miércoles, 2 de marzo de 2011

110 Km/h. Y ahora nos limitan la velocidad. Por Jaime de Piniés

Con el nuevo límite a la velocidad de circulación solo logramos un nuevo cartel, mucha pérdida de tiempo, algún que otro accidente por pérdida de atención y, eso sí, más dinero para el sector público.

En el año 1973, tras el primer gran shock en los precios de petróleo, el presidente Richard Nixon de los Estados Unidos limitó la velocidad de circulación en todo el país a 55 millas por hora. Supuso toda una convulsión para la sociedad americana, pero ésta terminó por aceptarla como una necesidad para reducir la dependencia nacional del cartel de la OPEP. El pueblo americano aceptó esas medidas nada liberales porque era consciente de que con los modelos de coches que había en aquel entonces, casi todos ellos "gas guzzlers", es decir terriblemente ineficientes, se sabía que una reducción del limite de velocidad de tan solo unas 10 ó 15 millas llevaría a un importante ahorro energético nacional.

Treinta y dos años después, en España se ha decidido lo mismo. Sin embargo, todos esos años de diferencia no han pasado en balde. Aquella crisis supuso la reinvención del coche para dar paso al vehículo eficiente y máximo ahorrador en energía. Hoy día, los coches encuentran su punto de máxima eficiencia entre los 120 y los 100 kilómetros por hora. De ahí que la mayoría de los expertos indiquen que las cifras dadas por el Gobierno, un ahorro energético de aproximadamente entre un 10% y un 15%, sean una pura falacia. De producir algún ahorro, se podría conseguir quizá un 2% ó un 3% y por lo tanto hay muy poca justificación para tamaña reducción de velocidad. Por otro lado, las carreteras que quedarían afectadas, autovías y autopistas, son las más seguras y por ende tampoco se puede encontrar justificación por este motivo. Sin olvidar algo que empieza a ocurrir a muchos conductores e incluso nuestro corredor Alonso hace referencia a ello y es el hecho que ante un ejercicio tan tedioso, cada vez hay más gente que habla de perder atención y adormecerse al volante.


La justificación básica de la medida parece radicar en la imperiosa necesidad de hacer caja por parte de todas las Administraciones Públicas de España. Y esto simplemente no es una justificación razonable. Mucho antes de alcanzar este punto, se debería meter en cintura el ingente gasto público y su enorme sobrecoste en todos los niveles administrativos y especialmente en las comunidades autónomas que no han hecho absolutamente nada, salvo alguna rara excepción, para reducir el sobrecoste y la ineficiencia de su gasto público.

Si el Gobierno verdaderamente quisiera mejorar la eficiencia energética de la circulación vehicular, haría mucho mejor en renovar la flota del país. Cada año que pasa los coches son más y más eficientes en cuanto al uso de hidrocarburos e incorporan, cada vez más, fuentes energéticas complementarias (eléctrica, bio-fuels, etc) lo que implica la reducción en la necesidad de importar tanto petróleo del exterior. Pero la ineficiencia del Gobierno, una vez que se agotó el dinero para el Plan Renove, parece que también agotó cualquier idea para impulsar el sector. Siendo socialistas, sorprende que no adopten penalizaciones mucho más exigentes hacia los coches más viejos, incentivando por esta vía "negativa" la sustitución de vehículos viejos e ineficientes por nuevos y energéticamente más ahorradores.

Desde una perspectiva liberal, está claro, todo esto sobra ya que el incremento del precio de los combustibles ya debe ser más que suficiente para disuadir el uso. Y, ojo al dato. Hace tres años cuando el precio del barril de petróleo rondaba los 145 dólares, es decir casi 35 dólares más caros que hoy, el precio del suministro, tanto de gasolina como de diesel, era tan caro como hoy. Todo ello se debe a los impuestos especiales que ahora golpean las desgastadas espaldas del consumidor nacional.

Definitivamente, no se puede improvisar una política energética con ocurrencias como limitar la velocidad de circulación. Ojalá se pudiera decir que por fin acierta como ocurre con el alargamiento de la vida útil de las centrales nucleares. Pero con el nuevo límite a la velocidad de circulación solo logramos un nuevo cartel, mucha pérdida de tiempo, algún que otro accidente por pérdida de atención y, eso sí, más dinero para el sector público.


Libertad Digital - Opinión

Vísperas. Por Gabriel Albiac

Vivimos una situación prebélica. Aunque no queramos verla. Un trocito de realidad nos hará añicos.

LAS vísperas de lo peor no se perciben nunca. Aunque luego, una vez que sucede, reconocer los síntomas que lo anunciaban —y su lógica— sea tan fácil. Vienen a mi memoria los versos del más joven Gimferrer, cuando, en Cascabeles, evoca la ceguera dulce de una Belle Époque empecinada en no escuchar el trueno que está prefigurando la Gran Guerra

«Algo nacía, bronco, incivil, díscolo,
más allá de los espejos nacarados».

Europa se asomaba a un impensado abismo, pero no quería verlo. No veía más que el destello parpadeante de la fiesta, la gran fiesta:

«Los hombros, el champán, la carne nívea,
la cabellera áurea, el armiño,
los senos de alabastro».

