martes, 1 de marzo de 2011

Hacia el estado de excepción. Por Hermann Tertsch

Tienen quince meses de manos libres, pánico y obsesión por impedir que se les hunda el proyecto.

WILLY Münzenberg fue un brillante agitador comunista alemán que elevó la manipulación y la intoxicación política a la categoría de arte. Fue el inventor y promotor de toda la red de organizaciones «independientes» que trabajaron para Stalin en las sociedades democráticas occidentales. Dirigidas por agentes propios pero nutridas por idealistas, necios y biempensantes —los célebres tontos útiles— lograron contrarrestar con eficacia durante décadas los esfuerzos de demócratas y anticomunistas por revelar al mundo las atrocidades del régimen soviético. Murió en 1940 en Francia en su huida hacia España, aunque nunca se supo si asesinado por nazis o comunistas. Pero su legado pervivió en la cultura de la izquierda hasta nuestros días. Aquel genio organizador era un intelectual y habría sentido cierto rubor ante los pedestres argumentos de los actuales agentes intoxicadores y tontos útiles en defensa de los continuos recortes de libertades del Gobierno socialista español. Las razones y las cortinas de humo de sus agentes para justificar u ocultar los crímenes de Stalin eran torticeros hasta la obscenidad. Pero tenían un músculo intelectual del que carecen las sinsorgadas que ahora oímos a favor de la reducción de la velocidad en carreteras, la represión de nuestra lengua o la persecución del fumador y de la propiedad privada de los establecimientos. Pronto oiremos otras para justificar leyes como la de «Igualdad de trato», atentado capital contra el Estado de Derecho que prepara el Gobierno para dotarse de manos libres en implacable injerencia de las conductas ciudadanas, vidas privadas y relaciones personales. Todo lo que hemos visto en intervención coercitiva en nuestras vidas empalidece ante los planes del Ejecutivo para desactivar toda autodefensa del ciudadano ante la voluntad impositiva del poder.

Consciente de la pedantería que supone citarse uno mismo, insisto —ahora que tantas encuestas hacen creer que basta con aguantar unos meses para olvidar esta pesadilla— en la tesis central de mi «Libelo contra la secta». El Gran Timonel y su tropa no han dejado nunca lugar a dudas sobre su voluntad de permanencia: «El cambio que invocamos va mucho más allá de una mera alternancia en el Gobierno». Zapatero llegó con la intención de quedarse y de abolir, si no «de iure», sí «de facto», la alternancia política en España. Por medio de alianzas frentepopulistas y la destrucción de la oposición. Y una labor legislativa con este fin. Que la crisis económica y su propia ineptitud hayan hecho casi inalcanzable este objetivo no significa que renuncien al mismo. Por eso no debe sorprender lo sucedido desde que asumieron que no habría una recuperación económica a tiempo para forzar el olvido de sus mentiras y del fracaso de su gestión. Las medidas adoptadas y las ya anunciadas tienen por objeto imponer en el país un virtual estado de excepción. El Gobierno, erigido en único intérprete de los intereses colectivos, adopta medidas extraordinarias, provisionales o no. Todas tienden a cercenar las libertades individuales, sirven para combatir a la oposición con las armas del Estado y otorgan discrecionalidad a la acción de gobernar. Ajenos a todo escrúpulo, tienen quince meses de manos libres, pánico y obsesión por impedir que se les hundan el proyecto y el acomodo. Lo harán «como sea» o «cueste lo que cueste», por utilizar dos de las expresiones favoritas y más reveladoras del caudillo de esta siniestra aventura.

ABC - Opinión

110 Km/h. ¿Quién es Rubalcaba para ahorrar por mí?. Por Guillermo Dupuy

¿Quién es el Gobierno para obligar al ciudadano a ahorrar en una gasolina que éste se paga íntegramente de su bolsillo? ¿A qué viene ahora la preocupación por el ahorro de un Ejecutivo que tanto despilfarro forzoso ha impuesto a través del gasto público?

Es sabido que la falta de liberalización en la producción suele traer aparejadas, tarde o temprano, algunas medidas, no menos coactivas, de racionamiento en el consumo. No por sabido deja, sin embargo, de resultar hiriente que el mismo Gobierno que nos impone un indirecto pero monumental despilfarro forzoso con su reaccionaria negativa a liberalizar el mercado energético, en general, nos salga ahora con la necesidad de ahorrar en gasolina como justificación de su más reciente ocurrencia liberticida, como es la de reducir el límite de velocidad a 110 Km/h.

Si el Gobierno quisiera de verdad reducir nuestra dependencia del petróleo, en general, debería empezar por dar libertad a la producción de energías alternativas, como la energía nuclear, y dejar que el mercado hiciera los procesos de sustitución allí donde resultasen más eficientes.

