domingo, 24 de julio de 2011

Grecia. Necesario pero insuficiente. Por Emilio J. González

Sí, la UE se ha dotado con mecanismos financieros de los que antes carecía y advierte a los mercados que ellos también tienen que pagar los platos que rompan.

El acuerdo alcanzado por los líderes de la UE para salvar a Grecia supone el reconocimiento de facto de la suspensión de pagos del país heleno. Este es el primer paso necesario para poder resolver el problema y, por fin, unos y otros se han decidido a darlo. El acuerdo contiene elementos positivos. Sin embargo, no entra en las cuestiones de fondo que han llevado a los griegos al colapso económico y han puesto en serias dificultades a Irlanda, Portugal y Grecia.

Lo mejor del acuerdo del jueves es que, por fin, se implica al sector privado en la solución del problema. La banca europea ha actuado de forma imprudente, prestando y prestando a Grecia a pesar de saber desde hace tiempo que su situación fiscal no era buena. Pero como nunca creyeron que la UE fuera a dejar caer a ningún país del euro, siguieron asumiendo riesgos. Ahora van a tener que pagar parte de la factura, mediante reestructuraciones de la deuda griega, con intereses más bajos, plazos de pago más amplios y, además, un periodo de carencia de diez años antes de que el país heleno tenga que empezar a hacer frente a estos compromisos. Esperemos que con ello aprendan la lección.


La otra parte buena del acuerdo es que la reestructuración de la deuda y la moratoria en su pago, sin las cuales el país nunca podría salir adelante: conceden a Grecia una oportunidad para que las reformas que tiene que llevar a cabo surtan efecto, permitan sanear su economía y que ésta crezca para que los griegos puedan pagar lo que deben, porque el Gobierno de Atenas ya sabe que el día en que abandone la senda reformista, la UE y el FMI le cerrarán el grifo del dinero. Por tanto, o aprovecha la oportunidad o se atiene a las consecuencias en forma de catástrofe socioeconómica monumental.

El problema es que el acuerdo en sí no impide que situaciones como la griega vuelvan a darse en el futuro. Sí, la UE se ha dotado con mecanismos financieros de los que antes carecía y advierte a los mercados que ellos también tienen que pagar los platos que rompan. Pero los problemas de Grecia, de Irlanda, de Portugal y de España resultan de una idea equivocada cuando se puso en marcha el euro: que bastaba con la coordinación de las políticas económicas para que los países de la zona euro no tuvieran problemas tras haber perdido la independencia en política monetaria. Todo quedaba, de esta forma, en manos de la buena voluntad de los Estados y de la confianza en que todos ellos actuarían de manera racional y conforme a la ortodoxia económica. Pero como no ha sido así, nos hemos metido en el lío en el que nos hemos metido. Esta es la gran cuestión que tendrá que abordar la UE en los próximos meses para que una experiencia como la actual no vuelva a repetirse.


Libertad Digital – Opinión

¡Pobre Arniches! Por Alfonso Ussía

Se hallaban reunidos en un café de la calle de Alcalá don Carlos Arniches, don Pedro Muñoz-Seca, don Pedro Pérez Fernández, don Antonio Paso y don Enrique García Álvarez. Celebraban la presidencia de la SGAE de don Pedro Muñoz-Seca. Lo tiene contado García Álvarez en un artículo del tiempo pasado. En aquellas calendas, la presidencia de la SGAE la ocupaban sin sueldo ni prebendas personas decentes. Las siglas SGAE respondían a la Sociedad General de Autores de España, y el presidente se comprometía a gestionar con honestidad el dinero de los autores. Sociedad de gestión, nunca de inversión. «Lo único que funciona bien en España es la Sociedad de Autores», comentó Arniches. ¡Pobre don Carlos! La gestión de la SGAE era muy sencilla. Recaudaba el dinero de los teatros y las salas de música, y con una escuálida cifra de gastos de gestión, guardaba el dinero de los autores para que éstos dispusieran de él cuando les viniera en gana. Dinero recibido, dinero repartido, dinero adjudicado, dinero custodiado. En los tiempos posteriores a la Transición, la SGAE perdió el significado de la «E». Se sabe la terrible alergia que padece la retroprogresía con la palabra «España», para mí la más bella de nuestro idioma. Y se convirtió en la Sociedad General de Autores y Editores. Muy pronto, esa Sociedad que don Carlos Arniches consideraba inmaculada y perfecta en su labor de gestión, se convirtió en una guarida de extraños inversores. Con el dinero de los autores y editores se invertía, se hacían negocios, y aumentaban hasta porcentajes más que sospechosos los gastos de gestión. Perdió la SGAE la «E» de España y la confianza de muchos de sus socios. Se celebraban elecciones continuamente para que siempre siguieran mandando los mismos, Eduardo Bautista a la cabeza. Los sueldos millonarios volaban de amigo a amigo, de correligionario a correligionario. El último Presidente de la SGAE –todavía «Española»–, en su despacho, el maestro Torroba, nos aleccionó a un grupo de socios con su pesimismo. Estaba con nosotros quien había sido un gran Presidente, Juan José Alonso Millán, también gestor y no inversor, y que ganó mucho dinero con sus derechos de autor en el Teatro. Torroba, a un paso del final, lo advirtió: «Esto se nos va de las manos y el cielo está colmado de buitres».

