viernes, 4 de febrero de 2011

¡Que viva España!

Zapatero y los sindicatos se reparten Polonia. Por Carlos Sánchez

El pacto de no agresión más célebre hasta el momento fue el que firmaron Molotov y Von Ribentropp en agosto de 1939 bajo la atenta mirada de un satisfecho Stalin, como muestran las fotografías de la época. El pacto, como se sabe, sólo permitió ganar tiempo a ambas partes y repartirse Polonia. La II Guerra Mundial comenzaría sólo semanas después.

Sin tanto dramatismo, no es fácil saber si el Acuerdo Social y Económico (ASE) que se firma este miércoles en el palacio de la Moncloa esconde una futura ruptura de las hostilidades (ya sucedió con el AES firmado en 1984), pero lo que está claro es que, como en 1938, las partes contratantes (que dirían los hermanos Marx) ganan tiempo mediante la firma de un pacto de no agresión al menos hasta las elecciones generales.

Zapatero se quita presión de los mercados y construye un mal remake de los Pactos de la Moncloa, los sindicatos recuperan protagonismo mediático y los empresarios vuelven a pintar algo en el diálogo social. Y todo ello a cuatro meses de las elecciones autonómicas y locales.


Este escenario, sin duda, explica en buena medida la existencia de un acuerdo que en realidad se circunscribe a la reforma de las pensiones públicas (léase recorte) mediante el expeditivo método de alargar la edad de jubilación a 13 millones de ocupados que hoy tienen menos de 50 años, y que se jubilarán a partir de 2027 a los 67 años. El resto es, simplemente, un ropaje, un envoltorio, con el que se quiere vestir un acuerdo vacío de contenido que simplemente enuncia los problemas y necesidades de la economía española, pero sin plantear soluciones concretas. Y que ni de lejos evoca a los Pactos de la Moncloa.

La escasa utilidad de acuerdo probablemente tenga que ver con el hecho de que a estas alturas de la crisis, con más de dos millones de puestos de trabajo destruidos en apenas tres años y un elevadísimo endeudamiento de los agentes económicos, ya está todo dicho y escrito; y por eso el pacto llega tarde. Llega cuando se ha destruido buena parte del tejido productivo, lo que le resta validez.
«La foto pesa ahora poco en términos económicos. Es una condición necesaria, pero no suficiente, para que los agentes económicos recuperen la confianza en la marca España.»
Sin embargo, los firmantes del acuerdo tratan los problemas como si no urgiera frenar la sangría del desempleo, lo que explica que el documento (38 páginas) remita una y otra vez a futuras mesas de negociación. Haciendo bueno aquel lúcido diálogo de Asignatura Pendiente, en la que un militante antifranquista se quejaba de que en vez de luchar contra la dictadura sólo acudía a reuniones. Las direcciones confederales de UGT y CCOO se van a hartar de ellas. Incluso han puesto en circulación el término Diálogo Social Reforzado (sic), como si las negociaciones fueran de carácter diplomático en el marco de Naciones Unidas.

La importancia de la foto

Lo importante era la foto y, sin duda, que el presidente del Gobierno ha obrado con maestría para lograrla, dejando al Partido Popular en una difícil posición ante la opinión pública por su inexplicable oposición a cerrar acuerdos con el Gobierno. O, al menos, a proponerlos.

Lo que ocurre, sin embargo, que la foto (por muy aireada que sea) pesa ahora poco en términos económicos. Es una condición necesaria, pero no suficiente, para que los agentes económicos recuperen la confianza en la marca España. El Tesoro Público será, en este sentido, el gran beneficiado, como demuestra el hecho de que S&P mantuviera ayer el rating de España. Pero ni las pensiones ni el plan de ¿choque? contra el paro juvenil (bajando cuotas de la Seguridad Social para que firmen los empresarios) sirven para reconducir la situación. Simplemente, porque el problema ahora es de demanda interna, y en un contexto como el actual ninguna empresa contratará cuando sabe que la renta disponible de las familias está bajo mínimos (petróleo, subida de impuestos, inflación o recortes salariales). Y cuando nada menos que casi el 30% de la utilización de la capacidad productiva está ociosa, lo que significa que no hay razones para aumentar la inversión.

Los sindicatos lo van a tener mucho más difícil. Y aunque formalmente sus órganos directivos han aplaudido el acuerdo -probablemente porque está en juego la propia supervivencia de las estructurales confederales de ambos sindicatos-, sólo hay que echar un vistazo al muro de CCOO en Facebook para darse cuenta de cómo ha sentado en las bases la prolongación de la edad de jubilación. Un giro copernicano que explica paradojas como que en la página web de CCOO Toxo y Méndez celebran el acuerdo y poco más abajo los mismos sindicatos anuncian encierros en las sedes provinciales de la Seguridad Social contra la prolongación de la edad de jubilación.

Los sindicatos reconocen en privado que no había más remedio que firmar. Primero porque la calle no está para huelgas generales, y, segundo, porque de esta manera se ha descafeinado la idea inicial del Gobierno. Si este argumento fuera cierto, no cabe duda de que los sindicatos deberían haber firmado la reforma laboral o, incluso, el recorte salarial de los empleados públicos. Sin duda hubieran podido ‘influir’ para evitar males mayores.


El Confidencial - Opinión

Egipto, Entusiasmo democrático y expectación reaccionaria. Por Agapito Maestre

Hay en Occidente analistas, especialmente gentes que defiende posiciones neoestalinistas, que pasan de esos asuntos. Para ellos lo decisivo, siguiendo a Mao, es que siga la violencia: "Bajo los cielos hay caos: qué magnífica situación".

Nadie sabe con certeza cómo terminará el levantamiento contra Mubarak. Los observadores democráticos del acontecimiento han pasado del entusiasmo inicial a la perplejidad de quienes ven en unos instantes la violencia que se avecina; de las expectativas de una transición más o menos pacífica hemos pasado a la realidad cruenta de unos enfrentamientos civiles. De la defensa entusiasmada de la libertad, a través de una rebelión social delicada y aterciopelada, se ha pasado al miedo producido por la violencia del poder.

Mubarak no renunciará a la represión contra los manifestantes. Quizá tampoco los reprimidos se retirarán a sus casas. Todo se repite en Egipto y, por desgracia, en el resto del mundo islámico. Las revueltas populares siempre han sido constantes cada x tiempo en Egipto. La cuestión ahora es saber si este levantamiento popular trae o no consigo algo nuevo o, por el contrario, repite la cólera transitoria de un "ciudadano" que no ha conseguido liberarse de los efectos de una religión radical, de una religión que no separa el orden natural del sobrenatural. De un "ciudadano" siempre reprimido por el islam.


¿Cuál puede ser la novedad de la movilización contra Mubarak en Egipto? Para unos, demasiado optimistas a la hora de evaluar la influencia de internet en estos países, han sido las redes sociales de internet determinantes de la rebelión; para otros, muy influidos por la historia de la caída de los llamados países del Telón de Acero, es el efecto dominó: si cae un país, en este caso Túnez, pronto arrastrará a otro como Egipto; y, finalmente, están quienes creen que quizá detrás de toda la revuelta se hallan los Hermanos Musulmanes, tesis, por otro lado, bastante plausible.

