jueves, 19 de mayo de 2011

Agitación y propaganda

La recta final de la campaña se encuentra bajo los efectos de una inesperada movilización cuyo epicentro está en la Puerta del Sol de Madrid, pero que se repite en las principales capitales de la nación. El denominado Movimiento 15 de Mayo ha recogido, según sus convocantes, el malestar y la angustia de una ciudadanía que no se siente ni representada ni defendida por la clase política. Esas miles de personas reclaman cambios políticos y sociales y, de acuerdo a su discurso, no tienen vinculación ni dependencia políticas. ¿Es creíble esta versión idealista y modélica? Hay indicios y circunstancias que alimentan la desconfianza sobre el origen, el desarrollo y el propósito final de este fenómeno. La reacción de la izquierda, especialmente del PSOE, es una de ellas. La empatía socialista con esos manifestantes tiene bastante de impostura al ser ellos los responsables de que casi la mitad de los jóvenes de este país no tenga trabajo. Desde el PSOE se les ha puesto una alfombra roja, se ha elogiado su lucha y se los ha calificado de «amigos». La instrumentalización ha sido evidente con la complicidad aparente de los acampados.El Gobierno se siente a gusto con un escenario en el que la principal expresión del hartazgo social se produce ante la sede del Ejecutivo de Esperanza Aguirre y no frente a La Moncloa o el Congreso.

Aunque es más que probable que para una parte de los movilizados la desesperación y el deseo del cambio sean razones reales, la protesta apunta directamente a la izquierda, a grupos anarquistas y antisistema. Las agresiones a periodistas y las trabas al derecho a la información que han marcado estas primeras horas son actitudes de esos colectivos totalitarios que no quieren luz y taquígrafos salvo para su propaganda. Quien no tiene nada que esconder no aplica la censura. Pensar que un movimiento de miles de personas con dimensión nacional ha surgido de forma espontánea es pecar de ingenuos o desconocer la realidad. Necesariamente, alguien debe mover los hilos de una algarada que ha saltado sobre la campaña electoral para distorsionar y confundir. La realidad del país es crítica. Pero lo ha sido durante los últimos años y nada se ha sabido del Movimiento 15 de Mayo. No creemos en las casualidades.

La clase política española no es perfecta y no ha estado a la altura, pero la democracia representativa tiene sus reglas y sus tiempos. La alternancia es la solución para sustituir a los gobiernos, y no las «democracias» asamblearias. Votamos para elegir a nuestros representantes y los españoles no han elegido a los acampados en la Puerta del Sol, por lo que no están legitimados para arrogarse el descontento o la indignación de la ciudadanía. La izquierda extrema sabe mucho de agitación y propaganda y de subvertir el orden. En esta ocasión, se ha hecho con la lamentable colaboración de la Delegación del Gobierno de Madrid, que se ha cruzado de brazos mientras el centro de la capital era tomado. Al menos, la decisión de distintas juntas electorales provinciales de prohibir las concentraciones demuestra que algunos no están dispuestos a mirar para otro lado.


La Razón - Editorial

Movimiento 15-M. El Cacao Party. Por Cristina Losada

A los acampados les preocupa, básicamente, ser personas y no mercancías. Hay quien les ha colgado la medalla de "inconformistas". Yo los veo muy conformes con los tópicos de la izquierda común y corriente.

Más intrigante que esa acampada de jóvenes airados es el enorme interés y el especial respeto que ha concitado. Cierto que venía a ser el aspecto yang de estoloarreglamosentretodos. Unos optimistas y otros indignados, los hermanaba la amplia y cálida cobertura ofrecida por TVE, empresa muy selectiva con su tiempo, como se sabe. Pero estaba, por supuesto, el factor twitter, el excitante fetichismo de las redes sociales. Y se sumaba el efecto copycat. Era una combinación irresistible para la prensa, que veía venir algo grande. ¡Una primavera árabe en vísperas electorales y una plaza Tahrir ante la sede del Gobierno regional de Madrid! Para relamerse. Si agreden a periodistas políticamente incorrectos, la perfección se toca con los dedos. Y si se oye la sintonía del bestseller de la temporada, el panfleto fraude del resistente francés, entonces, bingo.

