martes, 4 de enero de 2011

El día en que el General Secretario se hizo el ‘harakiri’. Por Federico Quevedo

Hubo un tiempo en el que Francisco Álvarez Cascos causaba temor allá por donde iba. Lo único que faltaba en la sede madrileña de Génova 13 cuando el entonces Secretario General cruzaba la puerta era que el personal del edificio se cuadrara en posición militar a su paso… De hecho, no se le llamaba el Secretario General, sino el General Secretario, tal era el respeto-miedo que despertaba en la gente. El General Secretario se caracterizaba entonces por tres facetas: su autoritarismo, su vanidad y su machismo y ligereza de cascos, valga la redundancia. No había un culo femenino que escapara a su mirada y, si se terciaba, a una palmadita de esas que humillan a una mujer sobre todo cuando por razón de sus necesidades laborales no se atrevía a denunciarlo porque lo contrario implicaba acabar de patitas en la calle. Y es que el General Secretario era, entre otras muchas cosas, el jefe de personal de la empresa. Eso significaba que todos los nombramientos pasaban por el tamiz de su firma, fueran estos laborales o políticos, y nadie alcanzaba la gloria de una candidatura si no era previamente seleccionado y bendecido por el General Secretario.

A eso lo debe de llamar ahora el diario El Mundo “democracia interna”, pero deja bastante que desear como tal. La democracia interna no existe en ninguno de nuestros partidos, absolutamente controlados por sus respectivos aparatos, y el ejemplo de las ‘primarias socialistas’ en Madrid no deja de ser una broma de mal gusto, teniendo en cuenta que se convocaron para que Rodríguez pudiera imponer a su candidata vulnerando así la decisión que previamente había adoptado el partido en Madrid en su Congreso. Reducir, por tanto, el ‘asunto Cascos’ a una cuestión de falta de democracia es, cuando menos, irrisorio porque si es cierto que existe el problema, no lo es menos que existe desde mucho antes de que el PP tomara la decisión que ha tomado respecto a Asturias, y que ésta responde a otros motivos que poco o nada tienen que ver con el proceso de selección. Entre otras cosas porque, si nos ponemos en ese plan, lo primero que habría que haber hecho era exigirle a Pacocascos que se hubiera presentado al Congreso Regional del PP de Asturias que se celebró en noviembre de 2008, y en el que el ex diputado del PP Juan Morales intentó arrebatar el poder a Ovidio Sánchez sin conseguirlo, subido a lomos de un discurso renovador que, como todo en esta vida, acaba convirtiéndose -paradojas del destino- en todo lo contrario: Morales ofrecía ayer a Cascos incorporarse a su proyecto político bajo el nombre de IDEAS, y desde luego pretender que Cascos sea la renovación tiene bastante guasa, mientras que es el actual aparato del PP asturiano el que, sin embargo, hace una apuesta clara por esa renovación en la persona de Isabel Pérez-Espinosa.

Pecado de vanidad

¿Qué es lo que ha pasado aquí? Pues es bien sencillo: el General Secretario, acostumbrado a que todo el mundo obedeciera sus órdenes, y absolutamente convencido de que sin él el PP no tendría nada que hacer en Asturias, decidió en su día iniciar una batalla interna para que el partido le eligiese como candidato, en lugar de recorrer el camino que separaba su casa de Chamberí de la sede de Génova 13 y subir al despacho de Mariano Rajoy a pedírselo personalmente y sin otras consideraciones. ¡Ah! Pero Cascos es mucho Cascos, y cómo iba él a humillarse hasta el punto de tener que pedirle a Rajoy -ese Rajoy del que ha despotricado hasta la saciedad- que le eligiera como candidato. De eso nada, tenía que ser Rajoy quien se lo pidiera a él, y es ahí donde el General Secretario cometió el mayor error de su corta carrera política como candidato del PP en Asturias: Rajoy no podía, ni debía, ofrecer tal muestra de debilidad. En vista de que Génova no se dirigía a él para reclamarle con todos los honores, al final Pacocascos no tuvo más remedio que hacer de tripas corazón y después de haber organizado la de San Quintín en el PP asturiano y dividirlo como no se recordaba desde los tiempos de Sergio Marqués -a quien entonces el General Secretario consiguió expulsar del partido haciendo que el PP perdiera la mayoría absoluta y el poder en Asturias-, se acercó hasta la séptima planta de Génova 13 para presentar sus avales, que no para pedir la candidatura. Lo que se le dijo entonces fue que pactara con la actual Dirección del PP asturiano, y lo que contestó el General Secretario fue que más que pactar, lo que iba a hacer era echarlos a todos. Y con esos mimbres todavía hay quien le reprocha a Rajoy que no lo haya elegido… ¡Joder, que tropa!
«Reducir el ‘asunto Cascos’ a una cuestión de falta de democracia es, cuando menos, irrisorio porque si es cierto que existe el problema, no lo es menos que existe desde mucho antes de que el PP tomara la decisión.»
¿Y qué hace el General Secretario? Pues agarrarse un berrinche de los que hacen época, darse de baja como militante del PP, y anunciar que va a luchar por la presidencia del Principado bajo otras siglas, que ya veremos cuales son. Es decir, actuar como actúa un niño o un idiota, porque no hay más razón para esta reacción que el mero descontento con la decisión de Génova 13. Si hubiera motivaciones ideológicas o de fondo que le separaran de la actual Dirección de su partido, éstas ya tendrían que haber pesado antes y, por lo tanto, la baja debería de haberse producido con anterioridad en lugar de pretender liderar la candidatura. Luego si no hay razón de discrepancia ideológica, y el único motivo son las cuestiones personales, lo que está demostrando el General Secretario es que la decisión de Génova 13 no solo es acertada, sino que seguramente era la única posible porque dejar el partido en manos de alguien como Cascos implicaba unos riesgos excesivos teniendo en cuenta la reciente historia del partido en aquella Comunidad.

