sábado, 21 de mayo de 2011

Movimiento 15-M. Sordos. Por Maite Nolla

Me da la sensación de que han contraprogramado un poquito tarde. Puede ser que les dé igual y que esto no sea nada más que un ensayo con público para las generales de dentro de un año; para las elecciones del domingo está todo el pescaovendido.

Qué bonito es ver al presidente del Gobierno y a sus ministros socialistas subirse al coche oficial y mandar al chófer que ponga Papá cuéntame otra vez. Porque tienen Consejo de Ministros, que si no serían los primeros en buscar la arena de la playa debajo de los adoquines de la Puerta del Sol. Lo que pasa es que es complicado hacer oposición desde el Gobierno o ser antisistema desde el sistema; para eso hay que tener mucha cara o ser del Tripartit. Pero el Gobierno, superada la timidez inicial, ha decidido ponerse de parte de los que protestan, tanto en la parte romántica como en la parte ilegal.

Lo que si me gustaría saber es por qué el Gobierno ha dicho que no sólo va a escuchar a los acampados, sino que sus propuestas son posibles. ¿Dónde ponemos el listón? ¿En el número? ¿En que son de izquierdas? ¿En que son muy simpáticos? ¿Por qué?, que diría Mourinho. Las víctimas del terrorismo también han salido y seguirán saliendo a la calle y el Gobierno siempre ha considerado que sus manifestaciones debían clasificarse por defecto en la extrema derecha. O cuando al PSC le nació Ciudadanos, hasta el punto de conseguir noventa mil votos en Cataluña y subiendo, a los socialistas sólo se les ocurrió decir que les pagaba la FAES –con condena incluida a la señora Sáenz Díaz, digamos que por mentir–. Carmelo González también acampó en la Plaça de Sant Jaume, ante la Generalitat y el Ayuntamiento de Barcelona, y no le hicieron ni puñetero caso. Es verdad que coincidió con la protesta pacífica de Iñaki a base de hincharse a jamón de York y, seguramente por eso, la plantada de Carmelo quedó en segundo plano. Pero sus propuestas eran tan posibles que el Tribunal Supremo, el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña y hasta el Tribunal Constitucional, en la sentencia sobre el Estatut, le acabaron dando la razón. Y en todos esos casos, los miembros del Gobierno se quedaron sordos. Recuerden, por ejemplo, el caso de Paco Caja. Llegó a recoger las firmas suficientes para presentar una iniciativa legislativa popular en el Parlamento de Cataluña, y cuando subió al estrado a defenderla se quedó literalmente sólo en el hemiciclo con los diputados de Ciudadanos y del PP. Los demás se largaron; los socialistas los primeros.

Me da la sensación de que han contraprogramado un poquito tarde. Puede ser que les dé igual y que esto no sea nada más que un ensayo con público para las generales de dentro de un año; para las elecciones del domingo está todo el pescaovendido. De todas formas, se apuntan los primeros a escuchar porque así llevaron a Zapatero desde la nada al Gobierno: no saben actuar de otra manera. Necesitan de este tipo de precursores o coadyuvantes; llámenlo como quieran. Para ellos la política no es suficiente y la verdad es que les ha funcionado hasta ahora. A partir del domingo, ya veremos.


Libertad Digital - Opinión

22-M y la generación perdida: ¡escuchadlos, por favor! Por Federico Quevedo

El viernes por la tarde-noche los principales líderes políticos del país echaron el cierre a la campaña electoral que culmina con las elecciones municipales y autonómicas de este domingo. Un domingo en el que no va a ocurrir nada distinto de lo que estaba previsto que ocurriera: va a ganar el PP y la única duda es si lo hará con la suficiente contundencia como para que esa victoria obligue al presidente Rodríguez a adelantar las elecciones generales, pero eso no lo sabremos hasta casi la media noche. Hasta llegar a ese momento hemos soportado una campaña electoral tediosa y aburrida, en la que el PSOE se ha empeñado -yo creo que inútilmente- en convencer al personal de que si ganaba el PP vendría el fin del mundo y ha sacado a pasear de nuevo el miedo a la derecha de la derecha de la derecha de la..., y el PP nos ha dicho que con el PSOE ya ha llegado casi el fin del mundo y que si siguen en el poder nunca saldremos de esta interminable crisis económica. Hagamos una salvedad: tal y como están las cosas, lo segundo es más creible que lo primero. Un coñazo, insisto, solo animado por la interferencia del TC con el asunto de Bildu, que tampoco duró mucho.

