martes, 15 de febrero de 2011

Malversaciones. Por Hermann Tertsch

Poco botín ha sido el «caso Camps» para tanto gasto y empeño expedicionario e inquisitorial de la fiscalía.

CONFIESO que me da igual que Francisco Camps sea o no el cabeza de lista del Partido Popular en Valencia ante las próximas elecciones autonómicas. Primero, porque yo no tengo que votarle en ningún caso. Y segundo, porque es de esos muchísimos políticos que no destacan ni por sus criterios, ni por brillantez, originalidad ni audacia. Lo mejor que se puede decir de él es que su gestión se ha caracterizado por el sentido común. Lo que no es poco en estos tiempos de furor ideológico del tontiloquismo redentor del Gran Timonel. Al parecer es eso lo que convence a una abrumadora mayoría absoluta de los valencianos a inclinarse a dar su voto al PP, lo dirija el señor Camps o no. Lo que tiene gracia es que la Fiscalía Anticorrupción presuma ahora de haber ha conseguido montarle una causa a Camps por el célebre asunto de los trajes por «cohecho impropio», lo que ni siquiera conllevaría su inhabilitación y se zanjaría con una multa de algo más de 41.000 euros. Por aceptar unos regalos sin contraprestación alguna. El Ministerio Público, que tantos asuntos gravísimos se ha visto obligado a relegar a esta máxima prioridad del Estado que era el caso de esos trajes de medio pelo de Camps, reconoce no tener indicios de tráfico de influencias, contratación irregular ni financiación ilegal. ¡Por Dios, señores, qué fiasco el suyo! Después de dos años de utilizar todos los medios del Gobierno y del Estado, policía y fiscalía, amiguetes de la judicatura, de filtraciones reales o falsas, intoxicaciones múltiples y multiplicadores de opinión y agentes, éstos sí sospechosísimos de cohecho continuado y prevaricación constante en favor del rodillo socialista; ¿esto es realmente todo lo que han sabido encontrarle? Me gustaría ver a mí cuántos políticos con unos cuantos años ejerciendo tareas no ya de gobierno, sino de cierto relieve, superarían un escrutinio como el aplicado a la vida y el entorno de Camps con una acusación como esa. Por no hablar desde luego de nuestra tropa ministros y caciques. Que nos lo digan, el Pepiño de la casita costera y el «maná» a las empresas amigas, el Chaves de la niña subvencionada, el Griñán de los EREs egipcios, el Rubalcaba de los faisanes y las medallas pensionadas, el Bono «seseñero» y sus cabarellizas, la Pajín con sus subvenciones y ONGs amigas y hermanas o la niña Aido con sus cuentas del Gran Capitán del Ministerio de la Igual Dá.

¿Quién se ofrece voluntariamente a una auscultación íntima así de implacable, hostil, bien incentivada, sin reparar en gastos y con la policía dedicada «full time» a ella? ¿Con toda la atención del ministerio del interior, la fiscalía buscando éxitos y la jauría mediática, hambrienta, haciendo méritos? Estoy convencido de que no la superaría «ni el potito» con una multa semejante de menos de siete millones de pesetas. Poco botín para tanto gasto y empeño expedicionario e inquisitorial de la fiscalía. Poca presa para tan presuntuosa montería. Raya en la malversación. Qué ridícula esa multa ahora que hablamos de los 700 millones de euros del erario público con el que la trama socialista andaluza pagaba jubilaciones falsas a militantes y a sus familiares. Lo dicho, no sé ni me importa si Camps se presenta o no. Sí sé que se habla de ello porque Camps no es socialista. Como decía Esperanza Aguirre, sólo imaginen lo que quedaría de ella si hubiera concedido como Chaves diez millones a una empresa con un hijo suyo dentro. Aunque duele pensar en el dispendio del exceso de celo de la fiscalía en el «caso Camps», consuela saber que ahora volcarán su esfuerzo en aclarar las grandes estafas socialistas que asoman por todas las esquinas.

