sábado, 25 de junio de 2011

De cómo en el Crack del 29 los ricos se tiraban por las ventanas. Por Federico Quevedo

Dicen los expertos que de todas las crisis económicas recientes que ha atravesado la humanidad, la que más se parece a esta por su intensidad y por su duración es la que se produjo entre la I y la II guerras mundiales, el famoso Crack del 29, aquella crisis que desató el pánico en la Bolsa de Nueva York y que afectó a medio mundo obligando a cambiar los esquemas de convivencia conocidos hasta el momento. De aquella crisis ya solo nos quedan muchos libros e imágenes, algunas muy duras como las de cientos de ejecutivos que habían hecho sus fortunas al amparo de los mercados y que de un día para otro perdieron hasta la camisa y se arrojaban por las ventanas de sus despachos al vacío.

Aquella crisis la pagaron por igual ricos y pobres, clases altas, medias y bajas, obreros y empresarios pero, sobre todo, la pagaron también las clases poderosas de la política y la economía. Nadie escapó a aquel ‘tsunami’ provocado por causas de diversa índole y consideración que condujo a la Gran Depresión de los años 30, precedente de la II Guerra Mundial. Nadie. Primero cayeron los ricos, y después los pobres. Quebraron los bancos, cerca de 9.000 solo en Estados Unidos, después las empresas y comercios y todo ellos se tradujo en elevadísimas tasas de desempleo.


La situación se extendió en 1931 al resto de las economías occidentales y prácticamente en todo el mundo se produjo un vuelco político, social y económico de una magnitud muy considerables, hasta el punto de que muchos europeos se echaron en manos de los movimientos fascistas de la época como revulsivo de la crisis, mientras que los gobiernos orientaron sus políticas económicas hacia el modelo keynesiano de mayor intervencionismo estatal -es la época del New Deal de Roosvelt- frente al ultracapitalismo que había prevalecido hasta ese momento.
«A diferencia de lo que ocurrió en aquel Crack del 29, da la impresión de que en esta crisis sigue habiendo algunos que, como se dice vulgarmente, se van de rositas.»
Casi un siglo después, volvemos a vivir una situación muy semejante, un crisis muy profunda que amenaza con conducirnos a una larga depresión económica a pesar de que algunos países como Alemania parezca que han superado la peor fase de la misma. Si leyeron ustedes el viernes el magnífico artículo que publicaba en este periódico Ignacio J. Domingo, y si no lo hicieron les aconsejo su lectura, se habrán dado cuenta de hasta qué punto la debilidad de la situación económica mundial es extrema y según Nouriel Roubini amenaza con sufrir una tormenta perfecta, es decir, una conjunción de factores que la conduzcan de nuevo a una depresión sin precedentes.

Lo cierto es que la mayoría de nuestros problemas no se han acabado, siguen estando ahí, y lo percibimos tanto a nivel local, en España, como a nivel internacional a la vista de los últimos acontecimientos. Todo parece pender de un hilo muy fino, muy sensible, muy delicado que amenaza con romperse al primer soplo. Y ese soplo puede ser igual la definitiva quiebra del estado griego que una nueva contracción del PIB estadounidense producto de la política fiscal de Obama, que el estancamiento de la economía China o la recesión japonesa por culpa del terremoto y el posterior tsunami. O el conflicto árabe, o una nueva crisis energética… Da igual, cualquier cosa o la combinación de todas ellas pueden actuar como la mecha que prenda el incendio. Pero, a diferencia de lo que ocurrió en aquel Crack del 29, da la impresión de que en esta crisis sigue habiendo algunos que, como se dice vulgarmente, se van de rositas. No la sufren, o la sufren muy poco, mientras que a la inmensa mayoría de los ciudadanos se nos están exigiendo unos sacrificios que empezamos a no ser capaces de soportar.

