martes, 22 de marzo de 2011

Depilados. Por Alfonso Ussía

En el dibujo, el Presidente Rodríguez se dirige al Presidente Sarkozy. Y le dice: «Nosotros aportamos cuatro F-18, una fragata, un submarino, un avión cisterna y un regimiento de titiriteros conversos». El dibujo, publicado en La Razón, es de Borja Montoro. Páginas adelante, otro dibujo. Tres aviones aliados sobrevuelan –es un suponer– el desierto de Libia. Uno es francés, el segundo inglés, y el tercero, algo más rezagado, español. El nuestro arrastra una gran pancarta que dice: «No a la Guerra». El dibujo, publicado en La Razón es de Sañudo.

El pasado fin de semana se organizó en Madrid un acto en defensa del juez Garzón. Sólo faltaba el que escribe para que aquello pareciera una reunión de beneficiados del IMSERSO fotografiados poco antes de partir de excursión a las Hoces del Cabriel. A Garzón le apoya un rojerío otoñal con vocación de invierno. Estaban los inevitables Almudena Grandes, Juan Diego, Pilar Bardem y otros del cine, que son muy parecidos porque se visten igual y gastan la misma barba desaliñada. La Ceja en estado puro. Todos se manifestaron a favor de la guerra en Libia.


Se me olvidaban Toxo y Méndez, también presentes. No podía ser de otra manera. Esta guerra les gusta. Parece no importarles la muerte de civiles libios, que no son tan importantes como los civiles iraquiés o los niños serbios, masacrados legalmente. La ONU ha dicho «sí», y los de la Ceja están tranquilos. España no envió tropas a combatir en Irak. Y a Aznar se le cayó el mundo de la subvención encima de la cabeza. Le llamaron «asesino» y todo lo demás. La ONU no había autorizado aquellos ataques. Esta ONU es muy caprichosa. Sadam Husein era igual de criminal que Gadafi, tan dictador como Gadafi y tan sanguinario como Gadafi. Pero contaba con la simpatía de la Ceja. Ahora sí hemos mandado a los soldados españoles a combatir en Libia. Y en Afganistán. Irán donde se les ordene, y siempre cumplirán con su deber heroicamente. Una aportación modesta, encajada en nuestras posibilidades. La Ceja apoya la intervención militar española. Sus miembros son expertos en contacto diario con la ONU. Que va Juan Diego y le dice a Pilar Bardem: «Pilar, que esta guerra es legal porque la ONU la ha autorizado». «Pues que bien, Juan. No sabes el peso que me quitas de encima».

Esta guerra es tan legal o ilegal como la de Irak. Allí fuimos en misión de paz y aquí vamos en misión de guerra. La Ceja ha cambiado mucho en los últimos años. Javier Bardem, que es un gran actor, ha triunfado en los Estados Unidos, la nación imperialista que le ha ofrecido cobijo y amparo para que su hijo nazca americano en el hospital más caro de su sudoeste. No tendría sentido que llamara «asesinos» a los que bombardean Libia, que son sus anfitriones. Y del resto, poco se puede decir. Ellos viven pendientes de las resoluciones de la ONU, su oráculo de Delfos. Cuando Angola se desangró con la eficaz participación de Cuba sin permiso de la ONU no se enteraron. Y aquello duró más de una década, pero es que tampoco hay que exigirles un seguimiento tan puntual.

Aznar tomó una decisión difícil y le llovieron chuzos en punta. Zapatero ha tomado una decisión más difícil todavía –y que cuenta con mi humilde apoyo–, y los golfos de las subvenciones y las propinas se muestran encantados. No a las misiones de paz y sí a los zafarranchos de combate. Esta gente ha cambiado una barbaridad en los últimos años. De aspecto y de conciencia. Cejas depiladas.


La Razón - Opinión

El balance. El objetivo ecolojeta. Por Manuel Llamas

Muchos de los que ven con buenos ojos esta guerra verde ignoran el objetivo último de los ecolojetas, que no es otro que acabar con el capitalismo.

Los ecologistas están de enhorabuena. Los problemas surgidos en la planta nuclear de Fukushima a raíz del histórico terremoto –de grado nueve– y posterior tsunami –con olas de más de 10 metros– sufrido en Japón han logrado desenterrar con éxito, gracias al inestimable apoyo del alarmismo mediático europeo, un debate político que parecía ya clausurado: el uso y desarrollo de la energía nuclear.

