martes, 16 de agosto de 2011

El tío Gilito y sus secuaces. Por Arturo Pérez-Reverte

Decía Unamuno que, cuando en España se habla de honra, un hombre honrado debe ponerse a temblar. Más de uno debió de temblar el otro día, escuchando decir a un poderoso banquero que ahora los bancos serán más compasivos con sus clientes. Es hecho probado que a ningún banquero, de aquí o de afuera, le da acidez de estómago la ruina ajena. Un banquero es un depredador social con esposa en el Hola, un Danglars que traiciona a cuanto Edmundo Dantés cruza su camino, un Scrooge al que se la traen floja los espectros de las navidades pasadas, presentes y venideras, un tío Gilito que hasta con su sobrino el pato Donald -los que leíamos tebeos lo calamos desde niños-, ignora la piedad. Y ni falta que le hace.

De economía no tengo ni idea; pero lo que no soy es completamente gilipollas. Por eso me toca la flor, corneta, que los banqueros maltraten mi sentido común a semejantes alturas de la feria, en esta España donde no hay monumento al sinvergüenza desconocido porque aquí nos conocemos todos. Un infeliz país donde la gente puede verse obligada a cerrar tienda o negocio por equivocarse en su gestión; pero donde ningún banco ni banquero, que llevan años equivocándose en la gestión irresponsable de un dinero que ni siquiera es suyo, pagan el precio de sus errores. Nunca.


Durante mucho tiempo, al socaire ladrillero que el Pepé del amigo Aznar nos legó por sucia herencia, esa panda de golfos, que igual engorda con unos que con otros, concedió préstamos a todo cristo, sin importar la capacidad de devolución de la clientela. A mi hija, por ejemplo, cuando cumplió dieciocho años, le mandaron seductoras cartas ofreciendo créditos para coches, videoconsolas y ordenadores, los hijos de la gran puta. En vez de centrarse en su trabajo de captar dinero y prestarlo bien, los bancos inundaron España de créditos que rozaban lo fraudulento. Lo usual era hipotecar la casa, en un ambiente de euforia que llevó hasta conceder el precio total de la vivienda, tasada por encima de su valor real, a veces con una cantidad suplementaria, también a sugerencia del propio banco. Y esto fue Disneylandia. Alentada, naturalmente, por la estúpida condición humana; por nuestra criminal simpleza, capaz de tragarse que alguien vendiera duros a cuatro pesetas, y que un empleado que ganaba mil quinientos euros al mes pudiera permitirse -«yo también tengo derecho» fue la frase de moda, como si tener derecho equivaliese a tener posibilidades- hipotecarse en una casa de medio millón, coche para el niño y vacaciones en el Caribe.

Al fin, como era de esperar -aunque nadie parecía esperarlo-, todo se fue al carajo, y los bancos quedaron saturados de garantías que no garantizaban nada. De casas que no valían lo que los tasadores de esos mismos bancos dijeron que iban a valer. El resto lo conocemos: los bancos no quisieron asumir las pérdidas. En cuanto al Gobierno, en vez de decirles oye, cabrón, te has equivocado, así que ahora paga por ello, lo que hizo fue darles dinero. Pero, en vez de destinar esa viruta a proteger a sus clientes, lo que hicieron los bancos fue trincarla para mantener su beneficio. Ni un duro menos, dijeron. Y lo que ocurrió, y ocurre, es que el Estado mira y consiente. Un Gobierno tan aficionado a gobernar por decreto como éste podría limitar las comisiones que cobran los bancos en tarjetas, transferencias, cuentas y cosas así. O los sueldos y beneficios de los banqueros. Pero eso, dicen, conculca los principios del Estado liberal. Obviando, claro, que más liberales son Gran Bretaña y Estados Unidos, donde sí han limitado los ingresos de los banqueros. Allí, cuando el Estado da dinero, vigila qué se hace con él. Por eso se ha metido en los consejos de administración de los bancos y ahora vigila desde dentro. Si piden mi apoyo, exijo. Y cuidado conmigo.

Pero esto es España, y los políticos evitan meter mano. Lo hicieron con las cajas de ahorro cuando todo era ya tan disparatado que no quedaba más remedio. Es el lobby bancario quien decide y el Estado el que babea. Nada raro, si consideramos que los principales deudores de los bancos son los sindicatos y los partidos políticos; y que, tanto a esos dos payasos que salen en la tele con pancartas llenas de siglas como a los de corbata y coche oficial, los bancos los tienen agarrados por las pelotas, o -seamos paritarios- por el folifofó. Y mientras el tendero, el del bar, yo mismo si no vendo libros, asumimos nuestras pérdidas y nos vamos a tomar por saco, nuestro banco se las endosa a otros, sin despeinarse. Y tan amigos. Ahora, para más recochineo, están saliendo a bolsa entre sus mismos depositarios.

A sacar más dinero de aquellos a quienes ya se lo sacaron. Haciendo la bola más grande todavía. Y lo que dure, pues oigan. Dura.


XL Semanal

"La Historia colocará a Zapatero en el lugar que se merece" (Blanco dixit). Por Federico Quevedo

Mi querido vecino de Ría, el ministro de Fomento José Blanco, a la sazón también portavoz del Gobierno, ha dicho que la Historia colocará al presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, en el lugar en el que se merece, y por una vez he de reconocer que estoy de acuerdo con él... En efecto, la historia colocará a Rodríguez Zapatero al final de la enciclopedia, en el último rincón de la “Z” de Zapatero, en el lugar donde ya nadie va a buscar porque no hay nada que encontrar, en el ostracismo de los personajes que no aportaron absolutamente nada al devenir de la humanidad...

