jueves, 3 de marzo de 2011

Suma y sigue... Por M. Martín Ferrand

Llegará un momento, si Zapatero continúa en La Moncloa, que ya no crezca el paro. Todos estaremos en él.

YA en 1920, cuando se creó el Ministerio, comportaba una cierta perversión administrativa llamarle «de Trabajo» a un departamento que tiene como fundamento principal la lucha contra el paro. Después, en el 31, cuando Francisco Largo Caballero ocupó el cargo que hoy ostenta Valeriano Gómez, la perversión se convirtió en escarnio y así fue hasta que, ya en el tardofranquismo, las aguas comenzaron a recuperar sus cauces naturales. Joaquín Almunia y Manuel Chaves —que todavía no había conocido su «gloria» andaluza— no fueron malos ministros del ramo. Manuel Pimentel, con José María Aznar, fue tan bueno que le dieron la boleta a las primeras de cambio y, llegados al presente tiempo de catástrofe, el de José Luis Rodríguez Zapatero, Jesús Caldera, Celestino Corbacho y el citado Gómez podrían hacer carreras de inútiles con la seguridad de que ninguno de los tres quedaría en último lugar.

Ayer, el Ministerio que contabiliza y clasifica parados nos dijo que, como era previsible y estaba previsto, el paro creció en febrero. La novedad reside en que Mari Luz Rodríguez, la recién llegada secretaria de Estado de Empleo —¡que velocidad de rotación la del cargo!— nos consoló diciendo que el incremento, 68.260 parados más, es inferior a los de febrero de los dos años precedentes. ¡Qué maja! Llegará un momento, si Zapatero continúa en La Moncloa, que ya no crezca el paro. Todos estaremos en él. Incluso, dado que la natalidad es escasa en España, los cálculos actuariales permiten pensar que la mortalidad irá reduciendo el porcentaje de parados entre los españoles vivos hasta alcanzar cifras irrisorias.

Sabemos que el problema es tan difícil como grave y que no es imputable al Gobierno en toda su cuantía; pero resulta irritante, incluso provocador, que las autoridades de la especialidad traten de tapar sus vergüenzas considerándonos imbéciles y ofreciéndonos medias verdades con la intención, en el mejor de los casos, con que las madres de antes —ignoro las prácticas actuales— le aplicaban Bálsamo Bebé a las escoceduras de los pequeñines para aliviar su incomodidad y atemperar su llanto. Los dramas sociales son de imposible cuantificación porque lo cualitativo, la situación de uno de cada cinco españoles en edad activa, no puede traducirse a guarismos, sino a lágrimas y desesperación. Es posible que la secretaria de Estado a la que me refiero, pobrecita, quiera difuminar con valores relativos los abrumadores datos de la realidad absoluta; pero, ¿necesitamos para esa tarea una máquina tan inmensa a inútil como la que inauguró Carlos Cañal, ministro de Eduardo Dato?


ABC - Opinión

Libia. Gadafi (aún) no ha perdido. Por José García Domínguez

Así Zapatero y su bucólica Alianza de Civilizaciones. Aunque no solo él. Europa entera cree posible ser una potencia global renunciando al presupuesto militar que corresponde a una potencia global.

En El Cairo, en Túnez, en las callejuelas de Trípoli, en el Magreb todo, retorna la Historia al viejo escenario ensangrentado del que un día pretendió expatriarla aquel ingenuo de Fukuyama. Y al tiempo, se diluye en la nada de las jeremiadas humanitarias la suprema quimera geoestratégica de Europa, su cándida fe del carbonero en las formas posmodernas, blandas, de la coerción económica como alternativa imposible a la desnuda brutalidad de la fuerza. Esa gran falacia que aún encabeza los cuentos de hadas en su jardín de infancia continental, la que pretende crear un orden democrático en el planeta gracias a la magia de las ideas. Únicamente.

