jueves, 9 de junio de 2011

Reforma laboral. La no-reforma sindical. Por Juan Ramón Rallo

Era este perverso sistema, ese que apuntala contra viento y marea, contra expansión y contracción crediticia, las condiciones laborales gestadas en medio de la mayor burbuja inmobiliaria que conocieron los siglos, el que había que desmontar.

Señala esa vulgata marxista convertida en dogma de fe progresista que existe un conflicto de intereses irresoluble entre la opresora clase capitalista-gerencial y la muy oprimida población trabajadora. La salud de los primeros es la enfermedad de los segundos; los proletarios sólo pueden prosperar arrebatándoles la propiedad y los beneficios a las ratas explotadoras y éstas sólo pueden acumular capital apretándoles las tuercas a los obreros.

Esa fantasía épica, con sus orcos, elfos y unicornios incluidos, se ha erigido en piedra angular de nuestras relaciones laborales y, por tanto, de nuestro desastre económico actual. Lo mismo da que allí donde un mayor número de empresas ganen una cantidad más sobresaliente de dinero los salarios también sean mucho más elevados; el machacón pensamiento único es claro en su diagnóstico, coincidente con esas sesudas reflexiones de la Bruja Avería de "¡Viva el mal, viva el capital!".

Así, dado que los sindicatos deben defender a los trabajadores de sí mismos –de esa enorme osadía de rubricar acuerdos contractuales con los empresarios que ambos se atrevan a juzgar como beneficiosos en contra del más alto y relevante criterio de la plutocracia comisiono-ugetera– en España no hay quien contrate y, por consiguiente, no hay quien trabaje. Porque, quizá convenga repetirlo, si al empresario no le resulta rentable contratar, no se contratará y si no se contrata, no se trabaja.


Era este perverso sistema, ese que apuntala contra viento y marea, contra expansión y contracción crediticia, las condiciones laborales gestadas en medio de la mayor burbuja inmobiliaria que conocieron los siglos, el que había que desmontar. Y es que, aun dejando de lado el problemilla de que unos señores que no creen en la libertad de empresa pacten al milímetro las condiciones laborales de todas las empresas de este país; aun atribuyéndoles a nuestros sindicatos una sapiencia que jamás se han dignado a mostrarnos; aun así, ¿qué creen que significa eso de la ultraactividad de los convenios? Pues que si los sindicatos así lo desean –y lo desean–, lo pactado en 2003, 2005 ó 2007 tiene hoy, cuatro años de desmoronamiento económico después, la misma vigencia que cuando construíamos centenares de millares de viviendas al semestre.

Por eso había que derruir el sistema. Por eso, sí, y también para beneficiar a los empresarios; para no impedirles crear riqueza y contratar a parte de los cinco millones de parados en el proceso. Por eso, sí, y también beneficiar a los trabajadores, pues, por extraño que pueda parecerles a quienes viven de nuestros impuestos, no resulta del todo inverosímil que muchos de esos obreros quieran conservar su empleo o incluso volver a trabajar. Por eso, sí, y también para perjudicar a los sindicatos, que no otros son los únicos que medran en un sistema que los convierte en omnipotentes legisladores.

Mas el Gobierno ha optado, oh sorpresa, por no reformar lo que debería haber sido reducido a cenizas. El Partido Socialista Obrero Español ni ha escuchado a Bruselas, ni a los empresarios ni, tampoco, desengáñense, a los trabajadores. Por una simple cuestión: el socialismo nunca ha defendido a los obreros, se limitó a instrumentalizarlos –y masacrarlos– en beneficio de la casta gobernante. Después de destruir tres millones de empleos en tres años, José Luis, Alfredo y Valeriano han decidido que nada merece ser cambiado en nuestro mercado laboral. ¿Para qué? ¿Algún problema a la vista? ¿Algún sindicato en dificultades?


Libertad Digital - Opinión

Crisis. ¿Dónde está el Gobierno?. Por Emilio J. González

A Salgado lo único que le importa es que los presupuestos para 2012 salgan adelante en la tramitación, aunque sea a costa de vender a los nacionalistas lo poco que queda de España.

Desde que los socialistas se llevaron un tremendo varapalo en las últimas elecciones municipales, en este país el Gobierno brilla por su ausencia. A Zapatero y su Ejecutivo no se les ve por ninguna parte, excepto cuando ya no les queda más remedio, por ejemplo, cuando tienen que comparecer ante el Congreso de los Diputados. Pero, por lo demás, el Gobierno brilla por su ausencia. Pase lo que pase en este país, a los ministros casi ni se les ve ni se les oye, y cuando hablan se limitan a referirse a lugares comunes, sin decir ni hacer nada más que lo imprescindible, y muchas veces ni tan siquiera eso.

El caso más flagrante estos días es, por supuesto, el de Rosa Aguilar, entre cuyas responsabilidades se encuentra la agricultura española. ¿Alguien la ha visto en algún momento salir abiertamente en defensa del pepino español y de sus productores? Para nada. Ella se ha quedado tranquilita en su despacho y cuando se le ha preguntado se ha limitado a responder que el Gobierno va a pedir a Bruselas dinero para compensar a los agricultores, cuando la cantidad que está ofreciendo la Unión Europea, algo más de doscientos millones de euros, apenas alcanza para cubrir las pérdidas de una sola semana de los cultivadores de esta hortaliza. Y la ministra, tan pancha, disfrutando de su mal ganado sueldo, su coche oficial y sus privilegios como miembro del Gobierno, como si la cosa no fuera con ella.