En efecto, querido vecino de la Ría de Arousa, la Historia juzgará a Zapatero, pero no como tú dices por ser un presidente que ha tomado decisiones, sino por haber sido el peor presidente del Gobierno que ha tenido España en sus muchos siglos de vivencia, por haber sido el hombre que nos ha conducido a la peor crisis de nuestra reciente historia, por no haber sido capaz de tomar las decisiones drásticas y audaces que una situación como la presente requerían, y por haber tomado, sin embargo, otras que lejos de servir para avanzar de verdad en la mejora del bienestar y de la calidad de vida de sus ciudadanos, han enfrentado y dividido a los españoles.


Por eso pasará Rodríguez Zapatero a la Historia, y por eso el lugar que la Historia le tiene reservado es el que ocupan aquellos líderes que sólo han servido para hacer daño a los pueblos a los que han gobernado. Lo dijo una vez Aznar de Rodríguez Zapatero y fue, sin duda, la frase más certera que sobre él podía decirse: "Nunca nadie hizo tanto daño en tan poco tiempo". Si me apuran, Zapatero, que siempre había mostrado ese lado suyo de optimista irreductible, hoy sabe que lo que estoy diciendo es cierto.
«Ni siquiera al final de su mandato, cuando ya no tenía nada que le atara, ha sido capaz de tomar las decisiones justas que necesitaba este país. Hasta para convocar elecciones se ha equivocado, hasta en eso ha cometido un error de bulto creyendo que por hacerlo mal y tarde iba a conseguir que los mercados financieros y las autoridades europeas suavizaran su presión sobre la economía española.»
Ni siquiera al final de su mandato, cuando ya no tenía nada que le atara, ha sido capaz de tomar las decisiones justas que necesitaba este país. Hasta para convocar elecciones se ha equivocado, hasta en eso ha cometido un error de bulto creyendo que por hacerlo mal y tarde iba a conseguir que los mercados financieros y las autoridades europeas suavizaran su presión sobre la economía española. Tenía la oportunidad de afrontar de verdad las reformas que España necesita para afrontar el futuro, y eso sí que se le habría reconocido en su momento, al igual que a Suárez y a González se les reconoció todo aquello que sirvió para conducir a España hacia la modernidad y el progreso.

Dos legislaturas de marketing y propaganda

Zapatero no ha tenido los arrestos suficientes para afrontar los cambios y poner las bases que los propiciaran. Solo ha sabido provocar y dividir. Lo hizo en la primera legislatura, lo ha seguido intentando en la segunda, pero todo su proyecto de país basado en la confrontación ha sido un absoluto fracaso. Y al final no ha podido contentar a nadie, ni a propios ni a extraños, ni a sus votantes ni a quienes en otras circunstancias hubieran podido otorgarle su confianza. Ha defraudado a la inmensa mayoría porque en todo aquello que ha afrontado se ha quedado corto y nunca ha sido capaz de ir más allá del mero escaparate, de la simple propaganda, del puro marketing...

No ha sido un líder, por más que algunos se empeñaran en disfrazarlo de tal, porque los líderes consiguen el reconocimiento incluso de sus adversarios, y Zapatero no conseguirá jamás ese reconocimiento, ni siquiera de los suyos que, y esto también lo sabe José Blanco, hoy por hoy lo único que están deseando es olvidarle.


El Confidencial - Opinión

Villarriba y Villabajo. Por José Antonio Álvarez Gundín

Lo razonable sería hacer como en Italia y suprimir miles de ayuntamientos que arrastran una gloriosa independencia miserable, de modo que en vez de 8.000 alcaldes con sus 8.000 cortejos de gasto pudieran los vecinos españoles ser administrados por no más de 5.000, que ya son bastantes. Los 64 millones de franceses, por ejemplo, con su peculiar sentido cartesiano, se organizan con apenas 3.900 cantones consistoriales. Y los alemanes, que son 82 millones, proyectan una poda a la mitad de sus 11.000 municipios. Hasta los griegos han hecho un ERE en el Olimpo municipal y los belgas han fusionado la aldea de Asterix adelantándose a Roma. Desde el éxodo que en los años 60 despobló las zonas rurales, centenares de ayuntamientos boquean en una lenta agonía de muros en ruinas, yerbajos y largartijas. Sólo la casa de la abuela, remozada como vivienda de fin de semana y de vacaciones, conserva la lumbre encendida y unos rescoldos de vida en medio de la melancolía. Pero los inviernos son largos y caros. En gran parte de los municipios pequeños todo lo que se recauda en impuestos se va en pagar los sueldos del alcalde, del secretario y de los concejales. Hay casos en que todo el pueblo no vale ni la deuda que tiene con la Seguridad Social. El artificioso Plan-E del Gobierno no fue más que un espejismo de aceras y farolas, migajas en las barbas del hidalgo que come una sola vez al día. Pero ya se sabe que lo sensato casi nunca se abre paso en el páramo administrativo, como lo demuestran esos aeropuertos de un solo vuelo diario a ningua parte, trenes del AVE que transportan 8 pasajeros al día y polideportivos que compiten en tamaño con la Muralla china. El aldeanismo demagógico no es exclusivo de los nacionalistas y con tal de no aparentar menos que el vecino se hipotecan hasta la novena generación. Es la rivalidad tribal de Villarriba contra Villabajo. Ahí siguen, irreductibles y numantinos: antes muertos que mezclados. Será difícil dulcificar ese individualismo de Santo Patrón y Virgen lugareña tan arraigado en el mapa. Ni siquiera el régimen franquista, que no preguntaba ni la hora, logró reordenar lindes de 200 años que el tiempo ya había borrado. Pero esta piel de toro no da más de sí y urge repasar sus costuras antes de que se caiga a girones. He aquí una tarea de Estado para Rajoy y Rubalcaba.