La SGAE, ya de editores y no de España, quedó en poder de un grupo muy próximo al PSOE. Se celebraban periódicamente elecciones, de acuerdo con sus estatutos y reglamento interno, pero eran elecciones a la búlgara. Teddy Bautista se convirtió en su director eterno, su mandamás perpetuo, y nadie ajeno a su círculo de amistades pudo meter la mano en sus cuentas. La SGAE que nació con la sencillez de una empresa de gestión se convirtió en un antipatiquísimo conglomerado de enchufes, inversiones dudosas, sueldos altísimos y gastos inaceptables, olvidando su origen y su función fundamental. Gestionar –que no administrar–, y repartir –que no invertir–, el dinero de sus socios.

La SGAE cuenta con casi cien mil socios, de los que ocho mil tienen derecho al voto. En los últimos años, mi exiguo derecho –un voto–, nunca lo he utilizado. ¿Para qué si siempre ganaban los mismos? Ahora sobrevuelan sobre la SGAE toda suerte de denuncias, querellas y actuaciones judiciales. Se desmoronan los inversores, que no gestores, que han hecho lo que han querido durante decenios. La honestidad y la decencia en la gestión y su perfecto funcionamiento es memoria histórica.
Se han llenado bolsillos con el esfuerzo de los demás. Y nos vamos a llevar muchas sorpresas. Me consuela que la «E» de España haya desaparecido de esa sociedad perseguida por sus propias irregularidades. La ceja se está quedando sin pelos.


La Razón – Opinión

Grecia. El coste de la debilidad. Por José T. Raga

En contra de los discursos al uso, cuando se rescata la economía de un país para evitar su quiebra, lejos de fortalecer el euro, se le debilita, desplazando sobre él las consecuencias de la mala administración de la cosa pública.

Un principio económico resulta inapelable: de la existencia de un coste se deriva la necesidad de soportarlo; quién lo soporta y en qué concepto son cosas diferentes. Y, en esa determinación de quién y por qué, se contravienen principios, se protege a quienes no lo merecen y pagan las consecuencias quienes nada tuvieron que ver en el asunto.

El espectáculo de nuestra Europa tratando el problema griego, o el portugués, o en su momento puede que el español, el italiano... merece un comentario: ante todo, por la desconsideración a los principios y, después, por convertir la debilidad de la Unión en protagonista del coste. Pretender salvar del naufragio a quien provocó una vía en el casco de la nave es un acto irresponsable de necedad política. Quien no fue capaz o no quiso administrar correctamente los recursos públicos, debe asumir el coste de su gestión, tanto en lo político como en lo económico y, en su caso, en lo penal. Encubrir su mala gestión –y me quedo en ese suave calificativo– mediante ayudas de toda la Unión Monetaria Europea es una forma de complicidad que favorece a los demagógicos, manirrotos y corruptos, y penaliza a los sabios y prudentes administradores.


