jueves, 6 de enero de 2011

Punset y lo paranormal. Por M. Martín Ferrand

La declaración de Punset parece, más que un enunciado científico, un retrato instantáneo de Zapatero.

EDUARDO Punset es un ampurdanés de origen que, como todos los de aquella hermosísima comarca catalana, resulta sensible a la tramontana y, tal que Josep Pla, parecer lo que no es y viceversa, pero siempre con talento. Quizás por ello ha conseguido el milagro de sentar cátedra como divulgador científico en la televisión, algo que no ocurría desde que, en los años sesenta, Luis Miravitlles, explicara los aminoácidos y otras cosas parecidas desde la TVE de Miramar. Los catalanes siempre han tenido madera divulgadora porque su vocación ahorradora les lleva a economizar palabras y conceptos y tienen la capacidad de convertir en lineal y sencilla la explicación más compleja. Algo con lo que un andaluz haría un jardín y un castellano una fachada plateresca.

Punset, un equilibrado cruce entre filósofo presocrático y vendedor a domicilio, domina el arte de la comunicación. Ahora dice, y lo anuncian los periódicos, que «la función del cerebro no es buscar la verdad, sino sobrevivir». El asunto no le es extraño porque el catalán, desde sus días de militancia en el PCE, con un brillantísimo currículum como economista, ha sobrevivido a todas las circunstancias habidas en España. Fue ministro con Adolfo Suárez y con Leopoldo Calvo-Sotelo y siempre ha sabido, como los mejores, serrar con una lima y limar con una sierra.

La declaración de Punset parece, más que un enunciado científico —que lo será— un retrato instantáneo de José Luis Rodríguez Zapatero. Es más, esa frase, pronunciada por otro personaje de menos acreditada serenidad, establecido más allá de la pelea política, podría ser una bomba con temporizador que lo mismo podría explosionar en manos del líder socialista que del popular. Ambos se han instalado en el primum vivere y no parecen dispuestos al filosofare en que se suscitan las ideas y soluciones que el país reclama.

Traigo a cuento la figura de Punset, siempre digna de atención, porque su transformación política pasó por la UCD y, después, por el CDS. No recuerdo ahora ningún otro militante notable de tan lánguido partido, aunque repican los mentideros la hipótesis de Mario Conde, lindo tipo de varón, como aspirante a la presidencia del Gobierno con esa formación como base. Dada la mala memoria establecida entre nosotros, conviene recordar que Conde, en el 2.000, ya le disputó a José Luis Rodríguez Zapatero y a José María Aznar tan alto cargo y la ciudadanía, que sabe distinguir entre un gato pardo y otro de porcelana, le recompensó con poco más de veinte mil votos. Algo menos que nada dada la notoriedad poliédrica del inquietante personaje. Aviso a los navegantes.


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Izquierda. La igualdad. Por Bernd Dietz

Para la izquierda actual, la libertad y la justa recompensa del mérito son, en un giro de ciento ochenta grados que sólo cabe calificar de intrínseca conversión al caciquismo mafioso, lacras de derechas, males perniciosos que habría que erradicar.

Hubo un tiempo en el que la igualdad apareció ligada a la libertad y la fraternidad. Era natural, pese a que cada una de estas tres demandas o ideales perteneciera a un orden diferente. Al fin y al cabo se trataba de derribar los privilegios injustos y por tanto las distorsiones con origen en la herencia, la tiranía, la conquista violenta o el irrefutable derecho divino de los que se declaraban por éste agraciados, para reemplazarlos por el objetivo emancipador de defender un mismo punto de partida para todos. De facilitar unas condiciones para la honesta y esforzada proyección personal, cuyos frutos fuesen después apreciados mediante una valoración ecuánime y competente. Los mismos factores, en fin, que rigen y estimulan las buenas prácticas en la rivalidad deportiva o con respecto a la ambición creativa y la vocación de talento en cualquier ámbito noble. Porque la meritocracia se entendía como un mecanismo de liberación, apto para contrarrestar los abusos de poder sustituyéndolos por una escala de valores objetiva, socialmente aleccionadora y moralmente intachable.

