viernes, 3 de junio de 2011

Ya empezamos, o continuamos. Por José María Carrascal

Los pactos en ciernes para cerrar el paso al PP aunque sea el partido más votado advierten, nos advierten, que siguen en sus trece.

LA estrepitosa derrota socialista en las últimas elecciones nos ha impedido apreciar otros aspectos de las mismas no tan espectaculares pero no menos significativos. Es hora de que lo hagamos.

Empecemos por el País Vasco, donde las cosas están menos claras que nunca. A lomos del Tribunal Constitucional, Bildu ha irrumpido allí como un elefante en una cacharrería, trastocando los planes de todos, principalmente del PNV. El PNV se las prometía muy felices defendiendo la participación de los abertzales y contando con que TC los detuviera, para beneficiarse de sus votos. Algo así como, la versión light del árbol y las nueces de Arzallus. Pero no contaban con el «retro-progresismo» del tribunal, y Bildu les ha dado un susto de muerte, arrebatándoles la mayoría en numerosos ayuntamientos y obligándoles a pactar. Otro tanto le ha ocurrido al PSV de Patxi López, con el agravante de que gobierna gracias al PP. Ahora sopesa si llegar a «acuerdos puntuales», pero no «institucionales», con Bildu, a la que Rubalcaba llamó una terminal de ETA y hoy no sabemos qué considera, porque ésta no es una partida de mus, es una partida de tahúres.


No crean que en Cataluña las cosas están más claras. El triunfo de CiU no es total y necesita apoyos para gobernar en Barcelona y pasar los presupuestos. Así que se han olvidado del soberanismo de momento y cuando el ex partido de Laporta presentó en el Parlament un proyecto de ley para fijar los pasos hacia la independencia, CiU se abstuvo. Mas incluso se ausentó de la votación. Resulta que todo aquel alarde suyo durante las «consultas populares» era un brindis al sol. A la hora de la verdad, lo que hace es pedir al Gobierno central los 1.300 millones de euros que, según ellos, les debe.

Mucho más serio es el movimiento que se acusa a escala nacional, si tal término puede aplicarse aún a España. Por doquier y sin disimulo —Cataluña, Galicia, Canarias— se forjan coaliciones contra el PP. ¿Es éste el «programa» de Rubalcaba para ganar las próximas elecciones, impedir que Rajoy obtenga la mayoría absoluta para gobernar con el apoyo de los nacionalistas? Caería en la misma aberración que Zapatero: considerar que PSOE y PP son enemigos naturales, cuando son rivales políticos, pero amigos naturales, pues se supone buscan el bien de todos los españoles. Aunque Zapatero, preso de cainismo, se puso como primer objetivo acabar con la derecha aliándose con el nacionalismo, que es el verdadero enemigo de los dos grandes partidos nacionales. Creíamos, tras lo mal que le había salido el experimento, que el PSOE había aprendido la lección. Pero los pactos en ciernes para cerrar el paso al PP aunque sea el partido más votado advierten, nos advierten, que siguen en sus trece. Por cierto, ¿es así como van a crear puestos de trabajo? Pues vamos listos. Da la impresión de que el único puesto de trabajo que les importa es el suyo.


ABC - Opinión

Reforma laboral. ZP se dispone ahora a gobernar. Por Guillermo Dupuy

Ahora, después de una legislatura perdida con el cacareado diálogo social, Zapatero nos quiere hacer creer que la reforma se llevará a cabo el próximo día 10 de junio, con o sin acuerdo de los agentes sociales. A buenas horas mangas verdes.

Tras anunciar la patronal y los sindicatos que dan por rotas sus conversaciones para reformar los convenios colectivos, podría decir que "una cosa es la prudencia y otra la irresolución. El Gobierno tiene la obligación de gobernar, y no puede abdicar de sus responsabilidades por el hecho de que los agentes sociales no lleguen a un acuerdo o éste sea claramente insuficiente". El problema es que este comentario no sería muy original por mi parte, pues no deja de ser copia literal de lo que ya decía este periódico en junio del año 2008, en una editorial que, ya entonces, llevaba por título La afonía del diálogo social.

Ahora, después de una legislatura perdida con el cacareado diálogo social, Zapatero nos quiere hacer creer que la reforma se llevará a cabo el próximo día 10 de junio, con o sin acuerdo de los agentes sociales. A buenas horas mangas verdes. Pero, ¿qué reforma cabe esperar ya de este gobernante en funciones que no quiere ni puede hacer ya nada que no sea una farsa con la que justificar su oposición a dejar el cargo? Si de verdad Zapatero pretendiese acabar con ese lastre que suponen los convenios colectivos para la contratación y la competitividad de nuestras empresas, ya habría incluido su erradicación en ese simulacro con el que hace un año nos quiso convencer –a nosotros y, sobre todo, a nuestros indignados socios europeos– de que ya había hecho la reforma que, desde hace años, pide a gritos nuestro mercado laboral.