Un posible portavoz de los improbables árabes congregados en la Puerta del Sol declaraba, al parecer, que "los medios no se enteran de nada". Bien. Leído el manifiesto del asunto tengo para mí que sus autores aún se enteran de menos. Vaya empanada. Dos décadas logsianas y una larga tradición de desinterés por la res publica –aunque se vote en masse– han de traer consecuencias. El analfabetismo político es una de ellas. Pero esta empanada desprende un aroma conocido. Es anticapitalista y estatista. Unos ingredientes que gustan tanto a izquierda como a derecha y, en concreto, en los extremos de cada una de ellas. En esas zonas fronterizas siempre se le ponen apellidos a la democracia y fraguan movimientos antisistema, cual fueron el fascismo y el comunismo. Hoy, Sistema es sinónimo de economía de libre mercado. Y antisistema, un modo de externalizar la frustración: la cuenta de las expectativas incumplidas se le carga a la entelequia. Qué bonita irresponsabilidad, sentirse simple engranaje de una maquinaria pérfida.

Estamos ante un ejercicio de "democracia real", por lo que nada se sabe realmente, pero, de acuerdo a la prensa ignorante, a los indignados les molesta el bipartidismo. He ahí otro lugar común de la listas de males que corren por el extrarradio. ¡Otro mito! Tan débil es el bipartidismo en España, por contraste, pongamos, con EEUU, que los Gobiernos han de pactar una y otra vez con pequeños partidos como los nacionalistas. Y ceden de manera injustificable. Pero a los acampados les preocupa, básicamente, ser personas y no mercancías. Hay quien les ha colgado la medalla de "inconformistas". Yo los veo muy conformes con los tópicos de la izquierda común y corriente.


Libertad Digital - Opinión

“¿Es esto otro 11-M contra el PP? ¿Está detrás Rubalcaba?” Por Federico Quevedo

Ayer por la mañana estuve en Sol. Resultaba urgente acudir al lugar que se ha convertido en el epicentro informativo de estos últimos días -con perdón a los lorquinos-, para recabar información y, sobre todo, impresiones. A la hora de escribir estas líneas, en una decisión desde mi punto de vista absolutamente equivocada, la Junta Electoral Central había desautorizado la concentración convocada para las ocho de la tarde de ayer, y escribo por lo tanto sin conocer el resto de los acontecimientos consecuencia de esa prohibición. Lo que sé es que a partir de que se conociera el dictamen de la JEC, en las redes sociales creció la indignación y eso no pronosticaba nada positivo. El caso es que por la mañana en Sol el ambiente era bastante tranquilo después de que la Policía permitiera a los que hemos dado en llamar #indignados acampar a sus anchas. Como llevo mucho tiempo, mucho, exigiendo una reacción social ante lo que me parece que es una crisis de orden político-social-económico sin precedentes, en principio lo que está pasando en Sol y todo lo que se mueve alrededor de este movimiento de protesta y de manifestación del desencanto, me atrae y me convence.

Pero no ocurre lo mismo con todo el mundo. De hecho, ayer en Sol mucha gente se acercó a preguntarme por lo que estaba pasando con una doble cuestión que intranquilizaba a la inmensa mayoría: “¿Es esto otro 11M contra el PP? ¿Está detrás Rubalcaba?”. La sospecha de que el ministro de Interior pudiera estar en la génesis de este movimiento no es baladí, de hecho parece ser que puede haber algún militante socialista conocido detrás de alguna de las plataformas y eso ha llevado a determinada gente a concluir que, en efecto, el PSOE está detrás de esto. Pero después de haber seguido durante muchos tiempo la génesis de este movimiento, de haber compartido análisis y comentarios con algunos de sus organizadores a través de twitter y de comprobar ayer in situ lo que realmente hay detrás de todo esto, me atrevo a segurar que no, que esto no es un nuevo 11M contra el PP ni está detrás Rubalcaba. No, esto es una expresión ciudadana de desencanto, de desesperanza, de malestar, de pérdida de fe en la democracia y en sus instituciones que hoy todavía está en una fase embrionaria, pero que puede acabar afectando al sistema si quienes de verdad tienen en su mano afrontar los cambios no hacen nada por evitarlo.