El observador demócrata occidental no puede pasar de lejos sobre todos estos problemas; de hecho, la discusión de todas esas interpretaciones constituye una cuestión central para nosotros, o sea, para el desarrollo de la democracia occidental, pues que no puede ser lo mismo para Occidente un Egipto autoritario que uno liberal. Obvio. Sin embargo, hay en Occidente analistas, especialmente gentes que defiende posiciones neoestalinistas, que pasan de esos asuntos. Para ellos lo decisivo, siguiendo a Mao, es que siga la violencia: "Bajo los cielos hay caos: qué magnífica situación". He ahí la gran imbecilidad, él diría conclusión, de la columna de Zizek, ayer en El País. Era casi la nota discordante, en realidad, reaccionaria de los análisis de la prensa española sobre la rebelión contra Mubarak en Egipto.

Al tal Zizek, escribidor muy afín a Zapatero, alguien tendría que decirle que las palabras de Mao repiten la misma idea de los reaccionarios españoles del XIX y parte del veinte: "Cuanto peor, mejor".


Libertad Digital - Opinión

Gómez corrige a Merkel. Por M. Martín Ferrand

Gracias a Gómez, la nacionalidad de la productividad se une a la cuadratura del círculo.

MARIANO —el camarero que me atiende en el bar, no el líder del PP— asegura que Ángela Merkel es como Rita Barberá, pero sin cohetes. Desde siempre los camareros, los taxistas, los peluqueros y cuantos trabajan de cara al público, en contacto y conversación con él, han sido analistas finos y, generalmente, más profundos y auténticos que quienes nos dedicamos profesionalmente al escrutinio de la actualidad y sus protagonistas. Merkel es un titán y, sobre todo, se ha convertido en el emblema de la nueva Europa, la que se trata de construir con voluntades escasas, tratados vaporosos y un euro que, mejor o peor, ha redimido al Viejo Continente de la servidumbre del dólar y, en buena medida, de la inflación. Sabe, por formación y experiencia, que el trabajo tiende a ser una panacea eficaz para los males de cualquier Nación y que es prudente crear situaciones propicias para que surjan las causas que provocan los efectos que mayoritariamente deseamos.

Ayer, en unas pocas horas y con el aire cortés que impone una cumbre bilateral entre países históricamente amigos, supo decir lo conveniente, apuntar lo necesario y dejar en el aire, para uso de buenos entendedores, la idea firme de que sin esfuerzo y sacrificio Europa no irá hacia arriba y, con mayor velocidad, España se hundirá en el pozo en el que suelen caer los dichos huecos y las palabras necias en las que, por cierto, aquí somos mayoristas y disponemos de stocksuficiente para suministrar a todos nuestros socios en la Unión.

Entre los muchos puntos de la doctrina económica cuya bondad ha demostrado en su país la canciller alemana, hay uno especialmente persistente: la retribución a los trabajadores según su productividad y no como consecuencia automática de la inflación. Se podrá admitir o discrepar frente a una tesis tan brillante como pragmática; pero nuestro ministro de Trabajo, Valeriano Gómez, haciendo uso del desdén mejor que del talento, se ha permitido replicar a Merkel. A España «no le ha ido mal» vincular los salarios a la inflación —¿nos ha ido bien?— y, no contento con tan identificador planteamiento añadió ayer mismo: «La productividad es un tema más alemán que español». Que la Inmaculada y san Francisco de Asís, patronos de su pueblo natal —Arroyo del Ojanco— colmen de bendiciones redentoras a tan preclaro personaje, que está en la línea de formación profunda, imaginación portentosa y vocación de servicio que inspiran al Gobierno a que pertenece. Gracias a Gómez, mente preclara del zapaterismo, la nacionalidad de la productividad se une a la cuadratura del círculo y demás problemas insolubles de nuestra cultura.


ABC - Opinión

Cochinos. Por Alfonso Ussía

España está atiborrada de cochinos. Nadie se alarme. Me refiero al jabalí (Sus Scrofa), y en concreto al jabalí catalán (Sus Scrofa Convergentis) cuyo número de ejemplares se ha quintuplicado en los últimos años. El jabalí, para los amantes de la caza, o de las costumbres de la caza y de la literatura venatoria, es el cochino. También se le denomina marrano, puerco, guarro o gorrino. En catalán es el «porc senglar» que queda mas fino. En los próximos meses se podría extender su denominación. «Porc senglar sioux», por razones que más adelante intentaré analizar. Lo cierto es que este suido, el más atractivo y singular para los monteros, no pasa por circunstancias cercanas al peligro de extinción. Días atrás, en Pozuelo, un grupo de amigos fumadores, echaban un pito a las puertas de un restaurante acatando la ley autoritaria de las dos nenas (la Pajín y la Jiménez) cuando fueron visitados por una piara de cochinos deseosos de encontrar alimentos en los cubos de basura. El cochino es casi ciego, pero su oído y olfato están desarrolladísimos. Quien escribe hizo en su día un gran descubrimiento, todavía no reconocido por la ciencia. A los cochinos lo que más les gusta es la merluza rebozada. Hace años acompañé a un amigo cazador a su puesto en una montería. El viento soplaba a nuestras espaldas y dábamos el aire a las reses. Mi amigo estaba desesperado porque en esas condiciones los cochinos no rompen por los puestos. En vista de ello, nos planteamos pasar un agradable día en la sierra. Bota de vino y aperitivo. Había llevado desde Madrid filetes de merluza rebozada y abrí el recipiente para disfrutar de sus delicias. A los pocos minutos empezaron a entrar cochinos, directos hacia el puesto. Nadie en aquella armada pegó un tiro, pero mi amigo se hizo con siete guarros gracias a la merluza rebozada. La caza es así, inesperada y caprichosa.

En Cataluña, su Parlamento prohibió las corridas de toros por el sufrimiento del animal. Los «Corre-bous» no los prohibieron aunque el toro sufra más que en una corrida, por aquello de la «identitat». Y ahora, la Generalidad de Cataluña ha autorizado cazar jabalíes con arcos y flechas. De ahí mi amago en referencia a los sioux. Durante el mes de febrero se autorizará la caza del jabalí con arco y flechas en el Parque natural de Collserola, vivero de los cochinos que visitan cada noche diferentes barrios barceloneses. Ello nos obliga a la reflexión y la prudencia. Moderen sus impulsos senderistas y naturalistas y no vayan en febrero a Collserola, porque pueden volver con una flecha atravesando sus corvas.

El jabalí es duro y resistente. Una bala del 30-06 alojada en un órgano vital no lo mata al instante. El jabalí se defiende y si tiene oportunidad, lógicamente enfadado por la herida, ataca. Un buen montero es aquel que se juega la femoral rematando al guarro a cuchillo para que deje de sufrir. Dudo mucho que los prohibicionistas de los toros sepan interpretar el sufrimiento de los animales.

