lunes, 3 de enero de 2011

Ley antitabaco. Con su pan se lo coman. Por Emilio Campmany

Los talibanes del antitabaquismo se han salido con la suya prohibiendo la presencia de los que fumamos en todos los espacios públicos para no tener que elegir entre nuestra compañía y un espacio sin humo.

Mis amigos no fumadores deben de estar de enhorabuena. Habrán saludado el nuevo año brindando por no tener ya que soportar mis humos. Pues con su pan se lo coman porque de lo que pueden irse despidiendo igualmente es de mi compañía. Se acabaron las cenas de los viernes en el bistrót de Chamberí, en el restaurante chic de la calle de Alcalá o en la marisquería de la carretera de La Coruña. Y si creen que para poder fumar y seguir disfrutando de su amistad, les voy a estar invitando a mi casa a comerse mis patatas dauphinois al gratén, amorrarse a mi Vega Sicilia y ahogarse en mi whisky de malta, van de ala. A menos, claro está, que estén dispuestos a corresponder y que, en justa reciprocidad, me den la oportunidad de dejarles su salón con un embriagador aroma a habano que les garantizo no se disipará en días.

Quiero desde aquí también enviar un cariñoso saludo a todos los camareros y maîtres que durante años me han atendido y cuidado porque no me van a ver más por sus restaurantes. Ya sé que, a pesar de mis habilidades culinarias, nunca seré capaz de preparar un buen Strogonoff ni una bearnesa como Dios manda, pero qué le vamos a hacer. No hay pularda, faisán, pintada, pichón o pato que me merezca la pena si, tras haberlo saboreado, no puedo rematarlo con un buen puro.


Tampoco pienso acudir ni a una sola boda que se celebre en local cerrado, por guapa que esté la novia y por apuesto que sea el novio. Les mandaré mi regalito, necesariamente más modesto en consideración a que se ahorrarán dos cubiertos, el de mi mujer y el mío, y que sean muy felices y que coman perdices.

Lo que me saquen a base del impuesto sobre las labores del tabaco, me lo ahorraré en comidas y cenas y creo que saldré ganando. Y los no fumadores pueden consolarse pensando que ese dinero se empleará en subvencionar el carbón y que unos cuantos mineros mueran de silicosis extrayéndolo.

Al final, los talibanes del antitabaquismo se han salido con la suya prohibiendo la presencia de los que fumamos en todos los espacios públicos para no tener que elegir entre nuestra compañía y un espacio sin humo. Sin embargo, de hecho, la ley ha elegido por ellos, al menos en lo que a mis amigos se refiere. De mí no será sólo el humo lo que dejarán de soportar porque no me verán el pelo.

Es probable que muchos de ellos logren, gracias a la ley, vivir muchos más años que yo y tengan así más tiempo para aburrirse soberanamente tomando cafés sin la compañía de los que fumamos. Ahora, que no crean que me dan ninguna envidia. Lo único que les espera es llegar más o menos vivos, asediados de achaques, a los noventa y que, al primer constipado, los apiole un discípulo del doctor Montes al amparo de otra ley también muy progresista. Y mientras llega ese entrañable momento, que disfruten libres del tabaco, de las cacas de perro que ensucian las aceras de sus ciudades, de la peste a sobaco que se respira en los autobuses durante el verano y de la contaminación que producen los escapes de sus coches.

Lo dicho: con su pan se lo coman.


Libertad Digital - Opinión

La «Boom generation» se jubila. Por José María Carrascal

Una generación que ha vivido la era imperial norteamericana y los primeros síntomas de su decadencia.

CON el 2011, los Estados Unidos celebran, si celebrar es la palabra justa, la llegada a los 65 años de la «baby-boom-generation», la generación nacida inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial, que por su número —79 millones, casi un tercio de la población— ha venido rigiendo la vida de este país, e indirectamente la del mundo, durante el último medio siglo.