La Razón - Opinión

Crisis. Restauremos el capitalismo. Por Juan Pina

Es necesario desmantelar el hiperestado costoso y entrometido, y para ello hay que desmontar de una vez por todas las falacias colectivistas y proclamar que el capitalismo es el sistema político más solidario que existe.

El colectivismo económico extremo no ganó en Europa Oriental, sino en Europa Occidental. En el Este simplemente se impuso por la fuerza de las armas tras el reparto de Yalta, y sólo mediante una feroz tiranía pudo sostenerse durante décadas. En el Occidente europeo, en cambio, el colectivismo no se impuso por la fuerza sino que logró sutilmente el apoyo generalizado mediante las artimañas de los ingenieros sociales. El sociólogo alemán Ralf Dahrendorf definió como "consenso socialdemócrata" el modelo social, económico y político que triunfó sin derramamiento de sangre al Oeste del Telón de Acero. La nueva democracia no fue una cabal restauración de la truncada por la guerra, sino una distorsión estatalista e intervencionista del concepto mismo de democracia para incluir en él un Estado del Bienestar basado en impuestos confiscatorios y, sobre todo, en un endeudamiento temerario. En mayor o menor medida, todos los partidos se imbuyeron de ese paradigma, haciendo realidad la célebre frase de Hayek sobre los "socialistas de todos los partidos". Casi todos fueron cómplices de la desnaturalización del capitalismo mediante la imposición de todo tipo de ataduras y restricciones a la acción económica humana.

Este colectivismo común al centroizquierda y al centroderecha creó en Europa una economía artificial, falsa, basada en monedas de juguete y deuda rampante, regulada hasta la asfixia y politizada hasta la náusea. Una economía de la que ahora, en pleno derrumbe del sistema, tenemos que desprendernos pero sólo podremos hacerlo si somos capaces de rehabilitar socialmente el capitalismo frente al nuevo y peligroso impulso que está tomando su injusta condena por un cadáver que no es suyo: esta crisis es producto de la intervención keynesiana de la economía. Es el Estado, en Europa y en el resto del Occidente desarrollado, el que la ha provocado inflando burbujas y adulterando el curso de los sectores más estrangulados por el intervencionismo. Ha fallado el Estado arrogante que se creyó capaz de dirigir la economía, no los mercados, que se limitan a reflejar los frutos del desastre generado por los excesos del poder político.

Es necesario desmantelar el hiperestado costoso y entrometido, y para ello hay que desmontar de una vez por todas las falacias colectivistas y proclamar que el capitalismo es el sistema político más solidario que existe (si se le deja en paz) porque es el único que condiciona el éxito de cada cual al servicio de las necesidades de otros. Y una vez restaurada la cabal comprensión de cómo funciona una economía libre, habrá que reformar el sistema para que nunca más podamos caer en burbujas inducidas por los políticos con vocación de ejercer de Reyes Magos con dinero ajeno o, peor, con dinero futuro. Los topes severos tanto al endeudamiento como a la carga tributaria deberían grabarse a fuego en las constituciones de los países libres. Y el dinero debería ser de nuevo el instrumento económico de la gente, no un mecanismo de manipulación económica del Estado. Para ello hace falta restaurar el patrón oro y el pleno encaje bancario, eliminar los bancos centrales y liberalizar la emisión monetaria siempre que esté respaldada. Esta crisis les ha estallado en la cara a los colectivistas que seducen a Europa desde hace seis décadas. Es el momento de que nuestro continente descarte definitivamente su lógica errada y recupere la libertad económica plena, única vía posible a la prosperidad.


Libertad Digital - Opinión

Orgía callejera. Por Ignacio Villa

Hasta hace muy pocas semanas preguntar a cualquier ciudadano español por Tottenham, era como preguntar por un jeroglífico de caracteres anglosajones, que en su mayoría no situaban en Londres y que como mucho, un avezado aficionado al fútbol, podía relacionar con el equipo del Tottenham Hotspur. Era en definitiva un nombre archivado en el disco duro sin más significado.

La actualidad ha cambiado las cosas. Tottenham es un barrio londinense, histórico en otros tiempos por sus revueltas sociales provocadas por una sociedad muy variada en sus orígenes étnicos y muy desequilibrada en sus recursos económicos. Tottenham fue un laboratorio sobre el que los británicos querían edificar una sociedad que asumía a toda velocidad la incorporación a la Metrópoli de millones de inmigrantes que con pasaporte «royal» querían vivir en el Reino Unido en pleno proceso de independencia de las colonias. Tottenham se convirtió en un banco de pruebas de esa nueva sociedad «british» que decía haber asumido con naturalidad la inmigración de las colonias y en el fondo lo que habían hecho era engañarse a sí mismos, destinando a toda esa inmigración a los trabajos que los británicos no querían desarrollar. Así los conductores de metro, los kioskeros, los gasolineros, los tenderos de los comercios abiertos 24 horas y así sucesivamente, fueron convirtiéndose en reductos coloniales de aquellos que con pasaporte de la «Corona» eran incorporados a la sofisticada sociedad británica.