El objetivo de la lucha política y de los reformas legales no era otro que el de permitir que pudiesen participar en una competición abierta por la autorrealización espontánea todos los ciudadanos, no sólo los que portasen apellidos, vitolas o nombramientos arbitrariamente predeterminados. Que tuvieran la oportunidad de demostrar su valía y su genuina utilidad para el progreso de la humanidad sin discriminaciones religiosas, raciales, ideológicas o de género. Y sin otras cortapisas sacadas de la manga al objeto de excluir con artería a quienes pudiesen superar en buena lid a los que partían con ventaja, pertrechados de recomendaciones, prepotencia e impostura. Porque en ese cambio revolucionario habría de consistir lo de aunar libertad, igualdad y fraternidad. En garantizar el derecho a que triunfasen, por méritos propios e inherentes a la persona y sus logros probados, los que acreditasen más razones positivas para conseguirlo, sin trampa ni cartón.


Ello no obstante, para la izquierda actual, la libertad y la justa recompensa del mérito son, en un giro de ciento ochenta grados que sólo cabe calificar de intrínseca conversión al caciquismo mafioso, lacras de derechas, males perniciosos que, más pronto que tarde, habría que erradicar. Lo expresa así Alain Caillé: "Ser de izquierda, actuar o pensar en la izquierda, es actuar o pensar desde el punto de vista de los perdedores [...], afirmando la dominación jerárquica de los valores de igualdad sobre los otros valores finales de la acción colectiva (por ejemplo, la libertad, la fraternidad, la realización)". Y lo refrendan de continuo quienes argumentan que, puesto que siguen subsistiendo desiguales y por tanto perdedores en los lances de la existencia, está más que justificado coartar la libertad de quienes consiguen proezas y escatimarles la fraternidad (cuando no convertirlos en chivos expiatorios). "¡Cómo va uno a mostrar simpatía por los vencedores individualistas, que logren sus metas con limpia habilidad", profieren con indignación amenazante, "mientras sigan existiendo perdedores!" "¿Acaso no contamos con el arma de la discriminación positiva?", anuncian, como quien se plantea poner bombas.

Y es así. No se paran en barras, estos sectarios. A un izquierdista le importan una higa los derechos humanos, si de la aplicación de los mismos acaban derivándose una prelación o una jerarquía que le repatean. La elocuente experiencia del socialismo real nos señala en qué reside el sistema. Y nos enseña quiénes son los únicos que, establecida por las bravas la igualación por debajo, tienen derecho a seguir siendo desiguales. Obviamente serán los capitostes encargados de imponer y conservar mediante la coacción estatal ese estado de igualdad (para lo que previsoramente empuñan el garrote), así como sus floridos voceros (los intelectuales orgánicos y los artistas oficiales encargados del aparato de la propaganda). Con el elegante concurso, naturalmente, de todos aquellos magnates y relamidos burgueses que hayan comprado protección a cambio de renegar nominalmente de la libertad y demuestren una complicidad efectiva, aunque sobre todo retórica, de cursilería incendiaria, con los verdugos de la meritocracia. Ejemplos de este derecho a la desigualdad, por tener la sartén por el mango o servir a quienes la mantienen ávidamente asida engalanan, por ejemplo, a nuestros políticos; a los artistas de la ceja; a aquellos jueces y fiscales, ya sean archipielágicos o peninsulares, que incurren en esas mismas conductas que persiguen en otros; o a la retahíla de santurrones acomodaticios que cultiva la ley del embudo. Porque España, según ellos, ha abrazado su concepto de la igualdad como antaño lo hiciera con el dogma de la Inmaculada Concepción.

A los crédulos que, entre nosotros, suscriben el dogma de la igualdad bendecida por la izquierda no cabe atribuirles estas palabras de Albert Einstein, cuyo paradigma es incompatible con el carpetovetónico: "La mayoría que componen los estúpidos es invencible y está garantizada hasta el fin de los tiempos. Aunque el terror de la tiranía que ejercen se vea algo paliado por su inconsistencia". Pues se les podrá achacar cualquier cosa menos incoherencia. Bien al contrario, aflora toda una antropología cultural en nuestra predilección por el resentimiento, la envidia, la picaresca, la zafiedad y el odio a la excelencia. Una alta escuela del trile y la traición. Cuidadili. No hay ingenuidad en esta tierra. El presidente Zapatero, la ministra Pajín o la diputada López i Chamosa, entre tantos esperpentos chillones, suponen encarnaciones diáfanas de cuál es la igualdad que se pretende. Cuál el perfil de quienes se han repantigado, con insolvencia flagrante, en los palacios del poder. Su mentalidad abusiva. Su maquinal, voraz guillotina.