A estas alturas, sin embargo, la única determinación que cabe esperar de Zapatero es la de esos muertos vivientes que se resisten a irse a la tumba: si el diálogo social ha sido su excusa para no tener que gobernar, su tardía e increíble determinación post mortem no es más que la excusa para no tener que dejar el Gobierno. Convocar elecciones anticipadas sería la única auténtica asunción de responsabilidades que cabe exigir ya a este Ejecutivo, pero que Zapatero no asumirá como no asumió las que le correspondían en los tiempos en los que aun podía gobernar.


Libertad Digital - Opinión

Germanófobos, lo que nos faltaba. Por Hermann Tertsch

Llaman xenófobos a quienes vienen a millones a nuestras costas y compran con fidelidad nuestros productos.

ME entero de que una de esas fantasmales asociaciones que han surgido en la España de la tontería gratuita ha denunciado a la República italiana por los bombardeos de las tropas de Mussolini a Barcelona en la Guerra Civil. Está claro que, tras siete años gobernados por este híbrido de Alicia y Atila, en España no cabe un imbécil más. Pero los que están dentro, que son multitud, seguirán pariendo ideas para complicarnos la vida. Esta semana estos genios de la demolición del bienestar y la inteligencia están de enhorabuena. Porque es difícil encontrar una idea más peregrina, injusta, paleta y sobre todo dañina para todos nosotros que llamar a una cruzada de germanofobia. Al grito de «Alemania es culpable» nos dicen que hay que demostrar a los teutones nuestro desprecio. Y llaman xenófobos —fóbicos hacia los españoles— a quienes desde hace cincuenta años vienen a millones a nuestras costas, tienen residencia en nuestro país y compran con fidelidad y entusiasmo nuestros productos. En todos los medios surgen justicieros explicando las razones aviesas de los alemanes para destruir nuestra agricultura y su desprecio racista mediterráneo y llamando a la reacción del orgullo herido. ¡Ay, si hubiéramos tenido este orgullo para impedir que una tropa de incompetentes nos humillara por el mundo! ¡Para defender un respeto del que gozábamos hasta su nefasta llegada al poder! No perderé líneas en exponer esta nueva demostración de incompetencia del Gobierno en la crisis de los pepinos. Ni en evocar lo diferente que habría sido esto si en vez de tres chicas de cuota que no saben ni a qué teléfono llamar, la responsable hubiera sido una Loyola de Palacio que en horas habría cogido un avión para abrir puertas a patadas en Bruselas, Hamburgo y Berlín. Que habría hablado allí a todos los responsables de tú y en su idioma para exigir pruebas a sus acusaciones. Y buscar una limitación de daños para España. El primer día.

Lo que no podría haber evitado ni Loyola es la alarma por una epidemia mortal de virulenta expansión. Y que una política alemana que recibe de un laboratorio unas pruebas que determinan que en unos pepinos españoles fue detectada un tipo de bacteria E.coli lo hiciera público. Cuatro días tardaron los análisis en determinar que esta bacteria no es la misma que causa las muertes. De ser aquí un producto alemán o italiano sospechoso de muertes fulminante ¿se hubiera esperado a agotar todas las pruebas antes de paralizar preventivamente el producto? Y, de haberlo hecho, ¿asumirían los políticos los muertos que se hubieran podido salvar de haberse paralizado el producto, en caso de haberse confirmado la sospecha? Sería para echarse a temblar. Con un poco de honradez intelectual se asumirá que la única forma de limitar daños en esta tragedia era una aceleración de las pruebas con intervención in situde los defensores (?) de nuestros intereses. Para un plan de emergencia ante una epidemia mortal, coordinado en toda Europa. A través de la UE y los ministros de Sanidad —¿dónde estaba la nuestra?—. Parece olvidarse que los principales damnificados son los muertos, y sólo después los demás. Pero aquí, a un Gobierno irritado porque Alemania deja en evidencia sus fracasos y mentiras, le viene bien decirnos que la bruja Merkel sabotea los productos favoritos de los alemanes. Y mil voces se ponen a insultar a nuestro mayor aliado en Europa. Esperemos que los medios sensacionalistas alemanes no se ceben con tanto disparate antialemán. Porque si el repentino desamor se vuelve recíproco, los daños a los pepinos habrán sido una broma. Y Zapatero nos dejará aún más solos y hundidos.

ABC - Opinión

El 22-M se carga el diálogo entre la patronal y los sindicatos. Por Antonio Casado

Sindicatos y Patronal se lavan las manos. En sendas ruedas de prensa ni unos ni otros quisieron asumir ayer el fracaso de las negociaciones sobre convenios colectivos, que era el cabo suelto de la reforma laboral. La culpa siempre es del otro. En este caso, medida por ambas partes en grado de “valentía”. El de enfrente es el cobarde, por no avenirse al pacto.

