lunes, 4 de abril de 2011

Zapatero. Lo previsto y lo imprevisto. Por Agapito Maestre

Salga, señor Rajoy, y diga algo que nos invite a quererlo. Imite un poco la actividad que tuvo Zapatero el pasado domingo. No desaprovechó el tiempo.

Zapatero tenía previsto apostar. Y jugó fuerte a la comedia de la inocencia: Zapatero es un perverso, pero el PSOE es la salvación. Rajoy a juzgar por su silencio no tenía otra cosa prevista que disfrutar de un fin de semana. Zapatero se va, pero se lo ha puesto difícil al PP y muy fácil a su partido. Zapatero es el presidente del Gobierno peor valorado de la historia de la democracia, pero eso no debe hacernos olvidar que Rajoy está aún mucho peor valorado que el funesto presidente saliente. Las espadas están en lo alto. Los ganadores y los perdedores aún no están decididos. Por otro lado, resulta inquietante que una decisión tan importante como la anunciada el sábado por Zapatero, nada más y nada menos que su retirada de la competición política, aún no haya sido comentada por el jefe de la Oposición. Raro.

Quizá los socialistas no digan la verdad de lo que están pensando, pero tengo la sensación de que el PSOE salió reforzado, después de ver las imágenes y las opiniones de los que asistieron a la reunión de la Ejecutiva Federal socialista. Contrastaba la opinión unánime de esa gente con el silencio de Rajoy y, sobre todo, con los titubeos de los dirigentes del PP. Porque no deja de ser un titubeo absurdo, casi infantil, enfatizar que Zapatero ha sido expulsado por su propio partido, cuando todos esperábamos que lo echara la Oposición. Zapatero, el hombre-partido por antonomasia de la política del último siglo, puede ser criticado por muchas cosas excepto por ser un hombre ajeno, o peor, enfrentado al Partido. Quien dice eso, en mi opinión, no tiene una sola idea sobre política socialista.


En fin, ahora empieza lo bueno. La política. Política mala y sucia o política para crear bienes en común. Política, en cualquier caso, para acabar definitivamente con España o, por el contrario, relanzar a este país como una nación más del mundo libre. ¿Conseguirá Rajoy ilusionar a los españoles con un proyecto político para sacarnos del atolladero socialista? ¿Conseguirá Rajoy hacer que los españoles se sientan libres dentro de la fatalidad socialista? ¿Conseguirá Rajoy ganar por mayoría absoluta? Está por ver; de momento, da qué pensar el silencio de Rajoy. ¿Acaso el líder del PP no tenía aún formado un juicio de situación sobre la dimisión de Zapatero? Es un horror que este hombre no haya dicho todavía esta boca es mía. La política también es visibilidad, amenidad y hacerse querer, o sea, lo contrario de un Rajoy invisible, anodino y vulgar.

Salga, señor Rajoy, y diga algo que nos invite a quererlo. Imite un poco la actividad que tuvo Zapatero el pasado domingo. No desaprovechó el tiempo. La explicación de su decisión fue atrevida, chulesca e, incluso, soberbia, pero puede que sea decisiva para su partido y para él. Fue pedagógico y dijo: "Rajoy ya no podrá meterse conmigo, porque me he marchado; ahora tiene que presentar su proyecto político". Tiene razón el de León. Los españoles queremos un designio político serio y razonado, un líder capaz de explicarlo y, por supuesto, un partido que lo haga creíble, pero, hasta ahora, no lo vemos por ninguna parte.


Libertad Digital - Opinión

Madrid, cazuela hirviendo. Por Félix Madero

Se va para demostrar que es y era una falacia aquella sandez de que cualquier español puede ser presidente del Gobierno.

QUE Zapatero no se ha ido lo demuestra que no hay columna de opinión que no hable de él. ¿Podremos vivir sin él?, pregunta una afligida amiga de Aguilar de Campoo. Sí, le contesto. Otra cosa son los efectos colaterales del Zapaterismo ultramontano —¡pero es que hay otro!—, que como la radiactividad en el agua y el campo dura años. Quitar esa plasta viscosa que nos ha hecho más escasos llevará tiempo. Pero Zapatero sigue, como decía en la televisión en blanco y negro Joe Rígoli. ¿Se acuerdan? Yo sigo. El actor argentino fue persona de mucho arte, pues sólo con arte se puede uno llamar actor y ganarse la vida con dos palabras. Más o menos lo mismo que Zapatero, que para saltar a la arena política lo hizo, no con dos palabras, pero sí con un acrónimo: Zp. Y poco más.