Es la experiencia que, con la fría lucidez de la cual él poseyó la clave, desmenuza Sigmund Freud en 1915: «La guerra en la que no queríamos creer, estalló y trajo consigo una terrible decepción». El ensueño de haber alcanzado una etapa de ilustración que nos pondría a salvo del recurso irracional a la violencia, saltaba por los aires. Y, después de aquello, escribe el vienés, «es como si no hubiera ya de existir futuro». Fue un desmoronamiento, sí. Pero no del mundo. Se desmorona una ilusión. Es el destino de todos los consuelos imaginarios. «La ilusiones nos son gratas, porque nos ahorran sentimientos displacientes y nos dejan, en cambio, gozar de satisfacciones. Pero entonces, habremos de aceptar sin lamentarnos que alguna vez choquen con un trozo de realidad y se hagan pedazos».

Asisto, con plácida melancolía, al ingenuo angelismo de una Europa empeñada en confundir la realidad norteafricana con sus humanitarios deseos. La realidad está a punto ahora de darnos caza. Y, una vez más, tras las amables fantasías quedarán sólo vidrios rotos.

Ribera sur del Mediterráneo. Turquía, bajo poder ya islamista, ha borrado la herencia laica de Ata-Turk; puede hablarse, si se quiere, de islamismo moderado; es una broma. Siria sigue bajo la dictadura hereditaria de lo que fue fundado como rama árabe del nacional-socialismo: el Baaz; y consolida sus buenas relaciones con el Irán teocrático y nuclearizado. El norte del Líbano es un protectorado sirio; el sur, un protectorado iraní. Israel, apenas un mínima isla democrática rodeada ahora por todas partes. En Egipto, la primera medida del nuevo gobierno ha sido abrir el paso de Suez a los buques de guerra iraníes. La guerra en Libia no augura nada bueno; en suma, tres hipótesis: gana Gadafi y todo sigue igual, ganan los islamistas y todo sigue peor, estalla el país en ese rompecabezas tribal sobre el cual fue edificado y todo es imprevisible. Túnez ha cambiado a un hombre fuerte por otro y luego por nada; queda por saber cuál es la fuerza real de sus clérigos para colmar el vacío. En Egipto, el jefe de los servicios secretos y responsable máximo de la brutal represión política en los últimos dos decenios, se ha deshecho del decaído Mubarak. Argelia, desangrada ya por una guerra civil agotadora, aguarda el retorno justiciero del islamismo extremo. Para cerrar el Mediterráneo queda sólo Marruecos, donde mora el último descendiente del Profeta.

Vivimos una situación prebélica. Aunque no queramos verla. Como a la eufórica Europa de 1914, un trocito de realidad nos hará añicos.


ABC - Opinión

Ineficaces y mal explicadas medidas de ahorro energético. Por Antonio Casado

Junto a la avalancha migratoria de los que huyen de la quema y los que se quedan expuestos al fundamentalismo, el otro peligro por las revueltas populares en los países árabes de influencia islámica es el riesgo de desabastecimiento energético a este lado del Mediterráneo. Por eso en la UE se contiene la respiración por la suerte de ese Gadafi que antes regalaba caballos a los dirigentes occidentales a cambio de su complicidad y ahora es un beduino acorralado en Trípoli.

No me extraña. Nada menos que el 90% del petróleo que compra Europa procede de Libia. Solo el 13% en el caso de España. Sin embargo, la dependencia energética del exterior se dispara hasta el 85 % en el caso de nuestro país, mientras que la media europea ronda el 56 %. En esas coordenadas nos movemos, pero no son nuevas ni van a cambiar de la noche a la mañana por esa ola de protestas populares que nos traen los telediarios desde la otra orilla a la hora de comer.


El interesado seguimiento que hacemos en España de lo que está ocurriendo en esa parte del mundo se explica por la proximidad. Y también por el miedo a que se resienta nuestro abastecimiento energético. Aunque eso se entiende, ni había un estado de alarma social en ese sentido ni hacía falta que el Gobierno sobreactuase con una serie de medidas irrelevantes, contradictorias y mal explicadas. Seguramente sólo por dar la sensación de que se ponía las pilas porque algo había que hacer. El resultado: un evidente malestar en la opinión pública. Era innecesario porque no podemos decir que hubiese una clamorosa demanda social de medidas para la urgente reducción del consumo energético, empezando por la gasolina de los automóviles.
«No digo que sea malo. Digo que es contradictorio con la cruzada del Gobierno contra el déficit público, que es uno de los agujeros de la averiada economía nacional.»
Algo así como un tiro en el pie, si constatamos el masivo rechazo popular que han despertado las decisiones anunciadas al término del Consejo de
Ministros del viernes pasado. No sólo por su más que dudosa eficacia. También por la persistente sensación de que el Gobierno ha vuelto a improvisar. Es cosa de ver secuenciadas las declaraciones sucesivas del vicepresidente del Gobierno, Rubalcaba, el ministro de Industria, Sebastián, y el de Fomento, Blanco, refiriéndose a porcentajes tan distintos sobre el ahorro energético que supone el conducir a 110 por hora. O a Zapatero poniendo el acento en la disminución de accidentes y la mejora del medio ambiente mientras sus ministros justifican la medida por la necesidad de rebajar la factura del petróleo.

