lunes, 22 de agosto de 2011

Eurobonos. Ordago europeo. Por Jaime de Piniés

Alemania se resiste a la creación de los eurobonos convencida, y en esto tiene razón, de que su participación le conllevaría unos costes de financiación más elevados que los que tiene actualmente.

Llega la noticia de Bruselas que la Unión Europea, cansada de esperar a una Alemania indecisa, estudia la viabilidad de emitir eurobonos sin la participación germana. Según se desprende, si varios países europeos llegasen a unificar su deuda soberana en un nuevo eurobono, evitarían la volatilidad asociada con sus bonos nacionales. Al tratarse de un stock más amplio de deuda, próximo a los volúmenes de bonos americanos o japoneses, se le daría más estabilidad a los nuevos eurobonos que a los bonos nacionales por separado. En este sentido, la medida propuesta por la Comisión Europea se parece a la que defendí en esta columna hace unos meses cuando propuse garantizar la deuda portuguesa al 100% desde España.

La lógica es similar ya que el resultante diferencial con el bono alemán se reduciría, al tratarse de un stock mayor de bonos y, ojo que esta condición es primordial, si los mercados se creen que la nueva estructura de eurobonos no disminuiría la presión sobre los gobiernos nacionales para seguir adelante con el largo y penoso camino de las reformas económicas. De ahí que Bruselas ligue los eurobonos a la pérdida de soberanía de los países participantes. En efecto, si superan ciertos niveles de déficit o de deuda pública, Bruselas y no los gobiernos locales tendrían la voz cantante.

Evidentemente, un eurobono sin Alemania (u Holanda o Finlandia), sería más débil del que resultaría de su incorporación. Pero en un mundo donde lo mejor es enemigo de lo bueno, no cabe desperdiciar dicha oportunidad. Alemania se resiste a la creación de los eurobonos convencida, y en esto tiene razón, de que su participación le conllevaría unos costes de financiación más elevados que los que tiene actualmente. Es cierto, al menos en el corto plazo. Pero también es cierto que para los demás países miembros del euro tiene que haber ventajas y unas tasas de interés más bajas; es lo mínimo que se puede esperar de una unión monetaria.

Por lo tanto, acierta Bruselas con este órdago europeo que puede llevar a Alemania a replantear su postura.


Libertad Digital - Opinión

El Papa y ETA. ¿Ocasión perdida? Por Agapito Maestre

Fueron los principales responsables de que las víctimas de ETA no fueran tratadas como hijos de Dios en su último adiós. Esos mismos obispos fueron los que dieron todo tipo de cobertura a los criminales de ETA.

Me confirma un amigo periodista, que ha seguido día a día las jornadas del Papa, que había jóvenes de toda España, pero que no se ha encontrado con muchos peregrinos del País Vasco. Halló algunas personas mayores con un par de adolescentes vascos y una víctima del terrorismo de Guipúzcoa. Vio alguna bandera de la comunidad vasca y también escuchó una prédica del obispo de Bilbao en Cuatro Vientos. Pero, según sus indagaciones, me asegura que pocos peregrinos vinieron del País Vasco a la JMJ. Pocas parroquias de las tres provincias vascas tuvieron la oportunidad de apoyar a sus peregrinos, porque apenas nadie lo demandó.

Eso se debe, concluye mi amigo, a la crisis de la Iglesia en esa zona de España. La edad media de los sacerdotes es de 74 años. Han desaparecido las vocaciones casi por entero. Además, aunque hubiese alguno con deseos de entregar su vida a la Iglesia, no hay seminarios para formarse. El actual obispo de Bilbao, uno de los hombres más jóvenes del clero vasco, se formó en el Seminario de Toledo. Pero, al margen de los cierres de los seminarios, tampoco la enseñanza religiosa en los "centros católicos" corre buenos tiempos, incluso en la Universidad de Deusto no parece que abunden los sacerdotes. Imagino que en Loyola y otros lugares consagrados al culto quedará algún que otro religioso...


