martes, 23 de agosto de 2011

Cuatro días en Madrid que ahogan ocho años de laicismo militante de Zapatero. Por Federico Quevedo

"Dad a Dios lo que es de Dios, y al César lo que es del César". Fue Jesucristo el primero en hacer una declaración clara y contundente sobre lo que debía ser la separación entre el poder religioso y el poder civil, entre Iglesia y Estado. Es verdad, sin embargo, que durante siglos la religión ha estado demasiado presente en la organización civil de la sociedad, hasta el punto de que muchos de los regímenes absolutistas fueron también teocráticos. La última 'teocracia' conocida en nuestro país podría situarse en el franquismo, aunque sin llegar al extremo de que el poder civil se confundiera con el religioso, como sí ocurría en la antigüedad y ocurre actualmente con las teocracias islámicas como la marroquí, donde el Rey es la máxima autoridad religiosa del país, al mismo tiempo que la máxima autoridad política. Lo cierto es que ya en el Concilio Vaticano II se rompió definitivamente con una tradición que se alejaba del mandato evangélico y se volvió a recuperar la necesaria separación Iglesia-Estado como fórmula necesaria para la convivencia y para la garantía de la libertad religiosa de los fieles. Los últimos Papas, Juan Pablo II y el actual, Benedicto XVI, han abogado de manera firme por esa relación.

Sin embargo, es un hecho evidente que en España sigue pesando como una losa en nuestro imaginario colectivo la colaboración que durante décadas mantuvo la Jerarquía eclesiástica con la Dictadura, y aunque han pasado ya casi 40 años desde entonces, ese 'colaboracionismo' sigue provocando el rechazo de una parte de la sociedad hacia la Iglesia en nuestro país. Dicho de otro modo, el rechazo a la Iglesia tiene mucho que ver con el rechazo a la dictadura, aunque realmente una cosa no tenga que ver con la otra salvo de un modo puramente coyuntural. Con todo, la normalidad parecía haberse instalado en la relación Iglesia-Estado hasta que hace ocho años llegó Zapatero al poder y, en su empeño por reabrir las viejas heridas del pasado y reinterpretar la Historia a su manera, dio alas a un nuevo anticatolicismo que parecía superado en nuestro país, pero que sin embargo ha vivido horas de indudable protagonismo, hasta el punto de que llegó a dar la impresión de que en efecto la cruzada laicista había conseguido su objetivo de hacer retroceder la presencia de la Iglesia en la sociedad.
«En España sigue pesando como una losa la colaboración que durante décadas mantuvo la jerarquía eclesiástica con la dictadura, y ese 'colaboracionismo' sigue provocando el rechazo de una parte de la sociedad hacia la Iglesia en nuestro país.»
Pero quienes así pensaban o creían, hoy serán conscientes de que estaban muy equivocados. Si siglos de persecución no han conseguido acabar con la fe en Cristo, no iba a venir ahora Zapatero a conseguir aquello en lo que habían fracasado otros mucho más poderosos, inteligentes, audaces e, incluso, malvados que él: la JMJ2011 ha sido una demostración de músculo eclesial que ha ridiculizado cualquier otro tipo de aventura laicista destinada a contrarrestar el efecto de la ola de fe que se ha vivido estos días en Madrid. Ahora solo falta que la Iglesia española, muy 'tocada' es verdad por estos años de difícil relación con un Gobierno militante en el laicismo anticatólico, sepa comprender lo que ha pasado estos días en Madrid y recupere su papel como faro-guía para una parte importante de la sociedad española, sobre todo para esa juventud que hoy necesita más que nunca que se le ofrezcan referentes morales que le ayuden a superar la ansiedad de un futuro incierto. Hay muchos jóvenes que necesitan a Dios, pero lo cierto es que sigue habiendo muchas iglesias vacías, o con sus bancos ocupados, con todo mi respeto, por gentes de la tercera edad.

