viernes, 18 de febrero de 2011

Un Gobierno faisanado. Por José María Carrascal

La lógica del Gobierno Zapatero durante su primer mandato fue justo hacer lo contrario de lo que la lógica aconsejaba.

EL faisán neocelandés coloca sus huevos en montones de vegetales en descomposición para que se incuben solos, y alguien dejó un huevo en forma de teléfono móvil en el bar Faisán de San Sebastián, para advertir a los «cobradores» de ETA de que no se acercaran pues iban a ser detenidos. Con ello faisanaba, es decir pudría, a cuantos intervinieron en la operación, desde quien dio la orden desde arriba a los policías que la ejecutaron, sin olvidar a jueces y fiscales que quisieron darle el carpetazo. Se nos dijo que era para salvar las negociaciones con ETA. El ministro del ramo nos dice ahora que intentaba «impedirse que se rearmara durante la tregua de 2006». Explicación exotérica, pues ya me dirían ustedes cómo se impedía el rearme de la banda terrorista protegiendo a su red de extorsión. Eso más bien facilitaba su rearme.

Pero la lógica del gobierno Zapatero durante su primer mandato fue justo hacer lo contrario de lo que la lógica aconsejaba, lo que explica la penosa situación en que se encuentra, y nos encontramos, a más de que tenga que estar cambiando de arriba abajo su política, desde la terrorista a la nuclear, por no hablar ya de la económica, antes de que no nos hundamos del todo. Lo malo son esos huevos que ha dejado entre la basura, que apestan el ambiente, sin que haya forma de obviarlos. Con el agravante de que el ministro del ramo en aquel entonces es hoy el vicepresidente primero del gobierno y sucesor in pectorede Zapatero según todas las apuestas, aunque, conociendo al personaje, tampoco nos extrañaría que le haya puesto ahí para que reciba las bofetadas a él destinadas, en espera de uno de esos milagros que de vez en cuando ocurren cambie las tornas y pueda presentarse a las próximas elecciones. ¡Imposible!, me dirán algunos. Para las personas como él, no hay imposibles. Recuerden como lo tenía en 2004, y como acabó en la Moncloa. ¿Fue de lo que habló con Bono en esas dos horas que departieron a solas mientras llovían venablos en el Congreso? No creo, porque Bono también está faisanándose. Así que lo más probable es que el «número uno» quisiera simplemente quitarse de en medio mientras asaetaban en el pleno a su segundo, que según las malas lenguas, pronto tendrá que salir de la cámara no por el garaje, sino por las alcantarillas.

En su libro de cocina «La casa de Lúculo» —que convendría leyesen todos esos chefs de mucho plato y poca sustancia—, Camba remonta el faisanaje a la cocina china, colocándole en el límite de la civilización, «allí donde sólo una tenue línea, inapreciable para el bárbaro, separa la podredumbre del refinamiento».

En nuestro caso, quiero decir en lo que se conoce como «caso Faisán», diría que no alcanza esa línea, quedándose en la podredumbre.


ABC - Opinión

Sucesión. Impacientes y atolondrados herederos. Por Emilio Campmany

Lo que tendrían que hacer Bono y Rubalcaba es ponerse de acuerdo en matar al padre de una vez ya que, cuanto antes, mejor para todos, incluidos ellos.

A veces se oye decir que Zapatero es un pésimo gestor. Y no es verdad. Para ser malo en algo es requisito indispensable ser antes ese algo. Quien no conduce no puede ser un conductor torpe y quien no cocina no puede ser un cocinero sin gracia. Como Zapatero no gestiona, difícilmente puede ser un mal gestor. Lo de Zapatero no es la gestión, es la política. Por eso, a él las críticas le importan un higo y las oye como el que oye llover. De hecho, de la gestión se ocupan sólo los asesores de Moncloa y los ministros, todos ellos malos y encima huérfanos de dirección.