Hay algo que parece indudable: el País Vasco, más que en otras regiones de España y Europa, ha pasado de enviar misioneros al mundo a ser tierra de misión. La Iglesia Católica corre un gravísimo riesgo de desaparecer como institución en el País Vasco. Tan sencillo como lo leen. Es obvio que la propia Iglesia Católica tiene alguna culpa (sic) de esa situación. La jerarquía eclesiástica tendría que empezar a dar razones, o mejor, justificaciones plausibles sobre su responsabilidad o irresponsabilidad en el estado lamentable que está la institución. También es obvio, a poco que se conozca la historia reciente de España, que la relación del clero vasco en general, y de algunos de sus obispos en particular, con ETA, ha llevado a la Iglesia a su casi desaparición del País Vasco.

ETA, sí, pudo convertir un partido democristiano, como el PNV, en una organización a su servicio ideológico –recuerden que la vieja formación de Sabino Arana fue expulsada de la Internacional democratacristiana, entre otros motivos, por su apoyo nacionalista a las tesis de los etarras–, y, además, ahora está a punto de conseguir que la Iglesia misma desaparezca como institución. Trágico. Sí, pero real como la vida misma. Ha habido obispos, en las últimas décadas en el País Vasco, que tendrán el dudoso de honor de haber contribuido de modo poderoso a la desaparición de la Iglesia Católica del País Vasco. ¡Para qué nombrarlos! Fueron los principales responsables de que las víctimas de ETA no fueran tratadas como hijos de Dios en su último adiós. Esos mismos obispos fueron los que dieron todo tipo de cobertura a los criminales de ETA.

Pues bien, en ese contexto, ha venido el Papa a España y el Gobierno de Zapatero le pide ayuda para acabar con ETA. ¡Es de risa, amigos, si la cosa no fuera tan seria! Que el Gobierno exija a la Iglesia Católica acabar con ETA no es una petición desvergonzada, sino hilarante, pues ETA, si me permiten decirlo con todo el respeto a la Iglesia Católica, ha conseguido prácticamente que la propia Iglesia desaparezca como institución. El Gobierno, que se ha portado con decoro, e incluso ha dado un fuerte apoyo a esta visita de Benedicto XVI, ha perdido una gran ocasión de guardar silencio.


Libertad Digital - Opinión

Benedicto XVI, gracias. Por Iñaki Zaragüeta

Paz, verdad, libertad, juventud, convicciones, ética, concordia, valores … ¿Quién ofrece algo mejor de forma permanente? Son los mensajes de Benedicto XVI en su visita a España. Su Santidad ha demostrado no sólo liderazgo para los creyentes católicos sino también conocimiento de la realidad social del mundo y de España. Su defensa de la libertad y la verdad como virtudes complementarias constituyen un testimonio atractivo para los tiempos que vivimos. La paz ha sido una constante en los discursos vaticanos.
Ratzinger entendió perfectamente dónde se encontraba y, eludiendo la confrontación con los políticos, habló claro sobre la necesidad de no avergonzarse de la fe y defenderla. A la vez, denunció la «persecución larvada» que padecen los cristianos en los estados laicistas. ¿Habrá algo más progresista que animar y amparar a la juventud? Los jóvenes son el futuro. ¡Cómo no! También existió –nadie sabe de qué origen– la movilización de unos pocos impresentables. Incluso ellos, con su intransigencia y violencia, han producido frutos positivos al desvelarse ante la sociedad como sectarios y fascistas. No quieren oír de lo que el Papa habla. Además de tan encomiables mensajes, nos deja repercusiones extraordinarias para España en el momento que más lo puede necesitar. La imagen de España ha dado permanentemente la vuelta al mundo desde una perspectiva de juventud, alegría y modernidad. Las visitas del Papa con sus multitudinarias concentraciones –nadie en el mundo logra algo semejante– se han visto en las televisiones de los cinco continentes y, por Twitter y Faceboock, se han traducido a casi treinta idiomas. Como dije antes, ¿quién da más? Así es la vida.


La Razón - Opinión

JMJ. Peregrinos. Por José Carlos Rodríguez

No han venido de turismo, es cierto, pero vienen a disfrutar de la compañía de otros jóvenes y a compartir la experiencia común de reafirmar su fe. Se han paseado por la ciudad con una alegría serena de la que nos hemos contagiado casi todos.

