martes, 26 de julio de 2011

De la caída de Camps a la investidura de Alberto Fabra. Por Antonio Casado

Sesión de trámite en Las Corts para proceder a la conformidad y respaldo parlamentario de Alberto Fabra como nuevo presidente de la Comunidad Autónoma de Valencia en sustitución del dimitido Francisco Camps. Una sesión de investidura cuyo desenlace matemático está garantizado a favor de Fabra. El voto de los 55 diputados del PP le aseguran sobradamente la mayoría absoluta necesaria para ser investido hoy mismo en primera votación, una vez escuchados los discursos del candidato principal y los cuatro portavoces.

Toda la atención está centrada en el discurso de Fabra, a partir de las 11.00 horas. Por ver si se consolidan los indicios que apuntan al distanciamiento con Camps o los que apuntan a la continuidad, porque de lo uno y de lo otro hemos visto estos días. Los que parecen anunciar continuidad pura y dura se refieren a las personas. Ningún cambio de caras en el Consell, según ha anticipado el propio Fabra. Sin embargo son clamorosas las señales de cambio en contenidos y el estilo.

«La hipótesis más probable es que el nuevo presidente se abstenga de remodelar el equipo antes de las próximas elecciones generales.»
En cuanto a retoques en el Consell (Ejecutivo), nada de nada. Lógico. Sus miembros están recién nombrados por Camps después de las elecciones del 22 de mayo. Algunos ni siquiera han tenido tiempo de explicar sus proyectos ante las Cortes, como es preceptivo. La hipótesis más probable es que el nuevo presidente se abstenga de remodelar el equipo antes de las próximas elecciones generales. Lo hará cinco minutos después, ya con la sobredosis de autoridad política que espera obtener tras el previsible triunfo de Mariano Rajoy.

Ese escenario está cantado a la vista de los indicios que apuntan a una gestión política diferenciada de la de Francisco Camps. Diferenciada, por tanto, de la que teóricamente llevaría a cabo el actual equipo, hecho a imagen y semejanza del presidente caído. Las diferencias, de momento, son básicamente de estilo. Fabra ya ha anunciado que no rehuirá las preguntas que libremente quieran hacerle los periodistas, facilitará a la oposición los contratos de las empresas de Gürtel y recibirá a los familiares de las víctimas del accidente de metro de 2006.

Es decir, como Camps pero al revés. Así que cualquiera puede hacerse una idea sobre el impacto del yo no soy como Camps en los todavía recién nombrados consejeros. Empezando por la vicepresidenta, Paula Sánchez de León, cuya candidatura a la sucesión, propuesta por Camps, fue rechazada por la dirección nacional del partido en favor de Rita Barberá y, en su defecto, de Alberto Fabra. Un indicio más de los malos tiempos que vienen para el campismo representado en Sánchez de León y quienes no logren a partir de ahora una creíble adaptación al nuevo centro de poder creado en torno al ex alcalde de Castellón y, a partir del jueves (toma de posesión), nuevo presidente de la Comunidad Autónoma de Valencia.

Insisto: la comedia valenciana del PP, animada por un obsceno amontonamiento de lo político y lo judicial (en las tres provincias tienen los gobernantes del PP causas abiertas por corrupción) no ha hecho más que empezar.


El Confidencial - Opinión

Noruega. Criminal y enloquecida confusión de ideas. Por Guillermo Dupuy

Perdone usted la obviedad, pero el asesino de Oslo tenía de cristiano lo que tenía de marine o de templario. Cristianas han sido la mayoría de sus víctimas, que ciertamente no han sido asesinadas por serlo, pero menos aun porque su asesino lo fuera.