Con todo, no nos deberíamos tomar demasiado en serio la excusa del "ahorro" con el que el Ejecutivo ha vuelto dar una nueva vuelta de tuerca contra nuestras libertades: al margen de que los expertos cuestionan el ahorro en gasolina que va a suponer dicha reducción en el límite de velocidad, ¿quién es el Gobierno para obligar al ciudadano a ahorrar en una gasolina que este se paga íntegramente de su bolsillo? ¿A qué santo viene ahora la preocupación por el ahorro de este Ejecutivo que tanto despilfarro forzoso ha impuesto y sigue imponiendo al ciudadano a través del descontrolado gasto público?

La cuestión está que el Gobierno socialista disimula con el ahorro energético lo que no es sino una de sus muchas pulsiones liberticidas, como es el afán recaudatorio. Y es que, en realidad, lo que se pretende con esta medida no es que los ciudadanos ahorren en gasolina sino que se dejen más dinero en multas por exceso de velocidad. Hace ya mucho tiempo que el Gobierno de Zapatero ha descubierto en la seguridad vial y en la supuesta protección del medio ambiente un nutritivo medio de política fiscal. Lo que pasa es que los socialistas disimulan su saqueo y su coacción apelando a la necesidad de proteger nuestra seguridad, nuestra salud, ahora incluso nuestro bolsillo. Vamos que, encima, pretenden que les demos las gracias.


Libertad Digital - Opinión

El profesor Bacterio. Por Tomás Cuesta

Rubalcaba es en sí un yacimiento de fósforo en las debilitadas y confusas filas del PSOE.

ES de sobras conocida la competencia para la Química (e, incluso, para la Alquimia) del titular de Interior y vicepresidente. Pero, por si alguien ignoraba aún que Rubalcaba es uno de los contados ministros que allega título universitario al expediente, ya se ha encargado él de hacerse lenguas de ese fulgor científico que alumbra en su mollera y de poner de manifiesto las supuestas virtudes de sus marchitos laureles académicos.

Se reivindicó, primero, sutil como las ondas y, como los fotones, ahíto de potencia. Dio en aplicar a sus innumerables adversarios (dentro y fuera del Partido) la retahíla que aprendió de carrerilla en la carrera. De ahí que González-Pons, en lugar de ser un reaccionario al uso, resulte algo peor, o más inquietante al menos: un producto reactivo, un absoluto incordio, una auténtica peste. Otros habrá que sean alcalinos, iónicos, clorhídricos, básicos o inertes. El chiste, en todo caso, no reside en la jerga del personaje para poner en solfa al oponente, sino en la caricatura que traza de sí mismo, por descuido quizá, tal vez por desvergüenza. Rubalcaba hace mutis por el foro y el tenebroso Freddy el Químico se enseñorea de la escena. La realidad es un proceso que se desarrolla «in vitro», una mentira alambicada, un redomado entuerto. La política, el fruto de una destilación impura en la que se confunden esencias y apariencias. Piedra filosofal que, al tornar plomo en oro, rescata al memo Midas y hace que Pepe Bono viva «tan ricamente». Todo es química. Desde la configuración electromagnética del chivatazo del Faisán a la combinación de elementos, del estroncio al selenio, en la sucesión socialista. Por no hablar de los desencadenantes de la combustión, en los cuales profundiza hasta determinar la ecuación óptima entre velocidad y consumo de carburante.


La tentación obvia es compararlo con el doctor Jekyll de Stevenson, creador de la pócima (más química) que transmuta al sereno científico en energúmeno Hyde, para al cual descuartizar a una damisela es tan trivial como ceder la acera a una viejecita. Sin embargo, la variedad de habilidades de nuestro prohombre, su inquietante propensión a las metamorfosis y su vis tragicómica encajan mejor en la personalidad multidisciplinar de Mortadelo, pareja de hecho de Filemón. Pasar de ministro de Industria a guardia de tráfico sin perder la compostura, al tiempo que se erige en recaudador del Reino, es un «gag» que no por repetido deja de tener su mérito.

Sustancia y disfraz, síntesis y papel, genio y figura, Rubalcaba es también el ácido —que no cal viva— en el que se disipan las dudas de los barones socialistas, a los cuales visita en fines de semana y agrestes veladas de neón electoral y plutonio en el verbo. No hay más que ver las propias reacciones de Rubalcaba, un catalizador cuando se trata de provocar fusiones, fisiones, colisiones y montoneras. Puro polonio en bruto, Rubalcaba es en sí un yacimiento de fósforo en las debilitadas y confusas filas del PSOE, el único capaz de frenar España y a Rajoy, un estereotipo de conductor al ralentí, de esos que aprovechan las bajadas para embragar el punto muerto. El martillo del PP afina la mezcla en su atanor. Quedan días para entregar el testigo. Entre tinieblas.


