sábado, 12 de marzo de 2011

Chinatown. Por Ignacio Ruiz Quintano

El modelo de sociedad que la izquierda nos trae es el chino, y Gallardón, que por nada del mundo se va a arriesgar a que nadie le diga «facha», se ha puesto en Madrid al frente de la manifestación. Salarios competitivos que salen de dividir lo que se produce por lo que se cobra y que en una vida de trabajo no dan para adquirir un puto coche. La vieja sociedad de consumo trajo los atascos, cuya solución nos la aporta la nueva sociedad china, y consiste en obligar a la chusma a ir en bici y por las aceras, dejando la calzada para los que de veras pueden permitirse un automóvil. «Al cielo iremos los de siempre», decía un señor de orden de Mingote. Pues eso. En coche iremos los de siempre. Para que los de la bici pedaleen tan contentos no hay sino que decirles que su esfuerzo es por el bien del planeta. Entretenido en dar pedales, el ciclista es gregario, como gusta al mando. ¿Quién no se acuerda de aquellas retransmisiones radiofónicas de la Vuelta a España por García? Sólo que eran un puñado de esforzados de la ruta, y además cobraban. Ahora la lluvia fina de los ingenieros sociales parece haber calado del todo, hasta el punto que los poderes públicos ya están en condiciones de relegar a la chusma de las ciudades a la lucha por la vida en las aceras. Chusma superior, la de los tontos rodados (ciclistas y motoristas), y chusma inferior, o sea, nosotros, los peatones, criaturas que tenemos cuatro pies al alba, dos al mediodía y tres en el crepúsculo, como nos retrató la Esfinge en su célebre Enigma. Adiós a la vieja y elevada cultura europea del paseante. A esta desolación contribuye el urbanismo municipal, que en el caso de Madrid es una burda imitación del de la China poscomunista, que transforma cada apacible rincón burgués en un absurdo solar hostil, como los del «Hombre solo» de Mingote. Último ejemplo, la plaza del Teatro Real, donde unos tropezaderos de granito barato sustituyen al viejo jardín, por franquista.

ABC - Opinión

Cataluña. El Pepecé igual que el Pesecé. Por Maite Nolla

Al PSC le da igual que deshagan lo que ellos aprobaron y que nos vendieron como la gran cosa, y al PPC le da igual que se sobrepase en mucho lo que ellos ya consideraban demasiado por inconstitucional.

Como recordarán, Rajoy declaró en La Vanguardiaque estaba dispuesto a escuchar la propuesta convergente de concierto económico, pese a estar en contra. Lo que parecía la típica y habitual declaración desustanciada de nuestros políticos queriendo agradar al entrevistador –y más cuando a un dirigente del PP se le pone delante un periodista nacionalista moderado–, ha resultado ser parte de una estrategia. Y es que el PP de Alicia Sánchez-Camacho ha decidió abstenerse en el Parlamento de Cataluña ante la creación de una comisión parlamentaria de la que resulte la diezmilésima modificación del sistema de financiación autonómico. Esta vez lo llaman pacto fiscal. Parece que la postura del PPC se justifica por la previsión de un posible adelanto electoral. Y en caso de que no haya adelanto electoral, porque no se pueden cerrar las puertas a nadie y menos ahora que Duran i Lleida reivindica las bondades del pacto del Majestic por lo mismo que hace un tiempo renegaba de ello: por interés.

Curiosa figura la de la abstención. Es la nada que permite reunir en un espacio común al PSC que aprobó el estatuto de autonomía y al PP que lo impugnó. Dos partidos que desde 2006 han habitado el uno enfrente del otro acaban confluyendo en el limbo parlamentario cuando se les pregunta por el concierto económico. Unos aprueban el estatuto en 2006 y otros lo impugnan. Unos modifican la financiación autonómica en 2009 y otros se muestran contrarios. Ante la sentencia del Constitucional, unos salen a la calle en su contra, de la manita de los independentistas, y otros respiran aliviados por lo neutro del resultado. Y cuando CiU quiere ir más allá de lo que hicieron unos, obra a la que se opusieron los otros, PPC y PSC deciden abstenerse. Resumiendo: que al PSC le da igual que deshagan lo que ellos aprobaron y que nos vendieron como la gran cosa, y al PPC le da igual que se sobrepase en mucho lo que ellos ya consideraban demasiado por inconstitucional. Sólo Ciudadanos se opone en el Parlamento de Cataluña a que cinco años después de la aprobación del Estatuto, dos después de la modificación de la LOFCA y uno después de la sentencia del Constitucional se vuelva a reformar el sistema de financiación autonómica. Cuando algunos recuerdan la responsabilidad que tienen los partidos supuestamente nacionales por lo que ha pasado en Cataluña se están refiriendo a esto.