Hasta que el pasado domingo, una semana antes de las elecciones, pasó lo que nadie esperaba que pasara: miles de jóvenes y no tan jóvenes salieron a la calle a manifestar su indignación y su desencanto con una situación de la que responsabilizan a toda la clase política en general. Y no les falta razón porque aunque buena parte de la responsabilidad de la crisis recaiga sobre el actual Gobierno, sin embargo del deterioro de la calidad de nuestra democracia son responsables todos y cada uno de ellos, sin distinción. El caso es que a partir de ahí el asunto se desmandó, y lo que parecía solo una pequeña muestra de descontento se ha acabado convirtiendo en un auténtico estallido social de repercusión mundial y que amenaza con extenderse por todas las capas de población y clases sociales, pero que tiene su origen en una generación que ha perdido por completo la esperanza y a la que lo que le ofrecemos es un futuro incierto y desolador. Es una generación perdida, sin duda mucho mejor preparada que la nuestra, con mucha más capacidad para el desarrollo de sus aptitudes, pero inevitablemente condenada a vagar por una interminable cuneta de contratos basura y empleos de baja cualificación. O a emigrar.
«El asunto se desmandó, y lo que parecía solo una pequeña muestra de descontento se ha acabado convirtiendo en un auténtico estallido social de repercusión mundial.»
Eso es desesperante. Pero si además esa generación percibe que quienes tienen en su mano la facultad de mejorar sus vidas, solo se ocupan de mejorar las suyas propias. Si lo que tienen como ejemplo es una constante acumulación de agravios vía corrupción, despilfarro, abusos, etcétera por parte de la clase política, esa desesperanza se hace todavía más dolorosa. Y si además observa como las oligarquías económicas y financieras se cubren las espaldas en las crisis para no perder sus cuotas de poder y sus bolsas de dinero invertidas en escandalosas SICAVS mientras miles de trabajadores acuden a engrosar las filas del paro, esa desesperanza no solo se vuelve dolorosa, sino agresiva. Y si para colmo los primeros -la casta política- y los segundos -la casta económica- se ponen de acuerdo para ayudarse mutuamente ¡con cargo a nuestros impuestos!, y encima negándonos la posibilidad de financiar la falta de recursos que sufrimos como consecuencia de la crisis económica, entonces solo queda una opción: salir a la calle y gritar ¡Basta Ya! No podemos más. Y si para colmo resulta que nos encontramos en medio de una campaña electoral y nada de esto se escucha en los mítines de nuestros políticos, únicamente entregados a la causa de tirarse los trastos a la cabeza para ver quien obtiene el mejor resultados en las urnas, o para evitar que el desastre sea peor de lo que auguran los sondeos, entonces es perfectamente comprensible que ese clamor social haya estallado como una bomba en plena apoteosis de la campaña para romperla e introducir un elemento de reflexión que hasta ahora era ajeno a la clase política.