Con la vicepresidenta económica, Elena Salgado, ocurre tres cuartos de lo mismo. La Comisión Europea acaba de pegarnos un buen tirón de orejas con su informe pidiendo la subida del IVA, la bajada de las cotizaciones sociales y la reforma laboral. ¿Y qué hace la señora ministra? Pues limitarse a decir que eso no entra en los planes del Gobierno, y punto. Claro, no entra porque el Ejecutivo no tiene ningún plan ni nada que se le parezca. Por eso Salgado no puede responder a Bruselas anunciando un nuevo paquete de medidas económicas para salir de la crisis. A ella lo único que le importa es que los presupuestos para 2012 salgan adelante en la tramitación, aunque sea a costa de vender a los nacionalistas lo poco que queda de España y, por lo demás, que la dejen tranquila que ella ya tiene bastante con sus cosas. Lo que no sabemos es con cuáles porque, desde luego, de las de su cargo no se ocupa.

¿Y Miguel Sebastián? Porque el titular de Industria apenas abre el pico. Y con el de Trabajo, Valeriano Gómez, sucede tres cuartos de lo mismo. Ahora ha hablado para presentar ese simulacro de reforma laboral con el que el Gobierno pretende seguir mareando la perdiz con los mercados y con la UE y poco más sabemos de él. Y así uno tras otro. Si lo que quieren es estar tranquilos, mejor que convoquen elecciones y se marchen ya a su casa.


Libertad Digital - Opinión

Calidad democrática del pepino. Por Fernando Fernández

La calidad democrática europea se resiente. Pero antes de sacar pecho, constatemos que en España no le vamos a la zaga.

LA llamada crisis del pepino ha provocado un furor patriótico sin precedente. No hay articulista que no la haya emprendido a calificativos con los alemanes. Si fuera teutón estaría muy preocupado, porque refleja lo mucho que la crisis del euro está cambiando la naturaleza de la Unión Europea y la percepción que de ella tienen los ciudadanos. Y no precisamente para bien. Se está alimentando un resentimiento sordo entre los periféricos y los centroeuropeos personificados en la canciller Merkel, quien se presta bien a esa caricatura de institutriz. El viejo modelo de la Europa de las transferencias está agotado, porque con el euro las transferencias corren el riesgo de ser ilimitadas y porque los elementos de disciplina interna han saltado por los aires. Era muy fácil controlar la cuantía y el destino de los fondos estructurales o de cohesión, pero es imposible hacer lo mismo con el dinero de apoyo a la balanza de pagos o del sistema financiero sin cambios institucionales que no se vislumbran por ninguna parte.

Lo cierto es que la crisis del pepino ha aflorado tres problemas políticos de fondo. Primero, Europa no acaba de funcionar y ha perdido cohesión interna y voluntad de cooperación. Será por la inanidad de sus líderes o por la complejidad y burocratización creciente de sus estructuras de decisión, pero el europeísmo no vende. La vieja bicicleta de Délors está parada y necesita bastante más que una puesta a punto. Segundo, el modelo descentralizado en temas de control sanitario no funciona ni en Alemania, un estado de larga tradición federal y sin problemas identitarios. Los problemas de coordinación y desinformación prevalecen sobre la cercanía; la competencia entre autoridades conduce inexorablemente a un exceso de intervencionismo. Y tercero, la reacción improvisada y violenta de la secretaria de Hamburgo es precisamente lo que le pedían sus electores, protección total sin reparar en costes. No sé por qué nos sorprendemos. Es exactamente lo que hizo la ministra española, ante la aclamación popular, en el caso de la gripe aviar y entonces nadie se preocupó por los costes de los productores mexicanos o asiáticos. Total, eran culpables por dejación y abandono. Es un serio problema de economía política: el que se pasa de frenada tiene premio, pero el que no llega es condenado al ostracismo.

La calidad democrática europea se resiente. Pero antes de sacar pecho, constatemos que en España no le vamos a la zaga. El gobierno exige rectificar inmediatamente el diccionario bibliográfico de la Academia de la Historia y el PNV se considera equidistante entre Bildu y el PP. Lo primero huele a censura, lo segundo es indigno. ¿Dónde se ha visto que el poder político le diga a los historiadores lo que deben o no publicar? Podrá expresar su desacuerdo y su malestar, pero los autores son dueños de sus opiniones que firman con su propio nombre. En puridad democrática, no puede el gobierno ni siquiera tomarse la revancha negando subvenciones comprometidas. Recuerden la que armaron esos mismos medios cuando un gobierno autonómico desprogramó la obra del ínclito Rufianes. La afirmación de Urkullu es dramática. Refleja la perversión moral a la que pueden llegar algunos nacionalistas y la estupidez en la que se han instalado. Pronto se darán cuenta de lo que significa ceder la Hacienda territorial de Guipúzcoa a los herederos de ETA. Que luego no vengan a pedirnos a los demás que les saquemos las castañas del fuego.


ABC - Opinión

Los amigos de ETA, a las puertas de los ayuntamientos vascos. Por Antonio Casado

Este sábado toca constituir los ayuntamientos y elegir alcaldes en los más de 8.000 municipios que salieron a concurso electoral el pasado 22 de mayo. Todo es posible en materia de pactos si ninguna fuerza cuenta con mayoría absoluta de concejales. Nada que objetar en dieciséis de nuestras diecisiete Comunidades Autónomas. Pero está la excepción vasca, determinada por la persistencia del terrorismo como impedimento de la normalidad democrática que se implantó formalmente en 1978.