En este momento, las consideraciones personales no importan. Por eso, a la hora de decir a los suyos que no optará a un tercer mandato mete de matute a su familia. No la nombra, pero se refiere a eso que llaman «el factor Sonsoles». Conste que en lo personal y familiar le deseo a Zapatero lo mismo que deseo para mi y los míos, que no haya dudas. Pero justificar el desastre y la poquedad política apelando a la familia ante un Comité Federal que te está echando es un improperio. Se va porque ha fracasado y se ha equivocado. Porque cuando no se ha equivocado nos ha mentido; porque cuando no ha mentido ha negado; porque cuando ha negado no sabía qué pasaba, y, entonces, afirmaba; porque cuando afirmaba desconocía, y cuando desconocía, desbarraba. Se va para demostrar que es y era una falacia aquella sandez de que cualquier español puede ser presidente del Gobierno. No señor. Igual que no todos los futbolistas pueden ser el 7 del Madrid, la presidencia del Gobierno exige preparación, trabajo, esmero, cualificación, audacia e inteligencia. Y ya puestos, idiomas. Dicen que su mujer se queja de que Madrid es una ciudad en la que no se puede vivir, que es una sartén hirviendo. No es verdad, yo vivo aquí hace muchos años y no la cambio. Hierve en primavera de desencanto, de gente mustia, de parados apostados a la fachada de Caritas, de febriles ciudadanos que no se atreven a pronunciar el nombre del que se va pero se queda: éste hombre, le llaman.

Pero he hablado de efectos colaterales del zapaterismo que nos atrofia y paraliza. ¿Hay algo peor que el escándalo? Sí, la indiferencia ante él. Pedro Solbes, el probo funcionario de lápiz, goma y manguitos, y parte activa como ministro a la hora de que Enel se hiciera con Endesa va a ser fichado y retribuido por los italianos sin que nadie pida explicaciones. Le han puesto una silla en el Consejo de Administración. Como suena, oiga. ¡Eh, en el PP! ¿Hay alguien ahí? Despierten, hombre. Despierten.


ABC - Opinión

El día después. Por José María Carrascal

Puede haber socialistas que quieran borrar la era Zapatero: como si no hubiera existido. Pero existió, ¡vaya si existió!

Fiel a su modo de ser, tras prometernos que «se dejaría la piel contra la crisis», lo primero que ha hecho tras anunciar que no se presentaría a la reelección, fue engolfarse en la campaña electoral, arremetiendo contra el PP. Este es nuestro hombre, capaz de desdecirse sin inmutarse y de hacer lo contrario de lo que acaba de decir. Claro que ya no engaña a nadie, ni siquiera en su partido.

Hablando de su partido, ha sido el PSOE, no el PP, quien le ha obligado a irse. Los llamamientos del PP incluso le animaban a quedarse. Pero los gritos angustiosos socialistas —«¡Nos ahogamos!»—, le han obligado a tirar la toalla. La toalla, pero no los hábitos. El primero, la deslealtad. No ya con España, esa nación «discutida y discutible» que le importa bien poco como demostró al negociar con nacionalistas y terroristas, sino con su propio partido. Bastaba ver las caras atribuladas de su Comité Federal para darse cuenta del miedo que no les cabía en el cuerpo. Incluso los que le habían pedido que se fuera tragaban saliva, sin atreverse a mostrar satisfacción. Y es que el anuncio no podía haber sido hecho en peor momento ni de peor manera. Cuando se inicia una campaña electoral dificilísima y con el añadido del suspense venenoso de unas primarias que auguran, quieran que no, una lucha fratricida. Como si Zapatero haya querido vengarse de los suyos por haberle obligado a irse, poniéndoles en una situación aún más difícil de la que ya se encuentran.


No lo tienen mejor sus potenciales sucesores. Empezando por los que figuran en cabeza. Tanto Rubalcaba como Chacón están contaminados por Zapatero. Han sido sus leales colaboradores y les toca la parte alícuota de responsabilidad en los errores cometidos por el gobierno, que han sido muchos y graves. Algo que no les perdonará un electorado que sufre en sus carnes las consecuencias de esos errores, cuya vigencia se alargará más allá de las elecciones generales, según todos los indicadores. Tanto es así que me atrevo a vaticinar que de aparecer un rostro nuevo, fresco, no infectado por el zapaterismo, se le saludaría con entusiasmo por parte de un partido cuyas esperanzas se cifran hoy alcanzar una «derrota decente» y evitar la catástrofe.

