martes, 1 de febrero de 2011

¿Y si el sucesor de Rodríguez Zapatero se llamara… Por Federico Quevedo

… Zapatero?

Convendrán conmigo en que el partido socialista tiene una habilidad especial para conseguir que los debates políticos se produzcan sobre aquellos asuntos que a ellos les interesan, y no sobre los que realmente interesan a los ciudadanos, y sobre todo los que les preocupan. Llevamos unas cuantas semanas dedicados los periodistas y medios de comunicación a dar vueltas sobre el mismo asunto: la sucesión de Rodríguez Zapatero. Una sucesión que, a día de hoy, no está oficialmente prevista, y ni siquiera se ha convocado a los órganos del partido para hablar de ella ni para elegir al supuesto sucesor… Es más, el interesado se sigue haciendo el interesante y da largas sin que realmente nadie sepa muy bien qué pasa por su cabeza, salvo su santa esposa y alguien muy próximo, según dijo él mismo estas pasadas Navidades durante un encuentro con periodistas que sirvió para encender la mecha de este debate. Un debate que, sin embargo, es absolutamente ajeno a lo que en este momento preocupa en el seno de la mayor parte de las familias españolas. Es, incluso, ajeno a lo que el futuro próximo le depara a la economía española, porque tanto para las familias españolas como para el futuro inmediato de la economía Rodríguez es un presidente amortizado, falso y carente de toda credibilidad. Políticamente está muerto, lo está a los ojos de los demás, pero, sin embargo, él se siente muy vivo.

Y éste es el quid de la cuestión. Verán, los distintos dirigentes y barones socialistas llevan semanas alimentando los rumores sobre la sucesión de Zapatero, como si realmente ese fuera el asunto más peliagudo que pueda preocupar a los ciudadanos, e incluso nos han propuesto el recambio: Rubalcaba. No importan ni la crisis económica, ni los cinco millones de parados, ni los problemas de la deuda, ni los recortes sociales que ha llevado a cabo el Gobierno… Todo eso ha quedado en un segundo plano porque lo único que nos preocupa es si Rodríguez va a continuar, o no, y si Rubalcaba va a ser su sucesor, o no. Es más, mientras los españoles hacen cuentas para ver si llegan a final de mes, los socialistas juegan a una especie de tira y afloja, en el que unas veces tensan tanto la cuerda de la dimisión de Rodríguez que otras se ven obligados a soltarla para no ir demasiado lejos. Así, unos días parece que todos los dirigentes socialistas cierran filas con Rubalcaba alabando las virtudes de éste como sucesor, y otros, sin embargo, da la sensación de que le quieren bajar los humos y de que, en el fondo, todos siguen confiando en la suerte de José Luis. Y José Luis por aquí, y José Luis por acá, y José Luis por acullá, al final va a resultar que José Luis sigue siendo, en el fondo, el único candidato dispuesto a sacrificarse en el altar de las urnas después de haberse convertido en el mayor traidor a su propia causa.
«A los españoles les importa un comino en estos momentos si Rodríguez va a ser el candidato, si va a dejar de serlo, si lo va a ser Rubalcaba o si lo va a ser Chacón. Lo que quieren los ciudadanos es que este tío se vaya de una vez.»
Porque, seamos serios, ¿quién narices va a asumir el coste de una derrota que se prevé de proporciones bíblicas y teniendo, además, que defender la gestión del peor presidente que jamás haya gobernado y gobierne nunca este país? ¿Ustedes de verdad se creen que, digan lo que digan de cara a la opinión pública, los dirigentes socialistas no son conscientes de lo que se les viene encima y de por qué? Lo saben perfectamente, pero el PSOE es una maquinaria de poder y en lo que están ahora mismo es en intentar salvar los muebles como sea. Y en esas están, intentando desviar la atención de los verdaderos problemas del país y tapando las consecuencias de una gestión ineficaz, mientras Rodríguez empieza a manejar sus propios tiempos y cree que una vez pasadas las elecciones municipales y autonómicas, en las que sus barones van a sufrir un duro castigo que realmente le corresponde a él, hay espacio para que las reformas económicas empiecen a hacer su efecto y llegar a 2012 con la economía disparada. Y, en esas circunstancias, después de haber quemado prácticamente a lo bonzo a Rubalcaba, volver a presentarse él en loor de multitud.

Esto puede ser así, o no. Y es que una cosa son los deseos de Rodríguez, y otra bien distinta la realidad. Más allá de subir impuestos para controlar el déficit público, la vocación reformista a la que acaba de entregarse nuestro presidente como si de un converso cualquiera se tratara, deja mucho que desear. La reforma laboral no llega ni a mano de pintura, la de las pensiones se fía para muy largo y no va a tener efectos inmediatos, y la del sistema financiero después de tres intentos va a suponer es un coste añadido a las arcas del Estado y, por lo tanto, más endeudamiento. Luego la posibilidad de que las reformas contribuyan a que España salga de la crisis es bastante precaria. Más bien al contrario: da la impresión, y eso predicen todos los expertos, de que nos vamos a instalar en una fase de estancamiento inflacionista que nos va a acribillar a los sufridos ciudadanos, y la perspectiva anunciada por Rodríguez de que en el segundo semestre de este año se empezará a crear empleo se antoja el cuento de la lechera por las veces que nos viene este hombre anunciando la misma milonga sin que nunca llegue a producirse.

¿Saben una cosa? A los españoles les importa un comino en estos momentos si Rodríguez va a ser el candidato, si va a dejar de serlo, si lo va a ser Rubalcaba o si lo va a ser Chacón. Lo que quieren los ciudadanos es que este tío se vaya de una vez, y eso es lo que dice la gente cuando hablas con ella por la calle. La mayoría lo tiene muy claro: la única solución a los problemas de este país es que Rodríguez se vaya con viento fresco de una vez. Y los suyos, también.


El Confidencial - Opinión

Crisis. ¿Remonta el vuelo la economía española? Por Emilio J. González

Lo peor de la crisis podría haber pasado ya, con permiso del sector financiero y de las cuentas públicas, pero el haber tocado fondo no implica necesariamente que ahora toque subir.

Este Gobierno necesita pocas excusas para empezar a mandar mensajes optimistas acerca de la próxima evolución de la economía española. El último en hacerlo ha sido el secretario de Estado de Economía, José Manuel Campa, quien ha adelantado que la actividad productiva en nuestro país cayó el 0,2% en 2010, lo que le ha servido para afirmar que el ajuste ya se ha producido en gran medida y que en breve alcanzaremos un ritmo de crecimiento de entre el 2% y el 3%. A todos nos gustaría que así fuera, porque ello supondría que el grave problema del paro comenzaría a resolverse y, con él y junto a él, el del déficit público. Lo malo es que los datos disponibles en estos momentos, y las estimaciones que se pueden derivar de ellos, no avalan, precisamente, ese optimismo del que hace gala el señor Campa.