Malos antecedentes

Y es que los antecedentes no son, precisamente, un aval para el ex General Secretario, que siempre ha mantenido un dura lucha con la Dirección regional del Partido Popular porque, en el fondo, lo que a él le gustaba era mandar allí pero sin tener que pasar por un Congreso y ocuparse del día a día de la formación. Dicho de otro modo, mando en plaza pero de vacaciones permanentes. Tales fueron sus enfrentamientos con el partido en Asturias que ya otra vez se dio de baja como militante allí para darse de alta en Madrid, distrito de Chamberí, donde ayer el imbécil de su presidente -y perdonen la expresión pero es que he buscado en el diccionario y las que he encontrado para calificarle se pasaban de la raya-, anunció un homenaje público al hombre que ha provocado la mayor crisis del PP asturiano desde hace mucho tiempo y que ha llevado al PP nacional a tener que desplegar sus artes en este asunto cuando lo que debería estar haciendo es atizarle a Rodríguez hasta en el carné de identidad por ineficiente, incapaz y dañino para los intereses de España. Cascos es una rémora, un problema para el PP, un reducto de un pasado que tuvo su enorme importancia en la política nacional y al que los españoles le deben mucho -entre otras cosas el haber alcanzado niveles de vida inimaginables unos años antes de que el PP llegara al poder-, pero que no deja de ser pasado.

Y lo que no vale es decir adiós cuando las cosas van mal y ni siquiera comunicarle a tu partido que te retiras cuando te necesitan como candidato obligándoles a improvisar una lista en dos meses -eso fue lo que hizo el General Secretario en 2004-, pretender seguir controlando el partido en Asturias desde la distancia, dedicarse a los negocios propios y los escarceos sexuales en el atardecer de la virilidad, y ahora volver en loor de multitudes cuando los vientos han cambiado y el PP se encamina de nuevo al poder en todas partes, para ver si así puede seguir obteniendo toda clase de réditos, incluidos los que a él más le gustan, de una más que segura victoria por goleada sobre el Partido Socialista. Y es que, seamos claros y sinceros: si no hay razones ideológicas que le distancien de la actual Dirección, y todo responde a una cuestión personal, solo cabe pensar que su apetencia de la candidatura responde a algún tipo de interés más o menos espurio, y que el no haberlo conseguido es lo que desata en él la ira. Pero lo que ha hecho Cascos, la decisión que ha tomado el General Secretario, va a ser sin duda la última de su dilatada carrera como político y como Don Juan, porque lejos de conseguir que Asturias le respalde, lo que está logrando es que todo el país, salvo unos pocos miles de descerebrados, le desprecie por desleal y por caradura.

Y así, ni se gana, ni se liga.


El Confidencial - Opinión

Budapest nos ataca a todos los europeos. Por Hermann Tertsch

¿Con que argumentos defendemos la libertad de prensa en Cuba o China cuando permitimos a un miembro esa ley aberrante?

