martes, 2 de agosto de 2011

Elogio de los funcionarios. Por José Luis Requero

Entre los tópicos más oídos a cuenta de la crisis están los que dicen que hay exceso de funcionarios, que no producen y sólo generan gasto. Como estas críticas no admiten respuestas tajantes hay que matizarlas, por lo pronto aclarar qué es un funcionario. Si lo es todo el que cobra una retribución de los presupuestos, su número crece espectacularmente, pues habría que añadir a los que perciben prestaciones de jubilación o desempleo, los que trabajan en empresas que viven de las subvenciones o de las contratas. Así visto, hasta los directivos de ACS, Ferrovial o FCC son funcionarios.

Más bien, funcionario es el que presta un servicio profesional en una administración pública. Pero un concepto tan elemental no es concluyente, de ahí que se hable de empleados públicos lo que engloba a los de carrera, más interinos y contratados laborales. Además, hay quienes ejercen un Poder del Estado sujetos a un estatuto funcionarializado –los jueces– o no, caso de parlamentarios y altos cargos del Ejecutivo. Aclarado, más o menos, qué es un funcionario, queda por saber si sobran y si son una casta gastona e improductiva.


En cuanto a lo primero, habría que diferenciar entre los que realizan una tarea exclusiva y excluyente de las administraciones, ligada a cometidos que le dan sentido. Es el caso del personal sanitario, militares, fuerzas de seguridad, funcionarios de Hacienda, fiscales, jueces, profesorado, etc. Frente a ellos, más que en cuerpos funcionariales, pienso en servicios y actividades prescindibles que han crecido al calor de unas administraciones expansivas, de un Estado intervencionista, de unas autonomías que han precisado rodearse de órganos y servicios –luego de empleados públicos– para ejercer su poder.

Reducir empleados públicos es deseable, pero ¿de quién se prescindiría? No de aquellos que desempeñan funciones esenciales y sí de esa masa de cargos de confianza y asesores o de puestos ideados para colocar al amigo, al correligionario, al familiar o de todos esos contratados que antes de que el partido benefactor pierda el poder son hechos fijos. Y los funcionarios ¿sólo son gasto?, ¿nada producen? Pues no: hay muchos ejemplos de Cuerpos de gran prestigio que han sido un activo y un funcionariado de calidad como un buen servicio sanitario, de Policía, de enseñanza, de Justicia, etc. no es una carga, sino lo que genera una paz y un orden institucional que permiten que el sector privado cree riqueza.

Con todo, el funcionario tiene mal cartel, a lo que han contribuido dos enemigos antagónicos, pero que coinciden en dañar al funcionariado necesario y de prestigio. La izquierda, en principio proclive a lo público, ha dañado la función pública al hacer bandera de la mediocridad, del todo vale, del afán de colocar a amigos, de rebajar la exigencia y aprovecharlo para colocarse, de ver en el mérito y la capacidad o en las oposiciones un coto de la derechona e identificar lo igualitario con regalar –o autorregalarse– lo que a otros les ha costado mucho. Ha multiplicado el número de cargos y puestos, ha entendido que lo público es un cortijo, que llegados al Poder hay que darse el atracón y postergar a los competentes.

Y la derecha, dada al liberalismo cañí, se apunta al tópico de «menos Administración», no se entera ni de lo que aporta un buen funcionario ni una buena Administración, con los funcionarios justos, motivados y reconocidos; ignora que es una inversión que marca la diferencia entre los estados saneados y los corruptos o fallidos. Un ejemplo reciente. Los nuevos gobiernos municipales y autonómicos anuncian auditorías –lo que supondrá más gasto– y las auditoras se frotan las manos. Ha tenido que decirles el Tribunal de Cuentas que para tal cometido ya está él, a lo que añado que hay interventores, secretarios, funcionarios y, si los hay que llegaron a dedo, mecanismos hay para tirar de verdaderos profesionales integrados en cuerpos de prestigio.

El FMI aconseja otra rebaja de salarios públicos. De nuevo pagarán justos por pecadores, los verdaderos y necesarios funcionarios serán víctimas, por un lado, de una superpoblación de cargos prescindibles, de creación política y, por otro, de gastos electoralistas o con interés ideológico que se mantienen si es que no crecen.