La primera cuestión es que para que la economía española crezca, el consumo se tiene que recuperar. Sin embargo, hay varios factores importantes que juegan en su contra. Para empezar, empleo y gasto de los hogares van intrínsecamente unidos, pero por muy optimista que se muestre el señor Campa, crear puestos de trabajo no va a ser tan sencillo, sobre todo cuando la economía española tiene que recuperar competitividad para exportar más. Se podría crear empleo si hubiera una verdadera reforma laboral, que no es el caso; si las empresas tuvieran financiación, que tampoco lo es, y si los demás costes empresariales estuvieran contenidos, que tampoco, porque los energéticos se están disparando como consecuencia de las subidas de la luz y el petróleo. En este contexto, para poder generar puestos de trabajo es preciso que los salarios se moderen, o incluso que caigan, algo que dudo que los sindicatos estén dispuestos a asumir. Luego cabe concluir que una cosa es que la recesión haya terminado y otra muy distinta que, a partir de ahora, el paro vaya a reducirse. Y si el paro no se reduce y/o los sueldos no suben, difícilmente se va a recuperar el gasto familiar.


La reactivación del consumo, además, depende de otros factores que afectan al poder adquisitivo de los hogares, el cual, lejos de aumentar, está yendo a menos como consecuencia de las subidas de impuestos aprobadas por el Gobierno. Además, y para complicar más las cosas, el precio del petróleo está volviendo a subir y, con él, el de otros muchos bienes, empezando por los alimentos, mermando, de esta forma, la capacidad de compra de los españoles. Y, por si no bastara con ello, el Euribor también ha retomado la senda alcista, encareciendo las hipotecas y reduciendo, de esta forma, las posibilidades de consumo de los ciudadanos. Es más, es bastante razonable pensar que el Euribor vaya a seguir subiendo en los próximos meses como consecuencia las previsibles subidas de los tipos de interés que puede llevar a cabo este año el Banco Central Europeo para impedir que tanto el precio del petróleo como la fortaleza de la economía alemana generen tensiones inflacionistas. Los tiempos en los que el BCE podía ser condescendiente con países en dificultades, como España, han terminado y ahora toca lo que toca, que implica, entre otras cosas, nuevas subidas de la letra del piso y, con ellas, más agobios para los ya de por sí sufridos españoles.

De esta forma, nos encontramos, por un lado, con presiones bajistas sobre los salarios y, por otro, con tensiones alcistas en los precios, los tipos de interés y las hipotecas. La conjunción de ambos factores lleva necesariamente a socavar la capacidad de gasto de las familias. Dicho de otra forma, de esta crisis los españoles vamos a salir muy pobres y, encima, con el cinturón ya muy apretado por la necesidad de devolver todas las deudas en las que han incurrido muchas familias. Vamos, que la recuperación del consumo no se ve por ningún sitio ni, tampoco, la de la fortaleza del crecimiento ni la de la generación de empleo.

Incluso si nos ponemos en un escenario optimista, muy optimista, como los que le gusta al Gobierno, la reactivación del consumo dista mucho de ser una garantía de recuperación económica y del empleo. Los datos muestran que, en cuanto empieza a crecer el gasto familiar, empiezan a incrementarse las importaciones lo que, además de volver a agravar nuestros ya de por sí duros problemas de balanza de pagos, supone que ese empleo que podría generar la demanda interna en realidad se crea en aquellos países en los que adquirimos bienes y servicios.

Así las cosas, hoy por hoy resulta bastante difícil pensar en una pronta recuperación económica y del empleo, por mucho que el señor Campa quiera hacernos creer lo contrario. Lo peor de la crisis podría haber pasado ya, con permiso del sector financiero y de las cuentas públicas, pero el haber tocado fondo no implica necesariamente que ahora toque subir, sobre todo cuando, en contra de lo que dice el señor Campa, las grandes reformas económicas que necesita este país siguen en el tintero, los problemas de fondo continúan sin resolverse, el ajuste de la vivienda todavía está pendiente, el crédito va a tardar mucho en circular con fluidez y en lugar de promover las iniciativas privadas, al empresario se le demoniza una y otra vez. Me temo, señor Campa, que todavía tenemos problemas para rato.


Libertad Digital - Opinión

Indeterminismo histórico. Por Hermann Tertsch

Resulta infantil creer que la caída de Mubarak puede reconducirse rápidamente hacia un gobierno democrático.

NO hay nada escrito. Olvídense de aquellas malhadadas lecturas del determinismo histórico que tanto daños nos hicieron en la juventud. Hoy, aquí, en El Cairo, es más inservible si cabe. Y sin embargo muchos parecen tentados de utilizarlo para intentar entender no ya lo que pasa, sino lo que puede suceder. Yerran, sin duda, quienes creen inevitable que Egipto se precipite hacia un proceso similar al que sufrió Irán después de la caída del Sha. Y que pronto tengamos a este país, clave de la región y líder del mundo árabe, en manos de los islamistas radicales de la Hermandad Musulmana, dedicados a la creación de una república islámica. Es lógico que ese escenario siembre el terror allá donde se dibuje. Los Hermanos Musulmanes son el precedente de organizaciones similares de mucho éxito —por mucho que lo lamentemos— como son Hizbullah y Hamás en el Líbano y en Gaza. Desde hace ochenta años, este islamismo ha creado unas poderosas redes sociales y de beneficencia, tiene representación considerable en toda la geografía egipcia y mucho prestigio en las capas más bajas, urbanas y campesinas. Y está mejor organizado que ningún partido político de la oposición, y hoy puede decirse que también más que el oficialista PNB de Mubarak, que se halla estos días en plena descomposición mientras arden sus sedes. Tan lógico es que el presidente Hosni Mubarak presente la amenaza islamista como la única alternativa a su supervivencia en el poder como que los Hermanos Musulmanes nos cuenten la milonga de que «quieren una democracia laica, libre y abierta». Convendría creerles poco a ambos. Lo cierto es que hoy por hoy, en unas elecciones realmente libres, se les otorga a los Hermanos Musulmanes un techo en torno al 25 por ciento. Cierto, da mucho miedo. Pero también lo es que aglutinaría todo el voto religioso, con lo que el resto quedaría en manos de opciones políticas laicas. Y ninguna de ellas abiertamente hostil a Occidente.

