sábado, 16 de julio de 2011

Desconfianza. ZP supone dos terceras partes de la prima de riesgo. Por Emilio J. González

La realidad es que la salud del sistema financiero sólo explica, como mucho, cien puntos básicos de nuestro diferencial de tipos con Alemania. El resto de los 330 puntos básicos no es más que la falta de credibilidad en nuestro país.

Si la banca española ya está realizando un esfuerzo muy importante de saneamiento, ¿por qué vuelve a subir la prima de riesgo de nuestro país después de que se haya conocido que de las ocho entidades crediticias europeas que no han superado los test de estrés cinco de ellas son españolas, y no precisamente de las más grandes, con la excepción parcial de CatalunyaCaixa? Porque, en realidad, el problema en España no es el sistema financiero, sino otro mucho más grave al que ahora se añade el de esas entidades que no han superado el examen.

Lo que de verdad temen los mercados es, en primer lugar, si en España, como en Grecia, no se habrá mentido descaradamente acerca de la verdadera realidad de las cuentas públicas. En estos momentos se sospecha que los ayuntamientos deben más de 35.000 millones de euros que no habían aparecido a la hora de calcular el déficit público del conjunto de nuestras administraciones públicas, por la simple y sencilla razón de que esas cantidades no se habían contabilizado ya que las facturas se habían guardado en los cajones. Y en las comunidades autónomas en las que el PP acaba de acceder al poder las cosas no parecen estar mucho mejor. En conjunto, y en una primera estimación, entre autonomías y corporaciones locales faltarían por contabilizar unos 40.000 millones, aproximadamente el 4% del PIB español.


En segundo término, los mercados empiezan a poner en duda la verdadera capacidad de pago de nuestro país. La economía apenas ha crecido en el primer semestre y, en contra de lo que vaticinó Zapatero en el pasado debate sobre el estado de la Nación, la segunda mitad del año se presenta muy sombría. Sin crecimiento, por tanto, el esfuerzo para pagar la deuda es muy importante. Éste se podría reducir sensiblemente si se empezaran a tomar ya medidas, como en Italia, para sanear los presupuestos y crear puestos de trabajo. Pero como el Gobierno no sólo no lo hace, sino que en cuanto tiene la menor ocasión para ello da marcha atrás en los pocos pasos avanzados en la buena dirección, los mercados empiezan a ponerse más que nerviosos y cualquier noticia adversa, aunque de no mucha importancia, como la de los resultados de los test de estrés, les pone histéricos y reaccionan en consecuencia.

La realidad es que la salud del sistema financiero sólo explica, como mucho, cien puntos básicos de nuestro diferencial de tipos con Alemania. El resto de los 330 puntos básicos no es más que la falta de credibilidad en nuestro país, lo cual, a meses vista de unas elecciones generales en las que todo apunta a que al PSOE le van a desalojar del poder, esos más de 200 puntos básicos que no se explican por el estado de bancos y cajas de ahorros no es más que la prima de riesgo de que Zapatero siga en el poder. Ya es hora de que se marche, y rápido.


Libertad Digital - Opinión

Se hunden los diques. Por Hermann Tertsch

Ya está claro que nada era sagrado para el entramado delictivo montado por periodistas y policías en International News.