La Razón - Opinión

Déficit autonómico. ZP no es excusa para el despilfarro del PP. Por Guillermo Dupuy

Los del PP fueron igualmente irresponsables si, considerando infladas esas previsiones de recaudación, no sólo se pulieron esos anticipos "a todas luces excesivos".

Tras la esperpéntica reunión del Consejo de Política Fiscal y Financiera de la semana pasada, no han faltado quienes han buscado excusas para los manirrotos gobernantes autonómicos del PP que, simplemente, no son de recibo: me refiero a los déficits ocultos que ha dejado el PSOE en las autonomías que los populares pasan ahora a gobernar, así como al hecho de que haya sido el Ejecutivo de Zapatero el que infló las previsiones de ingresos de 2008 y 2009 que permitieron abonar a las autonomías unos anticipos a cuenta que eran a todas luces excesivos.

Evidentemente, los populares no son responsables de las facturas que el PSOE ha dejado impagadas, tanto encima de la mesa como debajo de las alfombras; pero este es un hecho con el que el partido de Rajoy tendrá, no obstante, que lidiar y que, desde luego, no excusa el enorme déficit y endeudamiento de otras regiones que ya estaban en manos del PP antes de las últimas elecciones autonómicas, como Castilla y León, Murcia o la Comunidad Valenciana. Precisamente han sido a estas tres comunidades gobernadas desde hace muchos años por el PP a las que la agencia Moody's acaba de bajar nuevamente su rating de solvencia, junto a Castilla-La Mancha, Cataluña y Andalucía.


Más absurda es aun la excusa que pone de relieve el hecho de que fue el Gobierno de Zapatero el que hizo la fantástica previsión de ingresos por la que se abonaron a las autonomías unos anticipos de 23.000 millones de euros de más y que ahora los gobiernos regionales no pueden devolver. Pues bien: si los gobernantes del PP consideraban realistas esas fantásticas previsiones de Zapatero es que eran tan irresponsables como él. Cosa que también ocurre si, considerando infladas esas previsiones de recaudación, no sólo se pulieron esos anticipos "a todas luces excesivos" sin dejar por ello, además, de incurrir, todos ellos, en déficits presupuestarios. No se olvide, por otra parte, que esos 23.000 millones que tan urgentemente reclama Salgado son pecata minuta comparado con los más de 120.000 millones a los que asciende el endeudamiento autonómico total.

A nadie se le oculta –a mí tampoco– que la rigidez con la que el Gobierno pide que le devuelvan lo que ha entregado de más sólo busca forzar en época preelectoral impopulares medidas de austeridad en unos Ejecutivos regionales mayoritariamente gobernados por el PP. Pero es que el PP debía haber llevado a cabo esas medidas de austeridad desde hace años en todas las autonomías en las que ha estado gobernando. Y eso, por no hablar de los ayuntamientos –con el de Madrid a la cabeza–, ante cuyo despilfarro la dirección nacional del partido respaldó la desvergonzada protesta liderada por la manirrota Rita Barberá ante los timidísimos topes de endeudamiento que les había impuesto el Ejecutivo socialista.

Entiéndaseme bien. No pretendo rebajar un ápice la responsabilidad que Zapatero tiene en el desbarajuste de las cuentas, ni pedírselas anticipadamente a Rajoy. Se trata, simplemente, de señalar corresponsabilidades que los gobernantes autonómicos y municipales del PP tienen desde hace años en este desbarajuste y de advertir que no son ejemplo de la "revolución en el recorte del gasto público" que tiene que acometerse para que el cambio de Gobierno no sea un mero cambio de siglas. Y es que, en esto del exigible equilibrio presupuestario, no debe existir en el PP ningún "verso suelto", y el hecho es que hay bastantes.