Y no se trata de modificar la doctrina, porque eso sería como descristianizar a la propia Iglesia, sino de encontrar una manera atractiva de ofrecer el mensaje de Cristo... El Papa lo hace, y a lo mejor el secreto está en el modo en el que pide -como antes que él lo pidió Juan Pablo II- a la juventud que se comprometa desde todas las instancias sociales. Y a lo mejor una forma de hacerlo y de conseguir que definitivamente la Iglesia no genere tanto rechazo social sea que su Jerarquía rompa definitivamente cualquier lazo con el poder político, incluso los lazos económicos. Otra cosa es que su labor social -solidaria, educativa y sanitaria- se vea recompensada con el esfuerzo público al igual que la de otro tipo de organizaciones, pero su función religiosa debería estar únicamente sostenida por la contribución de sus fieles: debe ser la propia Iglesia la que defienda la laicidad del Estado, su aconfesionalidad, como fórmula necesaria para garantizar la convivencia en libertad de fieles y no fieles. Y a partir de ahí la reconquista de ese espacio de referencia en la sociedad española que pidió el Papa será más fácil, y de nada habrá servido el incansable esfuerzo laicista de quienes nunca han entendido que detrás de la palabra de Dios solo hay amor por los hombres.


Periodista Digital - Opinión

Jáuregui, otro más. Por Carlos Rodríguez Braun

Ramón Jáuregui es otro veterano de la izquierda al que no ha beneficiado la proximidad de Smiley. Dos casos anteriores e interesantes fueron Gregorio Peces-Parba y Santiago Carrillo. Ambos están identificados con los valores de la transición. Peces-Barba era buen símbolo socialista, era un hombre de la Constitución y la convivencia. Pero bastó que se acercara a Smiley para que se pensara en él como el que dividió a las víctimas del terrorismo y el que hostiga a la Iglesia católica. Quizá por eso parece más disgustado.

Carrillo era la imagen de la superación de la Guerra Civil, el que recordamos con Fraga en el Club Siglo XXI. Pero Smiley lo rozó con sus alas intransigentes y hoy Carrillo está más asociado a la intolerancia izquierdista, precisamente lo que procuró dejar atrás durante años. Acaso por eso también parece cada vez menos alegre. Se repite la historia con Jáuregui, un socialista con una carrera marcada por la tolerancia y la moderación. A él también le arrojó Smiley su aliento sectario, y ya es diferente. Empezó hace un par de meses, insultando a los ciudadanos y alegando que pretender que se resuelvan sus problemas con menos impuestos “es para tontos” (véase “Jáuregui listo”, La Razón, 28 junio), y lo acaba de repetir con la visita del Papa, cuando se apuntó a la demagogia de pedir al Vaticano que colabore para acabar con el Valle de los Caídos. Dicen que lo peor de Smiley es la economía. No lo creo. Lo peor es esto.