RESTO del ARTICULO

Libertad Digital - Opinión

Obama no se fía. Por Hermann Tertsch

Washington no se fía de sus aliados. Es comprensible. Son muchos los países europeos que claman ahora por una intervención militar en Libia. Que, por supuesto, habría de ser liderada por las fuerzas de EE.UU. Los europeos están muy angustiados por evitar que la crisis de Libia provoque una oleada de refugiados en las costas europeas del Mediterráneo y paralice los suministros de petróleo libio. Los más entusiastas intervencionistas son algunos con notorio pasado de deslealtad en pasadas operaciones. Pero ya está claro que el presidente Obama no asumirá la iniciativa en un conflicto en el que los intereses europeos son mucho mayores que los norteamericanos. El recelo es grande. Se pudo comprobar ayer en una reunión de ministros de Defensa de la OTAN. El secretario de Defensa, Robert Gates, pronunció una durísima reprimenda a los colegas europeos por su actitud en Afganistán. Aunque a puerta cerrada, el Pentágono se ocupó de que sus palabras nada diplomáticas trascendieran. Según Gates,

los europeos han debilitado seriamente su compromiso en Afganistán por consideraciones de política interna. Con sus anuncios de retirada de tropas debilitan el esfuerzo bélico. Es una acusación muy seria. «Se habla demasiado de irse y muy poco del trabajo que hay que hacer. Demasiado de salir y no lo suficiente de combatir».

Gates anunció que Obama, no va a comenzar esa retirada significativa de las tropas que había anunciado para este año. Según dijo, EE.UU. apenas retirará unos miles de soldados. Y se dispone a durísimos combates en esta primavera. EE.UU. no pondrán en peligro los avances habidos, con su precio en vidas y recursos —«por un gesto político». Y exigió a los europeos que cumplan su compromiso y pongan fin a una retórica que «mina la determinación» de los aliados en la guerra. Quien lamente la actitud de Washington en Libia que reflexione sobre su propia conducta.


ABC - Opinión

Despilfarro. Zapatero, el amo del calabozo autonómico. Por Pablo Molina

A dos meses de las elecciones, ZP puede provocar un auténtico desastre en las autonomías más pródigas del PP, porque algunas de ellas van a tener serios problemas hasta para pagar las nóminas de sus numerosísimos funcionarios.

El grado de asfixia financiera que Zapatero está provocando en las autonomías que no gobiernan el PSOE o los nacionalistas puede llegar a originar graves revueltas sociales en las más afectadas, todas ellas en manos del PP. En Murcia ya ha habido agresiones, alguna de ellas bastante salvaje, y no es descartable que en la campaña electoral vuelvan a producirse algaradas de ese jaez si, finalmente, las finanzas de la comunidad autónoma entran en barrena como se prevé. Las denuncias de los presidentes regionales afectados por el maltrato financiero que el Gobierno está practicando hacia las autonomías que no controla en beneficio de Cataluña y, si sobra algo, de los feudos socialistas, no van a hacer que Zapatero atienda a los intereses generales por primera vez en su mandato y mucho menos estando a unas pocas semanas de las elecciones autonómicas. Los socialistas jamás han tenido escrúpulos y José Luis Rodríguez Zapatero no iba a ser una novedad.