ES cierto que la ley de prensa que acaba de entrar en vigor en Hungría es la que quiere todo nacionalista que se precie. Parece inspirado en buscar una práctica de homogeneización sumisa y obsequiosa. Como la de la prensa catalana, pero bajo amenazas mas contundentes. El gobierno derechista de Viktor Orban acaba de imponer en Hungría una ley para tener una prensa tan amable con el poder como aquella. Con la diferencia de que, como sospecha que en Hungría aún son muchos los periodistas y los medios que luchan por su independencia y no se someten voluntariamente al régimen, ha elaborado una ley que le da los instrumentos para convencer a los medios de que se comporten como se espera de ellos. Es decir, que publiquen, cuando el Gobierno desee, editoriales comunes; que sepan bien que su futuro empresarial depende de sus buenas relaciones con el poder; que acepte que el criterio final sobre el bien común lo tiene el gobierno y que la libertad de expresión se supedita a este bien supremo. Con consejo regulador y todo, para que no diga la Generalitat que no ha hecho escuela. La ley entra en vigor coincidiendo con la llegada de Hungría a la presidencia de la UE. Europa debe entenderla como una provocación y un desafío al espíritu y la letra de la Unión. La ley es sencillamente intolerable en un miembro de la UE. Es de esperar que, cuanto antes, se deje claro a Orban que o anula esta ley o se enfrenta a sanciones. ¿Con qué argumentos defendemos la libertad de prensa en Cuba, China o Bielorrusia cuando permitimos a un miembro esa ley aberrante? Que el presidente de la UE, Herman Van Rumpuy, aplaudiera a Orban hace unos días en Budapest sin mencionar siquiera la ley mordaza revela la inanidad del personaje. Días antes glorificaba en Madrid la gestión económica de Zapatero. Dos insultos a la inteligencia.

La ley da mano libre al control y la intervención administrativa de los medios por el Gobierno, hace posible la censura y la imposición de multas que supondrían el cierre de los medios afectados. Contundente todo. Orban puede. En 2010 arrasó en las urnas. Con casi el 53 por ciento de los votos, tiene mayoría de dos tercios en el Parlamento. La deriva nacionalista de Orban ha sido espectacular. Pero no engaña a quienes seguimos sus avatares como joven líder de Fidesz, unas juventudes liberales en la oposición al comunismo. Orban es demasiado sofisticado y culto como para creer en las virtudes de la nación monolítica o desconocer los peligros que encierra su deriva. Siempre la justifica con sus esfuerzos para cerrar el paso a la ultraderecha. Tiene poco sentido cerrar el paso a un mal, asumiendo el mal como objetivo. Estudiar derecho en el movimiento antitotalitario bajo el comunismo, y el liberalismo inglés en Oxford, no vacunó a Orban contra la peste del caudillismo. Hungría fue adalid de la lucha por la libertad en momentos clave del siglo XX. Cuando se rebeló contra la URSS en 1956, sin esperanza. Y cuando llenó de esperanza Europa, al romper el telón de acero. Pero también ha alcanzado cimas de barbarie, como la orgía genocida de los Flechas Cruzadas nazis, en los que se inspira el partido Jobbik, que cuenta con un 17 por ciento de los votos. La ley de prensa húngara es inaceptable. Pero sólo un síntoma. El populismo de Orban aspira a perpetuarse —como el frentepopulismo zapaterista pretendía en España—. Ha acabado con la alternancia democrática en el futuro previsible. Hay que impedir que la involución se consolide. Y que prolifere. Con esta ley Budapest nos ataca a todos.

ABC - Opinión

Cascos y cascotes. Por Alfonso Ussía

Cascos tenía razón, y está a un paso de perderla. No lo ha hecho todavía porque aún no ha creado el grupo político de la escisión de la derecha asturiana. Pero a Francisco Álvarez Cascos no se le ha tratado con justicia en el Partido Popular, y menos aún, en los medios de comunicación colindantes con su proyecto. En mi opinión, este periódico se ha comportado con Álvarez Cascos con reincidente dureza.

No se puede hablar de democracia cuando siete mil de los nueve mil militantes del PP en Asturias han sido despreciados. Gabino de Lorenzo, brillante alcalde de Oviedo ya amortizado, se ha impuesto con el nombramiento de su concejala Isabel Pérez-Espinosa. Todos los partidos políticos tienen el derecho y el deber de evolucionar, pero el PP oficial de Asturias, el mismo que aplaude los homenajes a un genocida y desatiende la petición del ochenta por ciento de su militancia, ha evolucionado hacia lo irreconocible.

Álvarez Cascos ha sido el gran secretario general o general secretario del PP, como Alfonso Guerra del PSOE. Referirse a él como un sargento chusquero es una incorrección. Y fue un gran vicepresidente y ministro de Fomento con José María Aznar, que a su vez, puso en orden la economía y la decencia pública en España. Álvarez Cascos tiene un carácter fuerte, unos prontos coléricos, y arranques irascibles. Este nuevo PP recela de quien sabía lo que pasaba en su partido en todas las localidades de España. A Cascos se le temía y respetaba, y a Guerra se le temía y respetaba.


Pero uno y otro contribuyeron como protagonistas en la construcción de sus partidos políticos, que con anterioridad, eran jaulas de gallinas cacareantes. Lo siento, y mucho, por Isabel Pérez-Espinosa, a la que han colocado los digitales –es decir, los usuarios del dedo–, en una complicada posición. La derecha en Asturias es hoy un lío fragmentado. Y algo tendrá que recapacitar Mariano Rajoy y su entorno más próximo, cuando añada a la baja en la militancia de Cascos, las de María San Gil, Manuel Pizarro o José Antonio Ortega Lara, que no eran militantes del montón, sino cumbreros y ejemplares para la mayoría de la sociedad española.

