jueves, 24 de febrero de 2011

Contra manifestantes sin armas. Por Darío Valcárcel

Un profesor de Trípoli hablaba con suma cautela: no nos han dejado más salida que la sublevación.

LAS fuerzas de Muamar el Gadafi han dejado centenares de muertos sobre el suelo de Libia. Desde los helicópteros se cazaban manifestantes. También en Bahrein, el ejército ha disparado con fuego real. El viernes, millares de jóvenes enterraban a cuatro de sus compañeros: cuando volvían del cementerio los militares abrieron fuego, tres muertos, decenas de víctimas en estado crítico, 300 heridos de bala. Los hospitales de Manama, desbordados, recibían ofertas de transfusiones. La administración se indignaba. ¡Nada de privilegios!

Bahrein es una de las cinco monarquías del Golfo, al este de Arabia Saudí, enfrentada a Irán. Desde el fin del protectorado británico, 1971, Bahrein es una monarquía. El rey es hombre poco dotado para la información. Un colega suyo, Luis XIV, dijo hace 300 años que en un monarca eran indispensables el sentido común y la buena información. Varios hechos complican la situación en el golfo Pérsico. La V Flota de Estados Unidos, destinada desde hace decenas de años a vigilar la costa iraní, tiene su base en Bahrein. Desde allí dos portaaviones y casi 50 buques recorren el Golfo 365 días al año. Bahrein no es una pieza indispensable, pero la US Navy andará con pies de plomo. También la Casa Blanca. El viernes último, Barack Obama telefoneaba al rey de Bahrein: «La estabilidad va unida al respeto de los derechos universales del pueblo de Bahrein y del proceso de reformas».


Cientos de kilómetros al Oeste, en el África mediterránea, el ejército de Gadafi tiraba contra los manifestantes mientras bandas de sicarios, de paisano, mataban sospechosos. Gadafi parece no entender, o no importarle, la nueva realidad: las escenas en que se mezclan gritos de heridos con ráfagas de ametralladora se distribuyen de inmediato en el planeta. Un profesor de Trípoli, 50 años, hablaba con suma cautela: no hay más salida que la sublevación, años y años de violencia y pobreza extremas no nos dejan otra alternativa.

Las noticias sobre Argelia y Marruecos son especialmente confusas. El paro juvenil argelino, sin subsidio, supera el 50 por ciento. Marruecos tiene una clase media más conectada y más resistente. La monarquía marroquí peligrará, sin embargo, sin reformas inmediatas. Las emprendidas por Hassan II resultan hoy inconexas. El proceso de reforzamiento de las instituciones lleva años atascado. Desde su llegada al trono en 1999, Mohamed VI ha logrado avances en un asunto clave, el estatuto de la mujer. Ha revocado la injusta adjudicación de la herencia paterna —solo la mitad de lo asignado al hijo varón se reconoce a la hija— y ha modificado las condiciones del divorcio. Frente a 32 millones de marroquíes, 35 millones de argelinos. Los bereberes del norte de Marruecos plantean reivindicaciones apremiantes: sociales, políticas, lingüísticas. Marruecos, debe reconocerse, no ha cargado con el durísimo pasado de guerra colonial de su vecina Argelia en los años sesenta; ni con una segunda guerra en 1991, contra el islamismo del FIS. Marruecos ha sido duro, pero no sangriento. La monarquía ha respetado más a sus súbditos de lo que los militares argelinos han respetado a los suyos.


ABC - Opinión

Crisis energética. Un escenario energético dantesco. Por Emilio J. González

No sé si los riesgos potenciales que amenazan a nuestro país en materia de energía llegarán a materializarse o no. Pero basta con que uno de ellos se haga realidad para que a la grave crisis económica que ya padecemos se superponga una segunda.

Decía John Lennon que la vida es lo que te pasa mientras haces planes. Es lo que le está ocurriendo a Zapatero con la economía. El presidente del Gobierno llegó a La Moncloa en 2004 con la cabeza llena de planes de corte ideológico para cambiar España de arriba abajo, entre ellos el de convertirnos en el país ‘verde’ por excelencia, firmando la sentencia de muerte de la energía nuclear y apostando, a cambio, por transformarnos en el paraíso de las energías renovables. De esta forma, se embarcó en una política energética que, lejos de atacar de raíz los problemas en este sentido de nuestra economía, y sin tener en cuenta los principios básicos de toda estrategia energética sensata en el siglo XXI, se dedicó a planificar y ejecutar lo que tenía en mente, sin querer asomarse lo más mínimo a la realidad. Ahora, esa realidad autónoma de la voluntad de ZP ha seguido su curso y puede poner a España en una situación energética y económica más difícil de lo que ya está.

