martes, 12 de julio de 2011

Un poquito de PSOE. Por Edurne Uriarte

En nuestra cultura política se vota a los partidos y no a los candidatos, por mucha R que se ponga en los carteles.

LA principal novedad del liderazgo de Rubalcaba no es el giro izquierdista sino la sustitución total del partido por el líder, en unas dimensiones que superan a las del propio Zapatero. Su primer cartel electoral ha eliminado el logo socialista y ha reducido el nombre del partido a un tamaño que requiere lupa para su lectura. En su discurso personalista de 70 minutos del sábado, limitó las referencias al PSOE a un minuto, precedido de un «Y ahora os voy a hablar un poco del PSOE, pero sólo un poquito». Para proclamar, a continuación, su orgullo, menos mal, de ser socialista, y no como los de la derecha que nunca dicen ser de derechas.

Es esta novedad la que introduce el interrogante más interesante sobre el liderazgo de Rubalcaba, la comparación con el 2000 y los posibles logros del Rubalcaba personalista ahora frente a los del Almunia de partido en aquel momento. Entonces, y con una situación de depresión socialista parecida a la actual, si bien con unas encuestas de intención de voto no tan catastróficas, los socialistas achacaron una buena parte de la derrota por mayoría absoluta a las limitaciones de un candidato, Joaquín Almunia, a quien consideraban poco brillante y carismático. Ahora, Rubalcaba y los socialistas transmiten el mensaje de que, a pesar de la situación crítica de las expectativas electorales del PSOE, incluso podrían llegar a ganar pues tienen como candidato a un político brillante, extraordinario, como Rubalcaba.


Que Rubalcaba sea capaz de hacer realidad la anterior idea en forma de victoria o de una derrota por escaso margen no sólo determinará su futuro político, su capacidad para quedarse con el control del partido. Además, responderá a una cuestión de interés más general, la de la eficacia de la personalización de las campañas y la sustitución del partido por el líder en un sistema político como el español. A favor de la estrategia de Rubalcaba está el elemento obvio de que la imagen de la marca PSOE está en mínimos y, sin embargo, la imagen del candidato ha sido, al menos como ministro y hasta ahora, mucho mejor que la de la marca.

En contra de esa estrategia está todo lo demás. Y todo lo demás es que el español es un sistema político parlamentario y no presidencialista y que en nuestra cultura política se vota a los partidos y no a los candidatos, por mucha ZP y mucha R que se ponga en los carteles. Las estrategias de sustitución de los partidos por los candidatos, como la de ZP y ahora la de la R, derivan en una torpe imitación del sistema presidencialista americano y de la pueril idea de que la modernización de las campañas se logra ocultando a los viejos partidos y sustituyéndolos por los mensajes publicitarios impactantes, la ZP, la R, y los relatos personales de los candidatos.

En contra de la estrategia de Rubalcaba está también su propia persona. Su excesivo concepto de sí mismo, segundo elemento en el que también supera a Zapatero, y que le hace perseverar en la estrategia de anulación del PSOE a pesar de los adversos datos iniciales de unas encuestas que mantienen la misma distancia del PP con él como candidato. Y que lo llevan al riesgo de que el poquito de PSOE tenga como resultado final la nada de Rubalcaba.


ABC - Opinión

Dos nombramientos sin prima de riesgo: Blanco y Camacho. Por Antonio Casado

Antonio Camacho era la discreción y la eficacia en la trastienda del Departamento que acaba de abandonar Pérez Rubalcaba. Ahora lo seguirá siendo en el puesto de mando, siete años después del salto de la Fiscalía al Ministerio del Interior, de la mano de su amigo, el juez José Antonio Alonso, hoy portavoz parlamentario del PSOE.

Continuidad es la clave del nuevo salto de Camacho. Ahora de la Secretaría de Estado al despacho del ministro, con el mismo acceso a las claves de la lucha antiterrorista que ya tenía. Sobre todo las que aportan los servicios de inteligencia (CNI), decisivas durante los casi cinco años transcurridos desde que ETA reventó en la T-4 el llamado proceso de paz. Hasta dejar policialmente acorralada a la banda terrorista y en el punto de mayor debilidad en su siniestra historia.


Mayor calado tiene el segundo de los nombramientos anunciados ayer por el aún presidente, Rodríguez Zapatero, para tapar los huecos de la renuncia del candidato a sus cargos institucionales. El ministro de Fomento y vicesecretario general del PSOE, José Blanco, será en adelante la banda sonora del Gobierno. Sin abandonar su tarea en el Departamento de mayor poder inversor del Estado y sin restar calidad informativa a las ruedas de prensa posteriores a los Consejos de Ministros.
«La tentación es deducir un calculado alejamiento de la causa del candidato. Como si Blanco no quisiera ser compañero de viaje de Rubalcaba. Falso. De su boca sólo salen elogios hacia el candidato y siempre lo veremos sosteniendo la pancarta del “Hay partido”.»
Su nueva función ya estaba cocinada por el triunvirato (Zapatero-Blanco-Rubalcaba) cuando se hicieron públicos los nombres de Elena Valenciano (coordinación) y Jesús Caldera (programa) como máximos responsables de la campaña electoral de las generales. Al anunciarse que, en contra de lo que venía siendo habitual, Blanco no dirigiría la próxima campaña del PSOE, éste había aceptado ya el ofrecimiento. Me corrige el propio Blanco en agradable conversación telefónica y lo hago constar: “Lo que acordamos es que yo tendría un nuevo papel en el Gobierno después de la marcha de Rubalcaba, podía ser el de portavoz o pudo ser otro”.