Sin embargo, el seguimiento de las posiciones sindicales y patronales, puntualmente recogidas en los documentos que ambas partes se han ido intercambiando desde que las negociaciones comenzaran hace cuatro meses, delata un inesperado golpe de timón en las posiciones de la CEOE. Ocurrió después de las recientes elecciones municipales y autonómicas. Los sindicatos detectaron el endurecimiento cuando la otra parte presentó un nuevo documento el día después de las elecciones. Todo hacía indicar que el asunto estaba pendiente del apretón de manos tres días antes. Pero en vez de culminar el pacto, la patronal reabrió asuntos que ya habían sido consensuados.


El último documento empresarial, entregado ayer por Rosell y Lacasa fue una nueva e inesperada vuelta de tuerca. Considerado inaceptable por los líderes sindicales, Cándido Méndez (UGT) y Fernandez Toxo (CC OO), quedó rota la baraja. La pelota vuelve a estar en el tejado del Gobierno, que enviará al BOE un texto que recoja los aspectos en los que hubo acuerdo (absentismo, mutuas, siniestralidad) y decida unilateralmente en los más controvertidos (prórroga de los convenios, flexibilidad interna).
«La ruptura no perjudica en ningún caso los intereses empresariales. Siempre estarán mejor defendidos en el escenario político nacional anticipado en las urnas del día 22.»
Como el golpe de timón incluye la marcha atrás en asuntos que habían logrado un alto grado de consenso, y eso ocurre casualmente cuando el mapa político acaba de cambiar el rojo por el azul en una buena parte de España, quedan pocas dudas sobre la influencia de los flamantes ganadores del 22-M en la ruptura de las conversaciones entre la CEOE y las grandes centrales sindicales.

Tiene su lógica. La ruptura no perjudica en ningún caso los intereses empresariales (grandes empresas sobre todo, pues a las pequeñas les da igual esta u otra reforma mientras sigan en precario por la falta de crédito). Siempre estarán mejor defendidos en el escenario político nacional anticipado en las urnas del día 22. Nueve meses pasan pronto. Y mientras tanto se atendrán encantados a un decretazo del Gobierno que por fuerza ha de sintonizar con las reformas exigidas por la UE y los mercados internacionales, evidentemente más próximas a las posiciones de la patronal que a las de los sindicatos.

La ruptura, sin embargo, es mala noticia para la causa de la estabilidad social siempre bien valorada por la ciudadanía y por los mercados. Aunque ese coste, en todo caso, lo pagará el Gobierno de Zapatero. Lo cual nos pone en la pista de una apuesta empresarial canalizada a través de la CEIM (patronal madrileña), próxima a la presidenta de la Comunidad, Esperanza Aguirre, y seguramente asumida de mala gana por un Joan Rosell en deuda con quienes le apoyaron como sustituto de Díaz Ferrán en la presidencia de la CEOE.


El Confidencial - Opinión

Rubalcaba. Entrañable Alfredo. Por Emilio Campmany

Ensaya una sonrisa cautivadora y lo que le sale es una mueca siniestra. Balbucea una palabra amable y los demás creen haber oído una amenaza velada. Ulises no puede ser Aquiles.

Con los políticos pasa como con los futbolistas. A la mayoría se les conoce por el apellido, pero unos pocos, por su carisma o por lo que sea, son conocidos exclusivamente por el nombre de pila. Es el caso de Raúl, en el Madrid, o Xavi, en el Barcelona. En el PSOE, es bien sabido que Felipe González fue, en sus inicios, Felipe a secas. Los socialistas siempre decían "Felipe nos sacará de ésta", "Felipe sabe lo que hace" o se preguntaban "de todo esto, ¿qué dice Felipe?". Luego, le salieron canas en las sienes, se vio sepultado por la corrupción y enfangado en el GAL y acabó siendo González.

Ser conocido por el nombre de pila, y no por el apellido, no garantiza nada, pero da credibilidad electoral. Sugiere proximidad, confianza, amistad. El personaje que se beneficia de esa circunstancia se hace más entrañable y cercano. Eso en política son votos. Y los votos son los que dan el poder. Rubalcaba lo sabe y ha decidido que quiere que lo llamen Alfredo. Cómo disfrutaría si oyera a su alrededor "Alfredo nos sacará de ésta", "Alfredo sabe lo que hace" o "de todo esto, ¿qué dice Alfredo?"

Sin embargo, ser conocido en todo el país exclusivamente por el nombre que te dieron tus padres no es cosa que se consiga sólo con quererlo. Hay que ganárselo. Hay que ser afable, accesible, amigable, o al menos fingir que se es. Eso se lo podía permitir Felipe, que tenía a Guerra para que le hiciera el trabajo sucio. El problema de Rubalcaba es que toda su carrera política se ha basado precisamente en hacer trabajo sucio para otros. Lo ha hecho muy bien. Llegó un momento que su sola fama de Rasputín sin escrúpulos bastaba para que sus enemigos y los de su jefe huyeran despavoridos sin tener él que salpicarse la ropa ni despeinarse. Por eso, lo que de él se dice en el partido es que "Rubalcaba, si te vuelves, te la clava". Pasar en unos meses de esto al "entrañable Alfredo" se figura tarea imposible.