Ha sido la generación —pues hay que empezar a evaluarla ya en pretérito— inconformista, narcisista, hedonista, que se crió según la receta del Dr. Spock —«toda imposición es una mutilación»—, creció con la música del Elvis Presley, vio el asesinato de un presidente y la destitución de otro, se manifestó contra la guerra en Vietnam para no ir a ella, presenció la llegada del hombre a la Luna, vivió la Revolución Cultural —que más bien era anticultural—, aplaudió el desplome de la Unión Soviética, se ganó la vida como pudo, aunque siempre bajo el lema «hemos venido a este mundo a gozar», asistió con curiosidad a la llegada del primer ordenador personal y hoy se ve desbordada por los iPods, para cuyo manejo tienen que pedir ayuda a sus hijos y nietos. Una generación que ha vivido la era imperial norteamericana y los primeros síntomas de su decadencia, tras sufrir un Pearl Harbour en casa el 11-09-2001. Que creyó, y actuó como si el mundo fuera Jauja y hoy se encuentra condicionada por la mayor crisis económica de los últimos tiempos y ha elegido al primer presidente negro con grandes esperanzas, que no acaban de materializarse. Que ha pasado de la riqueza a la estrechez sin darse cuenta, representando a los Estados Unidos como ninguna otra a lo largo de su corta, pero emocionante historia.


Hoy, los «boomers», como se les conoce familiarmente, suelen ser ciudadanos tranquilos y escépticos, tras haber visto y protagonizado tantas cosas tan distintas. Viven en el nivel alcanzado por cada uno, recostados en los recuerdos, bastante más placenteros que el mundo que discurre más allá de sus puertas y ventanas. Un mundo donde el dólar ya no es el dueño de las monedas, ni su país, el señor de los mares y la tierra. Un mundo multipolar, errático, incompresible y peligroso, que no invita a aventurarse por él y, menos, a salvarlo, como hicieron sus padres y abuelos.

Pero es el mundo que ellos crearon con su egocentrismo, su ruptura con todas las normas, su culto a lo exótico, su desprecio de los mayores, que ahora resultan ser ellos. Así que escuchan a Elvis refugiados en sus casas, los que la conservan, reciben visitas esporádicas de sus hijos y nietos, los que los tienen, y sacan a pasear a sus perros, que tienen todos. Consolándose con haber vivido la Edad Dorada norteamericana.


ABC - Opinión

Cascos. La dignidad. Por Agapito Maestre

Por dignidad, en fin, se ha largado el antiguo secretario general del PP de su partido; pero, sobre todo, por dignidad puede quitarle la mayoría al PP en Asturias.

No está descaminada la señora Pérez-Espinosa, candidata del PP por Asturias, cuando dice que "sin las siglas del partido ningún nombre es nada". Ella es el más vivo ejemplo de su afirmación. ¿Quién conoce a esta mujer fuera del PP? Quizá sus votantes la hayan tratado en anteriores elecciones, pero, fuera de ese núcleo, no creo que ejerza liderazgo alguno sobre nadie. Puede, sin embargo, ganar perfectamente las elecciones autonómicas, porque los nombres de los candidatos apenas cuentan al lado del poder de la maquinaria partidaria. Esta señora, pues, tiene todo a su favor para salir elegida. No tiene nada qué decir que no se lo dicte el partido, o mejor, el jefe del tinglado.

Las declaraciones de Pérez-Espinosa me recuerdan a las de Trinidad Jiménez, la socialista, cuando dijo que ella no debatía con Tomás Gómez por la candidatura de Madrid, porque ella pertenecía al mismo partido que su contrincante y, por lo tanto, tenían la misma ideología. El partido es todo. Lo grave, sin embargo, no es que estos seres partidarios digan estas barbaridades políticas y, por supuesto, antidemocráticas, sino que la gente los sigue a píes juntillas. Es como una peste que la mayoría de la población no se fije ya en los candidatos, incluidas las elites intelectuales del PP que no paran de exclamar, cuando alguien objeta el tipo de oposición que hace Rajoy, que ahora lo decisivo es mandar a su casa a Zapatero. Quizá tengan razón; de acuerdo; no seré yo quien discuta con gente tan crispada, y con tantas ansias de poder a cualquier precio, que no es el momento de discutir el liderazgo de Rajoy.


Pero todo eso no puede hacernos olvidar que la gente que vota con esos parámetros de silencio, aceptación de todas las maldades antidemocráticas de los partidos, es no sólo inculta políticamente sino que está contribuyendo a prolongar un régimen ficticio que apenas tiene nada que ver con la democracia. Quien no se fija en los candidatos, es decir, quien vota siglas y marcas, como si se comprara un detergente o cualquier otra fruslería, contribuye al crecimiento de un régimen de "democracia morbosa" tanto como los dirigentes de los actuales partidos políticos. De todas maneras, en el caso de Asturias, que tenga cuidado la señora Pérez-Espinosa, porque la dignidad de Álvarez-Cascos, esa que le hace renunciar a su militancia en el PP, puede traducirse en la creación de un partido político de carácter regional para competir con el resto de partidos en las autonómicas.

