sábado, 12 de febrero de 2011

La «Omertá». Por Eduardo San Martín

La investigación judicial del caso Faisán ha pinchado en blando y Rubalcaba lo sabe. Solo así se explicaría su dramático cambio de actitud en la semana que media entre las dos últimas sesiones de control en el Congreso. «Caso resuelto», proclamaba el todovicepresidente hace diez días después de que el juez Ruz descartara por no significativas las conversaciones mantenidas en los días de autos por el secretario de Estado de Seguridad con jefes policiales más tarde imputados. El auto no resolvía nada: es normal, en efecto, que Camacho hable con sus subordinados a diario. Pero el todoministro lo saludó como si se tratara de una absolución.

Siete días después, la euforia daba paso a la irritación. Los veteranos de la tribuna de prensa no recordaban un Rubalcaba tan descompuesto. La transfiguración coincidía con la declaración formulada ante el juez por el superior del responsable de la operación, principal sospechoso del chivatazo a ETA. El juez Ruz, en quien antiguos colaboradores suyos en Collado Villalba admiran su independencia y probidad, abría una veta sobre la que otros instructores, entre ellos Garzón, habían echado mucha tierra. No solo hubo chivatazo, sino un intento de borrar la prueba principal.

La declaración del comisario augura sorpresas peores para un futuro en el que quienes organizaron la operación y su encubrimiento ya no estarán en el poder. Entre ellas, la posible ruptura de la conspiración de silencio que ha hecho sumamente arduo el progreso de la investigación; la «omertá» que ha impedido, por el momento, que los indicios abrumadores que engordan el sumario se hayan convertido en pruebas. Parafraseando a Lincoln, se puede mantener callado a uno durante mucho tiempo, o a muchos durante algún rato, pero no se puede garantizar el silencio de todos durante todo el tiempo. Como ocurrió, al final, en el caso de los GAL. Y Rubalcaba se ha puesto nervioso.


ABC - Opinión

Políticos. Secuestrados y engañados. Por Maite Nolla

Alguien puede pensar que nuestros partidos toman el voto y nos secuestran. Y el primero el PP, traidor en este caso como el que más.

No me voy a arrogar yo la representación de nadie; en caso contrario me estaría convirtiendo en una editorialista conjunta cualquiera. Pero sin saber muy bien si los contrarios y los partidarios de la Ley Sinde son muchos o pocos, aceptarán ustedes que existen indicios para pensar que esa proporción no se corresponde con el resultado de la votación del Senado; ya les digo, es una suposición. El caso es que el Senado ha aprobado el proyecto de ley con doscientos cuarenta y ocho votos a favor y sólo cinco en contra. Y encima resulta que los cinco valientes que se opusieron a la ley son de Entesa –PSC, ERC e Iniciativa–, del Benegé y del Partido Socialista de Mallorca. Es decir, los nacionalistas más extremos son los únicos que se oponen a la Ley Sinde. Visto lo visto, hechas todas las salvedades y siendo éste el sistema que tenemos, alguien puede pensar que nuestros partidos toman el voto y nos secuestran. Y el primero el PP, traidor en este caso como el que más. Porque, al final, si nuestros políticos aceptan la ley por unanimidad –o casi–, lo que está claro es que los muchos o pocos contrarios, o los que simplemente introducirían algún matiz, saben que su propuesta legítima no tiene ningún cauce para salir adelante.