La tentación es deducir un calculado alejamiento de la causa del candidato. Como si Blanco no quisiera ser compañero de viaje de Rubalcaba. Falso. De su boca sólo salen elogios hacia el candidato y siempre lo veremos sosteniendo la pancarta del “Hay partido”. Me consta un alto grado de sintonía entre ambos. Sin embargo, cuando la bifurcación de caminos entre Rubalcaba y Zapatero es un hecho (uno mira hacia la Moncloa y el otro hacia el Consejo de Estado), el número dos del PSOE ha decidido seguir con Zapatero en el Gobierno y no subir a asumir puestos de mando en la aventura del candidato.

Siempre ha estado vinculado a Zapatero y nunca dejará de estarlo. Eso es así. Y aparte de esa lealtad personal, nadie niega a José Blanco capacidad de trabajo y de diversificación de funciones. Ayer se pasó la tarde llamando por teléfono a directores y editores de los medios para ofrecer y requerir colaboración. La merece. Seguramente es el ministro de Zapatero más accesible a los periodistas. Y, junto a Zapatero y Rubalcaba, una de las tres cabezas por las que realmente ha pasado y pasa toda la información y toda la potencia decisoria de este Gobierno.


El Confidencial - Opinión

Rubalcaba. Un giro en Barrio Sésamo. Por Cristina Losada

No se esperará que Rubalcaba salga hecho un Milton Friedman, pero aparte del humo fiscal y del fuego del gasto público, junto al guiño a los indignantes, no se ve un remedo de aquel programa izquierdista del Laborismo.

Con rara unanimidad se ha calificado, en prensa de izquierdas y derechas, de "giro a la izquierda" el que pretendidamente ha dado Rubalcaba, lo cual significa, si un giro es un giro, que Zapatero está a su derecha e incluso en la mismísima derecha. Ignoro si esa posición es la que realmente corresponde al presidente, pero no es la que se ha jactado de ocupar a lo largo y ancho de su desempeño. Cosas más extrañas se han visto, pero lo cierto es que, frente a la querencia del saliente por ungirse sumo sacerdote de la Izquierda, el nuevo hombre del PSOE sólo pronunció una vez, durante todo su discurso, la palabrita mágica que para su antecesor equivalía a un "ábrete, Sésamo". Hacer ostentación de izquierdismo era la clave que abría la cueva del tesoro electoral y el conjuro que hacía aparecer esa mezcla de Barrio Latino y Barrio Sésamo que encandilaba a perpetuos adolescentes.

Unas propuestas fiscales que gravarían a los banqueros y a los más pudientes, permitirían justificar el lado izquierdo del mensaje, pero Zapatero empleaba la misma retórica e igual prometía quitarles a los ricos para darles a los pobres. Sin embargo, no fue en la política económica donde asentó el zapaterismo su imagen de "izquierdas", sino que lo hizo mediante reclamos como el matrimonio gay, el feminismo radical, el laicismo ídem, la reescritura de la historia y la deconstrucción de España. Su guía de referencia no era el Manifiesto Comunista, sino el catecismo del progre. Y sólo a ese manual ha sido fiel el presidente, mientras que de sus alardes obreristas en Rodiezmo tuvo que desmentirse de tal modo que hasta un artista de la incoherencia como él, renunció a volver a la campa.

El PSOE pierde votantes por la derecha y por la izquierda, circunstancia que le obliga a maniobras de equilibrio, pues atraer a unos, bien puede enajenar a otros. Y el horno tampoco está para evadirse de las urgencias económicas y ofrecer, a cambio, "nuevos derechos", el santo y seña de Zapatero, de cuyos talismanes ideológicos nada ha dicho su heredero. No se esperará que Rubalcaba salga hecho un Milton Friedman, pero aparte del humo fiscal y del fuego del gasto público, junto al guiño a los indignantes, no se ve un remedo de aquel programa izquierdista del Laborismo, conocido como "la carta de suicidio más larga de la historia". El candidato, a fin de cuentas, no es más que un funcionario de la política.


Libertad Digital - Opinión

Doble lenguaje. Por Hermann Tertsch

Ese ejercicio de equilibrio entre cortesía y franqueza se ha pervertido en el discurso público en hipocresía total.