¿Conseguiría ganar ese supuesto partido del señor Álvarez-Cascos las autonómicas? Quién sabe; pero, de momento, introduciría el miedo en el cuerpo a los del PP de Asturias y, de paso, abriría una brecha en la reducción de la actividad política a lo que hacen los dos grandes partidos políticos. Por dignidad, en fin, se ha largado el antiguo secretario general del PP de su partido; pero, sobre todo, por dignidad puede quitarle la mayoría al PP en Asturias. La dignidad, o mejor, la aspiración a la dignidad para ser feliz, mostrada por el señor Álvarez-Cascos, quizá sea más importante que la simple felicidad hallada por la señora Pérez-Espinosa en su nuevo puesto de candidata del PP.


Libertad Digital - Opinión

Lo peor empieza. Por Gabriel Albiac

Esta vez no son valses los que suenan en el salón del Titanic. Son secas cuchilladas.

EMPIEZA el año más duro. Ni una sola de las medidas necesarias para recomponer la economía ha sido tomada. Primó la lógica electoral, hace casi tres años, cuando unas elecciones generales aconsejaron mentir acerca de lo que venía. No se requerían dotes proféticas para saberlo. Ni siquiera una formación superior de economista. Bastaba con leer la prensa internacional. Bastaba saber sumar un par de números con los dedos. Lo que venía era la primera gran recesión mundial desde 1929. Nadie saldría indemne de un vendaval así. Los países más sensatos fueron cerrando filas y ajustando a sobriedad el gasto público. Zapatero anunció el inmediato paraíso de un país sin paro alguno. Ese día, una familia piadosa hubiera conducido al prócer, con amor, al frenopático: la química hace milagros; unos meses fuera del bullicio y un jugoso retiro hubieran hecho de él un sonriente jubilado. En vez de eso, ganó las elecciones. Lo cual dice bastante del colectivo estado mental de este país en 2008.

No vale cabrearse. Buena parte de los que andan ahora poco menos que debajo de un puente votaron a este señor de sonrisa ridícula y adolescente lenguaje. Cerrar los ojos cuando lo peor se acerca es instintivo consuelo. Y seguro de aniquilación. Lo más duro —eso queremos aún menos mirarlo— es saber que lo más duro no ha llegado. Todavía. Apenas nada se ha hecho con el lastre financiero de las Cajas de Ahorros, bancos privados de unas Comunidades Autónomas a cuya prodigalidad señalan las agencias internacionales como cáncer de nuestra economía. De la reforma laboral, poco más que retórica huera tenemos por el momento. El presidente adolescente amaba tanto a los sindicalistas… ¿Cómo olvidar el momento más entrañable de estos siete años de príncipe del parvulario, cuando, lágrimas en los ojos, suplicó el cariño de la recia vanguardia proletaria? Aquello no era política, aquello era la representación de Evitaen un ajado manicomio.

La política hoy en España se reduce a una compleja mercadotecnia electoral. En cuyo virtuosismo se juegan casi todos los que de ella viven el único medio con el cual son capaces de ganarse la vida. De ello resulta la crueldad extrema de una casta que no duda en degollar al hermano de ayer si hoy puede disputarle escaño y sueldo. Lo de Cascos en Asturias se juega cada día en hasta el escalón ínfimo de todos los partidos. El Estado, entre tanto, se va a pique, se va a pique la nación, náufragos todos de la ruina. Pero esta vez no son valses los que suenan en el salón del Titanic. Son secas cuchilladas.

España vive de prestado. Y nadie presta al que no exhibe garantías suficientes de poder pagar sus deudas un día. En la primavera pasada, el juego estuvo en un tris de romperse. Merkel y Obama arrancaron al pupilo Zapatero, en aquel aterrador fin de semana, la promesa de aplicar restricciones racionales a nuestra economía. La logorrea del presidente sufrió algunas variaciones, su sonrisa se hizo más cicatriz que nunca. Y las medidas indispensables no fueron tomadas. De no serlo ahora, en estos primeros meses de 2011, la próxima salida a mercado de deuda soberana española podría marcar la fecha de nuestra bancarrota. Pero eso no es política para quienes nos mandan.