No ha hecho más que empezar esta extraña campaña de primarias de aspirante único y ya se está viendo lo mal candidato que es el elegido. No sólo es que es viejo, feo y calvo, que dice Pepe García Domínguez. Es que además es un tío malage, con mala follá, cualidades que son virtudes para un privado que trabaje en la sombra, pero que se vuelven en graves defectos si se aspira a ceñir personalmente la corona. Ensaya una sonrisa cautivadora y lo que le sale es una mueca siniestra. Balbucea una palabra amable y los demás creen haber oído una amenaza velada. Ulises no puede ser Aquiles. Cada cual debe desempeñar el papel que ha escogido y Rubalcaba hace tiempo que eligió ser eso, Rubalcaba, si te vuelves, te la clava.


Libertad Digital - Opinión

Don Alfredo. Por Ignacio Camacho

Mientras los guardias se le cuadren a pie de escalerilla va a ser difícil que Rubalcaba deje de ser Don Alfredo.

RUBALCABA tal vez no sea un candidato ideal; queda demasiado tétrico, con un aura intrigante y sombría y mucho pretérito imperfecto a las espaldas, pero es lo más idóneo que tiene el PSOE en un momento de descomposición, zozobra y desánimo. Es un hombre sensato que refleja sentido de la responsabilidad y sugiere, a primera vista, unos valores opuestos a la banalidad posmoderna que ha fracasado con el zapaterismo, al que sin embargo ha contribuido a apuntalar. Zapatero le entregó todos los resortes del poder cuando buscaba, zarandeado por la crisis, investirse de una cierta respetabilidad y sentido de Estado. En cierto modo, el ministro del Interior viene a ser como un espejo socialdemócrata de Rajoy, la clase de hombre de la que no se puede esperar un entusiasmo carismático pero tampoco una concesión al capricho, a la volubilidad o a la ligereza. Tipos fiables para un tiempo incierto. Ésa es su virtud principal, y a ella deben atenerse; a estas alturas no pueden aspirar a revestirse de empatía.

Y eso es exactamente lo que trata de hacer el nuevo aspirante socialista. Cuando pide que le llamen Alfredo intenta derribar ante los militantes la barrera de solemnidad que rodea, como un círculo de tiza, su condición de copresidente del Gobierno y jefe de la Policía, su biografía de tres décadas de coche oficial, cristales oscuros y más oscuras maniobras entre las bambalinas del poder. Una distancia adherida a su perfil que solemniza en exceso el flamante papel de liderazgo que acaba de asumir, y que incluye en teoría la necesidad de ser accesible, familiar, propicio a la confidencia y el afecto. Justo lo que resulta imposible cuando todo el aparato de Estado se cuela a cualquier hora por la celdilla del teléfono móvil.

José Antonio Griñán, el presidente de la Junta de Andalucía, hombre de natural altivo, se empeñó en que lo llamaran Pepe. El hipocorístico no le ha impedido perder las elecciones de mayo ni ha propulsado su popularidad, y los únicos que le dicen Pepe, sus compañeros de partido, no paran de ponerle zancadillas con la intención de apuñalarlo cuando tropiece. La proximidad, la llaneza, se tiene o no se tiene; no se puede impostar. Tampoco pasa nada por no tenerla; siempre cabe explotar otras virtudes, otras cualidades. Los artificios no convencen a la gente, que en seguida detecta la simulación y el revestimiento que tanto gusta a los diseñadores de las campañas. El problema de Rubalcaba no es que sonría poco o que la vida y el poder le hayan puesto cara de malas noticias; es ser el principal colaborador de Zapatero y llevar encima cinco millones de parados.

Puesto a abolir lejanías, siempre resultaría más creíble si dejase de ser el ministro de casi todo, el valido omnipotente rodeado de parafernalia de Estado. Mientras los guardias se le cuadren al pie del avión oficial va a ser difícil que deje de parecer Don Alfredo.