Pero también resulta bastante infantil creer que la caída de Mubarak puede reconducirse rápidamente hacia un gobierno democrático con una alianza entre partidos más o menos laicos, todos ellos defensores de dichas buenas relaciones con Occidente, la libertad de mercado, la sociedad abierta. Es, sin duda, lo que pretenden los jóvenes de clase media que han sido vanguardia inicial del levantamiento estos días en las calles de El Cairo. Defienden hasta la continuidad de las buenas relaciones con Israel y, por supuesto, la seguridad del canal de Suez, dos puntos clave en los intereses occidentales en la región. Sería magnífico. Pero parece un sueño. La fórmula turca de una democracia bajo tutela del Ejército para un largo plazo parece adecuarse a los deseos de muchos, pero lo único cierto es que puede pasar todo. Incluso que Mubarak se mantenga con el apoyo del Ejército unas semanas para lograr que la estrategia del miedo y el caos le granjeen los apoyos que no tiene ahora. Pero el tiempo pasa, la tensión aumenta. Y también el desabastecimiento y el hundimiento económico de un país paralizado. Urge, por tanto, una solución, por necesidad poco amiga de las cautelas. La más terrible está en mente de todos. Sólo tranquiliza la certeza de que un baño de sangre no le puede hacer ganar mucho tiempo a Mubarak. Lo dicho sobre el determinismo histórico. Puede pasar cualquier cosa, hoy y mañana. Cierto sólo parece que Egipto, con su portentoso Ejército como árbitro, va a liderar un cambio histórico en el mundo árabe. En qué dirección, se verá.

ABC - Opinión

El chocolate del buitre. Por Alfonso Ussía

Cuando se habla del derroche y la jeta en el gasto del dinero público, los socialistas se refieren al «chocolate del loro». Una subvención de cien mil euros se considera «chocolate del loro». Una limosna de un millón de euros para producir una necedad de película, se considera «chocolate del loro». La entusiasta entrega de doscientos mil euros para la ONG de turno que se ocupe, aunque no lo haga, de reivindicar la igualdad de género en Togo, es «chocolate del loro».

Sumando todos los chocolates de todos los loros posibles y probables, el despilfarro del dinero público deja de ser chocolate para convertirse en agujero, en socavón imbécil, en generosidad con la basura. Los «chocolates del loro» deshonestamente regalados asegurarían el futuro y las pensiones de nuestros jubilados.


Joan Huguet, un veterano y honesto político balear, ha analizado los paraderos del dinero destinado a la llamada «Memoria Histórica». «Uso perverso y sectario del dinero público», ha concluído. «Auténtica estafa», ha remachado. Los sindicatos Comisiones Obreras y UGT se han embolsado más de un millón de euros de la «Memoria Histórica». Átenme a esa mosca por el rabo. No acabo de entender que la recuperación de los huesos de los asesinados de un lado y del otro durante la Guerra Civil, tenga por objeto adinerar a los sindicatos. El mismo derecho tiene la CEOE, la CEIM y la Asociación de Ganaderos Descontentos.

La «Asociación Guardia Roja» –no queda guardia roja ni en el Kremlin–, ha percibido treinta mil euros en el último año. Se habrán destinado, probablemente, a fotocopias de la imagen del «Ché», que nada tiene que ver con la pretendida Memoria Histórica. Pero hay un dato que me conmueve con especial emoción. Una fundación con identidad muy estirada, la «Fundación Contamíname Mestizaje Cultural de Pedro Guerra», ha obtenido noventa y cinco mil euros de nuestros bolsillos. Se dedica la divertida Fundación a organizar actividades culturales, y han intervenido en ellas Pilar Bardem, Almudena Grandes y Juan Diego Botto, entre otros desatendidos por la fortuna. A pesar de mi edad y del deterioro de mi mente, alcanzo a entender que esas actividades culturales se han enriquecido con la presencia de tan singulares representantes de la Memoria Histórica. Ignoro si tan elegantes recopiladores de nuestro peor recuerdo han intervenido gratuitamente o al contrario, con todo derecho, han sido remunerados a cambio de sus interesantes y originales planteamientos. Juan Diego Botto, por ejemplo, tiene que saber mucho de lo que sucedió en España a partir de 1934, año en el que la Segunda República abandonó el camino de la democracia y se convirtió en un ensangrentado y sangriento invento estalinista. Tan sólo me consuela que, de darse el caso, que lo dudo, Pilar Bardem hubiera percibido alguna cantidad en contraprestación a sus análisis perorados, una parte de esos dineros públicos los hubiera destinado a contribuir con tanta modestia como generosidad, al pago de la factura de la clínica en la que su nuera ha tenido a bien dar a luz. Una clínica americana y nada palestina, según se desprende por su nombre, «Cedars Sinaí». De Almudena Grandes sólo se puede esperar desinterés económico. La fina escritora no cobra por pertenecer a los múltiples jurados literarios en los que participa.

Pero la investigación de Joan Huguet me hace intuir que la «Memoria Histórica», más que recuperar huesos asesinados, a lo que se dedica es a que algunos lo pasen rechupi con el dinero de todos.


La Razón - Opinión

Autonomías. Rajoy toma el pelo a Aznar. Por Guillermo Dupuy

Aunque Rajoy pretenda dar lecciones de sensatez y de responsabilidad, aquí el insensato y el irresponsable es quien, como él, hace el avestruz ante la insostenibilidad del actual modelo autonómico.

Titular en portada de La Gaceta de este lunes: "Aznar presenta hoy la reforma autonómica que Rajoy hace suya". Titular en portada de El Mundo, también de este lunes: [Rajoy:] "Cuestionar el diseño actual del Estado de las Autonomías sería hoy un disparate". ¿En qué quedamos? ¿Hace Rajoy suyo el cuestionamiento tan severo del actual modelo autonómico que refleja la propuesta de reforma presentada este lunes en Faes por Aznar, o, por el contrario, lo considera "disparatado"?

Aunque con Rajoy –"sí pero no, no pero sí, tal vez, aunque todo lo contrario, tal y como siempre he defendido"– todo es posible, indago en la noticia para saber en qué se basa cada periódico para sostener tan contradictorios titulares. Descubro que La Gaceta sostiene que el actual líder del PP "hace suya" la propuesta de reforma de Faes basándose en algo tan poco determinante como la prevista asistencia de la secretaria general del PP, María Dolores de Cospedal, a la presentación de ese Informe.

El Mundo, sin embargo, basa su titular en una afirmación literal que Rajoy hace a Victoria Prego, pero no frente al cuestionamiento del modelo autonómico que lleva a cabo Faes, tal y como su titular y editorial podrían dar a entender, sino al que hace CIU contra el "café para todos" aprobado en tiempos de Suárez.