La misma, por cierto, que ahora ansía frenar los tanques de Gadafi con bellos mensajes en Twitter a propósito de la libertad y conmovedores alegatos en Facebook sobre las innúmeras virtudes de la tolerancia volteriana. Y es que adolescente alguno comprende que solo porque los adultos no conceden imitarlo le cabe creerse moralmente superior. Tras abandonar esa edad de la gozosa ceguera, reparan en que les fue posible jugar a saltar sin red porque otros, más responsables, se preocuparon de que sí la hubiera. Aunque ya será tarde. Al respecto, el desarme tanto militar como, sobre todo, psicológico de Europa frente a los riesgos del mundo posterior a la Guerra Fría arrastra mucho de esa mentalidad pueril.

Así Zapatero y su bucólica Alianza de Civilizaciones. Aunque no solo él. Europa entera cree posible ser una potencia global renunciando al presupuesto militar que corresponde a una potencia global. Ha querido convencerse de que una menestra de diálogo y comprensión –más unas potas gotitas de regateo mercantil– esconde la panacea para extinguir cualquier incendio en el orden internacional; siempre a la espera de que algún mayor de edad se apiade de ella y le revele de una vez que el Poder es la capacidad de conseguir que los demás hagan lo que uno quiere y de evitar que hagan lo que ese mismo uno no quiere. Pero, sobre todo, ha sido capaz de enrocarse en esa fantasía sin reparar en que si Norteamérica la emulara, su pequeño paraíso autista ya hubiese sido borrado de la faz de la Tierra. Hace muchos años, por lo demás. ¿Gadafi? Nada debe temer... de nosotros.


Libertad Digital - Opinión

Virtudes públicas. Por Ignacio Camacho

¿Cuánto duraría en Alemania un político que se dejara regalar trajes, se jubilara en falso o subvencionase a su hija?

DE los alemanes tenemos mucho que aprender además de esa solidaridad laboral y esa vocación de esfuerzo que cada cuatro o cinco décadas les permite reconstruirse desde la catástrofe socioeconómica a que les conduce su principal defecto, que según Woody Allen es la tendencia a invadir Polonia cada vez que les hierve el agua del radiador. Quizá por ser la patria de Lutero y de Weber Alemania conserva un arraigado sentido de la ejemplaridad individual y de la ética de la responsabilidad, virtudes que ha trasladado de forma imperativa al ejercicio de la vida pública. Ninguna sociedad política es inmune a los vicios de corrupción, abuso de poder, sectarismo o simple fullería, pero lo que las diferencia es el modo de combatirlos y el hábito de depurar las conductas que se apartan del modelo de virtud democrática.

Así, el ministro de Defensa de Angela Merkel, una estrella emergente que apuntaba a la herencia del liderazgo democristiano, ha tenido que dimitir ante la evidencia de que había plagiado, como si fuese un hijo de Gadafi, ciertos párrafos de su tesis universitaria; el copypaste—tentación casi lógica en un tipo que se apellida Guttemberg— no sólo le ha puesto en la picota del escándalo sino que ha acarreado la fulminante retirada de su título de doctor. Pocas bromas gastan los teutones con la moralidad pública: en el anterior Gobierno de Schröeder renunció otro ministro por haberse apuntado en su tarjeta particular los puntos que acumulaba volando en viajes oficiales. Y eso que iba en línea regular, no en un Falcon de la Fuerza Aérea.


La culpa que ha costado el cargo a ambos dirigentes sería considerada una minucia risible en nuestra laxa conciencia política. De hecho resulta objetivamente menos grave que el asunto de los trajes de Camps, bastante menos que el de la hija de Chaves y muchísimo más leve que el descalzaperros de los ERES de Andalucía, por el que aún no ha caído ni un simple concejal. Compárese el criterio y evalúese cuánto duraría en Alemania un gobernante que se dejase regalar el vestuario por unos sospechosos de corrupción o que otorgara una subvención millonaria a la empresa de un familiar directo. Esto en los casos penalmente más dudosos, porque si alguien se apuntase allí a una jubilación que no le corresponde iría directamente a la penitenciaría federal.