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Cascos, sin salida. Por Edurne Uriarte

Cascos no tiene una salida digna de sus ambiciones y de su poderoso pasado.

Cascos no tiene salida. O, al menos, no tiene una salida digna de sus ambiciones y de su poderoso pasado. Fuera de las siglas del PP, tiene dos problemas que le abocan inevitablemente a su fin político. Se presente o no se presente a las Autonómicas, sea inmediato ese fin o se prolongue en una marginal y minoritaria agonía en el Parlamento asturiano.

El primer problema, el programa. El segundo, el momento elegido para abandonar el PP. Cascos carece de programa y de posibilidades reales de elaborarlo. De ahí el tremendo papelón de apuntarse al regionalismo con eso de que «cualquier posibilidad puede ser interesante para defender el orgullo de ser asturiano», tras toda una vida defendiendo la cohesión nacional de España. Lo malo es que el regionalismo sería la única posibilidad alternativa de Cascos en una comunidad con un partido de derecha más que consolidado. Teóricamente, claro está, dada la trayectoria electoral del regionalismo en Asturias, que es como para desalentar al más animado a liderarlo de nuevo. Quien llegó más lejos, el Partiu Asturianista, no pasó de un diputado en 1991 y en 1995. Y si colocamos en el regionalismo a la Unión Renovadora Asturiana de Marqués, logró su máximo histórico en 1999, con un 9% del voto y 3 diputados, para quedarse sin representación en 2003 y en 2007.

Todo lo anterior explica las vaguedades de Cascos ante su cuestión central en estos momentos, la de si se presenta o no se presenta, con qué siglas y con qué programa. Y por eso pretende que el proceso se desarrolle en el sentido opuesto. Quiere conseguir las adhesiones antes de presentar las ideas y elaborar el programa.

Y he ahí su segundo problema. El del momento elegido para pedir una deserción de los militantes del PP. Justamente cuando las encuestas anuncian una holgada victoria a este partido. Renunciar al poder y, lo que es peor, para hacerse regionalista.


ABC - Opinión

La hora de los zorroclocos. Por Serafín Fanjul

La opinión de afiliados y votantes importa una higa a quienes deciden en los despachos, cosa que ya sabíamos, pero siempre resulta incómodo que nos lo recuerden.

Dice en 1800 Nicolás de Azara: "Lloro únicamente los males de mi Patria, la que teniendo tanta proporción para ser feliz está reducida al estado más miserable y a representar el último papel en la Europa, y a ser quasi ignominia el nombre español. Todo por ignorancia, avaricia, intriga, libertinaje de los que están a la cabeza del Gobierno, que sacrificarían diez Españas al menor interés personal. Ni creo que pueda suceder diferentemente porque los buenos huyen los empleos, o los apartan de ellos no simpatizando con las máximas corrientes; y los que se buscan para ocuparlos son homogéneos a ellos, o se hacen presto a sus mañas...". Recordamos que Azara (Memorias) escribía como diplomático del ya renqueante Imperio mangoneado por Godoy y su concubina, Mª Luisa de Parma que, además, casualmente era la reina de las todavía Españas.

No es momento para el cotejo histórico y político general entre aquel tiempo y éste, pero no me negarán ustedes que esas líneas cobran una actualidad inquietante, tanto por el panorama de conjunto de nuestro país, como por algún lance concreto de este Patio de Monipodio en que se desenvuelve la actividad política. Y pongamos que hablo de Álvarez-Cascos, de cuya peripecia sólo sabemos las explicaciones que él mismo ha ofrecido y las nulas que han dado en la Calle Génova, amén de alguna declaración de prepotencia de la guachafita propuesta, despistada pero amparada y designada por los gloriosos dedos del Sr. Gabino, el Sr. Ovidio y el Sr. Mariano: un mundo digital, vaya. Aunque tampoco hayan faltado pases de facturas al cobro de antiguos damnificados –dicen– por el mismo Álvarez-Cascos. Son entresijos partidarios cuya veracidad –o no– interesan muy poco a los ciudadanos, y a éste que firma, nada en absoluto.