“Un Gobierno del Partido Popular será la última barrera de defensa del sistema, pero para ello tendrá también que afrontar importantes decisiones de regeneración democrática, y no podrá hacerlo solo sino que tendrá que contar con el apoyo del PSOE y de los nacionalismos”, me decía ayer por la tarde un buen amigo y mejor analista. Lo que se está viviendo en Sol es una expresión social de rechazo, de rechazo global… Su lema, “lo queremos todo, lo queremos ahora”, no deja de ser casi una amenaza. Están hartos, y esa expresión de hartazgo no beneficia a nadie, ni al PP que será quien tenga que gobernar y administrar las consecuencias de lo que estamos viviendo, ni al PSOE porque en el fondo esta imagen del desencanto social le va a pasar todavía más factura de la que ya de por sí le iba a pasar la crisis económica, porque buena parte de la culpa de todo esto la tiene un Gobierno que empezó a gobernar haciendo lo peor que podía hacer: dar al traste con todos los consensos de la Transición y poniendo en cuestión la naturaleza misma del sistema.
«Cuando crece el desencanto son muchos los movimientos radicales de uno u otro signo que intentan capitalizarlo para ir en contra del statu quo, y eso es lo que hay que evitar.»
Pero limitar la culpa al Gobierno sería injusto. Toda la clase política es responsable de haber permitido que un sistema joven sin embargo se anquilosara hasta parecer hoy en día un sistema viejo y caduco cuyos resortes y engranajes chirrían de puro óxido. Lo que nació como una democracia de ciudadanos se convirtió pronto en una democracia de partidos a medio camino de la oligarquía. Y no es eso lo que quieren los ciudadanos, solo que hasta ahora estaban dormidos, resignados y parecía que nunca nadie iba a levantar la mano y recordar que esto no era así cuando nació. Lo cierto es que lo que hemos conocido hasta ahora está condenado a cambiar, pero el cambio ha de producirse desde dentro del sistema, que es lo que traté de explicarles ayer a muchos de los chicos acampados en Sol, porque desde fuera van a conseguir muy poco, por no decir nada. Pero sí que es verdad que la inoperancia política puede hacer que en un momento dado el propio sistema esté en riesgo, porque cuando crece el desencanto son muchos los movimientos radicales de uno u otro signo que intentan capitalizarlo para ir en contra del statu quo, y eso es lo que hay que evitar. Cambios, sí. Todos los posibles. Pero siempre respetando los principios básicos que conforman un sistema democrático, que no son otros que el cumplimiento de la Ley, la defensa de la libertad, la división de poderes y la tolerancia.

Por una democracia real ya: decálogo contra la desesperanza

Sobre esa base, ¿es posible plantear reformas que supongan un proceso de regeneración democrática profundo y aceptable por todas las partes, que dé satisfacción a esa demanda de más y mejor democracia, o de democracia real ya como dice la página web de la plataforma que lidera todo este movimiento tuiteado como #15M? Ellos mismos en su Manifiesto ponen las bases, pero no son capaces de establecer los objetivos:

“-Las prioridades de toda sociedad avanzada han de ser la igualdad, el progreso, la solidaridad, el libre acceso a la cultura, la sostenibilidad ecológica y el desarrollo, el bienestar y la felicidad de las personas.

-Existen unos derechos básicos que deberían estar cubiertos en estas sociedades: derecho a la vivienda, al trabajo, a la cultura, a la salud, a la educación, a la participación política, al libre desarrollo personal, y derecho al consumo de los bienes necesarios para una vida sana y feliz.

-El actual funcionamiento de nuestro sistema económico y gubernamental no atiende a estas prioridades y es un obstáculo para el progreso de la humanidad.

-La democracia parte del pueblo (demos=pueblo; cracia=gobierno) así que el gobierno debe ser del pueblo. Sin embargo, en este país la mayor parte de la clase política ni siquiera nos escucha. Sus funciones deberían ser la de llevar nuestra voz a las instituciones, facilitando la participación política ciudadana mediante cauces directos y procurando el mayor beneficio para el grueso de la sociedad, no la de enriquecerse y medrar a nuestra costa, atendiendo tan sólo a los dictados de los grandes poderes económicos y aferrándose al poder a través de una dictadura partitocrática encabezada por las inamovibles siglas del PPSOE.

-El ansia y acumulación de poder en unos pocos genera desigualdad, crispación e injusticia, lo cual conduce a la violencia, que rechazamos. El obsoleto y antinatural modelo económico vigente bloquea la maquinaria social en una espiral que se consume a sí misma enriqueciendo a unos pocos y sumiendo en la pobreza y la escasez al resto. Hasta el colapso.