Uno tenía entendido que la lucha contra el déficit público era prioritaria. Pero ahorrar en la factura del combustible supone una disminución de ingresos en la cuenta del Tesoro Público, pues a menos consumo menos recaudación por impuestos especiales (¿O es que esperan compensar con el aumento de las multas por conducir a más de 110 kilómetros por hora?) No digo que sea malo. Digo que es contradictorio con la cruzada del Gobierno contra el déficit público, que es uno de los agujeros de la averiada economía nacional.

Lo dicho, un tiro en el pie que regala argumentos a quienes acusan a este Gobierno de improvisador. Y un palo más a los desalentados votantes socialistas, cuya recuperación es hoy por hoy el objetivo prioritario de las estrategias electorales de Moncloa y Ferraz.


El Confidencial - Opinión

Otra vez Chacón. Por M. Martín Ferrand

La sustracción del armamento de un cuartel no puede quedar en el arresto de un pobre sargento de guardia.

LA trascendencia de los graves acontecimientos mundiales en curso, que marcan nuevos vectores de tensión y niegan los planteamientos buenistas de la «alianza de civilizaciones» —el cenit del pensamiento político de José Luis Rodríguez Zapatero—, no debieran distraernos del análisis de los sucesos domésticos. Entre ellos es de especial gravedad, aunque la máquina gubernamental quiera aliviarlo con una faena de aliño, el asalto a la base «General Menacho» de Bótoa, en Badajoz. El hecho de que unos desconocidos entren en unas instalaciones militares, permanezcan en ellas durante un par de horas, suenen durante su estancia las alarmas de seguridad y se lleven, sin más, un cargamento de pistolas y fusiles de asalto de última generación no es un asunto baladí que se pueda desvanecer con su mera publicación en los diarios. Sobre el supuesto de su profesionalidad, ¿se trata de delincuentes comunes o «políticos»?

El suceso, en plena tensión bélica y revolucionaria en el norte de África, evoca las «Historias de la puta mili» que el desaparecido Ivá dibujó para El Jueves. O los asaltantes integran un comando de alta preparación, hipótesis terrorífica, o resulta de muy difícil explicación que unos quídam puedan operar a sus anchas en un cuartel y profanar nada menos que el depósito de armas. Parece que, por no haber, ni tan siquiera existen grabaciones con la imagen de quienes ahora tienen en su poder, para nuestra inquietud, una veintena de fusiles HK G-36, capaces de efectuar 700 disparos por minuto.

La ministra del ramo, la muy dispuesta Carme Chacón, diz que aspirante a lideresa del PSOE, suele vendernos con gran maestría, como si tuvieran fundamento, sus naderías políticas. No deja de ser chocante que quien entiende España como «Nación de naciones» —así lo firmó en El País al alimón con Felipe González— sea la encargada de la Defensa de la Nación; pero, ya se sabe, al hablar de los asuntos españoles parece inevitable la asunción de una cuota de incoherencia y otra de disparate. Esa es, por otra parte, una responsabilidad exclusiva y específica de quien la designó para el cargo que es quien, a su vuelta de su pintoresco viaje a Túnez en un raro ejercicio de espiritismo político, debiera poner firme a su delegada para los asuntos castrenses y exigir las responsabilidades que son del caso. En unas Fuerzas Armadas en las que los artificieros hacen prácticas con carga real en los explosivos, la sustracción del armamento de un cuartel no puede quedar en el arresto de un pobre sargento de guardia. Chacón tendrá que cumplir su responsabilidad presente para poder aspirar a su gloria de futuro.


ABC - Opinión

El gran Fernández. Por Alfonso Ussía

Se dice, y resulta doloroso, que España ha dejado de dar grandes hombres. Me hiere compartir tan pesimista diagnóstico. Otra cosa es que España aproveche o no la grandeza individual de sus hijos. Ahí tenemos el ejemplar caso de don Antonio Fernández, ex consejero de Empleo de la Junta de Andalucía. El maldito tópico dibuja a los andaluces en la acuarela de la indolencia y la dejadez. Se trata de un lugar común tan vulgar como injusto. En Andalucía hay más talento natural que en otras regiones de España, y especialmente en el triángulo luminoso de Andalucía la Baja. Y se trabaja lo mismo que en Cataluña, el País Vasco o Madrid. Sucede que los andaluces saben aprovechar con menos lo que otros no disfrutan con más, y de ahí la envidia.

Pero casos como el de don Antonio son excepcionales y rompen las estadísticas. Don Antonio Fernández empezó a trabajar el mismo día de su nacimiento. Así lo demuestra el ERE al que se adhirió siendo consejero de la Junta de Andalucía. Mérito no sólo suyo, sino también de la empresa que lo contrató con un día de edad, la gran bodega González-Byass de Jérez de la Frontera, la del sol de Andalucía embotellado con la marca de Tío Pepe. Una empresa capaz de adivinar el futuro de un recién nacido y admitirlo en su nómina merece el reconocimiento de todos. Don Antonio trabajó en González-Byass, según el ERE, con un día de edad. No recuerda bien en qué departamento lo hizo. Si en administración, en exportación, en la propia bodega como escanciador o de vigilante nocturno. Pero el tío tiene mérito.