Llegó Rupert Murdoch a Londres para apagar de una vez el molesto incendio causado por la revelación de las prácticas infumables de su destructor acorazado en la prensa británica. No dudó, a la vista del panorama, en anunciar el cierre inmediato del mismo, News of the World. Se trataba de evitar que todo este escándalo se llevara por delante su OPA a BSkyB. No sabía que aquello sólo era el principio. Se van rompiendo los diques de contención uno a uno. Se ha quedado sin su dominical de venta millonaria, sin la captura de la gran televisión de pago —que el acosado Cameron ya no podía aprobar—, ha tenido que aceptar la caida de su protegida y mano derecha, Rebekah Brooks, y todo hace pensar que sus reveses acaban de empezar. Porque ya está claro que nada era sagrado para el entramado delictivo montado por periodistas y policías en International News. Y que el escándalo salta el Atlántico también en EE.UU. donde hay víctimas de sus escuchas. Y entre ellas nada menos que víctimas del 11-S. Profundamente sagradas para el público norteamericano. Si en Londres Murdoch ha logrado unanimidad en la condena a la práctica de su periódico difunto, en Washington le puede ir aun peor. Y sus comentarios sobre los «errores menores» cometidos pueden pronto demostrar que el halcón mediático es ya un octogenario con una capacidad ilimitada para el error, en todo caso a la hora de valorar la situación. Nada excluye ya que Murdoch tenga que desaparecer del escenario mediático británico. Y ahora comienzan sus problemas en la otra pata de su imperio trasatlántico. Eso sí, que no se alegren mucho sus competidores, porque si esto es el principio de una auténtica limpieza, muchos otros lo acompañaran por el sumidero.

ABC - Opinión

Camps. Los votos no son un burladero. Por Maite Nolla

Pero los votos no son, o mejor dicho, no deberían ser un burladero. Ni convierten en invisible a la corrupción, como si fueran la capa de Harry Potter.

Menudo argumento aplastante: las urnas avalan un proyecto. Visto así, el voto no es más que un burladero para algunos. Desde luego, el del "respaldo mayoritario" es un argumento con poco peso, porque seguramente el PP hubiera arrasado igualmente en Valencia si el candidato no hubiera sido Camps. Y por mucho que la izquierda y sus cómicos se agarren a un traje ardiendo, el porcentaje de votantes que se van a sentir lo suficientemente ofendidos por el asunto del soborno impropio y que van a cambiar su voto en noviembre o en marzo, es mínimo o ridículo.

Ya lo dijo el filósofo Puigcercós, fino patricio liberal, la corrupción ni da ni quita votos. En primera instancia se valora la urgencia y la necesidad de echar a este desastre de Gobierno, y en segunda instancia se sopesa que si el PSOE presenta a Rubalcaba, que está de Faisán hasta arriba, el PP puede presentar a Camps, que, al fin y al cabo, no robó nada, sino que aceptó unos trajes y gestionó de puñetera pena el asunto.


Pero los votos no son, o mejor dicho, no deberían ser un burladero. Ni convierten en invisible a la corrupción, como si fueran la capa de Harry Potter. Y ahora que el PP ha teñido de azul el mapa de España, ahora que es posible que tengan que poner gradas supletorias en el Congreso porque no va a caber tanto diputado popular, es el momento de tomar decisiones que tengan un respeto hacia los que somos llamados al voto. Es cierto que la imputación o incluso que te abran juicio puede ser una situación de lo más injusta si el tiempo y el juez te dan la razón, pero la política tiene estos riesgos.

También es cierto que no es lo mismo que te imputen por un delito relacionado con la corrupción, que por uno que no tenga que ver con ella, o que, como en el caso de Camps, dé la sensación de que no estamos ante un saqueo o ante una financiación ilegal. O no, no sabría qué decirles. Y también es cierto que seguramente Camps ha hecho muchas cosas buenas y que por eso le ha votado la gente; por ejemplo, poner coto al pancatalanismo subvencionado, pese a las presiones del PP de Cataluña, siempre a favor de tevetrés y del servicio que ésta presta a la construcción nacional que incluye las tres provincias valencianas.

Pero si la idea es no hacer nada, si no hay más criterio que el del caso por caso, dejemos que el votante decida, que, por lo que parece, es lo único que importa. Eso sí, no sellen cada mes y medio un catálogo actualizado de lucha contra la corrupción que ya vemos que no sirve para nada.


Libertad Digital - Opinión

Camps, Cascos y Rajoy. Por M. Martín Ferrand

La cruz y la cara de un Partido Popular que viene haciendo de la dilación todo un ideario.