Un jabalí herido por una flecha puede recorrerse en tres días, con la flecha clavada en su cuerpo, la distancia que separa Collserola de Sierra Morena. Y es una cabronada de aúpa. Con arcos y flechas Collserola se va a convertir en un congreso de cochinos heridos y cabreados, y le estaría bien empleado al ideólogo de la ocurrencia el toparse con un cochino herido por una flecha. De la primera cuchillada le dejaría sin dídimos, que es la forma elegante de escribir «huevos». En fin, una bobada más del cinismo identitario. Toros no, pero jabalíes atravesados por flechas, sí. No me busquen en Collserola este mes de febrero.


La Razón - Opinión

Crisis. Un modelo sindical agotado. Por Jorge Vilches

¿Por qué una decisión política tiene que pasar por el tamiz de unos "sindicatos de clase" sin representatividad real? ¿No ha sido suficiente el fracaso de la huelga general del 29-S para demostrar que carecen del mínimo apoyo social exigible?

Uno de los elementos de la Transición fue el considerar que los sindicatos tenían un papel imprescindible en las decisiones económicas del país. El país adaptaba a la nueva situación el embrión de Estado del bienestar desarrollado durante el franquismo, y asumía la fórmula de la Europa continental basada en la concertación social, en los grandes pactos nacionales entre empresarios y trabajadores con el Estado como árbitro.

Mientras en España el sindicato vertical franquista agonizaba, en el resto de Europa los sindicatos y las patronales establecían los salarios no sólo en función de la inflación, sino también de la productividad. El resultado fue la reconstrucción de una Europa destruida por la guerra sobre la base de la mejora de la competitividad, un objetivo al que aspiraban todos, tanto empleados como empleadores.

Las tasas de desempleo en 1970 comparadas con las actuales eran de risa: entre un máximo del 4,9% en Italia al 0,6% en la República Federal Alemana. La tasa española era entonces del 1,5% de la población activa. Y a pesar de que fue subiendo el paro lentamente, el prestigio de la negociación colectiva de ámbito nacional en los años setenta siguió siendo muy grande.


En consecuencia, pareció una buena idea sumar la economía española a ese modelo de concertación social. Claro que entonces, en 1978, la densidad sindical –es decir, el porcentaje de trabajadores afiliados a un sindicato– era del 56%, esto es, más de la mitad de los empleados españoles pertenecían a un sindicato. Las razones pueden ser múltiples: la inercia del obligatorio sindicalismo vertical, y la politización de la sociedad durante esos años, unido al proyecto de transformación social que atesoraban sindicatos fuertemente ideologizados.

Todo se basaba en la idea de una sociedad dividida en clases sociales, en la que el sindicato era el portavoz del proletariado, y la patronal el de la clase capitalista. La lucha de clases se desarrollaba así: los sindicatos de clase avanzando hacia la sociedad socialista, mientras los patronos resistían como podían. El derecho de propiedad y el capitalismo eran puestos en cuestión, y se negociaba, se decía entonces, para mantener "la paz social". La revolución quedaba aplazada.

La vida se hizo muy complicada, y el desempleo en España superó el 20% y, a la par, la sindicación bajó al 13% en 1986. La recuperación gracias a la Unión Europea y al Gobierno del PP entre 1996 y 2000 cambió la realidad española. Ya no estaba en cuestión ni el derecho de propiedad, ni las libertades económicas, ni siquiera el capitalismo como la fórmula económica que mejor procura el progreso individual y colectivo. Sin embargo, el modelo de concertación social ha quedado anclado en los parámetros de los años 70.

Los sindicatos UGT y CCOO se siguen presentando como los únicos representantes de la "clase trabajadora", cuando este concepto ha sido sepultado por el tiempo, la sociedad y las ciencias sociales. La representatividad de los sindicatos es muy inferior a la que tenían en 1978 porque el número de afiliados ha descendido, así como su credibilidad ante los españoles si nos fiamos de las encuestas.

En consecuencia, es muy cuestionable la legitimidad que esos dos "agentes sociales", al igual que la patronal, puedan tener para establecer los criterios del sistema de pensiones. ¿Por qué una decisión política tiene que pasar por el tamiz de unos "sindicatos de clase" sin representatividad real? ¿No ha sido suficiente el fracaso de la huelga general del 29-S para demostrar que carecen del mínimo apoyo social exigible?

Nos hemos aferrado a un modelo antiguo, muy pasado, en el que ya sólo creen los que salen en la foto tras el acuerdo, cogidos de la mano, con sueldos, contratos y jubilaciones blindadas.


Libertad Digital - Opinión

Aprobado condicional. Por José María Carrascal

Sólo si los demás países de la UE aceptan sus principios, Alemania estará dispuesta a aceptar el «pacto de competitividad».

¿HA venido Ángela Mekel a felicitar a Zapatero por haber dado la vuelta a su política económica o a advertirle que tiene que hacer más, mucho más, para que Europa en general y ella en particular se sientan tranquilos?

Pues ha venido a ambas cosas, ya que se complementan. Palmadas en la espalda y espuelazo en las ijadas. Pues la canciller conoce a nuestro hombre y del mismo modo que ha dejado plantado a la izquierda, puede dejar plantada cualquier día a la derecha. Modesto en el tono, su política es errática cual piuma al vento, y tan pronto la llama fracasada como la rinde pleitesía. Hay, por tanto, que atarle corto y vigilarle de cerca. En otras palabras: que si los primeros pasos que ha dado en la nueva dirección son correctos, no son ni mucho menos suficientes. Tendrá que seguir avanzando en esa línea para que desaparezca el temor de tener que rescatar a España, como ya se ha hecho con Grecia e Irlanda, algo que sería mucho más difícil dado el tamaño de su economía.


¿Y cuáles son esos nuevos pasos que tiene que dar para que todos respiremos tranquilos? Por lo pronto, que se cristalicen en hechos los ya dados. Ese pacto sobre las pensiones que tanto se festeja y esa consolidación de las Cajas de Ahorro, que hasta ahora es sólo sobre el papel, que incluso con fórceps cuesta sacar. Luego: —Desconectar la subida de los salarios a la subida de la inflación, como aquí alegremente se hace. Los salarios, dice la canciller, deben subir según las ganancias de cada empresa, no sólo por justicia, sino porque en otro caso, pondrían en peligro las existencia de algunas de ellas.

— Hay que poner un tope legal al déficit público, tanto del gobierno central como de las autonomías, si no queremos que se produzcan los desequilibrios presupuestarios actuales.

— Establecer el principio de que al euro se le defiende, no a base de «rescatar» los países comunitarios en quiebra, sino a base de aumentar su competitividad, tanto interna como interna.

— Por ello, «la solidaridad va en ambas direcciones». Es decir, no sólo ayudando los países ricos a los pobres, sino también procurando los pobres en convertirse en ricos, a base de esfuerzo, voluntad y sacrificio si es necesario.

Es, como ven, aplicar la «fórmula alemana» a la entera Comunidad Europea y es lo que frau Merkel va a sostener hoy en la cumbre de Bruselas, al tiempo que advierte que sólo si los demás países de la comunidad aceptan esos principios, Alemania estará dispuesta aceptar el «pacto de estabilidad y competitividad» propuesto y a aumentar el «fondo de reserva» para un posible rescate de otros miembros en apuros. Antes, ha querido pasarse por Madrid para decírselo a Zapatero en persona, por ser el socio más afectado. Dándole, de paso, un aprobado condicional, como a esos alumnos listos, pero vaguetes.