La Unión Europea, en especial Alemania, y otras grandes potencias como China han aprovechado de inmediato la oportunidad brindada por Fukushima para poner en tela de juicio no sólo los criterios de seguridad aplicados hasta el momento sino, sobre todo, el mantenimiento de las centrales más antiguas (las anteriores a 1980), el alargamiento de la vida útil de las más modernas e, incluso, la puesta en marcha de las nuevas plantas proyectadas. La reapertura de dicho debate energético no es cuestión baladí, ya que un cambio de rumbo en esta materia afectará de una u otra forma al nivel y calidad de vida de los ciudadanos y al futuro mismo de las economías occidentales.


Así, imagínese por un momento que los gobiernos europeos deciden prescindir de la energía nuclear en un horizonte de 10 ó 15 años. El efecto sería inmediato: los precios del carbón, el petróleo y el gas se dispararían; la factura de la luz se encarecería de forma exponencial; los costes de producción crecerían de igual forma; el precio de los bienes y servicios registraría una subida espectacular... ¿Resultado? Reducción drástica del consumo energético; menor producción y consumo; inflación elevada; estancamiento económico; en resumen, peor y menor calidad de vida.

Y es que, hoy por hoy, no existe una alternativa factible a la energía nuclear. El problema de las recurrentes renovables no es sólo que producen energía a un coste muy superior –con el consiguiente encarecimiento energético– sino que, además, no son una fuente energética estable. La producción de energía solar y eólica sólo son viables en localizaciones muy concretas, y aún así dependen en última instancia de las condiciones meteorológicas. Es decir, son incapaces de cubrir por sí solas los picos de demanda que se registran a diario en el sistema eléctrico. De este modo, los apagones serían la regla, y no la excepción, en un régimen puramente renovable.

Los Gobiernos son perfectamente conscientes de esta situación, de ahí que, probablemente, la reciente moratoria nuclear decretada a nivel mundial se materialice tan sólo en un breve parón a fin de revisar y endurecer los actuales estándares internacionales de seguridad en las plantas presentes y futuras. Aún así, Fukushima servirá de excusa a los ecologistas para emprender una nueva y reforzada lucha contra este tipo de energía. Por desgracia, sus mensajes catastrofistas suelen calar con gran efectividad en la mente colectiva de los individuos, aprovechándose del miedo irracional a las fugas radiactivas. Por lo que este tipo de campañas suelan contar con un amplio apoyo social.

Sin embargo, muchos de los que ven con buenos ojos esta guerra verde ignoran el objetivo último de los ecolojetas, que no es otro que acabar con el capitalismo. Y es que un mundo sin energía barata es un mundo con escaso capital. No obstante, este tipo de movimientos no ocultan que su gran aspiración consiste en que la humanidad regrese a una era preindustrial que, según ellos, estaría en perfecta armonía con la naturaleza. En este sentido, el rechazo a la energía nuclear es tan sólo la punta del iceberg. El modelo energético soñado por los ecolojetas está exento de todo tipo de fuentes fósiles.

Así, según sus propios postulados, el hombre debería prescindir, igualmente, de petróleo, gas y carbón, ya que su explotación provoca externalidades tales como contaminación, guerras, cambio climático o, lo que es aún más importante, el "consumo irresponsable e insostenible" propio de las economías capitalistas. De este modo, lo que realmente pretende el ecologismo es, en última instancia, impedir al ser humano producir la energía que precisa al menor coste posible, con todo lo que ello implica. El fin de la nuclear sería, en ausencia de una nueva revolución energética más eficiente que la actual, el principio del fin del capitalismo.


Libertad Digital - Opinión

La guerra progresista. Por Edurne Uriarte

No se apela esta vez a la seguridad occidental. Pero tampoco hay ahora un 11-S y una Al Qaeda en plena expansión.

LO más hilarante del titular que preside esta columna es que ya ha sido utilizado como tal, pero no en un sentido irónico, sino con la pretensión de significar precisamente eso, que ésta, la de Libia, es una guerra progresista. Y lo ha hecho en Estados Unidos Ross Douthat, ayer, en The New York Times («A Very Liberal Intervention»), con el objeto de defender la guerra de Obama lo mismo que José Blanco aquí, «esto no es Las Azores», para defender la guerra de Zapatero. Y es cierto que en esta foto de las Azores hay, en efecto, más progresistas, dos, Zapatero y Obama, por dos conservadores, Cameron y Sarkozy, y allí había uno, Blair, frente a tres conservadores, Aznar, Bush y Durao.