ABC - Opinión

La rabieta de Cascos confirma el acierto de frenar su candidatura. Por Antonio Casado

Si Mariano Rajoy tenía alguna duda sobre el acierto del frenazo a las aspiraciones de este militante del PP de Chamberí a la presidencia de la Comunidad Autónoma de Asturias, ya la tiene despejada. El propio Francisco Álvarez Cascos, ex secretario general del PP (1989-1999), le ha acabado de convencer con su infumable carta de despedida y su multitudinaria rueda de prensa de ayer por la tarde en Oviedo.

Por estas dos sobrantes iniciativas del antiguo hombre fuerte de Aznar, que quería volver por arriba y con guadaña después de seis años de exilio voluntario, ya sabemos que el marianismo se libra de un hombre personalista, engreído, autoritario y capaz de traicionar a su partido porque sus dirigentes, elegidos por la militancia, no le han hecho la ola. Con esta forma de expresar su ataque de contrariedad, la dirección del PP asturiano, liderado por Ovidio Sánchez, y el comité electoral central, presidido por Mariano Rajoy, se han cargado de razón.

Los militantes asturianos conocen ahora de la clase de riesgos que corrían de haberse consumado el retorno de quien ya reventó una vez el PP desde dentro. Recuerdan su insensato pulso, como vicepresidente del Gobierno, en 1998, al entonces presidente de la Comunidad, Sergio Marqués. Aunque el riesgo de volverlo a dividir, ahora desde fuera, no ha desaparecido, a juzgar por sus declaraciones de ayer tarde, en las que sugiere la intención de pilotar un nuevo partido político para la conquista de la presidencia autonómica de Asturias.


Le desnuda la carta pública a Mariano Rajoy, al que hace culpable de su desgracia y en el que proyecta su personal ataque de contrariedad. Con copia a la presidenta del PP de Madrid, y al presidente del Distrito de Chamberí, donde militaba ¿Y por qué no al revés?: carta al PP de Madrid, para darse de baja y copia a Rajoy. Hubiera sido lo correcto pero se impuso su peculiar concepción del poder. Se retrata como un hombre pagado de sí mismo (¿no sabe usted quien soy yo?) y poco respetuoso con los usos democráticos. Cifró sus esperanzas en la voluntad digital de Rajoy y no en los órganos del partido. Quería que le pusieran a dedo, como él puso en su día a Ovidio Sánchez en la presidencia del PP de Asturias, aunque ahora, mecachis, se le ha cambiado de bando, el desagradecido. Qué cosas.

¿Cómo se atreve a apelar a la dignidad personal quien echa por la borda 34 años de fidelidad a un partido por una rabieta? Una espantada más bien utilitaria, pues anuncia casi simultáneamente la baja como militante y la presentación de una alternativa para confrontarse con la organización a la que ha pertenecido hasta cinco minutos antes de saber que su dirección le rechazaba como candidato. No ha sido explícito, pero se deduce cuando muestra su disposición a intentarlo “juntos, en equipo, organizados, con vocación de trabajo”.

Dice que ahora la palabra la tienen los ciudadanos ¿Acaso espera ser candidato por aclamación? La aventura valdría la pena, según él, “para recuperar el orgullo de ser asturiano”. Lo que nos faltaba, que fuera Cascos el llamado a ocuparse de la salud moral de Asturias. Ay si Pedro Garfias levantara la cabeza (“Dos veces has tenido ocasión para jugarte la vida en una partida y las dos te la jugaste ¿Quién derribará ese árbol de Asturias ya sin ramaje?”).


El Confidencial - Opinión

El adiós de Cascos. Por Félix Madero

Álvarez-Cascos tiene todo lo que un político ha de tener: experiencia y capacidad. Y además, popularidad.

CON miedo no se puede vivir, y lo que se viva no merece ser llamado vida. Los hombres con miedo son siempre peligrosos. Con miedo tampoco se puede hacer política, o lo que se haga no puede llamarse así. El miedo, la turbación y el recelo acompañan a algunas personas, pero se ha instalado holgadamente en la política. La partitocracia es un mal muy español que hace que políticos grandes y chicos vivan en un estado permanente de excitación; sí, ese que les provoca el miedo de dentro del partido, no sea que me muevan, y el de fuera, no sea que me ganen y me obliguen a moverme. Y así, hablar de democracia es un sinsentido que sólo entienden aquellos que alimentan los engranajes de una cosa que llaman partidos, pero que en puridad no son más que facciones, grupos de amiguetes constituidos en aparato que hacen y deshacen vidas, opciones y oportunidades ajenas parapetados siempre en estatutos, disposiciones y reglamentos. Hasta el más lerdo sabe que cuanto más hay de eso menos espacio ocupa la democracia.