Leo en el titular de un editorial que "ni las ideas que guiaron al asesino de Oslo pueden ser criminalizadas". Hombre, hay "ideas" que no es que puedan, es que deben ser criminalizadas. Ideas, por ejemplo, como la de que la masacre de Oslo puede ser "atroz pero necesaria" para evitar un supuesto "genocidio cultural contra los pueblos indígenas de Europa" es una idea, no sólo absurda, sino que incita y justifica claramente la violencia y que, por tanto, puede y debe ser "criminalizada". ¿Cómo no van a poder ser criminalizadas unas ideas si guían al que las tiene al crimen?

Cosa muy distinta es criminalizar injustamente otras ideas haciéndolas responsables de haber "guiado" al asesino a la hora de perpetrar su matanza, como algunos medios de comunicación pretenden con el cristianismo o con la oposición al multiculturalismo, al marxismo o al islam. Pero lo cierto es que no fueron estas ideas, sino la delirante, falsa y criminal interpretación que este psicópata hacia de ellas la que le ha llevado a justificar una matanza tan profundamente anticristiana como similar a las que practicaban los regímenes marxistas o las células yihadistas.


Perdone usted la obviedad, pero el asesino de Oslo tenía de cristiano lo que tenía de marine o de templario. Cristianas han sido la mayoría de sus víctimas, que ciertamente no han sido asesinadas por serlo, pero menos aun porque su asesino lo fuera.

Asimismo, considerar que el marxismo es una ideología política que cercena la libertad individual, empobrece a las personas e incita a la violencia es una idea que a nadie "guía" ni lleva a perpetrar crimen alguno. Como tampoco considerar que hay pasajes del Corán e interpretaciones del islam que predican la violencia contra el infiel, contra la mujer o contra el homosexual. Análogamente, considerar que el multiculturalismo es un foco de agresión a las libertades individuales, una yuxtaposición de sociedades cerradas que impide el mestizaje, la integración y el pluralismo, así como la pacífica convivencia de personas de distintas razas y creencias religiosas, nada tiene de inducción al crimen, sino todo lo contrario.

Las ideas tienen consecuencias, para bien y para mal, pero relacionar, en definitiva, el cristianismo, la visión crítica del islam, del multiculturalismo y del marxismo con esta matanza es tan disparatado como relacionarlo con Stuart Mill, Orwell, Kafka o Winston Churchill por el hecho de que este psicópata asesino se declara seguidor de ellos. Este asesino sólo se mostró "seguidor" de su locura, esa fue su única "guía".


Libertad Digital - Opinión

La generación de los 27. Por Ignacio Ruis Quintano

De repente, en Madrid, nadie quiere tener 27 años, porque alguien ha dejado caer en Twitter que es una edad maldita.

De repente, en Madrid, nadie quiere tener 27 años, porque alguien ha dejado caer en Twitter que es una edad maldita, cuando toda la vida de Dios los 27 años han sido para un futbolista como los 25 años para un torero: la edad en sazón. ¿Qué pasa? ¿Que ya nadie quiere ser torero ni futbolista? El caso es que a la edad de 27 años ha fenecido Amy Winehouse. Es la misma edad a la que murieron Jim Morrison, Jimi Hendrix, Janis Joplin, Kurt Cobain y Brian Jones. Demasiados mármoles. «Pero venid aquí, hombre —decía la egabrense Carmen Calvo, que era ministra, a los periodistas en la inauguración del Museo Picasso en Málaga—. ¿Habéis visto qué mármoles, eh?» Y les mandaba a mirar al suelo. ¡27 años! Pasar de esa edad sano y salvo sería como declararse un membrillo musical. «¿Cuándo fue la última vez que cumpliste 27 años?», le pregunté la otra noche a Lou Marini, que andaba con el saxo al cuello en «Clamores». ¡Ah, la generación de los 27! Su Góngora, desde luego, es Jimi Hendrix. En la Residencia de Estudiantes, que es como el Rock-Ola de las letras, llevan viviendo, como quien masca un chicle, setenta años del 27. ¿Conseguirán las salas de música estar muriendo setenta años de los 27? 27 años para los músicos, y para los demás, 37. Ésa sería, según José Martí, la edad fatal para tantos hombres de genio: a los 37 murió Watteau, de tuberculosis, en París; a los 37, cuando pintaba el cuadro más bello del mundo, «La Transfiguración», murió Rafael; y a los 37 murió el gran Byron de la turbulencia y el arrebato románticos. 27, 37… Ahora que la democracia había conseguido alargar en seis años la vida de los españoles (eso dice el baranda de la Seguridad Social, el ex revolucionario burgalés Granado), van los artistas y se nos quedan a los 27, que vienen a ser justo los años de cotización que, tras el paso de Zapatero por La Moncloa, harán falta para cobrar una pensión.