ABC - Opinión

Zapatero vende España a los únicos que nos fían: dictadores y tiranos. Por Federico Quevedo

España necesita dinero, decíamos ayer en El Confidencial. Mucho dinero. El hecho en sí ya es una consecuencia dramática de la penosa gestión de la cosa pública llevada a cabo por este Gobierno de ineptos que durante todo este tiempo atrás se ha dedicado a cualquier cosa menos a preocuparse de lo que debía, es decir, de anticiparse a una situación como esta en lugar de ir por el mundo presumiendo de lo cojonudos que somos y del magnífico sistema financiero que tenemos, ese mismo al que ahora hay que salvar con nada menos que 50.000 millones de euros, según Moody’s.

Ahora toca recoger velas y asumir los costes de una política basada en el despilfarro y la centrifugación del gasto público que nos ha llevado a niveles desorbitados de endeudamiento, con el coste añadido que supone la desconfianza de los mercados en la deuda de los países periféricos que nos ha llevado a colocar nuestra deuda, sí, pero a un coste que nos va a exigir tener que refinanciarnos para poderlo afrontar, lo que nos sitúa en el epicentro de un endemoniado círculo vicioso. Lo peor es que antes, al menos, nuestra deuda la compraban nuestros propios bancos acudiendo al grifo del BCE y otras entidades europeas, pero desde hace unos meses eso se ha acabado y nos obliga a buscar terceros países no comunitarios que estén dispuestos a poner su pasta sobre la mesa para comprar nuestro endeudamiento, eso sí, con elevados tipos de interés.


Y en esas está el Gobierno, en concreto Rodríguez Zapatero, pero en lugar de hacer un road show por países mínimamente fiables, nuestro Gobierno se ha dirigido a países ricos, es verdad, pero desde el punto de vista político auténticas tiranías que someten a sus pueblos y cuyo sistema jurídico deja mucho que desear. Ayer, en Qatar, Rodríguez arrancó un compromiso de inversión de 3.000 millones de euros, 2.700 millones en empresas de telecomunicaciones y 300 en las cajas españolas y hombre, yo qué quieren que les diga, ya sé que no es una gran cantidad teniendo en cuenta que la inversión que requieren puede llegar a esos 50.000 millones, pero me produce sonrojo que tengamos que recurrir al dinero sucio de una dictadura del petróleo para sacar adelante la conversión de las cajas en bancos.
«No digo que no haya que tener una buenas relaciones con ellos, sobre todo si tenemos tanta dependencia de sus fuentes de energía, que esa es precisamente una de nuestras cruces que este Gobierno en lugar de corregir se ha dedicado a incrementar, pero de ahí a invitarles a participar con tanto protagonismo del banquete financiero que nos estamos dando….»
¿Tengo que recordarles a ustedes que ya tuvimos una experiencia poco ejemplarizante de la presencia de algunos de aquellos países en nuestra economía? Y no contento con sacarle 3.000 millones a los de Qatar, hoy Rodríguez se ha desplazado a los Emiratos Árabes, que como ustedes saben también se caracterizan por la profundidad de su sistema democrático, para obtener nuevas ayudas. Aquí, además, cuenta con el aval de la Casa Real que ya ha ido abriendo camino. La tercera pata de la mesa se llama China, otra gran democracia de oriente de la que España espera grandes inversiones y, sobre todo, compra masiva de deuda. ¡Vaya hombre! Antaño eran los americanos, alemanes, franceses y otros países de mayor ejemplaridad democrática los que buscaban nuestra geografía para invertir, pero ahora tenemos que pedir a gritos que lo hagan estas viles tiranías.

¡Ay, Rodríguez! Quién le ha visto y quién le ve. El hombre que predicaba el talante, la lucha contra la exclusión, el apoyo y la defensa de los más pobres y los marginados, dándose la mano con dictadores y tiranos para venderles un cachito de nuestra piel de toro. Dice Rodríguez que Qatar confía en la economía española… Pues deben ser los únicos, y vaya usted a saber a cambio de qué confían tanto, porque aquí nadie regala confianza gratis, sobre todo si se trata de regímenes poco aconsejables por mucho gas y mucho petróleo que tengan en su subsuelo.

Cuidado, yo no digo que no haya que tener una buenas relaciones con ellos, sobre todo si tenemos tanta dependencia de sus fuentes de energía, que esa es precisamente una de nuestras cruces que este Gobierno en lugar de corregir se ha dedicado a incrementar, pero de ahí a invitarles a participar con tanto protagonismo del banquete financiero que nos estamos dando… ¡Hombre! Habría que pensárselo dos veces, entre otras cosas porque, ¿quién nos dice a nosotros que mañana no va a pasar en Qatar lo que ya ha pasado en Libia y en Egipto, y entonces de lo firmado solo queda papel mojado? Es el problema de tratar con países de tercer nivel por muy ricos que sean, que las garantías jurídicas que ofrecen y nada viene a ser lo mismo, pero a lo mejor el problema es que Rodríguez ya no puede ofrecernos nada mejor y, si es así, lo suyo sería que se fuera.


