e, incluso, para que se note que es de derechas, ha nombrado a un hombre de izquierdas, Ferran Mascarell, para responsabilizarle de Cultura. Así es la derecha y por ello sobreviven los anacronismos zurdos. Tiende a despreciar la cultura como si en ella no estuviera la médula fundamental del poder. En conclusión, ¡feliz año viejo!


ABC - Opinión

Obituario. Pérez y González, amigos para siempre. Por Pedro Fernández Barbadillo

Al igual que con otros delincuentes de su entorno, condenados en firme, González asegura que Carlos Andrés Pérez no se merecía esa condena, aunque no sabemos por qué. ¿Porque los socialistas se rigen por un fuero distinto al del resto de los mortales?

No tenía pensado escribir sobre la muerte de Carlos Andrés Pérez (CAP), quien fue dos veces presidente de Venezuela, pero el obituario escrito por Felipe González y publicado en El País me ha hecho volverme atrás en mi decisión, ya que blanquea el pasado de uno de los mayores ladrones e irresponsables sentado en una silla presidencial que ha conocido América.

Como antecedente, hay que explicar que entre 1961 y 1999 rigió en Venezuela una Constitución que establecía los mandatos presidenciales en cinco años y permitía la reelección de quien hubiera sido presidente cuando hubieran transcurridos dos mandatos seguidos. El primer Gobierno de CAP discurrió entre 1974 y 1979, cuando, gracias al alza de los precios del petróleo, el país se apodaba Venezuela Saudí y el dinero entraba a raudales. Sin embargo, un lector atento se da cuenta de que hay algo que rechina en el artículo. González habla del segundo mandato de CAP y lo fija entre 1989 y 1993; es decir, falta casi un año. ¿Qué ocurrió? Pues que CAP, su amigo durante casi cuarenta años y del que recibía consejos, tuvo el honor de ser el primer presidente hispanoamericano destituido, procesado y encarcelado por corrupción y peculado. La Corte Suprema le condenó a 28 meses de cárcel por fraude a la nación y por la apropiación de 17 millones de dólares del erario público. Al igual que con otros delincuentes de su entorno, condenados en firme, González asegura que CAP no se merecía esa condena, aunque no sabemos por qué. ¿Porque los socialistas se rigen por un fuero distinto al del resto de los mortales?, ¿porque sus buenas intenciones de redimir a los pobres, modernizar sus países y ayudar a sus correligionarios les eximen de cualquier conducta?


El fallecimiento de CAP en Miami, en un hospital privado –algo muy socialdemócrata–, a los 88 años de edad ha hecho que en Venezuela se recuerde cómo entró en la política. En febrero de 1959, Rómulo Betancourt juró su cargo como presidente; antes se había presentado en Caracas Fidel Castro y le había pedido que diese petróleo a Cuba para quemarlo en el motor de la revolución. Betancourt se lo negó, petróleo que ahora envía casi regalado Hugo Chávez. Y la reacción de Castro fue promover una guerrilla en el país. El encargado de erradicar a los guerrilleros, así como de aplastar las conspiraciones militares, fue CAP, primero como director general del Ministerio de Interior y después como ministro. La extrema izquierda venezolana siempre ha acusado a CAP de haber recurrido a los mismos métodos que usaba entonces el Gobierno francés en Argelia y parecidos a los que en la década siguiente emplearon los militares argentinos y chilenos contra los subversivos. Pero ningún juez español procesó a CAP ni por esos asesinatos de los años 60 ni por la matanza cometida en el caracazo entre quienes protestaban contra las medidas de austeridad que aprobó nada más llegar al poder por segunda vez. ¡Ser socialista es ser impune!

En la característica doblez progre, CAP recibía y agasajaba a Fidel Castro pero rompía relaciones con Alberto Fujimori. En la Internacional Socialista se desenvolvió como uno de sus mandarines y durante sus años en el poder repartió dinero a manos llenas dentro y fuera de Venezuela.

Los españoles debemos saber sobre Pérez que, al igual que el francés Valery Giscard d’Estaing, se arrogó el cargo de tutor de la democracia española. Como tal, fue uno de los primeros jefes de Estado que vinieron a España después de la proclamación del sucesor del general Franco como Rey. En noviembre de 1976 trajo de Suiza en su avión presidencial a Felipe González, viaje que éste presenta en su obituario ya citado como casi secreto, cuando la prensa española comentó su presencia.