Libertad Digital - Opinión

20N: han perdido la cabeza, o están desesperados... O las dos cosas Por Federico Quevedo

La verdad es que cuando el pasado viernes el presidente del Gobierno, Alfre..., perdón, José Luis Rodríguez Zapatero, anunció que en septiembre disolvería las Cortes para celebrar elecciones generales el 20 de noviembre, o sea, el 20N, en un primer momento me pareció tan burda la maniobra de querer vincular esa fecha con el voto al Partido Popular que, francamente, no creí que hubiera otra intencionalidad en la elección que no fuera la mera coincidencia en el calendario de factores ajenos a la misma. Pero lo cierto es que movimientos posteriores de distintos dirigentes del Partido Socialista me han hecho recapacitar y, la verdad, empiezo a pensar que verdaderamente en Ferraz han perdido la cabeza. O están desesperados. O las dos cosas.

A estas alturas de la película, la sociedad española tiene una suficiente madurez democrática como para no vincular a la derecha liberal y centro-reformista con el franquismo, y no creo que esa jugada le salga bien al Partido Socialista. Es más, puede salirle bastante mal, porque es tan evidente que puede tener un efecto boomerang y volvérsele en contra.


«Los españoles no se merecen una campaña de crispación, de insultos, de desprecio al adversario, porque la situación del país es lo suficientemente grave como para que los dos partido se tomen en serio lo que verdaderamente piden los españoles: una campaña en la que se contrasten programas, se aporten soluciones...»
Hubo un tiempo en el que a la izquierda le iba bien la estrategia del miedo, pero creo que ese tiempo ha pasado ya, aunque todavía haya en nuestra sociedad gente, cada vez menos, que siga teniendo muy presente en su memoria lo que significó la dictadura... Pero de esa gente hay ya en todas las formaciones políticas, incluido el Partido Popular. Con todo, tal y como están las cosas en el PSOE y tal y como se
le presentan en el futuro, es hasta cierto punto comprensible que se agarren a la estrategia del miedo a la derecha como último recurso.

Rubalcaba ha dicho que él va a hacer una campaña tranquila y moderada, pero eso no hay quien se lo crea... Otra cosa es que no sea él directamente quien busque aquella famosa "tensión" de la que ya habló otra vez Rodríguez Zapatero, y sean otros en su lugar los que la provoquen con sus declaraciones y con una campaña dura con la que el PSOE va a intentar salvar los muebles de una derrota sin precedentes. Pero en democracia no vale todo, aunque casi todo sea legítimo...

Nadie debería recurrir ya al miedo para condicionar el voto de los españoles, porque los españoles ya pasaron miedo en otros tiempos, y no solo en los tiempos de la dictadura, sino antes incluso. Izquierda y derecha se han repartido las épocas más oscuras de nuestra Historia reciente, y por eso en la Transición se pasó página y se buscó el consenso y la concordia, y se vio que era posible convivir sin necesidad de
estarse permanentemente tirando los trastos a la cabeza, media España contra la otra media.

Volver a las andadas implica eso, que los socialistas han perdido la cabeza, o están desesperados, o las dos cosas a la vez, pero los españoles no se merecen una campaña de crispación, de insultos, de desprecio al adversario, porque la situación del país es lo suficientemente grave como para que los dos partido se tomen en serio lo que verdaderamente piden los españoles: una campaña en la que se contrasten programas, se aporten soluciones, se den respuestas a los problemas desde el sentido común y la cordura.


El Confidencial - Opinión

Techo de deuda. El día en que el mundo no terminó. Por Juan Ramón Rallo

¿Qué disciplina le impone a un Gobierno un techo de deuda que sabe que se elevará siempre que lo requiera? ¿Acaso el techo de deuda no debería actuar como límite insuperable y preventivo a su irresponsabilidad y prodigalidad?

Acaso sea la cercanía de 2012 la que lleva a muchos a pronosticar el fin de los tiempos de tanto en tanto. Sabido es que el alarmismo vende y no otra cosa recibimos como moneda de cambio. Tras varias semanas acongojados de que el mundo tal y como lo conocemos iba a concluir, de que corríamos el riesgo de caer en un cataclismo peor que el de Lehman Brothers, al final todo se ha arreglado de la manera en que cualquiera podía esperar que se arreglara desde el comienzo: con un pacto de última hora y a regañadientes que permitiera a los dos partidos aparentar que se han mantenido firmes en sus convicciones, que han cedido un poquito por responsabilidad institucional e interplanetaria y que, en todo caso, los derrotados han sido los otros.