¿Cuestión de sensibilidad? No exactamente: cuestión de ética individual, de integridad colectiva y de decoro social. Cuestión de delicadeza y escrúpulo con las formas que simbolizan la arquitectura democrática. Cuestión de concepto de honestidad como un valor superior al del pragmatismo, la ocasionalidad y el oportunismo. Cuestión de virtudes públicas que exaltan la dignidad y honradez de la función representativa y condenan sin paliativos ni eximentes cualquier atajo sectario o ventajista.


ABC - Opinión

El paro no da tregua

La habitual espiral negativa del paro se agudizó ayer con los resultados de un febrero que el Gobierno ya presagiaba negativo. Lo primero que cabe decir es que cuesta encontrar alguna lectura medianamente digerible del comportamiento del mercado de trabajo más allá del manido argumento al que nos tiene acostumbrados el Gobierno de que el dato era malo, pero que los hubo peores. El desempleo registrado aumentó en febrero en 68.260 personas, una cifra algo mejor que la del mismo mes del año pasado, pero peor que la de 2008, el primer año de la crisis, lo que por sí solo debería haber persuadido al Ministerio de Trabajo de haberse expresado con mayor cautela. De este modo, el volumen total de parados alcanzó la cifra de 4.299.263 desempleados, su nivel más alto en toda la serie histórica comparable, que arranca en 1996, y el más elevado, por tanto, de los tres años de crisis que arrastra ya España. Hablamos de brotes negros, negrísimos, porque el análisis pormenorizado no permite otra conclusión. Las cifras de contratos registrados alientan este pesimismo. Cayeron un 9,4% en el mes y un 1,8% en el año. El balance es más decepcionante en la contratación indefinida, el principal objetivo de la reforma laboral, con un retroceso del 8,1% en el mes y un 6,8% en el año, lo que cuestiona la eficacia de esa tibia modificación en el mercado de trabajo casi medio año después de su entrada en vigor. El panorama en la Seguridad Social tampoco ayuda. Los cotizantes bajan tanto en el mes como en el año, pero con un matiz muy preocupante. La destrucción de empleo ha vuelto a acelerarse, lo que no ocurría desde abril de 2009. Desde ese mes, la comparación del número de afiliados con el mismo mes del año anterior había resultado cada vez mejor hasta este febrero. En este caso son 225.257 cotizantes menos que en el mismo mes de 2010. Para completar este cuadro sombrío, se perdieron 9.530 afiliaciones de autónomos y el paro juvenil aumentó un cinco por ciento. La contundencia de los datos aleja la idea de que el desempleo esté tocando suelo. El presidente del Gobierno negó ayer la mayor y confirmó que mantenía las previsiones de que se crearía empleo neto en la segunda mitad del año. No sabemos ya que es más inquietante: si la propia realidad de un país de parados o la de un Gobierno sumergido en una burbuja virtual que vende a la sociedad espejismos mientras la nación se empobrece de forma acelerada. Así no se construye la confianza. El Ejecutivo sabe que España sólo crea puestos de trabajo netos si su economía crece por encima del 2% y ese escenario está, por desgracia, lejano. La última baza del Ejecutivo parecen ser las positivas perspectivas del año turístico debido a las revueltas árabes. Tanto hablar de un cambio en el modelo de crecimiento para acabar dependiendo de las ansias de libertad de Túnez o Libia. España necesita un plan global con reformas profundas y no intervenciones superficiales como la del mercado laboral. Como acertadamente dijo Juan Rosell en LA RAZÓN, hay que crear empresas y para ello es imprescindible la recuperación del crédito en un sistema financiero que debe sanearse con urgencia.

La Razón - Editorial

Diplomacia al galope

El periplo árabe de Zapatero pone de relieve las contradicciones de la política exterior española.

La acumulación de viajes de Rodríguez Zapatero a Oriente Próximo y el Magreb, realizados en el plazo de solo unos días, ha introducido en la política exterior española un ritmo vertiginoso después de haber permanecido estancada durante meses. No resulta fácil identificar la estrategia que daría coherencia a este activismo, sobre todo cuando, desde el gratuito giro atlantista llevado a cabo por los últimos Gobiernos del Partido Popular, la diplomacia española ni ha recuperado las prioridades anteriores ni ha consolidado otras nuevas. El calibre de los bandazos ha sido tal que, a estas alturas, las líneas maestras de la política exterior de nuestro país vuelven a estar por definir, como si nunca hubieran existido, y la posición internacional de España se encuentra desdibujada.