Pero, más allá de la estética, lo que le ocurre al progresismo americano es que esta guerra cuestiona aquello que Obama dijo en sus mítines preelectorales de que no se podía imponer la democracia a punta de pistola. Y aún contradice más a Zapatero que siempre negó la guerra como medio para solucionar cualquier tipo de conflicto. Y uno y otro han aceptado en la práctica la doctrina neoconservadora de la utilización de la fuerza militar para defender la libertad e impulsar la democracia fuera de las fronteras nacionales. Lo que se esfuerzan en negar con la apelación a la guerra justa de Libia frente a la guerra injusta de Irak.


Pero tanto en aquella como en ésta hay dos pueblos masacrados por los dictadores y una negativa de esos dictadores a aceptar las exigencias de la comunidad internacional. Y una intervención militar que quiere imponer la libertad con bombas. Las esencias de la guerra justa. Con el peligro de matar civiles en el empeño, aún más si la guerra no se gana con rapidez, Gadafi persiste en la represión y la comunidad internacional se ve obligada a reconsiderar el acuerdo de la no intervención terrestre.

Y tanto en aquella como en ésta hay una intervención multilateral, por mucho que persistan algunos en llamar unilateral a una guerra de Irak que contó con el apoyo de más de 20 países. Y hay división europea, ahora con la oposición de Alemania como entonces de Alemania y Francia. Otorgar la clave de la legitimidad de esta guerra a la resolución de un organismo, ONU, en el que deciden las dictaduras es de una ceguera democrática comparable a la del pasado pacifismo de Zapatero.

No se apela esta vez, es cierto, a la seguridad occidental y no existe el error de las armas de destrucción masiva. Pero tampoco hay ahora un 11-S y una Al Qaeda en plena expansión. Quizá, porque ya se hizo aquella guerra. Y en Irak hay una democracia que combate a Al Qaeda y el norte de África pretende seguir por esa senda.


ABC - Opinión

Irak-Libia. La diferencia es el miedo. Por Cristina Losada

Las diferencias aludidas puedan reducirse, en su caso, a dos muy evidentes: Obama no es Bush y Zapatero no es Aznar. De ambas se deduce fácilmente que Libia no es Irak.

Los rescoldos, todavía humeantes, del "no a la guerra" calientan la búsqueda de similitudes y diferencias entre las intervenciones militares en aquel Irak de Sadam y en esta Libia de Gadafi. Las consignas, esas termitas destructoras del pensamiento y del lenguaje, tienen mucho peligro. Atrapados en la suya, los conspicuos anti-belicistas de otrora han de justificar cómo descubren hoy que el uso de la fuerza no siempre es maligno. Puro artificio, desde luego, pues la aversión a la guerra que exhibían hace años, y con tanta suficiencia, era solo instrumental. Otra aversión más intensa impulsaba aquellas pasiones por la paz. De ahí que las diferencias aludidas puedan reducirse, en su caso, a dos muy evidentes: Obama no es Bush y Zapatero no es Aznar. De ambas se deduce fácilmente que Libia no es Irak. Por decirlo en palabras de Orwell, apenas hay acciones que no cambien de color moral cuando quienes las perpetran son los "nuestros".

Pero dejemos ese redil y sus pequeñas, malolientes y cambiantes ortodoxias para atender a aquello que revela esta operación en Libia, por contraste con la de Irak. La misma opinión pública que rechazaba derrocar a un dictador como Sadam acepta que se ataque a un dictador como Gadafi y ese giro se atribuye a la razón humanitaria. El salvoconducto moral de la intervención es la necesidad de proteger a la población civil de los bombardeos y ayudar a los rebeldes libios, armados, pero en inferioridad de condiciones. Qué más queremos para hacer nuestra buena obra que a un tirano sanguinario aplastando cruelmente a su pueblo y a un puñado de valientes luchadores que le hacen frente con escasos medios. Es justo lo desinteresado –en apariencia– de la acción, el factor diferencial con Irak, donde una potencia como EEUU veía una amenaza para su seguridad y la del resto del mundo. No estamos por defendernos a nosotros mismos, pero sí estamos por defender a otros.