Interesante ópera bufa para quien se la haya creído y la haya disfrutado con una canasta de palomitas en la mano. Pero poco más. Desde el principio, elefantes y burros se arrojaban los tratos a la cabeza por ver quién le dejaba la calderilla al camarero. No otra cosa se dilucidaba. Los planes de republicanos y demócratas eran prácticamente calcados: los primeros pretendían aprobar una reducción del gasto de 1,2 billones de dólares durante los próximos 10 años, crear una comisión que acordara la reducción adicional de de 1,8 billones y elevar el techo de deuda en dos fases, 0,9 billones de inmediato y 1,6 después de reunida la comisión; los segundos, minorar el gasto 1,2 billones durante 10 años, especialmente en las partidas de Defensa (partidas en las que, por cierto, las reducciones vendrán por sí solas, por el progresivo abandono de las contiendas de Irak y Afganistán), reunirse en comisión sin demasiado compromiso para estudiar la viabilidad de los déficits futuros e incrementar de inmediato el techo de deuda en 2,7 billones.


El acuerdo final ha sido una fusión de estos dos mellizos: el gasto se reduce de inmediato en 0,9 billones (un tercio de los cuales proviene del menor gasto en Defensa); antes del 23 de diciembre de este año se votará una reducción consensuada de 1,5 billones; si, como es previsible, la comisión bipartidista no llega a un acuerdo, se procederá automáticamente a reducir 1,2 billones a diez años vista; y el techo de deuda se eleva en 0,9 billones ahora y en 1,5 ó 1,2 billones según lo que suceda el 23 de diciembre. En cualquier caso, como querían los demócratas, se garantiza un incremento suficiente como para que Obama no tenga que responder de sus despilfarros antes de las próximas elecciones.

Pues la cuestión de fondo es: ¿cuándo el Leviatán estadounidense abandonó los últimos resortes de autocontención que le quedaban? El mal no viene de ahora, ciertamente, pero la frivolización del techo de deuda lo ilustra de nuevo. ¿Qué disciplina le impone a un Gobierno un techo de deuda que sabe que se elevará siempre que lo requiera? ¿Acaso el techo de deuda no debería actuar como límite insuperable y preventivo a su irresponsabilidad y prodigalidad? Por lo visto no: un simple maquillaje para hacernos creer que el Estado se encuentra realmente sometido a límite alguno.

Y no, la pataleta de los republicanos ni siquiera puede considerarse una chinita en el camino de Obama hacia el Enorme Gobierno. Tras el acuerdo, en el mejor de los casos, el gasto público se reducirá en 0,24 billones al año... sobre un gasto total de 3,69 billones: apenas un 6,5% (aunque para 2011, no nos asustemos, el comprometido recorte apenas alcanzará los 0,1 billones). O, para que nos entendamos, una magnitud similar a la que el poco o nada derechista Zapatero osó aprobar con el tijeretazo. Pero mientras, el déficit anual sigue disparado en 1,4 billones anuales y el nuevo techo de deuda de 16,5 billones de dólares (el 110% del PIB de EEUU) erosiona cada vez más la solvencia del país.

¿Eso es todo amigos? Sí, eso es todo. Ni demócratas, ni republicanos ni un Tea Party que tiene mucho menos poder del que se le reputa. Al cabo, por lo visto la suspensión de pagos de EEUU iba a hundir a la economía mundial en la mayor depresión que conocieron los tiempos. Será que EEUU no había suspendido previamente pagos en 1971 y 1973, cuando se comprometió a entregarles a los bancos centrales europeos unas ingentes cantidades de oro que jamás llegaron a ver; será que esta suspensión de pagos, resultado de una mera insuficiencia transitoria de liquidez, iba a ser más grave que aquélla, resultado de una irremediable insolvencia; será, en fin, que el establishment ha jugado inteligentemente sus cartas metiéndoles a todos el miedo en el cuerpo. Ah, el miedo: crisis y Leviatán. Han vuelto a ganar, pero ¿en algún momento estuvieron a riesgo de perder?