Cascos podía ganar para el PP las elecciones en el Principado. Tenía a su favor a una abrumadora mayoría de los militantes. Pero este partido, al que tantos millones de españoles vamos a votar para escapar del desastre socialista de los últimos años, ha perdido el norte, y nunca mejor escrito. Asturias seguirá en su depresión socialista porque así lo han decidido entre cinco personas. Democracia interna.

Pero cometida la fechoría, Álvarez Cascos no puede entorpecer las pocas posibilidades que aún quedan, y su deber no es otro que animar a sus partidarios a colaborar con la injusticia y sacar adelante al Partido Popular asturiano. Sus adversarios están deseando que pierda la razón, y puede hacerlo de persistir en su empecinamiento.

Acuda a la elegancia y el señorío para contrarrestar la inelegancia y la injusticia. Asturias es mucho más importante que Gabino, Isabel Pérez-Espinosa, Mariano Rajoy, Dolores Cospedal y demás autores de la chuminada. Y un Álvarez Cascos enfrentado es un Álvarez Cascos surtidor de votos al PSOE. Ante el despropósito, grandeza. Por esta vez, y reconociéndole toda la justificación a su monumental cabreo, haría bien en sosegarse y contemplar los aconteceres venideros desde la grada. Nos estamos jugando, entre otras cosas, una maravilla heredada que se llama España, y Cascos siempre ha sido un gran español.

Lamento lo que le han hecho y la inesperada animosidad contra su persona de quienes tenían que ser neutrales. Su valor y su valía le han dado la razón. Que no la pierda.


La Razón - Opinión

PP y PSOE. El gran pacto de Estado. Por José García Domínguez

Por lo demás, es como si la dirección del PP se hubiera creído su propia propaganda a fuerza de escuchar a González Pons recitando capsulitas de agitprop casero.

Ortega, que tantas tonterías sobre España supo alojar en las mejores cabezas españolas, no andaba tan lejos de la verdad, sin embargo, con aquella idea suya, la del atávico sesgo particularista que marca nuestro devenir histórico. De ahí, entre otras contrariedades, que jamás falte aquí algún gallo de corral presto a montar el Cisma de Occidente si no le dejan mandar en el campanario de su aldea. Castizo gusto por el vuelo gallináceo que también retrata a los llamados a pilotar el destino de la nación. Y es que no cabe otra explicación a esa bovina renuencia a los acuerdos de Estado que hoy manifiestan los grandes partidos. Un empecinamiento tan recíproco como estúpido. Pues ambos, PP y PSOE, salen perdiendo en el empeño.

Diríase al respecto que nadie acierta a comprender que es la soberanía nacional lo que ahora mismo anda en juego. Así, consecuentes, los hooligans de las dos ganaderías continúan con lo suyo de siempre, berreando improperios igual que si nada ocurriese. En patético corolario, a cinco minutos de que un poder extranjero tome el control del país por primera vez desde la invasión napoleónica, el gran debate entre la crema de la intelectualidad gira en torno a si hemos de llamar "Pepiño" al titular de Fomento. Max Estrella y don Latino de Hispalis deben estar retorciéndose en sus tumbas. Por lo demás, es como si la dirección del PP se hubiera creído su propia propaganda a fuerza de escuchar a González Pons recitando capsulitas de agitprop casero.

Como si pensasen en serio que va a escampar en el PIB por el efecto milagroso de su cara bonita luciendo radiante en la sala de reuniones del Consejo de Ministros. Ya saben, la "generación de confianza" y demás quincalla retórica para exclusivo consumo de las audiencias televisivas. Nadie descarte, en fin, que hayan enloquecido hasta semejante extremo. Pero si restara un gramo de cordura en Génova, debieran invertirlo en aliviar la agonía final de Zapatero. Con unas municipales en el horizonte que se auguran fiel remedo del 14 de Abril, aunque solo fuera por patriotismo, esa desgastada palabra, la transición encubierta de poderes, vía consensos institucionales, tendría que iniciarse cuanto antes. Aunque solo fuera por el interés de España, esa desgastada nación.


Libertad Digital - Opinión

2011: El año de la incertidumbre. Por José María Carrascal

«El mayor déficit hoy de España es el de confianza. Nadie confía en nadie, políticos, instituciones, ciudadanos. Y sin confianza, tanto la economía como la política se paralizan. España está “gripada” por un gobierno que hace lo que dijo nunca haría y, encima, lo hace tarde y a medias».

DESPEDIMOS 2010 con alivio —ha sido el año en el que, excepto en el Mundial de fútbol, todas las noticias han sido malas— y comenzamos 2011 con enorme aprensión, al no saber si finalmente hemos emprendido el camino de la recuperación, como ocurre en algunos países, o seguiremos en la depresión, como sucede en otros.