«NEGARÉ haberlo dicho». Quienes se dedican en España a la comunicación, a la empresa privada o pública y desde luego a la política, oyen esta frase con frecuencia creciente. El interlocutor deja claro que la información, que te acaba de dar y asegura es cierta, no la ratificaría ante terceros. Y menos en público. Es una «verdad confidencial» de la que se invita a hacer uso. Pero se tiene otra para otros menesteres. Sucede con hechos y con opiniones. En esta realidad líquida del socialismo mágico en la que «las palabras están al servicio de la política», las opiniones cambian también según el destinatario, con versiones «informadas» en confidencia y otras «obligadas» para el consumo público. Las primeras tienen por objeto mantener la imagen del opinante como persona informada, inteligente y razonable en el círculo de confidencia, las segundas reafirman la «realidad oficial», confirman la lealtad al grupo propio y evitar por tanto reproches o represalias. Un ejemplo: personas que instantes previos al comienzo de un programa de radio están de acuerdo con una valoración o un pronóstico, discrepan airadamente del mismo una vez conectados los micrófonos en la emisión. Es el mismo personaje que demostraba en confidencia un perfecto sentido común el que pasa a defender públicamente lo indefendible, incluso el absurdo. Lo hace con absoluta naturalidad. La misma que mantiene cuando vuelve a coincidir con su rival dialéctico sobre la base del sentido común, nada más acabar el espacio radiado y de nuevo en confidencia. Nadie parece tener problema de coherencia íntima para saltar entre las dos realidades paralelas. Está claro que la vida en sociedad excluye la sinceridad radical e incondicional. Si dijéramos abiertamente lo que pensamos en cada momento de nuestros interlocutores sería inviable la convivencia, incluso en familia. Por eso y con buen motivo siempre ponemos límites a nuestra franqueza. Siempre hay una forma «cortés» y otra «sincera» de decirlo todo. Y si siempre utilizáramos una de ellas seríamos considerados simples, brutos o necios. Pero eso que en principio es un ejercicio cotidiano de equilibrio entre cortesía y franqueza en las valoraciones humanas y una confidencialidad básica fundamental en las relaciones de confianza, se ha pervertido en el terreno del discurso público hasta extremos que lo convierten en la hipocresía total. Todos los días nos desayunamos con declaraciones de políticos que afirman cosas que ellos y nosotros sabemos que no son ciertas. Y ellos saben que nosotros sabemos que no lo son. Y pese a ello nadie se atreve a romper el guión previsto e impuesto y a decir en público lo que no duda en decir en privado. Por miedo a represalias. Si pretendiera por el contrario expresar su realidad pública como realidad privada sabe que sería tomado por majadero por quienes le escuchan. Que tienen, a diferencia de los oyentes habituales de su realidad pública, poder de interlocución. Es uno de los fenómenos que más daño han hecho en estos últimos años al debate político y a la credibilidad en la política y los políticos. Escudados tras lo que algunos pretenden sea prudencia, se practica ese doble lenguaje que inunda el discurso político de nuestro país. Que no es sino la oficialización cómplice de la mentira. El clásico cinismo político, tan antiguo como las relaciones de poder y común en el mundo se ha desbordado aquí como sólo lo suele hacer en regímenes dictatoriales, en los que la expresión de la verdad es una amenaza que pone en peligro vida, libertad y patrimonio. Habría que preguntarse por qué en esta democracia el miedo ha pasado a determinar tanto las conductas. Y convertido la mentira en práctica común aceptada.

ABC - Opinión

Europa se resquebraja pero, ¿quién castiga a los responsables?. Por Federico Quevedo

Hace unos días en el informativo de Intereconomía la alcaldesa de Pioz denunciaba la situación en la que se encuentra su Ayuntamiento, a saber, ha heredado de la anterior corporación una deuda de 15 millones de euros que vienen a ser casi 5.000 euros por cada uno de los poco más de 3.000 habitantes de la localidad. Vamos, que no tiene ni para pipas. A la buena mujer solo se le ha ocurrido pedirle al Estado que intervenga el ayuntamiento y lo gestione hasta que la nueva corporación salida de las urnas pueda hacerse cargo de la situación. No es el único municipio en esas circunstancias, pero lo verdaderamente sorprendente es que eso haya ocurrido sin que nadie pusiera coto al dispendio, y más sorprendente todavía es que eso pueda ocurrir y nadie asuma la responsabilidad.

Una responsabilidad que debe ir más allá de lo político o, dicho de modo claro, conciso y concreto: el anterior alcalde de Pioz debería estar procesado penalmente. La razón es muy simple: los ciudadanos no elegimos a nuestros gobernantes para que nos conduzcan a un estado de semejante ruina que ponga en riesgo nuestro futuro. Y si eso ocurre porque resulta que la res pública se ha gestionado hasta el extremo de la incompetencia y con un absoluto desprecio a las normas básicas del bien común, no basta con una sanción en las urnas sino que ésta debe ir más allá e incurrir en el capítulo de lo penal aunque solo sea por una cuestión de decencia política y de ejemplo aleccionador para quienes les sustituyan al frente la gestión de lo público.


Lo del Ayuntamiento de Pioz es un pequeño ejemplo -aunque para sus habitantes sea muy grande- de lo que realmente está ocurriendo en toda Europa. En su día, nos vendieron la imagen idílica de una Europa unida en torno al euro, camino de su unión política, como si ese paraguas fuera además la cura de todos nuestros males y la garantía de que nunca más volveríamos a vivir los dramas de antaño. Y así fue durante un tiempo, mientras la economía funcionaba, pero aquello estaba sujeto con alfileres por lo que se ha visto después y ahora nos encontramos en una situación absolutamente dramática en la que esa Europa idílica en la que casi todos creíamos -porque nos creímos las palabras de sus gobernantes- se resquebraja y amenaza con llegar a su fin. Con un agravante: en el camino los ciudadanos hemos visto -estamos viendo- cómo nos hemos empobrecido hasta límites que nunca habíamos imaginado y cómo nos estamos endeudando por décadas y por generaciones para pagar los excesos de nuestros políticos, al tiempo que éstos nos recortan o directamente nos arrebatan derechos que creíamos consolidados.
«La reacción violenta de la sociedad griega al programa de ajustes de su Gobierno es perfectamente razonable, principalmente por ese principio básico que vengo exponiendo a lo largo de estas líneas: los ciudadanos no votamos a nuestros gobernantes para que nos conduzcan a vivir peor de lo que lo hacíamos.»
¿Y los ciudadanos les hemos elegido para esto? No, ni mucho menos. En ninguna parte del contrato, ni siquiera en la letra pequeña, estipulaba que elegiríamos a nuestros gobernantes para que nos arruinaran, ni siquiera se nos advertía de ese riesgo… Más bien al contrario; lo que se nos prometía era salud y bienestar inacabables… ¿Y quién corre ahora con los gastos? ¿Quién pagará la cuenta? Nosotros, honrados ciudadanos todavía estupefactos ante la que se nos está viniendo encima.