Aquello provocó fuertes enfrentamientos raciales y étnicos, pero también es cierto que con el paso del tiempo todo se fue reajustando y poco a poco el Reino Unido en general, y Londres en particular, se convirtió en un crisol racial y étnico que con más ficción que realidad ha ido cuajando como una característica de una sociedad como la británica, en apariencia abierta, pero en la práctica cerrada y encerrada en unas costumbres y tics victorianos que les hacen ser tan extravagantes como clasistas. Una mezcla difícil de entender en la teoría pero que sobre el terreno es absolutamente visible y evidente, y de la que los británicos se sienten orgullosos, aunque no siempre con razón. Prefieren quedarse con los resultados cosechados, olvidándose del clasismo que esa multiplicidad racial provoca en el Reino Unido.

Tottenham no escapa a todo esto; tiene tras de sí un reguero de historias convulsas y complicadas, pero dicho lo cual no hay que engañarse. Lo de estos días es un fenómeno nuevo que sociólogos y medios de comunicación analizan a toda prisa buscando razones a esta situación. Seamos humildes, de Tottenham sabemos mucho, conocemos su historia y su compleja composición social; pero no sabemos las razones de lo vivido. Mientras, en las calles de Tottenham se siguen viendo ondear en cada esquina las banderas de su equipo de fútbol: «orgullo de Londres» dicen los aficionados de White Hart Lane. Por el momento nos quedamos con una triste orgía de violencia callejera de la que desconocemos sus motivos reales más allá del impacto mediático.


La Razón - Opinión

Crisis de deuda. A las puertas de otra gran depresión. Por Ignacio Moncada

La estrategia que nos prometieron que nos sacaría de la crisis en un año, pleno empleo incluido, nos ha traído a las puertas de otra gran depresión de las que duran más de una década. Sólo con un ajuste de caballo evitaremos adentrarnos en ella.

Resulta heroica la obstinación de los keynesianos que van quedando. Mientras Occidente contempla cómo se derrumba la economía como resultado de más de tres años de políticas expansivas, éstos continúan su huída hacia delante. Y, sin duda, lo hacen con los ojos vendados, pues no ven que a escasos metros se encuentra el abismo. Rezaba en El País Jose Carlos Díez, economista jefe de Intermoney, que "la tensión en los mercados financieros que de nuevo estamos padeciendo ha sido causada por una obsesión por la austeridad". Yendo incluso más lejos, el incansable Paul Krugman repite dos veces por semana desde las páginas del The New York Times la misma idea: "una respuesta real a nuestros problemas conllevaría por el momento, ante todo, más gasto gubernamental, no menos".

La realidad sigue sin dar una alegría a los fervientes seguidores de Lord Keynes. Desde el momento en el que estalló la crisis, los Gobiernos de ambos lados del Atlántico siguieron a pies juntillas el manual anticrisis que nos legó el economista inglés: que los Gobiernos gasten todo el dinero posible, da igual en qué, con objeto de mantener la demanda inflada. El hecho es que se ejecutaron los mayores planes de gasto público que jamás vieron los tiempos.


Podría parecer extraño que mientras la economía occidental se contrae con violencia, y la gente tiene cada vez menos recursos, la salida de los Gobiernos sea la de acaparar todo el crédito disponible para despilfarrarlo en sus más inmediatas ocurrencias. Pero la verdadera luz que iluminaba esas acciones, aunque parecieran absurdas a ojos del ciudadano de a pie, era la promesa de que en menos de un año se volvería al pleno empleo y al sano y enérgico crecimiento económico. Tres años después, la realidad, ajena a las fantasías keynesianas, sigue sin hacer caso a tan voluntarista ideología. Ha logrado, eso sí, lo que parecía impensable: colocar a grandes potencias económicas al borde mismo de la suspensión de pagos.

Pero el asunto sigue agravándose. Los Gobiernos, incluso viéndose a un paso del precipicio, siguen pensando que la clave para evitar una traca de quiebras soberanas está en reducir el déficit publico al 6%, cifra que alguien debió mencionar en Bruselas como si fuera la panacea contra la crisis y que no deja de seguir siendo un nivel de endeudamiento masivo. La reacción de la economía, que no entiende de ideologías, ha sido la de ir a peor. La crisis de deuda se ha traducido en una explosión de las primas de riesgo, en el rescate encubierto del BCE a España e Italia y en la certeza de que volvemos hacia la recesión. El caso es que parece que ni el riesgo de quiebra parece frenar la fe ciega de los keynesianos en el despilfarro como método infalible para salir de la crisis. Al final resultó que la estrategia que nos prometieron que nos sacaría de la crisis en un año, pleno empleo incluido, nos ha traído a las puertas de otra gran depresión de las que duran más de una década. Sólo con un ajuste de caballo evitaremos adentrarnos en ella.


Libertad Digital - Opinión

La serpiente de verano es Rubalcaba. Por Magdalena del Amo

Las serpientes de verano me han hecho pensar en Rubalcaba.