Después de tres años de crisis parece claro que ésta se desarrolla a tres niveles: el internacional, el europeo y el nacional. En el internacional, se debió a unas prácticas financieras que más tenían de estafa colectiva que de actividades bancarias. Con la colaboración de entidades de renombre y la negligencia de las autoridades, se pusieron en circulación productos fraudulentos, muy por encima de su valor, que crearon una inmensa bolsa de pasivos, aún por digerir. Por aquellas prácticas hubieran tenido que ir a la cárcel bastantes más especuladores que Madoff, pero los gobiernos, con la mala conciencia de no haber ejercicio su deber fiscalizador, prefirieron apuntalar con dinero del contribuyente esas instituciones, para evitar un colapso a escala planetaria. El colapso se ha evitado, pero la recuperación sigue sin llegar o llega sólo lenta y parcialmente.


A nivel europeo, la crisis se acrecienta debido al euro. La moneda común fue sin duda el principal vehículo de la prosperidad creada en Europa durante los últimos años. Pero el euro, que funcionó durante las vacas gordas, se ha convertido en un escollo al llegar las flacas. ¿Por qué? Pues porque como moneda fuerte que era, al ir avalado por la economía alemana, hizo creer a los países más retrasados de la comunidad que eran ricos sin serlo. Lo que les incitó a gastar, a derrochar más bien, en ambos niveles, el gubernamental y el particular, y a permitirse lujos que su economía real no les permitía. Les voy a poner un ejemplo, que ni siquiera es nuestro: la Comisión Europea acaba de obligar a Italia a devolver 720.000 euros de la ayuda prestada a aquel país, gastados por las autoridades napolitanas para financiar un concierto de Elton John en su ciudad, en septiembre de 2009. «Los fondos europeos no son para festivales», ha sentenciado la Comisión. Y yo me pregunto: ¿cuántos festivales, conciertos, actividades lúdicas se han financiado con fondos europeos o públicos en países europeos que tienen necesidades más urgentes? Apuntándoles, sin ir más lejos, a todas esas estrellas del rock que han encontrado en nuestras ciudades el lugar donde sacar suculentos honorarios, ahora que las arcas norteamericanas están a dos velas. Nada de extraño que la deuda estatal, municipal y privada de los países europeos más retrasados se haya disparado, como los intereses de la misma, ante el temor de que no puedan pagarla. Lo más grave es que el euro impide echar mano del remedio clásico en estas situaciones: devaluar la moneda nacional, para hacer más baratos los productos y aumentar las exportaciones, mientras se somete al país a una cura natural de adelgazamiento. Lo impide una moneda común, con lo que es el euro el que empieza a estar en peligro, y una de las grandes preguntas hoy es si sobrevivirá.

La crisis se agrava en nuestro caso al tercer nivel, el doméstico. El Gobierno se negó a verla cuando llegó, y cuando no tuvo más remedio que admitirla, echó mano de medidas contraproducentes, que en vez de paliar la crisis la agravaban, al malgastar recursos en planes ineficaces, como fueron la rebaja fiscal de 400 euros lineales, el cheque-bebe o el Plan E, que llenó de carteles, aceras y glorietas España, para no producir más efecto que el de una gota de agua en una plancha al rojo. Y hubiéramos seguido así, si en mayo pasado, Europa y Estados Unidos no hubieran llamado al orden a nuestro presidente, advirtiéndole que tenía que cambiar radicalmente, pues no sólo el euro, sino la economía mundial peligraba. Ante lo que Zapatero cambió su rumbo de la noche a la mañana, presentándonos el mayor recorte de gastos sociales y no sociales en lo que llevamos de democracia.

Ocho meses después, deberíamos estar ya fuera de peligro. Pero no lo estamos. No lo estamos porque aunque las medidas tomadas por el Gobierno son las correctas, siguen sin aplicarse con la contundencia requerida, y les pongo el ejemplo de las pensiones. Todo el mundo está de acuerdo en que el actual sistema es insostenible, que hay que posponer la edad de jubilación. Pero ahora se nos dice que fijarla en los 67 años no llegará plenamente hasta ¡2027! Eso sí que es hacer una cosa y la contraria al mismo tiempo. Y sembrar la desconfianza dentro y fuera del país. Bastaba ver y oír a nuestro presidente en la rueda de prensa de fin de año para darse cuenta de que este hombre no ha asumido todavía sus errores, que sigue creyendo que ha sido el gobernante más «social» que ha tenido España, que sigue confundiendo el matrimonio homosexual con la creación de puestos de trabajo, nombrar ministras a mujeres con la productividad y la paz universal con la alianza de civilizaciones, que, en fin, continúa disfrazando la realidad con eufemismos e igual que llamaba «desaceleración transitoria» a la crisis, «crecimiento debilitado», al aumento del paro e «impulso fiscal extraordinario», a la subida de impuestos, ahora se pone medallas por una medidas que le han sido impuestas desde fuera y ni siquiera ha puesto en marcha con la amplitud y urgencia requeridas. Que estamos ante un Gobierno que no ha reconocido sus culpas en la situación en que nos hallamos, que no se ha disculpado por llamar antipatriotas a quienes le advertían de sus equivocaciones y que, aún hoy, responsabiliza a la oposición de sus desvaríos. Mientras siga en esa actitud, cuanto diga y haga no surtirá efecto.