A nadie se le escapa, sobre todo después del día de ayer, que la situación es extremadamente grave. Parecía que después de haberse aprobado el segundo rescate griego la crisis de la deuda soberana se iba a relajar, pero también eso era una engañifa, entre otras cosas porque todo el mundo sabe que es absolutamente imposible que Grecia pueda pagar la deuda que está asumiendo con el resto de Europa, porque esa deuda estrangula su capacidad de crecimiento, y sin crecimiento es imposible generar los ingresos suficientes para poder liquidar ni tan siquiera los intereses de la misma. Y, ahora, en el punto de mira están España e Italia, ¿o es que alguien pensaba que esto se había acabado, que la machacona insistencia en que ni España ni Italia son Grecia-Portugal-Irlanda iba a calmar a los mercados financieros?

El discurso demagógico de Rubalcaba

No, pero los mercados no son los responsables de esta crisis, ellos simplemente se limitan a pescar en río revuelto. El río ya lo había revuelto antes una cadena de errores que inevitablemente iban a conducirnos a esta situación, empezando por el empeño de llevar a cabo una unión monetaria entre países con estructuras político-financieras tan radicalmente diferentes en algunos casos. El siguiente error ha sido no ver la profundidad de esta crisis y, un tercero, intentar ganar absurdamente tiempo a la vez que se buscaban parches para tapar las grietas en los estados y se intentaba poner a salvo de la quema a la banca, una de las piezas que más responsabilidad acumulaba en esta situación.

¡Cuidado! Con ello no pretendo dar por bueno el discurso demagógico de Rubalcaba, que no es más que pura patraña para intentar arrancar cuatro votos de la izquierda. No, miren, este asunto es mucho más grave porque afecta a las estructuras cívicas y morales sobre las que habíamos construido un modelo de convivencia que se antojaba bastante bueno. Todo eso ahora se ha venido abajo, y no sabemos a quién responsabilizar de esta situación porque a los únicos a los que podríamos echar la culpa siguen al frente del machito y, es más, nos imponen ajustes durísimos con la promesa de que esos ajustes terminarán por sacarnos del pozo en el que nos han metido. Pero, ¿por qué tenemos que creerles? ¿Por qué tenemos que pagar nosotros el ajuste y no ellos? La reacción violenta de la sociedad griega al programa de ajustes de su Gobierno es perfectamente razonable, ya lo dije otra vez, principalmente por ese principio básico que vengo exponiendo a lo largo de estas líneas: los ciudadanos no votamos a nuestros gobernantes para que nos conduzcan a vivir peor de lo que lo hacíamos.

Ponía al principio el ejemplo del Ayuntamiento de Pioz porque, en efecto, habrá veces en las que la responsabilidad de una situación así recaiga de modo casi absoluto sobre quienes han llevado a cabo esa mala gestión, y en ese caso, insisto, habría que modificar la ley para que pueda contemplarse la posibilidad de que eso incurra en un delito de tipo penal. Habrá otras veces, como ocurre ahora mismo en la situación que atraviesa Europa en general, y España en particular, en las que la delimitación de responsabilidades sea más complicada, porque intervienen otros factores que la condicionan, pero aún así los ciudadanos tenemos el deber y la obligación de exigirlas, tanto en el ámbito de lo público como en el de lo privado cuando sus decisiones erróneas nos hayan conducido a situaciones que no deseábamos. El engaño, la mentira, la ocultación de la realidad, no pueden ser políticas ni actitudes que escapen a un justo castigo proporcionado al daño que han infringido a la ciudadanía y a las deudas que nos han obligado a contraer.


El Confidencial - Opinión

Nuevo Gobierno. Los últimos de Filipinas. Por José García Domínguez

Por lo demás, Rubalcaba, un profesional en un país de diletantes y domingueros, sabe que ya nada se puede hacer. Alargar la agonía del Ejecutivo, habría de ser inútil; ahorrarle el trance, también.

Amén de blindar con el aforamiento ministerial al incierto Camacho, precaución que de poco le sirvió en tiempos a su ancestro Barrionuevo, la irrupción en escena del dúo Pimpinella es cuanto ha ofrecido de sí el parto de los montes de la remodelación. El Gabinete de los últimos de Filipinas dará el cante, pues, a dos voces. Templada, suave, susurrante y dulce como la miel, la de Salgado se dirigirá a ese ciego con una pistola que responde por "los mercados". Al tiempo, el verbo abrupto de Blanco, un timbre de suyo tan dado a los tonos hoscos, procurará reavivar las últimas notas de la charanga peronista.

Una soprano atenta a interpretar el libreto con arreglo con la más estricta ortodoxia para mayor contento del distinguido auditorio de la platea y los palcos. Frente a ella, un tenor presto a soltar el do de pecho a la primera de cambio, número circense de éxito siempre asegurado entre el público del gallinero. Los sociolingüistas lo llaman diglosia; los psiquiatras, esquizofrenia; los socorristas, flotador; y los entrenadores de baloncesto, los minutos de la basura. Sea como fuere, un alarde de funambulismo retórico que se sabe efímero por la muy extravagante mezcla tóxica de su fórmula magistral. Así las cosas, continúa abierta la querella bizantina a cuenta de si el cesante concederá adelantar las elecciones noventa días. O no. Ese asunto perfectamente baladí con el que aquí andamos entretenidos mientras las tres hermanas (Fitch, S&P y Moody’s) deciden si le dan la extremaunción a Europa. Y a nosotros con ella.

