lunes, 27 de junio de 2011

Prófugos de la Casa Usher. Por Gabriel Albiac

Es el modelo Pajín-Aído: venir al mundo con carné del partido en los pañales y sueldo de aparatchiki de por vida.

ESTO es el fin, muchachos. Hasta aquí hemos llegado. Ahora, se acabó el chollo. Como una desierta mansión a punto de desmoronarse, sólo criadero de telaraña y polvo, sólo oquedad donde la voz rebota sin respuesta, así es el Estado hoy en España: ausencia. No de Gobierno. No sólo. La ausencia de Gobierno es trivial y aun deseable. Siempre que los engranajes del Estado giren: así Bélgica, donde las cosas van tirando, si no mejor al menos no peor, al cabo ya de un año de interregno. El drama español nace de haber constatado hasta qué punto lo trazado en la transición era un no-Estado. Y cómo, llegado el momento de emergencia —único en el cual un Estado se hace de verdad imprescindible—, nada hay a lo cual echar mano para contener el desguace. No hay una sola articulación institucional que no cruja. Ni una norma legal que no esté supeditada al arbitrio voraz de los poderes locales. Y los lectores de Edgar Allan Poe se despiertan en un fiel remedo de la «Casa Usher», este edificio fantasmal que ahora agoniza con todos sus habitantes dentro. Y hay que evocar la brillantez cínica del más grande de los diplomáticos florentinos del Renacimiento: no es gran cosa que un país muera, todo en este mundo es efímero, las naciones también; lo fastidioso es que la nación se te caiga encima. Difícilmente sobrevive nadie a ese cataclismo.

Y todos huyen. Es bien lógico. ¿Quién podría reprochárselo? Moratinos se afanó sin exito en prolongar en la FAO la cadena de minuciosos desastres con los cuales contribuyó a hacer de un país que hasta entonces era Europa tercer mundo. Aído, de flamenco en hilaridad de género, va a desembocar ahora en una bonita sinecura de corrección política en la ONU. Puede caerse el Estado, ¿qué más da, siempre que el sueldo de quienes gobernaron sobreviva? La carrera de ministros, ex ministros y curiosos gerifaltes socialistas en busca de su Eldorado vitalicio no ha hecho más que empezar.

¿Cómo voy a reprochárselo? Los ciudadanos comunes hemos ido aprendiendo algún oficio o artesanía, mediante cuyo ejercicio ir ganándonos la pitanza. Lo fascinante de España es que –en apabullante porcentaje– los profesionales de la política jamás tuvieron oficio. Ni artesanía. En lo que al PSOE concierne, ese modelo se eleva a caricatura. Es el modelo Pajín-Aído: venir al mundo con carné del partido en los pañales y sueldo de aparatchiki de por vida. No es necesario ni que aprendan a hablar. La analfabetización de la política —que es el rasgo más diferenciador de la era Zapatero— nace en eso: el angelismo, que nos llevó a la ruina y a la voladura del Estado, es la variedad pura del infantilismo. De in-fans: el que no sabe hablar, el iletrado. ¿Por qué sonríe el ángel? Porque es bobo. No hay misterio.

Un ejército de ganapanes socialistas se ha quedado ya en la calle tras la derrota en autonómicas y municipales. Un ejército aún mayor irá de bruces a la nada, cuando las elecciones andaluzas cierren la etapa de mayor corrupción clientelista en la España moderna. Nadie llorará por la bancarrota de pequeños concejales o falsos funcionarios, que vivieron sin dar jamás un maldito palo al agua. Hasta aquí llegó el mar, se acabó el chollo. Los de arriba, como siempre, ponen su cartera a salvo.


ABC - Opinión

Crisis política. Debate de la nación y 15-M. Por Agapito Maestre

¿O son acaso soluciones, basadas en la razón, las propuestas del 15-M? No lo creo. El 15-M es un movimiento primitivo. Elemental. Importante, sin duda alguna, pero sin futuro político.

Creo tanto en los resultados de las encuestas, sean del tipo que sean, como en los encargados de pagarlas; a veces, son muy respetables, y otras muchas, son despreciables. Las encuestas nos dan, en cualquier caso, materia para pensar la situación de un cierto "espíritu público" de los españoles. Tan importante como los datos de las encuestas son, pues, sus interpretaciones. Siempre es menester prestarles atención. Nos dicen cosas. Nos aportan información. Y también son engañosas; por ejemplo, una encuesta de Metroscopia para El País, publicada ayer, concluye que el movimiento del 15-M aún mantiene un amplio apoyo ciudadano. Político.