Las objeciones, por tanto, están especialmente indicadas en el País Vasco, donde la sombra de ETA planea sobre la parte de Bildu que siempre simpatizó con la banda terrorista. O al menos nunca condenó expresamente sus violaciones del Quinto Mandamiento y el Código Penal. Sin embargo, un teórico propósito de la enmienda, aceptado por el Estado que ellos quisieran dinamitar (nunca tan indicado el realismo de la expresión, a juzgar por los antecedentes), ha servido para abrirles las puertas de las instituciones municipales y forales que forman parte de ese Estado.


A la espera de saber si su genérica condena de la violencia va en serio -eso sólo el tiempo lo dirá-, se disponen a gobernar con mayoría absoluta en 88 ayuntamientos vascos y navarros, algunos tan emblemáticos como Gernika (Vizcaya) y Ondárroa (Guipúzcoa). Además tienen posibilidades de gobernar en otros 25 donde la coalición fue primera fuerza aunque por mayoría simple, como en San Sebastián, por ejemplo, que va camino de convertirse en su joya de la corona.
«Una filosofía que irremediablemente tendrán que asumir también el PP y el PSE, lo cual abre el camino del poder municipal, donde no haya mayorías absolutas, a los cabezas de la lista más votada.»
Respecto a estos últimos (22 en Euskadi y 3 en Navarra), se hacen quinielas sobre posibles pactos y se procesan las intenciones de quienes voten sus candidaturas o acepten sus votos para imponer las propias. Lo primero está totalmente descartado en el caso del PP de Basagoiti y el PSE de Patxi López, que comparten una inequívoca voluntad de formar un cordón sanitario en torno a Bildu del que se ha descolgado el PNV porque “no aceptamos las políticas de exclusión”, dice Iñigo Urkullu.

En cuanto a lo segundo -¿quién está dispuesto a gobernar con los votos de Bildu?-, no se descarta que PNV y PSE puedan cambiar cromos, sobre todo en ayuntamientos pequeños, donde la cabeza visible de Bildu sea un militante de Eusko Alkartasuna o de la antigua Izquierda Unida del País Vasco. Y totalmente verosímil que, en algunos casos, candidaturas del PNV o del PSE en lugares donde fueron primera fuerza logren la alcaldía con los votos de Bildu aunque estos no hayan siso solicitados.

Lo que está claro es que, salvo cambios de última hora, no habrá pactos globales entre las fuerzas políticas vascas respecto a Bildu. Las negociaciones cruzadas estos días se han cancelado con la decisión del PNV de presentar y votar a sus propios candidatos, sin hacerle ascos a quienes quieran apoyarlos. Una filosofía que irremediablemente tendrán que asumir también el PP y el PSE, lo cual abre el camino del poder municipal, donde no haya mayorías absolutas, a los cabezas de la lista más votada. Y eso significa, entre otras cosas, que el próximo alcalde de San Sebastián va a ser el cabeza de lista de la coalición Bildu, en la que Juan Carlos Izaguirre figura como “independiente”. O sea, ni de EA ni de la vieja escisión de IU.


El Confidencial - Opinión

Jorge Semprún. La guerra ha terminado. Por Cristina Losada

Hoy, incluso, la muerte de Semprún, Jorge, permitía agregar capas al mendaz envoltorio. Cierto que él mismo se entregó a la impostura, como denunciaron su hermano Carlos y otros conocedores de su papel en Buchenwald.

Volví a ver La guerre est finie no hace mucho tiempo, es decir, en algún momento de los últimos diez años. Me pareció, la película de Resnais, una obra maestra, aunque ahora no pondría la mano en el fuego. El tiempo no pasa en balde. Tampoco había pasado en balde el tiempo en España entre la guerra civil y los años sesenta, y ése era el perturbador descubrimiento del que daba cuenta el guionista, Jorge Semprún, tras haber vislumbrado la fisonomía española desde su condición de agente clandestino del PCE, enlace y correo entre la dirección de París y la militancia del interior. Los periplos de Yves Montand en esa película minimalista representan el viaje entre el universo congelado del exilio y un país transformado, ya distante y ajeno a aquella Guerra, en la que todavía habitaban, petrificados, los comunistas y otras gentes del destierro. Era el sobrio viaje a la realidad.

Semprún y su partido percibirían la inutilidad de unas estrategias ancladas en códigos del pasado, fútiles intentos de derrocar a la dictadura mediante huelgas generales de improbable seguimiento y enorme coste. La guerra había terminado, realmente. El engaño y el autoengaño se dieron de bruces con una sociedad que empezaba a cosechar los frutos del progreso económico, se compraba el pisito y el seiscientos, y pensaba en las vacaciones en Torremolinos. Nada de lo cual impediría que el viaje de Montand-Semprún fuera un trayecto que sucesivos aluviones de la izquierda estarían –estaríamos– condenados a repetir, fuese en forma de tragedia o de otro género de menor carga dramática. Entrados los setenta, una miríada de grupos aún creía exultante no en que fuera posible la vuelta a la II República, vieja reliquia para el museo, sino la mismísima Revolución.

Faltaba la farsa y aquí está, en nuestro presente. De nuevo se proclama que la guerra no ha terminado, como en un viaje de vuelta a aquel planeta inmóvil en el que vivían las gentes del exilio y medraban los capos estalinistas. Pretende revestirse de recuperación de la memoria, pero es mera falsificación. Hoy, incluso, la muerte de Semprún, Jorge, permitía agregar capas al mendaz envoltorio. Cierto que él mismo se entregó a la impostura, como denunciaron su hermano Carlos y otros conocedores de su papel en Buchenwald. Y es bien triste que quien supo afrontar la realidad política y reflejar la experiencia con brillantez no fuera nunca capaz de afrontar la realidad más suya.


Libertad Digital - Opinión

La hora del patriotismo. Por M. Martín Ferrand

Vuelve a sonar la alarma de la desestabilización por la falta de reformas enérgicas y prontas en nuestro sistema financiero.