Mozart a su lado, un palangana. Lo que no entiendo es que un personaje así no haya superado la menguada altura política de una consejería autonómica. Injusticia lacerante y plena. Para mí, que don Antonio Fernández tendría que ser, como poco, secretario general de la ONU, o de la OTAN o presidente del Banco Central Europeo. Sucede a menudo con los socialistas. Que no creen en los suyos y al que destaca lo arrinconan.

La gente se cree que una buena bodega funciona así como así. Una bodega como la de González-Byass, Osborne, Caballero, Terry o Domecq es consecuencia de un esfuerzo familiar y empresarial titánico. Las maravillas del fino, el amontillado, el Pedro Ximénez y el oloroso los ofrece la tierra divina de las viñas ondulantes, pero sin el trabajo y la sabiduría del hombre se quedarían en nada. Como el brandy. Decenas de miles de hombres y mujeres han hecho posible, durante siglos, que ese milagro del sur de España sea una realidad. Pero ignorábamos que también los recién nacidos –uno al menos, el gran Fernández–, habían contribuido a la grandeza de nuestra industria bodeguera jerezana o portuense. Y la Junta de Andalucía, que lo ha tenido como consejero de Empleo, ha silenciado su trayectoria vital y laboral con una falta de generosidad y justicia asombrosas. El expediente no miente, y don Antonio Fernández ingresó en González-Byass el 15 de julio de 1956, fecha de su nacimiento. Sus padres hubieron de sentirse más que orgullosos con la determinación del nene. Un niño que nace, renuncia a la mamancia y se marcha a trabajar a una bodega no es un niño normal.

Que haya cobrado el ERE siendo consejero de Empleo es una minucia. La insoportable manía de los españoles de entrar en los tiquismiquis para oscurecer los méritos de los grandes hombres. No lo creerán los lectores, pero me he emocionado escribiendo este artículo. Fernández no merece otra cosa que un homenaje nacional. Y al homenaje me adhiero sin reservas, con el mismo entusiasmo que él se adhirió al ERE.


La Razón - Opinión

PSOE. El PER y la prejubilación neonatal. Por Pablo Molina

Las peonadas del PER justifican las cacicadas de los ERE, porque siendo todos conscientes de la propia vileza, la ajena se disculpa con mayor facilidad.

La corrupción a los ritmos vertiginosos que caracterizan al PSOE cuando gobierna sólo se puede mantener en el tiempo si hay una masa suficiente de ciudadanos también corrompida con dinero público a través de subvenciones, empleos ficticios, enchufes administrativos, prejubilaciones neonatales o cualquiera de las miles de variantes que los socialistas han patentado a lo largo de su mefítica historia. Cuando la práctica totalidad de los habitantes de una región o un país viven exclusivamente de su esfuerzo, existe una gran severidad popular en la reprensión pública de la corrupción política. En cambio, cuando la práctica más extendida es vivir del esfuerzo ajeno gracias a las dádivas del poder, la gente suele mirar para otro lado cada vez que sale a la luz alguno de los casos que la propia presión interna de la ciénaga empuja a su superficie.

El fangal en que ha acabado convertida la Junta de Andalucía sólo tiene parangón en el albañal organizado por el tripartito en Cataluña, comandado, cómo no, por la filial catalana del PSOE, aunque en honor de los socialistas andaluces hay que destacar que su capacidad para el trinque está muy por encima de todo lo conocido hasta el momento. Claro, han tenido treinta años para ejercitarse y perfeccionar la técnica mientras que los de Montilla y Carod sólo dispusieron de apenas dos legislaturas, pero, incluso así, proporcionalmente es difícil que alguien le quite al socialismo andaluz su bien ganado título oficioso como la organización política más corrupta del Planeta Tierra.

Si sólo tuviéramos en cuenta la capacidad socialista para el trinque resultaría digno de estudio, por lo inaudito, el hecho de que el partido que acredita una trayectoria tan corrupta haya revalidado su mayoría absoluta en Andalucía siete veces consecutivas. Lo que explica la aparente paradoja es la existencia del PER como eje vertebrador de la voluntad popular en torno a un partido dispuesto a financiar la vagancia compartida a cambio del voto.

En las ciudades andaluzas puede haber, y de hecho la hay, una gran indignación por la forma tan grosera en que los socialistas se llenan los bolsillos, pero en el amplísimo agro andaluz hay mucha gente a la que con estos gobernantes no le va nada mal. Con dos hijos mayores de edad y ocho o diez olivos, entre el Plan de Empleo Rural y las subvenciones de la Unión Europea, cualquier familia tiene un bien pasar sin pegar ni un puñetero palo al agua. Si además sus miembros son hacendosos y deciden trabajar en la economía sumergida, el resultado es que en pocos años se pueden dedicar simplemente a leer el Boletín Oficial de la Unión Europea, para gestionar el trinque presupuestario de los distintos cultivos según la subvención que tengan asignada.