Lo malo es que no sé si habrá un o una valiente que se atreva a lanzarse al ruedo en las circunstancias actuales. Claro que, para estos casos, siempre está Bono, aliño de todas las salsas y zurcidor de todos los rotos. No se sonrían. La ruleta ha empezado a dar vueltas y la bola puede caer en cualquier número. Incluso en el de quien, hace siete años, vio como un chico de León al que nadie conocía, le birlaba la candidatura. Puede haber socialistas que quieran borrar la era Zapatero de esta forma: como si no hubiera existido. Pero existió, ¡vaya si existió! Basta comprobar el lastimoso estado de nuestra nación para comprobarlo.


ABC - Opinión

Zapatero. ¿Rehúso debido?. Por Emilio Campmany

Huele a pacto de alternancia. ¿Por qué Aznar, que incumplió promesas como las de entregar los papeles del Cesid o reformar la Justicia, se atuvo estrictamente a la que hizo de ser presidente sólo ocho años?

Son muchos los analistas que nunca creyeron que Zapatero llegaría a hacer lo que ha hecho, rehusar un tercer intento. Había buenas razones para desconfiar. Son muchos los inútiles, que nada serían de no ser por el castellano-leonés, que insistirían en ese tercer intento por ver si podían seguir cuatro años más en el machito. Y por otra parte, a qué podría dedicar Zapatero mejor su tiempo que no fuera a ser presidente de Gobierno. Y, sin embargo, lo hizo. Tiró la toalla. Podía haberlo hecho de muchas maneras. Podía haber dimitido de la presidencia de Gobierno para dejar que otro socialista intentara mejorar su marca, que no le habría costado mucho. Podía haber convocado elecciones generales anticipadas para acabar de una vez con la agonía que está siendo esta legislatura desde al menos el mayo pasado. Pero ha preferido hacer lo mismo que Aznar, aguantar dos legislaturas completas y entregar el poder a quien gane al final de la segunda. ¿Es una mera casualidad?

Los que están en la pomada cuentan que José Bono ya sabía desde finales de 2007 que Zapatero no se presentaría a un tercer mandato. ¿Y cómo podía saberlo, digo yo? O Bono había escuchado lo que no era más que un desahogo durante una pájara del ánimo, sin valor alguno en cuanto éste se hubiera repuesto, o lo que conocía era la existencia de un compromiso, el de no presentarse una tercera vez. Puede que el compromiso fuera con el mismo Bono, a cambio de que no le enredara el partido, que es lo que estuvo haciendo durante toda la primera legislatura hasta que en el verano de 2007 se supo que sería presidente del Congreso si el PSOE ganaba las elecciones siguientes. Puede que Zapatero tomara, para sí y ante la Historia, la decisión de no concurrir a un tercer mandato tras convencerse de que ocho años son suficientes. Pero ni Bono parece tan fuerte como para que su apaciguamiento exija tan alto sacrificio, ni Zapatero alguien tan preocupado por el buen funcionamiento de nuestros usos constitucionales como para renunciar sólo por eso a La Moncloa.

Huele a pacto de alternancia. ¿Por qué Aznar, que incumplió promesas como las de entregar los papeles del Cesid o reformar la Justicia, se atuvo estrictamente a la que hizo de ser presidente sólo ocho años? ¿Por qué ahora Zapatero va hacer exactamente lo mismo? ¿Por qué a ninguno de los dos se le ha ocurrido entregar la presidencia al candidato de su partido unos meses antes de las elecciones y mejorar así las probabilidades de éxito? ¿Por qué Rajoy está tan seguro de que en 2012 será presidente? Tanto lo está que, a pesar de la relevancia del anuncio que Zapatero hizo el sábado, esta es la hora en la que escribo que no ha dicho ni mu a la prensa. Aquí hay gato encerrado.


Libertad Digital - Opinión

Iznogoud por triplicado. Por Gabriel Albiac

Pero estos no son políticos; son comensales de la sopa boba.