La Razón - Opinión

Ciudad de la alegría. Por José Antonio Álvarez Gundín

Sólo por el torbellino de alegría que los chavales han derrochado a manos llenas, la JMJ nos ha salido más que rentable y saludable a los españoles, enganchados desde hace tiempo al ansiolítico y la mala sangre. Estos chicos nos han refrescado las espesas horas de un ferragosto que en Madrid tiene el sabor de la condena y hemos añorado con un nudo en el estómago no pertenecer a su tribu universal para cantar a la vida apenas estrenada, para bailar ante toda la vida por delante. Por fin una inyección de optimismo frente a tanto titular tenebroso: «La economía se estanca. Las bolsas se hunden. Las deudas aumentan. No hay crédito, no hay empleo, no hay luz al final del túnel. Estamos mal, pero estaremos peor»... Porca miseria, terreno abonado para que broten, como hongos en mayo, los cantamañanas de la sopa boba y la mano larga con pensión en Sol. Pero a mediados de mes, Madrid amaneció de fiesta. Por unos días, esta ciudad de nuestros pecados se esponjó como una enorme fonda hospitalaria en la que toda la chavalería universal halló aquí lo más parecido a un hogar. En sus calles de siglos adustos sonó el taconeo de la sonrisa franca y espontánea, como una gran velada de fin de curso. Nunca antes tantos vecinos abrieron las puertas de sus casas a unos jóvenes en los que podían reconocer al hijo, a la hermana, al amigo, al compañero. Madrid a cielo abierto, sin miedo, amable y de corazón caliente. Madrid hormonal y adolescente, como recién regado, soñador y creyente. Pontifical y tierno, con cristos procesionando la «madrugá» en pleno agosto. Milagrosa catársis de una ciudad que está hasta el pirulí de capullos, chinches y parásitos con coartada ideológica, harta de matones de esquina que sacan pecho ante niñas asustadas. Madrid, al fin, reivindicado como plaza barrida a los cuatro vientos y poblada de ideales insomnes. Echaremos de menos a esos chavales ingenuos de sonrisa de cascabel que miran al futuro con hambre de conquista. Ya los estamos echando de menos. Los mejores se han ido y ahora nos toca bregar con el recuelo ácido de los «indignados» del 15-M, máscaras de la frustración que si tuvieran lucidez, cierto orgullo o, simplemente, algo de coraje, harían el petate, enfundarían la flauta y sólo regresarían a Sol para comer las uvas.

La Razón - Opinión

España, una gran nación. Por Ignacio Villa

La presencia de Benedicto XVI durante cuatro días en España nos ha dejado muchos momentos inolvidables, un buen conjunto de mensajes y de discursos que hay que desgranar con tiempo y con tranquilidad, y una larga colección de imágenes que ya de por sí significan una catequesis directa del Pontífice. Pero ahora, 48 horas después de su partida, me gustaría quedarme con dos retazos pronunciados en Barajas ante los Reyes de España en el momento de la despedida. «España es una gran nación» aseguraba el Papa con una rotundidad que uno echa en falta en muchas ocasiones en nuestros propios gobernantes. Y es que esa es la gran piedra angular sobre la que debería asentarse nuestra democracia. Somos una gran nación y precisamente por eso podemos y debemos salir adelante en momentos tan complicados como éstos.

Además el Pontífice añadía tres calificativos básicos para entender que somos una gran nación: pluralidad, apertura y respeto. Tres aspectos imprescindibles para una sana convivencia sin perder de vista, añadía, las raíces cristianas de nuestro país. Este es un mensaje profundo, intelectualmente consistente y racionalmente irrefutable. Un mensaje para todos. Para creyentes y no creyentes. Para todos. Es la raíz sobre la que se tiene que fundamentar nuestra convivencia, es la fórmula que, aceptada por todos, desmontaría muchos de los problemas que de forma cotidiana la clase política utiliza como simple dialéctica de fogueo, pero que siempre termina con daños colaterales.

Conscientes todos de que somos una gran nación, ahora falta que el Parlamento sea el reflejo de esa grandeza, que la política diaria esté impregnada de la pluralidad, el respeto y amplitud de miras que mencionaba el Papa y que cambiaría muchas cosas. Y desde luego que nadie se avergüence de nuestra realidad histórica, de nuestras raíces cristianas que son los fundamentos ciertos de lo que hemos sido y de lo que somos. Guste más o guste menos. Cuando vemos a Alemania, al Reino Unido, a Italia o a Francia con políticos de izquierdas o de derechas, conservadores o progresistas pero conscientes siempre de donde vienen y orgullosos de su historia, de sus raíces y de sus normas de convivencia nos dejan un regusto de amargura y de incomprensión. ¿Por qué ellos sí y nosotros no? ¿Dónde está la diferencia? España es una gran nación, nos lo ha dicho Benedicto XVI. Ese mensaje que puede interpretarse como un final de cortesía encierra una trascendencia para nuestra convivencia que nadie debería despreciar. Una gran nación plural, abierta y respetuosa, que reconoce sus raíces cristianas y que construye una convivencia con la certeza de que el futuro es nuestro siempre mientras no insistamos en enredarnos en historias del pasado, en abrir heridas cicatrizadas y en tirarnos los trastos a la cabeza mientras el panorama desértico que visualizamos anula cualquier ilusión.