ABC - Opinión

Yo también vi la cara de Leire Pajín en la gala de los Goya. Por Federico Quevedo

Ha sido, sin lugar a dudas, el momento estelar de la entrega de los Premios Goya: ellos, inasequibles al desaliento pancartero, por un lado. El mundo, por otro. Y el rostro ajeno, símbolo del petardeo cósmico y el aburrimiento en grado sumo de Leire Pajín, como icono surrealista de ese insoportable coñazo en el que siempre se llevan los premios los mismos, es decir, los que dirigen-producen-protagonizan sus noventa puñeteros minutos de cinta milimétricamente dedicados a la ya manoseada, hasta la vomitiva saciedad, Guerra Civil Española de hace casi un siglo. ¡Viva la memoria histórica! Eso sí, pasada por el tufo anarco-nacionalista del que se sirve la izquierda para tergiversar la verdad y engañar al público objetivo.

Yo no he visto Pa negre o Pan negro en su traducción al castellano -porque lo que ya es de coña en este país de pandereta es que tengamos que doblar nuestras propias películas a nuestro propio idioma-, pero imagino que es más de lo mismo: unos, los rojos, son los buenos y otros, los azules, son los malos según la aseveración esculpida en la frente del rostro pétreo de Gregorio Peces Barba en aquella ocasión en que los buenos homenajeaban al autor intelectual -y según algunos, también el material- de los asesinatos de Paracuellos del Jarama. ¿No les digo yo que el mundo va por otro lado? Pues claro que va, pues claro.


Al mismo tiempo que los últimos de Filipinas se daban cita en los asientos purpurados del Teatro Real para aplaudirse a sí mismos por seguir empeñados en no reconocer que el tiempo ha pasado y que la tecnología se los va a llevar por delante, Anonymous se hacía fuerte en la red y en la calle y conseguía doblegar al oficialismo a base de caretas tipo V de vendetta y peligrosísimas combinaciones alfanuméricas que colapsaron las páginas web oficiales del acontecimiento.

Lo que no bloquearon, porque de eso se trataba, fue el despliegue de ingenio y sátira con el que las redes sociales saludaron la reunión de amigos de la subvención pública, y el momento culminante de la noche fue aquel en el que en Facebook surgió el grupo Yo también vi la cara de Leire Pajín en los Goya, que al cierre de estas líneas llevaba ya casi 7.000 seguidores incondicionales. Y es que esta batalla, amigos míos, la vamos a ganar. Será antes o después, pero si algo tengo claro después de la última gala de los Goya es que todo ese grupo de comensales de la sopa-boba tienen sus días contados, y que o se adaptan a los cambios que vienen o sucumbirán a ellos mientras se les pone la misma cara de yo no se qué coño pinto aquí que tenía esa noche la ministra anti-tabaco.
«Adaptarse a los cambios significa, en primer lugar, hacer lo que el público demanda y no lo que el Ministerio subvenciona. Y significa, en segundo lugar, comprender Internet como un espacio de difusión de ideas, mensajes, contenidos y creaciones.»
Y adaptarse a los cambios no significa dejar de hacer lo que hacen… No. Significa, en primer lugar, hacer lo que el público demanda y no lo que el Ministerio subvenciona, es decir, actuar como una industria y no como una secta de colgados amiguetes. Y significa, en segundo lugar, comprender Internet como un espacio de difusión de ideas, mensajes, contenidos y creaciones. Álex de la Iglesia lo entendió, y ese fue, seguramente, el otro momento culminante de la noche, el momento en el que puso cien veces colorados a los que le escuchaban atónitos pensando para sus adentros “pero, ¿este no era uno de los nuestros?”.

Lo sigue siendo, pero De la Iglesia comprendió un día que las cosas iban a cambiar, sí o sí, y que era mejor ponerse a trabajar del lado de los cambios que intentar frenarlos porque, eso, va a ser inútil. Los políticos de uno y otro lado -porque en esto han sido lo mismo PSOE que PP-, sin embargo, se han instalado en la parálisis y el inmovilismo, y aunque ha habido alguno de la oposición que se ha querido subir al carro del discurso del ya ex presidente de la Academia de Cine, lo cierto es que el PP ha actuado con una cobardía propia del estilo acomplejado del arriolismo, y de una u otra manera esa bajada de pantalones ante los dueños de las letras de papel -que están tan condenadas a desaparecer como las salas de cine- les acabará pasando una desagradable factura.