El Confidencial - Opinión

Primarias. Democracia a la visigoda. Por Cristina Losada

¿De qué hablamos cuando hablamos de democracia interna? Hablamos, en realidad, de elegir al déspota: al líder y a la camarilla que regirán el partido y controlarán el aparato con el firme propósito de evitar el surgimiento de desafíos y disidencias.

Con razón se muestra alarmado el presidente autonómico andaluz por el debate sucesorio en su partido. Griñán sucedió a Chaves sin debate de ninguna clase y ahí está, entre los EREs y el no serás, que es el destino que le escriben los sondeos. No quiere decirse que de haber resultado elegido mediante alguno de los procedimientos al uso, fuera a tener mejor pronóstico. Véase el caso de Gómez en Madrid. El feliz ganador de unas primarias no levanta cabeza en las encuestas. La relación entre democracia interna y preferencias del electorado es vidriosa, máxime cuando las primarias se circunscriben a la feligresía con carné. Ahí, la elección dirime disputas entre facciones y familias. Lo propio de un partido, vaya.

En un partido se piensa únicamente en la sucesión desde el instante en que se olfatea un recambio en las alturas. Si, además, huele a derrota, ese pensamiento deviene obsesivo. Puestos a hacer de la necesidad virtud, los socialistas han dado en presumir de democracia interna. Se jactan de tener "cultura de primarias", aunque a algunos les bastaría con disponer de cultura. Comparado con el PP, el historial del PSOE es, en ese aspecto, menos deficiente, pero en absoluto modélico. Una vez, una, eligieron a su secretario general mediante primarias y fue, ay, una estrella fugaz. El elegido por las bases no era el elegido de los dioses y, en consecuencia, se eliminó a Borrell. Y, contra lo que dice la leyenda, Zapatero no salió triunfante de unas bonitas primarias, sino de un pacto, en un congreso, entre el PSC y los de Balbás.

¿De qué hablamos cuando hablamos de democracia interna? Hablamos, en realidad, de elegir al déspota: al líder y a la camarilla que regirán el partido y controlarán el aparato con el firme propósito de evitar el surgimiento de desafíos y disidencias. Viene a ser como la monarquía electiva de los visigodos. Seguían la costumbre germánica de elegir a los reyes, aunque luego se entregaban al hábito de destronarlos y, así, la mitad de aquellos monarcas murieron asesinados. Algún progreso hemos hecho y, hoy, los partidos no emplean métodos tan cruentos. Ni tan eficaces. Todo está en manos del déspota, incluida la opción de continuar o marcharse. Sin embargo, puesto que democracia interna y partido son elementos incompatibles, el único antídoto es la democracia externa: un sistema político que frene el poder partidario. Lo que falta, más que congresos y primarias, son contrapesos a su voracidad.


Libertad Digital - Opinión

La oposición de la oposición. Por M. Martín Ferrand

Esa demasía peyorativa con la que el PSOE quiere presentarse como oposición de la oposición es nociva para la democracia.

PODRÍA ser que, contra lo que muchos venimos pensando, José Luis Rodríguez Zapatero no fuera el más inútil entre los de su grupo. Ahora, cuando las encuestas pintan bastos y los más pícaros tratan de salvarse con el pretexto de servir para otras batallas que están por venir, son muchos los socialistas notables que nos enseñan sus vergüenzas. Quieren taparse la cara con el sayo —algunos con el mandil— para no salir en la foto del gran fracaso final del zapaterismo y nos enseñan las posaderas. José Blanco, que podría ilustrar con su fotografía el término friki, o friqui, en un diccionario enciclopédico les ha llamado frikis a los líderes del PP por no prestarle su apoyo a la chorrada gubernamental de reducir la velocidad máxima en las autovías para ahorrar combustible.

Aunque el nombre es nuevo, en España tenemos larga tradición de frikis notorios y de campanillas. Entre los que he tenido la oportunidad y el gozo de tratar subrayaría el talento errático de Chicho Sánchez Ferlosio, que hizo un buen trabajo en Antena 3 de Radio. En sus Coplas retrógradas, que algunos sabios de la Historia entendieron como canciones olvidadas de la Guerra Civil, nos cantaba: «Dicen que son mis coplas/ del dieciocho/ porque yo a lo podrido/ lo llamo pocho./ Ay, Pero Grullo/ si tuvieran las Cortes/ consejo tuyo». ¿En quien pensaría Blanco para hablar de frikis —¡y de «anarcoides»!— en el PP?