España es una gran nación, ha venido el Papa a recordarnos, algo que tendría que ser básico para todos y que es la puerta del futuro y de la esperanza.


La Razón - Opinión

Crisis de deuda. Los eurobonos traerán la miseria. Por Ignacio Moncada

Cuando Grecia o España descubran que pueden despilfarrar cuanto deseen, ¿alguien cree que los políticos no van a reventar sus cuentas públicas? Y cuando los alemanes descubran que da igual lo austeros que sean, ¿alguien cree que no se sumarán al carro?

Cuentan que un profesor de Economía de la Universidad de Texas, al comprobar que muchos de sus alumnos apoyaban el sistema socialista, propuso un experimento con las notas de la asignatura. En lugar de poner a cada uno la calificación que correspondiera a su examen, pondría a todos la nota promedio de la clase. Así no habría gente con 10 ni gente con 0. Todos serían iguales. Y, en efecto, la nota de la clase en el primer examen fue un 6. La catástrofe llegó en el segundo. Los que en el primer examen estudiaron para 10 y sacaron un 6, decidieron que no merecía la pena esforzarse. Y los que no habían estudiado pero también obtuvieron un 6, felices ellos, concluyeron que lo mejor era seguir sin esforzarse. En el examen definitivo toda la clase suspendió. Cuando esto pasa en economía no se produce un suspenso general, sino la miseria masiva y el conflicto social. Son las nefastas consecuencias de cargarse el sistema de incentivos de responsabilidad individual para pasar a uno utópico de responsabilidad colectiva.

Europa está proponiendo exactamente lo mismo con respecto a la crisis de deuda pública. Desde los países con graves problemas en sus cuentas, entre ellos España, se ha insistido tanto en crear el atractivo sistema de eurobonos que Bruselas ha adoptado la exigencia como necesaria. Pero, ¿qué son los eurobonos? El sistema de eurobonos supone la unificación de la deuda pública de todos los países del euro mediante la garantía comunitaria de las emisiones de deuda. Es decir, que los países más solventes y responsables, como Alemania, se verían obligados a pagar los mismos intereses que los irresponsables países en quiebra virtual, como Grecia. Lo que se propone es aplicar el sistema puramente socialista a la deuda pública dentro de la unión monetaria europea.

La idea ha sido aplaudida en España de forma generalizada. Incluso en Libertad Digital, el columnista Jaime de Piniés considera que pese a que Alemania tendría que pagar más por sus intereses, "para los demás países miembros del euro tiene que haber ventajas y unas tasas de interés más bajas", ya que "es lo mínimo que se puede esperar de una unión monetaria". Supongo que es normal que desde España se pida la implantación de los eurobonos, pues debido al estado de nuestras cuentas públicas saldríamos ganando a corto plazo. Sin embargo, este sistema destruiría la economía europea en menos tiempo del que pensamos. Y es que no sólo la emisión de eurobonos es injusta. Además elimina el sistema de incentivos del mercado, y transforma la gestión de la deuda pública en un mecanismo socialista que alienta la irresponsabilidad.

Cuando Grecia o España descubran que pueden despilfarrar cuanto deseen, ¿alguien cree que los políticos no van a reventar sus cuentas públicas? Y cuando los alemanes descubran que da igual lo austeros que sean, que pagará los mismos intereses que sus vecinos despilfarradores, ¿alguien cree que no se sumarán al carro? El resultado final del sistema de eurobonos es el mismo que el de la clase de la Universidad de Texas. El mismo resultado que el de todos los países socialistas que han existido en la Historia: la ruptura del sistema de responsabilidad individual, y como consecuencia, la miseria.