En realidad la democracia no está cuando mandan los estatutos, y sólo los estatutos. Por encima de toda esa burocracia bufa está el sentido común; sí, ese que indica a un líder político dónde están las posibilidades de ganar unas elecciones. Pero ya ven que no. Francisco Álvarez-Cascos tiene todo lo que un político ha de tener: experiencia y capacidad. Y además, popularidad. Pues nada, que no puede ser candidato del PP, y sin embargo sí tiene espacio la concejal ovetense Isabel Pérez-Espinosa, que no tiene lo de Cascos, pero si el aprecio del aparato. La concejal, si llega a presidenta, promete no molestar, que bastantes problemas hay en Madrid. ¿Cómo hemos llegado al punto de que Cascos no tenga oportunidad de arrebatar la presidencia de Asturias al PSOE? En el PP aseguran que con los estatutos en la mano, no tenía ninguna posibilidad de ser el candidato. Con los mismos estatutos estuvieron cambiando cromos en Castilla-La Mancha hasta que dieron con Dolores de Cospedal. Sólo faltó presentar a un torero como candidato, algo a lo que se acercaba y muy bien Adolfo Suárez Jr.

No, hombre, no. No son los estatutos que, por cierto, se pueden cambiar cuando el líder quiera. Es el miedo a meter dentro del partido a quien tiene una idea de la política que no pasa por el sí señor, lo que tú digas, se hará como quieras y todas esas cosas que permiten que los partidos sean cualquier cosa menos democráticos. Edmund Burke, que aún hoy es el padre del liberal-conservadurismo británico, decía que el miedo es el más ignorante, el más injurioso y el más cruel de los consejeros. Que Cascos haga un partido fuera del PP es lo de menos. Lo de más es confirmar que los partidos sin democracia dentro no pueden hacerla fuera. Es una deducción simple y nada audaz. Pero tan cierta como alarmante.


ABC - Opinión

Nuevo PP. Cascos. Por José García Domínguez

El leirepajinismo, doctrina tántrica que prescribe morar en la nada con tal de merecer los más altos honores en partidos y gobiernos, se ha convertido en rito de culto oficial tanto en Ferraz como en Génova.

"Sin las siglas del partido yo no soy nada", viene de confesar cierta Isabel López –o Pérez, que ahora no me acuerdo–, bisoña aspirante a algo en Asturias merced al hierático dedo de don Mariano. Admirable aserto que dice mucho –y bueno– a propósito de la ignota candidata López. Y es que en un país como éste, donde nadie sabe estar nunca en su sitio, la postulante Pérez ha acertado a encontrar el suyo por la vía del más estricto rigor cartesiano. "Puesto que sin refugiarme bajo el manto de una cofradía política yo nunca llegaría a nada", hubo de barruntar para sí, "pues no destaco por nada, ni por nada merece especial reconocimiento mi trayectoria pasada en la Tierra, ¿qué otro ungido podría ofrecer más y mejores avales a ojos del Amado Líder que yo misma, de quien es bien obvio que nada de nada ha de temer?".

Lúcida cavilación con la que López igual daría la razón a Ortega, que por no ser menos que Heidegger dejó escrito para la posteridad aquello célebre de que "la nada nadea". Es esa entusiasta querencia por la nada rasgo profundo de carácter que comparten Zapatero y Rajoy, dos hombres muy altos aunque ninguno muy grande. De ahí que ambos se regodeen con la aurea mediocritas brillando a su alrededor. Razón última de que el leirepajinismo, doctrina tántrica que prescribe morar en la nada con tal de merecer los más altos honores en partidos y gobiernos, se haya convertido en rito de culto oficial tanto en Ferraz como en Génova.