Y una vez fracasadas las negociaciones de Argel con ETA, González le pidió que acogiese en su país a los etarras desperdigados por Argelia, Francia, Cabo Verde y otros países. Gracias a CAP empezó a establecerse la colonia etarra que con Chávez ha aumentado hasta llegar casi al centenar de terroristas.

Muchos venezolanos, en especial los que trabajaron en sus Gobiernos, dicen que también hizo cosas buenas en su país. Probablemente.


Libertad Digital - Opinión

El hombre que fue presidente. Por Ignacio Camacho

El hombre que fue presidente del Gobierno se mantiene en el cargo pero ha perdido el poder. Es un zombi, un espectro.

EL hombre que fue presidente del Gobierno se creyó hace un año que lo habían elegido presidente de Europa. Con arrogancia autocomplaciente confundió un simple turno de guardia rotatoria con un liderazgo adquirido, y tal día como hoy se declaró con mucha solemnidad dispuesto a mostrar al orbe el modo de salir de la mayor crisis del último siglo. Los verdaderos líderes europeos le miraron con cierta sorna displicente y pocas semanas después lo sentaron en una conferencia junto a los gobernantes de los países con mayor tasa de deuda y de paro. El hombre que fue presidente del Gobierno no entendió el mensaje y siguió proclamándose referencia planetaria de una nueva dimensión ideológica, luz de la socialdemocracia, profeta de un tiempo distinto; así que antes de que concluyese su exiguo mandato simbólico, los socios influyentes del club que pretendía dirigir le dieron un golpe de autoridad: le sacaron a voces de su plácido ensueño, le impusieron las reglas, le fijaron las condiciones y le dictaron la política.

Desde entonces,el hombre que fue presidente se mantiene en el cargo pero ha perdido el poder. Es un zombi, un fantasma, un alma en pena, un espectro que vaga por los rincones de un Estado que ya no dirige. Los débiles hilos de su Gobierno de marionetas los maneja un lugarteniente que acapara sus funciones y lo suplanta como interlocutor ante la opinión pública. La sociedad le ha vuelto la espalda, su partido lo da por amortizado y sus colegas de Europa le cursan órdenes por correspondencia. La única facultad que conserva es la de decidir el momento de su propio relevo, que hasta sus correligionarios desean que abrevie cuanto pueda. Ya no le quedan partidarios y los que aún se presentan como tales están repartiéndose en secreto los restos de su túnica de tribuno.

El hombre que fue presidente estrena el año convertido en un autómata. Su futuro es una cuenta atrás y del pasado ya nadie quiere saber nada. De su entorno se han evaporado los aduladores, los arúspices, los oportunistas, y ha empezado a aflorar esa clase de colaboradores cuya lealtad reposa en mangos de puñales. Sólo él mismo conserva una suerte de autosugestión con la que aún trata de sostener la vaga esperanza de reinventarse. Pero su carisma se ha ido para no volver, sus certezas se han derruido y la seguridad del poder le ha abandonado en la tenue veladura de una simbología escénica. Está solo, encerrado en la oquedad de un fin de ciclo sin otra expectativa que la de la bajada del telón.

El hombre que fue presidente el Gobierno ya sólo tiene delante la oportunidad de elegir el orden de su retirada: la renuncia y la derrota o la derrota y la renuncia. Ésa es la decisión que le queda pendiente: dispone de todo un año para volver a equivocarse.


ABC - Opinión

Álvarez-Cascos, enésima víctima del nuevo PP de Rajoy

Se confirma que cuando Rajoy invitó en Elche a los conservadores y liberales a abandonar el Partido Popular hablaba completamente en serio. Que le pregunten a Cascos.

La decisión de Alvarez-Cascos de abandonar el Partido Popular tras más de tres décadas de militancia y habiendo desempeñado cargos institucionales del mayor relieve, no es una anécdota que pueda imputarse únicamente al interesado por el despecho de no haber sido designado para encabezar las listas autonómicas de su partido en Asturias.

Francisco Alvarez-Cascos ha sido secretario general del Partido Popular durante seis años, como uno de los principales hombres de confianza del José María Aznar que tuvo que llevar a cabo la comprometida misión de reformar la formación tras el histórico congreso de Sevilla en 1990. Seis años más tarde, el PP llegaba al poder en España por primera vez en su historia, lo que demuestra que la gestión interna llevada a cabo por los responsables designados por Aznar, con Álvarez-Cascos en primera fila, no fue en absoluto desacertada.