-La voluntad y fin del sistema es la acumulación de dinero, primándola por encima de la eficacia y el bienestar de la sociedad. Despilfarrando recursos, destruyendo el planeta, generando desempleo y consumidores infelices.

-Los ciudadanos formamos parte del engranaje de una máquina destinada a enriquecer a una minoría que no sabe ni de nuestras necesidades. Somos anónimos, pero sin nosotros nada de esto existiría, pues nosotros movemos el mundo.

-Si como sociedad aprendemos a no fiar nuestro futuro a una abstracta rentabilidad económica que nunca redunda en beneficio de la mayoría, podremos eliminar los abusos y carencias que todos sufrimos.

-Es necesaria una Revolución Ética. Hemos puesto el dinero por encima del Ser Humano y tenemos que ponerlo a nuestro servicio. Somos personas, no productos del mercado. No soy sólo lo que compro, por qué lo compro y a quién se lo compro”.

Con algunos matices, esto es suscribible por cualquiera que de verdad se preocupe por la defensa de los derechos fundamentales de las personas y sufra en carne propia o ajena los excesos de una sociedad de consumo. Pero, ¿cómo corregimos los defectos del sistema? Es aquí donde ayer pude percibir una absoluta anarquía en los planteamientos. Los modelos asamblearios se han demostrado ineficaces, y solo desde una dirección política con principios asumibles es posible liderar ese movimiento y llevarlo a buen término. Principios que podrían resumirse en este decálogo que ayer, amablemente, me proponía uno de los manifestantes:

1- Reforma de la ley electoral para evitar el castigo a las formaciones políticas minoritarias en beneficio de las mayoritarias o los nacionalismos periféricos.

2- Imposición por ley de las listas abiertas en la elección de concejales, diputados autonómicos y diputados y senadores nacionales.

3- Elección directa de alcaldes y presidentes de comunidades autónomas.

4- Establecimiento por ley de un sistema de primarias en la selección de candidatos en los partidos, proceso en el que no solo participen los militantes sino también los votantes.

5- Limitación a ocho años en el ejercicio de cualquier cargo publico electo.

6- Reforma de los reglamentos de las Cámaras para consagrar el principio de respeto a las minorías y la pérdida del poder de las mayorías en las Juntas de Portavoces.

7- Aceptación obligada de las iniciativas populares que conlleven un número de firmas suficiente para ser tomadas en cuenta.

8- Desaparición de todo organismo superfluo de la Administración del Estado (diputaciones, cabildos, mancomunidades, etcétera) y reducción del número de ayuntamientos.

9- Modificar el método de elección de los órganos del Poder Judicial para evitar su politización y garantizar la división de poderes.

10- Inhabilitación por ley de todo cargo público imputado en un proceso de corrupción y prohibición por ley del uso partidario de las demandas judiciales.

En mi opinión, francamente, creo que si un partido político fuera capaz de asumir un decálogo de reformas como este, se llevaría, como se dice popularmente, el gato al agua, pero para eso hace falta audacia y, hoy por hoy, de eso nuestra clase política adolece de manera casi sintomática. Pero para salvar el sistema hace falta arriesgar, y siendo conscientes de que los cambios son inevitables, más pronto o más tarde alguien tendrá que asumir estos retos.


El Confidencial - Opinión

Movimiento 15-M. Los indignados. Por José García Domínguez

Qué le vamos a hacer, se nos han amotinado los hijos del zapping, monarcas absolutos del mando a distancia. De ahí esa esquizoide menestra de querencias contradictorias, reflejo de la soberana empanada mental que arrastran sus redactores.

Por no leer, ni siquiera han leído al tal Hessel. Indignaos, apenas treinta tristes folios a doble espacio. Acaso demasiada letra para la generación mejor formada –dicen– de la historia de España. Ni a Hessel, ni a Marx, ni a Bakunin, ni a Trotsky, ni a nadie. Y se nota. Lo peor es que se nota. Tal vez sea eso lo más deprimente. Porque basta echarles una ojeada somera a las que pretenden sus "propuestas" a fin de dar con el genuino autor intelectual: la tele. Ni una sola idea original, por quimérica o descabellada que se antojase. Pero, eso sí, todos los tópicos, lugares comunes y perogrulladas aprendidos en los púlpitos digitales.