Aunque con tu voto los partidos tienen más opciones. Por ejemplo, cuando no te secuestran, te engañan. Y es que eso es lo que se puede pensar después del apoyo de Alicia Sánchez-Camacho en el Parlament de Cataluña a Mas, negando el privilegio y soltando un discurso que ha hecho saltar las lágrimas de emoción al nacionalismo y a su prensa conjunta. No voy a defender yo a estas alturas de mi carrera artística a Alicia Sánchez-Camacho, y es que, aunque el abrazo del nacionalismo fiscal sea contradictorio con lo que dice su partido, es plenamente coherente con lo que lleva diciendo ella desde que la eligieron presidenta hace casi tres años. Entiendo que es muy difícil controlar a una política que modela tanto su discurso según esté en tevetrés o en El Gato al Agua, pero lo que ha dicho Alicia esta semana es de una coherencia impecable. Por ejemplo, durante todo el verano de 2009, para el que quisiera leerlo, en la página web del PP de Cataluña se colgó el titular de una entrevista en la que ella decía: "Cataluña necesita mucho más dinero". Y cuando Zapatero aprobó el sistema de financiación autonómico, la postura oficial del PP de Cataluña fue la de no secundar las críticas de las comunidades gobernadas por el PP, sino la de apoyar a CiU en su rechazo al sistema por considerarlo insuficiente. Como ahora. Con lo cual, lo contradictorio hubiera sido decir otra cosa. Añadan ustedes si quieren una pizca de la presión de los medios y el abismo de una nueva campaña que sitúe al PP en el anticatalanismo loapizante, pero en este caso lo que hay es coherencia. Y el que piense que le vendieron otra cosa, se siente: no haberla votado.

Libertad Digital - Opinión

El dominó de la esperanza. Por Hermann Tertsch

¿Y ahora qué? Porque pasada la euforia de la caída de Hosni Mubarak nos daremos cuenta de que jamás ha concitado tan unánime aplauso y entusiasmo en el mundo la toma oficial del poder por una junta militar.

Se ha logrado el primer objetivo, imprescindible para salir de la agonía en que había quedado sumido el país como inevitable. Y claramente inevitable por mucho que lo lamenten quienes ven los acontecimientos con más miedos que esperanza. Nada es más innecesario ahora que un juicio moral a Mubarak. Yerran quienes hoy nos caricaturizan a Mubarak como el tirano absoluto sediento de sangre —que ha demostrado ahora no ser— como quienes lo defienden como un amigo del bien que aplicaba malos modos en casa. Torpes o grotescas son también algunas comparaciones. Véase con Franco. Habría que recordarles que mientras en El Cairo se reunía el millón para jugarse la vida ante los tanques exigiendo que Mubarak se fuera, en Madrid se reunía el millón para desfilar y presentar respeto al cadáver en capilla ardiente. Que la mayoría de nuestros ahora muy activos antifranquistas salieron de la clandestinidad cuando Franco llevaba diez años muerto.

Hay razones en Egipto para el miedo, por supuesto. Son muchos, más si cabe fuera que dentro, los que querrían un caos que llevara después a las hordas y falanges del fanatismo a hacerse con este país, piedra angular del mundo árabe. Y que ven así llegado el momento del paso de gigante hacia la reconstrucción del fantasmal califato que asalte y venza a la modernidad primero en sus territorios históricos y después en Europa.

Pero mucho sugiere que este seísmo político en el mundo árabe podría también tener el sentido precisamente contrario y sepultar toda esta corriente islamista. Quizás estemos realmente ante el equivalente de la Revolución francesa en el mundo islámico. Y el huracán de libertad e ilustración acabe con el oscurantismo, el fanatismo y los proyectos de dictaduras del terror teocrático.

Claro está que quienes más tienen que temer lo sucedido son quienes más reprimen a sus súbditos. Yemen y Sudán podrían ser los próximos. Y Siria e Irán están a la cabeza. Seguidos por Argelia, Marruecos y Jordania. Quien tenga tiempo para reformar que lo haga hoy, porque si no, mañana se lo habrá llevado el viento de la historia.


ABC - Opinión

Este país sigue sin merecer un Gobierno que la mienta. Por Andrés Aberasturi

Otra vez el terrorismo y sus amargas circunstancias en las primeras paginas de los periódicos y con dos temas complicados: la nueva Batasuna y el caso Faisán, dos capítulos distintos de esta tristísima novela por entregas que ETA y sus secuaces llevan escribiendo medio siglo. Sobre el primero de los temas, el nacimiento de Sortu, la mayoría de la opinión pública y de la publicada no creen en la repentina aparición de la estrella de Belén a unos señores y una señoras que deciden de pronto, justo ante unas muy próximas elecciones, dejar el caminos de la justificación de todos los males y dirigirse pacíficamente al portal de la paz y la democracia. Nadie se lo cree, qué le vamos a hacer; y cuando nadie se cree una cosa, existen muchas posibilidades de que la cosa no sea cierta. Pero es que si lo fuera, si de verdad se ha obrado el milagro de la reflexión, los primeros interesados en no tener prisa serían ellos; si estuvieran convencidos de los que dicen, daría igual no presentarse a unas elecciones y esperar tranquilamente a las siguientes.