Mientras, el presidente se ocupa de la política. La política entendida como una actividad encaminada a desarrollar un determinado proyecto. Pero desarrollar un proyecto exige conservarse en el cargo desde el que poder desenvolverlo. A esto, a veces, hay que dedicarle muchísimo tiempo, pero es indispensable hacerlo porque, si uno se dedica a los proyectos y olvida guarnecerse de los adversarios políticos, el cargo se pierde y con él toda oportunidad de aplicar ninguna política.


Normalmente, la vigilancia de la propia silla ocupa el ochenta por ciento de la actividad de un político, pero hay temporadas de crisis, ataques e incertidumbre en las que hay que dedicar el ciento diez por cien del tiempo a ver el modo de mantenerse donde uno está. Zapatero, tras haber podido hacer algunas cosas conforme a su proyecto, ahora se ve obligado a estar todo el rato pendiente de mantenerse en su butaca. Y hete aquí que damos con el mejor Zapatero, el hábil titiritero que logra que cada cual se mueva y comporte como su mano y sus dedos le ordenan.

Aparenta estar abatido por una fatiga que no puede padecer, y simula estar vencido y dispuesto a retirarse para provocar que asomen los más impacientes herederos, que hoy ya sabemos que son Bono y Rubalcaba. Cada vez que uno de ellos parece sentirse lo suficientemente fuerte como para dar un paso al frente, levanta el vuelo un faisán o se ilumina un ático y el postulante recibe un bastonazo que le hace agachar la cabeza. Entonces, quien de los dos se nota peor colocado se esfuerza más que nadie para que Zapatero aguante unos meses más, a ver si para entonces ha pasado la tormenta y su opción se ha recuperado. Restañadas las heridas, es el otro, que se siente ahora más débil, quien apuntala a Zapatero y se afana en alargar su mandato para dar ocasión a que llegue otra hora en la que sea su nombre el mejor colocado. Cuando Bono ríe, es Rubalcaba el del gesto serio. Y cuando éste enseña sus caballunos dientes tras una amplia sonrisa, es el otro quien tuerce el gesto y frunce el ceño. Los dos espabilados creen que tratan con un lerdo y no se dan cuenta de que es el estólido quien los maneja a ellos como si fueran marionetas. Contradiciendo a Forrest Gump, podría afirmarse que no es necesariamente tonto quien dice tonterías.

Lo que tendrían que hacer Bono y Rubalcaba es ponerse de acuerdo en matar al padre de una vez ya que, cuanto antes, mejor para todos, incluidos ellos. Y luego, batirse en duelo con las reglas de caballeros que suelen gastar en el PSOE, a sartenazo limpio y a quién Dios se la dé, San Pedro se la bendiga. Sería un bello espectáculo.


Libertad Digital - Opinión

Multiculturalismos. Por Hermann Tertsch

Quienes vengan han de integrarse, disolverse en la sociedad nacional.

EL primero de los actuales gobernantes europeos en reconocer públicamente el desatino y el desastre fue ella, Angela Merkel. Y se le echaron de inmediato encima todos los basiliscos de la «bienpensancia», los irredentos glosadores del «buen salvaje» y los defensores de la tolerancia hacia todo menos lo propio. «Un giro a la derecha», «vuelve el mensaje ultraderechista» o «retorno al supremacismo» fueron algunas de las perlas retóricas que recibieron con escándalo la declaración de quiebra del modelo del multiculturalismo hecha por la canciller alemana. Todos los sumos sacerdotes del relativismo cultural y moral clamaron contra el supuesto retroceso que supondría declarar en quiebra ese modelo, según ellos incuestionable, que viene a proclamar que toda idea, toda religión, toda forma de vida, toda costumbre y cultura son iguales de valiosas y defendibles y por tanto equiparables. La evidencia de que hay ideas mejores que otras, costumbres mejores y peores —y algunas claramente nocivas o peligrosas— y culturas incompatibles con nuestras libertades, ha sido reprimida implacablemente por una corrección política que ahora toca desmantelar.