Entiéndase bien lo que quiero decir, porque yo no tengo ningún interés en que nadie se tire por la ventana, y como liberal que soy creo en la iniciativa privada y la defiendo. Es más, para que la inmensa mayoría pueda tener trabajo es muy necesario que esa clase de personas capaces de emprender aun a costa de su propio patrimonio tengan el marco adecuado para poder hacerlo. O, dicho de otro modo, para que los pobres dejen de serlo, tiene que haber ricos y el Estado debe favorecer que los haya. Pero es lógico también que cuando se pone de manifiesto que todas las estructuras sobre las que se asienta nuestro modelo económico, fruto de la combinación de los dos modelos surgidos precisamente de la Gran Depresión y que yo he llamado capitalismo socialdemócrata, se tambalean y eso afecta de manera directa a los ciudadanos, éstos se pregunten por qué, cómo hemos llegado hasta aquí y qué es lo que ha fallado. Y, sobre todo, se cuestionen la razón por la cual todo el peso de la crisis lo sufren ellos en dos direcciones, por un lado por la propia crisis en términos de pérdida de trabajo y de poder adquisitivo y, por otro, en la merma de derechos sociales producto de los ajustes presupuestarios.
«¿Por qué Merkel y Sarkozy gobiernan Europa a su antojo sin explicarnos a los ciudadanos las razones por las que nos ponen esos ‘deberes’?.»
Los ciudadanos no entienden de macroeconomía, ni tienen por qué entender, pero sí entienden de ‘su’ economía y ven cómo cada vez les cuesta más llegar a final de mes, cuando directamente no llegan ni al principio, y encima su gobierno les recorta los pocos asideros que tenían para agarrarse. Pero ellos, los ciudadanos, no tienen la culpa de la crisis y ven cómo sin embargo los que sí la tienen o tienen una responsabilidad importante en la gestación de la misma, no sufren de igual modo las consecuencias y no solo eso sino que, además, habiendo sido en parte responsables de la situación, ahora lo son también de su salida. Y eso, necesariamente, se traduce en indignación.

¿Qué respuesta se les da a los ciudadanos? Ninguna. Es más, se miente de manera consciente y constante. Si nos vamos al ejemplo griego, la mentira ha sido la causa principal de que el país se haya visto conducido a una bancarrota de la que nadie sabe todavía muy bien cómo va a salir. Y lo que ven los ciudadanos griegos es a un gobierno, el suyo, extremadamente débil e incapaz de superar la situación, y a otros gobiernos europeos, principalmente Alemania y Francia, que le exigen a Atenas que adopte medidas de ajuste extremadamente duras y que no van a sufrir los ciudadanos de Francia o Alemania, sino los de Grecia.

En España nos ocurre tres cuartos de lo mismo aunque la situación no sea tan grave, pero es evidente que al mismo tiempo que las autoridades de Bruselas alaban al Gobierno español por haber hecho los deberes, como se dice en esa terminología buenista que practican los burócratas de la UE, le exigen más ajustes, más recortes, más sacrificios en definitiva. ¿Por qué? Si estamos haciendo las cosas bien, ¿por qué hay que apretar más las tuercas? Y si hay que apretarlas, ¿por qué no nos dicen la verdad de lo que está pasando? Es mas, ¿por qué Merkel y Sarkozy gobiernan Europa a su antojo sin explicarnos a los ciudadanos las razones por las que nos ponen esos ‘deberes’? Aquí nadie explica nada, ni nadie asume su responsabilidad. Salvamos bancos de la quiebra, pero eso nos cuesta más déficit y, por lo tanto, más paro, sin que nadie se rasgue las vestiduras por ello.

Y qué querían que hicieran los ciudadanos, ¿resignarse? Era evidente que no, que en algún momento se iba a producir el estallido social. Yo no sé si esto tiene una salida fácil, pero lo que sé es que ninguna salida puede darse sin la concurrencia de los ciudadanos. El mayor error de nuestros políticos, de nuestras clases dirigentes, ha sido obviarles, creer que nunca se iban a despertar del letargo al que se habían entregado y que a ellos les permitía actuar sin asumir sus responsabilidades. Es evidente que no es así, pero si no se produce una rectificación en toda regla, podemos vernos abocados a una crisis todavía mucho mayor que la que se avecina porque hay un elemento con el que Nouriel Roubini no cuenta entre todos esos factores que él señala para anunciar la nueva Gran Depresión: que los ciudadanos digan “basta ya”, hasta aquí hemos llegado y las consecuencias de eso pueden ser hoy impredecibles.


El Confidencial - Opinión

El testamento. Por M. Martín Ferrand

Zapatero quiere pasar a la Historia y Rajoy aspira a una investidura imperial que difumine el dedazo de Aznar.

MIENTRAS los nacionalistas, tanto montan los arriscados vascos como los urbanos catalanes, rebañan la última gota de la alcuza presupuestaria española y venden su hazaña como servicio al común y contribución a la estabilidad (?), España se divide en dos grandes grupos, como siempre. Uno, el socialista no se para en barras para que José Luis Rodríguez Zapatero termine la legislatura yendo, como va, de ridículo internacional a esperpentos caseros. Deben de confiar en la fuerza de los milagros porque no es frecuente el espectáculo de un moribundo, aunque lo sea en términos políticos, que diga: «Cuanto más larga sea la agonía, mejor». El otro, el que se encarna en el entorno del PP, vive la obsesión contraria y, como si también creyeran en la hipótesis del gran milagro reparador de nuestra catástrofe colectiva, quieren tomar La Moncloa, como han hecho con las Autonomías y la mayoría de los Ayuntamientos, antes del plazo establecido.