Por lo demás, Rubalcaba, un profesional en un país de diletantes y domingueros, sabe que ya nada se puede hacer. Alargar la agonía del Ejecutivo, habría de ser inútil; ahorrarle el trance, también. En cualquiera de los casos, la suerte está echada. Y lo único que resta a su alcance es tratar de controlar la sucesión, que todo quede atado y bien atado. Propósito que sin la argamasa del Poder se antoja misión casi imposible. Procede no olvidar al respecto que aquel ignoto culiparlante de León, Zapatero, no ganó congreso alguno. Los barones se lo hicieron perder a Bono, que es asunto distinto. ¿Adelantará Alfredo el cónclave del PSOE? He ahí la –única– cuestión.


Libertad Digital - Opinión

Un relevo sensato. Por M. Martín Ferrand

El nuevo Gobierno solo tiene de progresista la adscripción de Camacho a la Unión Progresista de Fiscales.

CON buen sentido, con el que le faltó en ocasiones anteriores, José Luis Rodríguez Zapatero ha recompuesto su Gobierno con prudencia, sin mayores gestos ni gastos. Se ha limitado a redistribuir las funciones del saliente Alfredo Pérez Rubalcaba entre tres veteranos de su equipo. Debe de ser que, como reza el título de la comedia de Manuel Bretón de los Herreros, liberal de pura cepa, A la vejez viruelas. Hasta Zapatero es capaz de aprender con la experiencia. Amortizar una vicepresidencia es, aunque solo se trate de un gesto, algo plausible y, como nos enseñaron los indios en las películas del Oeste, no resulta prudente cambiar de cabalgadura cuando se vadea un río. Elena Salgado ya trata de tú a sus equivalentes europeas y, aunque su talla política no sea grande, resulta gigantesca frente a la mayoría de sus compañeros de equipo, Manuel Chaves incluido. Antonio Camacho pasa, en términos hosteleros, de la cocina a la sala, pero sin dejar de sostener la sartén por el mango. Significa la continuidad y la certeza en Interior, algo deseable, y su pátina progresista está en la estética, más que en el fondo, del deseo presidencial. Con José Blanco en las funciones de Portavoz todos salimos ganando: Zapatero en confort y cercanía, el PSOE en concordancia y los demás, incluidos nosotros, los ciudadanos, en verosimilitud. El ahora candidato Rubalcaba parece sentirse obligado a demostrar su astucia de modo permanente y ello nos obliga a los cautos a someter a cuarentena las cosas que dice; pero el también titular de Fomento practica la elegancia de la sencillez y resulta, por elemental y llano, creíble.

Si, como predicaba Miguel de Unamuno, cuando se apuntó a la Unión Socialista de Bilbao, «el progreso consiste en la renovación», el nuevo Gobierno solo tiene de progresista la adscripción de Camacho, su nuevo titular de Interior, a la Unión Progresista de Fiscales. Tampoco le hace falta ir más allá por el camino doctrinal. La tarea que de él se espera es la de culminar y poner en funcionamiento las reformas del sistema financiero y del mercado de trabajo que, además del sentido común, nos vienen demandando Bruselas, el FMI y cuantas superestructuras operan en el delicado mundo de la economía y el delicadísimo del euro. Cabe suponer que es un Gobierno de cercanías, para llegar entero a unas elecciones anticipadas; pero, dadas las restricciones presupuestarias que neutralizan la actividad de sus abundantes miembros de menor enjundia y más escaso rango político e intelectual, puede también llegar a ese final de trayecto de la legislatura en el que le gustaría apearse al de León.


ABC - Opinión

Susto y sosiego. Por Alfonso Ussía

¡Vaya susto! No he sabido leer bien. He malinterpretado la noticia y durante unos minutos el cerebro se me ha vaciado. Eso, que hojeaba el periódico y he creído leer que Alfredo Pérez de Rubalcaba es el encargado de regenerar y ofrecer esperanzas al PSOE. ¿Cómo es posible?, me he preguntado sin hallar mi propia respuesta. Pero después del susto, y gracias a una atención en la lectura más concentrada, el sosiego me ha iluminado y ha dado paso a la alegría. No se trata de Alfredo Pérez Rubalcaba, sino de Alfredo Rubalcaba, sin el Pérez, que tiene que ser un primo o un pariente cercano. No me cabía en la cabeza que Pérez Rubalcaba, que ha sido el ministro de confianza de Zapatero y su vicepresidente, fuera el conejo de la chistera socialista. Pérez Rubalcaba llegó al Gobierno de Zapatero con un 8,3 por ciento de parados, y abandona el mismo Gobierno con el 21,9 por ciento de españoles sin empleo. No puede ser, por lo tanto, el que prometa arreglo alguno por haber sido uno de los principales desarregladores. Otra cosa es Alfredo Rubalcaba, su primo, que nada ha tenido que ver con la gobernación de España y ha surgido de improviso para empujar nuestro contento.

Rubalcaba es montañés, pero por la cercanía, hay ramas vascas del apellido. En Cantabria no conocen al primo. Me dicen que por la zona norte de Palencia, entre Nogales, Alar del Rey y Mave vivieron años atrás unos Rubalcaba. Y para completar la investigación, no puedo pasar por alto un dato fundamental. En Quintanilla de Escalada, Burgos arriba, localidad atravesada por el padre Ebro a punto de recibir las aguas del Rudrón, se empadronó en 1962 doña María del Dulce Nombre Ruiz Mañueco, viuda de Rubalcaba. Encaja perfectamente la cronología con la posibilidad. Este Rubalcaba que va a regenerar el socialismo en España puede ser perfectamente el hijo de doña María del Dulce Nombre, pero no me atrevo a asegurarlo porque en los periódicos y programas informativos de las radios y las televisiones no han aportado el segundo apellido del candidato socialista. Si se llama Alfredo Rubalcaba Ruiz Mañueco, es nuestro hombre.