Bien, bien, bien. Es divertido ver cómo los acontecimientos se llevan por delante las cerrazones. Siendo odiosa la comparación, lo de Egipto podría servirnos de ejemplo -aunque tengo para mí que, así de entrada, han salido de Guatemala para meterse en guatepeor a la vista de las primeras decisiones tomadas por los uniformados- sobre cómo la persistencia y la perseverancia de un pueblo puede acabar con la resistencia de un tirano. En esto de la cultura oficial y subvencionada -y domesticada- hay, también, algo de tiranía contra la que se levanta la voz libre y salvaje de la red, con la ventaja añadida de que la tecnología y la ciencia se han puesto de parte de los segundos.

Ahora solo falta que también se pongan de ese lado quienes tienen la obligación de defender el interés general y el bien común, en lugar de preocuparse tanto por las cuentas de resultados de unos pocos. Internet es cultura, y es cultura cada vez más popularizada y globalizada, pero también más exigente porque Internet implica conocimiento y del conocimiento surge una mayor severidad en la elección. Por eso no ver la oportunidad, es estar ciego ante ella. Ciego, sordo y mudo.


El Confidencial - Opinión

Egipto. Hechizados por la Revolución. Por Cristina Losada

La Revolución es una aventura, un escape. Quiebra el curso administrativo de la vida cotidiana. Y se viven con euforia esos días que conmueven al mundo y luego, tantas veces, lo horrorizan.

El gran Charles Krauthammer comenzaba un lúcido artículo sobre la revuelta en Egipto con una pregunta retórica: "¿A quién no le gusta una buena revolución democrática?" Elimínese el último adjetivo y estaremos más cerca del gusto predominante. Es la Revolución el fenómeno que captura la imaginación de tantos en Occidente. Sobre todo, cuando tiene lugar a distancia. La fascinación que ejercen los sucesos revolucionarios remite a esa idea que, vulgarizada, prescribe la necesidad de la lucha y de la violencia para que la Historia avance. Así, gozan de prestigio las rupturas, mientras sufren descrédito las transiciones pactadas. La revolución, escribe Furet, señala que "los hombres pueden desprenderse de su pasado para inventar y construir una sociedad nueva". El gusto por ella es hijo del mesianismo político.

Quién sabe si en Egipto ha habido una revolución. Aún menos se conoce el calificativo que habrá de marcarla. Pero ya nada se puede hacer por preservar el significado de las palabras. La Revolución tiene buenísima prensa y mejor televisión. Transforma a aburridos reporteros en entusiastas partidarios, que apenas contienen su anhelo de fundirse en éxtasis con la multitud. ¡Qué emocionante! El mito revolucionario, pasado por los media, los twitter y los gadgets, ha engendrado actitudes frívolas. Como criticaba el historiador comunista Eric Hobsbawm a los sesentayochistas, se toma la revolución por un "Club Méditerranée de la política". Es una aventura, un escape. Quiebra el curso administrativo de la vida cotidiana. Y se viven con euforia esos días que conmueven al mundo y luego, tantas veces, lo horrorizan.

Hay, en relación a Egipto, argumentos y datos que apuntalan tanto la proyección optimista (democracia) como la pesimista (islamismo). Pero la inquietante realidad es que, a día de hoy, las revueltas sólo han tenido enjundia y logrado el éxito en países árabes pro-occidentales. Eran dictaduras o dictablandas, todas corruptas. Ni Estados Unidos ni Europa supieron presionar por su reforma a cambio del apoyo financiero. La doctrina Bush de extender la libertad era buena: óptima si la hubiera aplicado extensamente. Obama abjuró, y lo hizo en El Cairo, del "intervencionismo" democrático. Ahora, no hay sociedad civil ni partidos capaces de garantizar que la transición no sea secuestrada por "los más disciplinados, despiadados e ideologizados", que ése es el triste destino de muchas revoluciones mágicas. Aunque, de imponerse los radicales islámicos, no proferirán quejas los fetichistas de la Revolución: cuanto más totalitaria, más les chifla.


Libertad Digital - Opinión

El mérito según Zapatero. Por M. Martín Ferrand

Zapatero debiera callar después de que más de 600 millones de euros estén en el alero del «caso Mercasevilla».