Todos, sin excepción. Desde la prohibición de los rescates bancarios permitiendo la quiebra del sistema financiero, fantasía suicida tan cara a los charlistas del género apocalíptico, hasta la manida reducción de los asesores en las administraciones, otro clásico de los arbitristas mediáticos. Amén, naturalmente, del alegre llamamiento a incrementar el gasto "social" y a bajar el sueldo a los políticos, irrenunciables mantras de cualquier demagogo audiovisual que se precie. Una abigarrada sopa de ganso, vaya. Y es que puestos a ocupar la calle, uno esperaría que, al menos, los indignados cargasen con El Manifiesto Comunista en la mochila; subrayado en rojo, a ser posible. Pero resulta que a lo sumo llevan el Teleprograma.

Qué le vamos a hacer, se nos han amotinado los hijos del zapping, monarcas absolutos del mando a distancia. De ahí esa esquizoide menestra de querencias contradictorias, reflejo de la soberana empanada mental que arrastran sus redactores. Por lo demás, igual que ellos se han hecho en la televisión, la televisión los ha hecho a ellos. La televisión, magnificando su ruidosa nada, que no ese juguete, Twitter creo que le llaman. En fin, mayo del sesenta y ocho se acabó justo el día que comenzaban las vacaciones de verano. Al punto, los papás dejaron de remitir el preceptivo talón mensual a París. Así las cosas, a los insobornables revolucionarios de La Sorbona, súbitamente insolventes, no les quedó más remedio que volver a casa. Y algo parecido ocurrirá aquí. Cuando emitan el próximo capítulo de Física o Química, no queda un alma en la Puerta del Sol. Y si no, al tiempo.


Libertad Digital - Opinión

La pequeña cárcel de CiU. Por Alvaro Robles Cartes

<-- Escudo de Pedro IV de Aragón
Con boina o con Blackberry no es fácil ser nacionalista en el siglo XXI. Una cosa es preservar el paisaje propio con la boina calada, renunciar a la Alta Velocidad y conseguir que las centrales nucleares estén en casa del vecino. Añorar el pasado y pretender no necesitar más cosas que las que el lenguaje ancestral era capaz de nombrar: el buen salvaje disfrutando del estado de Bienestar con la frontera electrificada. Un buen sueño.

Otra cosa diferente es el nacionalismo de blackberry, traje oscuro y gafas de pasta, discurso cuajado de anglicismos y estética globalizada que se contradice a cada paso con su razón de ser identitaria. Asumir la globalización y su inherente permeabilidad económica y cultural es aceptar que una creciente parte de la realidad carece de declinación local. Cuando son cada vez más los españoles que respiran aliviados al ver decrecer las competencias estatales a manos de un directorio europeo, los partidos nacionalistas, en bicicleta y dirección contraria, continúan reclamando más competencias. Ignorantes de que han devenido en partidos temáticos, como el de los jubilados o el sexo libre, cada vez tienen ideas propias sobre menos cosas y más discurso prestado sobre el resto. Tal vez por ello, en Quebec están a punto de claudicar, aunque en Cataluña, con boina o blackberry, muchos perseveran todavía en el intento.


El presidente Mas ha presentado sus objetivos para la legislatura: el Pla de Govern 2011-14. Una fulla de ruta razonable, centrada en lo que toca hacer y estructurada en 64 ámbitos de actuación. Sorprende en positivo, para alguien no nacionalista, el escaso peso que un Gobierno soberanista concede al apartado “Nación, lengua y cultura”. Si excluimos de él la empecinada reclamación del Pacto Fiscal, que debería ir en el apartado de economía -si se deseara alcanzarlo y no protestar por su fracaso-, el rubro quedaría limitado a estos cuatro objetivos:

I. Conseguir nuevas cotas de soberanía. Toda una píldora de frescura.

II. Lograr una política lingüística de prestigio. Loable objetivo y contrario, por cierto, a la imposición.

III. Buscar la máxima centralidad de la cultura en la dinámica social. Pretenciosa y sibilina aspiración, pues no se trata de leer masivamente a Kierkegaard ni de enseñar logaritmos a los catalanes, sino de reforzar la frontera con el rotulador cultural.