Pues aquí estamos, en Sol y en miles de plazas de toda España, y ya no solo de España. Son decenas de miles de jóvenes los que se citan cada tarde para expresar ese descontento. La apariencia, es cierto, es la de que la mayoría son jóvenes de izquierdas, quizás porque los de derechas no se quieren hacer notar por cierto complejo... Pero están ahí también. Lo sé. Me consta. Comparten esa lucha. Quizá no comparten todas las reivindicaciones que están surgiendo de esas asambleas que nos traen el recuerdo de viejos procesos revolucionarios -el final del capitalismo, la nacionalización de la banca, la expropiación forzosa...-, pero si aquellas que tienen que ver con la naturaleza de nuestra democracia y el modo en el que hemos permitido que se deteriore hasta el extremo en el que lo ha hecho. Muchas de sus propuestas, tanto las de tipo económico-social, como las de tipo político-institucional, son perfectamente estudiables e, incluso, asumibles. Todos sabemos que el capitalismo no va a morir de esta ofensiva revolucionaria, pero si conseguimos un capitalismo más humano, más solidario, habremos dado un paso importantísimo en la búsqueda y la consecución de un mundo mejor, más justo, más libre...

Hoy, sin duda, no es el momento de que los políticos se acerquen a escuchar estas demandas, estas reivindicaciones. Ni mañana. Hoy toca reflexionar y el domingo votar. Los políticos ya han hecho su trabajo, un mal trabajo por cierto, obviando cuales eran los verdaderos problemas y las verdaderas necesidades de los ciudadanos, dedicándose a su particular confrontación partidaria. Los ciudadanos hablarán en las urnas, y seguramente hablarán en la dirección que han pronosticado las encuestas porque es lo lógico en una situación de crisis como la que vivimos y que necesariamente pasa factura a quien más responsabilidad tiene. Pero a partir del día 23, cuando hayan hablado las urnas, no callemos esa voz que se ha levantado en las plazas de nuestras ciudades. Sigamos esa lucha, continuemos hasta conseguir que se escuche ese grito de cambio, pero no de cambio político, sino de cambio social, de cambio de una sociedad enferma y resignada por otra audaz y dispuesta a luchar por su futuro. Exijámosles que escuchen, que tengan en cuenta esas reivindicaciones, que se atrevan a proponer cambios, que den pasos de verdad en favor de una democracia de ciudadanos en detrimento de 'su' democracia de partidos. Se puede. Podemos. Solo hace falta que la ilusión que ha nacido estos días en la Puerta del Sol, y en las plazas de todas España, no muera con el cierre de la última urna del domingo, con el recuento del último voto, porque entonces la desesperanza por el fraude será todavía mayor que la que llevamos acumulada por tanta mentira y tanto engaño.


El Confidencial - Opinión

Movimiento 15-M. El deseo y la pataleta. Por David Jiménez Torres

El movimiento puede convertirse en el fermento de ese espíritu cívico y exigente que echamos de menos los europeos cuando observamos países como Estados Unidos.

«A mi juicio, el síntoma más elocuente de la hora actual es la ausencia en toda Europa de una ilusión hacia el mañana. Si las grandes naciones no se restablecen es porque en ninguna de ellas existe el claro deseo de un tipo de vida mejor que sirva de pauta sugestiva a la recomposición (...) Hoy en Europa no se estima el presente: instituciones, ideas, placeres saben a rancio. ¿Qué es lo que, en cambio, se desea? En Europa hoy no se desea. No hay cosecha de apetitos. Falta por completo esa incitadora anticipación de un porvenir deseable, que es un órgano esencial en la biología humana. El deseo, secreción exquisita de todo espíritu sano, es lo primero que se agosta cuando la vida declina..»
Así hablaba Ortega y Gasset en el prólogo a la segunda edición de España invertebrada (1922). Y es por la necesidad de ese Deseo del que hablaba el filósofo, por lo que instintivamente simpatizo con las protestas de Sol y del resto de España.

Dicho esto, viene la habitual legión de reservas, asteriscos, notas al pie. Por ejemplo, es imperdonable que los manifestantes no hayan protestado contra la legalización de Bildu. Y también me parece un grave error que los organizadores se resistan a desconvocar las concentraciones previstas para el sábado. Grave error porque será una infracción de la ley y también porque actuará en detrimento de la efectividad del presunto "movimiento": el mensaje ya está lanzado y la cobertura mediática ha sido máxima. Persistir en la resistencia a la decisión de la Junta Electoral no hará sino incitar una deriva de los acontecimientos que puede empañar todo lo que este movimiento pueda tener de positivo.