La agenda diplomática que el jefe del Gobierno ha desarrollado en lo que va de semana no contribuye a clarificar las cosas. Como viene siendo habitual en la política exterior española, parece que se trate de mantener una idea y la contraria: los interlocutores tunecinos de Zapatero recibirán apoyo a su naciente democracia por parte de un país que no solo participó en el pasado de la condescendencia hacia Ben Ali y que se mantuvo silencioso durante las revueltas, sino que viene de cerrar la víspera acuerdos con Catar y Emiratos Árabes sobre el desacreditado esquema de cerrar los ojos a cambio de obtener beneficios. De otra parte, nada que no hayan hecho también, a veces todavía más descarada y vergonzosamente, los otros países europeos.


Zapatero declaró al comienzo de esta legislatura que basaría su política exterior en los valores y principios, algo que fácilmente se desliza hacia la demagogia, como no ha tardado en confirmar la reacción española ante algunas de las principales crisis y retos diplomáticos. Pero no es eso lo que han venido a recordar los viajes de esta semana, sino la falta de criterio con la que se ha establecido la agenda diplomática del presidente. O se busca una mayor presencia económica de las petromonarquías del Golfo en España, un objetivo plausible que, sin embargo, es difícil gestionar en cualquier coyuntura y mucho más en la que hoy atraviesa el Magreb y Oriente Próximo; o se busca colocar a España a la cabeza del apoyo a los nuevos regímenes surgidos tras las revueltas. Perseguir ambas cosas, y además en el corto espacio de unos días, podría acarrear un descrédito de la diplomacia española ahora que la inestabilidad de la región exige extremar la claridad de los gestos y los mensajes.

La presencia de Zapatero en Túnez contrasta con la dificultad de reacción europea, tanto de los principales países como de la propia representación exterior de la UE; aunque no es el único que practica la diplomacia al galope, como demuestra el viaje de Cameron a Egipto. El compromiso de España con la Unión debería, en todo caso, obligar a algo más que el intento de apuntarse efímeros tantos a su costa.


El País - Editorial

Sin reformas, sin empleo

Con total desfachatez Zapatero nos pide que confiemos en el poder de palanca de unas "reformas" que, en realidad, no ha llevado a cabo, para "culminar" una recuperación del empleo que en España ni siquiera se ha iniciado.

Con la vacua y engañosa retórica que le caracteriza, Zapatero ha manifestado este miércoles que "hay que aprovechar todas las palancas de reformas para que la recuperación del empleo se pueda culminar cuanto antes". No sabríamos decirles qué nos parece mayor desfachatez por parte del presidente del Gobierno: o que nos hable del poder de palanca de unas "reformas" que, en realidad, no ha llevado a cabo, o que nos hable de "culminar" una recuperación del empleo que en España ni siquiera se ha iniciado.

Y es que, a pesar de la altísima tasa de paro de la que partíamos a inicios de este año, en febrero se ha vuelto a demostrar, por segundo mes consecutivo, que en nuestro país se sigue destruyendo empleo. Con un incremento que el Gobierno, y no pocos medios de comunicación, maquilla en 68.260 parados más, el aumento, en realidad, es de 90.298, hasta un total de 4,78 millones de desempleados.

La cifra, escalofriante ya de por sí, lo es todavía más por cuanto supone que en nuestro país cada trabajador mantiene a más de un funcionario, pensionista o parado. Eso, sin olvidar que en el último año el número de parados sin ningún tipo de prestación se ha incrementado en casi 300.000 personas.