Los grandes países europeos ya han llegado a esta conclusión y se disponen ahora a tomar medidas para intentar mitigar el desaguisado. Y corregirlo después. Esta batalla cultural puede ser la más importante de este siglo sobre tierra europea. Merkel abrió el fuego. La han seguido el presidente francés, Nicolás Sarkozy, y el primer ministro británico, David Cameron. Ambos han anunciado que se han de acabar los juegos sociales que, por pura pereza, dejación o veleidades ideológicas de décadas pasadas, asumieron valores traídos por la emigración que socavan los de la democracia occidental. Probablemente el más afectado de todos por la irracionalidad de este fenómeno que ya se prolonga más de medio siglo sea David Cameron. Las peculiaridades de la inmigración del Reino Unido como antigua potencia colonial son muchas. Son ya demasiado evidentes los efectos desastrosos que sobre la cohesión de esta sociedad ha tenido la creación de guetos étnicos y religiosos. Su aislamiento cultural y la falta de toda exigencia de adaptación a los modelos de comportamiento y sistema de valores de la sociedad que los acogía han provocado un desapego de las nuevas generaciones de origen inmigrante que en vez de disminuir, aumenta. Cameron ha anunciado que se implantará la exigencia de aceptación de un código de conducta y el respeto a un sistema de principios. Para lo que es fundamental que toda la sociedad se implique. Abandonando la falsa tolerancia de la indiferencia. La sociedad que acoge dicta las normas.

Sarkozy ha sido aun más contundente. «Estamos pagando ahora la inexistencia de un gran debate nacional sobre la inmigración (…) en el siglo pasado. Con el Islam y la laicidad ocurre algo parecido. Es nuestro deber plantear estos problemas con claridad para evitar se conviertan en problemas podridos dentro de unos años». Sin duda va a ser el trato del islam en la sociedad laica occidental el problema capital. Y Sarkozy ya ha advertido que Francia no aceptará ninguna imposición musulmana en su sociedad. Otros deberíamos ir planteándonos esto con la misma claridad. Por el bien de todos y para ser justos con los inmigrantes que no deben albergar falsas expectativas. Quienes vienen a Europa buscando libertad, prosperidad o ambas cosas vienen huyendo de países y sociedades que carecen de lo uno y lo otro. No pueden pretender implantar aquí modelos de las sociedades fracasadas, pobres y cautivas de las que huyen. Quienes vengan han de integrarse, disolverse en la sociedad nacional. Quien no esté dispuesto a ello debe evitar venir. Sarkozy, Merkel y Cameron son conscientes de este problema. ¿Lo es alguien aquí?


ABC - Opinión

Película. Garzón Superstar. Por Cristina Losada

Kosslick, que prácticamente oía hablar de Garzón –y a Garzón– por vez primera, trazó esa muy discutible analogía entre la barbarie del Tercer Reich y las atrocidades de una guerra civil sobre el barro común del ajuste de cuentas con el pasado.

El Festival de Cine de Berlín escuchó a Baltasar Garzón, filmado por Isabel Coixet, con gran respeto y credulidad infinita. Es sabido que un "documental" dice siempre la verdad y toda la verdad. Por principio. La cinta tuvo el honor de contar con la presentación del director del festival, Dieter Kosslick, quien nos servirá de guía en la perplejidad. Y es que tras reconocer que apenas tenía algún conocimiento previo de las andanzas del juez, se manifestaba así después de visionar la película: "Para nosotros, que tardamos 60 años en ajustar cuentas con el Holocausto y los crímenes nazis, es increíble que un país que conocemos tan bien, un país de la UE, pase por esto". Sí, a algunos también nos parece increíble que en un país que conocemos tan bien, en un país de la UE, se tome a España por una democracia de tercera.

Kosslick, que prácticamente oía hablar de Garzón –y a Garzón– por vez primera, trazó esa muy discutible analogía entre la barbarie del Tercer Reich y las atrocidades de una guerra civil sobre el barro común del ajuste de cuentas con el pasado. Como los alemanes, a su juicio, tardaron sesenta años –que ya es tiempo– en "comprender" el suyo, mutatis mutandis, los españoles han de tener enormes dificultades para digerir su propia historia. En suma, una proyección completa la que realizaba el jefe de la Berlinale, desde la premisa incierta de que hasta la intervención de Garzón, en España nada se había querido investigar sobre la Guerra Civil y el franquismo. ¡Como si Garzón hubiera investigado! Hasta para un alemán es de una ingenuidad pasmosa. Valga como posible excusa que allí ha de ser impensable un carrerón como el del juez superestrella.