Hubo un tiempo en este país que se puso de moda un frase de los batasunos; fue cuando Esnaola -creo- se empeñó en llevarles casi a la fuerza al Congreso. Para conseguir el acta de diputados, tenían que acatar la Constitución de todos y lo hicieron -y esta fue la frase- "por imperativo legal". Pues estamos en la misma: para salvar la Ley de Partidos han hecho lo que tenían que hacer por imperativo legal, pero no parece que la cosa pase de ahí. Y queda el espinoso tema que me atrevía a comentar el otro día y del que no parece que nadie se haya hecho eco: condenar la violencia de ETA "si la hubiera". Mi teoría es que la hay mientras un solo ciudadano, por ejemplo, tenga que llevar guardaespaldas.

Y luego está lo del caso Faisán en el que el personal dice diego donde dijo digo o da largas cambiadas que no vienen a cuento como el ministro del Interior el otro día; preguntado sobre el tema concreto del chivatazo, respondió que lo que le molestaba al PP era el éxito de la guerra contra ETA y que la banda terrorista estuviera tan debilitada. Yo no sé si eso molesta o no al PP, pero la respuesta nada tenía que ver con la pregunta. Lo del Faisán huele ya muy mal y según va pasando el tiempo, aumentan las contradicciones y una vez más, la mayoría de la opinión pública y de la publicada tienen muy claro que allí pasó algo que nunca debió pasar y que ahora se trata de taparlo como sea. Fue precisamente Rubalcaba el que dijo la frase definitiva en el día mas negro de nuestra democracia, cuando los muertos de Atocha se contaban por decenas y decenas: "esta país no se merece un Gobierno que le mienta". Pues eso, señor Rubalcaba, sigue siendo válido. Usted verá.


Periodista Digital - Opinión

Fondo de reptiles. La evolución de "La Pesoe". Por Pablo Molina

La tierra de Chaves, Griñán y Zarrías ha dado un salto cuántico en la evolución del trinque presupuestario, pasando del "colócanos a tos, Paco" al "dame una prejubilación que estoy harto de ser funcionario".

El trinque febril al que está abocado el socialismo andaluz no tiene nada de particular, porque es lo que ocurre siempre que los socialistas ven cercano el momento de abandonar el poder. No es que a lo largo de las varias legislaturas en que permanecen ocupando los despachos oficiales sean un modelo de virtud en el manejo de los recursos públicos, claro, porque el trinque presupuestario es un deporte que exige perseverancia tal y como acredita la trayectoria de los partidos de izquierdas en los regímenes democráticos de todo tiempo y lugar.

Sucede tan sólo que cuando se acercan unas elecciones más disputadas de lo normal, con el riesgo de tener que entregar el poder a su adversario centro-reformista, el socialismo se convierte en una maquinaria bien engrasada y tremendamente efectiva de enchufar a todos sus peones con sólo poder demostrar algún parentesco con el cacique sociata local o haber servido fielmente al "Partido" en aquellas tareas que se les hayan encomendado.


En fin, que esto de que los cargos de la Pesoe enchufe a la ubre pública a toda la catetada socialistona, unos meses antes de que los ciudadanos los expulsen a gorrazos desde las urnas, ha sido una tradición muy arraigada en las distintas marcas regionales del PSOE. Sin embargo, lo que ocurre con las prejubilaciones falsas de la Junta de Andalucía ha supuesto una novedad a la que habrá que estar muy atentos en el futuro por si el ejemplo se extiende a otras demarcaciones territoriales.

Porque una cosa es conceder un sueldo de funcionario a los familiares y amigos, y otra bien distinta trincar un convolutto de pago único en empresas en las que nunca se ha trabajado. La golfería es más grosera y además bastante más peligrosa para nuestro bolsillo porque, como es bien sabido, no hay ninguna actividad en España que consuma tantos recursos públicos como la ingeniería financiera destinada a maniobrar con el paro, ya sea en forma de ayudas para crear supuestamente puestos de trabajo ya sea para financiar los expedientes de regulación de empleo, por no mencionar el concepto mollar de todo el tinglado que no es otro que las decenas de miles de cursos de formación que la administración paga a los llamados "agentes sociales", a cuyo fin se destinan varios miles de millones de euros cada año sin que hasta el momento hayan dado el menor resultado.