No deja de resultar simbólico, incluso moralizador, que, el mismo día y a la misma hora, un juez le anunciara a Francisco Camps que tendrá que sentarse en el banquillo, acusado de un delito de cohecho impropio —las prendas de vestir que hicieron famoso a Álvaro Pérez «El bigotes»—, y Francisco Álvarez Cascos resultara investido como presidente del Principado de Asturias con el único apoyo de los dieciséis diputados que militan en el partido que coincide en sus siglas —FAC— con las iniciales que el ex secretario general del PP, y co-autor de su gran refundación, lleva bordadas en la pechera de su camisa. Son dos grandes errores de Mariano Rajoy. La cruz y la cara de un Partido Popular que viene haciendo de la dilación todo un ideario y del silencio la forma más común de su elocuencia.

Aplazar los problemas, en lugar de enfrentarse a ellos cuando se presentan, suele ser un mal asunto. Los problemas cursan siempre con agrandamiento y se precipitan con inoportunidad. La rotunda mayoría absoluta con la que Camps ha revalidado su condición presidencial en la Comunidad Valenciana no aminora la gravedad procesal de su situación. Todo lo contrario. Cuando le dijo a su amigo «El bigotes» «quiero que nos veamos con tranquilidad para hablar de lo nuestro… que es muy bonito», no podía imaginar lo feas que llegarían a ponerse las dos docenas de prendas de vestir —algo más que «tres trajes»— valoradas en 14.000 euros que han convertido los baúles de Camps en más famosos, aunque mucho más baratos, que los de su paisana Concha Piquer. En su momento, el PP —Rajoy— no quiso enfrentarse al problema y ahora, seguramente, tampoco lo hará ante una circunstancia que, previsiblemente, sentará ante el juez a un presidente autonómico en activo —recuérdese a Juan Hormaechea— en coincidencia con el esplendor de la campaña electoral que debiera conducir al líder de la gaviota a La Moncloa.

En ejercicio de la misma astucia dilatoria, Rajoy trató de pasar por alto la voluntad y la vocación políticas de su entonces compañero Álvarez Cascos. Acostumbrado a rodearse de siseñores, gentes más activas en el obedecer que en el pensar, no contó con la iniciativa y el tesón del ex vicepresidente del Gobierno que, literalmente, arrasó en Asturias los restos de un PP regional corto de dirección, escaso de entusiasmo, desunido y sospechoso por su conducta. Ahora tenemos a la vista un curioso test. Demostrado que la vida y el poder son posibles en el centro-derecha fuera del PP, ¿qué pasará en Asturias en las próximas legislativas? Y todo por no enfrentarse a los problemas en su momento.


ABC - Opinión

Camps. El banquillo de los elegantes. Por Pablo Molina

Lo pintoresco de todo este asunto es que no se trata juzgar si Francisco Camps ha metido o no la mano en la caja, sino que todo se debe al empecinamiento soberbio de un político incapaz de admitir su error.

En la España de Zapatero, como antes en la de Aznar o González, o incluso en la de Calvo-Sotelo y Suárez..., en España, vamos, es toda una proeza sentar a un político en el banquillo, si bien es cierto que la pertenencia del presunto delincuente al Partido Popular allana mucho el camino como hemos visto ya tal vez en demasiadas ocasiones.

El caso de Francisco Camps y sus más directos colaboradores, acusados de recibir regalos por parte de empresas relacionadas con la trama "Gürtel", es el más grave de la última década por tratarse del presidente en ejercicio de una comunidad autónoma, algo nada habitual por otra parte, pues la maquinaria judicial suele volverse implacable sólo cuando el justiciable ha abandonado sus cargos representativos. En esta ocasión, el presidente de la comunidad valenciana alternará su presencia en los consejos de Gobierno y el banquillo de los acusados, con los lógicos problemas de agenda para encajar la inauguración de un nuevo mingitorio en una residencia de ancianos y las sesiones matutinas de la vista oral a la que ahora va a ser sometido.


Lo pintoresco de todo este asunto es que no se trata juzgar si Francisco Camps ha metido o no la mano en la caja, sino que todo se debe al empecinamiento soberbio de un político incapaz de admitir su error cuando aún estaba a tiempo de zanjar una cuestión más bien ridícula, como es el pago de unos trajes que nunca debió haber aceptado.