ABC - Opinión

Izquierda y derecha se tiran a la cara los muertos de Oslo. Por Federico Quevedo

Ha sido, sin lugar a dudas, una de las cosas que más me ha podido decepcionar como ciudadano y como persona de todo lo ocurrido este fin de semana en torno a la brutal masacre perpetrada en Oslo por un salvaje y frío asesino. Nunca creí, y lo digo con toda la sinceridad de la que soy capaz, que pudiéramos caer tan bajo en la utilización política de un hecho tan doloroso y tan profundamente inhumano y cargado de sinrazón. No hay razón política, ni moral, ni religiosa que justifique una barbarie como la llevada a cabo por este desecho humano llamado Anders Behring Breivik, pero todavía la hay menos para que ninguno de nosotros lo convierta en una causa de enfrentamiento partidario.

En el capítulo de las miserias humanas, las luchas políticas suelen llevarse el premio gordo, pero lo vivido este fin de semana es demasiado, es lo peor de ese lodazal en el que se convierte a veces la confrontación partidaria, y no precisamente entre los dirigentes de los partidos políticos sino entre los entornos mediáticos y sociales. No había más que darse una vuelta por las redes sociales, especialmente por Twitter para entender de lo que hablo, o leer las portadas de algunos periódicos. De verdad, ¿qué más dan las ideas que pudiera expresar semejante bestia? ¿Por qué damos pábulo a sus escritos y los utilizamos como arma arrojadiza?


¿Nadie entiende que es literalmente imposible ser al mismo tiempo ultra-cristiano y masón, y que eso es precisamente el fiel reflejo de la esquizofrenia de este loco que ha llevado a cabo una de las peores matanzas que hayamos vivido nunca en Europa? Nada de lo que diga o haya dicho o escrito este tipo debería provocarnos otros sentimiento que no sea el de la repugnancia, y sin embargo ahí estamos, esgrimiendo unos su supuesta militancia ultraderechista y ultra-cristiana unos, y su afiliación masónico y sus escritos contra Zapatero otros.
«Frente a un psicópata como Anders Behring Breivik solo cabe una reacción común y unívoca de absoluta condena, rechazo y repugnancia por su manera de ser, de pensar y de actuar. Unívoca, insisto.»
Y a nosotros, ¿qué coño nos importa donde milite, su discurso racista, su amenaza a nuestro país más allá de para buscar una explicación a las razones que hacen que de vez en cuando surjan estos elementos peligrosos en nuestra sociedad y, por supuesto, tomar las oportunas medidas de prevención por si hay algún otro loco que quiera seguir su ejemplo? Frente a un psicópata como Anders Behring Breivik solo cabe una reacción común y unívoca de absoluta condena, rechazo y repugnancia por su manera de ser, de pensar y de actuar. Unívoca, insisto. Todos con la misma firmeza y la misma convicción en que no hay ninguna idea, por poco o mucho que nos guste, que pueda defenderse hasta el límite del asesinato cruel, despiadado e indiscriminado.

Me da igual si Breivik tenía razones políticas para hacer lo que hizo, y me da igual cuáles eran esas razones… Como me dan igual las razones que han llevado al fundamentalismo islámico a atentar con la crueldad con que lo ha hecho en todo el mundo, o al independentismo vasco radical a matar sin piedad alguna… No hay diferencia entre Breivik y quienes asesinaron de un tiro en la nuca a Miguel Ángel Blanco o los que se suicidaron en los aviones que estrellaron contra las Torres Gemelas.