ZAPATERO, el líder de las palabras huecas, tiende a confundirnos cuando habla. No por su oscuridad, que no es mucha; sino por los quiebros y transposiciones que suele utilizar en su lenguaje mitinero y propagandista. Es tanto su afán por traspasar al PP la responsabilidad de lo que pasa, de lo que él mismo ha propiciado con su confusión política y su incapacidad de respuesta a los problemas, que ha llegado a entender la potencialidad de una victoria electoral como un valor moral y no, sencilla y democráticamente, como la expresión de la voluntad de los ciudadanos que acuden a las urnas. «¡Merecemos ganar y ganaremos!», ha dicho este pasado fin de semana, en Sevilla, José Luis Rodríguez Zapatero. No constan la fuente o el marcador que le atribuye el mérito a un socialismo que, precisamente en Sevilla, debiera tener la prudencia del silencio después de que más de 600 millones de euros estén en el alero del «caso Mercasevilla», una chorizada de tomo y lomo; pero, aunque constara y resultara oportuno, ¿cómo se «merece» una victoria electoral?

El verbo merecer tiene dos usos principales. Uno, transitivo, es el que nos hace dignos de algo, bueno o malo. No creo que el desparpajo funcional del todavía presidente del Gobierno y su alejamiento de la realidad le permitan considerarse con el mérito suficiente para que, él o su sucesor en la candidatura socialista, merezca la victoria electoral del 2012. Si el uso que el líder del PSOE quiso hacer de su conjugación del verbo merecer fue el intransitivo, su despropósito crece más todavía. Obtener méritos positivos para algo es implanteable para quien tiene en su balance gestor la culpa de no haber querido advertir la presencia de una crisis y la torpeza de no haber sabido enfrentarse a ella con el resultado, de momento, de 4,7 millones de parados, el empobrecimiento general del país, el incremento del déficit y el engorde de la deuda pública.

Insiste falazmente Zapatero en desmerecer a su principal antagonista, Mariano Rajoy, atribuyéndole como muletilla dialéctica una frase de solo cinco palabras: «La culpa la tiene Zapatero». ¿Quién ha de tenerla? Rajoy, sin duda, arrastra la responsabilidad de no haber querido afrontar el coste de una moción de censura —posiblemente perdedora— que pusiera en evidencia la calamidad operativa del presidente y su Gobierno y, al tiempo, presentar a los españoles una alternativa concreta y detallada; pero esa carencia no es, de ningún modo, un mérito de Zapatero. Menos todavía «el mérito» para ganar elecciones. ¿Será superior a las fuerzas del leonés evitar el engaño en sus manifestaciones públicas?


ABC - Opinión

De risa, de llanto. Por Alfonso Ussía

No presencié la llamada «Gala de los Goya» –me pregunto qué ha hecho Goya para merecer esto–, pero sí la he visto impresa. De risa, de llanto. Leo que la entrada en el Teatro Real de políticos y cineastas no fue precisamente gloriosa. Abucheos y hasta huevos. De risa, de llanto. Una industria cuyos productos son despreciados y rechazados por la mayoría de sus posibles usuarios organiza el guateque. Porque el presumible cine español no es arte ni cultura, sino una industria arruinada que sostenemos los españoles con nuestros impuestos. De risa y de llanto. También pagamos la fiesta del domingo, arrebolada de «glamour» hispano. Y las estatuillas.

Un Goya cabreado. Motivos le sobran para estar enfadado en bronce. Dicen que Javier Bardem, el de la clínica, tiene cincos «goyas». Entiendo que se haya mudado de casa, para no verlos. Vivir con cinco «goyas» malhumorados y siniestros tiene que ser muy desagradable. El «Oscar», al fin y al cabo, es como un pirulí que se esconde en cualquier rincón de la biblioteca, suponiendo que estas personas tengan bibliotecas en sus cálidos hogares. Además, el «Oscar» tiene mérito, porque proviene de la Meca del Cine, y ése mérito no se lo voy a regatear a Javier Bardem porque sería injusto. Pero lo de los «goyas» clama al cielo.

No viven en este mundo. Lo hacen en una bóveda de vanidad y falsedad que nada tiene que ver con la realidad de la calle. Por eso la gente no pasa por taquilla y en lugar del aplauso, opta por el abucheo. Pocas autoridades. La Sinde, atractiva; la Salgado, elegante, y la Pajín…
De risa y de llanto. También acudió el ministro Sebastián, me figuro que por lo de la industria. Mario Camus, el gran director montañés, como un pulpo en un garaje. Es de los de antes, de los que sabían hacer cine. Porque nuestro cine es cangrejero. Se mueve hacia atrás. Hay menos talento en el cine español que en la cabeza de un berberecho. No necesitan pensar.