En ese antagonismo insensato aparece la figura de Francisco Vázquez, varias veces y brillantemente ex, para proponer un «Gobierno de concentración nacional» capaz de abordar las grandes reformas estructurales que son necesarias para hacer posible la salida de la crisis. La propuesta de mi ilustre paisano, que demuestra una vez más los muchos peligros que acarrea dejar sin empleo ni ocupación a un hombre de talento, tiene sus visos de utilidad y sus ribetes de patriotismo; pero, aquí y ahora, parece inviable. En un país como el nuestro, de natural insolidario y con frecuencia despectivo, en el que los hermanos se pegan entre sí —literalmente— por el reparto de los cuatro euros y un bargueño que constituye la herencia de su padre, ya es difícil integrar grupos para la consecución de un objetivo común; pero, además, Zapatero quiere pasar a la Historia, la misma que quiere reescribir con letras grandes y Rajoy aspira a una investidura imperial que difumine el dedazo de José María Aznar y las carencias que han ido marcando sus astucias funcionales.

Hay que tomar medidas y tomarlas ya. Es decir, debe tomarlas el Gobierno de Zapatero con las ayudas y refuerzos que fueran necesarios. El recorte presupuestario capaz de enderezar en algo la difícil situación colectiva exige un toque de valor o, lo que viene a ser lo mismo, un cierre heroico de biografía política. Como no cabe suponer que el de León aspire a mucho más que una vejez tranquila con paseítos y picatostes al caer la tarde en algún lugar de la Avenida de Ordoño II, ésta es su gran oportunidad de hacer lo que debió cuando no quiso ver la crisis. No ha tenido programa, por lo menos que tenga testamento.


ABC - Opinión

Quiebra. Grecia juega con fuego. Por Emilio J. González

Los griegos están jugando con fuego si se siguen negando a aceptar las reformas que piden el FMI y la UE.

Quienes en Grecia creen que se puede jugar con los mercados, rechazando los ajustes que piden la Unión Europea y el Fondo Monetario Internacional para ir tranquilamente a una quiebra que alivie la carga de la deuda a que tienen que hacer frente los ciudadanos helenos, se equivocan de plano. Si hay una cosa que los mercados han dejado clara a lo largo de la historia, es que ellos cobran. A lo mejor tendrán que esperar décadas pero, al final, el país deudor acaba por pagar porque, hasta entonces, tendrá cerrado por completo el acceso a la financiación internacional, incluso a los mercados de divisas, y sufrirá lo indecible. Hasta la antaño peligrosa Unión Soviética, que hizo de la guerra contra el capitalismo una de sus principales divisas, tuvo que acabar por plegarse a las exigencias de los mercados y asumir la deuda generada por la Rusia Blanca durante la guerra civil que siguió a la revolución de octubre de 1917. Los soviéticos habían repudiado dicha deuda y los mercados actuaron en consecuencia hasta que cobraron. Con Grecia no va ser menos.

El Gobierno heleno, sin embargo, todavía podría pensar que si va a la suspensión de pagos, o a la quiebra, podrá beneficiarse de algo parecido a un Plan Brady y a una quita masiva de deuda. Y nuevamente se equivocaría. El Plan Brady fue una circunstancia excepcional, por varios motivos. En primer lugar, porque el problema que dio lugar al mismo, la crisis de la deuda Latinoamericana, afectaba a todo un continente, no a un solo país. En segundo término, porque los estadounidenses, que fueron quienes lo pusieron en marcha, en cierto modo fueron responsables de la situación al provocar la apreciación del dólar, divisa en la cual estaba denominada la deuda latinoamericana. Además, esa deuda fue generada, en la mayoría de los casos, por dictaduras militares, apoyadas por los propios Estados Unidos, y no por gobiernos democráticamente elegidos, lo que no es el caso de Grecia. En el país heleno los ciudadanos han votado libremente a quienes les han llevado al desastre con políticas muy próximas al socialismo real, que es lo que han querido los electores, y, por tanto, los griegos tendrán que asumir las consecuencias de sus propios actos. Es mejor que lo hagan porque si, finalmente, tienen que abandonar el euro, a los males propios de salida de una unión monetaria –hundimiento del tipo de cambio con la consiguiente mayor carga de la deuda en moneda extranjera, puesta en marcha de una nueva moneda, tipos de interés más altos, etc.– se unirían los propios de tener que abandonar también la Unión Europea, con la desaparición de las ayudas comunitarias y la caída de entre un 15% y un 20% de su comercio exterior, lo cual llevaría al país a la más absoluta ruina.