Cuando, todavía en el XIX, los editores de Financial Times, decidieron imprimir su periódico en papel color salmón pensaron, sospecho, en que el reflejo de la luz ambiente le aportara un toquecito de color a los semblantes empalidecidos por el susto de sus noticias. Hace algo más de un año, en febrero del pasado, el diario británico ya anunció que en España se gestaba «un drama potencialmente más grande» que el de Grecia y ahora acaba de valorar como «demasiado optimistas» los cálculos del Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero. Vuelve a sonar la alarma de la desestabilización por la falta de reformas enérgicas y prontas en nuestro sistema financiero y la parsimoniosa renovación de la contratación laboral, las pensiones y otras asistencias sociales. En ese orden de pensamiento, y en el marco más amplio y generalista de la oposición parlamentaria, Soraya Sáenz de Santamaría le ha acusado a Alfredo Pérez Rubalcaba, en su doble condición de presidente sustituto y de aspirante presidencial, que tiende a «supeditar los problemas de los españoles a su agenda de partido».

Como el sentido crítico nacional tiende a las cercanías y siempre estamos más dispuestos a darle un repaso a un vecino que a un alcalde y, mucho más, a un alcalde que a un Gobierno —nacional o autonómico, que en poco se distancian—, nos estamos insensibilizando ante una situación que es muy grave y que se complica más de lo debido por la falta de reacción enérgica de los correspondientes estamentos del poder político. El hecho de que las Autonomías campen por sus respetos, muchas veces animadas por la necesidad de apoyo que mantiene el equilibrio gubernamental, habla por sí solo. En los días de Zapatero la deuda autonómica se ha multiplicado por dos y buena parte de ese incremento está en curso. Ni tan siquiera los hocicos del lobo asomando por el horizonte contienen la capacidad gastadora y clientelista de los nuevos caciques que cursan con cargo al Presupuesto. ¿Hasta cuándo?

El año de agonía política que le queda al inconsistente Gobierno de Zapatero podría aprovecharse, puestos a no anticipar las elecciones y, menos aún, pretender un pacto de Estado que corte por lo sano, para que lo insano no siga creciendo y poder acometer medidas drásticas. A estas alturas de descrédito, ni Zapatero ni sus enanitos pueden hacer clientelismo y, en esas condiciones, es cuando resulta más posible y fecundo el patriotismo. Es el momento de pasar a la Historia en el epígrafe de quienes supieron ser impopulares y sacrificar su imagen (?) para hacer, y con resolución heroica, lo que le conviene a la Nación y nos demanda Europa.


ABC - Opinión

¿Por qué financiamos una banca que siempre castiga a los más pobres?. Por Federico Quevedo

No, no. No me he vuelto loco, ni piensen ustedes que esto es un alegato contra el sistema capitalista, por más que yo mismo crea que el propio sistema amenaza con naufragar en un mar de dudas sobre su existencia. No, de hecho creo que esta crisis tiene mucho que ver con la presión intervencionista de los estados sobre los sistemas financieros, con la manipulación de las políticas monetarias que han llevado a las entidades a comerciar con los tipos de interés como si se tratara de merluzas en Mercamadrid, consiguiendo ahogar a las familias y a las pequeñas empresas con créditos que ahora se vuelven cargas insoportables de llevar cuando resulta que los ingresos caen, cuando no directamente mueren como consecuencia del desempleo, que se ha convertido en un verdadero cáncer social que amenaza a la generación presente y a las futuras y nos sume en la desesperanza más profunda.

Estamos viviendo dramas que hace tan solo unos pocos años parecían fruto de la ensoñación, porque en esa época los bancos prácticamente iban a buscarte a tu casa con un crédito que te mueres bajo el brazo para comprarte un piso-coche-viaje-joyas todo junto, como si te acabara de tocar el Gordo de la Primitiva. “Pero si solo gano 1.000 euros al mes, ¿cómo voy a pagarlo?”. “No se preocupe”, te decían, “su casa avala, porque como va a seguir subiendo de precio usted será cada vez más rico”. Y una mierda. Ahora la casa de las narices vale la mitad y el tipo de los 1.000 euros se ha quedado en el maldito paro, y el banco le amenaza con el embargo de sus calzoncillos después de haberle quitado el coche, las joyas y hasta los recuerdos del puñetero viaje a las Quimbambas. ¡Ah! Eso sí, antes del embargo, el banco-caja ha pasado por la ventanilla del FROB para sanear sus cuentas, porque resulta que ellos también tienen problemas y no pueden devolver los créditos que han pedido en el sistema, pero a ellos en lugar de embargarles les ayudamos con nuestros impuestos porque, claro, ¡cómo vamos a dejar que se hunda un banco, narices!