ABC - Opinión

La ciudad fantasma. Por Alfonso Ussía

Quien aspira a ser alcalde de una ciudad, tiene la obligación de conocer la historia y la realidad de esa ciudad. El aspirante de «Bildu» a la alcaldía de San Sebastián ha manifestado que «rechazaría que los Reyes de España visiten esa ciudad porque son seres que no la representan políticamente». Además de la innecesaria grosería, el aspirante, un tal Izaguirre, demuestra una brutal ignorancia de todo. San Sebastián es una ciudad española, y por ello los Reyes pueden visitarla cuando se les antoje sin necesidad de pedir permiso a Izaguirre para hacerlo. La vinculación de la Corona con San Sebastián es mayúscula. Su esplendor se debe precisamente a la instalación de la familia Real en San Sebastián a principios del siglo XX. Haga un esfuerzo el ignorante y recorra su ciudad. El barrio de Ondarreta. Ahí estaba, en la falda de Igueldo, el Real Club de Tenis de San Sebastián. La penúltima rotonda de los jardines de Ondarreta está presidida por un monumento a la Reina María Cristina, madre de Alfonso XIII, siempre enamorada de San Sebastián. Por ella se construyó el Palacio Real de Miramar en la unión de las dos grandes playas. En Ondarreta cinco calles recuerdan a los hijos de Alfonso XIII. Avenida del Infante Don Juan, de la Infanta Cristina, del Infante Don Jaime, de la Infanta Beatriz y del Príncipe Don Alfonso. El gran hotel emblemático de San Sebastián se llama «María Cristina» en recuerdo de la Regente. El teatro donostiarra por excelencia lleva el nombre de «Victoria Eugenia», en memoria de la Reina Victoria, mujer de Alfonso XIII, madre de Don Juan y abuela del Rey. Por la tenacidad de la Reina Cristina, el Orfeón Donostiarra puede cantar todos los veranos, el 14 y 15 de agosto, la «Salve» de Réfice, encargo personal de la Reina. Junto al muelle de pescadores, mirando a la bahía, se alza el Real Club Náutico de San Sebastián, patrocinado por Alfonso XIII. Cuando el Rey y su malogrado hermano Don Alfonso pudieron volver del exilio, el Palacio de Miramar se convirtió en su internado de estudios. En San Sebastián se fundó con el apoyo de los Reyes la Real Sociedad Vascongada de Amigos del País, el referente cultural más prestigioso de la capital guipuzcoana. Y el club que mueve más entusiasmo, no sólo en San Sebastián sino en toda la provincia, es la Real Sociedad de San Sebastián, a la que el Rey concedió el título de Real a petición unánime de sus socios fundadores. A pocos kilómetros, en Lasarte, el apoyo Real levantó el Hipódromo, administrado por la Real Sociedad de Fomento de la Cría Caballar. Sólo Santander puede competir con San Sebastián en vinculaciones con la Familia Real. Las grandes villas y palacios donostiarras no las alzaron los industriales vascos, sino la nobleza madrileña que se afincó en San Sebastián, capital política y cultural de España durante los meses del verano. A muchos les parecerán anticuados estos argumentos, pero son pruebas indiscutibles. Ahí están. A la vista de todos. Otra cosa es que el tal Izaguirre quiera borrar esas huellas. Mucho trabajo le costará. La tradición y los símbolos no se esfuman así como así. San Sebastián fue la casa de la familia Real durante décadas, y el resultado no es otro que su actual esplendor estético, que no político, que no social, deteriorados hasta tal extremo, que un ignorante clamoroso de su propia ciudad tiene posibilidades de ser su alcalde. Pena me da tanta belleza en manos de tan sectaria y violenta incultura.

La Razón - Opinión

Franco. Cautiva y desarmada. Por Cristina Losada

Nada más autoritario, nada más franquista, que la presión por someter a los académicos a las exigencias del poder. Nada más totalitario que la pulsión por encerrar la historia y la cultura en el redil de la política.

Este es el parte final del asalto a la libertad académica. El último bastión del fascismo ha caído. Cautiva y desarmada la Real Academia de la Historia, las fuerzas del antifranquismo sobrevenido han conseguido todos sus propósitos. La anacrónica institución se ha rendido y rectificará las biografías del monumental Diccionario que tanto sulfuran a indoctos hijos del panfleto y a profesores que no fueron llamados a participar en su elaboración. Bien está lo que bien acaba. A fin de coronar este triunfo de la Inquisición cultural, se espera que la entrada sobre Franco, motivo y pretexto del asedio, sea dictada en persona por la comisaria del ramo y afamada guionista del film Mentiras y gordas. ¡Ojalá fuera broma!

La cuestión que aquí se dirimía quedaba reflejada en la declaración del catedrático García Cárcel al diario El País: "Es una polémica desorbitada, hinchada y artificial. No tomaría ningún tipo de medida, porque significaría no respetar la opinión académica de un historiador como Luis Suárez Fernández. Se puede estar de acuerdo o no con él, pero me parece increíble que la ministra de Cultura pida una rectificación. No existe la Historia en singular, existen los historiadores. Lo contrario sería participar de la defensa del pensamiento único". A su vera, sin embargo, notorios eruditos mostraban su espanto ante el delito de calificar al régimen franquista simplemente de autoritario (necesitan otro diccionario) y algún librepensador pedía la destrucción de toda la edición. Lo dicho, auténticos discípulos de Erasmo, dignos herederos de la Ilustración.