Efectivamente, el ideario y las propuestas de los reunidos no son a veces más que la repetición de consignas anticapitalistas y del "pataletismo" de izquierdas más vulgar. Pero me parece un error tomar esas secreciones en forma de manifiestos por caracterizaciones de la totalidad. El movimiento me parece (admito que desde la distancia; no sé más que lo que leo en los periódicos y lo que me escriben algunos amigos que están en Sol) manifiestamente heterogéneo y proteico, y encasillarlo en el "antisistemismo" o en las estrategias de resistencia de una izquierda al borde de una debacle electoral me parece cerrarse a su potencialidad. Al fin y al cabo, me sorprendería que cualquier lector de estas líneas no encuentre ni un solo punto en común con las reivindicaciones de los "indignados". La intolerancia con la corrupción provenga del partido que provenga; la exigencia de una mayor ética en la actuación pública; el exigirles más compromiso y esfuerzo a los políticos; incluso propuestas más específicas como cambiar la ley electoral. Todo esto es muy positivo, y me atrevería a decir que desde esta casa se han defendido siempre ideas muy similares. Y también creo que a estas alturas es lícito sospechar que la llegada de Rajoy, Soraya, Cospedal y cía. al poder no supondrá el remedio automático de estos males.

El 15-M probablemente decidirá en las próximas horas y días su carácter definitivo: va camino del mito, tiene aspiraciones de mito, pero aún está hallando los contenidos que le darán coherencia. Puede desembocar en mera pataleta, pero también puede cristalizarse en un deseo potente como el que Ortega y Gasset consideraba imprescindible para toda regeneración. Es este posible carácter de deseo más allá de la pataleta el que creo que hay que fomentar y defender. Las acampadas pueden convertirse en un mito de los antisistema, en un mito del progresismo, en un mito de la derecha (no es descabellado), o también en un mito de todos los españoles, uno de esos mitos nacionales que tanto nos cuesta hallar. Dicho de otro modo, el movimiento puede convertirse en el fermento de ese espíritu cívico y exigente que echamos de menos los europeos cuando observamos países como Estados Unidos, donde un hombre como Rubalcaba jamás habría podido rehacer su carrera tras el GAL, donde ningún político se habría atrevido a incluir a imputados en sus listas. Infectar a la ciudadanía de este deseo y hacer ver a los partidos que se pueden sacar réditos electorales de hacerle caso y adoptar algunas de sus propuestas (única forma realista de lograr el cambio) no puede sino resultar positivo para todo el país.

Me temo que en el análisis de este movimiento se está reproduciendo un error común al estudio del regeneracionismo que hace un siglo, después del Desastre, imperaba en nuestros círculos intelectuales. Y es que, perdidos en el análisis de la feroz crítica que llevaron a cabo los regeneracionistas, no nos damos cuenta de que su esfuerzo tenía un carácter profundamente patriótico. Desear, exigir que tu país sea algo mejor que lo que es ahora siempre es un acto patriótico, independientemente de que uno lo diga explícitamente o no. Tampoco nos damos cuenta de la enorme posibilidad que escondía ese deseo, de la enorme oportunidad perdida que fue no lograr encauzarlo y legitimarlo dentro del orden político de la Restauración.

Y es este paralelismo histórico el que verdaderamente me preocupa, el que creo que debería preocuparnos a todos. El regeneracionismo no logró encauzarse de manera clara, ni a través de los dos partidos principales de entonces ni a través de las múltiples iniciativas que acometieron sus principales líderes. Las consecuencias fueron nefastas para España y para la libertad. Es esto lo que deberíamos evitar, el que un movimiento que puede llegar a tener auténtica fuerza y un impacto positivo se niegue a encauzarse por un camino claro y legítimo. Aquí es donde deberíamos ser verdaderamente exigentes con los Indignados. Deberían comprender que a menos que decidan encauzar ese deseo que, hasta cierto punto, compartimos tantos españoles, entonces todo, las pancartas y las consignas, la poesía escrita sobre el cartón, se habrá quedado en una mera pataleta.