Con todo, lo cierto es que la afirmación literal de Rajoy denigra como "disparate" cualquier cuestionamiento del actual modelo autonómico, incluido el que hace la propuesta de reforma que impulsa Aznar y Faes. Y prueba de ello, es que, ya en el contexto del cuestionamiento que Aznar ha hecho del actual modelo autonómico, Rajoy se descuelga afirmando que "mi valoración global de cómo ha funcionado el Estado de las Autonomías es positiva". Haciendo suyo, casi de forma literal, el diagnóstico que hacía hace unos días Zapatero, Rajoy añade que "las autonomías han servido para reconocer la pluralidad de España, los hechos diferenciales de algunas comunidades, pero es que, además, el Estado autonómico ha sido eficaz".

Me imagino la perplejidad de Victoria Prego al preguntarle a continuación "¿Usted no cuestiona el modelo?", a lo que Rajoy insiste: "Yo digo que el diseño general está bien" y, sin cuestionarlo efectivamente en absoluto, el líder del PP pasa a describir las funciones que el Estado y las autonomías tienen. Tan satisfecho se muestra Rajoy del insostenible modelo autonómico que padecemos, que no se plantea que el Estado central recupere competencia alguna, ni siquiera en materia de Educación, tal y como el propio Rajoy proponía hace escasos años. De hecho, a lo más que llega ahora Rajoy es a plantear alguna "mejora", que en realidad se reduce a la de que "las autonomías, al igual que las corporaciones locales, deben contribuir al control del déficit público y el control de la deuda pública". Vamos, lo mismo que ya dijo hace unos días, poco antes de respaldar a los manirrotos alcaldes de su partido que se oponen a la tímida limitación del endeudamiento que ha impuesto Zapatero a las corporaciones locales con más preocupante endeudamiento.

Aunque Rajoy pretenda dar lecciones de sensatez y de responsabilidad, aquí el insensato y el irresponsable es quien, como él, hace el avestruz ante la insostenibilidad del actual modelo autonómico; quien finge ignorar que la falta de contribución de las autonomías al control del déficit y del endeudamiento tiene un origen estructural, que no es otro, precisamente, que el pésimo diseño de nuestro modelo autonómico; un modelo que no hace recaer sobre los gobiernos autonómicos los costes electorales de la recaudación de impuestos pero sí lo beneficios electorales que procura su gasto. Aquí el irresponsable es quien, ante una crisis tan profunda como la que está padeciendo España –también como nación y por culpa de un Estado autonómico que potencia lo que nos divide en detrimento de lo que nos une–, nos sale la mar de satisfecho del grado de reconocimiento de "la pluralidad de España y de los hechos diferenciales de algunas comunidades". Aquí no hay mayor "insensatez e irresponsabilidad" que la de quien considera que "el Estado autonómico ha sido eficaz".

Con todo, el problema no es que Rajoy tome el pelo a Aznar sino que se lo quiera tomar a los votantes del PP; bien es cierto que con la complicidad de unos medios de comunicación que se lo consienten. Porque no tengan ustedes duda: si periódicos como La Gaceta, La Razón, El Mundo o ABC denunciaran en sus portadas que "Rajoy se alinea con Zapatero en defensa del actual modelo autonómico frente al cuestionamiento de Aznar", otro gallo cantaría.


Libertad Digital - Opinión

Zapatero no sabe, Rajoy no quiere. Por M. Martín Ferrand

El cuerpo nacional oscila entre el temor a lo que se nos avecina y la desconfianza en quienes habrán de enfrentarse a ello.

ZAPATERO cree en los efectos sin causa, algo propio de los niños con chupete y chocante en un líder político de su relevancia. En diciembre, en La Moncloa, mientras celebraba la Navidad —laica, por supuesto— con un grupo de periodistas próximos, el presidente del Gobierno les anunció que ya tenía decidido su futuro y que solo estaban en el secreto Sonsoles Espinosa, su mujer, y un notable del partido de quien no quiso dar el nombre. Para subrayar tan pasmoso anuncio e ir marcando posiciones, Alfredo Pérez Rubalcaba, el hombre que desconcierta con su mano derecha a su mano izquierda, se apresuró a decirnos que él no era esa innominada persona en el secreto presidencial. Desde entonces se han sucedido los rumores y las interpretaciones sobre el futuro del leonés que, este pasado fin de semana, se les apareció a sus huestes en Zaragoza para protestar de las elucubraciones sucesorias que él mismo había provocado, sin querer o queriendo, para la generalizada confusión y el particularísimo incentivo de quienes se sienten con fuerza de soportar la herencia de siete años de irresponsabilidad, torpeza y malos resultados políticos y económicos.

Al socaire de ese vendaval que nace y concluye en el líder socialista, el del PP no ha desperdiciado la oportunidad y, además de estar «absolutamente convencido» de que en dos años «podemos arreglar la economía», le ha detallado a El Mundo un largo plan de medidas huecas y lugares comunes que, desde derogar la Ley del Aborto a enmendar la de la Memoria Histórica, tiene la sustancia que cabe sospechar en el puchero de una de los 1,3 millones de familias en las que ninguno de sus miembros tiene trabajo. Mariano Rajoy, él sabrá por qué, insiste en el secreto de sus medidas redentoras, si es que las tiene, como si tratara de que Zapatero no pudiera copiárselas en un examen en el que los examinados no se juegan nada porque la apuesta corre por cuenta de los ciudadanos y contribuyentes.

Así estamos, ante un futuro incierto y problemático, con una Constitución que ya no da más de sí y situados entre dos opciones, la que encabeza un jefe de Gobierno que ha sido parte fundamental en la génesis de los problemas políticos vigentes y actor inconsciente en la evocación y crecimiento de los económicos, paro incluido, y la que, como cabeza de la oposición, protagoniza un líder que confunde la astucia con la prudencia y el silencio con la sabiduría. Entre uno que no sabe y otro que no quiere yergue todo un cuerpo nacional que, mitad por mitad, oscila entre el temor a lo que se nos avecina y la desconfianza en quienes habrán de enfrentarse a ello. Triste panorama.


ABC - Opinión

Galicia. Un insensato compadreo del PP. Por Cristina Losada

La falta de principios y de inteligencia política conduce a compadreos insensatos. Aunque ya puede coquetear el PP cuanto quiera con los sindicatos radicales, que no se ahorrará ni un conflicto. Le harán todas las huelgas generales y una más, de rebote.

Con la doctrina que prescribe asociarse "al enemigo de mi enemigo" se puede llegar muy lejos en política. Muy lejos, esto es, en el disparate y el desatino. Así le ha ocurrido al Partido Popular gallego a cuenta de una huelga general convocada por el sindicato nacionalista CIG. La jornada, que se bosquejó también en otras regiones, no pasará a los anales por su seguimiento, pero sí por el insospechado respaldo que le brindó el partido del gobierno. Para ser precisos: mostró su acuerdo con los propósitos y puso alguna objeción a la oportunidad. En palabras del portavoz Antonio Rodríguez Miranda, el PP "comparte con la CIG su rechazo a las políticas del Gobierno del Estado", tales como "la congelación de las pensiones, la subida del IVA o la bajada de los salarios de los funcionarios", pero "no puede apoyar esta huelga" por los efectos negativos que tendría sobre la economía. ¿Y si no los tuviera?