Nuestro rechazo al fundamentalismo, al integrismo violento debe ser firme y sin fisuras, y sin distinción en función de que el ismo sea de izquierdas o derechas… Ninguna ideología se puede defender por las armas y con violencia… Hace poco, en una tertulia, un compañero me ponía en la siguiente tesitura: “Si llega un momento en el que el País Vasco decidiera declararse independiente, ¿tú no defenderías la unidad de España aunque fuera con las armas?”. “No”, le respondí. No lo haría, porque no creo que ninguna idea deba defenderse derramando ni una sola gota de la sangre de otro ser humano. Si, ya se, me van a llamar buenista, zapaterista y todo lo demás, pero no creo que con odio, con rencor, con resentimiento se pueda construir jamás una sociedad libre y abierta, y por eso creo también que lo que hemos hecho manejando de un modo tan mísero al salvaje de Oslo no hace más que aflorar lo peor de nosotros mismos, comparándonos incluso al esquizofrénico y psicopático Breivik.


El Confidencial - Opinión

Cloacas de euros. Por Alfonso Ussía

En verano se desboca el mal dinero. Tengo para mí que España es el paraíso de las cloacas del euro. Los millonarios que no hacen nada, que no pegan con un palo al agua, que bailan en los jardines de las inmundicias, y que por ello, son millonarios. Ahí va un investigador rumbo a su laboratorio a las ocho de la mañana. Le pagan dos mil euros mensuales por colaborar en un proyecto destinado a detener los estragos del cáncer de pulmón. Ahí va camino de su casa, de su cama y de su descanso un cansadísimo vago, un millonario de cloacas, que vuelve de acostarse con una cansadísisima indolente, una millonaria de cloacas con la que ha acordado el precio de su polvo, el valor de hacerlo público y la propina de convertirlo en un asunto de interés nacional. Es una comparación simple, pero no demagógica ni plana. Así es si así os parece, siguiendo la voz de Pirandello, y así aunque no os lo parezca, siguiendo la realidad más cruda, asquerosa y deprimente.

Los millonarios por no hacer nada se ríen de la sociedad necia que sigue sus andaduras con el interés que nace del páncreas y no del intelecto. Tenemos lo que merecemos. Es lógico. En una nación que exige un comprobante universitario a quien desea estudiar en una biblioteca y tiene ministros que no han terminado el bachillerato, no es posible encontrar el baremo de las exigencias. Y mientras el investigador avanza lenta pero inexorablemente hacia su fin grandioso y benéfico, el chulo de la sociedad narra con desvergüenza que se ha acostado con fulana de tal, y que ésta le ha dicho durante la intimidad plena que zutana de cual es lesbiana. Y en otra cadena, fulana de tal cobra cien mil euros por reconocer que, efectivamente, tuvo un desliz con el chulo de la sociedad, pero que nunca le dijo que su amiga zutana de cual era lesbiana, sino al revés. Que el chulo de la sociedad es muy flojito como hombre y que éste le confesó que estaba enamorado de Luis Manuel. Al día siguiente, en el mismo plató de la gran revelación, ante seis mangantes que se han ganado su trono por hacer lo mismo que el chulo de sociedad, fulana de tal, zutana de cual y Luis Manuel, éste confirma la sensacional noticia. «Sí, está enamorado de mí pero no se atreve a salir del armario». Y un público deleznable se pone de acuerdo para interrumpir al tal Luis Manuel con una cerrada ovación, mientras el presentador de la burla ruega silencio y serenidad a los allí presentes.