Madrid en agosto es una delicia. Los madrileños huyen para tostarse al sol, para reconciliarse con la naturaleza anegada por el asfalto, para volver al pueblo o salir del país, y dejan la villa en los huesos, sin el bullicio y el tráfico de todo el año pero plena de vida. Entonces es cuando se puede disfrutar de un Madrid más amable aunque aún ahogado por el calor seco del verano de la capital. Es una época ideal para volver a aquéllos rincones que no visitas desde hace años, quizá desde cuando tenías tanto tiempo que no sabías qué hacer con él. Aunque no tiene la belleza del Madrid en los días soleados de invierno, invita a recorrer sus calles, visitar sus comercios y combatir con vermú el calor regurgitado por su asfalto.

Este es el Madrid que ha visitado un millón largo de jóvenes peregrinos que han venido a participar en la Jornada Mundial de la Juventud y a encontrarse con el Vicario de Cristo. No han venido de turismo, es cierto, pero vienen a disfrutar de la compañía de otros jóvenes y a compartir la experiencia común de reafirmar su fe. Se han paseado por la ciudad con una alegría serena de la que nos hemos contagiado casi todos. Vienen con un propósito muy claro, para el que llevan preparándose meses; años, muchos de ellos. Disfrutan de su alegría y la comparten sin molestar a los demás.

No han venido a dejarse llevar por un torbellino de consumo para matar el tiempo o llenar un vacío. Han venido a escuchar a Benedicto XVI hablarles de firmeza en su fe, de vocaciones y apostolado, de dar un sentido trascendente a su vida diaria. Son palabras que no se oyen en los productos culturales que se vuelcan a diario sobre la juventud; es más, que encajan mal en ese mundo. Tienen algo de contracultural en un sentido muy superficial. Pero no son una minoría, más bien al contrario, y no reivindican más que sus propias creencias y el deseo de poder ser fieles a ellas. Quieren cambiar para ser mejores, no cambiarnos a los demás, a todos, para encajarnos en un esquema simplón. Por eso ellos, los peregrinos, no son violentos. Para eso no necesitan reunirse en larguísimas y estériles asambleas, les basta aprehender y renovar un mensaje que lleva dos mil años enseñándose y probándose contra los avatares de la historia. Frente a ellos, la mayoría de los jóvenes del 15M no tienen ni para sentir envidia por los peregrinos; así son de pobres.

En España hay muchos jóvenes así. Son mayoría. Y son mejores. Sólo necesitamos que se hagan escuchar.


Libertad Digital - Opinión

Enfrentamientos y consensos. Por José María Marco

La celebración de la Jornada Mundial de la Juventud arroja una luz especial al panorama político e ideológico español de los últimos años. Una parte muy considerable de la izquierda española ha comprendido la JMJ como una ocasión de volver a relanzar las guerras culturales en las que la política se combina con cuestiones morales como la historia, el aborto, la nación, la religión. De esta forma, se hace prácticamente imposible el diálogo que es natural e imprescindible en la vida política de un país.

En realidad, la declaración de guerra se ha quedado en un intento de ofensiva porque, como era de esperar, ni la Iglesia católica, ni quienes discrepan con la izquierda en estos asuntos ni las organizaciones políticas correspondientes han respondido a la provocación. Claro que lo ocurrido estos días en Madrid tendrá repercusiones políticas, pero eso será a largo plazo y en un plano que tardará tiempo en manifestarse en el día a día de la vida política. En un punto, sin embargo, el efecto es inmediato y ya visible: una parte muy importante de la sociedad española está dispuesta a proclamar sus convicciones religiosas sin hacer de ello un instrumento de enfrentamiento, al revés.


Así se pone de relieve una de las necesidades que manifiesta nuestra sociedad. Consiste en la restauración de espacios sociales apartados del enfrentamiento y a la lucha política. Los hay que no forman parte de la acción política, como puede ser la religión. Y los hay que deben constituir el objeto de consensos lo más amplios posibles, como algunas instituciones como la Corona, la nación, la política exterior o la defensa.

El problema reside en que una parte de la izquierda española está convencida de que estos espacios sociales, o estas instituciones, no son más que un puro artificio ideológico. Vendrían a ser una gran invención construida para que «la derecha», y todo lo que hay detrás de esta palabra, defienda sus posiciones y sus privilegios. En este punto, la izquierda justifica su propio cinismo con el supuesto cinismo de los demás.