La descalificación del contrario es legítima en la confrontación política siempre que no conlleve desprecio a la inteligencia de los ciudadanos. Esa demasía peyorativa con la que el PSOE, incapaz de gobernar, quiere presentarse como oposición de la oposición es nociva para la democracia y destructora para el propio socialismo. Las imágenes de un Mariano Rajoy anarquista y de una friki María Dolores de Cospedal resultan tan chuscas como la de un sesudo Zapatero empeñado en el bien de una Nación que él mismo entiende como «discutida y discutible». Lo más tremendo de todo ello es que el vuelco electoral que producen las encuestas que ayer aparecieron en tropel obedece más al fracaso socialista que al mérito del primer partido de la oposición que, por elemental sentido de la responsabilidad, debiera ya ajustar programas y depurar planteamientos. El zapaterismo y sus frikis que llaman friki a quienes no saben lo que eso significa es una etapa estéril y dañina de nuestra historia reciente. Por ello resulta imprescindible el valor regenerador del relevo. En 1996 estábamos como ahora estamos y la hipótesis regeneradora que nos anunciaba José María Aznar se desinfló, como un suflé, en los salones del Majestic.


ABC - Opinión

Y ahora todos, a 110 km por hora. Por Andrés Aberasturi

Tendremos que creernos lo que nos digan, claro, pero todos no hacemos la misma pregunta: ¿de verdad reducir a 110 km por hora la velocidad máxima en autopistas va ahorrar tanta energía? Uno pone un gesto de duda pero sobre todo de escepticismo porque, para empezar, habrá que acostumbrar con urgencia a los conductores para que cumplan y, naturalmente, eso sólo se suele hacer -y conseguir a medias- mediante multas y más multas, lo cual tiene un doble efecto: el presunto ahorro de combustible y el más que probable aumento de la recaudación gracias a las sanciones.

Para seguir, habrá que recordar que no pocos, cuando las cosas iban bien y cuando empezaron a torcerse, pedimos un debate serio y no ideológico-populista sobre la energía nuclear que el Gobierno negó una y otra vez apostando por algo muy sostenible como las energías renovables, fuertemente subvencionadas y que a día de hoy y tal y como van las cosas, ha dejado ya, según los expertos a 35 mil personas en el paro. Y es que las cosas que suenan bien en los mítines y en la tribuna del Congreso, luego tienen que hacerse realidad y es ahí donde empiezan los conflictos; no basta con el "buenismo progre" de un mundo ideal, ojalá. Y es que frente al sueño aparece un barril de petróleo que se dispara y hay que cortar por lo sano las ayudas y todos los que vieron su oportunidad en tan alegres subvenciones, ven ahora como se desploma el castillo de arena.

Y volvemos al principio ¿de verdad el Gobierno quiere solucionar el asunto bajando 10 kilómetros por hora la velocidad máxima de los coches en las autovías? No doy crédito. No sé si a esto le llaman "medida de choque" -imagino que no- porque si la cosa está realmente mal, habrá que tomarse mucho más en serio el problema y, por lo tanto, legislar aunque sea de forma provisional cosas incómodas que ya están probadas en otros países como prohibir la circulación en determinadas zonas de las ciudades o permitir la circulación según las matrículas sean pares o impares.


MEDIO - Opinión

Qatar. De la CECA a La Meca. Por José García Domínguez

La mitad del sistema crediticio puesto en almoneda, a precios de saldo, para exclusivo goce de los compañeros de viaje del poder político. Y en el horizonte inmediato, de nuevo los grandes latifundios erigidos a la sombra del favor estatal.

No sé yo qué pensaría el padre Francisco Piquer, santo varón que en su día fundó el Sacro y Real Monte de Piedad de las Ánimas del Purgatorio, germen primero de las cajas de ahorros, contemplando a la parentela de Mahoma, con el sultán de Qatar a la cabeza, tomar posesión de su obra a cambio de cuatro chavos. Por ventura la Providencia, siempre indulgente, lo libró de asistir en vida al espectáculo crepuscular. Inquietante, por lo demás, la vaga sensación de déjà vu que comienza a impregnar ese proceso apenas germinal, el de la segunda gran desamortización de la Historia de España tras la célebre del XIX.

Ante un Estado en quiebra, los intereses clientelares de sus albaceas de entonces, simplemente, castraron el devenir económico de la nación durante un siglo. Acaso como ahora. A fin de cuentas, la crónica de nuestro subdesarrollo anunciado estaba escrita en las leyes de desamortización decimonónicas, igual en las eclesiásticas que en las civiles. Inquietante, decía, el paralelismo. En tiempos de Isabel II, una elite política también mediocre, también proclive al vuelo gallináceo y también sabedora de su propia provisionalidad, logró lo en apariencia imposible: consumar una revolución burguesa contra la burguesía. Que de ahí las taras congénitas del capitalismo patrio, ya en adelante anémico y canijo sin remedio.