España ajustó cuentas con su pasado, por decirlo con la horrenda frase, del único modo que puede hacerlo un país que se quiera civilizado: mediante un acuerdo de reconciliación, que es un pacto de olvido desde la memoria. Hace más de treinta años se hizo. Nadie lo cuestionó. Tampoco los socialistas. Hasta que despertaron a la bestia, por cálculos cínicos y oportunistas, instante en que Garzón se subió al carro deprisa. Creer que se le persigue por antifranquista –será sobrevenido– equivale a acusar a las instituciones españolas y al Tribunal Supremo, en concreto, de connivencia con el franquismo. Y ahí topamos con el tufo ofensivo, paternalista, despreciativo, que desprende la visión de la realidad española que mantienen ciertas gentes europeas. Muy progresistas ellas, piensan que España aún tiene manchas, sigue infectada por su pasado y ocupa un escalón inferior al de sus propios países. Pero a estas alturas de la película no es España, sino Garzón quien tiene que ajustar sus cuentas.


Libertad Digital - Opinión

Populismo bunga bunga. Por Ignacio Camacho

A «Berlusca» lo quieren lapidar por putero después de haberle consentido prostituir el Estado y la política.

A Berlusconi lo han agarrado al fin «por do más pecado había», al sur del ombligo, engolfado con menores, y lo va a intentar sacar del poder un tribunal de mujeres porque parece que no hay modo de echarlo por la vía política. Además de una sociedad anestesiada por el monopolio televisivo y enferma de pancismo —hasta la Iglesia miraba para otro lado ante sus orgías bunga bunga aplicando una pragmática teoría del mal menor—, a Berlusca lo ha venido sosteniendo la falta de alternativas de una izquierda fraccionaria entregada al cainismo entre sus propias filas e incapaz de construir una respuesta creíble a su populismo de viagra. Su éxito, como el de todos los aventureros y outsiders, es el fracaso de la política convencional y de una clase dirigente ensimismada en la que el pueblo sólo encuentra los rasgos de una casta de vividores. Vividor por vividor, la gente prefiere a uno que al menos no lo oculte.

En el berlusconismo hay trazas de una patología social que ya ha empezado a asomar en España a través de esas encuestas en la que los ciudadanos identifican a los políticos como un problema. Cuando el Estado italiano entró en colapso por la corrupción masiva y los partidos tradicionales implosionaron hasta provocar la refundación del sistema, Il Cavaliere irrumpió con una propuesta populista que se llevó de calle los votos de una ciudadanía cansada de engaños. Luego fue levantando un régimen de corte autoritario a su medida; apoyado en el fútbol, en las televisiones, en los federalistas del Norte y en el mundo financiero, edificó un poder personalista e invasivo que iba a culminar con la inmunidad procesal hasta que le han pillado en el renuncio del puterío con niñas. Ese proceso se produjo aquí a pequeña escala en la Marbella de Gil, donde la gente se fue en masa detrás de un tipo atrabiliario que resolvía problemas cotidianos a cambio de que le dejasen robar a gusto. Si no hubiera sido por los jueces, los malayos todavía estaban trincando a sus anchas con la aquiescencia popular. En Marbella, como en Italia, el experimento bananero fue posible por la descomposición previa de la política clásica, cuyos agentes se habían viciado en una burbuja tan corrupta como lo que vino después, pero encima ineficaz. Berlusconi es como un Gil más refinado, sin guayabera, al que todo el mundo reía las gracias hasta que de pronto estalla el escándalo y la sociedad se rasga hipócritamente las vestiduras aparentando fingir que nadie sabía la clase de truhán al que había entregado por conveniencia el liderazgo. Ahora, presos de un arrebato súbito de moralidad, quieren lapidar al putero después de haberle consentido prostituir el Estado.