Acompañándolo en este pequeño calvario judicial va a estar el representante más notable del pijerío pepero, una supuesta élite fascinada por la estética que provoca bastante asquito entre el votante medio del PP, dicho sea de paso y sin ánimo de menoscabar las otras virtudes ciudadanas y políticas que sin duda atesora el gran Ricky Costa.

Un político puede creerse por encima de la ley sólo si pertenece a la izquierda, detalle que pasó inadvertido a Camps y su equipo de pijoasesores cuando decidieron empecinarse en una versión de los hechos tan bizarra que nadie podía tragarse; los primeros, ellos mismos. Ahí tienen el resultado, así que ahora no valen lamentaciones.

El banquillo más elegante de la justicia española va a dar días de gloria y muchas portadas a cierta prensa que no encuentra nada destacable en el hecho de que la cúpula del ministerio del Interior (de momento sólo la policial), esté a su vez procesada por delitos infinitamente más graves que el aceptar unos trajes de un hortera desmadejado.

Pero es lo que hay y en el PP deberían haber supuesto que este absurdo asunto de los regalos "impropios" les iba a estallar en el bajo vientre más tarde o más temprano. Es el precio de la elegancia, cuando no se la paga uno mismo.


Libertad Digital - Opinión

Dimisión o expulsión. Por Ignacio Camacho

La ética de la responsabilidad exige una determinación fulminante. Camps debe dimitir o ser expulsado del PP.

Si Mariano Rajoy ejerciese la autoridad que su liderazgo le confiere y le exige, el presidente de la Comunidad Valenciana no se sentaría en el banquillo de acusados. Lo haría el ciudadano Francisco Camps Ortiz, al que de manera incomprensible permitió en mayo repetir candidatura saltándose el código ético interno del Partido Popular y haciéndose acompañar de una decena de procesados. Por dignidad institucional y por lógica política, el representante de todos los valencianos no debe comparecer como acusado en un juicio humillante para su condición por muy leve que sea el hecho del que se le acusa. Y si el interesado no es capaz de comprenderlo o de aceptarlo, ha de ser el líder de su partido quien, como depositario de una esperanza de regeneración que comparten millones de ciudadanos, le fuerce a dimitir o en caso contrario le expulse de la formación cuya honorabilidad corporativa está poniendo en tela de juicio. Exactamente como hizo Aznar con el cántabro Hormaechea.

Porque, salga o no absuelto de la muy estricta acusación de cohecho impropio, parece cada vez más claro que Camps, además de desafiar a la jerarquía de su partido, ha tratado de implicarla en una mentira que empieza a desmoronarse. El presidente valenciano aseguró siempre —de forma rotunda en el Foro ABC de marzo de 2009— que había pagado los famosos trajes objeto de polémica. Y lo hizo delante de Rajoy y de toda su directiva. Ahora, ante el cúmulo de indicios adversos y la imposibilidad de demostrar el pago —que podía haber efectuado en cualquier momento procesal para zanjar el debate—, sus abogados comienzan a admitir que recibió regalos para montar la defensa sobre un sofisticado casuismo que roza la doble personalidad. La evidente nimiedad objetiva de la acusación no impide que Camps haya cometido tres errores suficientes para costarle el cargo: el primero, dejarse manosear por tipos poco recomendables de la trama Gürtel; el segundo arrastrar a todo el PP a secundar un engaño, y el tercero empeñarse en revalidar la Presidencia con un reto explícito a la disciplina interna.

Como hace tiempo que anda sumido en una inexplicable burbuja de aislamiento mental y espiritual, ha llegado la hora de que quien puede hacerlo rompa de un martillazo el cristal de esa urna de ensimismamiento, antes de que su atmósfera viciada contamine al resto del partido y de las propias instituciones valencianas. La contundente victoria electoral de mayo es del PP, no de Camps, y es el PP el que tiene el deber de mantenerse fiel a la confianza de los ciudadanos. Si el veredicto resulta absolutorio, Rajoy tendrá —probablemente como presidente del Gobierno— sobrada ocasión de rehabilitar en tiempo y forma el honor de su correligionario. Pero ahora prima la ética de la responsabilidad, cuyo código exige una determinación fulminante. Dimisión o expulsión. No cabe otra alternativa para demostrar de una vez que no todos los políticos ni todos los partidos son iguales.