Tanto altruismo y tanto quijotismo resultan, me temo, demasiado dulces. Si los derechos humanos de los iraquíes no importaban nada y los de los libios, mucho, es que la razón humanitaria flaquea y se pliega a sentimientos más potentes. Como el miedo. Fue el miedo lo que inclinó a la mayoría de las sociedades occidentales contra la intervención en Irak. Fue el temor a provocar al terrorismo islamista que había destruido poco antes las Torres Gemelas. Y el "no a la guerra" no hizo más que explotar ese pánico. Ha pasado el tiempo, Gadafi no da miedo y nos podemos permitir, por una vez, actuar en consonancia con nuestras buenas intenciones.


Libertad Digital - Opinión

Adiós al rodillo de las ideas. Por Hermann Tertsch

Con Zapatero se hunden la mentirosa supremacía moral de la izquierda y su hegemonía cultural de la izquierda.

Todo indica que en España hemos entrado en un final de ciclo que va más allá de la previsible derrota del presidente Rodríguez Zapatero en las próximas elecciones generales. Las dos legislaturas de «largocaballerismo new age» que ha sido un intento de sustituir a nuestra democracia de la Transición, la Reconciliación Nacional y la Constitución del 78 por un nuevo régimen de «socialismo avanzado» que buscara y lograra en nombre de un nuevo Frente Popular la revancha por la derrota en la Guerra Civil, se agotan sin que los artífices de ese venenoso proyecto hayan logrado sus objetivos. Es una buena noticia. Triste es, sin embargo, la certeza de que su fracaso no se deberá a la capacidad de resistencia de la democracia integradora, ni a la autodefensa de una sociedad abierta con músculo democrático para hacer frente a planes sectarios de experimentación e ingeniería social, ni a la vigencia de valores y principios que movilizar y hacer valer frente al rodillo igualitarista, materialista y estatista. Su fracaso se deberá a la catástrofe económica en la que nos ha sumido la desastrosa gestión que los responsables de ese proyecto han hecho de la muy grave crisis económica. Los españoles van a acabar previsiblemente con el experimento del «zapaterismo» porque le echan —con razón— la culpa de que la crisis en España sea infinitamente más grave que en otros países por culpa de su gestión. No como responsable del intento de fundar un régimen sin alternancia política y un inmutable papel dirigente del Frente Popular.

Que asumiera la II República como única fuente de legitimidad, convirtiendo transición y reconciliación en «errores transitorios» y la Constitución del 78 en papel mojado. Ese proyecto —definido por el espíritu del «Pacto del Tinell»— debía dejar a la derecha definitivamente marginada de la toma de decisiones y convertida en poco más que un partido satélite, desposeída de legitimidad por su estigma de heredera del franquismo. Como a Al Capone, la condena —en las urnas— se producirá por una cuestión de dineros. De haberles tocado el bolsillo y muy gravemente a los españoles. No por los delitos capitales del proyecto de subvertir la democracia y crear un régimen según el imaginario de la izquierda de los años treinta, apenas modernizada por sus aditamentos también totalitarios del lenguaje de corrección política. Es de temer que los artífices de este gran disparate histórico no se sientan desautorizados sino víctimas de una fatalidad histórica. Y dispuestos a nuevo intento. Si prevalecen estos fundamentalistas sectarios y no resurge una corriente socialdemócrata homologable a la europea, sin veleidades utópicas ni pretensiones de experimentación social, España se enfrentará a una permanente agitación social. A la espera de un nuevo gobierno izquierdista que lleve a cabo el proyecto ahora fracasado. La esperanza de que esto no ocurra y España retome un camino de prosperidad y paz social radica en una renovación de la izquierda. Y en una activación de la batalla de las ideas con la pluralidad hasta ahora maniatada por el rodillo de la maquinaria de intoxicación y manipulación mediática y cultural de la izquierda. Paradójicamente esta pluralidad se ha activado bajo el zapaterismo. Como reacción a tanto desmán. Y no en la oposición, sino en la sociedad civil y mediática. La supremacía total de la izquierda en medios y cultura se ha quebrado. Se acabó el rodillo de las ideas. Y el reino de la impostura cultural y democrática izquierdista. De ahí su pánico. Con Zapatero se hunden la mentirosa supremacía moral de la izquierda y su hegemonía cultural de la izquierda. Este naufragio es su mejor legado.

ABC - Opinión

2 de abril. Del harakiri de ZP. Por José García Domínguez

La "filtración" únicamente puede provenir de dos fuentes. O el propio Zapatero ha dado en propalarla, lo que no dejaría de constituir muy gratuita idiotez. O, por el contrario, la especie habría surgido de algún clan refractario a su continuidad.