LOS admiradores de René Goscinny, entre los cuales me encuentro, saben que su obra maestra no es la serie del encantador miniguerrero Astérix. Lo es la que se articula alrededor del Visir, de maldad siempre frustrada, Iznogoud: ese que repite encabritado su empeño por ser «Califa en lugar del Califa». Verlo estrellarse, una vez detrás de otra, pone en el lector la risa avinagrada que trasluce lo demasiado humano.

Chacón es un Zapatero que habla catalán: quienes juzgaban imposible dar con alguien del nivel intelectual y moral del Presidente, no tienen más que dirigir los ojos a ella. Rubalcaba, un viejo zorro herido, con serias oportunidades de que el Faisán lo lleve allá adonde llevara el GAL a su colega Barrionuevo, a poco que los jueces se le pongan bordes. ¿Bono? A juzgar por lo florido de su oratoria, está que pega brincos de contento: mala cosa para un político, poner tan al descubierto sus cartas y tan antes de tiempo. A decir verdad, el espectáculo, entre los aspirantes a ser Zapatero en el lugar de Zapatero, augura tiempos mayormente sombríos para el PSOE. Y para los aspirantes, sobre todo.


Iznogoud Chacón, no lo ocultaré, es de todo el enjambre de Iznogouds que van a merendarse el ya putrefacto cadáver del Califa, quien a mí me genera más ternura. Por la continuidad, sobre todo. Las cosas que le hemos oído decir a Zapatero sólo son comparables a aquellas que salieron de la de quien largó lo de «yo soy la niña de González» (Felipe), o eso otro de que además era no sé quién que acababa de «cagarse en la puta España». La mar de astuto por parte de alguien con pretensiones de presidir a la defecada, por supuesto.

Iznogoud Rubalcaba lo tiene todo en contra. Porque todo parece tenerlo a favor. Lo cual, en política, es el modo más seguro de que te aticen hasta en el carné de identidad. Desde que al Jefe le dio la depre en diciembre, aquí el único que ha gobernado es el señor de la faisanería. Tanto lo ha hecho y tan feliz, que no queda ya un solo poderoso en su partido que no afile navaja para cortarle el pescuezo a la que se descuide. Lévi Strauss narra el hábito de los sabios pobladores de cierta tribu amazónica que, cuando ven nacer al anhelado hijo varón, salen a la plaza pública gritando y sollozando: «¡Ah, Dios mío, pero qué feo que es, pero qué raquítico…! ¡Cómo ha podido caer sobre mí una desdicha tan grande!». Ritualizada manera de eludir la envidia de vecinos y dioses. Y Maquiavelo aconsejó siempre al político hablar poco y actuar deprisa. Pero estos no son políticos; son comensales de la sopa boba.

Y queda, de momento, Iznogoud Bono. Que anda aún más contento de lo ya en él habitual por haberse conocido. Y que puede que tenga razón en lo de verse cada día más irresistible ante el espejo. De no ser por la cosa equina. Y por la cosa inmobiliaria. Y por los mil misterios que en la vida de un hombre rigen el tránsito de escasez a opulencia. Y otra vez Maquiavelo: cuídese el político, sobre todo, en materia de dinero; los hombres olvidan de buen grado el asesinato de su padre, pero lo otro…; lo otro es otra cosa, como su propio nombre indica.

El gafe de Iznogoud se multiplica en un laberinto de espejos. Y la cosa comienza a ponerse divertida.


ABC - Opinión

Zapatero. Tras la espantá. Por José García Domínguez

En la cúspide de una iglesia de estricta obediencia leninista, cual siempre ha sido el PSOE, solo cabe una cabeza –aun de chorlito–, jamás dos.

Tras la espantá del Curro Romero de la socialdemocracia flácida, ese espectro feminista que arrastra su pesar por los pasillos de La Moncloa, está por ver que se haya abierto el proceso sucesorio. El genuino quiero decir, asunto bien distinto del macguffin de circunstancias que, según parece, se aprestan a escenificar la niña de Felipe y el señor de González. Y es que en la cúspide de una iglesia de estricta obediencia leninista, cual siempre ha sido el PSOE, solo cabe una cabeza –aun de chorlito–, jamás dos. Recuerde al respecto la defenestración sumaria de aquel audaz intruso leridano, Josep Borrell, a cargo de la banda de la porra mediática.