Las peonadas del PER justifican las cacicadas de los ERE, porque siendo todos conscientes de la propia vileza, la ajena se disculpa con mayor facilidad. O lo que viene a ser lo mismo: la autonomía que trinca unida, siempre permanecerá unida. Y ariquitaun.


Libertad Digital - Opinión

Pasando el platillo. Por José María Carrascal

Hoy, a Zapatero y sus ministros no se les cae de los labios la palabra España, pero es un poco tarde.

Hemos pasado de tener, según nuestro presidente, «el sistema financiero más sólido del mundo» a mendigar por el Golfo Pérsico que compren nuestras cajas de ahorro, convertidas en pozos de deuda; de «haber sobrepasado a Italia y estar a punto de superar a Francia» a figurar en el pelotón de los torpes de la Europa comunitaria; de ser un país de inmigrantes de todas partes del mundo a preparar la maleta de nuestro jóvenes más capacitados para que marchen, como sus abuelos, a Alemania porque aquí no encuentran trabajo. Este es el balance de mandato y medio de José Luís Rodríguez Zapatero, ya que la destrucción no ya del empleo, sino de la moral de España empezó durante su primera singladura, en la que quiso cambiar todo y lo que consiguió fue estropearlo. La crisis económica mundial, que él no quiso ver, sólo dio la puntilla a aquella labor de zapa y derribo, en la que se negociaba con los terroristas, se daba carta blanca a los nacionalistas y se dudaba desde la misma presidencia del Gobierno del concepto de nación.

Y, naturalmente, así no se hace una nación. Así se la deshace. Hoy, a Zapatero y sus ministros no se les cae de los labios la palabra España, pero es un poco tarde. Lo que ellos sembraron de insolidaridad, revancha y guerracivilismo nos está pasando factura. Nadie arrima el hombro, la consigna es sálvese quien pueda y el que venga detrás que arree. Dan ganas de vomitar cuando se oye a los mismos que querían meter al PP en la leprosería, acusarle de antipatriota porque no aplaude las medidas que toman, cuando, si son iniciativas suyas —como es esa limitación de la velocidad en las autovías, digna sucesora del cheque-bebé a del arreglo de las aceras— son inútiles, y si les vienen impuestas desde fuera —como el plan de ajuste marcado por Bruselas—, sólo las están cumpliendo tarde y a medias, lo que las hace perder la mayor parte de su eficacia.

No ha habido otra variación entre el primer y segundo mandato de este Gobierno que el de aflorar en el segundo los errores del primero. El resto de los cambios han sido más virtuales que reales. Rubalcaba es una Fernández de la Vega con barba y menos despliegue de vestuario, como Salgado, un Solbes menos cínico y más presentable. Pero de hecho, todos ellos y ellas son meros instrumentos de un presidente que se niega a reconocer su incapacidad y se empecina en sus errores. Ahí lo tienen, en el Golfo Pérsico pasando el platillo ante los emires y anunciándonos que la recuperación ya ha empezado y a finales de año estará en plena marcha. ¿Cuántas veces nos lo ha dicho? ¿Cuántas veces nos lo hemos creído? No hay más ciego que el que no quiere ver, ni más sordos que los que no quieren escuchar.


ABC - Opinión

España-Alemania. El barón Guttenberg y el botones Fernández. Por José García Domínguez

Un asunto, el de los eres fraudulentos de Griñán, que al final habrá de saldarse con unas risas y poco más. Como siempre. Por algo ésta es la patria del Lazarillo de Tormes y el Buscón llamado Don Pablos.

Azares de la vida, las dispares desdichas del barón Guttenberg y el botones Fernández han ido a tropezarse en las portadas de la prensa. Y es que, como supongo advertido al lector, ese Guttenberg se equivocó de país y el tal Fernández, de fecha de nacimiento; yerros ambos de los que se da cumplida cuenta en los diarios. Así las cosas, de haber venido al mundo español y castizo, amén de las mieles del Ministerio de Defensa, el barón plagiario gozaría a estas horas de una sección fija en el programa de Ana Rosa. E incluso es posible que se lo disputaran como candidato a presidir más de una comunidad autónoma.

Pero, ¡ay!, quiso la fatalidad que el hombre fuese alumbrado en Alemania, una nación que todavía se toma en serio a sí misma. Y de ahí los tristes pesares suyos. Por su parte, el botones Fernández, niño prodigio a semejanza de Mozart, Joselito y Marisol, en lugar de con un pan, nació con un empleo fijo bajo el brazo. Al respecto, y según reza el papel timbrado de la Junta, el lactante Fernández, a la sazón ex consejero de Trabajo de Andalucía, valga el oxímoron, resultó ser un bebé stajanovista. Tanto que el mismo día que vio la luz ya firmó un contrato laboral en las bodegas González Byass. Singular prodigio del que hemos sabido merced al enésimo mangoneo en que anda metido ese presunto prejubilable ful.