Supongamos que así sea. Demos por bueno que la mayoría de la población sigue compartiendo con los manifestantes del 15-M un sentimiento difuso de indignación contra el sistema político en general, y contra los políticos en particular. Demos por bueno que el 79% de los encuestados creen que los indignados tienen razones para protestar y, por eso, les apoyan. Demos, en fin, por bueno que la mayoría de los españoles, en proporción de dos a uno, culpan de los males de la política antes a los actuales líderes políticos que a la forma de organización de la democracia española.


¿Significan todos esos datos que nuestra sociedad esté muy preocupada por el debate político? ¿Quiere eso decir que los españoles creen que se pueden resolver nuestros problemas a través de la negociación y el acuerdo entre los diferentes agentes políticos? En fin, ¿quieren los españoles soluciones políticas, es decir, vías de resolución de conflictos a través de las instituciones actualmente existentes o, por el contrario, quieren que una instancia exterior a ellos les resuelva sus problemas? ¿Se preocupan sólo por su cuestión social o también incluyen en ella la cuestión estrictamente política?

Yo tiendo a pensar que los españoles, independientemente de su grado de politización y sus diferentes maneras de valorar la eficacia del actual sistema "democrático", están más preocupados por resolver sus problemas inmediatos que por buscar una instancia eficaz, una mediación de validez común, que pudiéramos llamar la institución política y democrática, capaz de poner un poco de orden, de razón, en el miedo que se ha instalado en la sociedad. En efecto, nadie puede creer en la política, cuando está muerto de miedo y terror. Los españoles, en mi opinión, están aterrorizados por la crisis económica y social y, por tanto, les cuesta pensar, o sea, buscar algunas estrategias racionales para salir de esta postración moral. A la general incultura política que dominaba nuestro país, propiciada por la casta política, se añade ahora el miedo provocado por la crisis económica.

¿O son acaso soluciones, basadas en la razón, las propuestas del 15-M? No lo creo. El 15-M es un movimiento primitivo. Elemental. Importante, sin duda alguna, pero sin futuro político. Democrático. En el mejor de los casos, lo del 15-M es una reacción sentimental, visceral, pero nunca un concepto, una razón, para solucionar el estado de miedo y terror que viven los españoles. Sería suficiente que los del 15-M, los próximos días 29 y 30 de junio, hicieran un genuino debate alternativo al estado de la nación, o sea, se tomasen en serio la nación española para que todavía alguien sensato, es decir, alguien que crea en la política, pueda tomarlos en serio. Sospecho que no lo harán, es decir, en vez de hablar de la nación, se dedicarán a despotricar contra el capitalismo tardío y a exigir que les den una vivienda y comida por la cara... Antes que vencer al miedo, lo extenderá por todas partes.


Libertad Digital - Opinión

Liquidación por derribo. Por José María Carrascal

¿Y a Zapatero, qué destino se le busca? Pues no hace falta buscarle ninguno, porque, en realidad, nunca lo ha tenido.

SÓLO les falta poner el cartel, que no es el de los saldos veraniegos, sino el de liquidación por cierre del negocio, aunque también pudiera ser por derribo. El Ministerio de Trabajo ha renunciado a crear un fondo para financiar los despidos, al no haber dinero para él, lo que deja sin contenido la reforma laboral, y Zapatero ha renunciado a los nuevos recortes que le piden Bruselas, el FMI y el propio Gobernador del Banco de España, por no hablar ya de los mercados. Esto es como arrojar la toalla, porque sin nuevos recortes y sin reforma laboral, no habrá forma de reactivar la economía ni de atraer inversores. Fin de era, en suma.

¿Qué es lo que ha inducido a un «optimista antropológico» como nuestro presidente a renunciar a toda esperanza y echar el cierre a su mandato? Imagino que habrán sido diversos acontecimientos ocurridos durante los últimos días, desde su participación en la cumbre de jefes de Estado y Gobierno de la CE, donde vio, no ya las orejas, sino los colmillos al lobo y su forma de hincarlos en Grecia, al percatarse de que las arcas españolas contienen sólo deudas. Aunque tengo para mí que lo que le ha hundido en la desesperanza es ver que su última carta, su postrera ilusión —que la llegada de Bildu a las instituciones vascas le permitiera despedirse con el galardón de haber conseguido acabar, aunque fuera solo formalmente, con ETA—, no se materializaba. Al revés, Bildu está mostrando en las instituciones el mismo talante desafiante y abrasivo que ETA en la clandestinidad. O sea, que como con el estatuto catalán o la crisis, había hecho las cuentas de la lechera.