En todo caso, es evidente que la tierra de Chaves, Griñán y Zarrías ha dado un salto cuántico en la evolución del trinque presupuestario, pasando del "colócanos a tos, Paco" al "dame una prejubilación que estoy harto de ser funcionario". Para que luego digan que tras treinta años de socialismo Andalucía no ha avanzado.


Libertad Digital - Opinión

El caimán. Por Ignacio Camacho

Se va derrotado el viejo caimán del Nilo, pero detrás de la euforia democrática esperan cocodrilos con turbante.

(IMAGENES)
SE va el caimán, se va el caimán. Mubarak, el viejo saurio autócrata del Nilo, cede el poder empujado por una triple fuerza que no es sólo la del ardor revolucionario juvenil de la plaza Tahrir sino también la del desapego de su Ejército y la del abandono de los aliados occidentales que llevaban treinta años usando su satrapía como pieza de contención estratégica en Oriente Medio. La revuelta popular prendió la chispa y ha sabido mantener una heroica presión en la calle, pero sin el pulgar bajado de la Casa Blanca el régimen se habría atrevido a tratar de aguantar el pulso. Nadie se lo agradecerá a los Estados Unidos, y menos que nadie esas masas en cuyo imaginario América representa, por muchos discursos que pronuncie Obama, al eterno enemigo antiárabe.

Desde Hobsbawn, que por cierto nació en Alejandría, sabemos que las verdaderas revoluciones nunca se detienen en las fases intermedias; a partir del punto de ruptura se desencadenan procesos radicales de aceleración histórica que a menudo se llevan por delante a las fuerzas moderadas que suelen dirigir los momentos de transición. En Egipto, un país casi sin clase media cuyas capas jóvenes no tienen trabajo ni esperanza, será difícil que cuaje una estructura democrática estable. Sus alternativas apuntan más bien al intento de consolidación del régimen bajo un cierto maquillaje reformista asentado en el poder militar o a la apertura de un vértigo de saltos al vacío. Un vacío que a día de hoy, si no se forman nuevos partidos capaces de articular una cierta cohesión política, sólo podrían llenar los Hermanos Musulmanes y las fuerzas islamistas de fuerte arraigo social y tradición intelectual forjada en las universidades de El Cairo.


Más allá de la evidencia de que Estados Unidos ha dejado de apostar por tiranías antipáticas sostenidas en la teoría del mal menor, Occidente continúa perplejo ante la caída del muro invisible que se derrumba piedra a piedra en el mundo árabe. Ignora los factores exactos que han detonado las heterogéneas protestas populares, desconoce la posición real del integrismo en ellas y, lo que es peor, analiza la situación a partir de premisas convencionales de la política tradicional. Teme al fundamentalismo pero no sabe cómo detectarlo en una revolución que no ha estallado en las mezquitas sino en twitter, aunque la haya retransmitido Al-Jazeera. Y carece de respuestas y certidumbres para tranquilizar a un Israel que sólo mira la cuestión desde el punto de vista de su propia seguridad.

Cuando acabe el júbilo por la anticipada primavera de la libertad, en el ajedrez político egipcio, de enorme delicadeza geoestratégica, ganará quien mejor tenga pensadas las jugadas siguientes. El horizonte de la democracia es muy esperanzador pero existe riesgo serio de que cuando se haya ido el caimán puedan aparecer manadas de cocodrilos. Y algunos llevan turbante.