Por algo, la máxima que rige el proceder político de Rajoy resulta ser aquella sentencia que El Guerra expresara en memorable aforismo ordinal: "Primero yo, después de mí, naide, y después de naide, Antonio Fuentes". Así, con las sabidas excepciones llamadas a confirmar la regla, solo los –y las– don naide parecen tener sitio a la vera del Gran Timonel del nuevo PP. Precisamente por eso, porque con siglas o sin ellas Francisco Álvarez-Cascos siempre habrá de ser alguien, su persona ya no cabía en la cuadrilla del gallego. Como por más que idéntico motivo tampoco caben Zaplana, Astarloa, Mayor, Acebes o San Gil. Al fin, ha sonado la hora de los pigmeos.


Libertad Digital - Opinión

Política a portazos. Por Ignacio Camacho

Con su exaltado portazo, Cascos evidencia que su afán de retorno obedece a una invencible nostalgia de sí mismo.

FRANCISCO Álvarez Cascos es uno de esos políticos que, como Fraga, poseen por cada una de sus muchas virtudes un defecto capaz de neutralizarlas. Es talentoso pero vehemente, eficaz pero polémico, pujante pero autoritario; su forma de solucionar problemas siempre engendra nuevos conflictos. Su talante impulsivo llegó a incomodar incluso a Aznar, su gran valedor, que lo dejó caer para limarle aristas a su proyecto; un hombre así siempre resulta incómodo para cualquier dirigente con aspiraciones de mayoría. El estilo conminatorio con que ha gestionado su candidatura al Principado de Asturias y la manera estrepitosa con que ha encajado la negativa de Rajoy demuestran que ni el tiempo le ha serenado ni la madurez le ha enseñado a ponderar sus impetuosos arrebatos y su tendencia a entrar en combustión. Está acostumbrado a hacer política a portazos.

Con una mayoría absoluta a su alcance, lo último que Rajoy necesita son desafíos imperativos y pulsos de poder. A un líder acusado de débil no conviene darle ninguna oportunidad de mostrar su fortaleza, sobre todo cuando se siente reforzado por las expectativas de opinión pública. Este principio tan sencillo no lo ha comprendido Cascos, a quien el hervor de la sangre le nubla la capacidad de análisis. Tampoco ha recordado los tiempos en que él zanjaba por la vía expeditiva cualquier cuestionamiento de su autoridad interna. Y por si fuera poco, ha sido incapaz de darse cuenta del minucioso proceso de liquidación del tardoaznarismo que su antiguo compañero de gabinete está llevando a cabo en las filas del PP. Rajoy no quiere otro superviviente del pasado que él mismo, y en las puertas del triunfo se siente con fuerzas para afirmar su liderazgo liquidando a título preventivo a todo el que ose cuestionarlo.

En su legítima aspiración autonómica, Cascos no ha cometido más errores porque no ha tenido tiempo. El último es ese anuncio de crear un partido propio, gesto más de rabia que de orgullo con el que aleja cualquier posible solidaridad interna en el PP; los partidos son sectas que establecen lazos autodefensivos ante todo envite del exterior. El ex ministro ha dado la razón a quienes recelaban de él al mostrar que su deseo era convertirse, de un modo u otro, en un punto de fricción, y al anteponer a la causa su propio protagonismo. Eso está muy mal visto en esta política de intereses sindicados, tan refractaria a las reivindicaciones personalistas. No habrá mucho llanto en la derecha por un hombre que, por encima de todo argumento, ha evidenciado que sus ansias de retorno se deben a una invencible nostalgia de sí mismo.

Con esa excitada sacudida aventurerista, Cascos ha hecho a Rajoy más un favor que una faena. Sin él el PP puede, ciertamente, volver a perder en Asturias, pero con su candidatura el verdadero problema habría sido que ganase.


ABC - Opinión

Tabaco y caza de brujas

Sería deseable que la nueva Ley Antitabaco, vigente desde ayer, no fuese una coartada para aventar comportamientos radicales e integristas entre los que están en contra de esta adicción, puesto que se correría el riesgo de que la delación se convirtiese en una nefasta práctica en nuestra sociedad. Ya existen indicios de que esto puede ocurrir. FACUA -Consumidores en Acción se ha apresurado a habilitar en su página web un apartado en el que los usuarios que detecten vulneraciones de la norma en establecimientos, recintos u organismos públicos sólo tienen que rellenar un formulario con sus datos y la irregularidad para trasladárselo a la autoridad competente. Más agresiva es la campaña del Partido de los No-Fumadores, que continúa habilitando un servicio gratuito de denuncias anónimas para los locales que no cumplan la ley que será presentada en la Administración. Y nofumadores.org también facilita un modelo de denuncia. No hay nada estrictamente ilícito en estas iniciativas, pero también es cierto que pueden convertirse en un coladero para individuos que, con una conducta irresponsable, presenten impunemente falsas denuncias. Aunque sin duda lo más grave desde el punto de vista de la higiene democrática es que nuestro país se pueda convertir en un Estado policial, tentación en la que no se debe caer bajo ningún concepto. No es cuestión de ser laxos con la aplicación de la Ley, pero en estos primeros días conviene ser un poco tolerantes con las posibles irregularidades.