A esos temas recurrentes, intrascendentes por definición que afloran en la etapa estival, y cuyo origen bien pudiera ser el asunto Nessie, el famoso monstruo que reaparece cada verano para animar la zona con turistas curiosos y amantes de la criptozoología, se suma el peeling de imagen mediático de Rubalcaba. Este verano, ni los petroglifos laberínticos hallados en la aldea ourensana de Irixo, ni siquiera el ovni que Peter Lindberg encontró en el fondo del Báltico, tópicos insertos en el dossier de serpientes veraniegas, consiguen restarle protagonismo al candidato socialista y único líder como él mismo dejó claro. De repente, los profesionales de los medios, mimetizados por el “efecto contagio”, no podemos vivir sin él, y nada de lo suyo nos es ajeno, que diría Ovidio, hasta el punto de convertir lo anecdótico en noticia. Se habló estos días de su nuevo look en vaqueros, sus visitas a los colectivos, su triplete en la TV pública-privada-la suya, su viaje a Bruselas incluso, a echar su cuarto a espadas en alta economía de dos tardes. Su utilitario rojo y su actitud pagando el parquímetro como todo hijo de vecino, ni ha conmovido a España ni ha hecho que nos olvidemos de casi treinta años de coche oficial. Pero aquí estamos comentándolo.

A pesar de todo lo que ocurre en el mundo, en España la serpiente de este verano es Rubalcaba; en sentido metafórico, simbólico y literal. Los luciferinos –y no quiero señalar—, tan tramposos como su inspirador, han sembrado la idea de que la serpiente, emparentada con los dragones orientales y las deidades sumerias zoomorfas, representa la civilización, la sabiduría y el conocimiento. Así lo defienden los textos gnósticos y otras tradiciones medievales de tenor iluminista. La literatura védica habla de los nagas serpentiformes; Agathodemon es la serpiente fenicia; Kneph forma parte del panteón egipcio; la de Esculapio, símbolo del Kundalini, ha llegado a nosotros materializada en el emblema de médicos y farmacéuticos; y al otro lado del Atlántico, los códices precolombinos recogen a la serpiente emplumada, Quetzalcoatl, de la que descienden los teotihuacanos, según refiere el escritor mestizo Fernando de Alba Ixtlixóchilt; y más al norte, la serpiente Baholinkonga de los indios Hopi, habitantes de la ciudad perdida Sipapuni, que supuestamente el explorador Kincaid descubrió cuando descendía el Green River. Estos seres reptiloides causaban repugnancia y temor a sus humanos seguidores, por su despotismo y sus ansias de víctimas inmoladas.

El relato bíblico presenta a la serpiente con su auténtico perfil, dotada para mentir, embaucar y seducir. Rubalcaba miente, embauca y tiene una gran capacidad de seducción. Pero además, últimamente ha mostrado su característica más oculta. Se ha mostrado déspota y tirano, incluso con su jefe Zapatero, gracias al cual no está de retirada desde hace tiempo y a quien no le importó poner en ridículo al decir “yo soy el líder”. Estos seres serpentiformes moraban en cuevas o reinos subterráneos, una analogía más si se tiene en cuenta que Rubalcaba se ha distinguido siempre por conocer y defenderse como nadie en las cloacas del Estado. La sed de sangre de estos dioses paganos tiene su espejo en Rubalcaba, con todo un país para inmolar en su propio honor. El paralelo con la serpiente no deja lugar a dudas. Eso sí, lo que no podrá Rubalcaba es mudar de piel, aunque sí le gustaría.

Pero más allá de juegos analógicos, tenemos sobrados motivos para estar serios. La economía no mejora tras el anuncio del adelanto electoral; cuatro meses es demasiado tiempo de incertidumbre, de interinidad, como se dice ahora. Por eso, Esperanza Aguirre pide elecciones para septiembre. Los mercados están más bravos que nunca; la prima de riesgo superó los 400 puntos básicos; no nos intervienen porque es económicamente inasumible. Zp se ha reunido con los suyos y con Rajoy; quiere su apoyo, pero el mayor apoyo es propiciar que asuma el mando. También habló con el Príncipe e incluso ha requerido al expresidente Aznar para que le hable de Europa (un poco tarde). El Rey está preocupado y pide la unión de todos. También tarde, Majestad, también tarde. Siempre me llamó la atención que usted no se ocupara y preocupara más de este reino que es el suyo y de los que vengan, si es que queda algo. Cuando en el 2008 todos los “antipatriotas” sabíamos lo que se nos venía encima, usted declaró en un medio de comunicación –era la primera vez que opinaba sobre un presidente—que Zapatero sabía muy en qué dirección iba y por qué hacía las cosas. ¿Lo sabía, Majestad? Mientras tanto, los indignados se entrenan para armar bulla cuando gobierne Rajoy, con el guiño de Rubalcaba y Cayo Lara. La calle es suya y el Ministerio del Interior casi. No estaría de más que echaran una miradita a Tottenham ardiendo. En el nuevo estado preorweliano los policías han pasado a ser los malos. ¿Quién nos defiende de estos delincuentes okupas antisistema que desafían la ley? ¿Hay alguien ahí?