ABC - Opinión

Solvencia financiera

El sistema financiero español pasó con buena nota el nuevo test de estrés o pruebas de resistencia planteadas por la autoridad europea EBA, que calibran la capacidad de las entidades financieras para soportar un escenario macroeconómico adverso. Cuatro cajas y un banco españoles suspendieron los exámenes a la banca europea, aunque ninguno de ellos necesitará aportaciones de capital adicional, un dato relevante y positivo. Las conclusiones de los test recogen un estado de robustez general de nuestras entidades, lo que debe servir para lanzar un mensaje de solvencia inequívoco a los mercados. Si bien la prima de riesgo española mantuvo ayer la tensión y subió hasta los 338 puntos básicos, desde los 312 de la víspera, y la bolsa lideró las caídas europeas con el 1,19%, habrá que esperar a la próxima semana para valorar el efecto y la influencia de estos test en los parqués. La digestión de los análisis tendría que ser saludable, pero la confianza no se recupera en un día y por una sola causa, en este caso la buena salud de bancos y cajas.En cualquier caso, el resultado cobra más valor y significado si se tiene en cuenta que la metodología de las pruebas no era favorable a las entidades españolas. El Gobierno y el propio sistema financiero de nuestro país habían cuestionado los criterios utilizados por la EBA en su propósito de superar el descrédito sufrido por el examen realizado en 2010. En este sentido, conviene recordar cómo los bancos irlandeses quebraron pocos meses después de haber superado sin tacha las pruebas de resistencia el verano pasado. Que la evaluación de la solvencia europea no haya tenido en cuenta la provisión genérica de las entidades –fondos anticrisis–, característica del sistema financiero español, ha sido un perjuicio importante y su cómputo habría permitido probablemente un balance inmaculado. El Banco de España explicó que esos instrumentos de absorción de pérdidas, como las provisiones atesoradas en épocas de bonanza o los bonos obligatoriamente convertibles, no han sido tenidos en cuenta por la EBA por «criterios de homogeneización entre países».La banca española se ha sentido justamente agraviada por un criterio europeo poco sostenible que distorsiona los resultados. Tampoco la EBA favoreció a España con el escenario macroeconómico extremo definido en las pruebas que superó al de cualquier otro país, incluidos Grecia o Portugal.

El chequeo a fondo de cajas y bancos por parte de las autoridades europeas ha aportado el valor de la transparencia, relevante cuando la solidez del sistema se pone en cuestión, como es el caso. En este punto, España ha dado varios pasos más que el resto de países, pues ha sometido al 95% de su sistema financiero a los test, mientras que otros países, como Alemania, se han quedado en el 60%. Parece evidente que la inacabada reforma del sistema financiero, los procesos de reestructuración y recapitalización en marcha van por un camino correcto. Nuestro sistema financiero es solvente y sólido. La recuperación de la economía depende en buena medida de ello.


La Razón - Editorial

Camps, en el banquillo

El empeño de buscar la absolución por las urnas coloca al PP en una situación comprometida.

Francisco Camps, presidente de la Generalitat valenciana recién reelegido, se sentará finalmente en el banquillo de los acusados. El juez instructor de la causa de los trajes, José Flors, tomó ayer la decisión de acusar a la primera autoridad de la Comunidad Valenciana y a otros tres colaboradores suyos, tras una vista preliminar en la que lo más novedoso ha sido la hipótesis admitida por la defensa de que si Camps aceptó los trajes como regalo fue en su condición de presidente del Partido Popular valenciano y no del Gobierno autónomo. Dada la naturaleza del delito -aceptar 12 trajes, 4 americanas y otras 9 prendas de vestir a cargo de la misma trama Gürtel que obtenía contratos amañados de su Administración-, la sentencia deberá ser dictada por un jurado popular.