Qué pregunta. Si el bolsillo de los gallegos no se resintiera de un cierre total de industrias y comercios en protesta por los recortes del "Gobierno del Estado", los populares, con el presidente Feijóo a la cabeza, se sumarían a la huelga y compartirían las manifas con las huestes de la CIG, el Bloque, la CNT y otros conocidos defensores de la ley y la propiedad privada. Capítulo distinto es cómo los recibirían esas gentes, que tienen al PP por fascista y lacayo del capital. Pero esa escena de alegre promiscuidad entre un partido de derechas y un sindicato nacionalista y piquetero, es la que ha dibujado como posible el solícito portavoz. Total, el único impedimento a esa insólita unidad de acción es de orden táctico: hoy no conviene. Y el corolario lógico es que, mañana, de darse las condiciones objetivas, el PP gallego aplaudiría encantado un paro general y hasta pondría algo de su parte. El fin –contra Zapatero– justifica los medios. Cosas veredes.

La noción misma de que un partido conservador pueda compartir algún designio con organizaciones situadas en sus antípodas ideológicas y propensas a la coacción violenta resulta incongruente. Como es descabellado que un partido de orden muestre complicidad con una acción de raigambre revolucionaria. Pero la falta de principios y de inteligencia política conduce a compadreos insensatos. Aunque ya puede coquetear el PP cuanto quiera con los sindicatos radicales, que no se ahorrará ni un conflicto. Le harán todas las huelgas generales y una más, de rebote.


Libertad Digital - Opinión

El programa. Por Ignacio Camacho

El debate sucesorio devora el discurso socialista, cuyo único programa real es la sustitución del presidente.

EN esta España del fulanismo unamuniano nada interesa más que una pasión nominalista. Por eso era indefectible que el debate sobre la sucesión acabase devorando al PSOE, atrapándolo en un bucle de ansiedad especulativa que contribuyó a crear el propio presidente con su jugueteo navideño. Ahora el asunto se ha apoderado de todo el discurso socialista, envuelto en una nube de conspiraciones y cotilleos que el líder alimenta en su empeño por mantener el tempo de las decisiones. La expectativa podría tener efectos de ventaja al opacar las impopulares reformas del Gobierno, pero también solapa cualquier intento del partido por hacerse oír en vísperas electorales a través de propuestas programáticas. Su único programa visible es la sustitución del presidente.

El último fin de semana, Zapatero tuvo el privilegio de asistir a su propia necrológica política. Los elogios de los dirigentes en la Convención autonómica respiraban el aire póstumo de las oraciones fúnebres. Lo cubrieron de alabanzas como si lo estuviesen embalsamando, pero salvo Marcelino Iglesias nadie le pidió que se quedara. Tanto panegírico sonaba a página pasada; si el interesado hubiese proclamado allí mismo su intención de continuar se habría desvanecido la atmósfera apologética. Su esfuerzo por abstraerse de personalismos se perdió como una gota de lluvia en medio del mar de rumores. Ya no puede sujetar el debate, ni controlar el baile de aspirantes, ni suprimir las especulaciones indiciarias; todo el PSOE y su entorno está consumido por la impaciencia.

Objetivamente el presidente está asistido de la razón: si se autodescarta pronto desestabilizará el partido y se liquidará a sí mismo como referente; su acción de gobierno se volvería irrelevante y anularía el factor sorpresa con el que pretende atacar al PP. Sin embargo, los candidatos autonómicos y municipales quieren que anuncie la retirada para aliviar la presión electoral a corto plazo y evitar un descalabro que apuntille la ventaja de la oposición. El núcleo de poder interno —Blanco y Rubalcaba— aguantará hasta que el jefe decida, pero el lobby tardofelipista intenta acelerar la agenda para amarrar el proceso sucesorio en favor del copresidente y descartar un posible tapado. O tapada.

En ese sinvivir, las conjeturas e incertidumbres sobre el relevo introducen tanta desestabilización como la propia certeza. El presidente no puede comparecer en ningún sitio sin recibir la pregunta que no quiere contestar; toda su acción de gobierno está pasando al segundo plano, engullida por la cuestión sucesoria. En realidad, lo que aprieta no es tanto la incógnita como el sesgo de las encuestas y la deriva desoladora de la crisis. A favor de corriente no tendría problemas para manejar los tiempos, pero ahora mismo ya no tiene otra cosa que ofrecer que su cabeza.


ABC - Opinión

PP. La cebolla de Rajoy. Por José García Domínguez

Lástima que no nos enfrentemos a un proceso de selección del encargado ideal de una gestoría, sino al colapso inminente del Estado. Una circunstancia que exige más que nunca mancharse las manos con esa sustancia viscosa, la política.

De muy antiguo es sabido que el arte de gobernar reclama dos cualidades en extremo infrecuentes: habilidad política y mentalidad administrativa. Consiste la primera en la capacidad para discernir qué puede hacerse y en qué momento, amén de la gracia precisa con tal de convencer a los demás para que se presten a la labor. Y tan rara resulta que Bernard Shaw, tras desgañitarse en un comité municipal de su barrio, aventuró que quizá no pase del cinco por ciento el porcentaje de los mortales dotados de semejante atributo. Un pronóstico acaso excesivo por optimista. A su vez, administrar significa mantener el orden en una situación que, por su propia naturaleza, tiende permanentemente al caos y la entropía. Asunto nada baladí sin el que las ideas viables nunca llegarían a ponerse en marcha.

Así las cosas, la derecha, que por lo general carece del más elemental sentido político, en cambio, suele poseer el don de la administración. Justo al contrario, por cierto, de lo que viene aconteciendo con la izquierda desde Robespierre, Saint Just y Pedro Castro a esta parte. Establecidos, pues, los antecedentes, tampoco en eso el señor de Pontevedra se sale un milímetro de lo corriente. No es de extrañar entonces que haya comparecido con una cebolla, ésa que lleva dos días pelando con parsimonia ante los lectores de El Mundo, por todo programa de gobierno. Al respecto, y tras embaularse la entrevista de arriba abajo, uno adquiere la absoluta certeza moral de que, con Rajoy en La Moncloa, los legajos de los expedientes en curso morarán en la vitrina designada al efecto según lo establecido en el reglamento interno visado por el subsecretario correspondiente.