Pero para un observador sin más interés que el general de nuestro país, por encima de los de esta o aquella región, se extraen varias conclusiones, a cual más lamentable: la transposición de la división autonómica a las estructuras de los partidos principales (PSOE, PP, IU), que debieran ser "nacionales", ha cristalizado y se ha consolidado a expensas de la unidad y hasta de la lógica , con la inestimable ayuda de los caciques locales, que disputan el poder a "Madrid", y no sólo en Cataluña o Vascongadas, toda España está gangrenada por el espíritu autonómico; ante la posibilidad de perder coimas y mamandurrias de años, no vacilan en sacrificar los objetivos generales, arriesgándose y arriesgándonos a que en Asturias se renueve el triunfo socialista; Mariano Rajoy abusa del sentido de la responsabilidad de sus votantes, chantajeándoles con la perduración del PSOE (¿se han preguntado alguna vez cuánta gente se quedó en casa en 2008 porque no les convencía el candidato del PP con tanta tibieza? He ahí una materia de reflexión para las encuestas de Arriola).

Y hay más: la opinión de afiliados y votantes importa una higa a quienes deciden en los despachos, cosa que ya sabíamos, pero siempre resulta incómodo que nos lo recuerden; por enésima vez se proclama a voces la idea –al anunciar Cascos que puede presentar otra candidatura– de que los votos son propiedad del partido beneficiado con ellos y, por tanto, la deslealtad del disidente gruñón "quitaría" sufragios al PP, como si fueran suyos; de la deslealtad de los dirigentes cercanos o lejanos hacia sus bases no se dice una palabra, ni en los medios de comunicación afines (por ejemplo, la edificante imagen del PP de Gijón apoyando la beatificación localista y cateta de Santiago Carrillo: ¿era el cromo que cambiaban para nombrar a Rodrigo Rato no sé qué bobada de oropeles, o lo hacían gratis, para ser "simpáticos", "el partido pa’ ayudar"?).

Nadie en su sano juicio duda que hay políticos serios, honrados y trabajadores –compartamos o no todas sus opiniones y actos– en la diestra (conozco a unos cuantos, a quienes no mencionaré nominalmente para no ser tachado de caer en lisonjas) y hasta en la siniestra, aunque poquitos y bien arrinconados, pero ésa no es la cuestión. El problema es que el triunfalismo de creerse las encuestas –y por tanto despreciar apoyos que no sean perrunos– puede jugar una malísima pasada a Mariano Rajoy y, por ende, a todos nosotros. En 2008, en esta misma página digital pedíamos el voto para el PP, pese a las insuficiencias –a nuestro juicio– de su líder actual, porque la lealtad hacia nosotros mismos así lo exigía, pero Dios nos libre de repetir tan microscópico y poco importante regalo. Y votemos lo que votemos. Queremos salir del túnel de una vez, no seguir lamentándonos con el mal menor.

Nota bene: Sugiero al amable lector que busque en DRAE la definición de zorrocloco.


Libertad Digital - Opinión

Un presidente incomprendido. Por Fernando Fernández

Presentarse como una víctima de las circunstancias internacionales es un desprecio a la verdad.

EL año empieza con un presidente de gobierno que se presenta dolido ante la incomprensión de los españoles y que promete un gran esfuerzo de convicción. Palabras vacías que no pueden borrar la sensación de fracaso que le acompañará hasta el final de la legislatura. Tuvo el presidente dos momentos económicos para demostrar su altura de hombre de Estado, por no mencionar los muchos que desperdició por preferir el sectarismo en temas como terrorismo, educación u organización territorial: las elecciones de 2008 y la crisis griega y en ambos confundió el mensaje, erró el diagnóstico y prefirió hacer populismo.

En 2008, la economía española iniciaba una senda clara de estancamiento; el ciclo inmobiliario había llegado a su fin y era la hora del ajuste en el nivel de gasto. Pero el presidente prefirió ridiculizar a los populares por intentar evitar lo que precisamente ahora se quiere hacer perdonar: un ajuste fiscal y social salvaje. Pero pudo haberlo hecho otra vez cuando estalló la crisis griega. Escribí entonces un artículo titulado «Zapatero II el reformista», animado por la confianza que aún me quedaba en el seny económico de los socialistas, que no de su presidente. Y me equivoqué porque Zapatero volvió a elegir la confrontación partidista y la ignorancia de la realidad hasta que los hechos forzaron la intervención de la economía española. Intentar ahora presentarse ante los ciudadanos como una víctima de la circunstancias internacionales es más que una carta a los Reyes Magos, es un desprecio a la verdad y a la inteligencia de los electores.