Lo dicho, los griegos están jugando con fuego si se siguen negando a aceptar las reformas que piden el FMI y la UE.


Libertad Digital - Opinión

Juegos con sangre y fuego. Por Hermann Tertsch

Siria no es como Libia un mero escenario de una matanza continuada. Es una bomba de relojería para una región.

El mundo se ha acostumbrado a la matanza ya habitual de los viernes en Siria en respuesta a las manifestaciones que piden la caída del régimen. Por eso muchos tienden a pensar que en esta tragedia ya no se trata más que de esperar a ver si ganan los unos o los otros. A ver si el presidente Assad, su ejército y su temible policía logran reinstaurar el orden del terror sobre una población que ha perdido el miedo a todo, incluida la muerte. O si por el contrario, el pueblo derriba al sátrapa. Pero lo cierto es que, siendo esa tragedia enorme, el potencial de violencia que se está acumulando en la frontera de Siria con Turquía es incalculable. Porque es una abierta provocación a Turquía que el ejército sirio practique operaciones de tierra quemada con la aniquilación de aldeas en su misma frontera. Con la consiguiente llegada de miles de refugiados a la provincia turca de Hatay, cuya capital es Antalya, la antigua Antioquía. Siria lleva semanas acumulando grandes fuerzas militares en una parte de su frontera con Turquía que data tan sólo de 1939 y que nunca fue reconocida por Damasco. La provincia turca de Hatay formó parte histórica de Siria desde tiempos romanos. En mapas sirios actuales sigue siendo tan siria como los altos del Golán. Y como en estos altos, ocupados por Israel, Siria podría estar tentada de provocar conflictos también en esta fronteras como maniobra de distracción del acoso al régimen por su propio pueblo. Sería una decisión demencial buscar un conflicto con el gigante militar turco. Pero muchas locuras se permite ya el régimen de Assad en su desesperada lucha por la supervivencia. Pruebas de la plena implicación del otro gran vecino, Irán, en la brutal represión siria, incorporan otra pieza peligrosa al tablero. Siria no es como Libia un mero escenario de una matanza continuada. Es una bomba de relojería para una región, donde todo se mueve.

ABC - Opinión

La bofetada. Por Alfonso Ussía

Una rotunda y dolorosa bofetada al civismo y el sentido común. La cadena y la medalla de oro. En la solapa izquierda un pin con el número de preso de Arnaldo Otegui. Entre sus acompañantes, dos de los más duros y perversos dirigentes batasunos, Echeverría y Permach. En sus manos, casi novecientos millones de euros. El arsenal puede considerarse asegurado. Ni una palabra de condena a la ETA. Nadie se condena a uno mismo. Y ningún indignado tardío. Ellos están para molestar a Esperanza Aguirre, Alberto Ruiz-Gallardón, Rita Barberá o María Dolores de Cospedal. ¡Qué casualidad! Todos del Partido Popular. Rubalcaba manejando los hilos de su último hallazgo. A propósito. ¿Quién sufraga los gastos de desplazamiento, de manutención y de mantenimiento de los indignados tardíos? ¿Los fondos reservados del Ministerio del Interior?

Una rotunda y dolorosa bofetada a la ciudadanía, a las víctimas del terrorismo, a sus familias. El sometimiento de seis individuos ha propiciado el retorno a los tiempos más oscuros de la libertad recuperada. España, al almacén de objetos inútiles. La Bandera en el trastero. Los etarras adueñándose de los espacios civilizados. Las policías locales a sus órdenes. Ni un solo indignado boicoteando los actos de relevo del poder cuando Bildu lo obtiene. Señor Rubalcaba, distribuya mejor y con más equilibrio a sus indignados. No está bien lo que hace. Envíese un centenar de ellos a los aledaños del Ministerio del Interior para que lo insulten aunque sea con la voz muy bajita. O al ministerio del Trabajo, o al de Economía y Hacienda, o la Presidencia del Gobierno. La gente empieza a dudar de la imparcialidad del extraño movimiento. El Gobierno socialista alcanza por su desastrosa gestión la cifra de cinco millones de parados, y los indignados la toman con el Partido Popular. ¡Hombre, don Alfredo! Mejor criterio y más equilibrio en la distribución de elementos enfadados.