Nuestro país tiene una dependencia del petróleo y del gas muy elevada. El 75% de la energía que consumimos tiene ese origen, pero en España no producimos ni petróleo ni gas, con lo que nuestra dependencia del exterior es, también del 75%, frente al 50% del promedio de la Unión Europea. Esto no es nuevo; siempre ha sido así porque el modelo de desarrollo económico español ha sido intensivo en el consumo de energía, lo mismo que en el resto de Europa. Pero mientras al norte de los Pirineos tuvieron muy claro que había que reducir la dependencia del ‘oro negro’ y apostaron por la energía nuclear, aquí llegaron los socialistas al poder en 1982 y pararon todos los planes. Y mientras en el resto de la UE ya se están construyendo nuevas centrales nucleares, aquí seguimos cerrándolas aunque todavía tengan vida útil, para sustituirlas por los molinos y las placas solares que, ni de lejos, aportan en conjunto tanta energía como las centrales nucleares.


Pues bien, con este panorama, ahora llegan las revueltas políticas que están teniendo lugar en Oriente Medio y el norte de África, donde se encuentran nuestros principales abastecedores de petróleo y gas. Y las incertidumbres en torno al resultado de los acontecimientos que se están desarrollando en esas naciones está disparando el precio del petróleo, sin que nadie tenga nada claro qué va a pasar allí al final. Pero, mientras tanto, las amenazas ya empiezan a cernirse sobre la economía mundial en general y la española en particular. La primera cuestión es si los hechos que están teniendo lugar en Egipto van a implicar un posible cierre del Canal de Suez. Si se materializa esta posibilidad, el coste para la economía española será de medio punto que se restará al crecimiento, a causa de los mayores costes de transporte derivados de que los petroleros tengan que circunvalar todo África para llegar a nuestras costas. Ese coste puede devolvernos a la recesión y acelerar nuevamente la destrucción de empleo. A ello hay que añadir que si el petróleo no ya sigue subiendo sino que tan sólo se mantiene a los precios que ha alcanzado estos días, el impacto inflacionista será inmediato, lo que provocará o nuevas pérdidas de competitividad si los salarios se adaptan a ello, lo cual sería un grave error, o menos poder adquisitivo y menores resultados empresariales y, por tanto, menos consumo, menos inversión, menos empleo, menos crecimiento económico y más paro. Y, además, con la amenaza de que el Banco Central Europeo tenga que subir los tipos de interés para atajar cualquier presión inflacionista, lo que no sólo agravará nuestros problemas de naturaleza macroeconómica, sino que colocará nuevamente a muchas familias endeudadas hasta las cejas con su hipoteca en una situación muy difícil que puede suponer todavía más duros golpes a un sistema financiero español ya de por sí bastante maltrecho. Vamos, que nos metemos de nuevo plenamente en la segunda oleada de recesión y de crisis de las cajas de ahorros cuando todavía no hemos terminado de superar la primera. Y eso por no hablar de cómo vamos a pagar la energía que importamos con los problemas tan serios que tenemos de balanza de pagos.

Si este panorama ya es de por sí bastante deprimente –¿qué no lo es con la economía española en la era ZP?– pensemos ahora en lo que puede ocurrir si, simplemente, alguno de los protagonistas de los conflictos de estas semanas deja de exportar petróleo o gas, o si los problemas se extienden a Argelia, de donde procede alrededor del 50% del gas que consumimos. Este escenario dantesco no sólo implicaría precios astronómicos de los hidrocarburos, con sus terribles consecuencias macroeconómicas; implicaría también incluso un posible desabastecimiento del mercado español hasta que se encontraran proveedores alternativos, lo cual no es tan sencillo ni lleva tiempo. El peor de los escenarios posibles, por tanto, es terrible, infernal. Pero nada de esto tendría por qué suceder si Zapatero hubiera seguido los dictados que marca la política energética internacional del siglo XXI.

Esa política se caracteriza por la combinación de tres principios: la seguridad en el abastecimiento, precios que no estrangulen el crecimiento económico y respeto al medio ambiente. La energía nuclear cumple perfectamente con los tres. Sin embargo, a Zapatero no le ha preocupado nada más que el tercero, y de forma ideológica y sesgada, y en lugar de dedicarse a trabajar por la reducción de nuestra dependencia energética del exterior a través de una apuesta clara por el átomo, como está haciendo el resto de la Unión Europea, se ha dedicado a jugar al ecologismo mal entendido con la promoción de las energías más caras de todas, las renovables, que no constituyen, ni de lejos, alternativa válida alguna a la nuclear.

No sé si los riesgos potenciales que amenazan a nuestro país en materia de energía llegarán a materializarse o no. Pero basta con que uno de ellos se haga realidad para que a la grave crisis económica que ya padecemos se superponga una segunda de igual magnitud. Esperemos que no sea así. Esperemos, también, que ahora que estamos viendo de verdad las orejas al lobo los políticos se dejen de demagogias de una vez por todas y apuesten abiertamente por la energía nuclear, ya que Zapatero se niega a hacerlo.


Libertad Digital - Opinión

El tocino y la velocidad. Por Fernándo Fernández

Noto un tono agrio, la crisis del Magreb se ha llevado por delante el poco apetito por el riesgo que quedaba.