Los esfuerzos de la Unión para evitar que un Gobierno tenga que enfrentarse ante su pueblo por la gestión, incluso que se vea obligado a salir del concierto monetario europeo para, desde una moneda propia, ajustar sus cuentas mediante inflación y devaluaciones, con el consiguiente empobrecimiento de sus habitantes, es tanto como afirmar que la administración torpe y demagógica no tiene coste, pues éste se asume por la propia Unión. ¿Qué incentivo queda para quien actuó con orden, diligencia, prudencia y honestidad? Todo lo que le queda es sufragar los desmanes de quien lo hizo en contra de estos principios.

Aumentar los recursos del Banco Central Europeo con un nutrido Fondo de Rescate es establecer un fármaco para impedir una enfermedad grave; cuando la realidad es que la enfermedad y el enfermo existen. Además, el principio de la creación del BCE no fue el de acudir cual bombero a sofocar el incendio, sino la de vigilar la masa monetaria en la Unión, para que se disponga del dinero necesario, y sólo necesario, a fin de que las transacciones se desenvuelvan con agilidad, manteniendo la estabilidad de precios.

En contra de los discursos al uso, cuando se rescata la economía de un país para evitar su quiebra, lejos de fortalecer el euro, se le debilita, desplazando sobre él las consecuencias de la mala administración de la cosa pública por el Gobierno del país quebrado. No soy capaz de entender, por qué es un problema para Europa que un país abandone la moneda única, forzado por su falta de disciplina financiera. La fortaleza del euro no se consigue encubriendo la quiebra de algunos y, mucho menos, asumiendo su coste por debilidad del gobierno de la Unión.


Libertad Digital - Opinión

En defensa de la democracia

El mundo se encuentra conmocionado por la magnitud de la matanza perpetrada en Noruega. Tras varias horas de confusión y falta de información, en las que las autoridades nórdicas parecieron colapsadas, el último balance de la Policía elevó a 92 el número de muertos como consecuencia del doble ataque registrado en Oslo y en la isla de Utoya. En concreto, la gran explosión que sacudió el distrito gubernamental de la capital causó siete víctimas mortales y el tirador que abrió fuego en un campamento juvenil del gobernante Partido Laborista en la isla acabó con la vida de 85 personas. Aunque la confusión es importante y las investigaciones progresan muy lentamente, el arresto del terrorista de Utoya puede ser definitivo para averiguar lo ocurrido en detalle y si se trató de la actuación de un fanático o la de una estructura terrorista. La personalidad del presunto atacante, Anders Behring Breivik, de 32 años, parece la de un desequilibrado que podría asemejarse, por ejemplo, a los jóvenes de la escuela Columbine, que asesinaron a trece personas en 1999, o al terrorista de Oklahoma City que detonó un camión bomba contra el Edificio Federal Alfred P. Murrah y causó 168 muertos en 1995.

Sean perturbados con móvil político o no, el acto vil y brutal ocurrido en Noruega demuestra que cualquier sociedad, por idílica que sea, puede engendrar un monstruo o alumbrar actos brutales contra la convivencia y la paz. Ninguna sociedad está a salvo. Ni siquiera una como la noruega que tiene un bajísimo porcentaje de delitos y violencia en las calles y cuya Policía no va ni siquiera armada. Es imprescindible que el país y el resto de las democracias sepan extraer las conclusiones precisas de una tragedia así. En los próximos días y semanas será necesario revisar y extremar la seguridad interior y los trabajos de inteligencia para entender y conocer cómo se pudo organizar un ataque de esa magnitud, con una logística compleja, sin que los servicios de seguridad fueran capaces no ya de evitarlo, sino siquiera de sospecharlo. Si existió un exceso de confianza, una falsa apariencia de seguridad o sencillamente un cúmulo de infortunios, imprudencias o negligencias que favorecieron al o a los terroristas, constituyen detalles imprescindibles para intentar que un drama así no vuelva a repetirse.

Noruega no es sólo una de las naciones más ricas del mundo e ícono del éxito del Estado del Bienestar, sino que también constituye un ejemplo por sus compromisos internacionales y su grado de implicación en la lucha contra el terrorismo y los totalitarismos. El terror desafía constantemente los principios de la democracia y pone a prueba a sus sociedades. Y la respuesta debe ser mantener la confianza en el sistema y la convicción de que los criminales no lograrán sus objetivos. Por esa razón, Noruega y el resto de naciones libres están en la obligación de preservar sus valores y no ceder ante quienes pretenden subyugar sus libertades. Es una cuestión de supervivencia. Si se flaquea, los terroristas habrán conseguido lo que querían: inocular el pánico y la inseguridad en las sociedades y resquebrajar su moral y convicciones. Todas las respuestas están en el Estado de Derecho y hay que aferrarse a él.