Ya están ellos para ayudarse entre sí, los gobiernos, brazos armados de los Estados, que son los que han manejado a su antojo las políticas monetarias para impulsar un consumo desmedido que favoreciera un crecimiento irreal, y los bancos, beneficiarios de esas políticas y agentes en última instancia de la trampa mortal tendida por los gobiernos y las organizaciones que rigen los mercados financieros para que consumiéramos como posesos y así poder engrosar sus arcas vía impuestos los unos, y vía intereses los otros… Una conjunción perfecta de la más inmoral de las facturas que unos y otros han hecho pagar a los de siempre. Vale, sí, lo siento, me pongo en plan revolucionario, ¿y qué quieren? ¿No entienden los motivos para indignarse? ¿No comprenden por qué no funciona este sistema, que al final no deja de ser más que un maldito conchabeo de poder entre el político y el económico?
«Me indigna pensar que llevamos ya tres años financiando con sucesivos planes de rescate a la banca, dándole el dinero que sale de nuestros impuestos, no para que lo revierta en créditos y en ayudas a quienes verdaderamente lo están pasando mal, sino para limpiar sus propios errores y ayudar al Gobierno a limpiar los suyos.»
Pues a mí me indigna pensar que llevamos ya tres años financiando con sucesivos planes de rescate a la banca, dándoles a los banqueros nuestros dinero, el dinero que sale de nuestros impuestos, no para que lo reviertan en créditos y en ayudas a quienes verdaderamente lo están pasando mal y ahora no pueden hacer frente a sus deudas, sino para limpiar sus propios errores y ayudar al Gobierno a limpiar los suyos… O qué piensan que han hecho con nuestro dinero, ¿caridad? No, lo han invertido en Bonos del Estado para que a Rodríguez Zapatero no se lo comieran los mercados extranjeros, mientras el Gobierno y el Banco de España miraban para otro lado y se hacían los locos cuando se trataba de auditar las cuentas de bancos y cajas, la mayoría de ellos al borde de la quiebra… Pero, cuidado, no se equivoquen, la solución no está en nacionalizar lo que la experiencia demuestra que en manos de los políticos todavía resulta más desastroso porque une la corrupción a la mala gestión… No, la solución está, debió de haber estado, en dejar que cumplieran con su penitencia, en haber permitido que quienes no pudieran hacer frente a la situación de sus cuentas las rindieran ante los mercados y si estos, implacables, les hubieran la ayuda y el crédito, no habrían tenido más remedio que echar el cerrojo al negocio.

Y no habría pasado nada, porque para eso está el Fondo de Garantía de Depósitos y, sobre todo, porque para eso está el resto del sistema perfectamente capaz de absorber los despojos de quien ha entregado su cabeza a la causa del capitalismo socialdemócrata, que de eso se trata aunque les suene a ustedes raro. Mezcla de capitalismo y de intervencionismo, una combinación letal que nos ha llevado a la crisis más perversa del estado del Bienestar, hoy en el punto de mira por la imposibilidad de financiarlo. ¡Es esto lo que indigna! Podemos buscar mil formas de expresarlo, de explicarlo y de solucionarlo, pero la razón última está ahí, en la manera en que una casta de poderosos de la política y de la economía se ha repartido algo que era nuestro, que nos pertenecía y nos sigue perteneciendo, y que no es otra cosa que la causa de nuestra libertad.

Nos han privado de la capacidad de elección, la hemos sacrificado en beneficio de una innoble razón de Estado con la que han construido un sistema de equilibrios de poder a su medida y que en lugar de actuar en beneficio nuestro lo que ha hecho es llevarnos a una situación límite, dramática, en la que ahora nos vemos obligados a ceder buena parte de los derechos que habíamos adquirido durante todos estos años. Pues ya está bien, claro que hay razones para indignarse, para salir a la calle, para protestar, para elevar banderas aunque algunas nos parezcan equivocadas, pero que en el fondo son la expresión de un deseo profundo de cambio, de volver a tomar las riendas de nuestro destino como país y como ciudadanos libres para elegir más allá de las urnas cada cuatro años, porque de lo que se trata no es de elegir a quienes nos van a gobernar, sino las condiciones bajo las que van a hacerlo. Y las condiciones que regían hasta ahora ya no valen, se han quedado obsoletas, y los ciudadanos pedimos lo único que podemos pedir: cambiarlas.


El Confidencial - Opinión

Jorge Semprún. Federico Sánchez, In Memoriam. Por José García Domínguez

Luego, felizmente liberado y ya en España, Federico Sánchez acreditaría magistral pericia en las tareas de infiltración. Sabotear a los otros grupos clandestinos –como el FLP de Julio Cerón– que combatían a la dictadura.

Me dicen que ha muerto, y esta vez parece que va en serio, Federico Sánchez, un hombre que dedicó los mejores años de su vida a luchar contra las democracias, empeño que aquí, es sabido, suele mover a gran admiración y muy compungidos elogios fúnebres. Más aún si el difunto obedecía al canon sartriano del escritor comprometido; como Manolo Vázquez Montalbán o Fernando Vizcaíno Casas, por mencionar dos referencias canónicas del género. Ora apparatchik del PCE, ora fiscal acusador contra Marguerite Duras en el Partido Comunista Francés, estalinista siempre, solo la mugre del franquismo ayudaría a dignificar su biografía civil.

Que no, por cierto, el internamiento en el campo de concentración de Buchenwald. Peripecia llamada a alimentar esa leyenda hagiográfica suya si no fuera por un testigo incómodo: Stéphane Hessel. Sí, el de los indignados. Ocurre que Hessel, por entonces miembro de la Resistencia y también recluso, recuerda en sus memorias a los que allí ejercieron de kapos al servicio del nazismo. Y menciona nombres. Así, tal como ha reproducido Juan Pedro Quiñonero, escribe: "A partir de 1937, los comunistas asumieron la ‘gestión’ del campo [Buchenwald] [...] podíamos preguntarles qué podían hacer por nosotros, puesto que estábamos condenados. Nos respondieron que lo lamentaban, no podían hacer nada, reservaban su protección para sus militantes, como era el caso de Jorge Semprún, comunista español". (Citoyen sans frontiéres, Conversations de Stéphane Hessel avec Jean-Michel Helvig, París, 2008, pag. 77).