La Razón - Opinión

PSOE. Genio y figura hasta la candidatura. Por Maite Nolla

Qué quieren que les diga: a mí me parece fatal que un político que aspira a gobernarnos utilice el Congreso para querer lucir unos chistes sin gracia y no para poner al Gobierno contra las cuerdas.

Con la situación que vive España, lo lógico es que el Congreso fuera un lugar inhóspito para el Gobierno. Enfrentarse a los asuntos tendría que suponer un continuo desgaste. Al fin y al cabo, gracias a este Gobierno Bildu administra más de un centenar de ayuntamientos y ostenta un poder político que jamás había tenido ETA por la acción y la omisión de todos los que podían hacer o no hacer. El Tribunal Constitucional arrastra un descrédito industrial. El Gobierno ni sabe ni puede ni quiere hacer nada y las reformas son una burla, contrarias a todo lo que deberían ser. Las minorías se ríen del Gobierno y del común de la gente. Tenemos que aguantar a tipos que nos sueltan un rollo sobre la conveniencia de las reformas y la necesidad de las elecciones anticipadas, para luego sostener al Gobierno a cambio de no se sabe qué competencias sobre relaciones laborales. Algunos políticos en algunas comunidades autónomas hacen como si la crisis no fuera con ellos. En esas mismas comunidades, las sentencias y las leyes no valen nada si un señor nacionalista decide que no valgan nada. Se ha dejado que la violencia tome la calle. Y añadan ustedes lo que quieran.

Pues estando así las cosas, resulta que a la portavoz parlamentaria del partido que gobernará en España en unos meses sólo se le ocurre hacer una y otra vez la misma pregunta absurda a Rubalcaba sobre su situación en el Gobierno y su compatibilidad con ser cartel del PSOE. Un tema que hasta para una tertulia es poco menos que un sobrero y que no importa nada a nadie. En esos asuntos Rubalcaba se defiende, se rebota y encima se pone grosero y faltón, y levanta a los suyos, deprimidos desde el 22 de mayo. Yo entiendo que a mucha gente la portavoz del PP en el Congreso le parezca estupenda y muy trabajadora, es más, comprendo que muchos no estén de acuerdo conmigo y que las sesiones de control les resulten vibrantes; pero, qué quieren que les diga, a mí me parece fatal que un político que aspira a gobernarnos utilice el Congreso para querer lucir unos chistes sin gracia y no para poner al Gobierno contra las cuerdas. Si el día 22 de junio de 2011, para una portavoz parlamentaria lo más importante es cómo colar un chiste del tipo "genio y figura hasta la candidatura", luego que no se quejen de lo que se dice de ellos. Así no se desgasta al Gobierno, se desgasta a la gente.


Libertad Digital - Opinión

Retirada. Por Ignacio Camacho

Un talibán moderado es un oxímoron, como el fuego helado de Quevedo, como la soledad sonora de San Juan de la Cruz.

ALGUIEN va a tener que construir a toda prisa un argumentario nuevo sobre la guerra de Afganistán. Después de diez años diciendo a la opinión pública que se trataba de combatir el terrorismo islámico y construir una democracia, los gobiernos occidentales han decidido salir por pies del avispero afgano dejando a los talibanes casi intactos. El casilo determina la ejecución de Bin Laden, que queda como una especie de hito simbólico: una percha sobre la que colgar alguna medalla victoriosa que justifique el toque de retirada. Nos vamos, pero la misión no está cumplida. Como tampoco en Iraq, por cierto.

En realidad, Obama no necesita ante su pueblo discursos alternativos: la presencia americana en Afganistán ha costado más de un billón de dólares que el Estado ha dejado de invertir en una economía en declive. Más las ayudas de reconstrucción. Y los muertos, claro, menos que en Iraq pero muchos en cualquier caso. Un gasto insostenible: demasiado coste, demasiado tiempo y demasiado cansancio. Han matado a Bin Laden y el americano medio ya tiene su dosis de revancha por las Torres Gemelas. Ya no hace falta el discurso sobre la «guerra justa» frente a la «guerra injusta». Basta con un repliegue en cierto orden para disimular las ganas de salir en polvorosa. Los afganos y su democracia han dejado de ser relevantes.