LA apropiación del 23-F que hizo Zapatero para evitar responder a Rajoy es inaceptable. Más aún para un presidente de Gobierno que ha hecho de superar la Transición su seña de identidad. Un pacto impuesto, recordemos sus palabras. Confundir el culo con las témporas es propio de alguien que ha perdido el sentido de la realidad, característico de un responsable político que no entiende nada de lo que está pasando en el mundo. La que iba a ser la legislatura de la conjunción planetaria se ha convertido en un suplicio. Hasta se le rebela Carmen Chacón, con lo que ha hecho nuestro líder por Cataluña y por esa generación de jóvenes insuficientemente preparados que ha aupado hasta las más altas cotas de su incompetencia. Pero no podemos sorprendernos: si algo ha caracterizado este socialismo posmoderno ha sido su insoportable incoherencia y levedad.

Escribo desde muy lejos. Me he pasado el día preguntando por la imagen de España. Ha debido de ser la noticia del Consejo de Competitividad que algunas grandes empresas españolas se han decidido tardíamente a constituir después de ver impávidamente cómo España se convertía en la enferma de Europa ante su silencio brechtiano, pero el ejercicio de masoquismo ha sido revelador. Los pocos que saben de qué les hablo —no nos engañemos, preocupan mucho más los goles de Ronaldo o Messi— no acaban de entender a qué jugamos, cómo hemos podido dilapidar el inmenso caudal de buena voluntad con el que contábamos en todo el mundo emergente. ¿Cómo es posible que lo hayan hecho ustedes tan mal si lo tenían todo a su favor? ¿Cómo han podido ser tan ignorantes de lo que estaba pasando? ¿De verdad se creían ustedes que se podían librar de una crisis bancaria con una burbuja inmobiliaria tan evidente? Intento convencerles que no somos tan ingenuos, que quizás haya sido deliberado, que el PSOE ha reaccionado como hizo el tardofranquismo a la primera crisis del petróleo —no hay espacio político para el ajuste económico, inventémonos una historia que vender—, como están haciendo los líderes árabes ante el despertar de la población civil. Noto entonces que pierdo a mi interlocutor, que se va con su copa a otro lado, a otro país que le atraiga, dejándome con mi copla aprendida en la boca.

Me temo que es lo que le puede pasar a estas empresas si no ajustan su discurso a la percepción de la realidad. Al mundo no le interesan nada nuestras batallas provincianas por salvar la nacionalidad de las Cajas de Ahorros; bastante tiene con entender la que está cayendo también en Corea con esas misma instituciones de crédito. Le aburre sobremanera nuestro provincianismo, no hay colega que no te cuente algún chascarrillo de la última visita de promoción de alguna Comunidad Autónoma. Los más enterados, siempre hay un listillo en todo cóctel, te preguntan directamente cuándo va Zapatero a prohibir a Cataluña que se siga endeudando para que Spanair sustituya a Ryanair en Gerona, cuándo va el Banco de España a tratar a las Cajas catalanas como al resto, las gallegas por ejemplo, incluida la intervención si es necesaria, cuándo vamos a dejar de hacer demagogia con las nucleares. Cuando les pido paciencia y confianza en la conversión de nuestro presidente, los que no se van directamente a por otra copa me sueltan sin tapujos que paciencia la suya, que llevan siete años creyendo que España era otra cosa. Noto un tono crecientemente agrio, la crisis del Magreb se ha llevado por delante el poco apetito por el riesgo que quedaba entre inversores maleados. Leo la prensa española y veo al personal preocupado por Belén Esteban, y al Gobierno, entretenido con la tinta del calamar mientras arde el patio trasero y no tenemos ni para comprar una regadera.


ABC - Opinión

Horas contadas de un beduino con gorra de jefe de estación. Por Antonio Casado

Cuando compraba con caballos la sonrisa cómplice del llamado mundo civilizado, el líder de la Revolución, el padre de los libios, el gran beduino con gorra de jefe de estación, Muamar el Gadafi se paseaba por Europa con su jaima portátil como esas estrellas que exigen hoteles sin ascensor, cortinas amarillas en el cuarto y agua mineral para llenar la bañera.

En esta orilla de las tres colinas, nuestros gobernantes le reían las gracias y hallaban en el exotismo la coartada perfecta para seguir mirando hacia otro lado. Más o menos como sigue ocurriendo ahora con la China de Hu Jintao, cuyo exotismo consiste en pasarse los derechos humanos por el arco del triunfo. Si Libia tiene la llave de las mayores reservas de hidrocarburos de Africa, la China comunista es el poderoso acreedor de los Estados Unidos y, por tanto, tiene la llave de la estabilidad monetaria del bloque occidental. Quieto todo el mundo, que diría nuestro más curioso ejemplar de liberticida ibérico.

«A diferencia de otros dictadores, el exotismo de Gadafi no incluye la tendencia a envolverse en la bandera nacional. Su narcisismo desborda el sentido de pertenencia a un espacio, un país, una patria.»
El inesperado despertar de las masas populares en la parte exótica del mundo globalizado puede alcanzar en cualquier momento a los hijos de Mao, del mismo modo que ha alcanzado a los hijos de Gadafi, totalmente decididos a invertir el escarmiento y terminar de un sopapo a tiempo con la tontería de un padre con rabieta. En China ya hay un doloroso antecedente: Tiananmen. Miles de estudiantes asesinados en la plaza que ya perdió su nombre por los militares del Ejército comunista cuando reclamaban libertad y derechos individuales.