Porque Pérez Rubalcaba no podía ser. Hasta aquí las bromas de mal gusto. El íntimo y más influyente colaborador de Zapatero no está capacitado moral y éticamente para decir que el Gobierno de Zapatero ha sido una gamberrada, y que de esa gamberrada él no ha tenido nada que ver. De ahí el susto inicial. El PSOE es un partido con decenas de miles de militantes, y por ende, con cantera para el futuro. Entre tantísimos, tiene que haber uno, al menos uno, lo suficientemente preparado para suceder a Zapatero sin sentir el agobio de la hipoteca de haber sido el fundamental colaborador de Zapatero. Es decir, un socialista que pueda pedir perdón por lo mal que lo han hecho los socialistas y prometer eficacia, honestidad y trabajo en el futuro. Si Alfredo Rubalcaba es ese joven sin pasados ni hipotecas, bienvenido sea, porque una sociedad democrática necesita la fuerza, en el poder o la oposición, de una izquierda europeísta y moderada. Alfredo Rubalcaba puede ser ese hombre portador de horizontes nuevos. Pero no Alfredo Pérez Rubalcaba, que es un político acabado, acosado por sus ayeres y responsable de que España haya caminado en los últimos ocho años rumbo a la quiebra y el abismo. Como broma de mal gusto, pase. Pero nada más. Ahora, que nos enseñen la foto de Alfredo Rubalcaba, y a ver qué tal.


La Razón - Opinión

Gabinete provisional. Por Ignacio Camacho

Zapatero ya no tiene en sus manos la decisión de agotar la legislatura. Su voluntad queda a expensas del candidato.

SI la remodelación del Gobierno tenía un mensaje que descifrar, su resolución ha dejado claro que estamos ante un Gabinete provisional retocado a la espera de la convocatoria de elecciones, y con el mando a distancia en manos del dimitido Rubalcaba. Zapatero era presidente interino desde el momento en que anunció su retirada, pero ahora lo es también en la medida en que ya no tiene en sus manos la decisión de agotar la legislatura. Su voluntad de cumplir los plazos queda a expensas de los intereses del candidato.

En realidad, le ocurre algo peor: su permanencia en el poder estorba a Rubalcaba, que debe cohabitar con ella como un lastre obligatorio. La gestión del presidente va a quedar bloqueada por las necesidades electorales, sometida al visto bueno de un aspirante que no puede arriesgarse a medidas impopulares propias de las circunstancias económicas y financieras. En esas condiciones su continuidad carece de sentido, puesto que no puede gobernar. La lógica de la responsabilidad debería conducir a la disolución de las Cámaras y el llamamiento a las urnas en otoño, pero Zapatero ya no es siquiera el dueño de los plazos y debe someterse a los planes de su heredero. Si Rubalcaba necesita tiempo lo tendrá a costa de un bloqueo institucional alarmante, y si le conviene adelantar las elecciones será él quien elija el momento. Su salida del Gobierno es un gesto cosmético de alejamiento formal en el que se reserva la capacidad de veto y una influencia determinante en la propia agenda oficial. Resulta significativo que su vicepresidencia de coordinación quede sin cubrir; la va a seguir ejerciendo desde fuera, a través de Ramón Jáuregui y con Blanco como portavoz de sus estrategias.


En términos objetivos la situación es de colapso del Estado, cuyos intereses quedan sometidos a la planificación electoral del Partido Socialista en un momento crítico de fase aguda: ayer se batió un récord de la prima de riesgo de la deuda y el horizonte financiero europeo se está complicando de manera inquietante. España se enfrenta a unos meses de extrema delicadeza con un Gobierno maniatado y un presidente degradado a figura decorativa que parece haber entregado sin resistencia todas sus potestades. La autoridad moral la había perdido hace tiempo; ahora ha renunciado también a la soberanía personal.

En circunstancias normales siempre sería preferible que Rubalcaba estuviese al mando; tiene más sentido, sensatez y cuajo que ZP. Pero ahora es sólo un candidato enfrascado en sus propias expectativas. Su única prioridad es levantar a un moribundo que no es el país sino su partido. La única salida posible de esta agonía son unas elecciones anticipadas que generen al ganador una nueva legitimidad y eviten que España se desangre por la herida de este desastroso vacío de poder.


ABC - Opinión

Una remodelación pactada

Rodríguez Zapatero abordó ayer su novena remodelación ministerial desde que llegó a La Moncloa en abril de 2004 –ha tenido más de una crisis de Gobierno por año, lo que no deja de ser significativo– sin mover apenas peones. Provocada por la dimisión de Alfredo Pérez Rubalcaba, que ya está volcado en sus labores como candidato a la presidencia por parte del PSOE, ha sido una reforma de perfil bajo: sólo un cambio para sustituir a Pérez Rubalcaba en Interior por Antonio Camacho. El actual secretario de Estado de Interior pasará a ocupar la cartera de este Ministerio hasta el final de la legislatura. Por experiencia, preparación, conocimiento del ministerio y cercanía a Rubalcaba, Antonio Camacho era el candidato más idóneo para ocupar Interior, por expresa petición de su antecesor. El resto de movimientos apenas tienen trascendencia, salvo la decisión –que Zapatero calificó como «sorpresa» para los periodistas– de que el titular de Fomento, José Blanco, sea también el portavoz del Ejecutivo. Como era más que previsible, y más en esta época que obliga a la austeridad, no ha habido un aumento de ministerios. Se reducen en dos las vicepresidencias pasando a ser ahora, la vicepresidenta segunda y Ministra de Economía y Hacienda, Elena Salgado, vicepresidenta primera y Manuel Chaves ocupará la vicepresidencia segunda. El mayor protagonismo de José Blanco responde a la necesidad de tener en la portavocía a un político experimentado, con cintura política, pero también contundente, que se maneja bien ante los medios de comunicación, además de ser una de las personas más cercanas al presidente. Sin embargo, el ascenso de Elena Salgado quizá no sea acorde a sus limitaciones.