Las vacaciones me han permitido leer las memorias de Tony Blair, una defensa inteligente y bien construida del Nuevo Laborismo, la renovación de la izquierda socialista que en España ha frustrado el presidente Zapatero al secuestrar el debate y empujar el partido hacia el nacionalismo periférico. El líder británico lo tenía claro; el laborismo no puede ser el partido de los pobres subsidiados por el Estado sino de los que quieren dejar de serlo, con su esfuerzo, su trabajo y su ambición; el partido de la igualdad de oportunidades y de la responsabilidad en el uso de los recursos públicos; el de la eficiencia en la provisión de los servicios públicos. Qué contraste con los titulares Zapatero: gratis total, derechos y alegría para todos y defensa de lo público a costa de la calidad y de la libertad.

Esta ideologización trasnochada de la gestión política y económica es lo que la sociedad española no le perdona ni le puede perdonar al presidente Zapatero. Porque le ha hecho retroceder varias décadas en prosperidad y bienestar, porque le ha alejado del nuevo mundo globalizado y competitivo. Bien es cierto que se dejó cautivar por ella mientras la bolsa estaba llena, pero precisamente por eso ahora se revuelve con la agresividad de quien se siente estafado. Sus electores son como los inversores de Fórum Filatélico, como los clientes de Madoff. Habían confiado en el gran timonel y les ha engañado. Eso es lo que no puede entender el presidente, anclado en un marxismo elemental de asamblea universitaria. No puede entender el desprecio profundo e irreversible de los electores, que encuentran al partido socialista instalado en un mundo desfasado y a su presidente perdido en el espacio sideral de sus manías y obsesiones particulares. Un desprecio que no se puede contestar sin unas nuevas elecciones que permitan al Partido Socialista modernizar su discurso y buscar un líder creíble que lo pueda encarnar. Todo lo demás es hacernos perder el tiempo, la paciencia y la cartera a los españoles.


ABC - Opinión

Chávez por decreto, otra vez

Hoy por hoy Venezuela no es una democracia, y no lo será mientras perviva el espantoso y liberticida régimen socialista que Hugo Chávez ha implantado en el país.

Tal y como temíamos desde esta misma tribuna hace poco más de tres meses, Venezuela va a seguir siendo incondicionalmente chavista aún con los apoyos en la Asamblea Nacional visiblemente mermados. Las elecciones del pasado mes de septiembre, en las que la opositora Mesa para la Unidad consiguió arrebatar 65 escaños al Partido Socialista de Venezuela, órgano político que sirve de correa de transmisión en la cámara para los desmanes antidemocráticos de Hugo Chávez, no han servido al final para nada.

Han bastado solo tres meses de maniobras arteras y democráticamente inadmisibles por parte de la asamblea saliente para que el poder legislativo reconquistado por la Venezuela, que se resiste a caer presa del socialismo a la cubana que Chávez trata de meter con calzador, se haya quedado en agua de borrajas. Un ramillete de leyes, aprobadas con prisa durante el último trimestre, han dejado la Asamblea Nacional convertida en un florero inservible que en poco o nada incomodarán al autócrata durante, como mínimo, el próximo año y medio.


Así, la llamada "Ley Habilitante" otorga al presidente poderes cuasi absolutos para legislar de espaldas a la cámara. Permite, por ejemplo, que Chávez haga y deshaga a placer en temas vitales como ordenación territorial, uso de la tierra, sistema socioeconómico o los capítulos relativos a las finanzas públicas y el fisco. Esta ley le da más poder del que ha tenido nunca y convierte a Venezuela en una dictadura de facto. Para evitar las críticas por parte de los medios de comunicación independientes que aún subsisten, los diputados salientes –todos adictos al Palacio de Miraflores– han creado sendas leyes-mordaza que regulan el uso de internet y ponen a cadenas disidentes como Globovisión contra las cuerdas.