Luego, felizmente liberado y ya en España, Federico Sánchez acreditaría magistral pericia en las tareas de infiltración. Sabotear a los otros grupos clandestinos –como el FLP de Julio Cerón– que combatían a la dictadura, he ahí su suprema aportación a la causa. Sórdida labor en la que no le faltaría el apoyo de Nico Sartorius, Javier Pradera o un Enrique Mújica aún furibundo bolchevique. Todavía habrían de pasar muchos años hasta que perdiese el pulso que, junto a Claudín, le echó a Carrillo por el control de la organización. Y muchos más antes de recalar en el PSOE de González, estación término del viaje a ninguna parte que emprendió en 1941 con su ingreso en el partido. Fue ministro de Cultura, es decir, de nada. Que la tierra le sea propicia.


Libertad Digital - Opinión

El delfín expósito. Por Alvaro Delgado-Gal

«El presidente acumula mil razones para intentar mitigar el fracaso de su segundo mandato mediante alguna iniciativa redentora, espectacular. Estoy pensando en ETA, con la que nunca ha dejado de negociarse. Zapatero disfruta todavía de margen para cometer disparates».

HACE un año entró en liquidación instantánea el zapaterismo clásico, un centauro compuesto de dos piezas: gasto social de un lado, y militancia y bulla progresista del otro. La crisis y la pobre gestión del Gobierno deterioraron las cuentas nacionales y el centauro hubo de resignarse a ser solo una cosa, no importa si caballo u hombre. Quiero decir con esto que Zapatero no tuvo más remedio que echar el freno en materia social mientras seguía dándole al manubrio del progresismo en materia de igualdad, derechos de última generación, et alia. Las elecciones del 22 de mayo han dejado claro que el zapaterismo incompleto no funciona. El PSOE ha obtenido los resultados peores que se recuerdan, unos resultados verdaderamente estremecedores. Puede hablarse por consiguiente de una tercera fase: la descomposición integral. Descomposición porque Zapatero no va a repetir como candidato, y descomposición porque los españoles están hartos de zapaterismo, según se colige del sufragio. Estar moribundo, con todo, no equivale a estar muerto. Los moribundos son capaces de acciones defensivas y ofensivas, o, lo que es lo mismo, los moribundos se hallan todavía en grado de influir en el curso de los acontecimientos. El presidente continúa siendo presidente, conserva el cargo de secretario de partido, y dispondrá de amplísimos poderes de aquí al instante en que se celebren las próximas elecciones. Ello suscita algunas cuestiones obvias. La primera es si Zapatero va a permitir que, en el entretanto, Rubalcaba mande más que él. La segunda es si el candidato y el todavía presidente cultivan intereses conciliables. La tercera se inspira en lo que los ingenieros denominan «resistencia de materiales»: ¿logrará el partido soportar las tensiones que la recién inaugurada bicefalia está destinada a originar? Salta a la vista que estas preguntas son esenciales, en el sentido de que apuntan a factores que determinarán la suerte de los socialistas en las legislativas que vienen.

Persistiremos sin embargo en movernos en el vacío, en tanto no hayamos analizado con un mínimo de precisión un asunto previo, tanto en el orden lógico como moral: ¿por qué demonios no solo perdió, sino que se vino aparatosamente a tierra el PSOE el día 22 de mayo del año en curso?

La tesis de que el electorado de izquierdas ha castigado el recorte social es insuficiente. La caída en desgracia del partido gobernante deriva de una causa más honda. Obedece, más que al recorte en sí, al hecho de que Zapatero imprimió a su política un giro repentino del que no quiso hacerse responsable. Oficialmente, se nos dijo que la enorme rectificación se debía a la crisis, un acontecimiento cósmico y tan fatal en su trayectoria como la rotación de la Tierra alrededor del sol. Oficiosamente se divulgó el mensaje, mucho más letal, de que Obama, Merkel y compañía —unos señores a los que no hemos votado— habían conminado al presidente unas medidas que este estimaba incompatibles con su programa. A partir de ese instante, Zapatero dejó de gobernar en nombre de los españoles. El gran contencioso, por consiguiente, no pivota sobre la alternativa izquierda/derecha. Brota de una consideración infinitamente más grave: la de quién da las órdenes y con qué títulos. A esto, en filosofía del Derecho, se le llama «legitimidad». Zapatero se deslegitimó frente a los suyos —y no solo frente a los suyos— al asumir una política en que aparentemente no creía y que venía forzada por instancias sustraídas a todo control democrático. No se desprende de aquí, por supuesto, que existan alternativas a dicha política. Lo que sí existen son alternativas a un gobernante que carece de credenciales para aplicarla. Zapatero debió dimitir y convocar elecciones, que con suerte habría ganado una figura congruente con las exigencias que el nuevo momento reclama. Pero no dimitió. A la postre nos encontramos con que nadie nos ha representado desde hace un año. Los comicios del 22 han sido la respuesta popular a un dirigente que había ocultado su rostro tras una máscara adquirida en el baratillo internacional.

El déficit de legitimidad de Zapatero salpicará inevitablemente a Rubalcaba. El proceso sucesorio ha acusado los espasmos, fealdades e incoherencias que acompañan a las intrigas de palacio, sin que una sola idea, una sola noticia sugerente para los españoles, atenuara la sordidez de la refriega entre la vieja y la nueva guardia. Antes de que se produjese el batacazo, Zapatero había anunciado la celebración de unas primarias. La propuesta no gustó al vicepresidente. Rubalcaba deseaba desempeñarse como jefe de la oposición —su destino más probable— al frente de un partido compactado, y no como caudillo de la parte victoriosa en una lucha entre facciones. Es más: el vicepresidente solicitó el control del partido, y, por consiguiente, vara alta en la secretaría general. Sabemos más o menos en qué han ido a parar estas disidencias. Zapatero ha conseguido retener la secretaría sacrificando a Carme Chacón y dando sus bendiciones a unas primarias trucadas que, si Dios no lo remedia, Rubalcaba ganará por incomparecencia del contrario. La prensa ha hablado de dedazo. Y lo hay, aunque el dedo no lo ha estirado el presidente, sino el aparato del partido. Pero este matiz pesa poco moralmente. Delante de la opinión, y por la fuerza de las circunstancias, Rubalcaba es el candidato de Zapatero. Por lo mismo, Rubalcaba es el delfín de un monarca tronado que la nación quiere lejos de sí lo más pronto posible. Rubalcaba baja a la arena contagiado por la anemia perniciosa de su presunto valedor. No cabe arrancar… con peor pie.