La oportunidad perdida habría sido, entonces, considerable. En el prólogo a la cuarta edición de España invertebrada, Ortega añadía: "las naciones se forman y viven de tener un programa para el mañana".


Libertad Digital - Opinión

Incógnitas. Por Ignacio Camacho

Han hecho su trabajo y pueden volver a hacerlo, pero ahora toca respetar el derecho a votar sin interferencias.

LA ley es la base del sistema democrático. No hay democracia sin normas como no la hay sin urnas, cuyo funcionamiento regulan precisamente las leyes. Cuando se formula un desafío de desobediencia explícita y se afirma que el régimen asambleario es más democrático que las elecciones, se está adoptando una actitud autoexcluyente del sistema. Es decir, antisistema. Ese concepto del que los componentes del colectivo de «indignados» han tratado de separarse es el que puede acabar determinando su actitud si persisten en boicotear el final de la campaña con un rechazo manifiesto de la legalidad que puede degenerar en algarada antidemocrática. La actitud hasta ahora irreprochable de los concentrados se vuelve una expresión de intolerancia al vulnerar a propósito las reglas y corre el riesgo de perder gran parte de las simpatías que ha despertado su protesta. Han hecho su trabajo y pueden volver a hacerlo pero ahora toca respetar el derecho de los demás ciudadanos a votar libremente, sin interferencias. También de los ciudadanos miembros de partidos políticos que gozan de la misma libertad para pedir y obtener el voto que la que los manifestantes tienen para negárselo.

El reto del movimiento contestatario ha sembrado de incógnitas la jornada del domingo. También la de hoy, en la que el Estado y el Gobierno que lo representa ha sido obligado a elegir entre dos males: permitir un incumplimiento masivo de la ley o forzar una situación indeseable e incontrolable. En ambos casos —peor sin duda la segunda opción— las elecciones tendrán que celebrarse en condiciones de cierta anormalidad, un fenómeno que se está convirtiendo en peligrosa costumbre. Muchos millones de españoles empiezan a sospechar que se limita su libertad de elección democrática, y ese ambiente de recelo enturbia el sistema tanto como los vicios políticos que con razón denuncian los convocantes de la rebelión civil.

La influencia que la oleada de descontento pueda tener en el resultado de la votación está asimismo por determinar. El carácter generalista y apolítico de la movilización contrasta con un programa de peticiones que coincide en gran medida con el de IU, formación que acude a las urnas coaligada de hecho con el PSOE. En todo caso se trata de una opción libre siempre que se encauce de acuerdo a las reglas del juego, pero abre dudas sobre el apartidismo de la queja, y tendría un solo damnificado principal que no es precisamente el que ahora mismo ostenta la responsabilidad de Gobierno. Si por el contrario, el escrutinio electoral no registra sorpresas significativas, los dos grandes partidos cometerían un grave error de no tomar nota de estos acontecimientos. Guste mucho, poco o regular, esta sacudida de frustración, hartazgo y crítica va a determinar parte del futuro político. Y el cartero de sus quejas va a seguir pasando por la puerta de las instituciones.


ABC - Opinión

Movimiento 15-M. Las rastas de Rubalcaba. Por Pablo Molina

Si este sábado ven a un rastafari de barba rala con megáfono pidiendo una oposición que no nos mienta y animando a los congregados a visitar las sedes del PP, no lo duden. Es él disfrazado.

Es indudable que en los primeros momentos del movimiento de manifestantes del pasado 15 de mayo había jóvenes sensatos, muchos apolíticos y algún liberal, que sinceramente protestaban frente a la realidad del ocaso de un régimen con evidentes signos de descomposición. No eran mayoría, claro, pero se les podía detectar fácilmente entre la fronda de rastas y otros atavíos étnicos de los grupos marginales que copan este tipo de protestas callejeras. Ahora han desaparecido todos y con razón.