La Razón - Editorial

Fanatismo criminal

Si el atentado de Oslo es obra de una sola persona, la seguridad noruega queda en entredicho.

Mientras la policía noruega busca posibles cómplices de Anders Behring Breivik, detenido como supuesto autor de la doble matanza que hasta el momento ha causado 92 muertos en Oslo (por la explosión de un coche bomba y por disparos en la isla de Utoya), la sociedad noruega despertaba ayer con el convencimiento de que la sensación de confortable seguridad propia de una de las sociedades más avanzadas del mundo había estallado en pedazos. El atentado del viernes, por la siniestra coordinación de acciones criminales y por el número de víctimas está en el mismo nivel de brutalidad e impacto sobre una sociedad inerme que los de Madrid y Londres. Como explicó uno de los testigos de los asesinatos de Utoya, "tendré miedo de por vida".

El perfil del detenido Behring Breivik revela una ideología ultraderechista, una tenacidad obsesiva por conseguir sus objetivos (compró seis toneladas de fertilizantes con cuyos componentes químicos se pueden fabricar explosivos) y una ausencia total de barreras psicológicas morales que impidieran los crímenes. La definición de "fundamentalista cristiano", incluida en el perfil policial, indica que era conocido su grado de fanatismo. Que no era un secreto, por otra parte, como prueban las invectivas racistas que difundía en la Red. El sangriento ataque a las Juventudes Laboristas en Utoya (difícilmente podrán olvidarse las imágenes de los cadáveres de quienes fueron abatidos por el asesino mientras trataban de esconderse tras las rocas de la costa) serían congruentes con el delirio ultrarradical de Behring.


Si se confirma en todos sus extremos la responsabilidad única de Behring surgirán incómodas preguntas que ya se pueden esbozar sobre la seguridad noruega. En primer lugar, los hechos habrían confirmado algo que ya se pudo advertir con las matanzas provocadas por incontrolados en Finlandia y Alemania: que la prevención de los ataques terroristas no puede ni debe orientarse solamente hacia el frente yihadista. Hay patologías sociales, quizá con un componente religioso más impreciso, pero recargadas de la fiebre racista, la soledad y la frustración, que pueden aterrorizar a las sociedades más avanzadas. Parte de estas patologías, por su carácter narcisista, se exhiben en las redes sociales. Una vez más, las amenazas latentes en las páginas web no se han tenido en cuenta o, sencillamente, no se disponía de los medios necesarios para controlarlas.

Además (si se confirma la autoría única de Behring), hay que poner énfasis en la aparente facilidad con que se ejecutaron ambos atentados. Existe un esfuerzo de coordinación evidente en las matanzas casi paralelas (Utoya dista unos 40 kilómetros de Oslo) puesto que Behring fue visto por la policía en las proximidades del barrio administrativo de la capital poco antes de la explosión. Una conclusión evidente es que los sistemas de seguridad noruegos fueron sorprendidos por un ataque procedente de un flanco inesperado, aunque la temprana detención de Behring revela que fueron capaces de reaccionar con celeridad. Para los ciudadanos de sociedades que ya han sufrido el terrorismo resulta insólita la ausencia de seguridad organizada en la convención laborista de Utoya; pero hay que tener en cuenta que Noruega es un país políticamente adscrito casi por definición a las causas en favor de la paz y, hasta el viernes, confiado en la seguridad de la inocencia.

Después de la tragedia de Oslo, parece evidente que volverán a alzarse voces que reclamen más seguridad, más controles y disposiciones represivas más eficaces. En su primera reacción pública, el primer ministro, el laborista Jens Stoltenberg, educado políticamente en Utoya, subrayó que Noruega combatirá el terrorismo con democracia. Es una respuesta acertada mientras se aclaran los hechos que aterrorizaron el país el viernes pasado.


El País - Editorial

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ABC - Opinión