¿Entonces? Entonces el interés personal de Rubalcaba pasa por apagar la fosforescencia infausta, el fuego de san Telmo, que en torno de su cabeza ha suscitado el presidente al imponerle las manos y sacramentarlo. ¿Se prestará Zapatero a la cancelación de sí mismo que conviene a su sucesor? Esta es, en realidad, la gran pregunta. A la postre, nadie puede obligar a Zapatero a no hacer uso de los instrumentos orgánicos y democráticos de los que aún es propietario. A nadie se le oculta que el presidente acumula mil razones para intentar mitigar el fracaso de su segundo mandato mediante alguna iniciativa redentora, espectacular. Estoy pensando, cómo no, en ETA, con la que nunca ha dejado de negociarse y que podría no ser ajena al lamentable y reciente episodio que ha dado matarile al Constitucional. Zapatero disfruta todavía de margen para cometer disparates. Rubalcaba, su subalterno y truchimán en los secreteos por la zona oscura, sería, si el asunto saliera mal, uno de los principales perjudicados.

En resumen: tanto la salud de Rubalcaba, como la del PSOE, como la de la nación, aconsejan un adelanto de las elecciones. Los argumentos para instar los comicios son abrumadores. Se reduciría la infinita capacidad de Zapatero para equivocarse, se expondría una superficie menor de los intereses comunes al chantaje nacionalista y se podría gobernar con superiores garantías. El naufragio de la negociación sobre la ley laboral ha demostrado lo insostenible de la situación. Un Gobierno virtualmente cesante transmite su interinidad a los agentes sociales y provoca la necesidad del decreto-ley, una medida que por definición reclama lo que no hay: un Ejecutivo fuerte y con capacidad de influencia moral sobre la población. Así no vamos a ninguna parte. Cuanto más se dilate la convocatoria a urnas, mayores son los estragos potenciales. Esto lo comprende cualquier socialista. Y, lo que es más importante, cualquier español, sea socialista o no.


ABC - Opinión

Pacto por la Sanidad

Los llamamientos recientes de Mariano Rajoy y de Duran Lleida a alcanzar algún tipo de pacto político para hacer frente a la situación crítica de la Sanidad deberían ser atendidos con urgencia por el Gobierno socialista. La radiografía del sector es sencillamente alarmante. Con una deuda superior a los 9.300 millones de euros, la Sanidad absorbe entre el 40% y el 50% del presupuesto de las comunidades autónomas. Algunas de éstas, como Andalucía, acumulan el 25% de la deuda total; y Castilla-La Mancha debe sólo por este concepto 506 millones de euros. Ni que decir tiene que la morosidad también está disparada y supone un pesado lastre para multitud de empresas proveedoras. Aunque la media nacional se sitúa en torno a los 400 días, hay autonomías que pagan a 600 días y más, como es el caso de Murcia, Valencia y Andalucía. Como es natural, cada gobierno regional es responsable de sus actos y si la gestión sanitaria ha desembocado en un callejón sin salida deberán asumir su fracaso y no endosárselo al Gobierno central o a misteriosas fuerzas del mercado. Casi sin excepción, todos los gobernantes autonómicos han afrontado la factura sanitaria sin rigor ni visión de futuro, sin responsabilidad ni coraje, seguramente porque es un terreno muy sensible y de altísimo coste electoral. Sin embargo, no son los únicos a los que hay que censurar duramente. Tampoco el Gobierno central ha sabido o ha querido liderar un plan coordinado para afrontar el problema, tal vez porque le interesaba más obstaculizar a las comunidades gobernadas por el PP. Pero así no se puede seguir. La Sanidad española está enferma y necesita de un tratamiento de choque consensuado para sacarla adelante. Con la salud no se puede jugar ni política ni electoralmente. Maniobrar para sacar ventaja partidista de un servicio tan vital para la sociedad es deleznable. De ahí que requiera un compromiso de todas las fuerzas políticas y sindicales. Las medidas necesarias no serán ni populares ni fáciles de aplicar. Es testigo de última hora Artur Mas, que ha emprendido una tímida reestructuración de la Sanidad catalana y se ha topado con una fortísima resistencia. Como en las operaciones médicas de alto riesgo, sobre todo cuando se ha tardado mucho en tratar al enfermo, no hay más remedio que intervenir con decisión. Habrá que evaluar sin demagogias si el copago es o no una fórmula inexorable; habrá que reestructurar un sistema que cuenta con medio millón de trabajadores y analizar su productividad; habrá que combatir con más energía y eficacia uno de sus tumores malignos, el absentismo, que alcanza los 21 días de baja al año por persona; habrá que sopesar el mantenimiento de costosas prestaciones; y, en definitiva, habrá que valorar otros modelos de gestión que, sin incurrir en la privatización, liberen a los hospitales y ambulatorios de la burocracia, la ineficiencia organizativa y el despilfarro. La tarea es gigantesca y resulta muy superior a las fuerzas de cada comunidad autónoma. Les corresponde a sus dirigentes y al Gobierno de la nación impulsar un pacto por encima de tactismos o cálculos electorales. En todo caso, lo que no tiene justificación alguna es permanecer con los brazos cruzados ante el desastre.