Nada distinto a lo que se ha pedido en la plaza Tahrir en El Cairo, la de la Perla en Manama (Yemen) o en la plaza Primero de Mayo de Argel. Si se repite la historia de la plaza Tiananmen ( 3 de junio de 1989), ¿nos haríamos de nuevas, como con Libia, mientras la evaluación de riesgos se convierte en la excusa para seguir retrasando la adopción de medidas contra el sátrapa? Apuesten a que sí.

Al final, el grito de la libertad es el mismo en cualquier parte del mundo. Y los sátrapas reproducen siempre el mismo patrón de comportamiento: denuncia de una conspiración extranjera (desde la judeomasónica de Franco hasta la imperialista de Gadafi, el muestrario es amplio), ira contra el mensajero (cierre de periódicos, encarcelamiento de disidentes, bloqueo de los accesos a Internet…), solemne disposición a comparecer ante los tribunales de Dios y de la Historia, y una recurrente declaración de amor a la Patria.

A diferencia de otros dictadores, el exotismo de Gadafi no incluye la tendencia a envolverse en la bandera nacional. Su narcisismo desborda el sentido de pertenencia a un espacio, un país, una patria. Al colocar su ego por encima de los símbolos nacionales ha logrado acabar con la maldita tendencia a confundir Libia con Liberia o con Líbano. Ahora es, simplemente, “el país de Gadafi”. Lo explicó él mismo la otra noche en esa inolvidable escena del paraguas ambientada por el que manejaba la regadera fuera del plano.

Sólo a Charlot se le hubiera ocurrido ese mutis final en carrito de golf después de haber escenificado la más mostrenca apelación a la guerra civil en boca de un sátrapa con los días contados.


El Confidencial - Opinión

Revueltas. Gadafi y el masoquismo occidental. Por Cristina Losada

La cuestión, sin embargo, no ha sido ésa. La pasión que late en los airados reproches a las "potencias" es el vicio de culpar a Occidente de los males del mundo, y no digamos del Tercer Mundo.

En los jardines de Occidente se ha levantado un gran clamor contra las matanzas que Gadafi está perpetrando en Libia. Eso está muy bien, pero digo mal, pues la rugiente indignación que han suscitado los crímenes del dictador no se dirige contra él, único responsable, que se sepa, de esos actos abominables. Resulta que no. Que no está tan claro que el régimen libio sea el culpable de las atrocidades. A la vista de los dedos acusadores que señalan a las "grandes potencias" –por lo común, referido a Estados Unidos–, a la Unión Europea o a esa entelequia llamada "comunidad internacional", se diría que son esas vaporosas entidades y los más sólidos estados que las forman, quienes han provocado la barbarie de Gadafi.

No siempre desatan la represión y las masacres tales estallidos de rectitud moral en los países democráticos y, en particular, en el nuestro y, en concreto, en la prensa. Pero ése es el doble rasero de cada día. La peculiaridad de la reacción a los sucesos de Libia es que consiste, ante todo, en durísimas reprimendas a Occidente. Por lo que supuestamente ha hecho: sostener a la dictadura de Gadafi. Y por lo que no ha hecho: condenar con mayor contundencia, sancionar, intervenir, incluso. ¡Intervenir! Gentes que aborrecen la idea de que exista un "gendarme mundial" reclaman una intervención. ¿De qué tipo? ¿Quieren que vaya la Sexta Flota o creen que bastará enviar un comité de persuasión para que Gadafi deje de ametrallar a los libios? Ante un caso así, ¿pueden hacer las democracias mucho más que declarar su condena e imponer sanciones y embargos? ¿O, ahora sí, hay un derecho y hasta un deber de injerencia?

La cuestión, sin embargo, no ha sido ésa. La pasión que late en los airados reproches a las "potencias" es el vicio de culpar a Occidente de los males del mundo, y no digamos del Tercer Mundo. Tanto ha arraigado el sentimiento de culpa por la colonización, que se responsabiliza a los "países ricos" de cuantos desastres provocan los gobernantes de los "países pobres". La paradoja es que esa visión, tan tercermundista ella, se halla impregnada de lógica colonialista: se da por sentado que esos estados y sus dirigentes aún no han llegado a la mayoría de edad. Y, así, se les libera del lastre de la responsabilidad para endosárselo a las democracias. En 1970, escribía Revel que "la civilización democrática es la primera de la historia que se culpa a sí misma cuando otra potencia intenta destruirla". Cabe añadir que también se flagela cuando otros destruyen. Será masoquismo narcisista.


Libertad Digital - Opinión

Sucesores de Zapatero. Por M. Martín Ferrand

Ignoro si en la disputa sucesoria socialista saldrá victorioso Rubalcaba o será Chacón la favorita de las bases.