Lástima que no nos enfrentemos a un proceso de selección de personal a fin de dar con el encargado ideal de una gestoría, sino al colapso inminente del Estado. Una circunstancia que exige más que nunca mancharse las manos con esa sustancia viscosa, tan ingrata siempre, la política. La antítesis misma del catálogo del quietismo que viene glosando con aséptica rutina funcionarial el aspirante. Por algo, tan revelador, el pleonasmo que corona la pieza: "Cuestionar el diseño actual del Estado de las Autonomías sería hoy un disparate". He ahí, desnudo, el corazón de la cebolla.


Libertad Digital - Opinión

Alemania y el euro. Por José María Carrascal

«¿Se salvará Europa, se salvará el euro? La mayoría de los europeos están convencidos de ello. Pero fuera no todos lo creen y hay quien opina que haber unido Europa y creado una moneda común sin haber armonizado las políticas económicas y fiscales de sus miembros es inviable».

LOS he uncido porque el euro viene a ser la materialización de un sueño alemán: el sueño de la Europa unida. No haber pertenecido al Imperio Romano es la más antigua de las frustraciones alemanas, y ya que la historia no puede deshacerse, se han pasado la suya tratando de reconstruirlo, primero, con el Sacro Imperio Romano Germánico, luego con los más diversos intentos, como el de nuestro Carlos I, V de ellos, y el último, el más fallido de todos, el de Hitler. Lo curioso es que la ocasión les llegó tras ese fracaso, con toda Europa en ruinas. Aunque desde las ruinas se levanta mejor la casa común. Alemania ha sido el motor y tesorero de la Europa Unida, ese club de lujo que atrae gentes de todo el planeta por su arte, libertades, servicios sociales y nivel de vida. No ha conseguido todavía convertirse en unos Estados Unidos de Europa, pero ha logrado una moneda común más fuerte que el dólar, el euro, que ha venido a simbolizar la realización de ese sueño.

Y miren ustedes por donde, cuando creíamos haberlo alcanzado, se nos dice que corre peligro, no sólo el euro, sino la casa común. Porque «si el euro fracasa, fracasa Europa» ha dicho nada menos que Angela Merkel en Davos. ¿Cómo es posible? ¿Cómo puede fracasar el experimento más exitoso de la historia? Pues porque también se puede uno morir de éxito, y no hay duda de que el éxito de la Comunidad Europea se le ha atragantado. Por lo pronto, ha querido ir demasiado rápida. Mientras era un club de seis naciones de parecidas características y similares economías, su funcionamiento no ofrecía mayores dificultades. Pero cuando se amplió a doce, a quince y, luego, a veintisiete miembros, con enormes discrepancias entre ellos, la cosa comenzó a complicarse. Quiso subsanarse con una moneda común a modo de argamasa, y puede que haya sido la grieta. Adoptar una moneda común sin haber adoptado antes una política económica común es muy arriesgado, pues se corre el riego de que algunos socios gasten más de lo debido, al disponer de una moneda más fuerte que sus posibilidades. Que es lo que ha ocurrido. Con dracmas, escudos y pesetas, los griegos, portugueses y españoles no podían ir a Nueva York a hacer compras. Con euros, sí. Lo malo es que sus economías nacionales no respondían a la deuda que iban generando tanto fuera como dentro de su país. Faltaba sólo la gran crisis que ha sacudido la escena internacional como un terremoto, para que quedase al descubierto ese defecto de fábrica tanto del euro como de la Comunidad Europea. Se había empezado a construir la casa común por el tejado.


Hoy es tarde para corregirlo y lo que intenta hacerse es apuntalarla. ¿Cómo? Pues inyectando dinero a los que amenazan quiebra y obligándoles a ajustarse a sus verdaderas posibilidades. Algo que sólo puede conseguirse con recortes drásticos en sus prestaciones sociales y en su nivel de vida. No puede continuar que los alemanes se jubilen a los 67 años, y los griegos, a los 62. O que ellos tengan un copago en sus servicios médicos, y los españoles, no. Que Alemania viese deteriorarse sus autopistas, al tiempo que financiaba nuestras autovías. O que los impuestos irlandeses a los beneficios de las inversiones extrajeras fueran sólo un tercio de los que los que las hacen pagar en otros miembros de la unión. Había que armonizar la política económica y los impuestos de todos ellos si quería mantenerse que estábamos ante una auténtica comunidad. Los severos planes de reajuste impuestos a los que han vivido por encima de sus posibilidades es la primera consecuencia de ello.

¿Se salvará Europa o, lo que es lo mismo, se salvará el euro? La inmensa mayoría de los europeos lo aseguran. «El coste de romper el euro sería tan grande que nunca ocurrirá», dicen. Pero fuera no todos opinan lo mismo y en el Reino Unido, se considera posible. No sólo por haber antecedentes históricos —ya hubo, en 1865, un intento de implantar una moneda única en Francia, Bélgica, Italia y Suiza, como en 1875, otro entre Suecia, Noruega y Dinamarca— que fracasaron, sino también por razones técnicas, expuestas por Ed Balls, un editorialista del «Financial Times» que convenció a sus gobiernos conservadores y laboristas de que no adoptasen el euro porque «Europa carece de un sistema de impuestos federales que igualan las divergencias de las divergentes economías de sus estados, como ocurre en Estados Unidos». Tesis adoptada por Norman Lamont, Chancellor of the Exchequerbajo Mrs. Thatcher, que decía: «Siempre he dicho que el euro se romperá. No tras la primera crisis, sino tras la siguiente. Este no es, al fin y al cabo, un proyecto común, sino un proyecto político».

Hay que descontar de tales pronósticos ingleses su reticencia instintiva a ver unirse Europa, the Continentcomo ellos la llaman, para poder imponerse sobre ella, que hoy no tienen sentido. Pero que existe ese peligro lo demuestra la intranquilidad reinante en la última cumbre de Davos y las medidas que se están tomando para rescatar a los miembros más vulnerables de la Comunidad. Se hizo con Grecia, se hizo con Irlanda y ha intentado hacerse con Portugal, pero los portugueses, no sabemos si por orgullo o por estar más seguros de sí mismos que los demás, han rechazado la oferta. La incógnita es España. Su economía es mucho mayor que la de Grecia, Irlanda o Portugal, por lo que rescatarla requeriría mucho más dinero. Los cálculos que se barajan van de 350.000 millones de euros a 700.000 millones. Y aunque la Comunidad Europea ha decidido ampliar el fondo de rescate, tal palo iba a dejar sus arcas vacías o semivacías, perspectiva muy poco agradable.

Aparte de que muchos alemanes empiezan a estar hartos de rescatar a sus socios manirrotos y aunque la unidad europea sigue siendo uno de sus sueños, hay sueños demasiado caros y las encuestas arrojan que alrededor de la mitad sienten nostalgia por el marco. Aunque también hay que advertir que una declaración de quiebra española afectaría a Alemania no sólo en sus sueños, sino también en sus realidades: sus bancos y su industria tienen cuantiosas inversiones en nuestro país, que naturalmente acusarían el golpe.