¿Qué podía hacer? Pues bajar la persiana e intentar salvar a sus leales. No a todos, naturalmente, pues no hay tantos cargos disponibles, sólo a los más fieles. A Bernardino León, el diplomático estrella de la Moncloa, se le ha encontrado un puesto como enviado de la CE en el Norte de África, aunque renunciando a incluir la Península Arábiga, que los ingleses consideran suya. A Bibiana Aído, otro en la secretaría de la ONU para la Mujer, y se han gastado inútilmente un pastón intentando poner a Moratinos al frente de la FAO, cuando se veía que con un contrincante brasileño tenía todas las de perder. Mientras José Blanco, el más listo —¿o el único listo?— de todos ellos y ellas, ha renunciado a dirigir la campaña de Rubalcaba, para buscarse la vida por su cuenta en su tierra, Galicia, de la que espera ser algún día presidente.

¿Y a Zapatero, qué destino se le busca? Pues no hace falta buscarle ninguno, porque, en realidad, nunca lo ha tenido hasta ser por carambola presidente del Gobierno. Es puro viento, sombra, nube, mancha, espectro, por lo que le bastará volver a la nada de donde partió.


ABC - Opinión

Crisis política. Letal calma chicha. Por Emilio Campmany

El caso es que, desde que fueron las municipales y autonómicas es como si el tempo se hubiera frenado en seco a la espera de que sean las generales.

Hay ocasiones en que el tempo histórico de las naciones se acelera hasta el vértigo. Ocurrió en varias ocasiones durante la Transición, cuando el asesinato de Carrero Blanco, la muerte de Franco, la legalización del Partido Comunista, el 23-F. Ocurrió nuevamente durante la legislatura 1993-1996. Fueron meses en los que apenas hubo tiempo de poder estar informado de todo lo que ocurría. Daba la impresión de que algo parecido sucedería en la segunda mitad de esta legislatura que padecemos, a partir de mayo de 2010, cuando la crisis nos mordió los talones y Zapatero tuvo que empezar a hacer cosas que no quería hacer. El tempo se aceleró y empezaron a pasar cosas, la defenestración de María Teresa Fernández de la Vega y el ascenso de Rubalcaba, el decreto del estado de alarma, el harakiri de Carme Chacón, la sentencia del Tribunal Constitucional sobre la legalidad de Bildu, la aparición de los indignados... Todo ello rodeado de intensos rumores de anticipo de elecciones o dimisión del presidente del Gobierno. Y, de repente, pasan las elecciones municipales y llega la calma chicha. Ya no pasa nada, o casi nada. Y, sin embargo, la crisis política, lejos de resolverse, no ha hecho más que agravarse. El caso es que estamos empezando la semana del debate del estado de la nación y apenas sopla una dulce brisilla.

La encalmada, ¿es real o sólo aparente? Es posible que, a pesar de la ausencia de olas, en la profundidad, se estén combatiendo cruentas batallas políticas. O a lo mejor sucede que cada cual ha guardado sus armas hasta que pase el verano. O cabe que el calor haya sosegado las ansias de enredar. El caso es que, desde que fueron las municipales y autonómicas es como si el tempo se hubiera frenado en seco a la espera de que sean las generales. Nada se espera del debate de esta semana, entre otras cosas, porque carece completamente de interés lo que diga Zapatero. Tampoco se vislumbra que Rubalcaba permita que el Consejo de Ministros apruebe ninguna reforma que pudiera perjudicar su condición de candidato. De modo que, de aquí a las elecciones, apenas habrá reformas. Tampoco se barrunta que Rajoy vaya a soltar prenda de las medidas que a hierro y fuego tendrá que tomar si finalmente acaba yéndose a vivir a La Moncloa. Y el movimiento 15-M va perdiendo fuelle conforme se hace obvio que representa a la más rancia extrema izquierda.

Por eso, apenas hay con qué entretenerse que no sea especular sobre quiénes van a ser los ministros del primer Gobierno de Rajoy. De lo que he oído, lo único que no me gusta es la unión de Justicia e Interior en una misma cartera. Pero, con la que está cayendo, sería lo de menos. A ver si pasa pronto la agonía y nos ponemos a hacer lo que hace mucho tiempo deberíamos haber empezado a hacer.


Libertad Digital - Opinión

El experimento extemeño. Por Félix Madero

¿Podemos esperar algo del discurso de Zapatero, algo del de Rajoy? Me entretienen más los del 15-M.

LA democracia no debería parecerse a un chicle que cambia de forma a conveniencia del que mastica. No puede ser un sistema que valide la voluntad de los votantes en función de un interés particular. En realidad, reparamos poco en que la democracia nos urge y exige continuamente. Incluso creo que hace falta ser valiente para llamarse demócrata. Uno de los males que nos empequeñece como ciudadanos es que en España la democracia siempre da razones y oportunidades para sentirte aliviado, o sea un demócrata, mientras la maltratan en un muladar de palabras y acontecimientos de la que siempre sale tocada. ¡Democracia, cuántas tonterías se dicen en tu nombre!