Que el sistema autonómico es el mayor desastre que hemos padecido las últimas generaciones de españoles es algo que cualquier contribuyente sabe de sobra. Las autonomías son diecisiete losas que lastran nuestra recuperación económica y la harán inviable a menos que se acabe con este sinsentido territorial. Ahora bien, como instrumento del Gobierno para torcer voluntades políticas y conseguir mediante el chantaje lo que no se obtiene con una brillante gestión, resultan de lo más apropiado.


Se trata simplemente de imponer un severo castigo financiero a las autonomías que superen ciertos límites en la catastrófica secuela del déficit que arrojan; algo muy sencillo puesto que salvo Madrid, que suele practicar el sano equilibrio presupuestario, todas las demás son un pozo sin fondo que necesita constantemente del endeudamiento externo para financiar la juerga de sus nutridas castas locales. Así pues, y dado que es el Gobierno central el que tiene que autorizar estos lanzamientos de deuda pública de las autonomías, todo consiste en prohibir a unas comunidades la captación de los recursos necesarios para mantener abierto el chiringuito, mientras a otras se les autoriza subrepticiamente recurriendo a las añagazas habituales de la ingeniería contable, como sucede siempre con Cataluña y ahora también con Castilla-La Mancha y Andalucía.

El resultado es que, a dos meses de las elecciones, ZP puede provocar un auténtico desastre en las autonomías más pródigas del PP, porque algunas de ellas van a tener serios problemas hasta para pagar las nóminas de sus numerosísimos funcionarios. Una ocasión extraordinaria para devolver al Estado la mayoría competencias asumidas y, haciendo de la necesidad virtud, comenzar a poner un poco de orden en este desastre territorial que padecemos, sí, pero usted y yo sabemos que cualquier político se dejaría cortar la mano de su chófer antes que renunciar a una parcela de poder.

Zapatero, que sabe muy pocas cosas pero las sabe muy bien, es consciente de que tiene en su mano la capacidad de maquillar el tremendo desastre electoral que se le avecina en las inminentes autonómicas y municipales, e incluso darle la vuelta a los resultados en algunos feudos rojos que el PP ya da por ganados. No sería la primera vez que los socialistas consiguen algo parecido.


Libertad Digital - Opinión

Lo indescifrable. Por Ignacio Camacho

El terremoto pulveriza nuestra cultura de la seguridad, basada en una falsa supremacía sobre lo aleatorio.

SI se podía prever, preguntan en las radios a los sismólogos y demás expertos en el rugido profundo y salvaje de la tierra. Ante la catástrofe, ante la expresión rabiosa y letal del azar, el ciudadano confortable siempre se acaba interrogando sobre la evitabilidad del infortunio; vivimos en la cultura de la certeza y pensamos que en el fondo el desarrollo viene a ser una suerte de dominio sobre lo eventual, una supremacía sobre lo aleatorio. El terremoto supone el epítome de la sorpresa, de lo inesperado, de lo incontrolable: una brutal protesta telúrica que empequeñece nuestra dimensión de superioridad y nos deja desnudos, frágiles, inermes ante el sobresalto trágico. Por eso los especialistas balbucean una especie de excusa por la limitación de la ciencia; hay barruntos, prospecciones especulativas, modelos de aproximación, sondas que auscultan el latido seco de la tierra, pero no, definitivamente no es previsible, no existe todavía un método cierto, una máquina infalible de pronóstico que trascienda esta triste condición limitada de humanos a merced de la naturaleza. No hay modo de establecer un vaticinio contundente que tranquilice del todo nuestra conciencia incompleta de finitud y permita fijar alertas viables, evidencias incontrovertibles al alcance de una sociedad blindada. No parece que haya lugar, pues, al ejercicio favorito de depuración de responsabilidades y de negligencias; por el momento, los seísmos forman parte del escaso margen de estragos de los que no se puede culpar a un Gobierno.