En la crisis italiana hay una lección que aprender. Y es que ese peligro de aventurerismo sin retorno está siempre latente en el desprestigio progresivo en el que se precipita la actividad pública.


ABC - Opinión

Ilegalización de Sortu, ya

Los informes de la Guardia Civil y de la Policía Nacional sobre Sortu han confirmado lo que era una evidencia sólo negada por los ingenuos o los malintencionados. Lo han hecho con una batería de pruebas que demuestran que la nueva marca proetarra es una continuación de Batasuna y que, por tanto, incumple la Ley de Partidos. Los documentos y datos aportados por las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado han sacado a la luz el iceberg que escondía a duras penas el protagonismo activo en este proceso de las caras batasunas de siempre. Los Rufi Etxeberria, Iñigo Iruin, Joseba Permach, Tasio Erkizia o Marian Beitialarrangoitia han sido y son representantes de un colectivo dependiente y sumiso a las órdenes de ETA. Sus discursos tampoco han sido sustancialmente distintos a los que han desarrollado en cada ocasión que se han jugado la presencia en unas elecciones o cuando la coyuntura terrorista así lo ha demandado. Su rechazo de la violencia no ha sido otra cosa que una argucia por imperativo legal para burlar la norma, pero ni existió condena de ETA, ni de su historia ni de sus asesinatos. Al contrario, fueron y son justificados como actos imprescindibles para alcanzar las metas. Como olían y hablaban como batasunos, debían de ser batasunos. Una lógica aplastante que la Guardia Civil y la Policía, en un impecable y rápido trabajo, han sostenido documentalmente con textos de la banda terrorista, que prueban que Sortu es un «instrumento de Batasuna» al servicio de ETA. La banda había planeado con detalle el proceso con una nueva marca que pudiera concurrir a las elecciones. Además, los informes policiales ponen el acento en la abrumadora presencia de portavoces, dirigentes e incluso alcaldes y concejales de los distintos sucedáneos de Batasuna, ya ilegalizados. Y van, además, un paso más allá para adelantarse a los futuros movimientos del entramado terrorista cuando concluyen que el acuerdo estratégico de Batasuna y EA «no puede considerarse ajeno a ETA». Después de las aportaciones de la Guardia Civil y de la Policía, pensamos lo mismo que cuando los proetarras y la propaganda nacionalista, con la colaboración impagable de aliados como Jesús Eguiguren, deslizaron el mensaje de que la izquierda abertzale se había distanciado para siempre de ETA y que el terrorismo tocaba a su fin. Entonces, defendimos que se trataba de la enésima maniobra tramposa y hoy insistimos en que es una estratagema para burlar la Ley, lo que ha sido refrendado por los hechos. El Gobierno, superada la fase dubitativa y peligrosa, ha anunciado que Sortu no podrá ser legal y los tribunales disponen de la suficiente carga inculpatoria para que el caso no admita duda. Sortu debe ser ilegalizado cuanto antes para que el Estado de Derecho no se distraiga y esté atento a los nuevos planes de ETA para participar en los comicios. Todos ellos deben fracasar mientras no se dé la única condición que demostraría que estamos en una nueva etapa: la rendición de la banda y la asunción de sus responsabilidades, incluida la condena a su historia. Sólo así será creíble que no hay tutela de los pistoleros.

La Razón - Editorial

También Bahréin

La revuelta en el minúsculo país árabe del Golfo tiene decisivas implicaciones globales.

El desafío al viejo orden despótico se extiende imparable por los países árabes, después de derribar los regímenes de Túnez y Egipto. Pero en pocos sitios de los muchos candidatos potenciales entre el Mediterráneo y el Índico tiene la revuelta tantas implicaciones geopolíticas como en el minúsculo Bahréin, el país más pequeño del golfo Pérsico, de escasa relevancia petrolera y donde poco más de un millón de personas, de rotunda mayoría chií, llevan 40 años -desde la independencia británica- sometidas a una corrupta dictadura familiar de credo suní.