Querella va y querella viene. Una administración de Justicia acogotada y sin recursos, necesitada de cien juzgados más para cumplir medianamente con su labor, se topa con centenares de querellas de los vagos profesionales, de los imbéciles del catre público, de los chulos de todos, de las putas confesas – ojalá fueran como las pobres prostitutas de esquina, puticlús y curvas de los parques–, de tortilleras y maricones de talón cobrado, que han acudido a «sus abogados» –todos tienen «abogados» y no un abogado sólo–, para que quede restituida su honra. Y fuera del plató, los que se han llamado de todo con un lenguaje barriobajero y excremental, que han gritado como monos y cacatúas, se sonríen, comprueban sus talones, se abrazan y quedan para seguir insultándose unos días más tarde, eso sí, comprometiéndose a que «sus abogados» –unos mil abogados, más o menos–, retiren las demandas.

Y el negocio rinde. El público necio se cree lo que ve y lo que oye. La cadena de televisión aumenta sus beneficios. Los chulos y las fulanas –los estables y los eventuales–, forran sus bolsillos, y ahí va, el investigador camino de su laboratorio, hoy más contento que nunca, porque es día de paga y le esperan dos mil euros.


La Razón - Opinión

Noruega. Ya llegan los buitres. Por José García Domínguez

Ya tardaban los buitres. Noventa y tres cadáveres era plato demasiado apetitoso como para dejarlo pasar de largo. De ningún modo podían ellos renunciar a semejante festín. Y al fin han atendido al reclamo de la sangre.

Ya tardaban los buitres. Noventa y tres cadáveres era plato demasiado apetitoso como para dejarlo pasar de largo. De ningún modo podían ellos renunciar a semejante festín. Y al fin han atendido al reclamo de la sangre. Helos ahí, pues, revoloteando excitados en torno a la carnaza, prestos a cobrarse su cuota de pantalla. Así el ínclito Iceta, del PSC, tan silente boquita de piñón cuando de los racistas de Bildu y sus tutores de ETA se trata. Que algunos partidos catalanes y españoles contribuyen a crear un "caldo de cultivo islamófobo", proceder que "abona" conductas análogas a la del orate noruego, ha corrido a deponer nuestro héroe ante la prensa doméstica.

Quién sabe, acaso se refiera al alcalde socialista de Lérida, su contrincante por la secretaría general Àngel Ros, que acaba de proscribir el burka y el niqab bajo la amenaza de muy severas sanciones. Sea como fuere, a la paleocomunista Dolors Camats, orgullosa legataria de una doctrina que dejó cien millones de muertos en las cunetas de la Historia, también le ha faltado tiempo para sumarse a la kermese. Suya será una pronta iniciativa parlamentaria al objeto de "expulsar a través del diálogo" a cuantos partidos no comulguen con los mantras multiculturalistas. Repárese en que, a ojos de la progresía doméstica, los psicópatas son como el cerdo: se aprovecha todo.

Existe, sin embargo, un criterio que permite discriminar entre la violencia terrorista y la acción aislada de un demente. Distinción tanto más perentoria ante la irrupción en escena de los carroñeros. Al respecto, el terror político siempre responde a cierta racionalidad instrumental. Apela a medios criminales, sí, mas subordinándolos a un propósito programático. Por extrema y desalmada que se revele, su violencia no obedece a cualquier proceder arbitrario. Persigue un objetivo externo, y a él se subordina. El terrorista es un enfermo moral, no un loco. Por el contrario, la crueldad del perturbado resulta desoladoramente gratuita. Nada pretende obtener, en realidad. Medio y fin son uno y lo mismo. La satisfacción narcisista de verse reflejado en las portadas de la prensa, aquellos cinco minutos de gloria que Andy Warhol prometió a todos los don nadie de la Tierra, es cuanto ansía. Como los buitres, por cierto.


Libertad Digital - Opinión

Confusión. Por Florentino Portero

Los ingredientes ya están servidos, ahora toca preparar un nuevo y formidable cocktail de confusión.