Inimaginable en Ferraz la estampa de un ministro del Movimiento, otro Pepe Solís Ruiz impelido a manifestar su más inquebrantable adhesión al caudillo de turno emanado de las primarias. A ese particular respecto, tanto por tradición como por principios, en el Partido Socialista el único llamado a ocupar el sillón del Gran Inquisidor es el secretario general. El único. Él y solo él. Nunca ha ocurrido de otro modo. Y nunca ocurrirá. Así las cosas, la cara que se ofrezca para ser partida en las urnas dentro de un año, sea cual fuere, no tiene por qué coincidir con la del nuevo líder. Ni mucho menos. No sucedió con la de Almunia, que sabiéndose seguro perdedor dio en inmolarse de grado a cambio de una canonjía en Bruselas. Y no hay razón alguna para que ahora haya de acontecer cosa distinta.

He ahí, por cierto, la causa última de que el Adolescente rehúse ceder el control del aparato a una comisión gestora. Adherencias del oficio, también él ansía que todo quede atado y bien atado. Eso sí, en el terreno que sabe suyo, la trastienda siempre opaca de un congreso, lejos del circo periodístico que, inevitable, habrá de rodear la elección del cartel electoral. Lo malo, ¡ay!, es que con los concilios partidarios ocurre lo mismo que con las pistolas: también los carga el diablo. Que se lo pregunten, si no, al propio difunto, aquel ignoto culiparlante de León que cuando entonces se impusiera a José Bono. ¿Y si en medio de tanto ruido asistiéramos a las vísperas de nada?


Libertad Digital - Opinión

Ezquizofrenia. Por Ignacio Camacho

Con la retirada a plazos, el zapaterismo culmina en un proceso disociativo de esquizofrenia política.

EN el inevitable proceso psicológico que va a vivir como presidente interino, esa etapa terminal que los americanos llaman con poca caridad «síndrome del pato cojo», existe una alta probabilidad de que Zapatero acabe hablando de sí mismo como si olvidase que lleva siete años en el poder. Ayer ya exhibió en Murcia el preocupante síntoma del desdoblamiento disociativo, al considerarse en condiciones de exigir cuentas por anticipado a la oposición sin tener que rendirlas de su propio mandato. Da la sensación de considerar que su renuncia a plazos lo exime de someterse al juicio político de una legislatura que además se empeña en prolongar contra todo atisbo de lógica razonable.

Acostumbrado a hacer de los gestos un embeleco político, a gobernar mediante artificios simbólicos, Zapatero pretende esquivar su responsabilidad con un amago de expiación ficticia. Quiere aliviar la presión que ha cargado sobre los suyos mediante una dimisión diferida con la que parece considerarse liberado. Sin embargo, al atornillarse al sillón y negarse a convocar elecciones lo único que va a lograr es la creación de un escenario institucional complejo, inestable y deslavazado, que se enredará aún más con la irrevocable bicefalia que sobrevenga cuando el PSOE elija nuevo candidato, con gran probabilidad procedente del actual Gabinete. Los dos, el saliente y el entrante, el viejo y el nuevo —que puede ser aún más viejo—, tendrán que afrontar la rendición de cuentas de un período de poder errático que ha dejado al país al borde de la quiebra, y que además va a culminar en un embrollo de jerarquías difusas y discursos superpuestos. Y el presidente, que al continuar siéndolo traslada al país el problema que había creado en su partido, no podrá eludir, —como no lo eludió Aznar cuando señaló a Rajoy como fallido heredero—, el veredicto que merezca su mandato.


La pretensión de Zapatero es metafísicamente inviable: irse sin irse. Como en el fandango: «Aunque me voy no me voy, que aunque me voy no me ausento». Quiere estar para tomar decisiones y ausentarse a la hora de responder de ellas. Va a ocurrir justo lo contrario: con su anuncio de-sactiva su autoridad y con su permanencia queda obligado a afrontar las responsabilidades. En medio de una zona de turbulencias ha soltado el cuadro de mandos sin entregar el relevo. Lejos de redimirse está a punto de provocar otro desaguisado.

Ayer, en distintos puntos de España, mientras Zapatero se autodesligaba de su propia condición, los militantes socialistas aclamaron a Rubalcaba y Chacón —por separado— con gritos de «presidente» y «presidenta». Ése es el resultado de la última obra maestra del zapaterismo: una fenomenal confusión de esquizofrenia política. El problema es que España no sólo no tiene ahora mismo tres presidentes, sino que tal vez en realidad no tenga ya ninguno.