Con este gabinete, Rodríguez Zapatero pretende, o eso al menos ha indicado, agotar la legislatura, algo que se nos antoja muy complicado. Ayer afirmó que esta remodelación responde al interés de mantener la estabilidad. Evidentemente, el presidente del Gobierno está en su derecho de elegir cuándo convocar o no las elecciones generales. Sin embargo, sus deseos se chocan de frente con la realidad. La citada estabilidad casa mal con la situación de bicefalia que viven ahora mismo los socialistas. Tanto Rodríguez Zapatero, en calidad de presidente del Gobierno, como Pérez Rubalcaba, como candidato electoral, pueden enviar mensajes contradictorios tanto a sus votantes como al país que pueden generar inestabilidad y una sensación de interinidad que sería muy perjudicial para España. Cabe recordar que reactivar la recuperación económica pasa por generar confianza en los mercados y en nuestros socios comunitarios y ésta puede verse mermada si desde el mismo partido que sostiene al Gobierno se oyen voces discrepantes sobre algunas de sus actuaciones.

España necesita un Gobierno sólido y no un Ejecutivo gastado y sin proyecto que, además, está sostenido por un partido en el que existe una bicefalia. Es imprescindible que el presidente del Gobierno dé un paso adelante y convoque elecciones anticipadas. Hay una recuperación económica que no entiende de calendarios electorales.


La Razón - Editorial

El euro, ante el precipicio

El desacuerdo sobre Grecia castiga a Italia, asfixia a España y amenaza con romper la eurozona.

La convulsión permanente de los mercados, que apenas deja una semana de tranquilidad entre un episodio de ataques a las deudas periféricas y el siguiente, está llevando a la eurozona al caos financiero y al borde de la ruptura. La crisis, mal gestionada por las instituciones europeas, ha dado un peligroso salto cualitativo al involucrar a países como Italia que tienen gran parte de la deuda en manos de residentes.

La primera consecuencia de ese agravamiento fue que ayer Europa vivió un lunes tenebroso, el peor sin duda desde la creación del euro, con una especulación desaforada contra Italia y España. La prima de riesgo española alcanzó los 336 puntos básicos y la de Italia superó los 300 puntos. Es una situación insostenible a corto plazo para la solvencia española y, sobre todo, para la italiana, que acumula un volumen de deuda del 120% del PIB. En España, la explosión de los intereses de la deuda asfixia cualquier recuperación, porque los gastos financieros consumen cualquier margen presupuestario, reducido de entrada por la obligación de controlar el déficit. El castigo a la deuda se traduce además en el desplome bursátil de los sistemas bancarios, objeto de una reforma cuyo destino fatal en estas circunstancias es el fracaso.


El euro está en este gravísimo aprieto porque las autoridades europeas son incapaces de llegar a un acuerdo para articular un plan de rescate que proporcione una cierta estabilidad financiera a Grecia durante los próximos tres años. Con España e Italia situadas en la diana de la especulación, los ministros de Finanzas, el BCE y toda la pléyade de instituciones que deben ponerse trabajosamente de acuerdo para salvar el euro (porque hoy ya es cuestión de supervivencia) no pueden demorar más la salvación de Atenas.

El problema es conocido. Grecia no puede devolver sus préstamos y necesita un nuevo plan de rescate que incluya una reestructuración de esa deuda; es decir, los acreedores de Grecia tienen que contribuir al rescate con una quita; para que esa reestructuración sea efectiva, las agencias de calificación deben aceptar que no es un impago. Una medida de mala gestión de las autoridades europeas es que anunciaron iniciativas antes de acordar con las agencias que la quita voluntaria no fuera considerada como default. El resultado de la torpeza (otra más) es una prima de riesgo insostenible y la certeza de que es más difícil cada día llegar a un acuerdo sobre Grecia (aplicable si llega el caso a Portugal e Irlanda) que aleje definitivamente la especulación.

Los acreedores de las deudas europeas (y quienes gestionan sus carteras) tienen una responsabilidad indeclinable en esta situación crítica. Reaccionan con histeria a síntomas menores y son reacios a analizar los fundamentos económicos de cada país. Pero lo que los inversores cotizan sobre todo (a la baja, por supuesto) es la pésima gestión de la crisis. La falta de un gobierno económico capacitado para tomar decisiones ha sembrado el desorden en las finanzas europeas, está invalidando los programas de ajuste de algunos países, pagados con recortes sociales (como el de España) y puede ser la causa de la desaparición del euro.

Para corregir este caos que provoca empobrecimiento y paro, Europa (léase Alemania, Francia, el Eurogrupo y el BCE) tiene que aprobar ya -sin esperar a septiembre, pues igual no se llega- el segundo rescate de Grecia con la aquiescencia de las calificadoras y transmitir el mensaje de que el BCE y el Eurogrupo tienen la capacidad para acabar con la especulación. No es momento de sutilezas, debates bizantinos y dudas metafísicas que castigan el crecimiento y el empleo. El sistema financiero tiene que ser consciente de que el BCE utilizará como garantía los bonos de todos los países del euro, sea cual sea el nivel de castigo recibido. Basta ya de parches.


El País - Editorial

Al borde del abismo

Nuestro Gobierno se ha endeudado sin medida y, como se niega a dejar de vivir por encima de sus posibilidades, sigue emitiendo deuda alegremente en el extranjero, unos bonos garantizados por un Estado que cada vez ingresa menos y gasta más.