Como ciudadano que gusta aceptar los rigores a los que democracia obliga no aplaudo el contradios político que se va a perpetrar en Extremadura. El que será su presidente, el popular José Antonio Monago, intentaba ayer en ABC echar una mano a los tres diputados de IU que lo sentarán en el Gobierno, y por eso dice que los rojos diputados (?) han aguantado muchos envites del PSOE. ¿Lo notan? Este es el mal, que al final sólo importan los envites de unos diputados contra otros. Personalmente eso que Monago llama envites me tiene sin cuidado, porque los únicos que me importan son los de los ciudadanos cuando votan. Y los ciudadanos son los que mandan, los que deciden, los que marcan un camino y los que finalmente hacen si lo desean el camino contrario. ¡Pero cuándo se van a enterar que los diputados y los aparatos de sus partidos que los colocan en las listas cerradas son personajes menores en esta función! ¿Cuándo? Si algo debiera inquietar a Monago son los envites de los votantes de IU que sin saberlo el 22-M lo estaban haciendo presidente; si algo le debe inquietar son sus compañeros de viaje, tan distantes y extraños; tan caprichosos, tan tramposos, tan lejos de una normalidad democrática que impida que el voto se pervierta y ponga en solfa al mismo sistema. Y callaría si el argumento de IU hubiera sido que el PP debe gobernar porque es la lista más votada. No estamos en eso. Estamos en un territorio en el que cursan con denuedo agravios personales, cuitas del pasado, y ajustes pendientes. La memoria que no cesa. Los electores cuentan poco. ¿Cuántos votos tendría hoy IU si el día antes de las elecciones hubiera dicho que sus papeletas llevarían a Monago al Gobierno? Para hacerse una pregunta así no hace falta ser valiente, serviría con un poco de dignidad.

El mismo día que el Congreso celebra el debate sobre el Estado de la Nación el movimiento del 15-M hará algo parecido en una asamblea en la Puerta del Sol. Me dicen que será una parodia y cuando pregunto por qué quien me pregunta calla. ¿Podemos esperar algo del discurso de Zapatero, algo del de Rajoy? Me entretienen más los del 15-M. Y en algo se parecen mucho: su valor irrelevante los hace perfectamente prescindibles.


ABC - Opinión

Una chapuza del Gobierno con freno (110) y acelerador (120). Por Antonio Casado

No se entendieron las razones del límite máximo de velocidad a 110 kilómetros por hora ni se han entendido las de volver a donde estaba hace cuatro meses ¿Por qué rectifica el Gobierno? Por haber constatado en la práctica que la medida era irrelevante. Ni buena ni mala, simplemente anodina. E incluso contraproducente -¿o habría que decir incoherente?- en función del objetivo oficialmente señalado. Se trataba de ahorrar. No de disminuir la cifra de muertos en la carretera, que fue una saludable derivada y por eso las asociaciones de afectados lamentan la rectificación. No el objetivo principal, aunque Interior se lo apunte al relacionar los 110 km por hora con la disminución de accidentes. Pero si se pone en valor esa relación, ahora sería incoherente volver a los 120 km por hora.

Aún así se vuelve porque, insisto, el objetivo declarado no era la seguridad en carretera sino el ahorro, por las subidas del crudo en los mercados internacionales. Esa fue al menos la justificación oficial de llevar la frenada al BOE y ahora el vicepresidente Rubalcaba cifra ese ahorro en 450 millones de euros que el Estado ha dejado de gastar. Habría que saber, como se ha dicho con toda lógica, si toda esa gasolina que se ha dejado de consumir, y de comprar, se ha debido al alivio de los motores (menos velocidad, menos consumo) o a que los conductores han usado menos el coche privado con una gasolina tan cara, como acreditan todas las estadísticas (tenemos a niveles de tráfico similares a los de 2005).
«Habría que saber si toda esa gasolina que se ha dejado de consumir, y de comprar, se ha debido al alivio de los motores o a que los conductores han usado menos el coche privado con una gasolina tan cara.»
La frenada ahorró en gasolina al conductor privado, que de todos modos ya estaba por ahorrar de su bolsillo sin que se lo dictaran desde el BOE. También es verdad que la frenada de hace cuatro años aumentó la recaudación pública en multas de tráfico, pero en proporción mucho mayor disminuyeron los ingresos estatales por impuestos especiales (alcohol, tabaco y gasolina). Lo reconoce indirectamente la vicepresidenta, Elena Salgado, cuando explica ahora, cuando se vuelve a los 120 kilómetros por hora, que va a aumentar la recaudación fiscal. Lógico. Aún así, que no esté tan segura porque el mayor consumo de gasolina a mayor velocidad del vehículo puede quedar sobradamente compensado por la persistente tendencia de las ciudadanía a dejar el coche en casa. Precisamente por razones de ahorro. Privado, se entiende. Por lo que cabe preguntarse dónde estaba entonces el supuesto ahorro público que aportaría la medida.