Libertad Digital - Opinión

A vueltas con España. El debate de las diputaciones. Por José Luis Gómez

La supresión de las diputaciones provinciales, propuesta resucitada por el candidato del PSOE, Alfredo Pérez Rubalcaba, es en realidad un viejo objetivo de los nacionalistas catalanes y gallegos, que pregonan esa idea desde la recuperación de la democracia. No así los nacionalistas vascos, dado el papel que juegan sus diputaciones forales en su entramado autonómico, muy diferente del resto. En la medida en que afecta a la Constitución, es algo que requiere el consentimiento de los dos grandes partidos, ya que con los votos de uno solo -aun contando con los nacionalistas y los partidos minoritarios- no sería suficiente. Por tanto, la idea de Rubalcaba hay que considerarla como una más del debate pendiente sobre la reordenación territorial de España.

El rechazo inicial del Partido Popular a la propuesta del nuevo líder socialista parece indicar que al menos por ahora no habrá supresión de las diputaciones ni, en consecuencia, reforma limitada de la Constitución. Este tipo de medidas que afectan a la Carta Magna atemorizan a los grandes partidos, que ya fueron incapaces de hacer lo propio para darle contenido al Senado, reconocer explícitamente el nuevo tratado europeo, inscribir el nombre de las comunidades autónomas y derogar la cláusula que discrimina a las mujeres en la sucesión de la Corona. Al cabo de ocho años de abrirse ese debate con la llegada de Zapatero al poder, todo sigue como estaba.

Pero en el PP también hay sensibilidades receptivas a la desaparición de las diputaciones, del mismo modo que hay voces contrarias a atribuir las dificultades para abordar la crisis a la estructura autonómica del Estado. El ex secretario general del PP de Galicia, Xesús Palmou, un hombre cercano a Mariano Rajoy, suele poner en valor la circunstancia de que ninguno de los estados que tuvieron dificultades financieras que obligaron a intervenir a la Unión Europea y el FMI -Grecia, Irlanda y Portugal- son estados compuestos o con descentralización política. Por el contrario, Alemania y Austria, estados de estructura federal, y por lo tanto fuertemente descentralizados, son más impermeables a la crisis. En ese sentido, no parece casual que Rajoy se mostrase contrario a las voces del PP -entre ellas Esperanza Aguirre- que plantearon la devolución de competencias autonómicas.


Periodista Digital - Opinión

Diluidos. Por Alfonso Ussía

Lo siento por Alfredo Pérez Rubalcaba. Bueno, lo siento con la boca pequeña, sinceramente. Pero tengo la sensación de que el apoteósico éxito de la JMJ y el Papa Benedicto XVI en Madrid ha sido el principio del final de sus perroflautas. Ridículo total. El Papa los borró del mapa. Dos millones de personas en una misa no es asunto baladí. Lo que queda de ese movimiento mayero dará la tabarra hasta las elecciones, pero ya sin el apoyo de los incautos y los tontos útiles. «Los de Rubalcaba», como son conocidos en los ambientes policiales, se han diluido en la marea de esperanza de la JMJ. Hasta el Gobierno ha reconocido los beneficios espirituales y beneficios de la presencia del Santo Padre en Madrid. Ni Juan Pablo II consiguió reunir a su alrededor a tantos jóvenes. Las imágenes que se han ofrecido en los medios afines al anticlericalismo de los perroflautas se me antojan estremecedoras. La mitad de ellos son de mi edad, siglo más o siglo menos. Para mí, que algunos de ellos, en plena Segunda República, fueron de los que incendiaron las iglesias de Madrid y calcinaron centenares de obras de arte. «Los de Rubalcaba» han hecho el canelo con su camelo. (Me adelanto a los aplausos por mi ingeniosa frase y quítome el sombrero jipijapa en mi honor. Gracias). En esta concentración multitudinaria de jóvenes y voluntarios se ha demostrado algo que siempre se ha puesto en duda. Que Dios es alegre. Porque mayor y más unánime alegría no se ha dado jamás en Madrid ni en España. Una alegría acompañada del sacrificio, del sol candente, de la tormenta, del insomnio, del cansancio, de las ampollas y los desvanecimientos. Ni un solo gesto de ira o de rencor en dos millones de seres humanos. Un milagro. Y más aún si se produce en España. «Los de Rubalcaba» están tan desanimados, tan desvencijados, tan desencuadernados, que cualquier día de éstos van a cerrar la tienda. Quedan los restos, que darán la tabarra, pero con escaso convencimiento. Resulta patético el interés de algunos políticos socialistas en dorarles la píldora para conseguir un puñadito de votos. Si de sus voluntades democráticas –que no las tienen–, depende el éxito socialista en noviembre, muy menguada cosecha les auguro. El desconcierto se ha establecido entre ellos. En la Iglesia caben todos, pero no me figuro a los centenares de miles de jóvenes españoles que acudieron a la Misa de Cuatro Vientos confiando su futuro a los mismos que desprecian sus creencias y destrozan sus futuros. Y ahí había más votos que en el guateque áspero de los perroflautas, cuyo mensaje más profundo y coreado fue el de «Esta mochila me la he pagado yo», que manda huevos, escrito sea con la amnistía de mis lectores.