Para edulcorar la evidencia de que los vamos a dejar a su suerte, en manos de los mismos que mandaban allí antes de la invasión, los estrategas aliados han inventado el concepto de «talibanes moderados», supuestos herederos fiables de una presunta transición estabilizadora. No hay tales. Un talibán moderado es un oxímoron, como el fuego helado de Quevedo, como la inteligencia militar de Groucho, como la soledad sonora de San Juan de la Cruz, como el crecimiento negativo de los tecnócratas económicos. Una contradictio in terminis, una excusa piadosa. Los talibanes moderados lapidan a las adúlteras y cortan las manos de los ladrones. Occidente se conformará con que se trate de adúlteras y ladrones locales mientras sus nuevos socios no pongan bombas en nuestros aviones ni en nuestros supermercados. Que está por ver.

Ocurre que alguien podría preguntar para qué han servido los billones de marras. Y los muertos —España ha puesto algunos, bastantes— caídos en combate o en «misiones de paz». Y por qué si todo va a quedar más o menos como estaba antes hemos pasado tanto tiempo tratando de convencernos a nosotros mismos de que hacíamos lo correcto. La respuesta más lógica es que, de un modo o de otro, fuese lo correcto o no, hemos acabado perdiendo. Más o menos decorosamente, pero perdiendo. Nadie lo admitirá: la palabra derrota está en desuso en la política de la posmodernidad. Todo lo más, hemos reorientado la estrategia. El último que apague la luz. Si queda luz.


ABC - Opinión

El candidato acelera

El Gobierno dio carpetazo ayer a la reducción del límite de velocidad a 110 km/h. La guerra en el Consejo de Ministros por mantenerlo o no se saldó a favor del vicepresidente y ministro del Interior. Es evidente que el candidato socialista a la presidencia del Gobierno tiene infinitamente más peso que el resto de miembros del gabinete, y que sus intereses son determinantes en la política del Ejecutivo. LA RAZÓN informó el jueves en exclusiva de las serias discrepancias que mantenían Economía e Industria, favorables a prorrogar los 110 km/h, e Interior, decidido a que el límite volviera a los 120. Los argumentos de los primeros eran los mismos que habían sustentado la decisión que se implantó en marzo, fundamentalmente relacionados con el ahorro energético, mientras que Pérez Rubalcaba prefería una respuesta populista a una medida tan controvertida. El pulso tenía un dueño bastante claro.

La reducción de la velocidad arrancó marcada por la improvisación y ha finalizado en esa misma clave. Llegó sin un estudio económico riguroso que acreditase su eficacia, envuelto en una serie de previsiones abstractas y sin unos objetivos detallados y planificados con la seriedad debida y ha acabado con unas cifras oficiales de ahorro que no casan con la versión y los datos del sector de ventas de carburantes. Hemos pasado deprisa y corriendo de 110 a 120 km/h, lo que no es ni serio ni presentable y ofrece una imagen de este Gobierno que acrecienta la desconfianza. Pérez Rubalcaba, el puntillero de los 110, elogió ayer los resultados de la medida en estos meses y el ahorro de 450 millones en la balanza de pagos y justificó la decisión de ayer en el descenso del precio del barril de petróleo, que se había producido unas horas antes.


La realidad es muy diferente a la que el Gobierno y Pérez Rubalcaba han planteado sobre una iniciativa estéril, innecesaria y caprichosa, que sirvió no sólo para distraer la atención sobre asuntos de más calado, sino como guiño a una parte de esa izquierda española anclada y confundida en posiciones pseudo ecologistas y contrarias al desarrollo y al progreso. La ocurrencia de los 110 km/h no ha cumplido ninguna de las previsiones oficiales, porque su eficacia ha sido indemostrable y el ahorro energético, que resultó ser la mitad del anunciado, guarda relación con la crisis económica. Como dato, en enero, antes de que entrara en vigor la medida, el consumo de gasolina bajó un 10%. Aunque es cierto que se ha reducido la siniestralidad (9%), no lo es menos que se ha producido un descenso importante en el número de desplazamientos –en Semana Santa un millón y medio menos– y que ha bajado la velocidad media por las obras y los radares. Lo que nos ha quedado de ese freno a la velocidad que ninguno de los socios europeos ha imitado ha sido un gasto innecesario para unas arcas exhaustas. A los primeros 300.000 euros en pegatinas habrá que sumar ahora los casi 600.000 del cambio de las placas.

El episodio de los 110 km/h ha retratado los principios fundamentales del Ejecutivo socialista: gasto y más gasto en proyectos improductivos. Y también los planes de Pérez Rubalcaba, que está decidido a supeditar la acción de gobierno a sus estrategias como candidato.