El mayor déficit hoy de España es el de la confianza. Nadie, políticos, instituciones, ciudadanos, confía en nadie. Y sin confianza, tanto la economía como la política se paralizan. España está «gripada» por un gobierno que hace lo que había dicho nunca haría y, encima, lo hace tarde y a medias. Aunque también haya contribuido la actitud mansurrona de los españoles, dispuestos a creernos las fantasías que nos contaban y a ignorar la desagradable realidad, hasta que ha empezado a mordernos las posaderas. En este sentido, se han juntado, no el hambre y las ganas de comer, sino el cuentista y las ganas de vivir del cuento. El resultado es que todo el mundo se agarra a lo que tiene y nadie está dispuesto a ceder lo más mínimo, sin que sirvan de nada los llamamientos del Rey a la unidad, responsabilidad y solidaridad. Pero no hay salvación individual ni nadie vendrá a salvarnos desde fuera. Todos debemos sacrificarnos, todos debemos renunciar a unos privilegios adquiridos cuando nos creíamos ricos sin serlo y nadie debe de quedar excluido de los recortes. Sin que nadie nos lo haya dicho con la rotundidad necesaria. Claro que para eso, el primer e indispensable requerimiento son unos dirigentes que den ejemplo, que no consideren la política como una profesión sino como un servicio, que no nos dividan sino que nos unan, que no se guíen por la ideología sino por las necesidades de la gente. Pues los humanos somos en el fondo bastante parecidos, con vicios y virtudes semejantes. Y nuestra mayor desgracia, la causa de que, de sopetón, hayamos pasado del pelotón de cabeza al de cola, es que en España se ha venido gobernando a todos los niveles sobre los vicios españoles en vez de sobre nuestras virtudes, que algunas tenemos, aunque tampoco tantas.


ABC - Opinión

Rubalcaba y los contactos

ESCRIBE AQUÍ EL ENCABEZAMIENTO

Uno de los compromisos que el presidente del Gobierno contrajo ante el Congreso el pasado año fue el de promover la desaparición de los anuncios de prostitución en los periódicos, práctica no sólo anómala en el periodismo de calidad de Europa, sino también denigratoria de la dignidad de la mujer y herramienta que emplean con frecuencia las mafias para vender su mercancía. Sin embargo, da la impresión de que el cambio de Gobierno, que sacó del Consejo de Ministros a dos decididas partidarias de suprimir este tipo de publicidad, Bibiana Aído y Fernández de la Vega, ha postergado la promesa de Zapatero.

Lo cierto es que nada se ha hecho desde entonces, no se ha avanzado en trámites imprescindibles, como el dictamen solicitado en mayo al Consejo de Estado, y no parece que el plenipotenciario vicepresidente Rubalcaba esté dispuesto a librar una batalla que puede incomodar sus perspectivas políticas. Es verdad que, en una reciente reunión con los miembros de la Asociación Española de Editores (AEDE), Rubalcaba elucubró sobre la conveniencia de que fueran los propios medios los que autorregularan ese tipo de reclamos sexuales, pero no dijo nada de qué haría el Gobierno si no se diera ese paso.


Ni que decir tiene que la finta escapista de Rubalcaba es tan inconsistente como si se dejara a las tabacaleras la autorregulación de los fumadores en vez de promulgar la Ley Antitabaco más restrictiva de Europa. Pero en este caso existe además una exigencia del Congreso, que el pasado 21 de septiembre instó al Gobierno a presentar en un plazo de cuatro meses una propuesta para la retirada de esa publicidad degradante. Nadie sabe mejor que el ministro del Interior que, en no pocas ocasiones, detrás de los anuncios de contactos se esconden redes internacionales dedicadas a la trata de mujeres, como se demostró a raíz de las brillantes operaciones policiales llevadas a cabo el pasado año.

La persecución del delito organizado no se ciñe solamente a la detención del delincuente, sino que implica también cegar sus fuentes de financiación y de propaganda. En el caso que nos ocupa, es un contrasentido que el partido que ha hecho de la «liberación de la mujer» su estandarte más aireado se cruce de brazos ante la publicación diaria de anuncios vejatorios, humillantes y ofensivos para la condición femenina. Más aún, es razonable pedir que se evalúe si quebrantan el código deontológico de la Publicidad y si no deberían someterse a unas salvaguardias similares a las que se les exige a las cadenas de televisión en los horarios infantiles y juveniles. No se trata de un debate menor ni coyuntural, sino de una exigencia inherente a una democracia de calidad, como acertadamente lo ha expresado el acuerdo del Congreso.