De ahí también la visita que se anuncia de la cancillera a nuestro país, acompañada de su equipo económico. Viene a ver si estamos haciendo los deberes, cumpliendo lo prometido por nuestro presidente, a animarle y animarnos a cumplirlo.

Personalmente, puedo añadir lo siguiente: visito Alemania por razones familiares todos los años, y ya hace tres aprecié que se ajustaban a la crisis. «Este verano no hay vacaciones fuera. Hemos decidido ir al Mar del Norte». «Quince días, en lugar de un mes». «Las comidas en el restaurante los domingos, ahora, en casa». «Continuamos con el viejo coche» y cosas por el estilo.

Hoy, están saliendo de la crisis. Pero se ven arrastrados hacia el foso en que han caído otros por improvisación, frivolidad o, simplemente, ignorancia. E incluso, acusados de insolidarios y culpables de que la crisis se prolongue, ellos, que han contribuido más que nadie a una Europa unida y han hecho lo que tenía que hacerse para afrontar la crisis. Pero estas son cosas de la vida. Lo importante es lo que ha dicho su cancillera, que si fracasa el euro, fracasa Europa. Alemania ha hecho y está haciendo lo posible para que no fracase. Pero Alemania sola no puede salvarlo.


ABC - Opinión

Previsibilidad en la banca

Los mercados internacionales no digieren bien los movimientos espasmódicos a golpe de decreto ni la improvisación legislativa, y el camino que está adoptando el Gobierno español respecto al sistema financiero, como ha hecho en otros ámbitos clave de la economía, no está siendo el adecuado. Las agencias de calificación global han puesto ya el dedo en la llaga al subrayar la falta de claridad de la última reforma anunciada por Elena Salgado, y los inversores aún navegan entre los rumores y la indecisión. El problema radica en que una reforma publicada el pasado 13 de julio en el BOE, que estaba destinada a clarificar el panorama de las cajas de ahorros para que éstas pudieran obtener financiación en los mercados de capitales, ha perdido su validez tan sólo seis meses después. Y sin preaviso. Ni para el Banco de España, ni para las entidades crediticias, ni para el primer partido de la oposición. De hecho, tal y como reflejan las actas de la última comparecencia del presidente del FROB en el Congreso –que ayer publicó este periódico– el organismo supervisor había defendido hasta el último momento la solvencia de las fusiones, que afectan a 40 de las 45 entidades españolas. Eso no quiere decir que Miguel Ángel Fernández Ordóñez estuviese satisfecho con el resultado de la reestructuración, pues la resistencia de algunas comunidades autónomas a aprobar fusiones de cajas de distintas regiones dibujó un mapa que, en esencia, mantenía las estructuras de poder preestablecidas. Al margen de las disputas entre Salgado, la Oficina Económica de La Moncloa y el Banco de España sobre cómo afrontar la reforma de la reforma, lo cierto es que el Gobierno se ha guardado un as en la manga mientras plantea como tablero de juego unos criterios contables objetivos que supuestamente huyen de los agravios y las comparaciones. Y es que Salgado conoce a la perfección cómo está cada una de las entidades, y, ante la inmediatez de las próximas elecciones locales y autonómicas, sería peligroso caer en la tentación de ajustar los plazos según convenga a los intereses de partido. Sobre todo teniendo en cuenta que el nivel de solvencia que exige el Gobierno para nuestras entidades es el mayor del mundo, muy por encima de lo que establece Basilea III como obligatorio para 2013. Mientras el decreto toma forma, el sector privado, como siempre, toma la delantera. Primero fue La Caixa, con su conversión en Caixa Bank, y ahora Caja Madrid y Bancaja, con su anunciada salida a Bolsa para captar capital, entre otras entidades. Iniciativas claras para el mercado que señalan el camino a seguir a los demás, pero que, por contradicción, muestran la falta de claridad que reina en la parte gubernamental. Ahora, el temor de los analistas es que, contando con un sistema financiero de solvencia contrastada, tal y como demostraron los test de estrés, el Ejecutivo pierda una oportunidad de oro para sentar unas bases sólidas que garanticen la estabilidad del sistema, sin atajos ni pasos en falso, con transparencia y con el consenso de los principales actores políticos y económicos. Los mercados aguardan expectantes, pero ya está demostrado que tienen poca paciencia.

La Razón - Editorial

Latigazo inflacionista

El IPC hubiera subido menos con una vigilancia atenta a los mercados energético y alimentario.

Por si fueran livianos los daños producidos por el lentísimo crecimiento económico o la incesante caída de la ocupación, los precios irrumpen en los primeros meses de 2011 como una amenaza más para la débil situación de la economía, erosionando la capacidad adquisitiva de los ciudadanos que todavía mantienen su empleo. Según el nuevo indicador adelantado del INE, la inflación habría aumentado (se confirmará a mediados de febrero) tres décimas en enero, hasta situarse en tasa anual en el 3,3%. Las causas de esta subida brusca y súbita de los precios son el encarecimiento de la energía (la luz y los carburantes) y de los alimentos.

El miedo a la presión inflacionista se explica por la presión de los precios de las materias primas (metales, alimentos sin elaborar) y del petróleo, que ayer tocó los 100 dólares por barril de brent. La crisis de Egipto y de otros países del norte de África provoca un desasosiego en los mercados que no cesará hasta que la situación política se estabilice.


Pero el factor fundamental para entender la subida de las materias primas (incluido el petróleo) es que China está haciendo acopio masivo de metales, grano y otros productos del mercado para mantener su voraz tasa de crecimiento. Ahora bien, hasta China tiene sus límites; crecer a un ritmo del 10% anual implica tasas de inflación muy elevadas que, probablemente, obligarán al Gobierno chino a enfriar el crecimiento. En cuyo caso, la presión sobre los precios de las materias primas tendería a disminuir. Existe, no obstante, un cierto riesgo de que en Europa coincidan tasas de crecimiento más moderadas que en Estados Unidos con una tasa de inflación próxima al 2%. Este riesgo, muy alejado de la amenaza de una estanflación, no es razón suficiente para justificar una subida de tipos de interés. Las predicciones de inflación para la eurozona son del 1,7% este año y del 1,8% en 2012.

En el caso de España, los pronósticos trazan una tasa máxima de inflación en febrero y posteriormente un descenso paulatino de la presión de los precios a partir de marzo. Las razones son principalmente estadísticas; la subida del IPC en enero refleja una comparación con inflación baja en los primeros meses de 2009. Además, los precios descenderán este año el escalón causado por la subida del IVA el año pasado.