Tampoco las razones electorales explican la decisión cuando faltaban tres meses para las elecciones del 22-M, como algunos han sugerido ¿Qué rentabilidad electoral va a tener un decreto contra la libertad del conductor que, además, es el que le paga la gasolina y el impuesto por usarla?

El desenlace argumental de todo este galimatías es el peor que se le puede endosar a un Gobierno: incompetencia. Ni electoralismo, ni ahorro público (el privado no pasa por el BOE) ni seguridad en carretera. Simplemente, una metedura de pata no reconocida en el Consejo de Ministros del viernes, donde se anunció la vuelta a los 120 km por hora a partir del próximo fin de semana, coincidiendo con el primer gran éxodo vacacional de los españoles.

Digo que no se reconoció la metedura de pata porque al Gobierno le ha venido de cine el desembalse estratégico de 60 millones de barriles de petróleo decidido por la A.I.E. (Agencia Internacional de la Energía), con la consiguiente bajada a 9 euros menos por barril que cuando se decidió la frenada a 110 km por hora. Pero ustedes y servidor de ustedes sabemos que el barril volverá a subir inevitablemente a partir de julio, con las llegadas de los calores insoportables al hemisferio norte. Sin embargo, ya no se rescatarán las pegatinas de los 110 porque de los errores también se aprende ¿O no?, que diría Rajoy.


El Confidencial - Opinión

Crisis política. Del debate de la nación. Por José García Domínguez

Mañana martes, con ocasión del debate llamado de la Nación, tendremos ocasión de asistir a una exhibición gratuita de Politiqués a cargo de dos consumados virtuosos del género.

De antiguo es sabido que toda decadencia individual o nacional viene precedida por una degradación equiparable en el lenguaje. Sin ir más lejos, he ahí el entusiasmo desbordante que Twitter, ese triste viaje de vuelta a la era del telégrafo, suscita entre políticos y gacetilleros. A parejos efectos regresivos, el Tertulianés, argot gremial de los charlistas por oficio que tanto han estudiado Antonio Burgos y Amando de Miguel, no deja de constituir una variante, acaso la más chusca, del sesgo general hacia la disolución en el vacío de la semántica. Por algo, su muy exhaustivo arsenal de latiguillos y lugares comunes para sazonar en humo retórico cualquier majadería argumental. Desde el imprescindible "con la que está cayendo", hasta el inexcusable "poner en valor"; continuando, en fin, por el "fulanito se ha pasado veinte pueblos", otra muletilla que nunca ha de faltar en un repertorio del género ful que se precie.

Por lo demás, y como tampoco nadie ignora, su equivalente en la esfera institucional es el Politiqués. Una jerigonza también lejanamente emparentada con el idioma español que se usa con idéntica finalidad que el Tertulianés, a saber, no decir absolutamente nada recurriendo al mayor número de palabras posible. Mañana martes, con ocasión del debate llamado de la Nación, tendremos ocasión de asistir a una exhibición gratuita a cargo de dos consumados virtuosos del género. Dispóngase, pues, el lector a acusar recibo del "ustedes no generan confianza", la preceptiva apelación al pensamiento mágico que nunca ha de faltar en un soufflé verbal cocinado por Rajoy. La antesala, por cierto, del habitual "España no puede seguir así ni un día más".

Rutinaria diatriba apocalíptica a la que Zapatero, igual de previsible que su par, replicará con un compungido "lo que tienen que hacer ustedes es arrimar el hombro", vacuo soniquete siempre tan caro a los socialistas. Para, sin solución de continuidad, añadir que el Gobierno asume "el desafío" de emprender "las reformas estructurales". Otro clásico de ayer, hoy y siempre, el de las famosas reformas estructurales, asimismo imprescindible en tan vistosas faenas de toreo de salón. Huelga decir que, llegado ese momento procesal, el gallego, con ademán melodramático, habrá de exigir la muy urgente "flexibilización" de la economía. Y colorín colorado... hasta el del año próximo.


Libertad Digital - Opinión

Lágrimas de cocodrilo. Por Ignacio Camacho

No valen lágrimas de cocodrilo: nadie se puede extrañar ahora de que Bildu bildee ni de que Batasuna batasunee.

NADIE se puede extrañar ahora de que Bildu bildee ni de que Batasuna batasunee a sus anchas en sus recién conquistadas y amplias parcelas de poder en el País Vasco. La legalización no les ha concedido patente de corso pero sí capacidad suficiente para desafiar y poner en tensión a un Estado en el que no creen y al que consideran una prioridad combatir. No valen las lágrimas de cocodrilo: es ese mismo Estado el que ha abierto la puerta para que pasen sus enemigos en un ejercicio incomprensible de democracia estúpida. Y lo ha hecho antes de que ETA deje las armas, premisa esencial que sostenía la política antiterrorista cuyo incumplimiento permite a la banda erigirse en garante tutelar del poder recién ganado por sus continuadores y/o herederos.