Da igual, en todo caso, porque a menudo ni siquiera hay gobiernos a los que culpar. En Haití ni siquiera había país, y lo malo es que un año largo y miles de millones en ayudas después sigue sin haberlo. En Japón sí hay Gobierno, y una sociedad fuerte, e infraestructuras razonablemente sólidas, capaces al menos de no multiplicar con su precariedad la devastación de la tragedia; también ante la calamidad prevalece esa eterna diferencia de los ricos y los pobres. Pero el mar se ha tragado trozos de costa y ha zarandeado ciudades y ha sepultado carreteras, y esa nación próspera e hipertecnológica es ahora un guiñapo vapuleado por la ruina y el miedo. Y el cataclismo avanza en una espiral espeluzante a ambas orillas del Pacífico, donde habitan pueblos desfavorecidos de bienestar y hasta de esperanza, y donde acaso los teóricos de la previsibilidad encuentren motivo para señalar autoridades negligentes o delimitar responsabilidades descuidadas. Ya se leen en la red confusas profecías de un apocalipsis planetario, de una descomunal rebelión geológica; vagas explicaciones urgentes de un mundo estupefacto y desasosegado ante el desafío de un fenómeno fuera de control y de escala. Es el factor de incertidumbre, una zozobra que tritura nuestra ficticia seguridad y nos revela desconsoladamente quebradizos ante una amenaza indescifrable.

ABC - Opinión

Cuestión de confianza

La de ayer fue otra jornada complicada para el sistema financiero español después de que el presidente del Gobierno comentara el miércoles que el proceso de reestructuración de las cajas contribuiría a la recuperación de la economía y de la confianza de los mercados; 24 horas después, la agencia de calificación Moody’s rebajó el rating de España en otro escalón, desde «Aa1» hasta «Aa2», con perspectiva negativa por el coste del plan de recapitalización para sanear el sistema bancario y el descontrol del endeudamiento autonómico. El anuncio de Moody’s se produjo horas antes de que el Banco de España cifrara en 15.152 millones de euros las necesidades de capital de doce entidades para cumplir con los nuevos requisitos de solvencia impuestos por el Gobierno. Un volumen por debajo de los 20.000 millones previstos por el Ejecutivo e inferior a la mitad de lo estimado por Moody’s (40.000 o 50.000 millones) o Fitch (38.000). El propósito principal de la recapitalización de bancos y cajas era recuperar la confianza de los mercados en la economía, y por eso las exigencias han sido altas para las entidades. No sólo los requisitos de capital principal han estado muy por encima de los de sus colegas europeos y los previstos en Basilea III, sino que además el Banco de España no ha tenido en cuenta los planes de salida a Bolsa en el futuro, con lo que los deberes de financiación son aún mayores. Las cifras del Banco de España retratan una realidad preocupante, pero con el valor añadido que supone conocer el estado de las entidades y poner fin a las elucubraciones. Los mercados internacionales mantienen serias dudas sobre España que no ha disipado ni el decreto para recapitalizar la Banca, convalidado ayer en el Congreso con el respaldo del PSOE y CiU y la abstención del PP, ni el informe del supervisor. El propio Banco Central Europeo recomendó expresamente al Banco de España que aproveche la coyuntura para despejar reticencias, lo que demuestra que hay reparos sobre nuestra solvencia. Es evidente que estamos en una encrucijada que aconseja interpretar los avisos de las agencias de calificación y del propio BCE como exigencias que hay que satisfacer ante las más que previsibles tensiones en el precio de la deuda española tras un periodo de estabilidad de los bonos. La tercera entrega de la reforma financiera del Gobierno necesita tiempo para despejar las incertidumbres que genera sobre el crédito doméstico y la propia recuperación de la economía, y también para demostrar si está en condiciones de generar confianza. Y todo ello dependerá no sólo del éxito del proceso de recapitalización, sino también de que las entidades sean capaces de sanear intensamente los balances bajo un esfuerzo de transparencia. Son condiciones imprescindibles para mejorar el actual déficit de credibilidad internacional y demostrar la solidez que esperan los mercados y las instituciones. La reforma del sistema financiero llega tres años tarde. Ahora pagamos la negligencia del Gobierno y la coyuntura nos obliga a un esfuerzo mayor. No crecemos porque el crédito no fluye, y no lo hará hasta que las entidades no superen la etapa actual.