Hacen cualquier cosa y se la paga el Ministerio de Cultura, cuando en justicia el cine español tendría que administrarlo el Ministerio de Industria, y en concreto, la Subdirección General de Industrias Quebradas, porque la cultura brilla por su ausencia.

Insisto en la irrealidad de la fiesta. La alfombra roja, las falsas sonrisas, la distancia insuperable entre su pequeño y aislado mundo y los sentimientos y preocupaciones de la sociedad. Sostres recuerda a Pla cuando preguntaba ante una mesa atiborrada de delicias: «¿Quién paga todo esto?». Pues usted, el de más allá, el que cruza la calle, el que espera el autobús,el que se divierte en las mañanas de los domingos remando sobre una piragua, la piragua y servidor de ustedes. Pero ellos, que lo saben, no quieren hacerse los enterados. Y montan estos espectáculos ridículos para entregar unos premios que llevan el nombre de un genio universal que de poder hacerlo, los mandaría a todos a paseo. Risa y llanto. Risa la de ellos, y llanto el de los demás. De no obtener subvenciones, ¿de qué vivirían? Con toda probabilidad harían un cine mucho mejor, menos facilón, tópico, mejor dialogado y menos grosero en el lenguaje. Los productores se jugarían sus dineros, y se aliviaría la contumaz majadería de las actuales producciones. Pero eso, de risa y de llanto, ellos están ahí, viviendo del aire regalado, de la nada productiva, del cinismo de la «excepción cultural». Y claro, como no se enteran, la alfombra roja, las joyas, las sonrisas, los premios, y los insultos. De risa y de llanto.


La Razón - Opinión

Subvenciones. Del cine español. Por José García Domínguez

Es sabido, cuando un político oye la palabra cultura, inmediatamente, como si de un estímulo pavloviano se tratara, echa mano de la chequera.

Empresarialmente, inane; socialmente, irrelevante; estéticamente, romo; políticamente, unidimensional, el cine llamado español subsiste de parasitar al Estado merced al equívoco cultural. Es sabido, cuando un político oye la palabra cultura, inmediatamente, como si de un estímulo pavloviano se tratara, echa mano de la chequera. Sin ir más lejos, así es como una Isona Pasola, célebre autora de documentales contra España en la televisión nacionalista y entusiasta promotora de los referendos ful, resultó agraciada con tres millones y medio de euros. Euros españoles, por más señas. Que no otros han costeado ese Pa negre tan festejado por sus iguales en los Goya. De ahí, perentoria, la coartada cultural.

Concepto discutido y discutible –éste sí–, la cultura es el poso que queda cuando ya se ha olvidado todo. Cultura, por ejemplo, es recordar que eso del cine acaso tuvo algo que ver con las creaciones del espíritu en épocas remotas, cuando en tal oficio se emplearon individuos que respondían por Fellini, Buñuel o Kurosawa. Por lo demás, excepciones siempre marginales en un entretenimiento popular elaborado con la muy prosaica –y respetable– premisa mayor de hacer caja. Y es que el cine, igual el español que el de verdad, tiene tanto que ver con la cultura como las añoradas revistas de Tania Doris en el Paralelo de Barcelona, o el no menos entrañable Teatro Chino de Manolita Chen. O sea, nada.

Porque nada significa que El séptimo sello y Torrente en Marbella admitan ser proyectadas sobre idéntica pantalla. A fin de cuentas, también los relatos de Stieg Larsson o Ken Follett se presentan en encuadernaciones de papel parejas a las que contienen las obras de Flaubert o Stendahl, y no por ello alcanzarán jamás la condición de literatura. Al respecto, empecinarse en la obsesiva repulsa del sesgo ideológico de la cinematografía doméstica, en el fondo, es aceptar sus reglas del juego, las de la excepción cultural. Olvidar que la industria de la infantilización de masas que responde por cine, es eso, una industria. Eso y solo eso. Por algo, proscribir al Ministerio de Cultura toda promiscuidad con ella debiera constituir objetivo primero de cualquier programa que se quiera liberal. Ahora que la derecha parece que va aprendiendo a hacer agitprop, bueno sería que lo comprendiese.