El político asturiano desempeñó ya en el Gobierno diversos puestos de responsabilidad, incluida la vicepresidencia durante la primera legislatura de Aznar, en un periodo en que los estertores finales de un felipismo descabezado hicieron que un sector importante de la prensa de izquierdas le pusiera en el ojo de mira con campañas que aún hoy aterrorizarían a muchos centro-reformistas de última hora, siempre dispuestos a llevarse bien con el adversario en lugar de defender a los militantes y votantes como habitualmente hacía Álvarez-Cascos, lo que le llevó a pagar un precio elevado en términos políticos, profesionales y también personales.

Sólo por esta biografía, jalonada de servicios a un partido y a un país, Francisco Álvarez-Cascos merece el respeto que los dirigentes actuales de ese mismo partido han decidido negarle. No sólo eso: manifestada su voluntad de postularse para encabezar las listas del partido en Asturias, como una parte notable de la militancia le pedía, la dirección nacional del Partido Popular ha permitido que se desate en su contra una campaña furibunda sin hacer cumplir las previsiones estatutarias destinadas a zanjar el juego sucio dentro de ese partido, como el propio interesado denuncia en su carta de dimisión.

El pánico de Rajoy a la confrontación interna para debatir ideas, su rechazo a cualquier figura en el partido que represente principios identificados con el conservadurismo y su empeño en mantener un absurdo perfil bajo a pesar de los resultados más que halagüeños de todas las encuestas, han pesado más que su deber de actuar con ecuanimidad para que en las listas territoriales se imponga el candidato que aúne el mayor apoyo.

La idoneidad de Álvarez-Cascos para liderar la opción del PP en Asturias es, como todo en política, opinable. Sin embargo, la figura del asturiano merecía no desaparecer de una forma tan lamentable. En todo caso, se confirma que cuando Rajoy invitó en Elche a los conservadores y liberales a abandonar el Partido Popular hablaba completamente en serio. De hecho, él mismo está dispuesto a darles un empujón hacia la puerta. Que le pregunten a Cascos.


Libertad Digital - Editorial

Persecución religiosa

Los ataques contra los cristianos de Irak o Egipto reflejan la voluntad de los integristas islámicos por destruir las sociedades libres.

EL aumento de los atentados terroristas contra las comunidades cristianas de Oriente debe llevar a la comunidad internacional a reaccionar cuanto antes. La violencia fanática de los extremistas islámicos amenaza a los fieles de todas las religiones, pero lo que aparece en este caso, acentuado tras el ataque a una iglesia copta de Alejandría, es un brote de intolerancia absoluta que suele ser el preludio de los peores totalitarismos. Una sociedad en la que se asesina indiscriminadamente a una parte de sus ciudadanos a causa de sus creencias religiosas está en el camino de su autodestrucción, en todos los sentidos. Con la desaparición de las comunidades cristianas, las sociedades de Oriente Próximo no sólo perderían una parte muy cualificada de su ciudadanía, sino que estarían permitiendo la destrucción de uno de sus pilares éticos esenciales. El inequívoco mensaje de Benedicto XVI debería interpretarse en este mismo sentido porque, cuando llama a los cristianos de Oriente a resistir a los ataques y las persecuciones, está defendiendo precisamente un futuro más digno para unos países donde la libertad religiosa debe permitir la convivencia entre comunidades que consideran justamente aquellas tierras tan suyas como de los musulmanes, y que viven allí desde hace milenios. Lo que el Papa pide es una defensa efectiva de los valores universales, de la libertad y de la vida, y basada en hechos «porque las palabras no bastan»

En última instancia, no se puede ignorar que los ataques contra los cristianos árabes son el reflejo de la voluntad de los integristas islámicos por destruir las sociedades libres que ellos identifican con el cristianismo. Puesto que en Occidente las crecientes medidas de seguridad hacen cada vez más difíciles los ataques terroristas, los extremistas se ven obligados a buscar blancos más accesibles en las indefensas iglesias cristianas de Egipto o de Irak. Por desgracia, lo más probable es que este tipo de atentados se repita, porque la siniestra mentalidad de los asesinos islamistas los lleva a pensar que esta es la mejor manera de proyectar su venganza por las supuestas ofensas contra el mundo islámico. Pero es un error. Las primeras víctimas son ellos mismos, porque lo que destruyen son sus propias sociedades.


ABC - Editorial