Desarraigar esta actitud, tan característica de esta parte de la sociedad española, va a ser complicado. Lo debería facilitar el desastre del zapaterismo, que es la culminación –y el fracaso– de esta mentalidad. En buena lógica, lo ocurrido en estos años debería llevar al Partido Socialista a cerrar esta etapa, a abrirse al centro, a elaborar una nueva posición que deje atrás las guerras culturales y a buscar a sus electores en la zona templada.

Lo ocurrido estos días parece indicar que no va a ser así. Los guiños a los «indignados», la simpatía mal disimulada hacia los anticatólicos, el seguir jugando sin descanso a hacer de oposición de la oposición… todo indica que sigue funcionando el reflejo «anti». El Partido Socialista parece dispuesto a buscar otra vez el respaldo de los sectores más ideologizados y radicales. Así será difícil que el PSOE vuelva a ganar unas elecciones y que nuestro país progrese otra vez como lo hizo hace años.


La Razón - Opinión

Antonio Camacho. Ministro sin cartera. Por Emilio Campmany

Camacho tiene al menos la disculpa de que obedece a quien le nombró de facto en vez de a quien lo hizo sólo formalmente.

Es corriente que los políticos españoles, en vez de preocuparse de defender el interés común, sólo luchen, se desgañiten o peleen cuando se trate de salir en la tele, verse en un titular o lograr cualquier clase de reconocimiento. En cambio, si hay que negociar con personas o instituciones privadas o extranjeras, siempre están dispuestos a rehusar el enfrentamiento, blandear, y finalmente plegarse a cuanto se les pida con tal de obtener para su persona el agradecimiento y la recompensa de aquellos con quienes tratan. A esto lo llaman tener "capacidad de consenso". Y, si alguna vez pecan de firmes, es porque defienden otros intereses particulares de personas o instituciones con las que tienen un compromiso más serio, pero nunca por consideración al bien general.

Esto es lo normal, lo habitual. Lo que ya no lo es tanto es que personas con altísimos cargos de responsabilidad se avengan directamente a hacer sin más cosas que les ordene hacer otra sin ninguna autoridad para ello. Es sencillamente inaceptable que José Luis Rodríguez Zapatero, como presidente del Gobierno del reino de España, nombre ministro del Interior al sujeto que le señale un particular, por muy candidato que sea. Y no lo es menos que el nombrado, Antonio Camacho, obedezca, no al presidente, sino a ese particular que no es nadie para mandar nada. No obstante, Camacho tiene al menos la disculpa de que obedece a quien le nombró de facto en vez de a quien lo hizo sólo formalmente.

Y así tenemos que asistir al espectáculo de unos indignados que violan una y otra vez las leyes, cometen flagrantes delitos y la Policía se abstiene de intervenir por no perjudicar los intereses electorales del candidato Rubalcaba, quien no tendría derecho a hacer tal cosa siendo ministro, pero mucho menos sin serlo. Luego, cuando un policía, harto de insultos, menosprecios y agresiones que sus mandos políticos le han obligado a soportar reacciona de forma excesivamente violenta, el ministro, por orden de ése que no es nada, se apresura a investigar.

Y finalmente pasa como siempre en España, que de una situación de la que son responsables los políticos, alguno incluso sin cargo conocido, quien paga el pato es el funcionario de turno. Pasa en casos como éste tan escandalosos que saltan a los periódicos, pero pasa también en muchísimos otros en los que cientos de servidores públicos tienen que hacer frente a expedientes disciplinarios con sanciones más o menos graves como consecuencia de errores o ilegalidades cometidos por los políticos. Es verdad que son casos en los que, como probablemente ocurra en el del policía acusado, el funcionario no es del todo inocente, pero en los que hay una previa actuación irresponsable, cuando no ilegal, de un político que en cambio sale ileso del embate.

Total, que tenemos un presidente que no gobierna y unos ministros que no mandan. Cuando la oposición deja de oponerse, esto parece Jauja.