Por cierto, un asunto, el de los eres fraudulentos de Griñán, que al final habrá de saldarse con unas risas y poco más. Como siempre. Por algo ésta es la patria del Lazarillo de Tormes y el Buscón llamado Don Pablos. Entre nosotros, es sabido, mentir constituye prosaico hábito cotidiano carente de la menor trascendencia, algo aceptado que no acarrea sanción social alguna. Al contrario, el que aquí logra burlar al prójimo gracias a esas artes, con frecuencia, suele ver celebrada su audacia con el aplauso del vulgo. ¿De qué extrañarse, entonces, si en España a los encausados por corrupción solo les falta acudir a las sesiones de los juicios con banda de música y firmando autógrafos? ¿Acaso cabría esperar proceder distinto de una comunidad dotada de semejante pulso moral? Qué lejos Berlín.


Libertad Digital - Opinión

Gasógeno. Por Ignacio Camacho

El Gobierno de la posmodernidad retrocede al pasado de autarquía: cualquier día reinventa el gasógeno.

«Cuántas luces dejaste encendidas,
yo no sé cómo voy a apagarlas»


José Alfredo Jiménez

PELIGRO: el Gobierno ha entrado en estado de ocurrencia y puede suceder cualquier cosa, desde que apague por decreto la luz hasta que racione la gasolina o establezca turnos para circular en coche. Los campeones del despilfarro, los dadivosos repartidores de regalías y cheques proteccionistas, han descubierto de pronto que no les queda un céntimo en caja y se han entregado a técnicas de microahorro doméstico propias de la escasez de posguerra. De momento, con la limitación de velocidad han retrocedido cuarenta años, a tiempos de Arias Navarro, y en esa pendiente de retorno al pasado pueden acabar resucitando la autarquía. Menos mal que era gente posmoderna, porque a este ritmo existe serio riesgo de que reinventen el gasógeno.

Cuesta creer que estos paladines de la estrechez que cada tarde revisan el termostato de la calefacción pertenezcan al mismo Gobierno que pasó dos años negando la crisis o vaticinándole un curso corto y leve. Si no se hubiesen pulido el superávit en salvas no tendrían que andar ahora rebuscando calderilla por los entresijos de los sofás y escatimando iluminación en las carreteras. Una vez que han aceptado a la fuerza la evidencia de la recesión no pasa día en que no encuentren un horizonte más espeso de penuria. Se han acostumbrado a la impopularidad y han asumido el papel de padres en aprietos que miran de reojo la hucha de los niños. Eso sí, en su fragorosa tormenta de ideas pedestres ni por asomo se les alcanza al caletre la posibilidad de dar ejemplo aparcando la flota oficial de audis de alta cilindrada o renunciando a los falcons y los mystèrespara acudir a mítines de fin de semana. Eso es el chocolate del loro, pero el loro del poder va siempre motorizado y la austeridad es cosa de la parte contratante de la segunda parte. O sea, de los otros.

Cualquiera de los recortes administrativos a que se viene negando el Gobierno ahorraría más que los apagones improvisados, los bolígrafos desparramados o esos diez kilómetros por hora de menos que van a convertir las autovías en un concurso de orugas. El problema no es que las sedes institucionales se queden encendidas hasta las nueve —otro descubrimiento de última hora para el que bastaba observar los ventanales— sino que se necesitan muchos edificios para albergar a todos los funcionarios y altos cargos que han hipertrofiado las administraciones. El crecimiento injustificado del sector público es insostenible en doble sentido: no se puede pagar y además provoca un consumo energético extra que debería sonrojar a los ecocombatientes del cambio climático. Como por ahí no quieren meter la tijera cada mañana se sacan del magín una nueva medida presuntamente luminosa; pero mientras más ocurrencias alumbran más a oscuras nos quedamos.