La prohibición de fumar en todos los locales cerrados que vayan a ser compartidos va a exigir al sector de la hostelería un esfuerzo personal y económico que no es desdeñable para «vigilar» que los clientes no fumen en sus establecimientos. Ante estos hechos es lógico que los hosteleros, en estos primeros días, miren la nueva ley con no pocas prevenciones. Han empezado a echar cuentas y éstas no pueden ser más negativas. Según los datos que manejan, la nueva ley puede hacerles perder hasta 140.000 empleos y estiman que tendrán, al menos, un 10% de pérdidas, ya que tampoco prosperó la enmienda del PP sobre la posibilidad de crear habitáculos para fumadores sin servicios de camareros. El Gobierno ni siquiera les ha compensado con beneficios fiscales, como proponía CiU y respaldaba el PP.

Con esta ley, España se sitúa a la cabeza de los países más prohibicionistas. Es evidente que una de las responsabilidades del Ministerio de Sanidad es que los ciudadanos dejen de fumar, pero se ha comprobado sistemáticamente que la prohibición no es siempre el método más eficaz. Esta ley sólo tiene sentido si se complementan las restricciones con una política sanitaria que ayude a los fumadores a dejar su adicción. Sería una medida acertada que el coste de los parches y medicamentos para dejar de fumar –con un precio abusivo– no corriera exclusivamente por cuenta del fumador. Es de esperar que en España no suceda como en Holanda, cuyo Gobierno, una vez aprobada la Ley Antitabaco muy perjudicial para el sector hotelero, tuvo que suavizarla. Si eso ocurriese, demostraría que el Ejecutivo tendría que haber sido más dialogante y haber buscado un consenso social y político más amplio.


La Razón - Editorial

Año de calvario

Zapatero afrontará el final de legislatura con protestas sociales y probable debacle electoral.

Zapatero afronta el tramo final de su segundo mandato con más incertidumbres que certezas. Ni siquiera su continuidad está asegurada, ni en el Ejecutivo que llegue hasta las elecciones generales ni, menos aún, en el próximo cartel de los socialistas. Lo que le aguarda, en cualquier caso, no es un simple compás de espera, sino un calvario político al que no puede poner fin hasta después de mayo ni tampoco prolongar con el único propósito de agotar la legislatura.

Al iniciarse la crisis, Zapatero se presentó sucesivamente como baluarte ideológico frente a la recesión, como víctima impotente de sus efectos y, finalmente, como líder que se inmolaba por llevar a cabo las políticas necesarias. Demasiados papeles, nunca asumidos por propia voluntad sino por el empuje de las circunstancias, como para no transmitir la imagen de improvisación con la que tiene que lidiar en estos difíciles momentos.


Al estancamiento de la situación económica se sumarán en breve dos factores que complicarán aún más este final de legislatura. El primero es el eventual recrudecimiento de la protesta social tras los aumentos de precio de los suministros básicos y la reforma de las pensiones, a la que seguirá la de la negociación colectiva. Por más que los líderes sindicales se mostrasen dispuestos al diálogo, el inevitable malestar provocado por las últimas medidas del Gobierno les deja sin excesivo margen de maniobra. Después de la credibilidad del presidente del Gobierno, es la de los líderes sindicales la que podría estar en juego.

Las elecciones autonómicas y municipales de mayo constituyen el segundo factor que determinará el rumbo político de 2011. Si los pronósticos se cumplen y el partido socialista sufre una severa derrota, Zapatero habrá empleado ya todos los instrumentos de los que teóricamente disponía para ofrecer una respuesta a la altura. Una nueva remodelación del Gobierno resultaría insuficiente, salvo que implicara la renuncia del propio Zapatero. Y aun en este supuesto, como en el de un hipotético adelanto electoral, el partido socialista tendría que resolver el problema de la elección de un nuevo líder.