IV. Situar a Cataluña en el mundo como actor global. Aquí mejoraremos. Aunque el enunciado global, Cataluña y actor nos condujera a Nacho Vidal en cueros (Mataró, 1973), sería imposible rebasar las cotas alcanzadas por el ex embajador Carod Rovira.
«CIU tiene hoy un reto metafísico no pequeño si quiere tomar la iniciativa política. Reservado ad eternum el papel de malos catalanes para los populares, ha de explicar a los ciudadanos de Cataluña desde su posición soberanista que no ha sido Madrid, sino el nacionalismo catalán elevado al cubo del tripartito.»
Ironías al margen, incluso con su potente carga identitaria, se trata de 4 disposiciones de 64. Apenas un 6% del programa. Si en esta legislatura Cataluña dedicara solo una de cada dieciséis horas de trabajo parlamentario a cuestiones identitarias daría tal salto cuántico la productividad de sus diputados que todo sería posible. La recuperación de la economía, la creación de prosperidad y la liberación de la frustración social. TV3 hablaría de cuestiones nacionales solo una hora de cada dieciséis, los diarios dedicarían a los agravios del centralismo solo una página de cada dos cuadernillos y en la calle sólo una sobremesa cada dos semanas largas se dedicaría a discusiones estériles. Un paraíso.

Pero la cabra (acaban de recuperarse en Lleida 40 ejemplares de cabra catalana, que se creía extinguida desde 2005) tira al monte. Ésta en su naturaleza. Ejemplo: el Govern se define como bussines friendly. En los países que usan ese idioma, ello implica no multar a los comerciantes que rotulan sus comercios en lengua oficial, no perjudicar a los empresarios de otra región subvencionando a los locales o no fraccionar el mercado dificultando el acceso a las licitaciones publicas a las empresas no residentes, encareciendo en el camino el coste de los servicios para los catalanes.

Sigamos monte arriba. El Gobierno catalán se ha enfrentado con decisión a un presupuesto descontrolado e insostenible con la sana intención de equilibrar las cuentas. Descartados los recortes en presupuesto militar (fue Samuelson el que sintetizo la elección publica entre el gasto en “cañones o mantequilla”), la propuesta también deja a salvo la manteca identitaria de TV3, corporaciones catalanas de medios, embajadas, selecciones deportivas y política lingüística, para rebañar en las grandes partidas, Sanidad y Educación, provocando un descontento que los verdaderos causantes del desaguisado, los que gobernaron antes, espolean irresponsablemente ante los colectivos indignados. Pero lo hacen, a conciencia y con indecente impunidad, porque el Govern está maniatado, y aún más por la ideología que por la penuria presupuestaria.

Atrapada en la cárcel de su planteamiento nacionalista integral, victimista y reivindicativo, CIU está pagando su renuncia a una dialéctica política occidental: socialdemocracia vs. liberalismo; sustituida hace lustros por un único eje de tensión: centralismo español vs. soberanía, aderezado con efluvios democristianos.

CIU tiene hoy un reto metafísico no pequeño si quiere tomar la iniciativa política. Reservado ad eternum el papel de malos catalanes para los populares, ha de explicar a los ciudadanos de Cataluña desde su posición soberanista que no ha sido Madrid, sino el nacionalismo catalán elevado al cubo del tripartito, el que, democráticamente y con más recursos que nunca, ha quebrado el país. Los culpables son de casa, siguieron el manual del victimista expoliado y quien no llevaba barretina tenía una blackberry. Complicado explicarlo.


El Confidencial - Opinión

La privilegiada "indignación" mediática de la extrema izquierda

Disfrutando de la privilegiada atención que le brinda la clase política y mediática de nuestro país, este movimiento liderado por la ultraizquierda viola impunemente con sus acampadas la legislación municipal y electoral.

Los "indignados" que ilegalmente acampan en la vía pública madrileña y que, según las Juntas Electorales, están violando también la campaña electoral, siguen recibiendo la visita de multimillonarios artistas y la indebida atención de los medios de comunicación.

A este respecto, parece claro que el llamado movimiento del 15-M –un circo destinado a encauzar en favor de la izquierda el justificado malestar social que provoca la lamentable situación política y económica que padecemos– ha logrado eclipsar todas las otras cuestiones que deberían haber centrado la campaña electoral. Así las cosas, los medios de comunicación y la clase política les están otorgando una importancia que, por ejemplo, han denegado sistemáticamente a las manifestaciones de víctimas del terrorismo en su finalmente frustrada pretensión de que los proetarras fueran expulsados de las instituciones democráticas.