Gran hazaña la de aquellos progresistas de salón: justo después de expropiar a las manos muertas del Antiguo Régimen, iba a haber más rentistas indolentes en España que nunca antes a lo largo de los siglos. "En realidad, la desamortización eclesiástica", concluye al respecto el profesor Jordi Nadal, "se llevó a cabo con el doble fin de sanear la Hacienda Pública y asegurar en el poder a los liberales". Inquietantes, insisto, las similitudes. La mitad del sistema crediticio puesto en almoneda, a precios de saldo, para exclusivo goce de los compañeros de viaje del poder político. Y en el horizonte inmediato, de nuevo los grandes latifundios erigidos a la sombra del favor estatal. Ayer, agrícolas. Hoy, financieros. Siempre, parasitarios. El dulce oligopolio a resguardo de los fríos vientos de la competencia, eterno retorno a la siesta española, he ahí el porvenir cierto de la banca doméstica de consumarse el presagio. Y los de la CECA, mirando a La Meca.


Libertad Digital - Opinión

¿Quo Vadis, Izquierda?. Por José María Carrascal

«¿Cómo es posible que la izquierda no aproveche los enormes errores que ha cometido últimamente la derecha? La respuesta es fácil: porque la izquierda lleva mucho tiempo perdiendo no sólo terreno, sino también identidad, al haber perdido la batalla de las ideas, que precede siempre a la del poder»

NADA ilustra mejor el fracaso de la izquierda como la crisis que padecemos. Siendo, desde su origen hasta sus últimas consecuencias, producto del capitalismo más feroz y desvergonzado, quien está sufriendo sus mayores consecuencias es el socialismo, hasta el punto de haber desaparecido de los gobiernos europeos, con residuos marginales, como el griego o el español, con el agua al cuello ambos. ¿Cómo es posible que la izquierda no saque provecho de los tremendos errores de la derecha? Es lo primero que se le ocurre a uno. La respuesta es bien fácil: porque la izquierda lleva mucho tiempo perdiendo no sólo terreno, sino también identidad, al haber perdido la batalla de las ideas, que precede siempre a la del poder.

Los pilares de la izquierda son el grito de la Revolución Francesa «¡Igualdad, libertad y fraternidad!», la proclama de la Internacional socialista «¡Proletarios de todo el mundo, uníos!» y el mandato del Manifiesto comunista de Marx y Engels «la nacionalización de los medios de producción», llevado a la práctica en la Unión Soviética, faro y patria de la izquierda universal durante el siglo XX.


De esos tres pilares no queda hoy ni rastro. La izquierda ha ido vendiendo su alma al diablo, traicionándose a sí misma y empeñando las joyas de su corona. Comencemos por la igualdad. Según demostró Djilas en su famoso libro «La nueva clase», el partido se convirtió en la nueva aristocracia, con privilegios tanto o mayores que los de la antigua. De la libertad, mejor no hablar. «Libertad, ¿para qué?», preguntó y respondió Lenin a Fernando de los Ríos. En efecto, ¿para que se quiere la libertad en el paraíso? Y lo grande es que la entera izquierda se lo creyó, con visitas reverentes al mismo, incluida la de Felipe González y Alfonso Guerra a poco de ser legalizado el PSOE, firmando acuerdos de intereses comunes con sus líderes, aunque luego prefirieran a los norteamericanos. En cuanto a la fraternidad, es verdad que a diferencia del capitalismo, fundado en el principio hobbesiano de «el hombre es un lobo para el hombre», el socialismo buscó la hermandad de todos los hombres, el internacionalismo, opuesto a todo tipo de nacionalismo, en el que veía una de las principales causas de las guerras y desgracias de este mundo. Con buena parte de razón. Pero la emergencia de la Unión Soviética, con su «socialismo en cada país» junto a la internacionalización creciente del capitalismo y su mercado global, ha hecho ir replegándose a la izquierda hacia posiciones nacionalistas, hasta convertirse en sierva del nacionalismo. El mejor ejemplo lo tenemos en España con la llamada izquierda abertzale, que sólo tiene de izquierda el nombre, por ser toda ella ultranacionalista. Ese es un caso extremo, pero ni mucho menos único. Tanto a nivel de Estado como en el de sus diversas comunidades, el socialismo español, con la honrosa excepción del PSV, prefiere pactar con los partidos «nacionalistas» (aunque yo preferiría llamarles «localistas»), que con el otro gran partido de ámbito nacional, creando alianzas contra-natura al menos desde su propia ortodoxia.