A no ser que mediasen imprevistos difíciles de imaginar, las incógnitas del nuevo año no residen tanto en la continuidad o no de Zapatero como en la manera en la que llevará a cabo su salida de escena, tras el calvario político que tiene ante sí. Los barones socialistas que ven amenazada su continuidad reiteran los mensajes de distancia hacia Zapatero, lo mismo que los principales candidatos municipales. Es decir, quienes no dudaron en plegarse a su poder cuando era ascendente tampoco dudan ahora en cuestionarlo al declinar su estrella, pese a que las políticas que Zapatero desarrolla ahora no son las frivolidades de entonces. Lejos de ponerse a salvo del naufragio, esos barones y esos candidatos municipales que buscan distanciarse de su partido están contribuyendo a precipitarlo.


El País - Editorial

Tabaco, o el Estado omnipresente

Cuando por librarnos de una mera molestia aplaudimos que el Estado prohíba y restrinja aún más nuestras vidas, casi nos merecemos lo que nos pase.

Lo peor de la entrada en vigor de la ley antitabaco no es tanto el recorte de libertades que supone como la alegría con la que ha sido recibida por los más. Algo menos de un tercio de los españoles es fumador, y parece que sólo un porcentaje similar está en contra de esta nueva medida de ingeniería social. Parece que sólo valoráramos la libertad cuando su carencia nos afecta directamente.

El tabaco es malo para la salud, sin duda. Pero un ciudadano libre tiene el derecho a acortar su vida si así lo desea. Nos podrá parecer un estúpido error, pero la libertad no consiste sólo en acertar, sino también en equivocarse. Para muchos, el problema consiste en el fumador pasivo, el que no disfruta del tabaco pero padece sus consecuencias en un grado, eso sí, bastante menor. Y es un buen argumento para prohibir fumar en los lugares públicos donde tal riesgo existe. Pero no es ni mucho menos obligatorio acudir a un bar o un restaurante en el que se permite fumar. Además de que una exposición tan breve no daña la salud, pues el veneno siempre está en la dosis, ¿qué derecho tenemos a imponer nuestra voluntad sobre la del dueño del establecimiento? ¿Y en qué beneficia a los fumadores pasivos que se dividan las habitaciones de los hoteles entre las que se permite fumar y las que no?


En realidad hay muchos a quienes agrada esta ley porque, simplemente, el humo del tabaco les molesta. Pero la frontera entre lo que molesta y lo que no es completamente arbitraria, y resulta difícil que examinando nuestro día a día no encontremos algo que pueda molestar a alguien. Siguiendo la misma lógica, o falta de ella, deberían prohibírnoslo también y quién sabe si acabarán haciéndolo. Porque si no se le pone freno, el poder tiende a aumentar y ocupar cada vez más parcelas de nuestras libertades. Cuando por librarnos de una mera molestia aplaudimos que el Estado prohíba y restrinja aún más nuestras vidas, casi nos merecemos lo que nos pase.

No cabe duda de que habrá que aguantar la moralina de Pajín y sus defensores, que hacen esto por el bien público, por nosotros, para cuidarnos. Pero se supone que somos ciudadanos, mayores de edad, y que eso debería significar algo más que el derecho a echar un papelito en la urna. Ellos están siempre seguros de saber mejor que nosotros lo que nos conviene. Como temió Tocqueville, actúan como la autoridad de un padre, pero, en lugar de prepararnos para la madurez, pretende mantenernos en una infancia perpetua, sin elección, sin libertad ni, por tanto, responsabilidad.

Por supuesto, destaca su absoluta hipocresía. El tabaco es malo, por lo que hay que prohibir que nadie pueda hacer uso de él en una propiedad privada con el permiso del dueño. Pero de prohibirlo, nada de nada, que a ver qué harían quienes lo cultivan, que viven en su mayoría en la muy socialista Extremadura y reciben jugosas subvenciones de la Unión Europea.

A una mayoría de españoles, el mero concepto de derecho a fumar les puede parecer una estupidez. Pero no es más que una expresión particular del derecho a hacer con nuestro cuerpo lo que nos parezca. Del mismo modo, el derecho del dueño de un bar a poner un cartel bien grande que indique que ahí se fuma no es más que una parte del derecho a la propiedad privada, base de nuestra civilización, de toda civilización. Qué fácil es erosionarlo, y qué difícil recuperarlo.


Libertad Digital - Editorial