Es convención manida que niños, orates y borrachos dicen siempre la verdad. Yo añadiría a los cesantes. Como sus pares en activo, el cesante igual ha saboreado la hiel amarga de la adulación al líder y el ditirambo, humillación a la que ningún ego que se precie sobrevive inmune. Y más, cual viene a ser el caso, si concedió rebajarse en vano. Razón última, por cierto, de su definitivo estoicismo. Pues en todo cesante habita un descreído absoluto que ya nada espera. Un escéptico instalado en la aristocrática imperturbabilidad de la ataraxia, he ahí el retrato moral del cesante. Así Jordi Sevilla, imprudente pedagogo al que nunca se le habría de perdonar la temeraria audacia de aquel par de tardes de ciencia abortada en el parvulario de La Moncloa.

Ahora, y con ocasión de esas hablillas –"informaciones" les dicen en los periódicos– a cuenta del seppuku ritual de Zapatero, el que se anunciaría al común el dos de abril, uno tiende a creer al cesante Sevilla que, a su vez, nada cree. Y tiende uno a creerle aunque solo fuese por la inusual consistencia lógica de su personal razonar. Al respecto, ha advertido el hombre que la "filtración" únicamente puede provenir de dos fuentes. O el propio Zapatero ha dado en propalarla, lo que no dejaría de constituir muy gratuita idiotez. O, por el contrario, la especie habría surgido de algún clan refractario a su continuidad, lo que no dejaría de constituir prueba definitiva de que aún no está descartada. Por lo menos, a fecha de hoy.

Dejemos a un lado, en fin, que ZP jamás se presentó a unas primarias para ser designado candidato, sino que ganó la Secretaría General en un Congreso del partido. De paso, arrinconemos en el mismo lado la fantasía de que cabe pastorear la transición en el PSOE a imagen y semejanza de lo acontecido con la grey de Rajoy, falange lanar incapaz de rechistar al mando. Y es que, acaso por evidente, nadie parece verlo pero, tal como clama Sevilla en el desierto, si alguien sabe imposible nombrar a dedo al sucesor, es el propio Zapatero. Que no otro se impuso hace once años frente al designio del aparato (y del sentido común). Ah, las hablillas.


Libertad Digital - Opinión

Presidente interino. Por Ignacio Camacho

En el momento en que Zapatero anuncie su retirada se acaba la legislatura. Cuando dices que te vas ya te has ido.

CUANDO dices que te vas es que te has ido. Si Zapatero decide anunciar su retirada en abril quizás logre aliviar la presión electoral que agobia al PSOE, aunque al precio de liquidar de facto la legislatura. En las condiciones terminales en que se encuentra su liderazgo no le va a ser posible impedir ni controlar la sensación de un vacío de poder, y el horizonte de marzo de 2012 se le hará eterno. Aznar pudo nominar a Rajoy porque nadie dudaba de quién ejercía el mando; de hecho, su referencia era tan patente que el electorado lo acabó castigando a él por persona interpuesta. Pero Zapatero carece ya de capacidad de cohesión y su Gobierno malvive en estado catatónico. Siendo el único referente ha perdido el crédito general y la confianza de los suyos; en el momento en que haya otro candidato al que mirar, al presidente a duras penas le obedecerán los ujieres de Moncloa. En cuanto haga oficial su provisionalidad se convertirá en un interino: un zombi, un fantasma, un holograma político.

Las filtraciones sobre la renuncia indican la existencia de movimientos tectónicos en el PSOE. Los partidarios de Rubalcaba desean un proceso de sucesión rápido, un dedazo fulminante que evite las primarias, ciertamente imposibles de celebrar solapadas en la campaña de las municipales. Su argumento de base consiste en que el copresidente es el único que puede evitar la centrifugación del poder en el interregno. En contra se mueve una coalición crítica dispuesta a respaldar las aspiraciones mostradas por Carmen Chacón: algunos barones autonómicos, el lobby femenino y la joven guardia del zapaterismo. Para impedir la confrontación a campo abierto, a la que se podría sumar algún outsider, sólo cabe un pacto de conveniencia en apoyo de la candidatura rubalcabista con el objetivo de minimizar la previsible derrota electoral y, tras las generales, dar paso a Chacón como lideresa en un congreso extraordinario. La clave de cualquier compromiso se llama Pepe Blanco, el hombre cuyos movimientos hay que seguir como cónsul del presidente en el partido.