ABC - Opinión

Un año en campaña

El día después de que el presidente del Gobierno anunciara que no sería el candidato socialista fue testigo de una auténtica fiebre electoral de los dirigentes del PSOE, que se lanzaron en tromba con múltiples actos de precampaña electoral con el propósito de aprovechar una especie de efecto posZapatero y de trasladar al electorado un mensaje de unidad y compromiso con un proyecto. El discurso de la cohesión y de la ilusión por un nuevo liderazgo que está por definir, de apuesta común por la hoja de ruta diseñada por Zapatero en el Comité Federal tendrá la vigencia que los propios de dirigentes quieran otorgarle. Los estrategas socialistas saben que el electorado castiga con severidad a los partidos que aparecen fracturados, pero también deben ser conscientes de que la imagen de consistencia interna que ofrecieron será difícil de mantener. De hecho, ayer mismo, menos de 24 horas después de que Zapatero se despidiera, los dos favoritos en el debate sucesorio, Alfredo Pérez Rubalcaba y Carme Chacón, fueron recibidos en sus respectivos actos políticos al grito de «¡Presidente, presidente!» La escena simboliza lo que se le viene encima a un partido con una historia de luchas internas que no sugiere que el proceso pueda ser incruento. La jornada sirvió también para calibrar a un PSOE sin un liderazgo político definido. La imagen de una tricefalia socialista –Zapatero, Rubalcaba y Chacón– aporta más confusión que decisión, más alboroto que sosiego, cuando se demanda otra cosa.

Los socialistas marchan contrarreloj. El adiós de Zapatero no ha logrado frenar la caída en la intención de voto, que adquiere dimensiones dramáticas. La primera encuesta tras el anuncio del presidente, que hoy publica LA RAZÓN, refleja una pérdida significativa de apoyos para el PSOE respecto al último sondeo de febrero, que ya era crítico. Un retroceso de otro medio millón de votos para dejar a los socialistas en la representación que tenían durante las legislaturas de finales de los años setenta. El partido en el Gobierno obtendría hoy entre 123 y 124 escaños. Su electorado se ha reducido desde 2008 en 3,9 millones de votantes. El panorama es aún más límite si se le compara con los resultados del PP. Según el estudio de NC Report, los populares aventajan al PSOE en 15,24 puntos, con una holgada mayoría absoluta de entre 185 y 187 diputados. La ventaja de hasta 64 parlamentarios es una brecha que recoge el enorme reproche a la gestión del presidente y de sus ministros y la recompensa a una oposición responsable y centrada en los problemas reales del país. La distancia con el PP se ha ampliado en la era posZapatero porque el fracaso socialista ha tenido muchos padres y no sólo uno como quieren vender algunos.

La fiebre socialista dominical fue un avance de lo que le espera al país. Cuando un partido antepone su estrategia al interés general sucede que ya sólo existe la campaña electoral. Un año de mítines y de refriega no es lo que España necesita y era un escenario del que Zapatero nos debería haber librado. Afrontar ajustes, reformas y sacrificios como los que España necesita con el ruido y las estridencias partidistas de por medio creará más dificultades y desconfianza.


La Razón - Editorial

Zapatero y Rajoy, inseparables hasta 2012

El uno no quiere dejar de gobernar todavía y el otro aún no desea hacerlo. Y, mientras todos realizan sus cálculos electorales, el desafío nacionalista, la mascarada etarra o la crisis económica continuarán engordando.

Parece claro que, desde el momento en que Zapatero anunció el pasado sábado que no repetiría como candidato socialista a las generales de 2012, su Gobierno ha entrado en funciones. Que el líder socialista haya firmado su propia acta de defunción es suficiente como para finiquitar una legislatura que ha venido marcada por la improvisación permanente ante las omnipresentes mentiras.

A partir de este domingo, Rubalcaba, Chacón, tal vez Bono y, en definitiva, todos los socialistas deseosos de ocupar la poltrona que ha dejado vacía el todavía presidente del Gobierno, ya han comenzado con su particular campaña electoral. Una que se antoja particularmente larga, teniendo en cuenta que se prolongará como mínimo hasta 2012. Más de un año en el que la acción de Gobierno quedará o bien suspendida o bien supeditada a la propaganda de los distintos aspirantes.