ABC - Opinión

Egipto, en la encrucijada

Hosni Mubarak ya forma parte de la Historia. Pocas horas después de que escenificase su fracaso en un discurso que indignó aún más a los egipcios que llevaban manifestándose dos semanas, el «rais» anunció su dimisión a través del hasta ahora vicepresidente Omar Suleiman. Como era previsible, teniendo en cuenta la tremenda ascendencia que tiene en el país, Mubarak ha cedido el poder al Consejo Supremo del Ejército. Éste, a partir de ahora, se convierte en el árbitro del país y tutelará el difícil proceso de transición al que se enfrenta Egipto. Ayer, el Consejo Supremo del Ejército ya anunció que disolverá el Gobierno y las dos cámaras del Parlamento egipcio y que gobernará a través del presidente del Tribunal Constitucional previsiblemente hasta las elecciones de próximo septiembre acumulando así todo el poder. A pesar de la calculada ambigüedad que ha mantenido durante los dieciocho días de protestas, sin duda el Ejército ha jugado un papel determinante en la caída del «rais» al comprobar que la situación era insostenible dado que los egipcios lejos de apaciguarse con las palabras de Mubarak incrementaban las revueltas populares en todo el país. Si el Ejército sigue el guión previsto, durante los próximos meses su cometido principal será preservar la estabilidad del país y acometer, sin prisa pero sin pausa, la apertura del régimen, incluida la liberación de los presos políticos, legalizar los partidos políticos, así como la concreción de las primeras reformas para impulsar la modernización y el desarrollo del país y garantizar unas elecciones democráticas. Esto dará confianza a la comunidad internacional al tiempo que le prestará su apoyo al proceso, como ya anunciaron ayer la mayoría de los países, en especial Estados Unidos, que observará con lupa los movimientos de su principal aliado en Oriente Medio. Lo que suceda después de las elecciones es una incógnita y no conviene jugar a futuribles. Aunque se ha recibido la caída de Mubarak con una desbordante euforia nos esperan unos meses de incertidumbre que serán especialmente críticos para Israel. En las últimas décadas los israelíes han encontrado en Egipto a un país aliado, el único del pueblo árabe junto a Jordania. Ayer, inmediatamente después de conocer la caída del «rais», el Gobierno israelí confiaba en que no se cambiasen las buenas relaciones que han mantenido ambos países. Simultáneamente, Hamás pedía a las nuevas autoridades que levanten el bloqueo de Gaza. El tiempo dirá qué papel jugará el nuevo Egipto en el proceso de paz. Si tras las elecciones el país sufre un proceso de islamización y se decanta por abrazar la causa palestina radical el proceso de desestabilización de la zona plantearía un inmenso desafío a la comunidad internacional. También hay que considerar qué consecuencias tendrá en los países de su entorno la revuelta egipcia y si tendrá un efecto dominó en otros regímenes como Argelia o Jordania, donde ya se están viviendo protestas de sus ciudadanos, que piden un cambio de régimen. Sin duda, estamos ante un nuevo escenario difícil de prever hace unos meses y que puede significar una transformación en el tablero internacional.

La Razón - Editorial

¿Rumbo a la libertad?

Con la histórica caída de Mubarak, Egipto inicia un largo y difícil camino bajo tutela militar.

Tras 18 días de ejemplar empeño colectivo, los egipcios han conseguido el primer y fundamental objetivo de su revuelta, la caída de Hosni Mubarak. El júbilo en las calles sellaba ayer lo aparentemente imposible semanas atrás: el final relativamente pacífico de una infame dictadura de 30 años en el más importante país árabe, y su referente político y cultural. En Egipto -como antes en Túnez, donde comenzó todo- se había llegado en los últimos días a una situación insostenible, arbitrada cada vez con mayores dificultades y desgaste por los generales. Son esos generales los que ayer se han hecho cargo del poder, en un esperanzador volatín que puede iniciar el camino a la libertad, pero también lleno de riesgos. Lo que suceda en El Cairo está destinado a hacer historia.

La anhelada renuncia del rais abre el crucial interrogante del traspaso del poder a los militares egipcios, decisivos en el manejo y el desenlace de la crisis, anunciado por el efímero vicepresidente, Omar Suleimán. Una Junta dirigida por el general Mohamed Tantaui, ministro de Defensa, teóricamente garante de una auténtica reforma democrática, como la exigida por la calle, pero que también podría acabar erigiéndose en valladar del cambio.