Los ingredientes ya están servidos, ahora toca preparar un nuevo y formidable cocktail de confusión. El libro de Huntington -que casi nadie leyó pero que muchos no han dejado de criticar- y la rutilante aparición en escena de Al QaIda llevaron a un enloquecido debate sobre qué es el islam y las posibilidades de un mutuo entendimiento. El último Informe del Pew Research Center refleja cómo la incomprensión ha crecido entre las partes, alimentada por discursos ignorantes, interesados o ambas cosas al mismo tiempo.

Tras los atentados de Noruega, la otra cara de la misma moneda, toca liar con los temas que vienen caracterizando el debate político en los últimos años: identidad, inmigración, estado de bienestar y multiculturalismo. Cuanta más necesidad hay de precisión y claridad más voluntad encontraremos de enredar y confundir. La democracia es un lujo que sólo se puede mantener en pie si de verdad hay ciudadanos capaces de ejercer derechos y deberes. No se trata de una formalidad, sino de una cultura política, de una exigencia cotidiana de respeto a sí mismo y a los demás. Los maestros griegos ya nos advirtieron de que la evolución natural de la democracia era la demagogia, porque, como señaló Lope tiempo después, al vulgo «es justo hablarle en necio para darle gusto».

La dignidad con la que la sociedad noruega vive estos duros momentos contrasta con los comentarios que oímos o leemos en medios de otros estados europeos, donde el nivel del discurso no ha dejado de bajar, hasta encontrarse con la «telebasura», el índice por excelencia de la salud mental y moral de un país. A la confusión derivada de hablar de lo que no se sabe, de usar palabras sin tener en cuenta su significado, de despreciar el matiz, de pintar la realidad en blanco y negro se suma ahora el renacido culto a la vulgaridad. El cocktail está listo. Falta por saber si usted tendrá estómago para digerirlo.


ABC - Opinión

Noruega, en la encrucijada

Cinco días después de que Anders Breivik cometiese la mayor matanza que Noruega ha conocido en tiempos de paz –ayer el asesino se reconoció autor del ataque pero no culpable–, la sociedad noruega todavía no se ha despertado de la pesadilla que tiene sumidos a sus ciudadanos en un estado de incertidumbre y desconcierto. Las estadísticas indicaban que Noruega era lo más cercano a lo que entendemos como una sociedad civilizada en la vanguardia del Estado del Bienestar, ya que contaba con los más altos índices de ingresos, mejores niveles de educación y los más bajos índices de criminalidad. Tan estable era el aparente oasis que un informe de la Policía afirmaba hace seis meses que «los extremistas de derecha y de izquierda no constituyen una amenaza seria en el 2011 para la sociedad noruega». Esta afirmación saltó por los aires el viernes y demuestra el profundo desconocimiento que la Policía, las autoridades y la sociedad noruega tienen sobre las cloacas de su supuesto pluscuamperfecto modelo social.

Además de asesinar a 76 personas, Breivik ha atentado contra los valores de Noruega, un Estado al que odiaba profundamente por su aparente permisividad con los inmigrantes y por fomentar el multiculturalismo, algo que para él resultaba intolerable. Sí, es evidente que la matanza ha sido producto de un hombre enloquecido inmerso en su propia espiral de odio e ira, pero no es menos cierto que Breivik estaba en un terreno fértil para potenciar su instinto asesino. Desde hace muchos años, se sabe que la extrema derecha de Escandinavia, y en especial la de Noruega, es una de las más potentes y mejor articuladas de Europa. El partido de extrema derecha noruego, el Partido del Progreso, es respaldado por una quinta parte de los noruegos y tiene una presencia relevante, como se demuestra con su apoyo a los conservadores en la legislatura anterior a la victoria laborista. La naturalidad con la que el Partido del Progreso formaba alianzas con otros grupos políticos le confería una legitimación, lo que ha supuesto un grave error que ha traído consecuencias tan perniciosas como ésta.