La resolana que ha dejado la visita del Papa no se enfría. Madrid y España necesitaban este impulso propio y ajeno. La mayoría coincide en el veredicto. Éxito clamoroso de la JMJ y fracaso ridículo de quienes pretendieron boicotear la visita del Papa con insultos y violencia. Una pasajera y burda anécdota. Victoria de la paz y la concordia y derrota del rencor y la burricie. «Los de Rubalcaba», ya abandonados por los que pertenecieron a la movidilla llevados de su ingenuidad, son los que son y punto. Muy pocos, nada edificantes y aún en busca de su primera idea. En fin, que las cosas, con paciencia, siempre encuentran su sitio y ahí permanecen. Y lo falso, se diluye.


La Razón - Opinión

JMJ. Sucedido en Madrid. Por Bernd Dietz

Los progresistas carpetovetónicos dan siempre la nota, esta vez ante visitantes de innumerables países. ¡Y encima basando su despliegue truculento en que la JMJ era perjudicial para la economía y las libertades de los ciudadanos!

Quien haya recorrido el centro de la capital durante esta Jornada Mundial de la Juventud ha presenciado el choque desigual entre inocencia y vileza. Ha visto calles animadas por riadas de jóvenes que se movían en todas direcciones, transmitiendo alegría y libertad. Agrupados en pequeños contingentes según su procedencia, evocada mediante camisetas y banderas nacionales, lucían una edificante diversidad lingüística, racial y cultural. Entre sonrisas tímidas a los lugareños, componían una celebración multicolor de identidades, en la que el paseante indiferente a la religión reconocía con satisfacción a libaneses, argentinos, rusos, italianos, keniatas, malayos, canadienses, coreanos, australianos, alemanes, sirios, etcétera.

Bajo el sofocante agosto, resaltaban los cuerpos juveniles con generosa piel al descubierto, rebosando salud y ganas de vivir. Los sexshop y las putas de Montera languidecían por falta de miradas. Toda la atención recaía en ese gentío tranquilo y feliz, que no vociferaba, sino que degustaba los placeres culturales, turísticos y gastronómicos. Que compraba en las tiendas, poblaba las terrazas que en agosto habrían estado desangeladas, entraba y salía de museos, disfrutaba del ocio en cafeterías y restaurantes. Han tenido que dejarse un dineral, para alivio de la hostelería y el comercio madrileños, esos centenares de miles de personas, con una edad media de veinte años como mucho, que vinieron a pasárselo bien. Que no entonaban rezos ni cánticos religiosos fuera de los eventos programados. Que no le predicaban al transeúnte. Una amable muchachada que apenas se distinguía, además de por su internacionalismo colorista, por un toque añadido de civismo y de pulcritud individual.