El problema es que Zapatero quiere gobernar hasta el último minuto, y la agenda no da respiro. A finales de marzo hay un cónclave europeo sobre la crisis económica, en el que la guerra de Libia se puede cruzar como un camión cisterna derrapado en medio de una autovía. Al aceptar la última y más clamorosa de sus reconversiones personales y políticas para meterse a bombardear a Gadafi, el presidente vincula los tiempos sucesorios a su propia disponibilidad como gobernante. Un atasco en el conflicto libio complicará el calendario partidista; no sería de recibo que el líder de una nación que acaba de mandar tropas al combate anunciase su retirada en plena misión bélica. El país ya se ha acostumbrado al desgobierno, pero al menos los militares en acción se merecen un jefe que no tenga la cabeza en otra parte.


ABC - Opinión

Un apoyo responsable

El Presidente del Gobierno pedirá hoy en un Pleno extraordinario en el Congreso a los grupos parlamentarios la autorización para que nuestras Fuerzas Armadas participen en una intervención militar internacional en Libia. Aunque es muy difícil medir los tiempos en este conflicto, ha trascendido que la intención de Rodríguez Zapatero es pedir una autorización de un mes prorrogable para contribuir a la zona de exclusión aérea y durante tres meses, también prorrogables, a la imposición de un embargo de armas al régimen de Gadafi. En su intervención abundará en el principal argumento que ya expuso el pasado 18 de marzo para avalar esta acción militar: que la resolución del Consejo de Seguridad de la ONU precisa que su objetivo pasa por conseguir una zona de exclusión aérea y proteger a los civiles de los ataques de Gadafi.

Por fin Rodríguez Zapatero ha dejado atrás discursos demagógicos y marcadamente electoralistas preñados de buenas palabras aplicadas a situaciones sacadas de contexto que abrazó con tanto entusiasmo. Es un acierto este giro y Zapatero está solventando el conflicto con responsabilidad ante España y ante la comunidad internacional. Es ni más ni menos que lo que tiene que hacer un presidente de Gobierno en estos momentos, lo contrario hubiera sido una anomalía que nos hubiera dejado en una delicada posición frente a nuestros aliados, un lujo que este Ejecutivo no se puede permitir. Eso sí, Zapatero tendrá que explicar hoy muy bien a la opinión pública cómo se han desarrollado las primeras jornadas de la ofensiva contra Gadafi –en las que España ha participado activamente sin consecuencias para nuestras Fuerzas Armadas dignas de mención– y la estrategia a seguir en el futuro. Los españoles merecen saber el alcance de esta operación, cuántos efectivos de nuestros Ejércitos participarán en la misión y durante cuanto tiempo.


El Partido Popular ya ha adelantado que apoyará la intervención en Libia, puesto que de lo que se trata es de reestablecer los derechos y las libertades del pueblo libio tanto tiempo secuestrados por Gadafi. En vez de intentar sacar algún rédito electoral o intentar ganarse a la opinión pública con un discurso populista y falsamente «buenista», los populares, responsables y coherentes, no van a dejar solo al Ejecutivo; no lo han hecho nunca, puesto que siempre han apoyado todas las propuestas que ha hecho el PSOE sobre el envío de tropas al extranjero. Pero no será una compañía complaciente y acrítica. Como ya ha adelantado Mariano Rajoy, va a inquirir a Rodríguez Zapatero cuál es el objetivo último de la operación, los plazos y otros aspectos que no son menores en este escenario bélico.

Es de suponer que Zapatero sacará adelante esta autorización con una holgada mayoría, salvo contadas excepciones de partidos de izquierdas con una presencia residual y un discurso trasnochado. Lo que sigue es que el Gobierno sea consecuente con lo que se autorice y no entienda que ha recibido un cheque en blanco si el escenario bélico cambiase drásticamente.


La Razón - Editorial

El problema menor de la sucesión de Zapatero

Los problemas que arrostramos son demasiado graves como para que podamos permitirnos el lujo de perder el tiempo haciendo inútiles cálculos políticos sobre una sucesión que, por el momento, está más lejos que cerca de materializarse.