España es de temer que no vaya a soportar tanta provisionalidad. Por si no fuera poco que Zapatero se haya aferrado a un poder para cuyo ejercicio se sabe deslegitimado –que no por otro motivo ha decidido no presentarse a los próximos comicios–, ahora los ministros y el resto de cargos públicos socialistas comenzarán a desatender sus tareas o, peor aún, a colocarlas de manera incluso más descarada que en la actualidad al servicio de sus ambiciones personales. Se acabó, pues, cualquier agenda reformista, en tanto en cuanto lo que haga o deshaga Zapatero a partir de hoy les resultará irrelevante a los mercados y todos sus sucesores se cuidarán mucho de manchar su candidatura con el apoyo a un programa político tan imprescindible como impopular.

Precisamente por lo anterior, resulta del todo incomprensible que, en este contexto de sectaria frivolidad, el PP de Rajoy se niega a presentar una moción de censura contra el Ejecutivo. Al cabo, la misma crítica que puede hacérsele a la decisión de Zapatero de no dimitir puede dirigírsele a la de Rajoy de no forzarlo a dimitir: los cálculos electorales deberían quedar en un segundo o tercer plano, pues de lo que se trata es de prestarle un servicio a España desalojando del poder a uno de los peores Gabinetes de su historia.

Mas ni Zapatero ni Rajoy tienen la más mínima intención de servir a su patria. El primero porque difícilmente puede servir a un concepto discutido y discutible; el segundo porque ha optado por esperar a que la fruta se vaya pudriendo y caiga, aun cuando con su caída arrastre a todos los españoles. Los dos están sedientos de poder hasta el punto de olvidar por completo que la legitimidad de origen de ese poder procede de encontrarse subyugado a los intereses de todos los españoles, no a los suyos particulares.

El uno no quiere dejar de gobernar todavía y el otro aún no desea hacerlo. Y, mientras todos realizan sus cálculos electorales, el desafío nacionalista, la mascarada etarra o la crisis económica continuarán engordando ante un Ejecutivo que se mueve entre la activa complicidad y la pasiva indiferencia.


Libertad Digital - Editorial

El PSOE busca líder

Todos los nombres que se barajan para la sucesión son referencia de los gobiernos de Zapatero y corresponsables de la grave situación de España.

EN menos de un día se ha comprobado que el PSOE está ya en la espiral de elegir candidato para 2012. Si la intención de Rodríguez Zapatero con su anuncio de no repetir candidatura y el deseo de los dirigentes socialistas que se la juegan el 22 de mayo era dejar expedito el camino para la campaña electoral de las municipales y autonómicas, salta a la vista que los acontecimientos van por otro lado. El PSOE ya está en primarias, mientras Zapatero empezaba ayer en Murcia su gira de despedida, recibiendo más apoyos ahora que ha dicho que se va que cuando jugaba con sus silencios. Los socialistas van a tener muy difícil sobreponer su discurso electoral a su crisis interna, y, en todo caso, les será imposible evitar que el foco de la opinión pública y de la oposición no se detenga en dos de los precandidatos conocidos, Alfredo Pérez Rubalcaba y Carme Chacón. Uno y otra están desde el sábado expuestos directamente a la política de desgaste del Partido Popular. Ambos son referencias de los gobiernos de Zapatero, han apoyado todas sus decisiones y tienen responsabilidad colegiada por la gestión de la crisis. Ninguno representa renovación al zapaterismo, sino dos de sus más fracasados proyectos, la alianza con el nacionalismo catalán y la negociación con ETA. Por eso, una vez que el PSOE termine la travesía del desierto a la que lo ha condenado Zapatero, lo mejor que le puede suceder a su candidato es que el presidente del Gobierno convoque elecciones anticipadas. Si no, desde septiembre hasta marzo de 2012, al candidato socialista, si es miembro del Gobierno, le espera pechar, más aún, con la continuidad de la crisis, la herencia de Zapatero y su identificación por los electores como más de lo mismo. La crisis empaña el futuro de cualquier candidato socialista.

La incógnita actual es si los planes de Zapatero son también los del PSOE. Para que lo fueran, Zapatero debería tener autoridad y control sobre el partido, lo que evidentemente no tiene. Por eso es posible, y aun probable, que, tras una derrota severa el 22 de mayo —no tanto por diferencia de votos como por pérdida de poder— lo que pueda empezar con unas primarias acabe con un congreso extraordinario, en el que, además de elegir candidato, se dé al PSOE una nueva estrategia, con un nuevo secretario general.


ABC - Editorial