Libertad Digital - Opinión

El 5 a las 5. Sólo para no silenciar las voces de las víctimas. Por Guillermo Dupuy

Sólo por el hecho de que el Gobierno se siga negando a reconocer y a denunciar el evidente y criminal chantaje que conlleva y han conllevado todas las treguas de ETA, incluida la más reciente, las víctimas merecen nuestro apoyo.

Sólo por el hecho de que el Gobierno se haya negado y se siga negando a derogar una resolución parlamentaria que, tras casi un millar de asesinados, insiste en dialogar con los terroristas como medio de poner fin a su violencia justifica que estemos con las víctimas el 5 a las 5.

Sólo por el hecho de que el Gobierno se haya negado permanentemente a aplicar la Ley de Bases del Régimen Local para disolver los ayuntamientos en los que siguen instalados los proetarras se justifica esta convocatoria.

Sólo por el hecho de que se mantenga intacto el monopolio que tiene la gubernativa Fiscalía General del Estado para instar el proceso de ilegalización de las nuevas marcas electorales de ETA, tenemos el derecho y el deber de temer, junto a las víctimas, que el Gobierno vuelva a utilizarlo como coladero.


Sólo por los bochornosos privilegios y permisos que el Gobierno está concediendo a criminales irredentos por un falso arrepentimiento que les encamina a la impunidad debemos protestar.

Sólo por el hecho de que el Gobierno se siga negando a reconocer y a denunciar el evidente y criminal chantaje que conlleva y han conllevado todas las treguas de ETA, incluida la más reciente, las víctimas merecen nuestro apoyo.

Sólo por el hecho de que la abogada de un vocero de la banda terrorista como Arnaldo Otegi haya podido utilizar en favor de su defendido las loables palabras que le ha dirigido el presidente del Gobierno, tenemos que gritar basta ya.

Sólo por el hecho de que el presidente del PSE, Jesús Eguiguren, después de humillar a las víctimas en TV, haya acudido como testigo de la defensa del proetarra, las víctimas merecen nuestra solidaridad.

Sólo por el hecho de que los gobernantes se hayan negado y se sigan negando a cumplir su deber legal de detener a criminales prófugos de la Justicia como Josu Ternera, tenemos que estar con las víctimas. Sólo por el hecho de que no se esté dilucidando en sede judicial si los "informes de verificación" con los que el Ejecutivo negó la existencia de la extorsión constituye un delito de encubrimiento debemos alzar la voz. Sólo por el hecho de que un delito de colaboración con banda armada tan fragrante como el chivatazo a ETA no ha tenido todavía consecuencias ni políticas ni penales, debemos hacer nuestra la indignación contra los que quieren pasar página.

Sólo para advertir que la justicia es el primero de los precios políticos que no estamos dispuestos a pagar a ETA; sólo para recordar que nuestra defensa de la integridad de nuestra nación no conlleva una renuncia a las fronteras que la deben preservar también como Estado de Derecho; sólo para gritar que no queremos ser víctimas de una paz alquilada, tenemos que sumar nuestra voz a la de las víctimas el 5 a las 5.


Libertad Digital - Opinión

Lovna y el orgullo. Por Hermann Tertsch

Las torturas a presos, el aparato policial corrupto, el desprecio y la represión, todo entra dentro de la lucha por el poder.

«MI hija no sabe ya qué pensar. No entiende que miles de personas se pegan y golpean salvajemente en la televisión en sitios del centro de El Cairo que reconoce y que, cuando se pone a llorar, yo le diga que es para que vivamos en un Egipto más feliz». No entiende y pregunta, ¿pero son todos egipcios? La pequeña Lovna, a sus ocho años, que no sabe si creer a su joven padre, Hani, es uno de los muchos millones de egipcios compungidos por unas imágenes que jamás pensaron habrían de ver. Una guerra contra el enemigo íntimo nacional, que es Israel más allá de todos los Tratados de Camp David posibles, era pensable. También lo era una guerra con cualquiera de los vecinos, países fracasados y siempre celosos de la grandeza y el liderazgo histórico natural de Egipto en el mundo árabe. Pero la mera idea de un enfrentamiento civil entre egipcios era inimaginable. Egipto tiene el orgullo patriótico profundo de nación antigua que muchas creen poder improvisar o impostar y que otras han olvidado o dejado morir. Saben de sus raíces en triunfos y adversidades, conocen a sus ancestros y los honran y se sienten parte de un cuerpo continuo en su territorio y en la historia, con cuyo presente y destino mantienen un compromiso íntimo. Habrá quien sonría si se habla del Egipto de los faraones y el actual. Lo cierto es que desde hace cinco mil años apenas ha cambiado de fronteras. Es difícil explicar esto en España donde la historia se reinventa de una legislatura a otra, los hechos son opinables y la nación «negociable y negociada» por quien jura defenderla. Hay naciones que se respetan y la egipcia es una de ellas.

Es posible que el pecado de Hosni Mubarak de provocar el asalto de sus partidarios contra sus adversarios, sea el único que jamás le perdonen sus conciudadanos. Las torturas a los presos, el aparato policial corrupto y cruel, el desprecio y la represión, todo entra dentro de lo que puede considerarse la lucha por el poder que, especialmente en esta región del mundo, siempre se ha dirimido por parecidos cauces. Hasta la represión pura y dura por parte de la policía uniformada se habría incluido en el capítulo de pecados lógicos del gobernante. No así lo sucedido. Desde ayer, millones de egipcios, muchos en principio en nada hostiles a Mubarak ni defensores irredentos de la democracia, le responsabilizarán ya para siempre de la «profunda herida» en la nación que ayer lamentaba el primer ministro Ahmed Shafik. El pobre jefe del gobierno recién nombrado puede ser sincero cuando asegura que no fue él quien envió a los matones a atacar a los manifestantes pacíficos. Pero no puede ser tan iluso como para creer que detendrá a los culpables, como prometió. Algunos mandan más que él. Mubarak, llamó a manifestarse a quienes creen más segura una transición con él. Pero abrió a un tiempo las alcantarillas del régimen para lanzar a lo peor de la sociedad egipcia contra quienes osan desafiarle. El padre de Lovna, Hani, como muchos millones, pedía prudencia y paciencia antes. Decía que no valía la pena arriesgar una matanza por siete meses más de Mubarak, después de haberlo aguantado toda la vida. Pero ahora el dictador ha herido a la nación egipcia. Su orgullo estalla ante esta afrenta como ante la preocupación occidental de que una democracia pueda favorecer a los integristas. ¿Qué derecho tienen a sacrificar nuestra libertad por su tranquilidad? Cierto. Se acaban los tiempos para ese pensamiento colonial. Ellos tampoco ponen en duda la democracia en países occidentales cuando estas eligen líderes nefastos.

ABC - Opinión

Faisán. Jipíos en ca’ Polanco. Por Emilio Campmany

Ninguna pirueta que pueda hacer Freddy sería ya capaz de salvarle. Podrá dar mil volatines y atravesar todo el despacho del ministerio en media docena de flic flacs, pero esta vez le va a ser muy difícil caer de pie.