Libertad Digital - Opinión

Fiesta inolvidable de la fe

Pasará mucho tiempo antes de que se extingan las emociones, las vivencias y los recuerdos de lo que ha sucedido en Madrid esta semana de pleno mes de agosto, en la que el Papa Benedicto XVI y dos millones de jóvenes han protagonizado la fiesta cristiana más multitudinaria e intensa que se recuerda en España. Ha sido una fiesta inolvidable en todos los sentidos: por el entusiasmo derrochado, por la honda manifestación de fe, por la perfecta organización y por la ola de simpatía general que ha suscitado en todo el país, que no ha dudado en abrir sus puertas a cientos de miles de jóvenes llegados de casi 200 naciones. Ha sido todo un fenómeno social sin parangón ni equiparación posible que sólo se explica por la fuerza motriz que lo ha impulsado: la fe en Cristo. Son muchas las enseñanzas y conclusiones que conviene extraer de esta Jornada Mundial de la Juventud presidida por el Papa, unas de orden religioso y otras, muy relevantes para España, de naturaleza social y moral. De entrada, estos días han echado por tierra los tópicos y clichés que presentan a los jóvenes españoles a caballo entre la «indignación» estéril y sectaria y el parasitismo de quien ni estudia ni trabaja. Nada más alejado de la verdad. Hay una juventud fuerte y amplia que afronta el futuro con esfuerzo, con responsabilidad y con unos valores éticos arraigados en el Evangelio. No son cuatro gatos: son la mayoría, pese a lo que digan algunos estudios sociológicos sesgados que se empeñan en retratar una juventud descreída y alejada de la Iglesia. Al movilizarse en torno a Benedicto XVI, una persona de 84 años, los jóvenes españoles han demostrado que es la fe y la pertenencia a la Iglesia lo que de verdad les motiva y les impulsa. Precisamente por eso, la JMJ ha sido un éxito clamoroso de la Iglesia española, una expresión irrebatible de su vigor espiritual y social. ¿Qué institución, sindicato o partido político es capaz de movilizar siquiera una décima parte de lo visto estos días? Ninguno. Razón de más para que la izquierda política muestre un poco más de respeto hacia la Iglesia, en vez de engordar artificialmente a unos grupúsculos laicistas que son marginales y anacrónicos. Sin esta aceptación de la realidad no le será fácil a la izquierda superar su sectarismo y vencer el rechazo que produce en amplios sectores de la juventud. La Iglesia española goza de una gran vitalidad y por sus venas corre sangre joven y siempre renovada que garantiza un futuro prometedor. Lo mismo cabe decir de la sociedad española. La JMJ ha sacado a flote lo mejor de las nuevas generaciones y el espectáculo ha sido tan ilusionante como esperanzador. Son tiempos difíciles, muy difíciles, con un paro juvenil del 43% y una estructura económica debilitada por la crisis. Pero España sigue contando con la materia prima más importante: jóvenes dispuestos a batallar por un futuro mejor arraigados en unos principios morales y religiosos que no admiten la rendición ni la insolidaridad. Gracias a la JMJ y a la presencia del Papa, España ha podido mostrar al mundo su cara más atractiva y prometedora: la de sus jóvenes celebrando la fiesta alegre de la fe. La fiesta del futuro.

La Razón - Editorial

Jornadas diplomáticas

El Papa cierra sin roces con el Gobierno una visita exitosa pero no por ello inmune a la crítica.

Benedicto XVI concluyó ayer la tercera visita a España en sus seis años de papado. A diferencia de las anteriores, en esta ocasión no se han producido roces con el Gobierno socialista. Es probable que haya influido la situación política en España, con las elecciones generales fijadas en noviembre y unas encuestas ampliamente desfavorables para el Partido Socialista. Pero cabe interpretar, además, que la diplomacia inspirada desde el Vaticano ha terminado por imponerse a la línea radical defendida por la Conferencia Episcopal Española.

El núcleo del mensaje papal en Madrid se ha dirigido a los seguidores de la fe católica, evitando en todo momento desbordar los límites de una visita pastoral. En este terreno las posiciones del cabeza de la Iglesia no han variado, situándose dentro de las corrientes más conservadoras del catolicismo. El Papa ha reiterado la defensa del celibato y de los principios tradicionales de la moral eclesiástica, pese a que son muchos los creyentes que han decidido no observarlos y mantenerse, no obstante, dentro de su fe. Los escándalos de pedofilia que han sacudido a la Iglesia durante los últimos tiempos solo fueron abordados de forma indirecta, como exigencia de conducta irreprochable a los religiosos y sacerdotes.