Periodista Digital - Opinión

El muro. Por Alfonso Ussía

Estuve en Berlín cuando se derrumbó el muro. Se derrumbó una ideología, un sistema y una tiranía. He escrito de los plátanos. Los alemanes del Este no conocían la existencia de los plátanos. Se agotaban en los supermercados del Berlin libre. En las escobillas de los cascajos rodantes de la Alemania comunista, los berlineses occidentales dejaban billetes de marcos para que sus propietarios pudieran comprar algo en su primera libertad. Y botellas de licor, y embutidos, y hasta postales con la efigie de John Fitzgerald Kennedy, el presidente de los Estados Unidos que cuajó en Berlín, junto al muro opresor del comunismo, las palabras más fundamentales de su trágica presidencia. Berlín es una ciudad que en el otoño avanzado, casi en el invierno, apenas sabe del sol. El muro se mantenía, pero se abrían puertas a golpes de mazazos, mientras los «vopos», los soldados de la Alemania entregada al comunismo, se despojaban de órdenes, fumaban durante la guardia y permitían que los jóvenes alemanes del este derribaran una muralla en la que muchos como ellos encontraron la muerte para abrazar la libertad. Se rendía el comunismo, la gran mentira. No sólo en Berlín, sino en Moscú, firmando su histórico fracaso. Saltaban por los aires ripios de granito que se convertían en reliquias del horror. Y pasaban los alemanes atónitos de la sombra a la luz, pero no nos permitían a los extraños atravesar el trecho que separaba la luz de la sombra. Ahí se mantenían inflexibles los mandos militares y policiales del comunismo agónico. Una inflexibilidad que también se entregó a lo inevitable, semanas más tarde.

Hace cincuenta años que el paraíso comunista decidió alzar una muralla en el corazón de Europa para que nadie pudiera huir del edén. En Hungría, en Checoslovaquia, en Polonia, en las tres naciones bálticas de Estonia, Letonia y Lituania, en Georgia, en las repúblicas musulmanas anexionadas al gran crimen, empezaron a moverse los hilos de la libertad. Y en Rusia. Gorbachov, el comunista pragmático, supo que la etapa de la opresión había llegado a su fin. Un Papa llegado de la Iglesia perseguida y un presidente de los Estados Unidos aborrecido por la retroprogresía, habían obrado el milagro. En Polonia, «Solidarinosc», encabezada por Lech Walessa, se había enfrentado con éxito y dolor a la mano de hierro del comunismo. La Primavera de Praga florecía en pleno otoño. Los hierros de los carros de combate soviéticos que aplastaron Hungría en 1956, se hicieron ceniza, mala memoria, sólo eso, cuando se oyeron de valle en valle, como en la Edad Moderna, los pífanos que anunciaban la victoria de la libertad. Todo habría de seguir un camino más largo o más corto, según cada tirano. En Rumanía, el anfitrión veraniego de Santiago Carrillo, el asesino Ceaucescu, mataba sus últimos osos en sus privilegiados hayedos y se disponía, desde su ignorancia, a morir fusilado por sus propios soldados junto a su perversa Helena, la gran zorra rumana.

Detrás, millones de muertos , campos de concentración, hambre, fracaso, persecución policial, absoluta ausencia de derechos y una aristocracia de partido que principiaba a manejarse en el exterior para no perder sus privilegios. Lo que hoy es la mafia, ayer fue el Partido Comunista. En Occidente, los más radicales seguían creyendo en lo imposible, en el cubo de la basura, en la cañería atascada, en la aborrecible prisión de millones de kilómetros cuadrados que se había establecido después de la Guerra Mundial con el beneplácito de las naciones libres. Hace cincuenta años se alzó la muralla que separaba la vida de la muerte y que hoy es mal recuerdo y aire compartido. Tengo ante mis ojos el ripio de granito que tomé en Berlin. Y pienso en la sangre de tantos que murieron por superarlo. Ya hay plátanos y vida, y ni queda hoz ni amenaza el martillo.


La Razón - Opinión

Balance. ZP y su lugar en la historia. Por Carmelo Jordá

¿Un lugar en la historia? Desde luego, al fondo a la izquierda, con los residuos más dañinos y los fracasos más estrepitosos.

Dice el bachiller Blanco que la historia pondrá a Zapatero "en el lugar que merece", y lo dice tan convencido que no voy a ser yo el que se lo discuta: efectivamente el presidente del Gobierno tiene ya reservado un espacio en nuestro recuerdo y en los libros: aquel que se reserva a los fracasados y, como en el caso de Fernando VII, el de los felones.

No me imagino otro premio para una gestión que ha fracasado en cada cosa que ha intentando y se ha visto superado por todo aquello que debería haber previsto: no ha logrado, por ejemplo, terminar con el problema del separatismo pese a su convivencia con los separatistas.


Por otro lado presume de unos "derechos sociales" que no sabemos donde están (¿qué es de la Ley de Dependencia, qué pasó con el cheque bebé?) y sí donde va a terminar, teniendo en cuenta que todos ellos se pagan con dinero público y esa fuente se ha secado quizá para siempre.

Además ha dividido la sociedad imponiendo una serie de reformas que, o no eran necesarias y han sido dañinas como la del aborto, o deberían haberse hecho de una forma completamente diferente como la del matrimonio gay; y abriendo las viejas heridas que tanto había costado cerrar (cuarenta años, nada más y nada menos).

Ha hecho el ridículo en la escena internacional, en la que su adanismo ha sido, eso sí, un arma de destrucción masiva que ha llevado a España al rincón de las mediocridades dictatoriales junto a compañeros tan poco agradecidos como Cuba, Venezuela o Irán, las "civilizaciones" que nos llevan de la mano en una alianza de la que ya nadie se acuerda.