Nada más autoritario, nada más franquista, que la presión por someter a los académicos a las exigencias del poder. Nada más totalitario que la pulsión por encerrar la historia y la cultura en el redil de la política. Y nada tan lastimoso como la servidumbre del "mundo de la cultura" ante los sucesores del Arriba: sólo uno de los elegidos defendía la libertad intelectual. Una independencia que, a la postre, tampoco ha amparado la Academia. Y mucho menos el siempre temeroso Ministerio de la Oposición. La biografía de Franco que firma Suárez es, naturalmente, discutible, pero su grave error, su infracción imperdonable, radica en que no constituye una reprobación. Pensó con antigua ingenuidad la Academia, que un Diccionario no es lugar para hacer juicios y dictar condenas. Y pensó mal.


Libertad Digital - Opinión

Medias suelas. Por M. Martín Ferrand

Rubalcaba es una nueva edición, corregida y ampliada, de la que pretende encarnar el todavía presidente.

MUCHOS de los jóvenes lectores que pudieran leer esta columna quizá no entiendan el significado de las palabras que hoy la encabezan. Antes de que, con más alegría que provecho, nos instaláramos en la civilización kleenex, la de usar y tirar, era común tratar de alargar la vida de cuantos objetos, desde el automóvil a los zapatos, integraban el ajuar personal y familiar. Cuando el calzado mostraba la fatiga de su uso prolongado y las suelas comenzaban a transparentarse, el zapatero los apañaba con unas medias suelas, unas láminas de cuero o de goma a la altura de la planta del pie, que, aplicadas sobre las originales, daban prórroga de utilidad. No eran zapatos nuevos, pero íbamos tirando en aquellos tiempos de mayor penuria y menor alegría.

Alfredo Pérez Rubalcaba, de quien José Luis Rodríguez Zapatero afirma que es «el candidato natural» de su partido, trata de vendérsenos como la panacea capaz de remediar todos los males generados —demasiados— por el Gobierno en el que se integra como segundo protagonista. El cántabro, que afirma tener solución para los problemas que, en buena medida, ha creado el equipo del que es lugarteniente, se nos presenta como una opción distinta. Dicho en la terminología que le cuadra al caso, como unos zapatos nuevos. Eso sí que no. La insensata bicefalia en la que se han instalado el PSOE y su Gobierno le aporta, sin menoscabo alguno, la condición de unos zapatos viejos bien repasados por el remendón. Incluso puede reconocérsele sin mucho esfuerzo que, en el peor de los casos, su trabajo y liderazgo serán más intensos y brillantes que los del líder al que, en parte, pretende llegar a sustituir.

Rubalcaba no es, como candidato socialista, una novedad cual podrían serlo otros conmilitones suyos no implicados en la gestión gubernamental del zapaterismo. Es una nueva edición, corregida y ampliada, de la que, hasta dentro de un año, pretende encarnar el todavía presidente y, en principio, secretario general del PSOE hasta después de que las urnas de marzo le encaramen en el pedestal del poder o, más probablemente, le conviertan en el pimpampum en el que los herederos de Pablo Iglesias desahoguen la frustración y decadencia a la que les ha conducido un Gobierno en el que, por alguna fuerza sobrenatural, se salva de la quema y el desprestigio quien ocupa en él la triple función de vicepresidente, titular de Interior y portavoz. Es más, si la razón pudiera sobreponerse a la pasión militante, cabría sospechar, y con fundamento, que las medias suelas que suponen «el candidato natural» estuvieran tan agujereadas como las que se tratan de componer.


ABC - Opinión

Rajoy tiene las soluciones

Los dirigentes socialistas han ejercido una insólita práctica política en los últimos años: ejercer de oposición de la oposición. Han planteado como estrategia de desgaste una presunta carencia de propuestas del PP y una supuesta incapacidad para aportar soluciones a la crisis. A la vista de los resultados del 22-M, los españoles respondieron con contundencia a un discurso rebatido por la realidad. Si algo no se podía achacar a los populares es que no hubieran formulado iniciativas. Plantearlo ha sido un pobre recurso de un partido al que se le suponía mayor capacidad para iniciar un debate serio. Rajoy dispone de una hoja de ruta, de un programa reformista y regeneracionista para desatascar una economía azotada por la crisis y lastrada por siete años de Gobierno errático. La ciudadanía ha dado su confianza a una forma de entender la gestión de lo público enfrentada a la socialista. El líder de la oposición expuso el miércoles las líneas maestras de esa política para las comunidades autónomas y ayuntamientos. Austeridad, impulso económico, empleo y educación serán los grandes ejes sobre los que pivotará un buen número de propuestas que suponen una respuesta a la resignación. Planteamientos como el techo de gasto autonómico, la reforma del sector público, la reducción de la estructura administrativa, la racionalización y el recorte del gasto corriente, estímulo fiscal para los emprendedores, el fomento de la unidad de mercado, el reconocimiento del profesor como autoridad pública, y las evaluaciones externas del sistema educativo, entre otros muchos, son necesarios para el país y el PSOE no ha sabido o no ha querido afrontarlos. No habrá subida de impuestos y se preservarán las políticas sociales, porque la Sanidad, la Educación o la dependencia constituyen líneas rojas infranqueables del proyecto popular y de la España del siglo XXI. Los ciudadanos lo entienden así y los gobernantes tienen el deber de poner los medios para garantizar esos mínimos básicos. El resto de partidas es candidata a replantear sus magnitudes. No hay otra fórmula ni otra salida. Se han cometido muchísimos errores y dispendios que hay que pagar, intereses incluidos. El discurso fiscal de Rajoy envía mensajes que eran imprescindibles. El compromiso de estabilidad en los impuestos es un catalizador de confianza, al igual que los incentivos fiscales son un generador de actividad. Es un enfoque liberal de probada eficacia que la izquierda ha repudiado, con los resultados conocidos. El equilibrio es otro objetivo del plan del PP y será factible con el tijeretazo sobre los gastos superfluos y corrientes, que los hay y muchos, y con la reactivación de la actividad gracias a esa política fiscal atrevida que debe liberar recursos y alimentar la confianza y la recuperación. Rajoy no plantea un milagro, sino un compromiso de exigencia y sacrificio en primer lugar, y sobre todo, por parte de las administraciones públicas, que han vivido estos años ajenas a la crisis y por encima de sus posibilidades. No hay medias verdades ni tampoco paños calientes. Las dificultades son extraordinarias, pero existe un programa real que parte de un diagnóstico certero, y un líder que inspira confianza a la mayoría.