PARECE que al PSOE, a quienes lo manejan, le han entrado prisas por discernir cuál será su propuesta para jefe de la oposición después de que se celebren las legislativas de 2012. Hace solo unas semanas, antes de que les crecieran los faisanes y se pusieran a incubar sospechas, parecía claro que en el supervicepresidente, Alfredo Pérez Rubalcaba, coincidían la voluntad testamentaria de José Luis Rodríguez Zapatero y los diseños estratégicos del aparato de la calle Ferraz; pero, tempus fugit, todo resulta efímero en la política española, siempre más atenta a sus protagonistas que a los argumentos que les correspondería representar. Rubalcaba, que fue un buen velocista en su juventud, es, en la madurez, un corredor de fondo y sabe que la perseverancia tiende a ser ganadora sobre la genialidad instantánea.

El último grito en la moda sucesoria socialista corresponde a Carme Chacón que cumple cuarenta años el mes que viene y cuenta con un singular apoyo mediático. Fue titular de Vivienda y pasó por el Ministerio sin romperlo ni mancharlo, con el mismo inútil protagonismo que su predecesora, María Antonia Trujillo, y con más brillo que su sucesora, Beatriz Corredor, que tuvo que cerrar el chiringuito para acogerse a la hospitalidad presupuestaria de Fomento. Como ministra de Defensa, su escaparate actual, luce más cuando las tropas le rinden honores que, cuanto mayor es el pacifismo socialmente instalado, más vibraciones general el tararí de un cornetín de órdenes. Chacón está casada con Miguel Barroso, un estilista de la estrategia comunicacional que fortalece la figura de su mujer. Tanto como engrandeció a Zapatero en los inicios del zapaterismo, cuando era secretario de Estado de Comunicación.

Con uno de esos desayunos con los que Madrid nos libera de las pesadísimas cenas de antaño, la espluguense del PSC ha entrado en la mal disimulada competencia en la que el premio previsible es la derrota frente a Mariano Rajoy. Un año es mucho tiempo y más todavía si en él entran unas elecciones locales y regionales como las del próximo mayo. Ignoro si en la disputa sucesoria socialista saldrá victorioso Rubalcaba o será Chacón la favorita de las bases. Él tiene mucha historia, demasiada, y ella no tiene ninguna. Pertenece a la nueva casta de profesionales de la política que saltaron de la Universidad al partido sin mayores experiencias vitales. Lo único que puede favorecerles a cualquiera de los dos es el sentido rajoyano de la astucia, ese ánimo que incita a no hacer nada para que sean los demás quienes se equivocan. Un buen modo de administrar las victorias, no de conseguirlas.


ABC - Opinión

23-F. Chacón y el Ejército de Azaña. Por José García Domínguez

Está por ver que tengamos la milicia ansiada por el más ilustrado de nuestros misántropos. Pero que sufrimos catalanistas idénticos a los que padeció en vida, sobre eso no hay disputa. Por desgracia.

A falta de épica, mercancía más bien escasa durante aquellas horas en que una soldadesca beoda secuestró el Congreso, ha habido que echar mano de la lírica para apuntalar con alguna dignidad la memoria colectiva del 23-F. Así, los españoles, que nunca tuvimos nuestra Plaza de Tahrir, acaso para compensar, hemos dispuesto un sillón en el Consejo de Ministros a nombre de la señora Chacón Piqueras. La misma que tantos y tan comprometedores documentos empaquetara la noche de autos en Espulgues de Llobregat. Al respecto, y armada con la retórica edulcorante que exige la efeméride, la ministra ha dado en proclamar que ahora "disponemos del Ejército que Azaña soñó hace ochenta años".

Yo no sé con qué soñaría o dejaría de soñar don Manuel Azaña, que por lo demás, y como buen demócrata, nunca discriminó a sus coetáneos militares frente a los civiles: los despreció a ambos con idéntica intensidad. No obstante, sí me aventuraría a asegurar que ni en la más negra pesadilla se le apareció una Chacón Piqueras ocupando su despacho en el Ministerio de la Guerra. Y ello, al margen de consideraciones obvias, porque Azaña no estaba preparado, él no, para contemplar a un nanonacionalista catalán en las supremas magistraturas de España. Ni aunque se tratase de uno tan impostado y ful como doña Carme. Alguien que, salta a la vista, jamás ha leído una página del alcalaíno.

¿Le sonará siquiera Garcés, el alter ego del presidente que en La velada en Benicarló clama hastiado: "Barcelona quiso conquistar las Baleares y Aragón, para formar con la gloria de la conquista, como si operase sobre territorio extranjero, la Gran Cataluña. En el fondo, provincianismo fatuo, ignorancia (...) deslealtad, cobarde altanería delante del Estado inerme, inconsciencia, traición". Y luego continúa: "Hablan de la guerra en Iberia. ¿Iberia? ¿Eso qué es? ¿Un antiguo país del Cáucaso? A este paso, si ganamos, el resultado será que el Estado le deba dinero a Cataluña". Apenas semanas antes de redactar el párrafo, Azaña, todavía refugiado en Montserrat, había contemplado con estupor el decreto de la Generalidad por el que se creaba un llamado Ejército Nacional de Cataluña. Está por ver, en fin, que tengamos la milicia ansiada por el más ilustrado de nuestros misántropos. Pero que sufrimos catalanistas idénticos a los que padeció en vida, sobre eso no hay disputa. Por desgracia.