Libertad Digital - Opinión

Democracia sin fantasmas. Por Ignacio Villa

El reciente anuncio sobre el adelanto de las elecciones generales para el próximo mes de noviembre nos sitúa ya ante la vorágine de la campaña electoral, que previsiblemente nos llevará a un cambio de ciclo político después de más de siete años de gobiernos socialistas.

Por eso quizá, éste es un buen momento para hacer algunas consideraciones sobre algo a lo que los españoles somos bastante propicios. Quizá por historia, quizá por carácter, quizá por distintos antecedentes. Lo cierto es que creo que no es demasiado pedir exigirnos a nosotros mismos que ante los próximos meses de intensa campaña política no seamos tremendistas. El mundo no se acaba. Es verdad que la situación en la que estamos inmersos se encuentra aliñada por el hartazgo, por el cansancio, por la crisis económica y por los nervios propios de unas elecciones. Todo eso es cierto; pero ya va siendo hora de que los españoles vivamos con naturalidad las citas electorales. Sabiendo que son la parte fundamental de nuestro sistema político y que además son imprescindibles para alimentar algo básico en la higiene democrática: la alternancia en el poder.


Puede parecer paradójico, pero tendría que ser así. Unas elecciones, sean del carácter que sean, deberían unir a la sociedad, más que separar o enfrentar. Una cosa es que los políticos escenifiquen la controversia sobre modelos diferentes de sociedad, los resultados efectivos ante unas medidas concretas o las posibilidades reales para salir de la crisis económica. Los políticos están en lo suyo, de acuerdo; pero los ciudadanos tendríamos que estar en lo nuestro. Y lo nuestro es saber que lo más grande que tenemos en nuestra sociedad es el tesoro de la democracia y de la libertad. Y que no podemos estar tirándonos los trastos a la cabeza de forma indefinida.

El día en que los españoles nos quitemos de encima las etiquetas despectivas que nos arrojamos para descalificar al que no piensa como nosotros, habremos entrado ya en la madurez democrática sin posible retorno. Cuando saquemos de nuestro vocabulario coloquial los conceptos de facha o de rojo para criticar a los demás estaremos ya en un escalón superior de madurez.

Una cuestión es la gestión política, que como es lógico tiene que admitir todo tipo de críticas y de valoraciones. Pero los ciudadanos no podemos caer en esa dinámica que no va con nosotros. Y unas elecciones generales como las que tenemos a la vuelta de la esquina se convierten –de nuevo– en una ocasión maravillosa para traspasar ese Rubicón de madurez. La democracia se fundamenta en la alternancia, pero por encima de todo se fundamenta en eliminar de la convivencia diaria los fantasmas de buenos y malos. Los ciudadanos somos todos iguales; eso sí, tenemos la capacidad de elegir a los que pensamos que lo pueden hacer mejor. Y si esa elección supone un cambio, nadie se debe rasgar las vestiduras. Ahí está la maravilla de la democracia y todavía a algunos les cuesta entenderlo.


La Razón - Opinión

Breivik. Maldad patológica y maldad ideológica. Por Carlos Alberto Montaner

No hay que dejarse confundir con los malvados ideológicos. Hay que castigarlos con la severidad que permita la ley y con el desprecio público por sus actos.

La defensa del noruego Andres Breivik girará en torno a su presunta locura. El abogado defensor intentará persuadir a los jueces con un razonamiento muy extendido: ¿quién, que no esté absolutamente loco, es capaz de organizar semejante carnicería entre un grupo de inocentes? A lo que tal vez agregue un elemento adicional que reforzaría su tesis: el señor Breivik tomó alguna droga antes de cometer sus asesinatos. Esos psicotrópicos afectaron su conducta.

Ignoro si la justicia noruega aceptará esos argumentos. Espero que no los tomen en cuenta. Son producto de la interesada confusión entre la maldad patológica y la maldad ideológica. La maldad patológica deriva, en efecto, de un trastorno de la racionalidad. El loco oye voces, a veces acompañadas de visiones, que le piden que mate. Él se limita a obedecer esas órdenes. Usualmente, a ese tipo de demente lo clasifican como esquizofrénico. Es posible, incluso, que las voces y las visiones tengan un componente positivo: Juana de Arco, entre otros muchos "visionarios", probablemente era una esquizofrénica que militó en una causa noble.