Libertad Digital - Opinión

La guerra de las cajas. Por Ignacio Camacho

Balances oscuros, pasivo inmobiliario y bronca política: el mejor modo de atraer inversores a las cajas de ahorro.

UNA guerra en las cajas de ahorros promete víctimas colaterales como un tiroteo delante de una guardería. Pero la va a haber porque el Gobierno, después de muchos titubeos y procrastinaciones, ha abordado la reforma del sector manu militari, por las bravas y armando lío según la marca de la casa. El peligro de esta trifulca es que entre los contendientes está plantada la mitad del sistema financiero español, los ahorros, las hipotecas y el crédito de millones de ciudadanos y pequeñas empresas: las cosas de comer, el motor de la economía cotidiana.

Los cajeros sospechan que Zapatero y Salgado actúan bajo la presión de unos grandes bancos ansiosos por merendarse el pastel, y el PP se siente hostigado por una legislación que parece diseñada para perjudicar sus intereses autonómicos. En la cúpula popular barruntan mala intención cuando la ratio de capital básico —core— exigida queda justo fuera del alcance de las recientes fusiones de Madrid-Valencia y Galicia; recelan de una jugada similar a la de la deuda de los ayuntamientos, en la que el poder puso el listón a la altura precisa para dejar a Gallardón fuera de concurso. Rodrigo Rato y Núñez Feijóo han convencido a Rajoy de que se trata de una maniobra predirigida, una estrategia ad homines, y el líder de la oposición se va a echar al monte. Allí se puede encontrar del brazo de Comisiones Obreras, que clama contra las intenciones privatizadoras del plan gubernamental y anuncia recursos jurídicos. Habrá bronca, que es lo último que conviene para atraer inversores; si es ya difícil poner dinero en entidades que presentan unos balances muy oscuros y arrastran un pasivo inmobiliario desolador, sólo falta dejar claro urbi et orbeque están controladas por políticos a la greña.

Al Gobierno no le importa demasiado dejar al PP fuera del pacto de reforma, porque tiene a los nacionalistas de su parte. Las cajas vascas son las más saneadas y en Cataluña la Caixa de Fainé, que cuenta con vara alta en Moncloa, ha hilado fino anticipándose a las directrices oficiales con una puesta en limpio de activos. La guerra que se avecina va a mostrar con toda su crudeza el problema esencial de este sector financiero, que no es tanto la palmatoria en el ladrillo —eso le ha pasado también a la banca convencional— sino la dependencia política. Por ese lado la oposición puede quedar en parte presa de sus postulados retóricos; se ha pasado mucho tiempo clamando contra la sumisión de las cajas a la nomenclatura autonómica y ahora se encuentra en medio de una trampa. El zapaterismo le ha hecho la envolvente y ha pillado en el círculo a Cajamadrid, la joya de la corona. Estamos en berrea electoral y ya no queda en pie más consenso que el antiterrorista; tal vez entre sortus y faisanes tampoco dure mucho tiempo.