Libertad Digital - Opinión

Solos. Por Ignacio Camacho

Occidente ha de hacer algo más que contemplar la primavera árabe con cara de panoli y brazos cruzados.

ANTE la mecha revolucionaria que corre por el mundo árabe ya no procede preguntarse si la democracia es incompatible con el Islam, como se temía Bernard Lewis, porque lo que está claro es que sí lo resulta con el caos y la violencia. Ningún ser humano civilizado sentirá la menor lástima cuando tiranos como el terrorista Gadafi tengan el final que se merecen, pero el Occidente democrático tiene que hacer algo más que contemplar con cara de panoli y brazos cruzados esta primavera rebelde que puede acabar de mala manera. Y más allá de la retórica, de los hermosos discursos de Obama y del descomprometido y abstracto buen rollito de la Unión Europea, se percibe un clamoroso desconcierto agravado por la patente falta de liderazgo. Lo sepan o no, los tipos que se juegan la vida en las calles de Libia o Bahrein están, como antes los de Egipto o Túnez, más solos que la una ante su incierto futuro.

Esa gente ha saltado frente a los tanques por desesperación, por falta de horizonte, por hambre y por cansancio. No tienen organización, ni método, ni otro plan que sacudirse de encima a sus sátrapas en un arrebato terminal de hartazgo. Y necesitan ayuda. Compromiso. Esperanza. A cuerpo limpio, comunicándose por twitter, por facebook o por radio macuto, tal vez se pueda derribar un régimen pero no se puede construir otro. Y menos un régimen democrático, que es la única posibilidad de que este proceso compulsivo desemboque en un orden razonable. Necesitan que se involucre con ellos el mundo libre que hasta ahora sólo los está mirando. Con mucha simpatía teórica, pero mirando a ver de qué lado cae la moneda.


Involucrarse no es hacer frases de apoyo ni prepararse con reflejo defensivo para una oleada migratoria. Involucrarse es utilizar la diplomacia para enviar mensajes inequívocos y apretar buscando salidas a la crisis. Involucrarse es meter recursos, ayuda y cooperación a medida que vayan cayendo las fichas del dominó de sátrapas. Involucrarse es fortalecer organizaciones civiles y partidos políticos que puedan estabilizar y articular con legitimidad los vacíos de poder. Involucrarse es intentar evitar que los regímenes arrastren en su caída (como ocurrió en Irak) las precarias estructuras de los Estados que dominaban. Involucrarse es dejar de esperar con signos evidentes de no entender nada de lo que está pasando.

Y la alternativa a no involucrarse es permitir que se involucren otros que lo tengan más claro. Los de siempre, los teócratas y fundamentalistas que sí son incompatibles con la democracia. Los que sueñan con sacar ventaja de esta sacudida popular. Los que ni siquiera hablan de libertad porque jamás la han necesitado. Los que sí saben qué hacer cuando el estupor, la tibieza y el egoísmo de las democracias occidentales los deje solos al frente del caos, listos para apoderarse del botín que están acariciando.


ABC - Opinión

Tarde, mejor que nunca

El desenlace de la revuelta en Libia recorre un terreno de incertidumbres. Gadafi parece controlar la capital y un tercio del país, mientras que los rebeldes, al este del país, donde se encuentran los principales yacimientos petrolíferos. El dictador mantiene la represión, aunque también prosiguen los síntomas de una descomposición lenta, pero incesante del régimen, como la huida del país de varios de sus familiares o la decisión de unidades militares de sumarse a la rebelión. El tiempo corre en contra de Gadafi. Su situación internacional es muy complicada y se puede hablar de práctico aislamiento o al menos de condena general a sus métodos. La carnicería desatada contra el pueblo –la Corte Penal Internacional cifró ayer el número de muertos en 10.000–, que ha sido calificada por Naciones Unidas como crimen contra la humanidad, ha despertado incluso la conciencia de una Europa aletargada y pasiva en los primeros días. A esa recobrada sensibilidad de la diplomacia comunitaria contribuyó también el riesgo de un éxodo migratorio y de que el suministro de petróleo desde Libia, fundamental para Europa, y en particular para España, peligrara, además del temor a un tsunami inflacionista provocado por el alza en los precios del petróleo que repercutiría directamente en el recibo de la luz y los transportes. La política exterior de la UE, personalizada en Catherine Ashton, ha desempeñado un mal papel en esta crisis. Ha sido incapaz de adelantarse de reaccionar adecuadamente a los acontecimientos. Demasiados días desaparecidos en un conflicto situado, no se puede olvidar, en el flanco sur del continente y con efectos para la Unión en materias de economía, inmigración y seguridad, por no hablar de los derechos humanos. Bruselas ha reaccionado tarde, pero mejor tarde que nunca. El criterio expuesto por Nicolas Sarkozy de que la UE suspenda sus relaciones económicas con Libia y se aliente entre los socios «la rápida adopción de sanciones concretas para que todos los implicados en la violencia sepan que deberán asumir las consecuencias de sus actos» nos parece el adecuado, y España debe secundarlo. Las sanciones no sólo son necesarias porque envían el mensaje de un compromiso con la libertad y los derechos humanos, sino también porque el cerco a Gadafi puede acelerar su renuncia. Ayer, la UE acordó que los expertos europeos presenten medidas concretas contra Libia. Es un paso, pero esperemos que los responsables comunitarios entiendan que el tiempo corre en contra del pueblo libio y que es preciso agilizar la toma de decisiones. Por otra parte, el servicio exterior de España tampoco ha estado a la altura. Los testimonios de desamparo de los españoles residentes en Libia son tantos y tan precisos que no hay defensa posible. En las horas críticas, la embajada y el Ministerio estuvieron casi desaparecidos y la consigna fue que cada uno se apañara por sus propios medios. La desatención ha sido tan flagrante y grave que es preciso abrir una investigación y depurar responsabilidades. Si Exteriores no puede socorrer a los españoles en apuros, mejor que dimita la ministra y dé paso a alguien más competente.