El historial de los militares en las naciones árabes no es precisamente alentador y los ambiguos mensajes castrenses que han puntualizado desde el jueves la vorágine egipcia, más allá de sus buenas intenciones, no aportan demasiada luz. En su "comunicado número tres", anoche, los generales tomaban nota de las demandas ciudadanas para "iniciar cambios radicales" y anunciaban una declaración posterior sobre los pasos y procedimientos a adoptar, necesariamente de una "legitimidad aceptable por el pueblo".

El dictador Mubarak podía haber elegido salir dignamente hacia su mundano retiro en el mar Rojo. Ha decidido lo contrario, prestando un flaco servicio al pueblo al que aseguraba servir en su retórico mensaje del jueves por la noche. No solo porque su abandono se ha producido horas después de asegurar altanero que continuaría en el poder hasta septiembre, sino, sobre todo, porque deja tras de sí la inquietante incógnita militar. Durante las casi tres semanas que ha durado su acoso popular, tuvo tiempo para perfilar una transición ordenada para la que el guion estaba escrito: disolución del Parlamento títere, fruto de las fraudulentas elecciones de noviembre; abrogación de la eterna ley de emergencia y formación de un Gobierno provisional y representativo que preparase unas elecciones libres y con ellas una nueva Constitución. La actual, de 1971, blindada, está hecha a la medida del déspota derrocado y consagra la total impunidad de los militares y los poderosos servicios secretos.

Más allá de su enorme trascendencia para 80 millones de personas, en Egipto se ha abierto una espita incontrolable para un mundo árabe superpoblado de déspotas, algunos de los cuales ya han iniciado maniobras de distracción. Pero la caída del rais, que abre para una sociedad semifeudal la posibilidad de incorporarse al orden de las democracias modernas, modifica también el tablero geopolítico de Oriente Próximo, tan inmutablemente sostenido por las fuerzas combinadas y convergentes de sus propios dictadores y el interés de las potencias occidentales (EE UU y la UE sobre todo) por mantenerlos en el poder a cambio de apoyo a sus objetivos en materia exterior: petróleo sin sobresaltos, control del islamismo radical y mantenimiento de la paz con Israel. Un Israel al que la crisis en el país vecino coloca de nuevo en el ojo del huracán.

El camino de Egipto hacia la libertad acaba de comenzar y todo está por verse. El país árabe entra en una difícil fase de efervescencia, en la que los actores del cambio deberán hacer las cosas rápido y bien para evitar su degradación. Si determinante va a ser el papel de unas fuerzas armadas hasta ahora aparentemente más alineadas con los intereses populares que con los del régimen autocrático (que prometían ayer levantar un estado de excepción de 30 años y elecciones presidenciales limpias), también debería serlo el apoyo occidental a una reforma democrática sin letra pequeña. Tareas inmediatas de esa reforma son liberar a los prisioneros políticos y hacer real la participación de los partidos opositores en el diseño del nuevo orden. Por su importancia intrínseca y su condición de espejo en el mundo árabe, lo que suceda en El Cairo atronará en adelante en la región más conflictiva del planeta.


El País - Editorial

Egipto: un primer paso hacia la democracia

El Ejército y la oposición deben ponerse a trabajar juntos para reformar las leyes fundamentales del país y para crear partidos de masas de corte moderado que alejen a la población del islamismo y permitan la consolidación de instituciones democráticas.

Aunque serán muchos quienes vean en la caída de Mubarak el punto final a las revueltas cairotas organizadas a través de las redes sociales por jóvenes de clase media, lo cierto es que en Egipto todavía está todo por hacer. Si acaso, lo que demuestra la caída del general que ha presidido la república durante los últimos 30 años no es la automática democratización y liberalización del país, sino que el Ejército, el auténtico poder en la sombra, retiene el control de la situación y continúa administrando los tiempos con bastante sensatez para evitar graves desordenes sociales que beneficien a los islamistas radicales de los Hermanos Musulmanes.

Al cabo, todos los altos mandos militares han sido plenamente conscientes de que lo prioritario durante estas semanas de revueltas era evitar el caos y el consecuente auge del islamismo. Lo que les había separado hasta el momento no era tanto la claridad de los objetivos como la estrategia a seguir: mientras que una facción –la que se impuso el jueves por la noche– consideraba necesario que Mubarak prosiguiera en el poder hasta las elecciones de septiembre, la otra –la que ha prevalecido el viernes– defendía que el general era ya un cadáver político que había que desalojar de la Presidencia.