El malvado ideológico es otra cosa. Es alguien que puede hacer daño sin ningún freno moral porque sus creencias y valores lo autorizan para ello. Hitler no era un loco. Era un malvado ideológico convencido de que debía exterminar a los judíos, a los gitanos, a los Testigos de Jehová o a los homosexuales porque eran seres dañinos para la especie. Lenin, Stalin o Mao eran también malvados ideológicos. Para ellos el asesinato en masa de los "enemigos de clase" no constituía un crimen sino una necesaria obra de limpieza revolucionaria que se ajustaba al catecismo marxista y a la dictadura del proletariado.

Cuando Hugo Chávez, en 1992, ataca la mansión presidencial y provoca centenares de muertos en las calles de Caracas, o cuando le escribe una carta de solidaridad a Carlos Ilich Ramírez, el despiadado "Chacal" autor de innumerables crímenes, no es víctima de una distorsión de la realidad, sino de un juicio ético pervertido por la ideología. La muerte violenta de sus adversarios, simplemente, le parece justificable. Por eso no tiene inconveniente en abrazar a Ahmadineyad, el tirano iraní que afila la espada nuclear para acabar con los israelíes.

Incluso los matarifes de las bandas de narcotraficantes son malvados ideológicos. Sus abominables acciones no derivan de creencias políticas, sino de intereses y valores tribales que generan sus códigos de comportamiento: para ellos decapitar inmigrantes o extorsionar a los trabajadores es legítimo porque les genera dinero y les gana el respeto de la banda a la que pertenecen y el terror de la sociedad sobre la que imperan.

En realidad, los malvados patológicos son muy pocos. La fauna que abunda es la de los malvados ideológicos. Como nos reveló el Premio Nobel Konrad Lorenz en Sobre la agresión, los seres humanos carecen de frenos instintivos que les impiden hacerles daño a sus congéneres, horrible descubrimiento al que acaso no fue ajena su propia y lamentable militancia en el partido nazi, hecho del que se arrepintió en su momento.

Prácticamente, cualquier ser humano "normal" puede torturar cruelmente o asesinar a otra persona si sus ideas, creencias, intereses, valores y atmósfera social así lo demandan. Siempre recuerdo la sorpresa que me causó saber que cerca de mi casa en La Habana vieja, hace ya muchas décadas, existía una siniestra edificación del siglo XIX, "el azotadero", a donde las personas honorables llevaban a sus esclavos desobedientes para que los desollaran a palos. Generalmente, acudían a ese sitio tras escuchar misa en la hermosa Iglesia del Ángel.

No hay que dejarse confundir con los malvados ideológicos. Hay que castigarlos con la severidad que permita la ley y con el desprecio público por sus actos. Y hay que comprender que la única correa capaz de sujetar al feroz animal que duerme en el corazón de nuestra especie son las instituciones surgidas de la Ilustración para proteger los derechos individuales y para limitar y fragmentar la autoridad de quienes ejercen el poder. Sólo estamos a salvo del zarpazo de los otros cuando nos contenemos todos con la camisa de fuerza de la institucionalidad proporcionada por la democracia liberal. Fuera de ese marco comienza la selva.