Chávez podrá, por lo tanto, gobernar tranquilo hasta el verano de 2012. Tiempo suficiente para profundizar en su programa de cubanización y preparar la campaña electoral de las presidenciales, que tendrán lugar en noviembre de ese año. Todo perfectamente calculado para que el chavismo perdure y lo haga, además, con una pátina de democracia que al coronel le gusta exhibir en el extranjero como vitola de legitimidad de su régimen.

Y es aquí donde está la clave de la cuestión venezolana. La democracia no consiste en ir a votar cada cuatro años y otorgar con el voto un poder sin cortapisas al vencedor. Nada de eso. La base de la democracia no son las elecciones, sino las instituciones, el imperio de la Ley y el respeto a la minoría disidente. La Venezuela bolivariana aprueba en lo primero. En el país se celebran elecciones regularmente aun desde que el ex golpista llegó al poder, y hasta se convocó un referéndum revocatorio hace siete años del que Chávez salió bien librado. Suspende, sin embargo, en todo lo demás. En Venezuela las instituciones son juguetes al capricho del poder, no impera más ley que las delirantes e incendiarias soflamas del presidente y al que disiente se le persigue con saña.

Hoy por hoy Venezuela no es una democracia, y no lo será mientras perviva el espantoso y liberticida régimen socialista que Hugo Chávez ha implantado en el país. El panorama es cuando menos desesperanzador. La oposición se encuentra maniatada dentro de la caja de cristal sellada al vacío en la que el chavismo la ha convertido, y el poder del presidente es mayor que nunca. A los venezolanos recuperar la libertad perdida les va a costar algo más que sangre, sudor y lágrimas, pero no deben cejar en el intento ni darse por vencidos. Se juegan su país, que no es poco.


Libertad Digital - Editorial

Entre el veto y el decreto

El Gobierno ha pasado de la coartada del diálogo social a la imposición de prerrogativas que no le están reconocidas para utilizar abusivamente.

El Gobierno ya ha dado indicios de por dónde va a construir el andamiaje político de este último año de legislatura efectiva, en el que se va a ver obligado a un difícil equilibrio entre las urgencias electorales de su partido y las imposiciones de las grandes economías europeas y de los mercados financieros. Se mantendrá la proscripción de cualquier posible acuerdo con el Partido Popular porque ahora más que nunca el PSOE tiene que evitar todo gesto que implique a la oposición en una dinámica de pactos de Estado. El mensaje oficial de los socialistas sobre el PP seguirá siendo que a Rajoy le gusta la crisis, aunque esta propaganda ya resulte poco o nada eficaz ante una opinión pública muy asentada en la necesidad de cambio político.

Pese a todo, 2011 será un año en el que el Gobierno tendrá que adoptar medidas y aprobar leyes. Para asegurarse su tramitación, evitando en la medida de lo posible la confrontación parlamentaria, el Ejecutivo hará uso de sus pactos con PNV y Coalición Canaria, a los que puede unirse Convergencia i Unió si Artur Mas cree que hay una mínima posibilidad de participar en la subasta organizada por Zapatero para sumar los votos que necesita hasta el final de legislatura. Sin embargo, los nacionalistas pueden variar su actitud si comprueban, a medida que se acerquen las elecciones de mayo, que el presidente del Gobierno es un incómodo compañero de viaje —algunos barones socialistas ya lo saben— y que el apoyo que le prestan puede empezar a no ser neutral ante sus propios electores.

Y, como ya sucediera en 2010, el Gobierno no dudará en acudir al veto parlamentario y a la legislación por decreto para hurtar a la crisis los debates políticos que tanto necesita. Este Gobierno ha pasado de la coartada del diálogo social para justificar su inoperancia a la imposición reglamentista de unas prerrogativas que no le están reconocidas para utilizar abusivamente. Es obvio que el Gobierno tiene que corresponder a su responsabilidad directiva de la política nacional con los procedimientos que le concede la Constitución, pero a quien tanto tardó, como Zapatero, en reconocer la crisis, y tanto como él denigró la imposición de reformas sin acuerdo, le es exigible que emplee algo de tiempo en propiciar acuerdos estables con el principal partido de la oposición, y que lo haga en el Parlamento. Algo que, a estas alturas, entra en el terreno de la ciencia ficción.


ABC - Editorial