La Razón - Editorial

Rajoy hace un gesto

El plan de austeridad del PP es una iniciativa laudable, pero cuya eficacia suscita dudas.

El presidente del PP, Mariano Rajoy, dejó entrever el miércoles algunos de los que pueden ser sus criterios de política económica si llega a gobernar. El documento que presentó a los medios de comunicación no puede ser interpretado estrictamente como un programa económico, pero al menos permite a la opinión pública hacerse una idea de cómo se orientaría la acción política en un eventual Gobierno del PP. Después de meses de silencio, durante los cuales se le ha reclamado insistentemente al presidente del PP que dé a conocer sus planes económicos, las propuestas de Rajoy constituyen un notable avance, incluso si se acepta la interpretación de que quiere utilizar su base de poder autonómico para estrechar el margen de acción del Gobierno, objetivo legítimo siempre y cuando no derive en tácticas obstruccionistas en las instituciones.

El gesto de Rajoy tiene además otras lecturas. Hacia afuera, constituye un mensaje a los ciudadanos de que el PP ha comenzado a trabajar en el diseño de su política económica para el caso de llegar a La Moncloa. Hacia adentro, lo que expuso el presidente del PP el miércoles supone también un toque de atención a los barones que, de forma palmaria, han gobernado ignorando ampliamente esos principios y que, aunque finjan no sentirse interpelados, saben que a partir de ahora ese es el rasero por el que deberán ser juzgados.


Ahora bien, el conjunto de medidas expuestas en el documento, un plan de austeridad autonómica, apenas rebasan la condición de las buenas intenciones, sobre todo tras conocer la dramática situación en la que se encuentran las arcas autonómicas y municipales, algo que Rajoy tuvo oportunidad de escuchar de boca de sus barones. Por ello, imponer normas de austeridad en el gasto autonómico es una iniciativa laudable; pero el problema de la deuda y el déficit en las autonomías no se resuelve reduciendo el número de consejerías, a no ser que, además se proceda al despido de quienes trabajan en ellas, algo que no puede hacerse porque son funcionarios. La opinión pública recibirá con simpatía la limitación del gasto en los teléfonos móviles y en los coches oficiales (no están de más, en cualquier caso), pero su impacto económico es irrelevante.

La costa mediterránea, controlada por Gobiernos del PP, da una pista de lo que podrían ser medidas eficaces de austeridad. Bastaría con haber evitado inversiones faraónicas en aeropuertos sin aviones, en jardines exóticos, en ciudades temáticas o en bibliotecas sin libros para conseguir ahorros importantes. La pregunta obligada es cuánto rigor aplicará el presidente del PP en imponer estos criterios de austeridad a los barones manirrotos.

Las explicaciones de Rajoy del miércoles son efectivamente un avance frente al mutismo anterior. Pero tiene mucha tarea pendiente si quiere convencer a los españoles y a los agentes económicos internacionales de que dispone de un plan sólido contra la crisis. Lo que no tiene es mucho tiempo para hacerlo.


El País - Editorial

Sin Gobierno, sin reforma

Firmar una reducción tal de sus privilegios legales era un sacrificio demasiado alto para UGT y CCOO, que no iban a aceptar por muy mal que nos vaya a los españoles.

Cuatro meses tirados a la basura, cuatro meses perdidos en la lucha contra el paro. Cuando tanto los expertos como el resto de gobiernos de la UE exigían a Zapatero una reforma urgente de los convenios colectivos, el irresponsable decidió que la nueva legislación se la escribirían los agentes sociales. Como en otras ocasiones, los dejó negociar sin poner antes una propuesta sobre la mesa. Y como en otras ocasiones, las negociaciones han fracasado.