El empeño de Camps en buscar el veredicto de las urnas y revalidar su puesto al frente de la Generalitat ha conducido a una situación con escasos precedentes en España que puede erosionar gravemente a un PP que nunca le ha negado públicamente su apoyo. Las primeras reacciones al auto son, en este sentido, una pésima señal. Porque es un insulto a la inteligencia y al orden democrático insistir en el valor absolutorio de los votos, como apuntó ayer la portavoz de la Generalitat, Lola Johnson, y es un frívolo error intentar desviar la cuestión, como hizo la alcaldesa Rita Barberá al decir que alguien quiere echar de la política a Camps "mientras otros le abren la puerta a Bildu".


La estrategia del acusado, por su parte, es la de la confusión. Mientras el juez resolvía en Valencia, él se dedicaba en Bruselas a hablar de la "gravísima situación económica" de España, y contraponía el "trabajo serio" de su Administración con la "tragedia nacional" que supone la gestión económica de Zapatero. No parece muy legitimado para hablar de tal asunto un político que afronta un juicio por recibir regalos, "en consideración a su cargo", de una trama corrupta que ha saqueado las arcas públicas de la Comunidad Valenciana con contratos obtenidos a cambio de comisiones y del pago de actos electorales del PP regional. Y que está detrás del presunto saqueo a las arcas públicas realizado a cuenta de la visita del papa Benedicto XVI a Valencia en 2006 en la que la trama logró suculentos contratos.

Ese tipo de desvíos financieros es lo que parece estar detrás del caso de los trajes que el PP siempre intentó minimizar. El auto del juez explicita que el objetivo de la trama Gürtel con esas dádivas a Camps y a los suyos era "el de ganarse, mediante agasajo, el afecto o el favor de las personas obsequiadas". Camps deberá responder de un delito de cohecho impropio, pero durante la tramitación de este proceso la justicia ha acumulado indicios de graves delitos (financiación ilegal, falsificación en documento público, prevaricación y cohecho) contra nueve personas de su máxima confianza, lo que puede desembocar ya no en nuevas responsabilidades políticas, sino también penales.


El País - Editorial

Camps: tres trajes, tres errores

Que Camps deba retirarse de escena por una cuestión de higiene democrática no significa en absoluto que muchos que ahora le critican desde el otro extremo del arco parlamentario tengan la más mínima autoridad moral para hacerlo.

Al final Francisco Camps se sentará en el banquillo acusado de cohecho impropio pasivo. Un escándalo político, ya conocido como "causa de los trajes", que escribirá de este modo, ante un tribunal valenciano, su último capítulo y el primero del recorrido judicial que les aguarda a los imputados de la trama Gürtel, relacionada con el asunto de los trajes. Este caso que afecta directamente al recién elegido presidente de la Comunidad Valenciana no es ni mucho menos el más grave de los que se han incoado a cuenta de la trama corrupta que campó durante años a sus anchas por Valencia y Madrid, pero sí el único que afecta directamente al presidente autonómico.

Se trata de tres trajes que Camps aceptó como regalo a pesar de que sabía de dónde provenían y quien los pagaba. El importe de los mismos no es muy alto, pero se trata, en todo caso, de algo lamentable que no debiera de haber ocurrido nunca. A partir de aquí el presidente encadenó tres errores fatales que no pueden conducir a otro lado que no sea a su inmediata dimisión. Ni Camps debió aceptar los trajes en su momento ni, cuando se destapó el caso, debió mirar hacia otro lado y negar haberlos recibido. Fueron estos sus dos primeros errores, imperdonables ambos, que han terminado por ocasionarle un extraordinario problema de credibilidad a él y a su propio partido. Porque lo que se despacha en este caso no es tanto los trajes en sí mismos, como el hecho de que el presidente valenciano mintió a la opinión pública asegurando que nada sabía de ellos.