Pasear por la noche por la calle Miguel Yuste es hoy como visitar el castillo de Drácula de madrugada. Desde las sombras nos asaltan lamentos amargos, gritos desgarradores, llantos desconsolados. Todo es sombría pena. Desde las ventanas del edificio que alberga la redacción de El País alguien grita al silencio de la oscuridad "y ahora ¿qué hacemos?". El fantasma del embargo asoma desde detrás de la butaca del consejero delegado ululando. Su bramido hiela la sangre de quienes en la redacción se afanan en ver el modo de hacer irrelevante la noticia. Pero, la nueva, como un mazazo, como un latigazo está ahí: el juez Ruz ya ha mordido uno de los calcañares del secretario de estado de Interior y en la mano sostiene el hilo de un teléfono móvil del que tirar y que podría conducirle hasta el mismísimo ministro y vicepresidente.

"Rubalcaba está muerto, muerto, definitivamente muerto", barrita uno preso por la histeria. El que conserva el control de sus actos le recrimina: "Calla, insensato; Rubalcaba estará políticamente muerto el día que lo publique El País y para eso todavía falta".

Con todo lo que fue, ha sido y todavía es Prisa, esta es la hora en que, ausente ya el gran patrón, todo ha sido fiado a que Rubalcaba suceda a Zapatero. "Maldita sea –se queja otro–; nunca debimos permitir que cayera Garzón". El más entero vuelve a ordenar silencio, cada vez más enojado. Una tercera voz desesperada se pregunta: "Sobrevivimos al GAL, pero ¿lo haremos al Faisán?". "Callaos todos de una vez. Que no cunda el pánico. El Faisánno es nada, una peripecia de la negociación, un error nimio y seguro que Rubalcaba no se deja atrapar". Uno más veterano y algo impertinente recuerda: "Eso mismo dijiste cuando pillaron a Sancristóbal y no empitonaron al gran jefe de milagro". "Que os calléis, he dicho".

Hasta ahora sólo dos machos alfa se han atrevido a postularse para la difícil sucesión de Zapatero, Bono y Rubalcaba. Y los dos van a acabar mal. Es más, lo de los áticos de Bono parece peccata minuta comparado con lo del Faisán. Avisarle a un etarra de que no acuda a una cita para que no sea detenido es algo muy grave. Que el asunto salpique al director general de la Policía debería ya haber sido motivo suficiente para que dimitiera el titular de Interior. Pero que esté implicado el secretario de estado deja completamente knock out al ministro. Fue Rubalcaba quien lo nombró, fue él quien lo sostuvo y es él quien todavía hoy no lo ha cesado a pesar de ser abrumadoras las sospechas de estar implicado en el caso.

Ninguna pirueta que pueda hacer Freddy sería ya capaz de salvarle. Podrá dar mil volatines y atravesar todo el despacho del ministerio en media docena de flic flacs, pero esta vez le va a ser muy difícil caer de pie.

"Y lo peor no es que se vaya nuestro protector –dice el que primero habló con el ánimo cada vez más decaído–; lo peor es que venga la Chacón; entonces sí que estamos apañados". "Ni una palabra más del asunto", termina ordenando el jefe, perdida toda confianza en su propia autoridad, pero seguro de que habrá que cargar las baterías y dirigirlas nuevamente contra la catalana.

Desde la primavera pasada sabíamos que este curso iba a ser movidito, pero nadie pronosticó que lo fuera a ser tanto. No se levanten de las butacas que todavía habrá más.


Libertad Digital - Opinión

Don de lenguas. Por Ignacio Camacho

El mercado internacional de trabajo señala con pragmatismo la pequeñez de nuestro debate lingüístico autóctono.

HA venido doña Angela Dorothea, la nueva Dama de Hierro, con su oferta de empleos cualificados para universitarios de alta especialización y nos ha sorprendido, cagüenlossietemares, con el pie cambiado en materia de idiomas. De golpe se han llenado las academias; tantos años creyendo que el inglés servía para todo, el esperanto de los negocios, y resulta que los alemanes tienen la mala costumbre de hablar entre ellos en alemán. Y como los puestos ofrecidos son de ingeniería, informática y tecnología, no aceptan el chapurreo oral que hablaban los emigrantes de los sesenta, los de la maleta con cuerdas en la estación de Colonia. Todo el trabajoso aprendizaje lingüístico de los españoles ha quedado en solfa, y eso que últimamente proliferaban los estudios de chino, japonés, árabe y ruso, que se suponían estratégicos para las economías emergentes. Pero nadie esperaba que el milagro teutón volviera a repetirse tan deprisa; para llegar a tiempo de optar a ese mercado va a hacer falta un verdadero pentecostés intelectual.

La verdad es que en España, quizá debido a la introvertida melancolía histórica del imperio, nunca hemos tenido una política educativa acertada en punto a las lenguas extranjeras. Ni siquiera en la contemporaneidad. La generación del baby boom, la que estudió en los sesenta y a la que pertenece la mayoría de la clase política actual, fue absurdamente instruida en francés, que sólo le sirvió para leer Le Mondeen la Transición. Y el inglés sigue siendo nuestra gran laguna cultural incluso en el ámbito universitario, donde se tiende a considerarla lengua instrumental y se enseña aparte con carácter optativo. Ése es un déficit colectivo global tan grave o más que el presupuestario porque afecta a la competitividad del país, pero los planes de aprendizaje oficial siguen enredados en la cuestión de los idiomas vernáculos, fruto del desenfocado debate nacionalista y su afán de utilizar el lenguaje como herramienta de construcción política. Tenemos organizada una gran bronca civil a cuenta del catalán, el gallego o el euskera, con ribetes sainetescos como el de los pinganillos del Senado, y he aquí que el mercado de trabajo internacional irrumpe de pronto con todo su pragmatismo a señalar la pequeñez de esa controversia estéril. Cuando ya ni siquiera el dominio del inglés garantiza una ventaja competitiva, algunos territorios españoles están llenos de parados en dos idiomas.

Lo de Alemania era difícil de prever, por la velocidad de su estirón económico, pero nos ha dejado una lección transparente sobre la errónea orientación del sistema educativo. Simplemente, estamos apuntando en dirección equivocada. Y va a ser complicado corregir el problema cuando además de la carencia de idiomas extranjeros, nuestros escolares tienen —informe PISA al canto— severos problemas de comprensión… del castellano.


ABC - Opinión

Merkel-Zapatero. Hacer la pelota no basta. Por Cristina Losada

No faltan, desde luego, las voces disonantes. Desde CCOO, Fernández Toxo ha instado a la canciller a hacer las reformas en "su casa". Qué manía han cogido los sindicatos de mandar a la gente a su "puta casa".

El presidente Ronald Reagan contaba de su época de actor en films de serie B que las productoras "no querían que (las películas) fueran buenas, las querían para el jueves" ("they didn’t want them good, they wanted them Thursday"). Tal que así ha querido el Gobierno socialista ese pacto social que celebra con trompetería y redoble de tambores. No importaba que fuera bueno, profundo y riguroso. Importaba que estuviera listo el jueves, igual que las malas películas de las que hablaba Reagan. El jueves, esto es, a fin de llevarlo como certificado de buena conducta a la cumbre con la canciller Merkel.