Si la máxima jerarquía de la Iglesia ha actuado dentro del marco de relaciones previsto en un Estado aconfesional, han sido algunos de los representantes de ese Estado quienes han adoptado decisiones discutibles. Es lícito debatir sobre la oportunidad y el boato de la visita, la segunda desde que este acontecimiento religioso se creó en 1985, en una situación económica como la que se vive desde el inicio de la crisis. Más criticable es que el centro de Madrid haya quedado bloqueado durante una semana, poco importa que el carácter de los actos públicos fuera religioso o de cualquier otra naturaleza. La decisión de rebajar el precio de algunos servicios públicos a los participantes en esta concentración también ha molestado a algunos ciudadanos. Muchos se han sentido despreciados, ya que ha coincidido con una inclemente subida de las tarifas de los transportes en Madrid.

Estas polémicas decisiones son la prueba de que la tentación de la confesionalidad no ha procedido en esta ocasión de la jerarquía católica, sino de los poderes públicos. La diplomacia del Vaticano cometería un error si creyera que lo que se ha vivido en Madrid, sin duda un éxito de participación como pocas veces puede verse, es el anticipo de la supuesta normalidad que se establecería de producirse un cambio político en España. Los excesos de cualquier signo pueden traducirse en excesos de signo contrario. Porque la denostada frase "España ha dejado de ser católica" no se refería a que los españoles hubieran dejado de creer, sino a que el Estado había renunciado a tener un credo oficial. Precisamente para que los españoles pudieran creer en libertad, o no creer. También en libertad.


El País - Editorial

La JMJ y el relativismo

Esperemos que la resaca de esta Jornada sea fértil, también para la pacífica lucha de las ideas que se da todos los días en cada rincón de España.

Terminó la Jornada Mundial de la Juventud. El más de millón y medio de peregrinos que abarrotó el aeródromo de Cuatro Vientos, superando incluso la generosa capacidad de aforo que había previsto la organización, ya está dejando las calles de Madrid, que llenaron de fe, juventud y alegría durante toda la semana pasada. Benedicto XVI, cuyo renqueante paso al acceder al avión que lo devolvió a Roma da muestras del enorme esfuerzo físico que le han supuesto estos días, nos ha recordado a todos la fuerza de una Iglesia católica a la que tantos han querido dar finiquitada en España.

Muchos esperaban que Benedicto XVI poco menos que centrara su visita en criticar algunas de las medidas más contrarias a la moral y fe católicas, como el matrimonio homosexual o la ley del aborto. Sin embargo, y pese a que alguna mención ha hecho, su mensaje era radicalmente distinto y, posiblemente, más eficaz. Si un evento de estas características ya deja claro a sus asistentes que, pese a lo que les pueda parecer en ocasiones, no están solos en su fe, el Sumo Pontífice quiso además pedirles que no se avergonzaran de sus creencias y las tuvieran siempre presentes.


Los jóvenes españoles que han asistido a esta Jornada tienen ante sí el reto de llevar a sus vidas el espíritu que ha animado estos días. A reconocerse como católicos en su lugar de estudios o en su trabajo, a defender una moral y un compromiso que los centros de propaganda cultural han querido convencernos que son minoritarios, pero que forman parte del ser más íntimo de una gran parte de la sociedad española.

Durante las últimas décadas la progresía ha hecho grandes progresos a la hora de instaurar el relativismo como única moral aceptable. Cuando sucesos como los de Londres –o París hace pocos años– nos sorprenden por su virulencia, olvidamos con frecuencia que en su raíz está también esa ética del todo vale. La Iglesia ha sido muchas veces la única fuerza visible que se ha resistido a la implantación de este ideario, razón por la cual se ha convertido en el blanco de una agresividad cuyo objetivo debería haber sido la derecha política, si ésta no hubiera preferido dejar a la intemperie a sus votantes en ésta como en tantas otras cuestiones.

Esperemos que la resaca de esta Jornada sea fértil, también para la pacífica lucha de las ideas que se da todos los días en cada rincón de España, en las oficinas y los bares. La izquierda la ha vuelto a perder en el terreno económico, tras convertir una crisis de la que podían culpar al capitalismo en otra en que resulta imposible esquivar la responsabilidad del Estado. Pero existen otros campos de batalla en los que ya va siendo hora de presentar combate. La alternativa es dejar vía libre a quienes el miércoles se dedicaron a insultar y agredir a los peregrinos.


Libertad Digital - Editorial