ABC - Opinión

Carreteras más inseguras

Acentuar y multiplicar las medidas para consumir menos combustibles y lograr una mayor eficiencia energética es no sólo encomiable, sino muy necesario. Pero no se pueden improvisar ni anunciar con cuentagotas, sin coordinación y al buen tuntún, que es lo que está haciendo el Gobierno desde que el pasado viernes avanzó una rebaja de la velocidad en autovías y autopistas. Por si el incendio causado por esta iniciativa no fuera suficiente, el ministro de Fomento, José Blanco, ha echado más gasolina al fuego al declarar que planea reducir la iluminación en las carreteras del Estado para ahorrar la mitad de la factura eléctrica. ¿Son medidas adecuadas o se trata de señuelos para no afrontar la cuestión de raíz? De entrada, no parece que la reducción de la velocidad en 10 km/h suponga un ahorro apreciable, como han certificado los expertos. El hecho de que varios ministros hayan discrepado en público sobre su eficacia demuestra que se trata de una medida alocada, inconsistente y baladí. Además, resulta revelador que un país como Holanda, donde los combustibles son más caros que en España y cuya dependencia energética del exterior es tan elevada como la nuestra, haya tomado una decisión en la dirección opuesta: subir el límite de velocidad a 130 km/h. Al parecer, Gran Bretaña también estudia secundarla «para ahorrar combustible». Conscientes, tal vez, de que el argumento del ahorro se desvanece, desde el Gobierno se ha ensayado en las últimas horas otro discurso: el de la seguridad. Tanto el presidente como Rubalcaba han subrayado que reduciendo la velocidad se producirán menos accidentes y menos muertes. Es muy discutible que los efectos sean mínimamente relevantes, pues hay que recordar que la gran mayoría de los siniestros mortales se producen en las carreteras secundarias y de doble dirección, no en las autovías y autopistas, que es donde se ha rebajado la velocidad. Pero es que además este discurso de la seguridad choca frontalmente contra la medida anunciada por Blanco de reducir a la mitad la iluminación en las carreteras del Estado. No se necesita echar mano de sesudos estudios sobre la relación entre seguridad e iluminación, que los hay y son muy concluyentes, para adelantar que si se lleva a cabo la drástica decisión de Fomento se incrementará de modo sensible el número de accidentes. La iluminación de carreteras y autovías en aquellos trazados más conflictivos, peligrosos y de proximidad a núcleos urbanos es una necesidad vital para evitar accidentes, como así se demuestra estadísticamente. Por tanto, resulta inviable la pretensión de Fomento, por más que la trata de disfrazar con otras excusas, como la de sustituir por «leds» las actuales bombillas. Cualquier técnico del Ministerio de Industria sabe que no se puede cambiar de tecnología sin renovar la infraestructura básica que la soporta, y modificar el alumbrado supondría un coste que, en esta coyuntura, es inasumible para Fomento. Es difícil saber qué pretende conseguir el Gobierno con éstas y otras ocurrencias, pero una cosa es segura: no logrará ningún ahorro significativo y aumentará el riesgo en las carreteras.

La Razón - Editorial

Asfixiar a Gadafi

La tardía presión internacional debe servir para que los propios libios ajusten cuentas al tirano.

La ONU, EE UU y Europa han salido finalmente de su sopor castigando a Gadafi con tardías medidas de presión. La resolución unánime del Consejo de Seguridad, que convierte al dictador libio en un apestado internacional e incluye la petición a La Haya para que le juzgue por crímenes de guerra, constituye por su relativa firmeza, pese a lo interminable de su gestación, un hito en los adormecidos mecanismos de la ONU. Las represalias contribuyen a estrechar el cerco al sanguinario déspota, pero tardarán en materializarse; y algunas tienen solo un valor simbólico en una fase de la confrontación en la que Gadafi parece más decidido a resistir y morir matando que a buscar seguridad fuera del país sublevado al que ha aterrorizado y esquilmado durante más de 40 años.

De esta presión exterior creciente forma parte por vez primera la amenaza militar. Washington está acercando a Libia parte de su flota mediterránea y Barack Obama y sus aliados europeos han comenzado a hablar abiertamente de preparativos bélicos, como la imposición de una zona de exclusión aérea sobre el país norteafricano como primera opción. Pero esos movimientos son harina de otro costal y los tiempos en Libia y fuera de ella son diferentes. El despliegue naval en marcha tiene como propósito fundamental la intimidación y el eventual rescate masivo de civiles en una zona donde se está gestando una crisis de refugiados de enormes proporciones. Y el deseable cierre del espacio aéreo, para evitar que Gadafi utilice la aviación como arma de exterminio -derribando sus cazas en última instancia-, es una operación lenta y compleja, que exige como preámbulo la aniquilación de sus defensas antiaéreas. La acción directa en favor de los sublevados no tendría sentido mientras los libios que luchan contra el tirano no integren un frente único, y lo suficientemente homogéneo política y territorialmente, que lo permita. Parece que una intervención terrestre abierta, que únicamente podría abanderar la Casa Blanca, está descartada en Libia por el momento. Y no solo porque requeriría la improbable unanimidad del Consejo de Seguridad, sino porque tanto Europa como EE UU arrastran invencibles fantasmas después de Irak y Somalia.

Gadafi es un cadáver político, y es más probable y mucho más deseable que sean los propios libios, cada vez con mayor control de la situación, los que tengan la oportunidad de ajustar las cuentas al coronel de atrezo. El cerco internacional debe estrecharse hasta privar de cualquier oxígeno militar, político o económico a uno de los déspotas más contumaces del planeta. Pero el maremoto de libertad que sacude el vasto mundo árabe ha obtenido su legitimidad de lo inmaculado de su génesis popular, al margen de instrumentalizaciones espurias interiores o exteriores. Si son sus compatriotas los que ponen fin al experimento de terror ejecutado por Gadafi, será mucho mejor para la nueva Libia.


El País - Editorial

Racionamiento privado y despilfarro público

Salvo que queramos avanzar a pasos agigantados por el camino de la servidumbre, a quien le corresponde decidir qué debe hacer el ciudadano con su renta disponible, en qué gastarla y cuánto ahorrar es al propio ciudadano.

No contento con su liberticida ocurrencia de limitar la velocidad máxima en carretera a 110 Km/h como medida de ahorro forzoso en gasolina, el Gobierno baraja, junto a la Federación Española de Municipios y Provincias, otra colectivista medida de ahorro energético como sería la de poner una tasa por acceder en coche al centro de las ciudades. De esta forma, y según ha explicado el presidente de la FEMP, el socialista Pedro Castro, sólo los vehículos con matrículas pares podrían circular por los centros urbanos los días pares, mientras que los de matricula impar lo harían el resto de días. Por si esto fuera poco, el PSOE también ha analizado la posibilidad de limitar todavía más la velocidad en los cascos urbanos, pasando del máximo actual de 50 a 30 Km/h.