Ahora bien, aunque se admita que el rebrote inflacionista será breve, el Gobierno nada puede hacer sobre la especulación financiera o la crisis en el norte de África ni tiene capacidad para limitar la demanda de materias primas de Pekín, pero sí puede controlar los mercados interiores. Puede y debe modificar el procedimiento de cálculo de las tarifas eléctricas (con más de seis años de retraso); puede y debe vigilar que las distribuidoras de carburantes, que suben los precios siguiendo la cotización internacional de las gasolinas, los bajen cuando se abarate el petróleo; y puede y debe actuar contra los monopolios de distribución en los mercados de los alimentos.


El País - Editorial

De la insignificancia en Egipto a la rendición en Marruecos

Los elogios de la ministra hacia Marruecos, que no por repetitivos son menos irritantes, nos colocan, de nuevo, en el lado de la insignificancia internacional, aunque en este caso de la insignificancia rastrera.

El papel que el Gobierno español está desempeñando en los sucesos del norte de África ha pasado de la insignificancia al ridículo. Al principio, cuando estalló la revuelta en Túnez, ni Zapatero ni la ministra de Exteriores se pronunciaron al respecto por no se sabe bien qué cortesía diplomática que ninguno de nuestros aliados europeos observaron. Túnez, un país cercano a España y al que estamos unidos por grandes vínculos comerciales, desapareció de la agenda ministerial. Ni una palabra de censura al depuesto de Ben Alí, ni un simple comentario sobre la situación creada tras la insurrección popular, ni, por descontado, un solo minuto para preocuparse por las inversiones millonarias que empresas españolas del sector turístico han efectuado en Túnez a lo largo de la última década.

Algo similar ha ocurrido con Egipto durante la semana de furia que vive el país del Nilo. El Gobierno no ha barajado siquiera la posibilidad de repatriar la colonia española como sí están haciendo sus homólogos occidentales. Respecto a la más que probable caída de Mubarak y el inquietante panorama que se abriría después, la ministra de Exteriores no ha dicho nada, posiblemente por temor a no predisponerse contra nadie en un escenario geopolítico que le es tan desconocido como la cara oculta de la Luna. La ministra arguye en su defensa que no quiere "interferir" en procesos internos de terceros países. Una excusa sin fundamento; visto el cariz que han tomado esos mismos procesos, la situación va a terminar afectando a España por su cercanía geográfica y por los lazos que mantiene con la región desde hace décadas.


Todo parece indicar, sin embargo, que los motines en Túnez y Egipto no son más que la antesala de lo que ha de venir. El mundo árabe se encuentra ante una crisis de la que podría salir peor de lo que está. Nuestro Gobierno, cuya única política exterior en siete años se ha limitado a amistar con dictaduras bananeras bajo el paraguas de la ya olvidada "alianza de civilizaciones", oscila entre la indiferencia por lo que pasa en el llamado "Gran Oriente Medio" y la preocupación extrema por blindar al régimen marroquí de cualquier crítica.

El hecho es que Marruecos –como Argelia, Jordania o Siria– se encuentra en primera línea de desestabilización. Cumple, uno por uno, con todos los requisitos para ser pasto de un levantamiento popular como el que ha incendiado las calles de Túnez y El Cairo. Padece un régimen político dictatorial tan malo o peor que los de Mubarak y Ben Alí. Los marroquíes malviven con una de las rentas por habitante más bajas del Magreb, lo que les obliga a emigrar en busca de oportunidades a los países de la Unión Europea, entre ellos y preferentemente el nuestro. Gran parte de su economía –poco productiva y muy regulada– permanece en manos de la familia real y de su camarilla de adictos. La corrupción, por último, es omnipresente, empapa todos los ámbitos de la vida política y sus protagonistas suelen pertenecer a la casta privilegiada por la monarquía semiabsoluta que gobierna el país.

Pero Trinidad Jiménez no quiere ver nada de eso e insiste en una "apertura" democrática que está muy lejos de verificarse. Los elogios de la ministra hacia Marruecos, que no por repetitivos son menos irritantes, nos colocan, de nuevo, en el lado de la insignificancia internacional, aunque en este caso de la insignificancia rastrera. Por enésima ocasión, Zapatero, fiel al espíritu de su partido y a su propia agenda exterior, confirma la entrega sin condiciones a la dictadura marroquí, un lamentable régimen al que no tenemos nada que agradecerle y sí, en cambio, demasiadas cosas que demandarle.


Libertad Digital - Editorial

Más golpes a la economía familiar

La agravación de la inflación y el incremento del euribor son golpes directos a las economías familiares, con repercusiones en cadena.

LOS últimos datos conocidos sobre la evolución de la situación económica muestran un escenario en el que no se ve el punto de inflexión definitivo de la crisis, ni la aparición de síntomas de recuperación. No obstante, es evidente que el ciclo cambiará y que las medidas económicas y laborales tomadas hasta el momento, más que las que tendrá que adoptar el gobierno que salga elegido en 2012, tendrán que producir efectos, de mayor o menor intensidad. Lo que sucede es que la recuperación de la crisis no equivaldrá a una reposición de la economía a su nivel de 2007 y de años precedentes. Y a esto apunta la persistencia de una tasa de paro extraordinariamente alta para una economía desarrollada, que supera el 20 por ciento, sin expectativas de que haya creación neta de empleo hasta 2012. La economía decreció en 2010 el 0,2 por ciento, según la primera estimación, y aunque es un porcentaje mejor en una décima al previsto por el Gobierno, no sirve de consuelo saber que el crecimiento habría sido positivo en 1,6 por ciento sin la crisis inmobiliaria, según el secretario de Estado de Economía. Sin crisis inmobiliaria, nada habría sido igual, pero sin mercado inmobiliario Zapatero nunca habría podido exhibir orgullosamente el 8 por ciento de paro en 2007 y un crecimiento superior al 3 por ciento.

La agravación de la inflación, que ya está en el 3,3 por ciento, y el incremento del euribor, con un encarecimiento de las hipotecas de alrededor de veinte euros mensuales, son golpes directos a las economías familiares, con repercusiones a largo plazo y en cadena sobre múltiples servicios y bienes de consumo. Mientras tanto, la oferta alemana de empleo a jóvenes españoles desnuda crudamente la ausencia de alternativas basadas en la cualificación y la productividad. Cuando acabe la crisis tendrá que empezar una etapa de saneamiento general de unas estructuras sociales e institucionales que se han desvelado como fracasadas. No es sólo un problema financiero o inmobiliario. Será ineludible revisar la respuesta de la Justicia a la crisis, vistos los miles de millones de euros empantanados en concursos de acreedores y reclamaciones de deudas. Habrá que volver a la inmigración, que sigue necesitando una regulación estricta, aunque ahora el problema tenga sordina. Y será preciso actuar sobre el modelo educativo, una vez que hemos comprobado que la falta de excelencia es letal para nuestros jóvenes.

ABC - Editorial