Los socialistas de todos los partidos llevan años llamando "derechos sociales" a lo que no es sino la más regresiva legislación laboral de Europa y una de las peores del mundo: el Banco Mundial nos situó en 2010 en el puesto 157 de las 183 economías estudiadas en ese apartado. El resultado es un paro extraordinariamente alto, dificultades para los emprendedores, grandes bolsas de economía sumergida y unos trabajadores que incluso en el periodo de bonanza eran los que más miedo tenían a perder sus empleos de toda la OCDE.


El resultado es que aún conservamos la arquitectura laboral heredada del franquismo, y necesitamos crecer mucho más que otros países para poder crear empleo. Y aunque se publicite más el coste del despido, quizá porque es una cifra y resulta más sencillo de entender por parte de la opinión pública, el mayor problema de nuestra legislación son los convenios colectivos. Unos corsés que obligan a empresas muy diferentes y de muy distintos tamaños a gestionar su personal del mismo modo, sin la flexibilidad necesaria para sobrevivir en el mercado, especialmente en época de crisis.

Los puntos a discutir en las negociaciones que ahora han roto patronal y sindicatos eran principalmente dos: la posibilidad de que las compañías se descuelguen del convenio de acuerdo con su comité de empresa y la extinción de los convenios cuando expire su plazo de vigencia. El primero permitiría a las empresas, especialmente a las más pequeñas, funcionar a su modo sin que intervenga ese sindicato vertical subvencionado que forman CEOE, CCOO y UGT. El segundo, rebajar la posición de poder que han tenido hasta la fecha los sindicatos en los convenios; actualmente no tienen incentivo para sentarse a negociar si no hay mejoras sobre la mesa.

Firmar una reducción tal de sus privilegios legales era un sacrificio demasiado alto para UGT y CCOO, que no iban a aceptar por muy mal que nos vaya a los españoles. Algo que debería haber sabido un Gobierno que tiene a un sindicalista de ministro de Trabajo. Pero parece que Zapatero no quiere tomar unas medidas necesarias pero contrarias al discurso demagógico con el que lleva dirigiendo el país siete años. Con él al frente, poco cabe esperar de la reforma que anuncie el 10 de junio. Será otra decepción y otro clavo más en la tumba de la economía española, a no ser que se la escriba la propia Merkel en persona.


Libertad Digital - Editorial

Un Gobierno de espejismos

De nuevo son factores externos a la gestión socialista de la crisis, en este caso la temporada de verano, los que explican la caída del paro.

EL descenso del paro durante el mes de mayo no deja de representar —pese a tratarse de un movimiento previsible, marcado por la estacionalidad de las vísperas veraniegas— una señal de esperanza para la sociedad, necesitada de estímulos con los que recuperar la confianza y reanimar el mercado. No tardó ayer el presidente del Gobierno, decidido a agarrarse a un clavo ardiendo, en tratar de explotar los datos del desempleo para volver a echar las campanas al vuelo y anunciar una fase expansiva y de nuevos brotes verdes para los próximos meses. Olvida José Luis Rodríguez Zapatero que también en mayo de 2010 se produjo una reducción de las cifras de paro y que este año la demanda del sector turístico nacional, fortalecido por la crisis que afecta a los países del sur del Mediterráneo, puede generar la ilusión de una remontada que, no por deseada por todos, puede ser utilizada para legitimar su gestión económica, cuya primera consecuencia es el empobrecimiento paulatino de una sociedad asfixiada por el paro. Sin este efecto estacional, el paro hubiera aumentado en mayo en más de 38.000 personas.

El escaso porcentaje de contratos indefinidos firmados en mayo —solo el 8 por ciento del total— revela la debilidad del presunto cambio de ciclo al que apunta el Gobierno socialista. De nuevo son los factores externos a su gestión de la crisis, en este caso la planificación de la temporada de verano, como sucedió el pasado diciembre, entonces en vísperas de Navidad, los que explican esta evolución positiva de las cifras de desempleo. El consumo interno sigue paralizado, sin capacidad para dinamizar un mercado de trabajo que, tras la ruptura de las negociaciones entre sindicatos y patronal para lograr un acuerdo sobre la negociación colectiva, vuelve a poner a prueba al Ejecutivo. La urgencia de acometer una reforma a fondo del mercado laboral coge al Gobierno saliente y evasivo de Rodríguez Zapatero con el paso cambiado, prisionero de las estrategias trazadas para completar con éxito el relevo en el cartel electoral socialista y más pendiente de sus votantes que de las necesidades reales de la sociedad española. El intento de pasar página sobre el drama del paro y la desesperación de más de cuatro millones de personas resulta, a partir de los datos de mayo, la peor señal que en el actual escenario podía dar el equipo de Zapatero.

ABC - Editorial