Enfrente les tocó tener, en episodios abochornantes que incluyeron conatos de agresión física por parte del celebérrimo cainismo español, a una apelmazada turba formada por gamberros antisistema, viragos iracundas y agrios talluditos, cuya edad media en conjunto superaría la cincuentena. Energúmenos que chillaban e insultaban irradiando despecho y sordidez. Diríase que constituían una jauría de tipejos faltones, con desaliño indumentario y ojeriza en cada gesto, los rostros desencajados y los puños en el aire, dispuestos a abalanzarse sobre cuantos no fuesen de su cuerda. Vaya contraste en lo tocante a conducta, lenguaje verbal y corporal, estética, aptitud para convivir y respetar el pensamiento ajeno. Mientras, los bien dotados armarios de la policía nacional hacían gala de impavidez equidistante.

Cualquier ateo decente no puede sino sentirse hermanado con estos católicos, para desmarcarse con aversión y contundencia de tales detractores. Partiendo de la realidad de que unos y otros evidenciaban sus creencias y mitologías, es notorio que los primeros lo hacían con decoro y placidez, mientras que los segundos sólo enfatizaban la soez ferocidad típica del totalitarismo. Definitivamente, Torquemada había cambiado de bando.

Los progresistas carpetovetónicos dan siempre la nota, esta vez ante visitantes de innumerables países. ¡Y encima basando su despliegue truculento en que la JMJ era perjudicial para la economía y las libertades de los ciudadanos! La patología del newspeak orwelliano emerge meridiana. Precisamente el comunismo supone la superstición más esclavizadora, enajenada y genocida que haya visto la luz sobre la faz de la tierra. A diferencia verificable del cristianismo, no ha producido ni una música, ni unas artes plásticas, ni una filosofía, ni una teoría del derecho que puedan despertar admiración objetiva en quienes no compartan su escatología. De ahí que el cristianismo, desprovisto de fe, haya podido derivar en belleza, civilización y democracia para los agnósticos inteligentes. Mientras que el comunismo, una vez desmentido en su teoría y su praxis, por desgracia no dé más que para el matonismo y la ramplonería.


Libertad Digital - Opinión

Libia cambia su historia

La toma de Trípoli por parte de las tropas rebeldes con el apoyo de la OTAN pone fin a siete meses de guerra civil a la espera de la captura del dictador Gadafi, que culminaría el cambio político más importante del norte de África. Asistimos, sin duda, a un hecho histórico llamado a marcar el mapa político del mundo árabe y musulmán, dominado por dictaduras y teocracias de corte feudal que han sumido a casi mil millones de personas en el atraso, la represión y la sumisión. La «Primavera árabe», que desde Rabat a Damasco ha sacudido con diferente intensidad a varios países, cosecha en Libia su fruto más temprano y radical. Tal vez también el más ejemplarizante para los sátrapas que se aferran al poder sobre los cadáveres de sus propios compatriotas, como es el caso del sirio Bashar Al Asad. El derrocamiento de un dictador tan veterano y característico en la órbita árabe como Gadafi pone de relieve que ninguno tiene bula o goza de inmunidad ante las demandas democráticas de sus pueblos. Pero también ante las exigencias de las potencias occidentales. La victoria es de los rebeldes libios, sin duda, pero también es un éxito de la OTAN y de los países, entre ellos España, que han contribuido a derrocar al tirano. La organización aliada se reivindica así no sólo desde el punto de vista militar, que necesitada estaba, sino también como garante del derecho internacional. Motivos tiene, por tanto, para celebrarlo. Sin embargo, la caída del dictador no garantiza por sí sola la instauración de la democracia en Libia. Son muchos los obstáculos que aún quedan por superar y ahora empieza la tarea más ardua. Empezando por los propios líderes vencedores, cuya naturaleza ideológica, proyectos políticos y sentido de Estado son una incógnita absoluta. En Libia se sabe quién ha perdido la guerra, pero no quiénes la han ganado. Urge esclarecer y depurar el nuevo proyecto político democrático y a los gobernantes que deben llevarlo a buen término. Sería un cruel sarcasmo que los sucesores de Gadafi fueran otros caciques con ínfulas de sátrapas. Tampoco está a salvo el país de la infiltración de los terroristas de Al Qaida y de los radicales islámicos. Y no es un peligro menor la desmembración del país en tribus y clanes sin conciencia alguna de Estado y menos aún de un Estado democrático y de Derecho. En este punto, será decisivo el acompañamiento político y económico de las potencias occidentales a las nuevas autoridades para que el cambio de régimen no naufrague y para impedir que la nación se desangre en una guerra intestina por el poder. En todo caso, ahora sólo cabe felicitarse por el fin de una época, tan siniestra como prolongada, dominada por un dictador visionario que sojuzgó al pueblo libio y puso en peligro la paz internacional con sus delirios terroristas. No estará de más recordar ahora que buena parte de la izquierda española apoyó durante años a Gadafi y su «Revolución verde» como la gran esperanza progresista del mundo árabe, hasta el punto de que su librito ideológico fue profusamente impreso y distribuido entre la militancia socialista y comunista de nuestro país. Eran otros tiempos, es cierto, pero el dictador era el mismo que hoy ha sido derrocado.