Poco importa el extendido y auténtico malestar social que ha provocado la legalización de Bildu, facilitada por la lamentable falta de separación de poderes que impera en nuestro país: si a nuestras élites políticas y mediáticas les importa bien poco esta adulteración de nuestra democracia y de nuestro Estado de Derecho, mucho menos aún le importa a este movimiento, falsamente cívico y transversal, que dice reivindicar una "democracia real".

Ni qué decir tiene que nuestros indignados de extrema izquierda tampoco denuncian, sino que reivindican, la rémora que para el bienestar social y nuestras posibilidades de recuperación constituyen el gasto y el elefantiásico tamaño de nuestras administraciones públicas; ni tampoco protestan contra las redes clientelares tejidas por nuestros políticos que, además de vampirizar a la sociedad civil, adulteran el funcionamiento de nuestra democracia.

Disfrutando de la privilegiada atención que le brinda la clase política y mediática de nuestro país, este movimiento liderado por la ultraizquierda viola impunemente con sus acampadas la legislación municipal y electoral, ante la pasividad de la delegación del Gobierno y del Ayuntamiento de Madrid. Dicen estar dispuestos a violar incluso la jornada de reflexión. No nos extrañaría que también lo hicieran con impunidad. No hay privilegio que no se conceda o abuso que no se permita a un grupo de "indignados"... siempre y cuando, claro está, se identifiquen con la izquierda.


Libertad Digital - Editorial

Materia inflamable. Por Ignacio Camacho

El movimiento de protesta ha eclipsado el protagonismo de los políticos y se ha plantado en el centro de la escena.

LA protesta, heterogénea y confusa, de los «indignados» se ha vuelto combustible y amenaza con desestabilizar el final de la campaña. El movimiento de rebeldía social le ha robado el protagonismo a partidos y candidatos y se ha plantado en el centro de la escena a cuatro días de las elecciones ante el desconcierto general. Su carácter difuso, asambleario, lo convierte en material inflamable al alcance de cualquier maniobra o de cualquier torpeza de las que tanto abundan en nuestro establishmentpolítico, poco preparado para desafíos no convencionales. El delicado equilibrio entre libertad y seguridad plantea un reto que sobrevuela la atmósfera de la jornada electoral.

La tentación de reducir el problema a una cuestión de orden público altera la naturaleza del conflicto, que parte de una crisis de representación, de una esclerosis institucional agravada por el estancamiento económico. En un sistema democrático sano, cuyos mecanismos representativos funcionasen de modo vigoroso, el descontento ante la recesión cristalizaría en una respuesta electoral de alternativa de gobierno. Pero muchos ciudadanos desconfían también de la oposición porque la asimilan con los vicios de una clase dirigente embalsamada que se ha afianzado a sí misma mediante la apropiación de la actividad pública. Las listas cerradas, el control de la justicia, la corrupción o la insensata exhibición de privilegios corporativos han creado una clima de irritación y desapego que se manifiesta desde hace tiempo en los sondeos en forma de descrédito creciente de los agentes políticos.


La irrupción de ese legítimo malestar se ha producido de manera abrupta, improvisada y legalmente dudosa en su ocupación de la calle o en la interferencia de la campaña, pero el fondo irritado de la sacudida sólo necesita un chispazo para prender como hojarasca seca. El ventajista intento de aproximación que están haciendo los socialistas para usufructuar en su beneficio el frente de rechazo da una idea de su cortedad de miras y de su concepto espurio de la confrontación democrática. Es precisamente esa inquina arrojadiza y oportunista de la mayoría de ciertos dirigentes la que motiva a muchos manifestantes en su repudio genérico, que ha empezado por cuestionar la política pero puede terminar impugnando el sistema.

En estas condiciones de extrema sensibilidad la dirigencia pública, por perpleja que esté, debe moverse con máxima cautela. Una escalada de tensión puede poner en peligro la serenidad democrática que necesitan las elecciones. Cortarle cauces a la protesta, siempre que se mantenga pacífica y respete la convivencia, sería del todo contraproducente. El escenario apunta a una jornada de reflexión en vilo, pero lo peor que podría ocurrir es que esta revuelta anticonvencional encontrase las prosaicas respuestas habituales.


ABC - Opinión