Tan pronto como el ejército –preocupado por el cariz que estaban tomando las revueltas desde el jueves por la noche– le ha retirado el apoyo, Mubarak ha tenido que irse, cediéndole incluso de iure todo el poder a Suleiman. Con este gesto, los altos mandos militares esperan rebajar la tensión y poder dialogar con la oposición para dirigir la transición democrática, excluyendo del proceso a los Hermanos Musulmanes.

Y es que no convendría que confundiéramos las mareas ciudadanas que desde la Plaza del Tahrir (Plaza de la Liberación) están clamando por la democracia y la libertad con el resto de la población del país. Egipto es una república con más de 80 millones de habitantes, la mayoría de los cuales viven en el campo, están tremendamente empobrecidos y, por supuesto, carecen de acceso a internet. Aunque exista una admirable vanguardia que está pugnando, con toda la razón del mundo, por el establecimiento de un Estado de Derecho moderno, el país carece a día de hoy de infraestructura y cultura democrática.

De ahí que ahora lo fundamental sea que el Ejército y la oposición democrática se pongan a trabajar juntos para reformar las leyes fundamentales del país y para crear partidos de masas de corte moderado –algo similar a lo que fue la UCD en España– que alejen a la población del islamismo y permitan la consolidación de unas instituciones liberales equiparables a las de Occidente. Sin embargo, y pese a la razonable euforia de muchos, debemos seguir siendo prudentes: con la caída de Mubarak sólo hemos avanzado un pequeño peldaño en una escalera de la que desconocemos la extensión e incluso, de hecho, si nos llevará a alguna parte.


Libertad Digital - Editorial

Un tsunami para el mundo árabe

Occidente ha de influir en el diseño del futuro de Egipto y de los demás países de la región para limitar la influencia de los islamistas.

LA victoria pacífica de los manifestantes sobre el régimen de Hosni Mubarak constituye un acontecimiento cuyas consecuencias, más allá de la celebración inicial, habrá que analizar a largo plazo. Egipto es un país con una influencia gigantesca en todo el mundo arabo-musulmán, y el fin de un régimen que monopolizó el poder durante más de tres décadas supone un terremoto en todos los sentidos. En Oriente Próximo nada será igual después de esta revolución, surgida —igual que en Túnez— al margen de los canales de la política tradicional. Si lo que ocurra de aquí en adelante adquiere la forma de una transición constitucional a la democracia, inicialmente a manos de los militares, o si el país se desliza hacia el caos son opciones que en las actuales circunstancias dependerán esencialmente de la actitud de los manifestantes que en la emblemática plaza de Tahrir disfrutan de su victoria y del convencimiento de que han sido más fuertes que cualquier ejército. La nueva generación de árabes, armada con ordenadores y teléfonos, despertó un vendaval en Túnez. En Egipto es ya un gran huracán ante el que tiemblan los gobiernos de toda la zona.

Después de un periodo inicial de dudas, la Administración norteamericana ha renunciado a sostener a Mubarak porque se ha dado cuenta de que su apuesta había caducado, mientras que los dirigentes europeos seguían hundidos en su perplejidad, todavía adictos a esa falsa estabilidad que prometía el dictador depuesto. Unos y otros deben entender cuanto antes que su interés es precisamente influir en el diseño del futuro de Egipto y de los demás países de la región, apoyando decididamente a los partidarios de la democracia —que son muchos— para limitar la influencia de los islamistas radicales, que representan el mayor peligro, y no sólo a corto plazo, para estas sociedades en crisis. Dirigido desde dentro de unos regímenes forzados a adecuarse al nuevo escenario o impuesto por la fuerza de unas revueltas contagiosas, el cambio de ciclo político resulta inevitable en la región. Que las consecuencias de este tsunamien el mundo árabe sean buenas para sus habitantes y para los

intereses de Occidente dependerá de que no se cometan los mismos errores que crearon ese mosaico de dictaduras y de sociedades bloqueadas que ahora se ha empezado a desmoronar.


ABC - Editorial