La Razón - Editorial

Economías vulnerables

El crecimiento sigue siendo el desafío aun cuando Grecia cumpla las exigencias de la UE.

La condición de que sea el apoyo de todos los grupos políticos del Parlamento griego el que abra la posibilidad de ayudas financieras adicionales a ese país no ha despejado precisamente el horizonte de la crisis soberana de la eurozona. Las tensiones sociales en Grecia de ningún modo favorecen ese acuerdo nacional que la UE reclama y renuevan la vulnerabilidad de las economías consideradas periféricas.

Los ajustes en las finanzas públicas griegas son de todo punto necesarios, como lo es una mayor supervisión de las autoridades europeas y del FMI del cumplimiento de las obligaciones comprometidas. La experiencia avala ese celo supervisor, aun cuando transmita la impresión de excesiva cesión de soberanía. Fue el Gobierno del partido conservador, que ahora pone los obstáculos más importantes al acuerdo, el que incurrió en las anomalías contables que precipitaron la crisis de la deuda pública en la eurozona, con un número creciente de economías afectadas. La terquedad de esa formación política es ilustrativa de un tipo de actitudes que convendría alejar del panorama europeo cuanto antes.


La ausencia de la más mínima solidaridad por parte de la derecha griega se añade a las torpezas y mala gestión de esta crisis por las autoridades comunitarias y los Gobiernos de las principales economías. A los mercados de bonos les empieza a inquietar, casi tanto como las probabilidades de quita en el principal o de aplazamiento de vencimientos de la deuda pública, la confusión en que está sumido el propio Gobierno de la eurozona.

Es ahora en el sistema bancario italiano donde, tras los anuncios que hicieron ayer las agencias de calificación de riesgos, se abre un nuevo frente de la crisis financiera europea. La permeabilidad entre finanzas públicas y sistemas bancarios es elevada en la eurozona. Incluso en economías con poca deuda pública en términos relativos, como es el caso español, la debilidad del crecimiento económico se convierte en el factor que puede minar la solvencia de los operadores bancarios.

Las economías que menos crecen y más desempleo han generado sufren también los ajustes presupuestarios más severos. Se están imponiendo reducciones adicionales en la demanda agregada que dificultan seriamente la recuperación del empleo. También de la solvencia privada y de la pública. El saneamiento de las finanzas públicas es imprescindible, pero su concentración en poco tiempo y en un contexto de manifiesta debilidad de las economías no favorece precisamente el objetivo perseguido. La elevación de las primas de riesgo es general en las economías consideradas periféricas, que son las que menos crecen. Poco importa que en algunas de ellas, como la española, se hicieran hace un año ajustes significativos y ahora igualmente se reduzca ese techo de gasto público no financiero que incorporarán los próximos Presupuestos Generales del Estado. Los mercados saben que sin crecimiento no se pueden pagar las deudas. Y en economías en las que la política fiscal y la sobrerregulación bancaria erosionan aún más esas probabilidades de expansión, las deudas tendrán que aplazarse sin remedio. Lo que fundamentalmente cotizan los mercados con ese diferencial máximo que sufre la deuda pública española es la dificultad para superar el anémico crecimiento.

El drama griego debería ser igualmente aleccionador para los dos principales partidos políticos españoles. A pesar de las notables diferencias entre ambas economías, el deterioro de la eurozona puede complicar aún más la recuperación de España. La ausencia de acuerdos mínimos que afiancen la solvencia de las Administraciones públicas cotiza mal y empobrece a las empresas y a los ciudadanos españoles.


El País - Editorial

Se completa la infamia de Zapatero y Rubalcaba

Conociendo semejante trayectoria, a pocos les sorprenderá ahora que Garitano haya tomado posesión como diputado foral de Guipúzcoa insultando a las víctimas de ETA y homenajeando a Otegi.

La decisión del Tribunal Constitucional de enmendar la plana al Supremo y permitir que Bildu se presentara a las elecciones municipales no se tomó de acuerdo a criterios jurídicos, sino políticos. Las pruebas de que Bildu era una coalición de Alternatiba, Eusko Alkartasuna y, sobre todo, Batasuna –la marca electoral de la ETA– eran abundantes. Así lo habían recogido los informes policiales y así lo valoró con acierto el Supremo.