Tampoco se puede aducir como excusa la crisis económica para dilatar su eliminación, salvo que se quieran supeditar los principios éticos a los intereses mercantiles en un específico comercio donde el género es diariamente expuesto en el escaparate con todo lujo de detalles y de trucos visuales. El Gobierno Rubalcaba sabrá qué quiere llevar en su próximo programa electoral, si ardientes proclamas feministas o hechos concretos en defensa de la mujer.


La Razón - Editorial

Ruido de Cascos

El histórico dirigente del PP se revuelve contra Rajoy al ver frustrada su ambición en Asturias.

El todopoderoso secretario general de los populares bajo la presidencia de José María Aznar, Francisco Álvarez-Cascos, ha desencadenado en su partido una tormenta en un vaso de agua. Amparándose en una retórica de servicio a Asturias que apenas alcanza a disimular la frustración de sus ambiciones personales, Álvarez-Cascos ha anunciado su baja en el partido de Mariano Rajoy y ha insinuado la creación de una nueva fuerza política para concurrir como candidato a la presidencia de Asturias en las elecciones autonómicas de mayo. Nada tiene de extraño que quien fuera uno de los máximos adalides del "todo vale" desde la oposición y también desde el Gobierno, aplique ahora esta máxima a su propio partido.

Álvarez-Cascos, durante sus años de protagonismo, tensó la vida política española hasta bordear los límites de la estabilidad institucional, arremetiendo contra sus adversarios con instrumentos que despreciaban normas elementales del juego democrático. Su intento de regresar a la política activa, rechazado por la dirección nacional de su partido, no responde al deseo de ofrecer un programa diferente a los asturianos, sino al de saciar su sed de poder tras años de obligada abstinencia. En la comparecencia para explicar las razones de su marcha dejó entrever ajustes de cuentas y venganzas, pero ni una sola idea sobre la que articular el proyecto político que defiende.


Es cierto que la democracia interna que Álvarez-Cascos reclama ahora en el PP fue abolida mientras fue él quien tuvo las riendas. Pero no porque sea Álvarez-Cascos su repentino y paradójico abanderado deja de ser una reclamación justa: el PP ha recurrido a la cooptación para decidir la candidatura a la presidencia de Asturias, reafirmándose en un método que aplica a todos los niveles, tanto municipal como autonómico. E, incluso, nacional, como lo atestigua la presidencia de Mariano Rajoy por una decisión personal de su antecesor en el cargo.

La aventura de Álvarez-Cascos no solo tendrá dificultades para prosperar por las mezquinas razones que la impulsan, sino por el momento elegido para emprenderla. Un partido que se ve en la antesala del poder cierra filas con su dirección y no destruye sus expectativas desangrándose en luchas internas. Si el PP se encuentra en esta tesitura es por la forma de entender la política de Álvarez-Cascos, pero también por la fragilidad del liderazgo de Rajoy. Dirigentes regionales como la presidenta de la Comunidad de Madrid no dudan en aprovechar cualquier circunstancia para desafiarlo.

Álvarez-Cascos ha conseguido mostrar con un único movimiento cuál es la realidad interna de un partido que se considera en vísperas de alcanzar el Gobierno. El vaso de agua donde se desarrolla la ruidosa tormenta que ha desencadenado tiene el valor de un síntoma. Estas son las fuerzas que conviven en el PP y estas son las formas con las que los populares dirimen sus diferencias.


El País - Editorial

Por qué los peores llegan y permanecen en el poder

Los partidos se han convertido en unas oligarquías que sólo pretenden servirse a sí mismas: entre el candidato preferido mayoritariamente por la militancia y una desconocida, se elige ponerle la mordaza a la militancia.

Se preguntaba Hayek en Camino de Servidumbre por qué siempre son los peores individuos quienes llegan al poder. La respuesta que ofrecía el Nobel austriaco era que la acumulación de poder atraía a aquellas personas especialmente arrogantes y faltas de escrúpulos como para detentarlo; en cambio, las humildes y cultivadas que conocían las limitaciones de su propia razón a la hora de dirigir sociedades amplias y complejas se autoexcluían del proceso político.

Sin embargo, la experiencia demuestra que existe al menos otra poderosa razón para que los peores lleguen y permanezcan en el poder: el control del sistema de elección de cargos públicos por parte de los propios políticos. Al fin y al cabo, la democracia permite una alternancia pacífica en el poder dirigida a purgar periódicamente a aquellos dirigentes que más se alejen de las preferencias de la ciudadanía y que más agredan las libertades individuales.