Aún creerán Zapatero y sus asesores que los alemanes –y de la CDU y el FPD, para más– se dejan impresionar, como aquellos aborígenes de otrora, por el simpático brillo de unos abalorios. Y, en realidad, por un envoltorio, muy de diálogo sosiá, no cabe duda, pero que sólo encierra la reforma de las pensiones que el Gobierno ya se había comprometido a realizar a instancias de unos inquietos líderes de la eurozona. El resto del florido paquete lo componen, a lo sumo, buenas intenciones, la especialidad de la casa, formuladas en una lengua de madera que, traducida al alemán, no mejorará.


Al vicepresidente Chaves le dio la risa cuando le preguntaron si Merkel venía a someter a España a un examen. "No estamos de examen", respondió risueño un político al que la idea de que se controle su gestión, debe de resultarle cómica. De eso no tiene experiencia. Pero ha sido su Gobierno el que ha rodeado una cumbre hispano-alemana más, de la fanfarria, la expectación y los nervios que preceden a una prueba. Y el que ha pasado de fustigar a la fracasada Merkel a hacer la pelota a la liebe Frau Merkel con un recibimiento de "Bienvenido Mr. Marshall". Siempre en los extremos.

No faltan, desde luego, las voces disonantes. Desde CCOO, Fernández Toxo ha instado a la canciller a hacer las reformas en "su casa". Qué manía han cogido los sindicatos de mandar a la gente a su "puta casa". Y no me refiero a los parados. Aunque una de las causas del paro, la rigidez de nuestro mercado laboral, preocupa naturalmente en Berlín y en cualquier lugar donde gobiernen personas razonables. No es el caso de la secretaria de Estado Consuelo Rumí, partidaria de que no aprendamos de aquellos a quienes les va bien, sino de que ellos aprendan de nosotros, que nos va mal. En cuanto al partido de la oposición, o está lost in translation o llorando por los recortes sociales. Pues esos pucheros, también ante Merkel.


Libertad Digital - Opinión

El futuro de Cataluña. Por Antonio Garrigues Walker

«Durante la larga época de crecimiento económico se produjeron muchos excesos que estamos empezando a corregir con una lentitud exasperante. Entre esos excesos —y de manera destacable— figura el del gasto autonómico».

LAS relaciones entre España y Cataluña se han ido empobreciendo y deteriorando de forma progresiva en los últimos tiempos. Se puede y se debe revertir ese proceso, pero no va a ser tarea fácil. Se trata de unas relaciones que siempre han sido y siempre serán complejas y cambiantes. Unas relaciones que requieren esa «larga paciencia» de la que hablaba Ortega y Gasset. Es inútil, en todo caso, tratar de simplificarlas acumulando tópicos y lugares comunes; y peligroso, muy peligroso, encararlas con dogmatismos o prejuicios de cualquier género. Es este uno de esos temas en los que los ignorantes y los fanáticos suelen tener mucho más protagonismo del que merecen. Reducir ese protagonismo al máximo sería, por lo tanto, un primer objetivo.

La democracia es el único sistema que permite convivir en desacuerdo, y el instrumento básico de esa convivencia es el diálogo honesto y civilizado, un género de diálogo que por muchas razones está en grave peligro de extinción en nuestro país y que en el tema que nos ocupa lleva sin practicarse demasiado tiempo. No es esta una actitud responsable. Un buen entendimiento entre Cataluña y España no es tema menor. Ese entendimiento va a ser estrictamente necesario, y especialmente positivo, en la evolución del modelo territorial, en el crecimiento económico, en la estabilidad política y en otros muchos aspectos. Veamos en síntesis como aproximarnos a ese objetivo.


Un primer tema. El diálogo entre España y Cataluña no puede limitarse exclusivamente a cuestiones relacionadas con el nacionalismo. La radicalización progresiva que se ha ido desarrollando como consecuencia del estatuto y otros debates no solo ha bloqueado el diálogo político. Ha logrado reducir a un mínimo y a veces secar enteramente otra serie de relaciones culturales, sociales e incluso económicas y empresariales, hasta crear una sensación de aislamiento y de distancia sumamente inconfortable y negativa. Hay que recuperar todas las relaciones en su plenitud y esta tarea corresponde a las sociedades civiles respectivas. Nuestras universidades, fundaciones y asociaciones —ya existen algunos proyectos en marcha— tienen que volver a establecer fuentes de diálogo activo que logren normalizar y enriquecer la relación entre las dos ciudadanías y que sirvan de contrapeso natural al extremismo político y al de los medios de comunicación.

Es la hora de la sociedad civil. Tenemos que ser conscientes de que vivimos en un país en el que más del 80 por ciento de la población demanda sin el menor éxito acuerdos políticos en temas esenciales, como la educación, la justicia y la superación de la crisis económica; un país en el que el estamento político es el peor valorado de todas nuestras instituciones y además el tercer factor de preocupación nacional, después del paro y la situación económica; un país envuelto en una crisis que facilita tensiones, radicalizaciones y situaciones límite; un país muchísimo más serio y responsable que el que emana de las apariencias mediáticas, pero con escasa capacidad para expresar su voluntad auténtica.

A pesar de todo lo anterior, siempre hay un margen para la esperanza. La nueva situación política en Cataluña puede ayudar a cambiar el signo de las cosas. Convergencia y Unió ha sido hasta el momento un partido político que ha aportado seriedad, rigor y pragmatismo tanto a la estabilidad política como al desarrollo económico, donde, entre otras cosas, ayudó a salvar un plan de ajuste cuyo rechazo nos hubiera colocado en una situación delicadísima. Ha demostrado, además, una alta capacidad para el encuentro y el consenso tanto con los partidos nacionales mayoritarios como con los nacionalistas, incluso durante un largo desierto en el que ha sabido mantener, con paciencia positiva, la cohesión interna y la capacidad de acción.

Tiene ahora una ocasión histórica excepcional para demostrar su grandeza de miras y también su realismo político, que no son, en absoluto, valores contradictorios, y que van a ser indispensables para definir con finura —aun aceptando una dosis inevitable de ambigüedad— su posición ideológica. No tiene que renunciar a ningún objetivo, pero debe cuidarse de entrar en debates permanentes sobre intensidades soberanistas e independentistas, que es el gran problema que tiene Cataluña con la acumulación de partidos nacionalistas, incluyendo ahora entre ellos al propio PSC. La obsesión por ser más radical que nadie en estas materias se puede convertir —hemos vivido ya la escena— en un espectáculo absurdo y tragicómico cada vez más distante y más rechazado por una ciudadanía que no tolera —aunque algunos políticos no quieran darse cuenta— ni excesos demagógicos ni oportunismos y ambiciones personales.