Libertad Digital - Editorial

Hay que desactivar a Bildu

El comportamiento ayer de Martin Garitano, en calidad de diputado general de Guipúzcoa y en el marco de la festividad de San Ignacio, no sorprende. Sin embargo, justo por ello debe provocar la indignación de todos los demócratas, ante una actitud sectaria, claramente alineada con la violencia ejercida por ETA, y en la que demostró un absoluto desprecio a la institución y a los guipuzcoanos que representa. No puede utilizar el altavoz que le facilita su condición de diputado general de Guipúzcoa, es decir, de representante de todos los guipuzcoanos, para pedir en su nombre la derogación de la «doctrina Parot», que supone la «cadena perpetua» para los presos de ETA, el fin de la dispersión de los presos etarras y la legalización de Sortu, es decir, el mismo discurso que repite la banda terrorista persistentemente. ¿Hasta cuándo vamos a soportar las burlas de Garitano y de Bildu? Desde los sindicatos policiales se espera que, tras las elecciones, se actúe. Ya hay suficientes argumentos legales para hacerlo. Desde que se les abrió las puertas de las instituciones, se ha comprobado hasta qué punto están instrumentalizando los ayuntamientos y las instituciones en las que están presentes para volver a plantear un escenario que ya creíamos desterrado: la retirada de la fotografía del Rey del ayuntamiento de San Sebastián, el manifiesto desprecio a la bandera española, y el acoso a los constitucionalistas. Con todos estos hechos, la Fiscalía y la Abogacía del Estado pueden reunir las pruebas que permitan evitar tanto escarnio y aportarlas a los tribunales. Tan cierto es que ETA no comete atentados como que el brazo político de los etarras, con su presencia cada vez más activa en las calles, está violentando de nuevo la convivencia en la sociedad vasca, con sus estrategias del miedo y la intimidación que tan bien le funcionaron en el pasado.

En este contexto, es pertinente recordar la posición activa del Partido Popular, cuyos dirigentes en el País Vasco han presentado varias iniciativas para acotar los movimientos de Bildu, como las mociones en distintos ayuntamientos para que los proetarras condenen a ETA, las cuales, por cierto, han sido objeto de críticas por parte de los socialistas vascos, que mantienen una posición más condescendiente. Y en LA RAZÓN, María Dolores de Cospedal ya anunció que el PP incluiría en su programa echar a Bildu de las instituciones. Ése es el camino para aislarles y desactivarles, una vez consumada su presencia en las instituciones. Lástima que no encuentren la complicidad del resto de fuerzas políticas, que mantienen unas posiciones mucho más tibias, esperando algo que sólo los más ingenuos creen que puede pasar: que Bildu condene los pretéritos atentados de ETA.

Lástima que Martin Garitano, en su penúltimo desprecio a la institución que representa, no asistiese ayer a la misa celebrada en la basílica de San Ignacio de Loyola, en Azpeitia. Si hubiese estado presente en representación de todos los guipuzcoanos, podría haber tomado nota de las palabras del obispo de San Sebastián, José Ignacio Munilla, que afirmó que «la verdadera paz no puede nacer de meros cálculos políticos, sino de un auténtico arrepentimiento». Evidentemente, Garitano no contempla esa posibilidad, como demuestra con insistencia.


La Razón - Editorial

Acuerdo peligroso

El pacto para ampliar la deuda evita el impago en Estados Unidos, pero compromete la recuperación.

El acuerdo in extremis en Estados Unidos entre demócratas y republicanos para elevar el techo de la deuda, pendiente de la aprobación la pasada madrugada por las Cámaras, salva el normal funcionamiento de la economía estadounidense hasta 2013, durante la legislatura de Barack Obama, pero transmite el mensaje de que la política radical que propone el núcleo del partido republicano, el Tea Party, será un obstáculo para la gestión anticrisis de Washington. El acuerdo salva el presente, puesto que evita la suspensión de pagos del país, pero compromete el futuro.

Obama ha perdido contra los republicanos. Él mismo lo admite cuando proclama que "este no es el acuerdo que hubiera preferido". El techo de deuda se amplía en unos dos billones de dólares; pero la condición republicana es que el recorte del déficit presupuestario ha de ser superior al margen de endeudamiento. Por añadidura, los republicanos (más exactamente, el Tea Party, su núcleo más activo en esta negociación) se niegan a que la contención del déficit incluya un aumento de impuestos a las rentas más altas. El pacto evita el impago hasta 2013, pero compromete la política económica del presidente.


Porque las condiciones impuestas por los republicanos debilitan gravemente los fundamentos del país para iniciar una recuperación fuerte y sostenida. Las restricciones fiscales evitarán la reactivación económica y ralentizarán el crecimiento (la previsión para 2011 es apenas del 2,5%) y el empleo (la tasa de paro difícilmente bajará del 9%). Si la expansión monetaria de Ben Bernanke ya había sido puesta en entredicho por el Fondo Monetario Internacional (FMI), las horcas caudinas por las que se ha visto obligado a pasar Barack Obama bajo la mirada triunfal de los republicanos acabarán por arruinar la efectividad de la política fiscal.