El cúmulo de errores de cálculo, negligencias y egoísmos que ha abierto paso a Bildu lo vamos a pagar todos aunque no hayamos participado en él. Lo pagará en primer lugar el Partido Socialista de Euskadi, vapuleado en las urnas y basureado por los nacionalistas en sus negociaciones directas con Zapatero y Rubalcaba. Patxi López es ya un lendakari provisional, sin autoridad ni crédito, al que el PNV trata sin tapujos como un vulgar okupa transitorio de su feudo histórico. Y lo pagará, lo ha pagado ya, el Tribunal Constitucional, herido de gravedad por las consecuencias de su veredicto contemporizador que lo sitúa ante la opinión pública como causa primera —aunque sólo sea el instrumento—del catastrófico avance de los batasunos.


Pero también el PNV tendrá que hacer frente a la factura de su tacticismo. La idea de dejar gobernar a Bildu para que se queme con sus delirios hasta que los votantes soberanistas vuelvan al tradicional redil hegemónico constituye una apuesta suicida que traiciona su supuesta vocación de fuerza estabilizadora. El nacionalismo ha decidido hacerse corresponsable de la entrega parcial del poder a ETA, y eso equivale a volverse rehén de ésta. Ya les ha ocurrido dos veces y sólo una terquedad ciega, rayana en el instinto de autodestrucción, puede explicar la tercera.

La cuenta del fracaso recae además sobre las biempensantes élites sociales vascas que creyeron en la operación de maquillaje de Batasuna como una esperanzadora vía hacia la paz definitiva. Su seducción ante el enésimo canto de sirena del zapaterismo ha terminado en otro desastre del que ahora se lamentan cuando las ven las manos de Bildu en sus negocios y su Hacienda mientras las escoltas que el presidente les prometió innecesarias continúan vigilando sus vidas como sombras trágicas. Y, por último, vamos a pagar nuestra parte del siniestro escote los ciudadanos españoles, sujetos finales de la derrota que acaba de sufrir el Estado democrático. Sólo que la mayoría somos, junto a las víctimas nuevamente burladas, los únicos paganos de este fracaso que no tenemos en él parte de responsabilidad ni de culpa.


MEDIO - Opinión

Hagamos caso a los militares

La guerra en Afganistán no está ganada ni tampoco bien encauzada. El anuncio de una retirada general de las tropas internacionales, que arrancará en 2012 y culminará en 2014, ha espoleado a los talibán, que han recrudecido sus ataques, también en el marco de una ofensiva para intentar recuperar el terreno perdido en 2010 por el empuje de las tropas aliadas. En una dinámica de hostigamiento constante a nuestros soldados, los últimos ocho días han sido especialmente duros y el de ayer, trágico. El pasado 18 de junio resultaron heridos cuatro militares y un intérprete en un atentado. Ayer, las consecuencias fueron mucho peores. Dos militares fallecieron y otros tres resultaron alcanzados al verse afectado el blindado «Lince» en el que viajaban por la explosión de un artefacto de gran potencia al norte de Qala-i-Now, la capital de la provincia de Badghis, donde se encuentra destacado el grueso de las tropas españolas en el noroeste de Afganistán. Con el sargento Manuel Argudin Perrino, natural de Gijón, y la soldado Niyireth Pineda Marín, de Colombia, son ya 96 los militares de nuestro país muertos desde el comienzo de la misión en 2002. El 22 de junio, LA RAZÓN publicó en exclusiva que el Ejército de Tierra había reclamado 300 efectivos más para reforzar nuestro contingente en el país asiático ante la ofensiva talibán. El objetivo era reforzar la seguridad de nuestros militares en Badghis e igualmente desahogar a un contingente muy justo de personal y sometido a un esfuerzo y una presión de máxima exigencia. El Ministerio de Defensa rechazó el requerimiento. Además de su profesionalidad y capacidad de sacrificio, los militares españoles han demostrado que ni son caprichosos ni exageran los riesgos, y el devenir de la guerra les está dando la razón. No se trata de buscar culpables en España a una acción de guerra, pero sí de evaluar si el Gobierno está supeditando la razón y la seguridad de nuestras tropas en un escenario bélico a razones políticas. Defensa acertará si toma en consideración los análisis de los mandos, de los que conocen la operación y combaten por la libertad y la seguridad de todos en condiciones mejorables. Si no lo hace, tendrá que rendir cuentas y argumentar seriamente su política en Afganistán, lo que le cuesta hacer cada día más. Recordar hoy que el Gobierno se resiste aún a reconocer que España participa en una guerra abierta lo dice casi todo. Los planes de retirada apresurada de las fuerzas internacionales han agitado el avispero y resultan muy cuestionables no sólo por sus efectos a corto plazo, sino por lo que supondrán de fracaso internacional y de un ejemplo perverso para todas las fuerzas terroristas que quieren destruir Occidente. Esta desbandada se produce por razones de política interna de Estados Unidos y, por contagio, del resto de los países, pero está carente de cualquier justificación militar. La misión no está cumplida. Se abandona el campo de batalla porque la guerra está estancada y no estamos dispuestos a más sacrificios. Pero Occidente vivirá igual de amenazado y no nos sentiremos más seguros. Harían bien los gobiernos en meditar sobre las consecuencias geoestratégicas de abandonar a su suerte a una región clave, con Afganistán y Pakistán amenazados por el avance talibán.