Esta renuncia a sus posiciones básicas ha obligado a la izquierda a buscar nuevos campos en que desarrollarse y distanciarse de la derecha: el ecologismo, el feminismo, la homosexualidad, el aborto, la eutanasia, con revoluciones que sustituyan a la de toda su vida: la lucha de clases y el proletariado contra sus explotadores. Y así la vemos envuelta en revoluciones como la «verde», la feminista, la sexual, la de las drogas, tan de moda en los últimos tiempos. Pero si el ecologismo no es más que una consecuencia del excesivo desarrollo industrial —y por eso sólo apto para países industrializados—, el resto de las citadas revoluciones no son otra cosa que subproductos de la revolución burguesa, teniendo muy poco que ver con la preconizada por la izquierda como liberadora de las masas trabajadoras. La mejor prueba de ello la tenemos en que todas esas revoluciones de nuevo corte buscan el provecho del individuo aislado, no de la clase obrera, y menos, la de la sociedad en su conjunto. Tratan de satisfacer los deseos más personales de cada individuo, incluso cuando no son compartidos por la mayoría de la población. Es como hemos llegado a la paradoja de que en los pocos países comunistas que aún quedan —como Cuba—, la homosexualidad esté mal vista, por no decir perseguida, y las mujeres sigan haciendo de comparsas o concubinas de los grandes líderes, mientras la izquierda occidental ha convertido el feminismo y la homosexualidad en dos de sus banderas. Pero eso, repito, es más un coletazo de la revolución burguesa que elementos de la proletaria.

Aunque donde más se nota la renuncia de la izquierda a su pasado y a sus fines es en el terreno económico. ¿Qué gobierno socialista o socialdemócrata incluye hoy en sus planes la «nacionalización de los medios de producción», que era una de los elementos básicos de una política de izquierdas? El único que hizo algo parecido fue el primero de Felipe González, con la nacionalización de Rumasa, pero para privatizarla inmediatamente, con grandes ganancias de sus amigos. El resto fue privatizar y privatizar. Por no hablar ya de lo que ha hecho Zapatero últimamente, bajo orden de la más altas instancias económicas conservadoras y desdiciéndose de su política social en toda la línea.

Con tales premisas, ya no extraña tanto que la izquierda vaya retrocediendo en los países desarrollados y sólo gobierne en los subdesarrollados donde el control de las masas y el resentimiento de éstas contra el anterior colonialismo prevalece. Pero incluso en ellos empieza a imponerse entre la población la idea de que sólo han cambiado unos amos por otros, sin que haya cambiado su suerte. Fíjense lo que está ocurriendo en el mundo musulmán.

Dicho esto, que debe de sonar como un réquiem a la izquierda, no tengo más remedio que añadir algo que puede extrañar a más de uno: la izquierda sigue siendo necesaria para el buen funcionamiento de un país. Hoy, más que nunca, dado el avance arrollador de la derecha. Fue la consigna ultraconservadora de «¡Fuera Estado! ¡Ningún control!» lo que nos llevó a la crisis actual, que aún no hemos superado. Es necesario el Estado, como son necesarios los controles, pues en otro caso, volveremos a la ley de la selva. La política tiene que ser realista, es decir conservadora, para ser efectiva. Pero tiene que contener también un porcentaje de idealismo, es decir, de izquierdas, para que satisfaga las ansias de mejora de la mayoría. Convertir los ideales en dogmas lleva a la tiranía, religiosa o política. Pero un régimen sin ideales es antihumano, ya que los humanos no nos contentamos con permanecer tal como hemos venido a este mundo, sino deseamos avanzar. En ese avance, la izquierda tiene el importante papel de corregir a la derecha para que no se extralimite y reparta justa y equitativamente tanto cargas como beneficios. Lo malo es cuando la izquierda se pone al volante y emprende una marcha alocada hacia su utopía, llevándonos al infierno, que ella llama paraíso.

Aunque lo peor de todo es cuando la izquierda pierde todo tipo de referencias, y tanto le da hacer política de izquierdas diciendo que es de derechas, o de derechas diciendo que es de izquierdas, confundiéndolo todo y no aclarando nada. En España hemos tenido últimamente abundantes muestra de ello, por lo que no debe de extrañar la situación en que nos encontramos, en la que nadie sabe dónde está ni hacia dónde vamos. Lo extraño es que quede todavía gente de izquierdas. Aunque se me dirá que de izquierdas, lo que se dice de izquierdas, ya no queda nadie.


ABC - Opinión

¿A dónde irán los petrodólares qataríes?

Valiéndose de su condición de primer ministro del Gobierno de España está ejerciendo de algo parecido a un representante de comercio de sus empresas afines. El clásico capitalismo de amigotes al que el "rojo" Zapatero y los suyos son tan aficionados.

La gira de Zapatero por Oriente Medio ya tiene su titular para que los terminales mediáticos del Gobierno puedan saciar su hambre de buenas noticias. El emirato de Qatar, a través de sus fondos soberanos, invertirá 3.000 millones de euros en España. Una buena parte de esa cantidad, en torno al 10% de la misma, irá dirigida a la recapitalización de las cajas de ahorros, paso imprescindible para que éstas se conviertan en bancos tal y como ha ordenado el Gobierno antes de 2012.