El panorama que enfrenta España en los próximos meses es desalentador. Por un lado la crisis de Libia, que ha terminado rompiendo en una guerra abierta entre los aliados y Muamar el Gadafi. Por otro, una pésima situación económica, que no hace sino agravarse cada mes que pasa y que, debido a la inestabilidad internacional, empeorará conforme el petróleo y otras materias primas se encarezcan, aplazando sine die la recuperación. Por último, ya en el plano de la política interior, el enésimo desafío proetarra personificado en Sortu, una continuación de Batasuna que, con ese o con otro nombre, aspira a presentarse a las elecciones del 22 de mayo.

Pues bien, en un crítico cruce de caminos como el que nos encontramos la principal preocupación dentro del partido gobernante es si Zapatero despejará su futuro político antes del 2 de abril o después. Es más que obvio que el presidente del Gobierno se encuentra en una fase muy avanzada de agotamiento. Su desastrosa gestión de la crisis económica unida a continuos vaivenes y a decisiones más que discutibles han obrado el milagro de poner a Zapatero frente a la puerta de salida en sólo unos meses.


De manera que si lo que Zapatero quiere es no volver a presentarse que no lo haga, pero que deje de marear la perdiz con la persona y el momento de su sucesión. Y a la inversa, si quiere seguir presentándose como candidato –y de él depende hacerlo– que lo anuncie cuando considere conveniente. Lo lógico y razonable es que hiciese una de las dos cosas lo antes posible para acabar con un debate estéril que, en nuestra situación actual, es, además, totalmente superfluo.

Los problemas que arrostramos son demasiado graves como para que podamos permitirnos el lujo de perder el tiempo haciendo inútiles cálculos políticos sobre una sucesión que, por el momento, está más lejos que cerca de materializarse. A estas alturas poco importa quién o quiénes estén postulándose, más si cabe cuando en el PSOE, como en el PP, la democracia interna es totalmente desconocida. Por de pronto tenemos que conformarnos con toneladas de ruido que enmascara un silencio sepulcral, que se ha impuesto desde Moncloa para mantener la sucesión como un tema de permanente actualidad que actúe de socorrida cortina de humo tras la que ocultar los continuos desaciertos en los que está incurriendo el Gobierno.


Libertad Digital - Editorial

Si renuncia Zapatero, elecciones anticipadas

Si los socialistas no lo quieren de candidato, comprenderán que los españoles tampoco lo quieran de presidente.

EL debate sobre la sucesión de José Luis Rodríguez Zapatero como candidato a la presidencia del Gobierno en las próximas elecciones generales está abierto en canal en el seno de su partido. Sus principales dirigentes no tienen recato en mostrar la realidad de un partido que sabe que su secretario general los lleva al suicidio electoral; candidato que tampoco tiene los recursos de una autoridad política o histórica que compense el nivel de daños que puede ocasionar al PSOE. Zapatero no es una referencia ideológica del socialismo, ni su paso por el Gobierno ha dejado una impronta de reformas modernizadoras o de transformaciones positivas para el país. Su divisa —y ahora, que está próximo su final político, se aprecia con claridad— ha sido la eliminación política de la derecha, objetivo fracasado, pero a cuyo servicio puso todo el empeño personal y los más altos intereses del Estado, transformados en mercancía de pactos partidistas. El PSOE se prepara para despedir a Zapatero sin echarlo de menos.

Sin embargo, el error del PSOE es creer que Zapatero sólo es su problema. Y no es así. Si los socialistas no lo quieren de candidato, comprenderán que los españoles tampoco lo quieran de presidente, de manera que cualquier fórmula interna que elija el PSOE para aparcar a Zapatero debe conducir inexorablemente a la convocatoria anticipada de elecciones en cuanto lo permitan los plazos legales tras la celebración de los comicios municipales y autonómicos del próximo mes de mayo. Puede que sea este planteamiento el que frene a algunos sectores socialistas a exponer abiertamente la conveniencia de que Zapatero se vaya, pero tal prevención no deja de ser voluntarista en la medida en que las diferencias entre el Partido Popular y el PSOE empiezan a ser inalcanzables cualesquiera que sean el candidato socialista o el manejo de tiempos que hagan los estrategas del partido. En el momento en el que Zapatero comunique —si es que en algún momento lo hace— que no repite como candidato, su deber político y moral es disolver el Parlamento. Lo contrario, es decir, mantenerse en la presidencia del Gobierno mientras su partido elige candidato y se dedica a repudiar la herencia zapaterista —única manera de recortar distancias con el PP—, sería una burla a los españoles y agravaría aún más la crisis de confianza y las consecuencia de la crisis económica.

ABC - Editorial