La protesta, en su cuarto día, dejó ayer tres muertos y centenares de heridos a manos de la policía en Manama, la capital, donde el Gobierno de la dinastía Al Jhalifa ha sacado los blindados del Ejército para aplastar una rebelión que también aquí, además de con la discriminación sectaria, tiene que ver con la opresión y la falta de libertad. Bahréin es el más vulnerable de los Estados árabes, en una zona donde el petróleo tapa el yugo político. Y su estabilidad resulta preciosa tanto para Estados Unidos, crecientemente alarmado, como para el vecino peso pesado saudí, el mayor productor mundial de crudo, solo a unos pocos kilómetros, y donde también los chiíes, minoría aquí, son ciudadanos de segunda.


Bahréin no solo es un centro financiero regional y Estado vasallo de la monarquía feudal saudí, que apoya a ultranza política y económicamente a los Al Jhalifa. Es también la base de la V Flota de EE UU, el ariete naval con que Washington contrarresta la influencia de Irán, la potencia chií, y protege las instalaciones petrolíferas saudíes y las rutas de las que depende la exportación del crudo. Pocos escenarios revisten para Washington y Riad tal carácter de pesadilla como el eventual ascenso en Bahréin del poder político chií. Un triunfo que la monolítica monarquía saudí no contemplaría de brazos cruzados. Riad, que ha perdido en Hosni Mubarak a un aliado regional clave, no está en condiciones de permitir que la revuelta en su minúsculo y vecino Estado cliente empuje a las calles a su propia y sometida minoría.

Barack Obama, tras Túnez y Egipto, se enfrenta en Bahréin a otra envenenada alternativa en el mundo árabe. O protege a ultranza los enormes intereses estadounidenses en la región, apoyando a regímenes despóticos, multiplicando exponencialmente el odio popular a la superpotencia y a riesgo de otorgar a Teherán cada vez mayor protagonismo; o, por el contrario, deja que los acontecimientos sigan su curso y acepta que el cambio, gradual o no, es imparable. La segunda opción, la única decente, implica admitir el fracaso de una miope y lucrativa política imperial, tanto estadounidense como europea, que durante décadas ha considerado inmutable y petrificada una zona del planeta, a cuyos pasivos habitantes -ahora en sorprendente efervescencia por su dignidad- se les suponía una querencia genética por las tiranías.


El País - Editorial

Así en Sevilla como en Valencia

La solución no pasa porque en Libertad Digital y otros medios callemos ante lo que sucede en Valencia. Pasa porque otros medios miren Sevilla siquiera con una décima parte de la atención que dedican a otras latitudes.

Desde que la cacería de Garzón, Bermejo y JAG terminó en las manos de jueces de verdad, el caso Gürtel ha pasado a formar parte del paisaje político valenciano y nacional, ocupando portadas de periódico, abriendo telediarios, rellenando su cuota del debate público y obligando a ceses y dimisiones en el PP. Como debe ser. Pero, desgraciadamente, no todos los casos se examinan con la misma atención crítica.

La tela de araña andaluza demuestra en qué se termina convirtiendo una sociedad cuando sus políticos se saben seguros en sus cargos y con la suficiente confianza en que sus actos jamás tendrán consecuencias judiciales. Con la prensa domesticada, a salvo de la crítica, y con una ciudadanía a la que mayoritariamente no parece importarle lo suficiente que la roben a mansalva. Desde asuntos como esa costumbre tribal de colocar a todos los militantes y familiares posibles en la nómina pública al escándalo Mercasevilla, las corruptelas denunciadas e investigadas en Andalucía siempre han sido más numerosas y descaradas que cualquier cosa que haya podido hacer el PP, y el PSOE, en cualquier otra región española.