El debate actual sobre el modelo autonómico —a pesar de que ha comenzado con todos los excesos habituales— debería ser la ocasión para estrenar un nuevo estilo de diálogo. No podemos desaprovechar la oportunidad, y aun menos convertir este tema en un arma electoral pura y dura, porque se dañaría gravemente la convivencia en España y se retrasaría en exceso la solución de muchos problemas. Aceptemos en primer término que no estamos en condiciones políticas ni sociológicas para afrontar cambios radicales en el modelo autonómico a corto plazo, y aceptemos también que la actual crisis económica no puede condicionar, en forma alguna, decisiones políticas que afecten a la esencia y a la evolución de ese modelo. Durante la larga época de crecimiento económico se produjeron muchos excesos en todos los ámbitos y en todos los sectores, que estamos empezando a corregir con una lentitud exasperante. Entre esos excesos —y de manera destacable— figura el del gasto autonómico, pero ello no justifica en modo alguno cuestionar o condicionar la viabilidad de un modelo que ha sido y será claramente positivo para España. Necesitamos un período —por mínimo que sea— de calma y sosiego. No vamos a poder con todos los problemas al mismo tiempo.

Pero eso no implica que demos la espalda a una realidad inquietante. Existe en España —y muy especialmente en Madrid— una ola recentralizadora profunda que no se limita a grupos conservadores, y existe en Cataluña —y muy especialmente en Barcelona— una ola independentista que ha alcanzado una magnitud desconocida hace pocos años. Si no controlamos, desde ahora, el movimiento de esas olas con prudencia y habilidad, nos encontraremos súbitamente en una mar arbolada sin líderes expertos en navegación azarosa en la que, para reducir el riesgo, la norma básica será la de poner proa a las olas sin vacilación ni contemplaciones.

Mucho más útil que abrir sin pausa capítulos de agravios y deslealtades, será aceptar que todos los temas que se han puesto sobre la mesa son perfectamente debatibles y consensuables. A los modelos territoriales les sucede lo mismo que a los sistemas democráticos: son y serán siempre perfectibles. Nuestro modelo autonómico —que es una de las formas de ser federal— admite desde luego crecimientos asimétricos que respondan a las distintas sensibilidades históricas; admite, también, conciertos fiscales y otras medidas que profundicen y garanticen el autogobierno; y admite finalmente normas y controles que eviten procesos de desintegración y aseguren una solidaridad eficaz que aumente y no empobrezca los niveles de exigencia. Es una cuestión de tacto, equilibrio y sensatez política que ya hemos demostrado en otras ocasiones y en otras materias.

Cataluña merece, en cualquier caso, un amplísimo margen de confianza, una confianza sin reservas. El buen futuro de España y el de Cataluña están vinculados indisolublemente.


Antonio Garrigues Walker es Jurista.

ABC - Opinión

El aval de Merkel

ENCABEZAMIENTO

La expectación generada por la visita de Angela Merkel a nuestro país se concretó en una breve jornada de trabajo de las delegaciones de ambos gobiernos y en una comparecencia de apenas 20 minutos de la canciller alemana y el presidente español. Como no podía ser de otra manera entre líderes aliados, el encuentro estuvo marcado por un clima de consenso y por las buenas palabras de Merkel a las reformas emprendidas por Rodríguez Zapatero. No se podía esperar otra cosa que el respaldo de la canciller alemana al rumbo marcado por la propia locomotora europea para nuestro país, por mucho que existan dudas sobre el alcance y la eficacia de algunas de esas iniciativas. Zapatero recibió el balón de oxígeno que esperaba con el refrendo de Merkel a las nuevas políticas, incluido el reciente pacto social. La canciller no escatimó en parabienes, aseguró que «las reformas permiten cambiar el rumbo de España» y consideró que las medidas contarán con la aprobación de los mercados y que generarán confianza en el futuro del país. De cara a la opinión pública nacional e internacional, el balance de las palabras de la canciller fue positivo para el presidente del Gobierno. Pero el mensaje de Merkel fue también el de que Europa y, por ende, España tienen mucho que hacer para sentar las bases de una recuperación sostenida. En sus propias palabras, «cada uno tiene que hacer los deberes en su casa» y, para ello, «hay que hacer reformas constantemente». Alemania está decidida a embridar a la Unión Europea, porque se juegan demasiado como para dejar que cada uno haga la guerra por su cuenta. Además de fortalecer el Pacto de Estabilidad y Crecimiento, Merkel defendió que es necesario un «pacto de competitividad», que contemple avanzar hacia unos costes laborales unitarios –eliminando las cláusulas que ligan salarios e inflación–, la armonización de la base imponible del Impuesto de Sociedades y el retraso progresivo de la edad de jubilación, como ya han hecho Alemania, Francia y España. Zapatero eludió el complicado debate de la vinculación del salario a la productividad, como defiende Alemania, y se lo endosó a los agentes sociales, pero sabe que, más tarde o más temprano, habrá que afrontarlo, porque hay razones para ello. El apoyo del presidente a la esencia de ese Pacto de Estabilidad es un acierto. España debe apostar por el acuerdo, pues nuestra economía tiene en la competitividad un terreno en el que debemos mejorar, y mucho, y nos convendría aprender de quien nos puede enseñar. La propuesta alemana de prohibir por ley los déficit excesivos es relevante. El presidente destacó que ya hay leyes de estabilidad presupuestaria, y apostó por trasladarlas a las comunidades autónomas. Nos queda la duda de la eficacia real de esas barreras legales, a la vista de las experiencias con el incumplimiento sostenido del Pacto de Estabilidad y el derroche del dinero público, aunque siempre es positivo endurecer y restringir el gasto. Merkel habló de años para comprobar el efecto de las reformas en España, y fue su mayor censura al Gobierno. Precisamente, los años perdidos en una política económica equivocada con el balance conocido.

La Razón - Editorial

Merkel en Madrid

La canciller acierta al pedir más control del gasto; y su apoyo a Zapatero no es simple protocolo

La canciller alemana Angela Merkel ha llegado a Madrid con un abanico de propósitos cuya importancia sería imprudente trivializar. En primer lugar, es una visita que pretende certificar sobre el terreno el estado de las reformas económicas del Gobierno español, el quicio fundamental para la estabilidad del euro en estos tiempos de agitación financiera, la última de las cuales, la de las pensiones, se firmó en La Moncloa el miércoles. El resultado de la ronda comprobatoria, algo más que un examen de rutina habida cuenta de que la canciller aterrizó con un amplio repertorio de su equipo ministerial, parece haber sido satisfactorio. Merkel ha hecho públicas sus felicitaciones (de las que cabe esperar que tomen nota los mercados) por "las importantes reformas" españolas; felicitación que, sumada a la de Sarkozy y a la de Van Rompuy, se parecen a los bondadosos estímulos que suelen prodigar los profesores a los alumnos menos aplicados.

Pero hay más. No hay que olvidar que una parte del sistema financiero, las cajas, está a la espera de capital para sanear de una vez por todas sus balances. Y, además, la canciller tiene un esquema fijo (algunos dicen que obsesivo) sobre la estabilidad financiera europea y quiere sondear cuáles son las posibilidades de que Europa adopte ese plan. Parte de ese esquema es correcto, porque impone cambios y planes de austeridad que convienen para combatir la recesión. Por ejemplo, limitar los déficits de los Estados (y de las comunidades autónomas allá donde las haya) es una propuesta que cualquier Gobierno sensato adoptaría, con mayor razón si está ligado a una moneda común; reformar el sistema financiero es imprescindible, para evitar perturbaciones en la eurozona y para que las empresas españolas sobrevivan; y la reforma laboral limitará los efectos inflacionistas durante la recuperación. Hasta aquí, el esquema Merkel solo merece aprobación; que se convertiría en entusiasmo si abandonase la terca oposición a los eurobonos.