La Razón - Editorial

Una Europa inane

Los líderes de la UE eluden cualquier acción contundente contra un Gadafi a la ofensiva

La diplomacia está siendo una vez más devorada por los acontecimientos sobre el terreno en Libia, donde casi un mes después de que comenzaran las protestas Gadafi ha recobrado plenamente la iniciativa, sus fuerzas retoman ciudades y su aviación y sus tanques diezman a los rebeldes. Rebeldes en Libia significa personas en absoluta inferioridad de condiciones que, mirándose en el espejo de países vecinos, han decidido levantarse contra una brutal opresión. Y que ahora, a la vista de la parálisis internacional, van perdiendo la esperanza de derrocar al tirano.

La Unión Europea -como el Consejo de Seguridad de la ONU, como Estados Unidos- también da largas a la guerra civil libia. No cabe interpretar de otra manera la vaguedad semántica de un acuerdo, ayer, en el que se reconoce como "interlocutor político fiable" al consejo nacional de los sublevados; o que considera, a estas alturas, que antes de intervenir contra Gadafi tiene que "demostrarse la necesidad de actuar".

Para sobrevivir, el movimiento rebelde en armas, por confuso y desorganizado que aparezca a los ojos occidentales, necesita imperativamente del reconocimiento formal internacional, abanderado por Francia y que le escatima la UE. La prevista ayuda humanitaria no sirve para canalizar apoyos políticos ni para vender petróleo. Europa, dividida, tampoco está por secundar una zona de exclusión aérea que podría resultar decisiva.


Es poco probable que a un rufián tan curtido como Gadafi le impresione mucho la beata petición de la UE para que renuncie al poder. La retórica europea -pese a su incansable prédica sobre derechos humanos, libertad y democracia- no puede ocultar el hecho de que los escaldados poderes occidentales, con Washington a la cabeza, prefieren seguir esperando, cualquiera que sea el precio de hacerlo, antes de promover una acción militar en otro país musulmán. Exigir para cerrar el cielo libio la anuencia plena de la Liga Árabe, una organización básicamente inútil, es un burdo escapismo.

Comienza a ser pertinente preguntarse qué pasara en Libia -cuántos muertos y cuántos refugiados más- con Gadafi ganando la partida. Si la contraofensiva gubernamental continúa en medio del estupor internacional, las derrotas de los sublevados y las represalias llevarán presumiblemente al pánico y luego a la desbandada. ¿Qué argumentos invocarán la ONU, Washington o Bruselas, cada uno esperando que el otro dé el primer paso, para no haberlo evitado a tiempo?

La ausencia de una contundente respuesta exterior no solo refuerza la crueldad de Gadafi. Envía también un devastador mensaje a otros déspotas regionales sobre las ventajas de resistir despiadadamente. Y no puede ser más desmoralizadora para todos aquellos que a riesgo de su vida buscan libertad en una zona del mundo que, desde su independencia de los poderes coloniales, ha sido puesta de rodillas por sus propios dirigentes.


El País - Editorial

El Gobierno sigue sin querer saber lo que pasó el 11-M

Flaco favor le hace el Gobierno al país tratando de olvidar y pasar página, y más cuando la peripecia judicial de los atentados está muy lejos de terminar.

Difícilmente se puede ser más inoportuno. El mismo día en el que se conmemora el séptimo aniversario del peor atentado terrorista de nuestra historia, el Gobierno ha terminado dando la nota. Lo ha hecho de un modo innecesario y cruel. Innecesario porque no hay excusa posible al hecho de que ningún miembro del gabinete haya acudido a los actos de homenaje celebrados en Madrid durante la mañana. Y cruel porque, aun a sabiendas de que se desconoce al autor intelectual del crimen y se amontonan las lagunas en la investigación, el portavoz interino, Ramón Jáuregui, ha afirmado tajante que "los culpables (del atentado) fueron juzgados, condenados por sentencia firme y están pagando sus responsabilidades y culpas en la cárcel".