Ahora se ha descubierto que la Consejería de Empleo de la Junta de Andalucía disponía de un "fondo de reptiles" de casi 650 millones de euros con el que subvencionaba los Expedientes de Regulación de Empleo –es decir, los despidos masivos– de las más variadas empresas. Entre los supuestamente despedidos empezaron a aparecer personas que jamás habían trabajado en esas compañías. Personas relacionadas con el hegemónico PSOE, sin cuya aquiescencia no se mueve un papel en Andalucía.

Pero los ciudadanos no están informados de esta trama como lo han estado del caso Gürtel. A ello contribuyen dos factores. El primero es la mayor capacidad crítica que en general muestran los medios de derechas con los políticos que representan a sus lectores, y su menor tolerancia a la corrupción de los mismos. No hay más que ver la clamorosa diferencia entre el extenso tratamiento que se ha dado a las andanzas de Correa y los suyos en esos medios y las parcas menciones –cuando las hay– a los casos que manchan a Chávez, Griñán y los suyos en los medios de izquierdas. La abrumadora superioridad mediática de la izquierda permite que casos como éste, de mucha mayor cuantía que las más exageradas cuentas que se han sacado sobre Gürtel, permanezca fuera del escrutinio de buena parte de los españoles.

La solución, claro, no pasa porque en Libertad Digital y otros medios callemos ante lo que sucede en Valencia. Pasa porque otros medios miren Sevilla siquiera con una décima parte de la atención que dedican a otras latitudes. Pero parece mucho pedir.


Libertad Digital - Editorial

Jugando a enigmas

Zapatero se ha convertido en sinónimo de confusión, ambigüedad e inseguridad no solo para los ciudadanos, sino también para su Gobierno.

LA reunión de Rodríguez Zapatero con el presidente del Congreso de los Diputados, José Bono, en el despacho de este durante casi dos horas, ha alimentado todo tipo de especulaciones, probablemente muchas de ellas infundadas, pero todas apoyadas en lo insólito del acontecimiento. Cualquier cosa que diga o haga Zapatero va a ser analizada milimétricamente para ponerla en relación con su futuro político a corto plazo, en concreto con su decisión de ser o no de nuevo el candidato socialista a la presidencia del Gobierno. Y si en este cultivo de rumores aparece la figura de José Bono, siempre cerca de cualquier movimiento de nombres para la candidatura socialista, lo lógico es que se inicie una cadena de interpretaciones sobre lo que trataron en esa reunión. Por otro lado, Zapatero abona este contexto personal que se ha creado de especulaciones, convirtiéndose en un político incierto y desdibujado. Ya lo demostró cuando anunció que un miembro del PSOE sabía su decisión. Por tanto, confirmó que había una decisión sobre su continuidad y puso a los medios tras el rastro del anónimo depositario del misterio. Ahora, Zapatero ha pretendido despachar su encuentro con José Bono explicando que trataron del «calendario legislativo». Con tan ambigua referencia es posible deducir que hablaron de los proyectos legislativos pendientes, o de la intención de algunos ministerios de utilizar los procedimientos de urgencia para algunas leyes, o, por qué no, de la disolución anticipada de las Cámaras, que también sería «calendario legislativo». En todo caso, no parece que sea propio de un presidente del Gobierno meterse en el despacho del presidente del Congreso para tratar estos temas, menos aún si son cuestiones técnicas de puro procedimiento legislativo. Para eso tiene un ministro de la Presidencia y un secretario de Estado de Asuntos Constitucionales y Parlamentarios. Como era previsible, Bono no perdió la ocasión de situarse en el epicentro de las informaciones con la sugerente frase dirigida a los periodistas: «Hemos hablado de lo que ustedes se imaginan».

La situación del país exige de Zapatero que mida mejor sus gestos y sus palabras, porque su debilidad política no es la condición más apropiada para promover juegos de frases crípticas, menos aún si su interlocutor es José Bono. Zapatero se ha convertido en sinónimo de confusión, ambigüedad e inseguridad no solo para los ciudadanos, sino también para su Gobierno y para su partido, que no sabe a qué carta está jugando su secretario general. Entre tanto, Zapatero sigue jugando a los enigmas.


ABC - Editorial