Parece evidente que, con estas disparatadas medidas, las autoridades públicas no buscan sino nuevos medios para satisfacer su voracidad fiscal mediante nuevas tasas y multas. Con todo, y aun concediendo que fuese una inédita preocupación gubernamental por el ahorro lo que las motiva (algo que, por cierto, no parece compartir el keynesiano secretario de Estado de Economía) habría que señalar que, con ellas, el Ejecutivo invade esferas que no le competen. Y es que, salvo que queramos avanzar a pasos agigantados por el camino de la servidumbre, a quien le corresponde decidir qué debe hacer el ciudadano con su renta disponible, en qué gastarla y cuánto ahorrar es al propio ciudadano. Ese es un derecho de toda persona tanto como es un deber de las administraciones públicas hacer un uso austero y eficiente de los recursos que extraen del contribuyente.


Si tanto le preocupa al Gobierno el ahorro en energía, en lugar de disparatadas y liberticidas medidas de racionamiento, que empiece por liberalizar el modelo energético; pues ahora impone barreras a ciertas formas de producción de energía, como la nuclear, y fija los precios, distorsionando su irremplazable función de informarnos de su demanda y escasez relativa.

Esta nueva cantinela del ahorro es, por otra parte, tanto más insultante para el ciudadano cuando las administraciones públicas siguen gastando mucho más de lo que ingresan, como deja en evidencia sus casi cien mil millones de déficit. Aunque esta cifra, que supone un 9,2% del PIB, cumpla con la promesa que el Gobierno le hizo a Bruselas, no por ello deja de situar a España en el vagón de cola de la UE. Eso, por no hablar de que esta reducción en conjunto del déficit público se debe exclusivamente al Estado central, pues los ayuntamientos y, sobre todo y a gran distancia, las comunidades autónomas siguen incumpliendo de manera creciente sus compromisos en este terreno.

Bien está que las diversas administraciones hagan esfuerzos por un consumo más eficiente de la energía que ellas consumen, siempre y cuando no pongan en peligro al ciudadano (por ejemplo, con una reducción de la iluminación en carreteras). Pero incluso el más plausible y legítimo ahorro estatal en energía será el chocolote del loro comparado con otro tipo de despilfarro público contra el que no se quiere meter tijera.


Libertad Digital - Editorial

La pasión árabe de Zapatero

El «plan Marshall» es otra ocurrencia de Zapatero sobre el mundo musulmán tan poco elaboraday solvente como su Alianza de Civilizaciones.

LA gira árabe del presidente del Gobierno está poniendo de manifiesto algunas de las reiteradas contradicciones y debilidades de su discurso sobre aspectos fundamentales de su mandato: la crisis económica o la política exterior. No cabe dudar de la conveniencia de que el jefe del Ejecutivo realice viajes al exterior para promocionar la economía española y procurar las máximas inversiones posibles, más ahora, cuando España necesita recuperar urgentemente la confianza de los mercados internacionales. Cuestión distinta son el contexto y el mensaje de estas giras, porque entonces entran en juego matices muy importantes. Por lo pronto, habrá que esperar a que se materialicen los compromisos de inversiones anunciados por el Gobierno tras los encuentros con las autoridades de Qatar y los Emiratos Árabes Unidos, porque no sería la primera vez que se vende humo a la opinión pública. Por otro lado, las inversiones que estos Estados árabes han anunciado en las cajas españolas —450 millones de euros en total— muestran un panorama nada optimista, cuando el capital que el Gobierno y el Banco de España han calculado para la viabilidad de las cajas está entre 25.000 y 50.000 millones de euros. Menos es nada, podrá decirse, pero no hay que olvidar que se trata de dos economías bien atesoradas. Las respuestas de otros Estados menos solventes no podrán ser mejores. Por otro lado, mal síntoma es que el presidente del Gobierno tenga que andar captando fondos para las cajas en sus viajes al extranjero, porque el mensaje que da a entender es que estas no serán capaces de captarlos por sí mismas, y que el mercado español o europeo no estará en condiciones de aportarlos.

Al mismo tiempo, la gira árabe de Zapatero hace inevitable su asociación a la cadena de revoluciones en el norte de África, para el que el presidente del Gobierno pidió, antes de iniciar su viaje, un «plan Marshall» como el que permitió la recuperación europea tras la II Guerra Mundial. Es otra ocurrencia de Zapatero sobre el mundo árabe y musulmán, tan poco elaborada y solvente como la de su Alianza de Civilizaciones, que si alguna ocasión tenía de demostrar su utilidad es, precisamente, este movimiento de liberación. No es extraño que de la tal Alianza nada se sepa porque nunca se planteó la democracia y la libertad de los pueblos árabes y musulmanes como sus objetivos, sino el diálogo inane con los mismos dictadores y teócratas que ahora están cayendo.


ABC - Editorial