La Razón - Editorial

Un Gobierno rendido al inmovilismo sindical

Tanto el cierre de miles de empresas como la existencia de cinco millones de parados demuestran que empresarios y trabajadores están en un mismo barco encallado por culpa de un rígido modelo laboral que esta falsa reforma no viene si no a perpetuar.

Tras años de infructuoso diálogo social, el Gobierno acaba de presentar un borrador de la "reforma" de los convenios colectivos que, básicamente, no viene más que a mantener las rígidas características del actual modelo de negociación colectiva. Así, y con carácter general, el borrador establece un plazo máximo de 20 meses para la negociación de los nuevos convenios, durante los cuales empresa y trabajadores podrán ir adoptando acuerdos parciales para modificar algunos de los contenidos que se estén negociando. Ahora bien, si trascurrido ese plazo no hay acuerdo, las partes de la negociación en las que haya discrepancia y que no se hayan resuelto a través del arbitraje o la mediación se mantendrán tal y como establecía el anterior convenio colectivo.

A ello hay que sumar el hecho de que las empresas sólo podrán distribuir de manera irregular un 5 por ciento de la jornada laboral, rigidez que tampoco aliviará, sino más bien acrecentará, la creación de un nuevo órgano burocrático, como es el Consejo de Relaciones Laborales y de Negociación Colectiva o la concesión de rango de Ley a las disposiciones de las comisiones paritarias formadas por sindicatos y empresarios.


Hasta la prioridad de los convenios empresariales sobre los sectoriales –único elemento que apunta a una mayor flexibilidad– queda muy desdibujada en el resto de este farragoso texto que hace muy complicado que empresas y trabajadores puedan llegar a un acuerdo y que éste se aplique al 100%.

Así las cosas, lo que sale claramente derrotado en el borrador presentado por el Ejecutivo es la flexibilidad a la que se supone iba dirigida la reforma. Los representantes del Gobierno, sin embargo, ya han presentado esta falsa "reforma" como un supuesto término medio entre lo que pretendían los sindicatos y los empresarios, pero lo cierto es que el gran beneficiado de esta farsa es el privilegiado inmovilismo sindical en detrimento de los derechos individuales, tanto de trabajadores como de empresarios. Tanto el cierre de miles de empresas como la existencia de cinco millones de parados demuestran que empresarios y trabajadores están en un mismo barco encallado por culpa de un rígido modelo laboral que esta falsa reforma no viene si no a perpetuar.

Zapatero se escudó durante años en el mal llamado "diálogo social" para no tener que gobernar. Rotas las negociaciones entre patronal y sindicatos, poco le importa ya a este Gobierno en funciones que este simulacro de reforma tampoco venga a atender las demandas de cambio en profundidad que le venía reclamando tanto la UE, como los expertos o el Banco de España. Lo único que le importa a Zapatero es ganar tiempo con el que aferrarse al poder, por mucho que se lo haga perder a los españoles y a sus posibilidades de recuperación económica.


Libertad Digital - Editorial

Zapatero desoye las advertencias

Si el Gobierno recurre al parche y no a las reformas debería, al menos, aceptar sus limitaciones y darles la palabra a los ciudadanos antes de que sea demasiado tarde.

LA mejor noticia para España en el informe de la Comisión Europea es que todavía es incluida en los estudios periódicos que realiza el ejecutivo comunitario, cosa que ya no sucede con Grecia, Irlanda, Portugal, Letonia o Rumanía, que son los países directamente intervenidos por los mecanismos de ayuda. La peor es que ese análisis está lleno de incógnitas e incertidumbres y traza una perspectiva demasiado incierta de las cuentas públicas españolas. La desconfianza es el peor enemigo de una economía y la economía española lleva demasiado tiempo enredada en una telaraña de susceptibilidad de la que no es ajena la situación política del Gobierno socialista. Bruselas es consciente de que el cambio en España es cuestión de meses y eso explicaría que muchas de sus recomendaciones se limiten a insistir, mantener u observar las políticas fiscales y de gasto que ya se pusieron en marcha (por exigencia de la UE, no debe olvidarse) sin dejar de subrayar y pedir una atención específica a los tres ejes que lastran la recuperación económica: el gasto de las comunidades autónomas, la reforma del mercado del trabajo y la ordenación de las cajas de ahorros.

Estos son los tres puntos en los que nos jugamos esa distancia, todavía levemente a nuestro favor, con las economías totalmente intervenidas, quebradas por el peso de la deuda y sometidas a dolorosos programas de austeridad de resultado incierto. Sin embargo, el Gobierno socialista sigue comportándose como si no tuviera más condicionantes que los elementos político-electorales a corto plazo y en lugar de afrontar decididamente la situación se empeña en actuar como si lo que le interesase fuera mantener las cosas como están. Pero la realidad es tozuda y camina en sentido contrario al del Gobierno, porque la economía española no puede seguir colapsada soportando el peso de casi cinco millones de parados. Los planes del Ministerio de Trabajo de sostener las tesis sindicales en la reforma de la negociación colectiva reflejan perfectamente esa incapacidad para hacerse cargo y paliar los problemas de los que pende el futuro de los españoles. Si el Gobierno continúa ignorando la necesidad de llevar a cabo reformas en profundidad solo por ponerle las cosas más difíciles al Partido Popular, entonces debería tener la decencia de ceder cuanto antes el timón y darles la palabra a los ciudadanos, antes de que sea demasiado tarde para todos.

ABC - Editorial