Con todo, democracias las hay de muchos tipos: desde aquellas en las que cada distrito elige a su representante, quien previamente ha sido seleccionado por los militantes e incluso simpatizantes de su formación política, a aquellas en las que el pueblo soberano sólo mete una vez cada cuatro años la papeleta en la urna para escoger una lista cerrada y bloqueada, previamente cocinada por unos órganos de dirección política que han emergido al margen de la voluntad de los militantes.

España se encuadra claramente en este último caso. Los partidos políticos son organizaciones absolutamente herméticas a la voluntad de sus militantes y de la ciudadanía que se perpetúan como castas dirigidas a proteger sus propios intereses. Los peores necesariamente llegan y permanecen en el poder porque resulta casi imposible echarlos y los propios órganos de dirección de los partidos se encargan de detener el acceso a cualquier persona con ideas distintas a las del grupo que pueda destacar y reformar el endogámico sistema.

El desarrollo del caso de Álvarez-Cascos constituye una perfecta ilustración de este proceso. Rajoy ha preferido a una candidata perfectamente desconocida, que incluso ha admitido que su sustancia ideológica depende por entero de las siglas en las que milita, frente a un peso pesado como el ex secretario general del PP. Es una manera de evitar líos, mantener tranquilas las aguas de los feudos locales y asegurarse de que nadie le hará sombra al mediocre gran líder que no se ha atrevido a someterse a un proceso abierto y limpio de primarias. Pero también es una forma de demostrar que los partidos se han convertido en unas oligarquías que sólo pretenden servirse a sí mismas y no a la ciudadanía que les paga su sueldo: entre el candidato preferido mayoritariamente por la militancia y una desconocida, se elige ponerle la mordaza a la militancia.

Por supuesto, no pretendemos negar que el propio Cascos, cuando era secretario general del PP, no mostrara una análoga oposición a la democracia interna, como ayer recordó por motivos obvios Alejo Vidal-Quadras. Pero ello no quita que, en este caso, Cascos tenga toda la razón del mundo al reclamar democracia interna y al abandonar el partido cuando la dirección nacional le negó esa posibilidad. En todo caso, lo que viene a demostrar es que el actual sistema partitocrático engendra los incentivos para que las cúpulas de los partidos controlen todo, o casi todo, el proceso democrático.

Es urgente una completa reforma de la ley electoral para que el mandato constitucional sobre la democracia interna de los partidos sea realmente efectivo; en caso contrario los peores seguirán llegando y permaneciendo en el poder. Los zapateros, pepiños y pajines no serán la excepción sino la norma. También, como estamos viviendo, en el PP.


Libertad Digital - Editorial

Cuesta abajo en enero

El repunte de la inflación, derivado del afán recaudatorio del Gobierno, reduce el poder adquisitivo y acentúa la crisis doméstica.

EL incremento en siete décimas de la tasa de inflación armonizada, realizada a partir de los mismos parámetros que en el resto de la eurozona, sitúa el IPC de 2010 en el 2,9 por ciento, el más elevado desde octubre de 2008. Aunque las cifras tendrán que ser confirmadas por el Instituto Nacional de Estadística a mediados de enero, la inflación con que terminó el pasado ejercicio revela el fuerte impacto de la política recaudatoria impulsada por el Gobierno socialista a través de impuestos especiales como los aplicados al tabaco. Lejos de resultar negativa, la subida de los precios en un escenario de crisis como el que padecemos tiene la virtud de reflejar la actividad económica del consumidor, ligada a su nivel de confianza e imprescindible para relanzar la economía, pero, desafortunadamente, en este caso no es la sociedad la responsable de que se incrementen los precios a través de su participación activa en el mercado, sino el Ejecutivo, lo que invierte los términos de una ecuación perversa y dañina. No es el consumidor el que anima el mercado y dispara los precios, sino el Gobierno, con el agravante de restar poder adquisitivo a los más desfavorecidos, ahora golpeados por una inflación derivada de la pésima gestión política de la crisis.

Si los datos del pasado diciembre documentan el alcance y los lesivos efectos de la política impulsada por el equipo de Rodríguez Zapatero, el mes de enero, pese a registrar el tirón de las rebajas, va a determinar el comienzo de un nuevo periodo marcado por el repliegue del gasto. Los incrementos del recibo de la luz, del gas o de los transportes van a dejar huella en un IPC que, lejos de servir de termómetro de la recuperación, como sería lógico, dibuja de forma nítida la perniciosa acción de un Gobierno que en muy pocos meses y de espaldas a la crisis ha pasado de despilfarrar fondos a aumentar la presión fiscal sobre los contribuyentes. El progresivo alza del euribor, favorecido por la recuperación que ya disfrutan las economías más prósperas de la UE, reduce aún más las perspectivas de gasto de un consumidor para el que la cuesta de enero va a servir para visualizar el verdadero paisaje económico compuesto por la política de Rodríguez Zapatero y para mostrar con nitidez el definitivo agotamiento de una gestión marcada por la tardanza, la contradicción y la falta de criterio.

ABC - Editorial