Hace tiempo que batir el récord histórico dejó de ser una noticia para la prima de riesgo de la deuda española. Ahora es algo mucho más grave, es una espada de Damocles que se balancea incesablemente sobre la cabeza del Gobierno, y cada vez lo hace más deprisa. En la jornada de ayer este indicador clave, que informa a los inversores de lo confiable que son los títulos soberanos de un país, superó los 300 puntos básicos. A partir de ahí se disparó y llegó, al cierre del mercado, a tocar los 340 puntos.

Los dos países de la Eurozona que anteriormente habían rebasado la línea psicológica de los 300 puntos son Grecia y Portugal. Para ellos no hubo vuelta atrás. Ambos se encuentran hoy, meses después de cruzar esa línea roja, al borde mismo de la bancarrota: Grecia sostenida gracias a créditos de urgencia por parte del FMI y la UE, Portugal sorteando lo inevitable con un severo plan de ajuste que no ha hecho más que empezar.

Todo parece indicar que seguimos el camino marcado por griegos y portugueses. Nuestro Gobierno se ha endeudado sin medida y, como se niega a dejar de vivir por encima de sus posibilidades, sigue emitiendo deuda alegremente en el extranjero. El resultado es que los acreedores están empezando a perder la fe en el retorno de su inversión y penalizan las emisiones españolas. Es un mecanismo muy sencillo, al alcance de cualquier estudiante de bachillerato pero del que, a pesar de ello, el Gobierno de Zapatero no quiere darse por enterado.


Existe todavía una posibilidad –cada día más lejana– de evitar la quiebra o el rescate, que en el caso de España sería multimillonario y tal vez impracticable por su envergadura. Esta posibilidad pasa necesariamente por un programa de ajuste urgente que aminore drásticamente el gasto público, de manera que el Gobierno no precise de pedir fuera lo que no ingresa en casa. Este ajuste implica reformas de mucho mayor calado destinadas a liberalizar varios mercados domésticos como el laboral o el del suelo, así como racionalizar de una vez por todas el oneroso y ya imposible de mantener sistema autonómico.

Zapatero ha dejado claro que en los meses que le quedan en La Moncloa no quiere saber nada de reformas que podrían complicar la reelección de su partido. Pero el problema es de tal calibre que supera con mucho los miserables cálculos electorales que se trae entre manos para salvar los muebles tras una tempestad provocada por su absoluta inepcia en asuntos económicos. No le queda, pues, otra opción que irse, cuanto antes mejor. Convocar elecciones y, antes de que éstas se celebren, tranquilizar a los inversores emprendiendo un recorte generalizado en todas las partidas presupuestarias.

Hecho esto, que hablen las urnas y que, salga quien salga elegido presidente, haga lo que hay que hacer, un compromiso de Estado que puede resumirse en dos ideas: dejar de gastar más de lo que se ingresa y pagar lo que se debe. A partir de ahí, el nuevo Gobierno deberá ir cimentando los pilares de la recuperación que, borrachos de estatismo como estamos, habrán de pasar por más libertad, más sociedad civil y, sí, efectivamente, más mercado.


Libertad Digital - Editorial

Lo que queda del Gobierno

La gravedad de los problemas que acechan a la economía española es tal que este cambio de piezas dentro del Gobierno de Rodríguez Zapatero resulta irrelevante.

LA remodelación del Gobierno tras la salida de Pérez Rubalcaba va a pasar sin pena ni gloria política porque el problema de Zapatero sigue siendo el agotamiento de su crédito para dirigir el país. La coincidencia de los nombramientos de José Blanco, Elena Salgado y Antonio Camacho con la subida descontrolada de la prima de riesgo de la deuda española no es una mera causalidad ni un capricho del destino. Representa la postración de la economía española ante los mercados internacionales. De poco sirve señalar a Grecia e Italia como responsables de la jornada de miedo que se vivió ayer si, al final, España es tratada como uno más del pelotón de cola.

No hay argumentos para sostener por más tiempo esta legislatura. No aumenta la actividad económica, ni baja significativamente el desempleo ni mejora la confianza internacional en nuestras expectativas. La gravedad de los problemas que acechan a la economía española es tal que este cambio de piezas dentro del Gobierno de Rodríguez Zapatero resulta irrelevante y solo responde a esa dinámica perversa que ha instalado el PSOE entre sus problemas internos y las necesidades nacionales, por la que estas quedan sometidas a la solución de aquellos.


Pero, incluso analizando estos cambios desde la óptica socialista, el acceso de José Blanco a la función de portavoz del Gobierno abre una probable vía de contradicciones con los planteamientos del candidato Pérez Rubalcaba. Que Blanco no participe en la campaña electoral de su partido y, en cambio, sea el portavoz de Zapatero podrá responder a claves tácticas, pero aparenta una escena de cierto pugilato con el candidato socialista. Sea cual sea la explicación de este nombramiento, incluso la de que Blanco haga de enlace entre Gobierno y partido, parece evidente que a Pérez Rubalcaba no le conviene que un Ejecutivo así de plano y amortizado siga en activo durante nueve meses. No debería dudar de que el previsible empeoramiento de la situación económica va a hacer que se le transfieran las responsabilidades del Gobierno. Y cuanto más apele a sus fórmulas mágicas contra el paro, peor, porque esas recetas hacen falta ahora y no para el caso de que gane las próximas elecciones. Pasados los primeros momentos de la euforia impostada por los socialistas el pasado sábado, por la designación de su candidato para las elecciones de 2012, algo tan inapelable como la prima de riesgo de la deuda pública los devuelve a la realidad de que esta legislatura no da más de sí.

ABC - Editorial