Pero otras propuestas de Merkel, que rebasan los límites de la coordinación económica y la homogeneidad fiscal, pueden resultar más discutibles. Es el caso de su proyecto, descartado cortésmente por el Gobierno español, los empresarios y los sindicatos, de desligar los aumentos salariales de la inflación como una de las condiciones para aprobar la ampliación del Fondo de Rescate europeo. La economía española necesita cambiar su patrón de crecimiento; ahorrar más y aumentar la productividad. Para ello se necesitan muchos cambios, y también discutir lo que Merkel propone. Pero al final, cada país debe elegir su propia fórmula para mejorar la productividad. España ha elegido subir la productividad mejorando la educación, aumentando el capital tecnológico y las infraestructuras. Algo que Alemania hizo en la década de los sesenta. De momento, aunque indexados al IPC, los salarios en España han crecido durante 2010 por debajo de la inflación. Pero no ha sido siempre así. Ni nadie asegura que siga así siempre.


El País - Editorial

Zapatero, fracasado e intervenido

Atendiendo a las declaraciones públicas de políticos y sindicatos parece que el viaje de Merkel ha sido del todo estéril. Esperemos, no obstante, que entre bastidores la cosa haya sido distinta, pues al final habrá que aplicar el sentido común económico.

Hace cuatro años Zapatero soltó una de esas vaciedades que tan bien caracterizan al personaje. Según el optimista antropológico que es nuestro presidente del Gobierno, en 2010 España superaría en renta per capita a Alemania. Apenas un mes después de que tuviera que haberse consumado semejante vaticinio, no sólo no hemos superado a los germanos en prosperidad, sino que el caos económico que ha impuesto al país uno de los gobernantes más nefastos de toda su historia ha hecho necesario que nuestro principal acreedor, Alemania, nos haya tenido que intervenir de facto. Sólo así, al parecer, conservan alguna esperanza de que podamos devolverles todo o gran parte del dinero que les adeudamos.

La auditoría relámpago de Merkel y sus seis ministros no ha dado, no obstante, para grandes titulares. De cara al público, es evidente que los alemanes no tienen el más mínimo interés en exacerbar las dudas a propósito de nuestra solvencia; al cabo, si el resto de nuestros acreedores dejaran de refinanciar nuestra deuda, entraríamos en suspensión de pagos y los bancos teutones serían quienes más lo sufrirían.


En privado, sin embargo, cabe esperar que las cosas hayan sido distintas. Y es que las pocas y sensatísimas recomendaciones que los alemanes nos han lanzado –no gastar más de lo que ingresamos y ligar la evolución de los salarios a la productividad–, rápidamente han sido despreciadas por nuestros gobernantes y por nuestros mal llamados "agentes sociales".

Así, por ejemplo, Consuelo Rumí, secretaria de estado de la Función Pública, ha reprochado que Merkel nos dé consejos de austeridad, sugiriéndole a la mandataria alemana que emule algunas de las valientes medidas adoptadas en nuestro país, tales como la rebaja del sueldo de los funcionarios. Por supuesto, Rumí ha olvidado mencionar que España soporta un déficit estructural del 10% del PIB y que el alemán apenas llega al 3% (pese a lo cual Merkel anunció hace un año un plan de austeridad de 80.000 millones).

No menos fatuos han estado el ministro de Trabajo, los sindicatos o la patronal ante las recomendaciones de que nuestros salarios no crezcan por encima de la productividad. Valeriano Gómez se ha apresurado a descartar la propuesta, pues debe de ser que nada tiene el mercado laboral español que aprender del alemán. Asimismo, UGT ha manifestado que sin indexar los salarios al IPC, nuestros trabajadores perderían poder adquisitivo, como si los casi cinco millones de parados que la rigidez laboral que las centrales sindicales introducen a través de mediadas como ésta no estuviera erosionando por entero su poder adquisitivo. Por no hablar de la CEOE, para quien la productividad es "un tema más alemán que español"; tan alemán y tan poco español como debe de serlo la creación de empleo, cabría añadir.

En definitiva, atendiendo a las declaraciones públicas de políticos, sindicatos y patronal parece que el viaje de Merkel ha sido del todo estéril. Esperemos, no obstante, que entre bastidores la cosa haya sido distinta, pues, al final, tendremos que aplicar, voluntaria o forzosamente, el sentido común económico: más nos valdría no perder el tiempo y no seguir endeudándonos innecesariamente hasta entonces.


Libertad Digital - Editorial

Puño de hierro en guante de seda

España, con su nivel de endeudamiento exterior y su tasa de paro, no tiene mucho margen para escapar a las directrices de Alemania.

LA canciller alemana, Angela Merkel, llegó, vio y cumplió el guión previsto para su visita a España. Alabó las reformas aprobadas hasta el momento —no es para menos, porque están alentadas por su Gobierno— y expresó su confianza en el futuro de nuestro país. «España ha hecho sus deberes», sentenció Merkel con una fórmula que es la más adecuada a las relaciones de tutela que mantiene la Unión Europea con el Gobierno socialista de Rodríguez Zapatero desde el 12 de mayo de 2010. Ahora bien, Merkel dejó anotadas nuevas tareas que demuestran que, tras los elogios rituales y previsibles al Gobierno español, Alemania y Francia han decidido marcar el paso de la nueva Unión Europea. Porque de esto se trata, en realidad, para los Gobiernos de París y Berlín: reconfigurar la estructura financiera de la Unión Europea para que la superación de esta crisis sea un punto de partida de una etapa en la que se eviten recaídas. Por eso, Merkel llegó con un mensaje punzante para el Gobierno y los sindicatos: los incrementos de salarios deben vincularse a la productividad y no a la inflación.

La reacción sindical ha sido oponerse a esta nueva idea, pero el poder político y económico que se ha concentrado en Alemania no va a permitir grandes disidencias. Además, Francia secunda a su socio alemán, y ambos quieren un nuevo plan europeo, basado en esa política salarial asociada a la productividad, la armonización de políticas fiscales y la prohibición de llegar a determinados niveles de déficits. Merkel comprobó en Madrid que Zapatero había empezado a hacerle caso en el aumento de la edad de jubilación y en la reforma de las cajas de ahorro, que tanto interesa al sistema financiero alemán. Ahora llega una segunda fase de reformas, tanto o más drásticas que las tomadas hasta el momento. Y España, con su nivel de endeudamiento exterior y su tasa de paro de más del 20 por ciento, no tiene mucho margen para escapar a las directrices de las principales economías europeas. El alarde de propaganda oficial sobre el acuerdo de las pensiones y el respaldo de Merkel a las reformas tienen una eficacia efímera ante la perseverancia de los problemas sociales provocados por el paro, la falta de crédito y la morosidad. Este es el ámbito de la crisis en el que se deben notar cuanto antes los resultados de todas estas reformas. Pero el brutal ascenso del desempleo en enero resume la ineficacia de la política económica del Gobierno.

ABC - Editorial