La Razón - Editorial

La amenaza del petróleo

Europa teme que el encarecimiento del crudo por la crisis norteafricana origine una subida de tipos.

En plena convalecencia de una recesión, Europa se enfrenta al impacto de los vientos de cambio político en el norte de África y en Bahréin. Las Bolsas han sufrido dos días de pérdidas, pero el choque más peligroso procede del petróleo. La matanza perpetrada en Libia por Gadafi y el cierre de al menos una cuarta parte de la producción de crudo del país -situación que puede prolongarse porque las petroleras europeas, como Repsol, han suspendido la producción- han empujado el precio del barril por encima de los 110 dólares. La escalada de precios resiste incluso el bienintencionado mensaje de la OPEP, dispuesta a producir más para compensar el colapso libio. El problema es que los mercados ya descuentan que los efectos de la revuelta no acabarán en Libia, cuya producción, unos 1,6 millones de barriles diarios, puede sustituirse con relativa comodidad; de ahí que muchos países europeos hayan anunciado que no peligra su abastecimiento energético a corto plazo. Lo que inquieta a los inversores es que la rebelión puede extenderse a otras zonas árabes con una producción mayor.

Para las economías europeas la amenaza principal procede del contagio inflacionista que puede provocar la subida del crudo si la situación no se estabiliza en un tiempo razonable (un máximo de dos meses). La presión del petróleo sobre los precios está tasada: por cada 10 dólares de subida del barril la inflación en Europa puede aumentar hasta en dos décimas. Conste que los efectos inflacionistas no proceden solo del crudo. En los últimos meses los precios de los alimentos y de otras materias primas se han disparado. El encarecimiento del trigo fue una de las causas de la rebelión contra Mubarak.


Para combatir la inflación, los bancos centrales apenas tienen otro recurso que subir los tipos de interés. Un encarecimiento del dinero equivaldría a frenar las expectativas de crecimiento y de creación de empleo. En España, un alza de tipos en una fase de crecimiento muy débil (apenas el 0,7% anual en 2011) retrasaría el momento de la creación neta de empleo en seis meses al menos. Las supuestas ventajas de la crisis en el norte de África, como por ejemplo el aumento del turismo, serían irrisorias en comparación con el daño causado por un endurecimiento de las condiciones crediticias.

Los riesgos económicos de la crisis norteafricana son evidentes, pero no están definidos todavía, dependerán del tiempo que duren los enfrentamientos, del estado de los pozos cuando retorne la estabilidad y de las soluciones políticas que se arbitren. Sería deseable que la vuelta a la normalidad implicase la democratización de los países de la zona. En todo caso, la situación exige respuestas europeas y nacionales inmediatas. La prioridad es garantizar el suministro. El Gobierno español ha anunciado un plan de ahorro energético para responder a posibles dificultades de abastecimiento. Esperemos que esta vez el plan sea serio.


El País - Editorial

Los cabos sueltos de la democracia

Queda claro que los hechos más abruptos y dramáticos de nuestra historia democrática están destinados a ser pasto de la intoxicación interesada y munición para la mentira.