El resto del capital se inyectará en otros sectores a cambio, naturalmente, de participaciones en las empresas que el emir Ben Jalifa Al Thani señale como objetivo preferente. No se conoce aún quiénes serán los afortunados que podrán contar con capital qatarí aunque el presidente del Gobierno ha adelantado que los petrodólares irán destinados a empresas "poderosas" de las telecomunicaciones y la energía.


De lo segundo cabía esperar algo. No es la primera vez que el Gobierno se involucra personalmente para cabildear a favor de la industria renovable española. Ya lo hizo Sebastián hace dos años en Estados Unidos, donde trató de colocar el insostenible modelo renovable español, basado en primas abusivas y apoyo político declarado, algo con lo que no cuentan otros métodos de generación eléctrica. No hay que olvidar que ciertos empresarios del ramo son muy cercanos a Zapatero, tanto que de ellos se ha dicho que son "brujos visitadores de la Moncloa".

Antes de partir hacia los Emiratos Árabes Unidos, la agenda de Zapatero ya tiene incluido el compromiso renovable. No deja de resultar chocante que, en una región del globo que vive de exportar petróleo, la industria española que el Gobierno postula como captadora de inversiones –apaño político mediante– sea, precisamente, la que presume de ser una alternativa a los combustibles fósiles. Un sinsentido más que hay sumar a nuestro antieconómico e hipersubvencionado complejo climático-industrial.

Las inversiones hacia el sector de las telecomunicaciones hacen pensar en lo peor. La única empresa española de este ámbito afincada en el golfo Pérsico es Mediapro, que mantiene una numerosa plantilla en Qatar, desde donde realiza eventos deportivos como el pasado Mundial Sudáfrica 2010. Las dificultades que atraviesa el imperio mediático de Jaume Roures, otro impenitente visitador de la Moncloa, son de sobra conocidas. Podría ser que, al final, la gira emiratí de Zapatero haya que entenderla más en clave privada que pública. Valiéndose de su condición de primer ministro del Gobierno de España está ejerciendo de algo parecido a un representante de comercio de sus empresas afines. El clásico capitalismo de amigotes al que el "rojo" Zapatero y los suyos son tan aficionados.


Libertad Digital - Editorial

Occidente y la revuelta árabe

España es la gran promotora de la Alianza de Civilizaciones, que buscaba el entendimiento con las satrapías ahora desmanteladas.

Entramos en el tercer mes de una revuelta política que abarca a los árabes que van desde el estrecho de Ormuz hasta el Mediterráneo Occidental. No es una revuelta unitaria. Las características políticas de cada país van de despotismos muy diferenciados entre sí, desde el ilustrado de Omán al ignaro de Libia, pasando por satrapías como las de Yemen o Egipto a conflictos con marcado carácter étnico, como es el caso de Bahrein, o revueltas contra la democracia más desarrollada de todos los Estados árabes, la iraquí, que ya en sus balbuceos ha acogido ímprobas muestras de corrupción. Y que en un estado débil han favorecido expedita contestación popular, jaleada por un entorno político regional en el que todos parecen haber perdido el miedo.

Occidente muestra su dificultad para articular una reacción adecuada a unas revueltas que dicen reivindicar los valores sobre los que se asienta nuestro sistema político. Estados Unidos ha tardado casi dos semanas en manifestar sin tapujos su apoyo a la revuelta libia. Y ello, a pesar de que Muamar el Gadafi es el dirigente político internacional con más sangre norteamericana en sus manos. Francia se alineó desde la primera hora con el régimen de Ben Alí, como se ha sentenciado el domingo con la caída de la ministra de Exteriores, Michèle Alliot-Marie, y España, gran promotora de la causa de la Alianza de Civilizaciones, que buscaba el buen entendimiento con las satrapías que hogaño son desmanteladas, busca un lugar bajo el sol, como lo demuestra el empeño del presidente, José Luis Rodríguez Zapatero, por pasar mañana por Túnez antes de que el nuevo primer ministro, Beyi Said Essebsi, haya cumplido 100 horas en el cargo. Alguna primacía debía tener España.

Pero por más diferencias que singularicen cada revuelta nacional, lo cierto es que se prolonga en el tiempo un extendido desorden político que no contribuye a dar seguridad a los mercados, que son los únicos generadores de la riqueza que varios de esos pueblos necesitan desesperadamente. Y Occidente —tanto Europa como América— deben tomar nota de la lección que esos pueblos han dado con su levantamiento. La sociedad globalizada no guarda lugar para ciudadanos de segunda con menos libertades que otros.


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