Y, finalmente, ha mostrado una inutilidad solamente comparable a su cerrazón y cabezonería a la hora de gestionar una crisis económica que puede que haya sido internacional, sí, pero que a ningún país pilló tan mal preparado como a nosotros, que además fuimos los que reaccionamos más tarde.

Dice el bachiller Blanco que el reconocimiento llegará "en su momento" y en esto no estoy del todo de acuerdo: algunos ya lo reconocimos bastante pronto, incluso antes de llegar a la Moncloa, otros han tardado algo más, pero la mayoría no tuvo más remedio que rendirse a la evidencia allá por el mes de mayo de 2010, cuando sólo una semana después de decir que nunca lo haría se tuvo que aplicar, con poca pericia, es cierto, a recortar su propio despropósito.

¿Un lugar en la historia? Desde luego, al fondo a la izquierda, con los residuos más dañinos y los fracasos más estrepitosos. Y eso sí, espero que allí no le olvidemos, ni a él ni a aquellos que, como el bachiller Blanco, le han acompañado en esta intensa aventura de los últimos años: arruinar España y a los españoles.


Libertad Digital - Opinión

Una semana decisiva

La reunión de hoy entre Merkel y Sarkozy es de gran trascendencia para encauzar la crisis de la deuda en la eurozona y acelerar los acuerdos tomados en julio relativos a los mecanismos de rescate. La indefinición y cierto oscurantismo en la toma de decisiones son algunas de las causas que explican los ataques de los especuladores a las deudas soberanas más expuestas, como la española y la italiana; de ahí que la cumbre de hoy en París tenga como principal misión despejar dudas y transmitir confianza sobre la capacidad de Europa para mantener en pie el euro más allá de que el BCE haga de bombero y haya comprado deuda soberana la pasada semana por 22.000 millones para apagar el fuego. Luego será cuestión de analizar si la solución más conveniente es la emisión de bonos europeos o la creación de un fondo monetario. Para España, en concreto, la reunión tiene especial importancia porque el Gobierno está obligado a aprobar en el Consejo de Ministros del viernes el paquete de medidas adicionales avanzado por Salgado el pasado 7 de agosto y añadir alguna otra de última hora. Además, el draconiano plan de recortes anunciado por Berlusconi para Italia ha colocado a nuestro país en el centro de atención de los mercados, que aguardan recortes más contundentes del gasto y un saneamiento más rápido de las cuentas públicas. ¿Está dispuesto el Gobierno socialista a realizar ese esfuerzo añadido que le piden Trichet y Merkel? De las medidas avanzadas por la ministra de Economía para recaudar 5.000 millones se desprende una desganada voluntad de cumplimiento en el sentido que los clásicos daban a este término: cumplo y miento. Así, la decisión de adelantar a cuenta el cobro del impuesto de sociedades de las grandes compañías no es más que una treta para disponer de caja ahora y diferir el problema a dentro de dos años. La cuestión clave es otra, a saber: si el Gobierno está realmente dispuesto a culminar reformas tan vitales para ganar competitividad, como la laboral y la de negociación colectiva, o, por el contrario, sólo pretende ganar tiempo hasta el 20-N para no perjudicar las expectativas electorales del candidato Rubalcaba. En este punto, resultará muy elocuente la decisión que adopte el Consejo de Ministros, este viernes o el próximo, sobre la prórroga del subsidio de 400 euros a los parados que han agotado la prestación. Rubalcaba ya ha expresado públicamente que es partidario de mantenerlo; Salgado no desvela su criterio y se ha limitado a decir que antes habrá que evaluar el impacto en las cuentas. No obstante, a medida que pasan los días se refuerza la sospecha de que el Gobierno no desea emplear los dos meses hábiles que le restan antes de que se ponga en marcha la maquinaria electoral en darle otra vuelta de tuerca al plan de ajuste que pasaría, inevitablemente por medidas tan impopulares como otro recorte salarial a los funcionarios, una reforma del mercado del trabajo para ligar los sueldos a la productividad y un adelgazamiento mayor de la nónima de cargos públicos. A diferencia de Italia, da la sensación de que España no se mueve pese a estar intervenida «de facto», lo que no augura días apacibles en los mercados de deuda.

La Razón - Editorial

Secretas intenciones

Mientras subsista ETA seguirá sin haber igualdad de condiciones en la competición electoral.

A tres meses de las legislativas, los objetivos de la izquierda abertzale parecen ser, a juzgar por sus últimas iniciativas, la legalización de Sortu y popularizar su propuesta de alianza nacionalista con programa soberanista, a la que ha invitado a sumarse al PNV. Sobre esto, la novedad más interesante ha sido la respuesta de Egibar, cabeza del sector soberanista del PNV, quien ha dicho que la existencia de ETA es un obstáculo insalvable para cualquier alianza. Es cierto que ese obstáculo no impidió al PNV cerrar acuerdos de calado en tiempos de Ibarretxe, pero la diferencia es que ahora la izquierda abertzale amenaza con arrebatar al nacionalismo tradicional su hegemonía en ese campo, lo que no ocurría en los años noventa. Pero es significativo que Egibar haya puesto el acento en la existencia de ETA, aunque esté en tregua, y en la negativa de Bildu a exigir su disolución.