La Razón - Editorial

La página que no pasa

Los talibanes responden a los planes de Obama con más muertos, entre ellos dos españoles.

El presidente de Estados Unidos, Barack Obama, pretende pasar página dando por terminada en 2014 la presencia militar activa norteamericana en Afganistán, lo que vale igualmente para el contingente español de 1.550 efectivos, y el resto de la fuerza occidental. Pero la insurrección talibán no se da por aludida, y apenas unas horas antes de que un sargento y una soldado -de origen colombiano- de las tropas españolas murieran ayer al estallar un explosivo al paso de su blindado, un atentado suicida al este del país causaba docenas de muertos. El pasado día 18, en una acción casi idéntica, cuatro soldados españoles resultaban heridos -dos de gravedad- y otro atentado, también suicida, se saldaba con nueve muertos en una comisaría de Kabul.

Desde el comienzo de la guerra en otoño de 2001, en que con engañosa facilidad el contingente occidental y sus auxiliares afganos derrocaban al régimen talibán, la fuerza norteamericana -que hoy cuenta con 100.000 soldados- ha tenido 1.500 bajas mortales, mientras que las tropas españolas han sufrido proporcionalmente una cifra muy superior de caídos con 96 muertos (81 en accidentes, 13 en ataques armados y 2 por causas naturales). Y a mayor abundamiento, hay una diferencia importante entre uno y otro caso. Los norteamericanos desempeñan una misión de combate como represalia por el atentado de las Torres Gemelas -septiembre de 2001- perpetrado por Al Qaeda desde su refugio afgano, y la OTAN, que incluye a la fuerza española, cumple una misión de estabilización y reconstrucción del país, por mandato de la ONU. Pero tan sutil distinción se les escapa a los talibanes que luchan contra el régimen del presidente Karzai -universalmente acusado de corrupción y manejo electoral fraudulento- y sus protectores occidentales.


El Gobierno español cuenta también con concluir su presencia militar en Afganistán en ese relativamente lejano 2014, pero sin que la tragedia sea mayor o menor por ello, este es un pésimo momento, tras la grave derrota del PSOE en las municipales y los golpes de la crisis económica, para hacer frente a las dos nuevas muertes. Voces de la izquierda -IU y BNG- piden la retirada inmediata de una misión que, tras el anuncio de Washington, cuesta defender, y el líder del PP, Mariano Rajoy, reclama, responsablemente, que se reconozca el valor y el servicio a España de los dos muertos. Suponer, sin embargo, como hace Estados Unidos, que la guerra está casi ganada y que toca volver a casa, es un ejercicio de voluntarismo para cortar la sangría. Y hay que cortarla, pero sin hacerse ilusiones.

Si la misión de la OTAN es de normalización política del Estado afgano y de reconstrucción del país, es evidente que lo que no se haya hecho ya, menos va a hacerse en un par de años. La ministra de Defensa, Carme Chacón, volaba anoche a Afganistán en un apropiado gesto. Pero es el calendario de regreso lo que hay que pasar cuidadosamente por el tamiz. Para que no haya ni un día de más.


El País - Editorial

Afganistán, una guerra sin norte

Lo que no es de recibo es que sigamos con el doble discurso de negar que estamos en guerra contra los talibán para así legitimar retrospectivamente la bochornosa campaña que la izquierda española hizo en contra de la guerra de Irak.

No podemos más que empezar este editorial dando nuestro más sentido pésame a las familias del sargento Manuel Argudín y de la soldado Niyireth Pineda, asesinados en Afganistán por un ataque talibán. Han dado su vida sirviendo a España y por ello es menester que todos les estemos agradecidos.

Ahora bien, cuestión distinta es por qué el Gobierno de Zapatero, en representación de España, ha enviado sus tropas a Afganistán. No lo ha hecho, desde luego, para librar ninguna guerra contra el islamismo, pues conocida es la postura pacifista del presidente e incluso de la ministra de Defensa, y notoria ha sido su desbandada de Irak, donde se libraba una guerra con idénticos objetivos. Ello por no hablar de que los socialistas siguen resistiéndose a emplear el término "guerra" para referirse a Afganistán.