A partir de ahora, los dirigentes y la sociedad noruega deberían de ser mucho más conscientes y responsables y no alentar a los partidos extremistas. Tendrían que ser menos ingenuos y, como con cualquier tipo de terrorismo o acto de violencia supuestamente asentado en una ideología, deberían mantener una tolerancia cero. El propio primer ministro noruego, Jens Stoltenberg, hizo bien en defender el modelo sobre que el que se sustenta la sociedad. Y también estuvo acertado cuando, a las pocas horas del atentado, pidió «más democracia, más apertura y más humanidad», pero, sin duda, Stoltenberg y el resto de la clase política y, por extensión, las Fuerzas de Seguridad, deben ejercer la autocrítica. Porque la realidad es que han vivido muchos años ensimismados ante sus logros sociales y minimizando la fuerza que iban cobrando los extremistas. Noruega ha perdido su inocencia y eso tiene un coste: actuar con todos los medios policiales y judiciales para extirpar el fundamentalismo. Es una posibilidad tangible que Europa, además del terrorismo yihadista, se tenga que enfrentar al terrorismo de grupos extremistas.


La Razón - Editorial

Racionalizar

El déficit sanitario exige mejorar aún más la eficiencia y analizar cómo elevar los ingresos.

Los ingresos de las Administraciones públicas se han reducido de manera drástica debido a la crisis y políticos y expertos, como no podía ser de otra forma, dirigen su mirada hacia uno de los capítulos presupuestarios más voluminosos: la sanidad pública. Las comunidades autónomas, principales prestadoras del servicio, al que dedican el 35% de sus presupuestos, están especialmente afectadas por un déficit que aumenta mes tras mes. Tal situación ha generado un debate sembrado de minas. La primera de ellas versa sobre la propia sostenibilidad del sistema. La sanidad es un pilar básico del Estado de bienestar y la española en particular, universal y gratuita, es equitativa, de buena calidad y eficiente (si bien hay margen para optimizar los recursos).

La sanidad pública española es muy apreciada por los ciudadanos y es barata. Con relación al PIB (el 6,1%) está por debajo de la media de la OCDE y, por supuesto, de Estados Unidos y de los grandes países europeos. Las principales causas del aumento del déficit son el envejecimiento de la población, la carestía de las nuevas tecnologías y el abuso en la utilización de los recursos, pero también y de manera notable, el bajo nivel presupuestario, que aún tiene recorrido hasta equipararse a los países de nuestro entorno. De ahí que el expresidente Felipe González propusiera hace unas semanas elevar dicho presupuesto y, a cambio, eliminar instituciones de tan discutible utilidad como las diputaciones. Como era de esperar, algunos políticos, como el gallego Alberto Núñez Feijóo, han recibido de buen grado la primera propuesta, pero han hecho oídos sordos a la segunda. Las diputaciones son órganos de poder, como lo son las televisiones autonómicas, que merman de manera importante las finanzas públicas.


No obstante, la mayoría de los Gobiernos autónomos, con el central al frente, ya están aplicando medidas de racionalización del gasto sanitario que están dando frutos. Las gestiones centralizadas de compras, aún en ciernes, y la reducción de la factura farmacéutica, imponiendo recortes de precios y subvencionando solo los más baratos, son algunas de las principales. Pero hay recorrido para mejorar la eficiencia con iniciativas aún pendientes, como la venta de fármacos en unidosis, y otras más complejas, como la de incentivar a los médicos con una mayor proporción de sueldo variable o una reorganización de servicios siempre difícil dado el inmovilismo sindical. Es más difícil de entender el cierre de quirófanos y centros de salud (al menos 40 este verano) acometido por Artur Mas en Cataluña, la amenaza de Esperanza Aguirre de reducir los servicios de restauración de los hospitales de Madrid o dejar sin cubrir sustituciones o bajas como hace José Antonio Griñán en Andalucía. Medidas de este tipo son todavía más incomprensibles cuando van acompañadas de reducciones o promesas de reducción de impuestos, como sucede en Asturias, además de en Cataluña y Madrid.