Mientras la banda se mantenga presente, aunque sea como amenaza, seguirá la desigualdad de oportunidades electorales derivada de la existencia durante décadas de una banda que atacaba a los enemigos políticos del nacionalismo radical. El éxito electoral de Bildu se considera con razón un aval para la apuesta de Otegi y compañía por las vías políticas. Pero ¿qué pasaría si tuviera malos resultados el 20-N? ¿Consideraría ETA que eso le da un pretexto para romper el alto el fuego? ¿No condiciona eso el voto? Por eso es importante que el nacionalismo no ligado a ETA condicione eventuales alianzas con Bildu a la exigencia pública de disolución de la banda.


El mismo argumento vale para la legalización de Sortu. Con ETA de cuerpo presente, ¿qué pasaría si el Constitucional decide no legalizarle? En general se da por supuesto que, tras haber dado vía libre a Bildu, el tribunal lo hará también con Sortu. Sin embargo, no es seguro que los argumentos que sirvieron para Bildu (insuficiencia de las pruebas presentadas para tomar una medida que implicaría excluir de las elecciones a una coalición de la que forman parte dos partidos legales) sea de aplicación a Sortu, que no tiene esa condición.

En la manifestación por la legalización de Sortu celebrada el sábado en San Sebastián, los organizadores leyeron una declaración en la que por primera vez rechazaban "sin paliativos" los ataques recientes contra monumentos en recuerdo de víctimas de ETA. A continuación anularon el sentido de ese gesto al exhortar al PSOE y al PP a abandonar su "inmovilismo" y dar pasos que hagan "irreversible" el abandono de la violencia "por todas las partes".

Pero también hay contradicciones entre los demócratas: agravios absurdos como decir que Rubalcaba no ha querido nunca del todo la derrota de la banda. En las últimas horas, mientras López y Basagoiti se conjuraban para mantener su pacto a resguardo de posibles diferencias sobre cómo gestionar el fin del terrorismo, Cospedal arremetía de la manera más artificiosa contra el lehendakari por decir que lo que lamenta son las actitudes de Bildu y no su legalización por el Constitucional.


El País - Editorial

El absurdo de la economía progre

Krugman cree que la economía se recuperaría en año y medio si el Gobierno se preparara para un ataque extraterrestre. Orwell escribió que "hay que pertenecer a la 'intelligentsia' para creer cosas como éstas: ninguna persona corriente sería tan idiota".

Las palabras del economista Paul Krugman en una tertulia televisiva no tendrían mayor importancia si no fuera porque fue galardonado con el Premio Nobel, tiene una enorme influencia entre la izquierda y es el más genuino representante del keynesianismo, la doctrina que nos ha llevado a la actual crisis de deuda. Pues bien, este columnista del New York Times y reconocido gurú ha alabado las bondades de un ataque alienígena como forma de salir de la crisis.

Lo más curioso, sin embargo, es que semejante estupidez resulta perfectamente coherente con su doctrina, la keynesiana. El propio Keynes argumentó que las crisis son debidas a una falta de consumo, a un exceso de atesoramiento de personas y empresas, de modo que cuando padecemos una crisis como la actual el Estado debe gastar más para compensar. Es lo que se denomina gasto anticíclico.

Para Keynes daba igual en qué se empleaba el dinero público: aunque era mejor usarlo en algo productivo, incluso emplear a gente para que cavara hoyos y los tapara a continuación sería beneficioso. Krugman ha llevado la idea simplemente un poco más allá, afirmando que la economía se recuperaría en año y medio si el Gobierno gastara lo suficiente para preparar las defensas ante un hipotético ataque de los extraterrestres; daría igual que tras ese tiempo lo del ataque fuera "un error". Evidentemente, ha sido un ejemplo puesto para alegrar un debate, pero lo llamativo del mismo sirve para evidenciar que el error es la propia teoría keynesiana.


George Orwell escribió, a cuenta de otra idea absurda, que "hay que pertenecer a la intelligentsia para creer cosas como éstas: ninguna persona corriente sería tan idiota". La economía no debe funcionar para ofrecer buenos datos agregados como el PIB, sino para atender a nuestras necesidades. Cuando se derrochan nuestros ahorros y los de nuestros hijos en prepararnos para un ataque alienígena, o en excavar y cubrir agujeros, no estamos atendiendo ninguna necesidad real, y por lo tanto no sólo no generamos riqueza sino que la destruimos.

Podemos aún dar gracias de que parte del derroche público de estos años se ha empleado en algo productivo. Pero iniciativas como los planes E estaban basados en estas teorías absurdas, de ahí que sus resultados fueran rácanos en el empleo y el crecimiento y, sobre todo, temporales. Como no se atendía ninguna necesidad acuciante de los ciudadanos, en cuanto se acabó el maná keynesiano proveniente del Estado nos encontramos con un buen número de infraestructuras que, en muchos casos, resultaban completamente innecesarias.

La realidad económica que vivimos es mucho más fácil de explicar sin acudir a supercherías más propias de brujos de la tribu que de personas serias. Hemos gastado mucho dinero proveniente del crédito, en muchos casos exterior. Hay que ajustarse el cinturón y empezar a devolverlo. Ciudadanos y empresas ya lo han hecho, y ahora le toca al sector público. No hay más. Ni conspiración de los mercados, ni falta de consumo agregado, ni nada. Debemos dejar de gastar lo que no tenemos, es decir, recortar. Y cuando antes lo hagamos, mejor, porque las deudas que acumulemos serán menores. Pero quizá sea mucho pedir a algunos intelectuales que abandonen sus absurdas teorías. Igual se veían obligados a devolver el Nobel.


Libertad Digital - Editorial