En la primera fase de las protestas, cuando sólo se había esbozado el diagnóstico de lo que nos ocurre, el acuerdo era prácticamente general. Cualquiera de nosotros hubiera suscrito, en términos generales, los motivos que han llevado a esa parte de la juventud a salir a la calle para afear a la clase política sus desmanes.

Pero eso fue sólo al principio. En cuanto el núcleo duro de la algarada elaboró su catálogo de remedios, aquellos jóvenes sensatos, apolíticos o liberales volvieron a sus estudios y a sus trabajos, actividades que en general la parte más noble de nuestra juventud lleva a cabo de forma simultánea, porque lo último que desea alguien mínimamente formado es servir de cobaya a la izquierda para sus experimentos callejeros.


Para salvar a la sociedad española no se puede proponer como tratamiento una ración doble del veneno que la ha postrado en la UVI democrática, y eso es exactamente lo que pretenden los que todavía se mantienen acampados en la Puerta del Sol y en otras plazas céntricas de las grandes ciudades españolas. El hecho de que su recetario coincida prácticamente en su totalidad con el de las organizaciones políticas de obediencia marxista no es una casualidad.

Por eso Zapatero y su troupe se confiesan encandilados con esta chiquillería que, sin saberlo, les aplaude. Los que todavía se concentran en las calles no quieren que Zapatero rectifique sino que avance mucho más en la línea que ha llevado al país a la actual catástrofe, y eso es algo que la vanidad estratosférica de un personaje tan mediocre como el todavía presidente del Gobierno integra como un halago, por otra parte absolutamente merecido.

Esta movida coge a los Zetapés, las pajines y los tomases con dos o tres sueldos menos y más tiempo libre y los tendríamos en la Puerta del Sol durante al menos una hora diaria, el tiempo justo para recitar a los congregados su habitual compendio de chorradas antes de volver al ático de lujo en su coche oficial.

Son tal para cual, como supo desde el principio el gran Rubalcaba, un político que va siempre varios cuerpos por delante de la manada. Si este sábado ven a un rastafari de barba rala con megáfono pidiendo una oposición que no nos mienta y animando a los congregados a visitar las sedes del PP, no lo duden. Es él disfrazado.


Libertad Digital - Opinión

Otro atípico día de reflexión

La acampada de la Puerta del Sol ha hecho más nítido el caos de la campaña electoral del PSOE y la deriva demagógica de Zapatero.

LA sala Tercera del Tribunal Supremo ha ratificado la decisión de la Junta Electoral Central de declarar ilegales las concentraciones previstas para hoy y mañana por los grupos que integran el movimiento 15-M. Por tanto, la responsabilidad única y directa del mantenimiento de esta situación de ilegalidad corresponde al Ministerio del Interior, cuyo titular solo se apoya en un informe de los Servicios Jurídicos del Estado basándose en la Ley de Seguridad Ciudadana y en la normativa que regula el derecho de reunión. La inacción de Pérez Rubalcaba contra los congregados en la Puerta del Sol está fundada en el argumento de que esas normas no permiten la disolución automática de una concentración aunque no esté autorizada administrativamente, salvo en casos extremos de comisión de delito o de actos violentos. Sin embargo, no deja de ser un ardid jurídico de última hora, utilizado «ad hoc» por el Gobierno para evitar la posible convulsión que un desalojo forzado de Sol generaría con toda probabilidad. Y, desde luego, no deja de ser una forma oportunista de dejar en evidencia a la Junta Electoral Provincial de Madrid, a la Junta Electoral Central y al propio Tribunal Supremo para salir al paso del laberinto en el que los «indignados» de Sol, y de muchos otros lugares de España, han encerrado al Gobierno.