ABC - Opinión

El futuro de las cajas

La reestructuración del sistema financiero es una de las reformas estructurales imprescindibles. Pero cuando ese proceso acumula tres intervenciones del Gobierno en un año, más que garantizar la solidez del sistema, se genera desconfianza dentro y fuera de nuestras fronteras. El Gobierno tiene previsto aprobar este viernes el decreto-ley del Plan de Reforzamiento del Sistema Financiero, que pretende inyectar una solvencia excepcional al sector. A diferencia de las anteriores actuaciones, esta última reforma ha generado críticas de las cajas y de los grupos políticos, como el PP y CiU, que ya han anunciado que no están dispuestos a respaldar la convalidación del decreto si no hay cambios sustanciales en el texto conocido. A ninguno de ellos les satisfacen las grandes líneas del proyecto del Gobierno, que imponen con carácter general a las entidades un mínimo de capital de máxima calidad («core capital») del 8%, y del 10% en el caso de las cajas sin capital privado. O lo que es igual, se critica la diferencia y el agravio entre las condiciones para los bancos y las cajas, a las que se les exigen límites de capitalización más duros. La excusa del Gobierno es que la propia naturaleza jurídica de las cajas, sin propietarios identificados, así como la reciente reestructuración a través de las confusas fusiones frías, han configurado un escenario de duda sobre ellas, en particular en los mercados exteriores. Aunque esa percepción fuera cierta, el hecho de que se cambien las reglas de juego en detrimento de un sector fundamental de nuestro sistema financiero es algo que no se justifica fácilmente. Este trato desigual puede hacer pensar que el Gobierno juega a favor de que se pesque en este río revuelto. Que el Gobierno establezca también plazos cortos, sea septiembre o diciembre, para cubrir las necesidades de capitalización obligará a muchas cajas a la nacionalización con la entrada de dinero público del FROB para alcanzar el capital requerido. La conversión en bancos para atraer inversión privada ha sido una opción de algunas entidades, pero no supone una solución global. El decreto es un punto de desencuentro, lo que no es admisible cuando se aborda un asunto de este calado. La reforma del sector financiero demanda un consenso político suficiente como lo tuvieron las anteriores y en este caso no se da. Poner contra las cuerdas a las entidades con la enésima vuelta de tuerca regulatoria sin más salida factible que la nacionalización a costa del erario público provocará perjuicios notables, porque se restringirá el crédito a las familias y a las pymes, se resentirá el crecimiento y se aumentará la deuda del Estado, lastrado además con todo el riesgo de esas entidades.

La prioridad actual para las entidades financieras debe ser la de sanear sus balances, porque tienen instrumentos y capacidad para ello, que sería además una forma de asumir la responsabilidad por los errores en la gestión. Y después, buscar la capitalización privada necesaria sin nuevas cargas para el Estado. Sólo así podrá fluir un crédito saludable, que incentive la actividad y alimente la recuperación. Y todo ello con la debida transparencia y consenso.


La Razón - Editorial

Rubalcaba, el catalizador

Sorprende que la oposición asuma con tanta docilidad los criterios de Rubalcaba sobre lo acontecido en el bar Faisán, entre otros tantos asuntos. Sobre todo cuando esos criterios son que aquí no ha pasado nada, como siempre que se trata de Rubalcaba.

Alfredo Pérez Rubalcaba no muestra la más mínima preocupación por las perspectivas judiciales que se deducen del caso Faisán, y la acumulación de evidencias en torno a uno de los mayores escándalos de la democracia no parece suficiente para que el PP ejerza de forma activa sus funciones y cuestione al vicepresidente sobre su papel en el chivatazo a la red de extorsión de ETA o sobre su demora en satisfacer las peticiones judiciales en torno al 11-M. Esos dos asuntos forman parte de la agenda de la actualidad; aparecen un día sí y otro también en los medios y son fundamentales para desentrañar las posibles responsabilidades policiales y políticas en la ocultación y manipulación de pruebas. No se trata, por tanto, de historias ya prescritas, sino de expedientes en activo, de vigencia plena y cuyas consecuencias deberían haber incluido ya varias dimisiones, entre ellas las de Rubalcaba y su número dos, Camacho.

Tanto el 11-M como los contactos con ETA demuestran la tendencia innata del PSOE a la opacidad, su inclinación hacia los bajos fondos, su propensión a los atajos y su más absoluta falta de respeto por las formas y los cauces democráticos y legales. No hace falta remitirse al funesto episodio de los GAL para connotar al habilidoso Rubalcaba como uno de los principales artífices de una suerte de leyes de punto final sobre todo aquello que le incomoda, le afecta o le apunta directamente. La terca realidad sitúa al vicepresidente demasiado cerca de las zonas de penumbra, a un paso de las cloacas o en pleno chapoteo. La ausencia absoluta de explicaciones por su parte sobre los hechos ocurridos en torno al bar Faisán, en torno a un soplo a la banda terrorista para que evitara la caída de su aparato de chantaje, es un ejemplo palmario de impunidad política con extensiones judiciales.


Al vicepresidente parece bastarle un gesto para desactivar las iniciativas judiciales que puedan poner en riesgo sus planes. Basta con observar el itinerario del caso Faisán por la Audiencia Nacional para concluir en el más absoluto pesimismo respecto al esclarecimiento de lo sucedido y la atribución de responsabilidades. Rubalcaba no puede permitir que los manejos de la penúltima tregua afloren y menos ahora, cuando se está gestando el clima propicio para la legalización de la vieja Batasuna, lo que incluye nada sutiles presiones a los jueces por parte del propio vicepresidente y primer aspirante a sucesor. Lo singular es que le sobre con apelar a la paz para convertir a quienes exigen la verdad, además de memoria, dignidad y justicia, en cómplices de la perpetuación del terrorismo.