Sin embargo, el Gobierno de Zapatero y Rubalcaba ya había acordado que la banda terrorista estuviera presente en los comicios y que detentara tanto poder como le fuera posible (e incluso más, pues una semana después del 22-M, la Agencia Tributaria permitió que los batasunos pudieran acceder a los datos fiscales de todos los españoles). Y así ha sucedido: Bildu, es decir, Batasuna –es decir, la ETA– ha alcanzado las mayores cotas de poder de toda su historia gracias a la forzada inaplicación socialista de la Ley de Partidos.


Tan seguros estaban los herederos de Batasuna de que el Gobierno, a través de sus magistrados-títeres, les salvaría finalmente la papeleta, que en ningún momento fueron cuidadosos de ocultar su verdadera cara; ni antes ni después de las elecciones. Así, Martín Garitano, ex subdirector de Gara, ya había dejado constancia en numerosas ocasiones de sus ideas favorables a la banda. Incluso se negó, seis días antes de las elecciones, a condenar en televisión a los terroristas. Conociendo semejante trayectoria, a pocos les sorprenderá ahora que Garitano haya tomado posesión como diputado foral de Guipúzcoa insultando a las víctimas de ETA y homenajeando a Otegi (aquel "hombre de paz" que por supuesto jaleó la victoria de Bildu como un éxito propio de Batasuna).

Pero la ignominia de Garitano es sólo la última manifestación de la estrecha relación entre Bildu y la ETA de la que todos los ciudadanos hemos ido siendo conscientes. Cuando sus concejales amedrentan al edil del PP en Elorrio, cuando un etarra condenado ha sido contratado como portero del Ayuntamiento de Lizarza, cuando el último portavoz de Batasuna es recolocado como asesor del nuevo alcalde de San Sebastián, Bildu nos demuestra realmente quiénes son, qué fines persiguen y qué métodos mafiosos utilizan para ello.

Nada, por otro lado, que no supiéramos todos, incluido el Gobierno y sus jueces en el Constitucional. De ahí que la primera responsabilidad de toda esta infamia sea de Zapatero y de Rubalcaba. A ellos les tiene que agradecer la ETA tener más poder institucional del que jamás había soñado y a ellos les deberemos exigir cuentas todos los españoles.


Libertad Digital - Editorial

Ahora, a 120

El balance de aquella ocurrencia del Ministerio del Interior ha sido francamente negativo. No se puede legislar para salir del paso ni improvisar medidas que no hayan sido objeto de una reflexión suficiente.

EN pleno desbarajuste general, el Ejecutivo ha conseguido estropear también la imagen parcialmente positiva de la política desarrollada en los últimos años en materia de tráfico y seguridad vial. El Consejo de Ministros decidió ayer elevar de nuevo el límite máximo de velocidad en autopistas y autovías a 120 kilómetros por hora. Según el vicepresidente, ministro del Interior y portavoz (además de candidato), la medida «transitoria» ha permitido ahorrar 450 millones de euros al compensar la subida coyuntural del precio del petróleo, ahora a la baja. Sin embargo, este supuesto ahorro resulta muy discutible. Para empezar, toda ocurrencia tiene su precio, ya que las pegatinas costaron en su día 230.000 euros. Además, Hacienda ha perdido dinero por el descenso en el consumo de carburante. Los automovilistas denuncian el estrés que produce conducir más pendientes del velocímetro que de las incidencias en la carretera. Mucha gente ha preferido buscar medios de transporte alternativos a causa de la evidencia de los retrasos en los desplazamientos de media y larga distancia. En fin, la seguridad en las carreteras no ha mejorado y, por el contrario, han crecido las multas por descuido en el cumplimiento de una norma tan restrictiva.

Así pues, el balance de aquella ocurrencia del Ministerio del Interior ha sido francamente negativo. No se puede legislar para salir del paso ni improvisar medidas que no hayan sido objeto de una reflexión suficiente. Las contradicciones saltan a la vista. Si la reducción del límite a 120 era eficaz en términos económicos y de seguridad, ¿por qué ahora se elimina? Si no lo era, ¿por qué se introdujo al amparo de argumentos que ya no sirven? Los experimentos, mejor con gaseosa, porque no tiene sentido provocar un debate social y anunciar a bombo y platillo unas medidas que poco tiempo después quedan sin efecto. La imagen de los operarios despegando las pegatinas será otro símbolo de la improvisación permanente de un gobierno completamente desbordado por las circunstancias. Mientras tanto, las obras en vías públicas de máximo tránsito entorpecen la circulación, la DGT se enreda en disputas internas y, sobre todo, sigue pendiente un programa eficaz de educación vial que sería mucho más positivo que la multiplicación de sanciones con afán recaudatorio.

ABC - Editorial