En el plano político, la acampada de la Puerta del Sol ha hecho más nítido el caos de la campaña electoral del PSOE, caracterizada por la dispersión de discursos, la insolidaridad entre líderes nacionales y la deriva demagógica de un Zapatero crispado en su adiós. Por eso el PSOE se ha agarrado al clavo ardiendo de unas concentraciones que claman contra el «sistema» y no contra el Gobierno de los cinco millones de parados y del millón y medio de familias sin un solo empleado. En su desesperación, los candidatos y portavoces socialistas dicen hacer suyas las preocupaciones de los concentrados, obviando que lo que a éstos preocupa, según sus propuestas, es la supresión de la Audiencia Nacional, la derogación de la Ley de Partidos Políticos y la implantación de una política económica solo homologable a la de Corea del Norte. La izquierda, nuevamente, busca exculparse de su gestión y recurre a esconderse tras la derecha y el sistema democrático. La situación del PSOE es inquietante y la del PP, a tenor de los sondeos, esperanzadora. Hoy es día de reflexión. Debería ser también el primer paso de un cambio necesario.

ABC - Editorial

El permanente desprecio a la Ley de Rubalcaba

Por de pronto y mientras no nos demuestren lo contrario, podemos decir que, en la Puerta del Sol, la acampada ilegal sigue existiendo porque el Gobierno, personificado en la figura de su vicepresidente, quiere que así sea.

Todo indica que la jornada de reflexión de estas elecciones autonómicas y municipales vendrá marcada por los manifestantes que permanecen desde el lunes acampados ilegalmente en la Puerta del Sol. Es, cuando menos, chocante que se haya llegado a esta absurda situación. A estas alturas de la semana, el Ministerio del Interior debería haber hecho cumplir la prohibición de concentrarse acordada por la Junta Electoral de Madrid el pasado miércoles, pero ha permanecido inactivo durante dos noches consecutivas.

Alfredo Pérez Rubalcaba, titular de Interior y vicepresidente del Gobierno, dice una cosa pero hace otra. Juega con la prensa asegurando que cumplirá la Ley, pero no aclara si el cumplimiento pasa por desalojar la plaza ocupada de manera ilegal y convertida por los ocupantes en un asentamiento irregular donde se duerme, se cocina y se bebe alcohol hasta altas horas de la madrugada. De hecho, no hubiera hecho siquiera falta que se pronunciase la Junta Electoral al respecto: lo que está sucediendo en la Puerta del Sol es tan ilícito que la Delegación de Gobierno debería haber intervenido de oficio antes de que se llegase al momento actual.


Los últimos días de la campaña electoral han sido, literalmente, dinamitados por un grupo de manifestantes: todo cuanto suceda a partir de ahora será entera responsabilidad de Pérez Rubalcaba. Tiene, por el cargo que ostenta, la obligación de hacer cumplir la Ley y esto consiste en devolver a la normalidad esa plaza y todas las del país que están ocupadas por manifestantes. De lo contrario, por muchos malabarismos que haga durante las ruedas de prensa, habrá quedado en evidencia y tendrá que afrontar las responsabilidades políticas pertinentes.

Si no lo hace y, viendo en retrospectiva lo que ha sucedido durante esta semana, parece que no lo va a hacer, habrá que preguntarse qué interés oculto tiene el vicepresidente del Gobierno en prolongar una lamentable situación que está poniendo en jaque a su propio Ministerio, al Estado de Derecho y hasta al propio orden constitucional. Una pregunta a la que algunos compañeros de su propio partido, como el candidato por la Comunidad de Madrid, Tomás Gómez, o el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, dan cumplida respuesta con sus declaraciones a favor de los ocupantes de la Puerta del Sol.

No todo vale para ganar votos en una campaña electoral. La Ley está ahí para que todos la cumplan, especialmente sus garantes. Por de pronto y mientras no nos demuestren lo contrario, podemos decir que, en la Puerta del Sol, la acampada ilegal sigue existiendo porque el Gobierno, personificado en la figura de su vicepresidente, quiere que así sea.


Libertad Digital - Editorial