Todo parece indicar que Zapatero envió primero al ejército español a Afganistán para reparar mínimamente su desacreditada imagen exterior tras retirar deprisa y corriendo las tropas de Irak, y que incrementó su presencia después para congraciarse con Barack Obama. Ninguno de ambos objetivos debería condicionar la política exterior y de defensa de un país serio donde el interés nacional primara sobre el interés personal de su presidente, pero en este caso, y para nuestra desgracia, sí lo hizo.


El caso es que, desnortados los fines de nuestra presencia en Afganistán, el desarrollo de las operaciones se encuentra viciado de raíz. Nuestros soldados se encuentran maniatados a la hora, no ya de defenderse, sino de atacar en primer lugar para evitar preventivamente ofensivas futuras. Una limitación que ni mucho menos se ve compensada por el hecho de que eventualmente se dote a nuestros soldados de mejores materiales y medios defensivos (como los modernos Lince); los talibán también son capaces de adaptarse a las nuevas circunstancias y de atacar con bombas de gran potencia que destruyan los blindajes, como trágicamente acabamos de comprobar.

Ahora que EEUU ya ha anunciado la progresiva retirada de sus tropas, convendría que nos replanteáramos cuál es nuestro papel en la zona. Si el propósito de mantener a nuestro contingente hasta 2014 no es defender las libertades occidentales de la amenaza islamista, sino contentar a Obama, deberíamos salir del país lo antes posible. Y si, por el contrario, llegamos a la certeza de que como miembros de la civilización occidental debemos estar en Afganistán, entonces habrá que permitir que nuestras tropas también puedan atacar a sus enemigos, por mucho que ello revuelva los instintos pacifista de la plana mayor del socialismo patrio. Pero lo que no es de recibo es que sigamos con el doble discurso de negar que estamos en guerra contra los talibán para así legitimar retrospectivamente la bochornosa campaña que la izquierda española hizo en contra de la guerra de Irak; no puede construirse una estrategia militar efectiva sobre la negación de la realidad.


Libertad Digital - Editorial

Muerte en una guerra perdida

El sacrificio heroico de nuestro soldados merecería que los afganos pudieran vivir en paz en el futuro. Lamentablemente, es poco probable que eso suceda.

La muerte de dos militares del Ejército español en unnuevo atentado en Afganistán certifica que lo único que ha conseguido el anuncio de la retirada de tropas de la OTAN ha sido envalentonar a los talibanes, crecidos tras el anuncio de los Estados Unidos. La decisión impuesta por el presidente norteamericano, Barack Obama, en contra de la opinión de alguno de sus más importantes generales responde al cansancio generalizado de la opinión pública, por más que políticamente se intentará justificar con el supuesto complimiento de las condiciones decididas por los aliados en la cumbre de Lisboa.

La verdad es que en Afganistán no hay ni un gobierno estable ni unas fuerzas de seguridad locales capaces de garantizar mínimamente la seguridad del país, ni es previsible que los haya antes de que en 2014 se complete la retirada de las tropas de la OTAN. La racionalidad operativa hubiera debido aconsejar mantener a medio plazo la presión sobre los talibanes, precisamente ahora que podían sentirse más debilitados tras la muerte de Bin Laden. Al revés, al iniciar esta retirada, Obama cree que escapa de una situación sin salida, cuando lo único que hace es certificar la extrema debilidad de Occidente y de su proyección defensiva, frente a los principales retos de la seguridad mundial. Aun siendo la organización militar más poderosa del planeta, la OTAN ha encontrado claramente sus límites en Afganistán, un país de 14 millones de habitantes sumido en la edad de piedra, y está a punto de tener que afrontar una situación parecida en Libia, escenario sobre el que no se puede invocar la lejanía. Un Afganistán sumido en la guerra civil y una Al Qaida que recupera terreno pueden hacernos lamentar esta decisión, que se toma sin haber logrado poner orden en el vecino Pakistán y sin tener en cuenta los efectos que la previsible evolución del conflicto tendrá en muchos países árabes en plena efervescencia democrática.

Los militares españoles no han podido hacer más. Su papel ha estado siempre limitado por los complejos desenfocados del Gobierno socialista, que, como otros socios de la OTAN, ha hecho de sus reticencias el principal lastre para que la operación hubiera logrado un mejor resultado, y, desde luego, mucho antes. El sacrificio heroico de los que han dejado allí su vida —los dos últimos, el sargento Manuel Argudín y la soldado Niyireth Pineda— merecería que los afganos a los que han servido pudieran vivir en paz en el futuro. Lamentablemente, es poco probable que eso suceda.


ABC - Editorial