Afectado por su condición de químico, Rubalcaba exhibe grandes conocimientos sobre fotones y ondas, pero nada ha dicho de momento sobre la catálisis, que es una transformación química motivada por sustancias que no se alteran en el curso de la reacción. La sucinta definición evoca perfectamente el rol del vicepresidente en operaciones como las que se derivan de los contactos con ETA, tanto los presentes como los pasados, en los que el vicepresidente parece ejercer de catalizador sin que eso le acarree ninguna modificación sustancial tanto en estatus como en consideración. Otra cosa es que la transformación química que se intenta en este caso haya sido probada ya con ningún éxito.

Sería de una ingenuidad pasmosa aspirar a una clarificación sin paliativos del chivatazo en un país en el que hasta el Rey asume la imposibilidad, parece ser que metafísica, de llegar al fondo de asuntos como el 23-F y el 11-M, tal como se ha puesto de manifiesto en este diario. No obstante, sorprende que la oposición asuma con tanta docilidad los criterios de Rubalcaba sobre lo acontecido en el bar Faisán, entre otros tantos asuntos. Sobre todo cuando esos criterios son que aquí no ha pasado nada, como siempre que se trata de Rubalcaba. Sin embargo, de las declaraciones de los policías, de los informes periciales, de los números de móvil, de las contradicciones, de los testimonios recabados y de los mismos hechos se desprenden responsabilidades sobre las que él tendría que responder como poco en sede parlamentaria.


Libertad Digital - Editorial

La revuelta se acerca a España

Por su importancia estratégica para España, convendría reflexionar sobre las aspiraciones de Argelia sin pensar solamente en el gas.

TAL y como se preveía, las ondas sísmicas que partieron de Túnez y Egipto se extienden a lo largo del espacio árabo-musulmán. La difusión universal de la revuelta de la plaza Tahrir levantó un viento de revuelta que sopla ya en Argelia, en Yemen o en el mismo Irán, donde han vuelto a atreverse a salir a la calle los partidarios de la apertura que hace año y medio fueron aplastados a sangre y fuego. Igual que nadie en Occidente se extraña ya de que miles de jóvenes musulmanes reclamen el fin de un modelo basado en la opresión, desde Casablanca a Teherán, millones de personas se preguntan quién será el próximo en seguir la amarga ruta que ya han emprendido Ben Alí y Mubarak.

Este esperanzador proceso no será fácil, ni sucederá sin fuertes tensiones. No hay más que ver las dudas que prevalecen ante el futuro de un Egipto que hoy en día está siendo gobernado por el Ejército, o el éxodo masivo de tunecinos, que confían en cosechar los frutos de la revolución democrática marchándose en Italia. Por lo que respecta a España, es evidente que los dos focos de inquietud son Marruecos y, más a corto plazo, Argelia, suministrador energético de primer orden. Las admoniciones expresas de la Casa Blanca hacia el Gobierno de Abdelaziz Buteflika reclamando que no se use la fuerza contra la expresión legítima de los manifestantes recuerdan —palabra por palabra— las que se utilizaron en el caso de Egipto y Túnez para señalar que Estados Unidos prefiere apoyar a los demócratas que al viejo sistema.

Por su importancia estratégica para España, convendría reflexionar sobre las aspiraciones de la sociedad argelina sin pensar solamente en el gas, combustible que —dicho sea de paso— no dejó de fluir ni siquiera en los peores momentos de la guerra civil. Precisamente porque Argelia ya atravesó el infierno integrista en su primer intento fallido de apertura democrática, es más necesario que nunca que España contribuya a que prevalezcan las fuerzas democráticas de esa Argelia joven que espera un futuro mejor para su país, lejos del fanatismo religioso y del inmovilismo totalitario. Apoyándose en la represión policial, como hasta ahora, para Buteflika será muy difícil alcanzar el final de su mandato en 2014 sin aceptar una verdadera reforma democrática.


ABC - Editorial