Los mercados percibieron esta contradicción. Si bien al empezar la jornada reaccionaron con una cierta euforia al anuncio del acuerdo, después advirtieron que la economía estadounidense no reacciona y que las drásticas limitaciones presupuestarias que implica el pacto de la deuda lastrarán el crecimiento (por tanto, la capacidad para devolver la deuda), y enfriaron el entusiasmo. En los puntos más débiles del sistema financiero las pérdidas fueron importantes. En España, el Ibex se hundió el 3,24% y la prima de riesgo alcanzó los 370 puntos básicos.

Estados Unidos se encuentra en estos momentos dentro de la misma trampa básica que el Viejo Continente. Como en tantos países europeos, para evitar la suspensión de pagos, es necesario aplicar ajustes fiscales (en este caso producto de un pacto político interno) cuya consecuencia es limitar el crecimiento. Estados Unidos no es Europa, por supuesto. Su estructura financiera interior y exterior le permite un margen de maniobra mayor. Pero el acuerdo compromete su crecimiento y su empleo. Está fundado, pues, el temor a que las agencias de calificación degraden la deuda norteamericana.


El País - Editorial

Zapatero y Obama: atándoles las manos a los derrochadores

Si algo nos han demostrado los casi tres años de Gobierno de Obama es que los planes de estímulo del sector público, responsables en gran medida de la deficitaria situación del presupuesto, han sido del todo inútiles para reanimar la economía.

Aunque el acuerdo sobre el techo de deuda alcanzado entre republicanos y demócratas suene a poco y no solucione los problemas financieros del país, es muy probable que los republicanos no hubiesen podido conseguir mucho más de un Partido Demócrata y de un Obama que llevan en su ADN la obsesión por el gasto público. El timorato programa de austeridad que se ha aprobado no supone ninguna panacea para un país cuya deuda pública está a punto de alcanzar el 100% del PIB, pero al menos sí ralentiza el ritmo al que se estaba aproximando a una situación realmente insostenible. Aun así, y precisamente por lo parco del ajuste, resulta bastante probable que las agencias de rating acaben degradando la calificación de la deuda soberana estadounidense.

Si algo nos han demostrado los casi tres años de Gobierno de Obama es que los planes de estímulo del sector público y la renuencia a adoptar medidas de contención del gasto, responsables en gran medida de la deficitaria situación del presupuesto, han sido del todo inútiles para reanimar la economía. Ayer mismo conocimos que la actividad fabril del país volvió al nivel más bajo de los dos últimos años; un negativo dato que llega una semana después de que conociéramos que el crecimiento de la economía durante el segundo trimestre del año también fue sustancialmente menor del esperado.


Esta fragilidad del gigante estadounidense y el riesgo de que su deuda fuera degradada reforzaron los temores sobre un estancamiento de la economía internacional, lo que tendría una pésima influencia sobre los eslabones más débiles de la misma: por ejemplo, España. Nuestro país, ayuno de reformas y de auténticas medidas de austeridad, necesita desesperadamente que la demanda externa lo saque del atolladero, pero esta demanda externa depende críticamente de la buena salud del resto de países.

Es lo que tiene habernos jugado el futuro de nuestro crecimiento, de nuestro empleo y de nuestras finanzas públicas a la sola carta de la recuperación internacional. Deberíamos tomar nota de lo que ha sucedido en Estados Unidos: tampoco a ellos, con una economía infinitamente más flexible y libre que la nuestra, les ha servido de nada gastar más de lo que ingresan. Y aunque aquí no tengamos a ningún Tea Party, los inversores extranjeros sí vigilan de cerca nuestra situación y restringen las ansias derrochadoras de Zapatero: ayer, sin ir más lejos, le confirieron la peor nota, en forma de prima de riesgo, desde la creación de la zona del euro. El tiempo de descuento hasta las próximas generales no debería frenar ni un minuto las cada vez más inaplazables reformas que necesitamos.


Libertad Digital - Editorial