Elevar el presupuesto sanitario como propone González puede realizarse vía impuestos, pero también a través del copago. Italia va a introducir una modalidad de copago muy duro, junto al paquete de medidas de reducción del déficit público, que puede dejar fuera del sistema a los más necesitados. El copago ya existe en los fármacos, aunque aparentemente no ha sido un freno para que se disparase la factura. Aplicarlo al conjunto de las prestaciones sanitarias puede ser factible y recomendable si sirve precisamente para salvaguardar el sistema público sin mermar la equidad del propio sistema. Esto sería así si se impusieran pagos simbólicos, pero de fuerte efecto disuasorio, para reducir el número de visitas al médico por habitante, que es el más alto de Europa; un dato que es imprescindible tener en cuenta en el ya abierto camino racionalizador.


El País - Editorial

La retórica de un presidente sin sentido del ridículo

Ajeno por completo al más elemental sentido del ridículo, Zapatero ha aprovechado su reunión con el primer ministro británico para ofrecer otra dosis de la retórica que ha caracterizado sus dos lamentables legislaturas al frente del Gobierno español..

Aunque la contribución de Zapatero a la superación de la crisis económica ha sido nula en lo que respecta a Europa y perversa para España, el todavía presidente continúa presentándose ante el mundo como el gobernante que sabe qué es lo que hay que hacer en cada momento, razón por la cual debe ser escuchado con atención en los distintos foros internacionales en que participa como presidente del Gobierno de España.

Ajeno por completo al más elemental sentido del ridículo, Zapatero ha aprovechado su reunión con el primer ministro británico para ofrecer otra dosis de la retórica que ha caracterizado sus dos lamentables legislaturas al frente del gobierno español.

A estas alturas del desastre, el presidente del Ejecutivo de España ha anunciado al mundo que la recuperación de la crisis será "larga, dura y difícil", lo que no está mal para un personaje que negó su existencia por ineptitud y cálculo electoral hasta que ésta se convirtió en recesión y los efectos comenzaron a ser devastadores.

José Luis Rodríguez Zapatero ha sido el gobernante más nefasto en el manejo de una crisis financiera que su incompetencia ha extendido al resto de los órdenes sociales, pero esa realidad no le impide blasonar de egregio gestor cada vez que aparece en algún sarao internacional como ha ocurrido en su visita al Reino Unido.


En este caso concreto, resulta muy ilustrativa la manera en que el conservador Cameron y el socialista Zapatero han enfrentado los retos de sus respectivos países para superar las dificultades extremas de una recesión de dimensiones internacionales. Así, mientras el premier británico adoptó de inmediato medidas de contención del gasto público, muchas de ellas especialmente impopulares como las referidas al empleo público, sanidad o educación, Zapatero agravó las consecuencias de la crisis mediante sucesivos planes de gasto público con sus famosos "planes E" y decenas de otras iniciativas del mismo cariz destinadas a inyectar fondos estatales en distintos sectores.

El resultado es que España aumentó su déficit hasta el 11 por ciento del Producto Interior Bruto, a partir de lo cual las fatigas para encontrar financiación exterior no han hecho más que sucederse, obligando al contribuyente español a hacerse cargo de unos intereses desbordados por la escasa confianza que el Ejecutivo ofrece a los mercados de forma más que merecida.

Exhibir en estas circunstancias como una conquista meritoria y un ejemplo a seguir su deseo de rebajar hasta el 6% ese descuadre financiero, es algo sólo al alcance de un gobernante tan lamentable como el todavía presidente del Gobierno de España.

La salida de la crisis será "larga, dura y difícil" dice ZP, lo cual resulta en cierto sentido oportuno. Sería complicado encontrar tres adjetivos que definieran mejor su mandato.


Libertad Digital - Editorial

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ABC - Opinión