Aún tomando por buena la versión oficial, lo cierto es que es muy poco, casi nada, lo que sabemos a ciencia cierta de los atentados del 11-M. Son muy pocos los condenados a prisión, y de esos pocos todo lo que podría decirse es que su papel en la masacre fue, cuando menos, auxiliar. No es casual que sólo haya uno que esté en la cárcel acusado de colocar una de las bombas. Eso por un lado. Por otro, por mucho juicio que se haya celebrado y muchas condenas que se hayan dictado, la investigación de los crímenes dejó bastante que desear. A pesar de que han pasado siete años hay decenas de enigmas sin resolver; ya por desidia de los peritos judiciales, ya porque el camino alguien lo llenó a propósito de pistas falsas, pruebas manipuladas, escamoteos sospechosos, suicidios en masa y testimonios contradictorios.

Pues bien, ante esta evidencia, el Gobierno insiste en mirar hacia otro lado y dar por cerrado un caso que, en rigor, no ha sido todavía siquiera abierto. Ellos sabrán por qué lo hacen. La ciudadanía, sin embargo, sigue preguntándose qué pasó aquella mañana, quién ideó la matanza y quién la llevó a cabo, cómo se planificó y ejecutó, cuáles eran los objetivos que los terroristas perseguían... en definitiva, una investigación completa y exhaustiva que, en el caso del 11-M, no se ha hecho en los últimos siete años y, por lo que se ve, no pretende hacerse en los próximos siete.

Flaco favor le hace el Gobierno al país tratando de olvidar y pasar página, y más cuando la peripecia judicial de los atentados está muy lejos de terminar. Por mucho que le pese al Gobierno –a este y a los que vengan después– el 11-M va a seguir coleando durante mucho tiempo, mucho más del que a los autores intelectuales del atentado, esos que fue incapaz de dilucidar el tribunal presidido por Gómez Bermúdez, les gustaría.


Libertad Digital - Editorial

Tsunami aterrador

Estamos ante una inmensa tragedia y llevará tiempo evaluar sus consecuencias. Las cifrasdel drama crecían ayer en cada nuevo recuento.

EL cuarto mayor terremoto de la historia ha golpeado duramente a Japón y durante horas amenazó con provocar un tsunamide consecuencias devastadoras en todo el océano Pacífico. Una vez más, la naturaleza muestra su faceta destructiva y pone de manifiesto la incapacidad del ser humano para luchar contra fenómenos que superan su posibilidad de reacción. Sin embargo, el balance de cientos de muertos y muchos miles de desaparecidos no debe ocultar que los países desarrollados afrontan la situación en mejores condiciones que otros como Haití, donde la tragedia se multiplicó ante las carencias políticas y socioeconómicas de todo tipo. El concepto de «fuerza mayor» hace referencia a ciertos acontecimientos realmente insólitos e imprevisibles. La naturaleza desbocada impone su potencia incontrolable, pero la civilización consiste precisamente en encauzar dentro de lo posible esos daños irreparables. Hace falta reforzar la cooperación internacional para que los Estados pongan en común, en la medida de lo posible, recursos humanos y materiales que palien las tragedias. Aunque imprescindible y llena de buena intención, la solidaridad a posteriori resulta casi siempre insuficiente. Se impone una adecuada ordenación del territorio en las zonas de riesgo y el planteamiento de campañas de protección civil que faciliten una reacción inmediata.

En todo caso, poco se puede hacer cuando el mar y la tierra demuestran su potencia irresistible. Las autoridades japonesas están actuando con rigor para reducir en lo posible la magnitud de un desastre de dimensiones excepcionales. En efecto, estamos ante una inmensa tragedia y llevará tiempo evaluar todas sus consecuencias. De hecho, las estadísticas dramáticas crecían ayer en cada nuevo recuento. Asusta pensar hasta dónde se hubiera disparado el número de muertos en un país con menos nivel de desarrollo y de cohesión social. El mundo entero contempla horrorizado unas imágenes dantescas de edificios que tiemblan e infraestructuras destruidas. Indonesia, Haití, Chile y ahora Japón han sido víctimas recientes de catástrofes naturales que provocan una corriente de apoyo solidario. Ha llegado el momento de organizar además una política de prevención y de reacción conjunta a escala internacional. Mientras, el pueblo japonés debe saber que los españoles estamos a su lado en estas trágicas circunstancias

ABC - Editorial