Con todo, no es menor la desfachatez de Zapatero con respecto a lo de las supuestas "reformas" que ha llevado a cabo. Ya dijimos en su día, y con ocasión del simulacro de reforma laboral, que había algo peor que no acometer dicha reforma, y es que el Gobierno convenciera a la opinión pública de que lo había hecho cuando en realidad no ha sido así. A la vista de cómo la oposición ha aparcado la demanda de esa abortada reforma laboral, parecería que al Gobierno y a los sindicatos les ha salido bien la jugada. Sin embargo, la realidad, que es muy tozuda, se ha encargado de dejar en evidencia el nulo poder de "palanca" de ese engañoso simulacro con una incesante destrucción de puestos de trabajo.

Lo cierto es que el Gobierno no ha llevado a cabo una sola de las muchas reformas estructurales que requiere nuestra mortecina economía. Lo más que ha hecho, y por imperativo de nuestros socios europeos, es reducir tarde, muy poco y mal el descontrolado gasto público; el mismo, por cierto, que, planes E mediante, iba a ser la supuesta "palanca" de nuestra recuperación económica. A eso se han sumado unos parches que, como la poco ambiciosa y lenta reforma de nuestro sistema financiero, la de nuestro sistema de pensiones o las delirantes medidas de ahorro en combustible, no tienen por objetivo sino precisamente encubrir la falta de auténticas y profundas reformas en nuestro mercado laboral, en nuestras administraciones públicas, en nuestro mercado energético, en nuestro sistema de pensiones o en nuestro sistema financiero.

Por todo ello no hay que extrañarse de que no toquemos fondo por mucho que nos hundamos.


Libertad Digital - Editorial

Camino de los cinco millones

No hay condiciones para crear empleo, y sí para que el paro registrado se aproxime a esa cifra escalofriante de cinco millones de parados.

LA cifra absoluta de desempleados inscritos en el INEM en febrero pasado es de 4.779.894 de personas. Descontados los demandantes de empleo con condiciones especiales, queda la cifra que vende el Gobierno de 4.299.263 parados. Cualquiera de las dos es dramática y confirma los peores pronósticos: que 2011 va a ser un año terrible para el empleo y que la reforma laboral de 2010 es inútil si la economía, en su conjunto, no crece. El problema del paro se apalanca a la crisis general de la economía española, golpeada por el aumento de los impuestos, el incremento de la inflación y el miedo de los ciudadanos a perder su empleo. El recorte de salarios a los funcionarios ha retraído su importante fuerza de consumo y la escalada de precios debilita progresivamente las economías familiares, aunque desde el Ministerio de Economía se diga, con absoluta falta de empatía, que las familias españolas «son ricas». No hay condiciones para crear empleo, y sí para que el paro registrado se aproxime a esa cifra escalofriante de cinco millones de parados. El ministro de Trabajo, Celestino Corbacho, descartó en enero de 2009 que se llegara a los 4 millones de parados, y en septiembre de ese año, que se alcanzara la tasa del 20 por ciento de paro. Ya se han superado ambos datos, y la evolución de la economía solo apunta a un empeoramiento.

Tan grave o más que el aumento del 4,08 por ciento del paro en el último año es la pérdida de 225.257 afiliados a la Seguridad Social en el mismo período, situando la afiliación media en un cifra cercana a la de enero de 2005. Por mucho recorte que aplique el Gobierno al gasto por desempleo, la ley impone unas prestaciones ineludibles que seguirán comprometiendo los recursos públicos. Como contrapunto, la reducción del déficit es una buena noticia, pero no los medios que se están empleando para conseguirla, porque consisten en aumentar los impuestos, bloquear la inversión pública —arruinando a decenas de empresas de infraestructuras— y privar a la inversión privada de capital que prefiere la seguridad de la deuda pública. Sin duda, cae el déficit, pero también la economía y el empleo. La lección política vuelve a imponerse por sí sola. Rodríguez Zapatero y su Gobierno no dan más de sí como responsables políticos. La ópera bufa de la reducción de velocidad y el ahorro en iluminación de carreteras ha sido el último episodio de descoordinación e improvisación de un Ejecutivo plano y a merced de los acontecimientos.

ABC - Editorial