La conmemoración del trigésimo aniversario del golpe de estado revela con sucinta plasticidad la propensión de la clase política española, de la oposición y sustancialmente del PSOE, a pasar página y cerrar en falso los asuntos cruciales de la vida nacional. De los abundantes testimonios de estos días cabe colegir que en torno al 23-F se ensayaron los protocolos de manipulación e intoxicación que con dispar eficacia se han aplicado a los GAL, el 11-M y a cuantos expedientes puedan suscitar dudas respecto al papel de políticos, jueces, gobiernos e instituciones. Que Alfonso Guerra declare en la televisión pública que hay cintas con reveladoras conversaciones del 23-F que no se han hecho públicas remite directamente a los procedimientos indagatorios aplicados al mayor atentado de la historia de España o al más reciente "caso Faisán". Tal vez las cintas ocultas a las que alude con notable desenvoltura Guerra incluyen una aclaración respecto al papel de los dirigentes socialistas que se reunieron con Armada días antes del asalto al Congreso, extremo sobre el que ni sus protagonistas a título individual, ni el partido, han dado explicaciones coherentes.

El acceso al poder del PSOE meses después del golpe de Estado no sirvió, contra lo que cabía pensar, para aclarar las tramas golpistas. Pocos años más tarde, poderosos mecanismos del Estado fueron puestos al servicio de una guerra sucia contra el terrorismo que daba cuenta de la irrefrenable tendencia socialista a tomar atajos contra la ley y al margen de cualquier control democrático. Con la mirada en el retrovisor y sobre lo ya prescrito, Felipe González tuvo a bien aclarar a la sociedad española hace pocas semanas que se le ofreció la posibilidad de acabar con la cúpula de ETA mediante un atentado. Es obvio que tal propuesta no procedía de los conductos oficiales, lo que de suyo aporta algo de luz respecto a la famosa X de los GAL.

Si los años ochenta estuvieron marcados por el 23-F y parte de los noventa por los GAL, el atentado del 11-M volvió a poner a la sociedad española a los pies de un acontecimiento de brutales consecuencias. Y como en los ochenta, el abrupto vuelco político subsiguiente se caracterizó, entre otras cosas, por la imposición de una espesa cortina de humo. Es probable, eso sí, que cuando se cumplan treinta años de la masacre algún socialista admita que existieron pruebas que no vieron la luz, que fueron manipuladas, camufladas o directamente eliminadas; que no se llegó a saber, ni de lejos, toda la verdad. Sea como fuere, queda claro que los hechos más abruptos y dramáticos de nuestra historia democrática están destinados a ser pasto de la intoxicación interesada y munición para la mentira. En España, la aspiración ciudadana y democrática de conocer la verdad queda siempre en un segundo plano, por detrás de los intereses políticos, en medio de un relato en el que la realidad es lo de menos y los hechos, un cúmulo de anécdotas o singulares coincidencias que no tienen mayor importancia una vez alcanzado el poder, lo que siempre resulta, como mínimo, muy sospechoso.


Libertad Digital - Editorial

El 23-F de Zapatero

Si quería solemnizar lo que supuso aquel día —el triunfo de la democracia— negarse ayer a responder a Rajoy es un pésimo golpe... de efecto.

EL presidente del Gobierno no tiene derecho a ignorar el control parlamentario de la oposición, porque esta es la actividad nuclear de la democracia parlamentaria. Pero ayer Rodríguez Zapatero se refugió en la efeméride del intento de golpe de Estado de hace treinta años para no contestar la pregunta del líder del PP sobre la crisis económica. Con solemnidad impostada dijo Zapatero que «hoy no es un día en el que quiera discutir con usted». Si el presidente del Gobierno pretendió dejar para la posteridad un gesto de alta política, no solo no lo consiguió, sino que transmitió la imagen de que quería ahorrarse un mal trago a cuenta de una crisis que no acaba y de la que, por ejemplo, el viernes se supo que había provocado una caída del PIB en los cuatro trimestres del año 2010, en contra de lo anunciado por el Ejecutivo.

Refugiarse en el aniversario del 23-F es una manipulación de los sentimientos y de la historia, como si fueran necesarios todavía actos de reconciliación u homenaje a la democracia. Todo lo contrario, la normalidad en el funcionamiento de las instituciones es el homenaje más adecuado a la democracia que se hizo fuerte aquel día. Zapatero ha pretendido presentarse como custodio de la memoria histórica, cuando solo quiso dar un golpe de efecto a costa del control parlamentario. Pues nada habría sido más oportuno para celebrar el fracaso de la embestida golpista que haberse ajustado a la sesión de control como estaba previsto y como se hace cada miércoles de los periodos de sesiones. Puro escapismo manipulador con el que Zapatero pretendía dejar en mal lugar a la oposición por no tener su fina sensibilidad histórica y no renunciar a la confrontación parlamentaria en día tan señalado.

Gracias a que el golpe de Estado fracasó, ayer Mariano Rajoy pudo preguntar al Gobierno; y gracias a ese fracaso golpista Rodríguez Zapatero tenía ayer la obligación de contestar al líder de la oposición. Resulta excesiva esta tendencia del presidente del Gobierno a presentarse como encarnación de las virtudes cívicas y democráticas, como un santón del diálogo y la tolerancia. El 23-F ha tenido suficientes recordatorios, y cada día de vida democrática es una prueba de su fracaso. No hace falta que Zapatero venga a descubrir la democracia. Su responsabilidad es respetarla y contestar a Mariano Rajoy cuando le pregunte.


ABC - Editorial