El tercero de los errores lo cometió a posteriori presentándose a las elecciones cuando se encontraba imputado. El PP cometió una incomprensible ligereza permitiendo que Camps repitiese como candidato a la presidencia el 22 de mayo teniendo como tenía una causa judicial pendiente. Ahora es Mariano Rajoy y no sólo el atribulado presidente valenciano quien debe una explicación a su electorado y al resto de la sociedad española. Eso si pretende que sus promesas de regeneración democrática sean tomadas mínimamente en serio.

Que Camps deba retirarse de escena por una cuestión de higiene democrática no significa en absoluto que muchos que ahora le critican desde el otro extremo del arco parlamentario tengan la más mínima autoridad moral para hacerlo. El PSOE, perito en mil corrupciones infinitamente más graves allá donde gobierna, no puede dar lecciones cuando los sucesivos escándalos de Chaves y Griñán en Andalucía no han hecho más que empezar a andar. Eso por no hablar de la infamia que envuelve al caso Faisán. Es indignante que la prensa adicta a Zapatero se regodee con el tema de los trajes cuando guarda el más ominoso silencio respecto a la imputación de la cúpula policial en el turbio y criminoso asunto del Bar Faisán.

Sin quitar un ápice de importancia a los trajes de Camps, en cuestión de escándalos hay categorías. La superior la ocupa sin duda alguna colaborar con una banda terrorista utilizando a las propias Fuerzas de Seguridad de Estado para consumar la felonía. Muchos harían bien en centrar el tiro y, sin olvidar lo uno, acordarse más de lo otro que, esta vez sí, es de una gravedad extrema.


Libertad Digital - Editorial

Tiempo de sacrificios

La factura de la crisis sólo se puede pagar con austeridad y control de gastos, reformas estructurales y una revisión del concepto de bienestar social y de seguridad en el empleo.

EL debate sobre quiénes deben pagar los platos rotos de la crisis ha velado problemas de fondo en la estructuración de las sociedades europeas, acomodadas en la convicción de que cada vez se podía vivir mejor sin necesidad de aportaciones nuevas y más esforzadas al crecimiento económico y a la situación fiscal de los Estados. Es evidente que la crisis financiera tiene causas principales en ciertas prácticas especulativas y en la voracidad de los mercados, con la colaboración imprescindible de la ineficacia de unos sistemas estatales de prevención y control, que ni previnieron ni controlaron los acontecimientos que están arruinando a media Europa. Incluso los peores escenarios simulados para las pruebas de estrés bancario, que ayer se dieron a conocer, están por debajo de los actuales niveles de presión sobre las deudas soberanas. Pero nunca hay crisis que pueda descartarse de antemano. Cuestión distinta es su gravedad o sus causas.

Por eso, superado esta implosión fiscal de los países ricos, dentro de varias décadas vendrá otra, y se cumplirá el carácter cíclico de los tiempos de bonanza y de depresión. Lo que importa es aprender la lección de que no se puede organizar la vida de una sociedad y de sus generaciones venideras como si el tiempo de bonanza fuera eterno. Esto ha sucedido en Europa y, por supuesto, en España, con la consecuencia de que la factura de la crisis sólo se puede pagar con austeridad y control de gastos, reformas estructurales y una revisión del concepto de bienestar social y de seguridad en el empleo. Italia ha implantado una serie de medidas drásticas para ahorrar y convencer a los mercados de su solvencia. Serán medidas discutibles en todo o en parte, pero no se habrían tomado si en Europa no empezara a haber conciencia de que la viabilidad del Estado de bienestar exige su revisión.

La cuestión ya no es si se debe o no abordar el fin del «gratis total» en determinados servicios, sino cómo sustituirlo por otro que combine la generalidad de su prestación con un cuota de financiación a cargo del ciudadano. Qué cuota y qué ciudadanos son las variables que deben despejarse. Seguir como hasta ahora no es posible. Estamos en un tiempo de sacrificios, que exigirá renuncias para iniciar una recuperación que permita llegar a niveles de bienestar que ya no serán como los anteriores a 2007, pero serán los únicos a disposición de unos Estados endeudados a largo plazo y de unas sociedades inevitablemente mucho menos ricas.


ABC - Editorial