La Razón - Editorial

La hora de Libia

La caída de Gadafi abre un delicado proceso en el que está en juego la democratización del país.

El régimen del coronel Muamar El Gadafi se ha desmoronado siete meses después de que, en la estela de las revueltas que se iniciaron en Túnez y Egipto, los libios se levantaran y comenzara una sangrienta guerra civil cuyo balance definitivo de muerte y destrucción está aún por establecer. El papel de la Alianza Atlántica ha sido decisivo para inclinar la victoria del lado de los rebeldes, desbloqueando uno de los principales obstáculos a los que se han enfrentado las revueltas árabes. Es de prever que, con la previsible caída de la dictadura libia, y a pesar de que Gadafi siga en paradero desconocido y sus fieles defiendan sus últimos bastiones en Trípoli, el régimen de Bachar el Asad, en Siria, corra una suerte semejante, y que la oleada revolucionaria que sacude la región cobre nuevo impulso. Desde la perspectiva de los ciudadanos árabes, el desenlace del conflicto libio significaría que las revueltas son capaces de vencer, sea cual sea la resistencia que opongan los tiranos.

La opción de la comunidad internacional, ejecutada por la Alianza Atlántica con el aval de Naciones Unidas, fue la correcta. Cuestión distinta es que, llegado el momento, haya que extraer las lecciones sobre el retraso con el que se adoptaron las primeras medidas y la sorprendente improvisación con la que se puso en práctica el dispositivo militar, que hubo que ir corrigiendo sobre la marcha. También habrá que interrogarse sobre las consecuencias de haber priorizado el recurso a la fuerza que autorizó el Consejo de Seguridad frente a las disposiciones relacionadas con los fondos de los que el régimen de Gadafi ha seguido disponiendo hasta el final, y gracias a los cuales ha podido, previsiblemente, prolongar la guerra.


El desmoronamiento del régimen de Gadafi es una victoria de los libios sobre su tirano. Sin su decisión de enfrentarse a quien intentó reprimirlos mediante la fuerza, Libia seguiría siendo hoy la esperpéntica dictadura de Gadafi. Es por eso por lo que les corresponde a ellos, a los libios, decidir el futuro de su país. A diferencia de Túnez y Egipto, donde las revueltas triunfaron como resultado de protestas masivas y pacíficas, Libia se enfrentará a la difícil operación de organizar un liderazgo civil tras el obligado protagonismo del liderazgo militar. La admirable hazaña de los libios resultaría estéril si los jefes rebeldes cayeran en la tentación de interpretar la revuelta como un deseo de cambios personales en la cúspide, no de cambios radicales en el sistema.

El periodo que se abre en Libia estará marcado por la incertidumbre y la comunidad internacional tendrá que encontrar la posición desde la que, sin injerencias, contribuir a la democratización del país y de la región. En esta nueva hora de Libia, nadie puede permitirse errores. Ni la dirección de los rebeldes que ha conseguido derrocar al dictador, ni la comunidad internacional que, tras varias décadas de políticas equivocadas hacia la región, tiene ahora la oportunidad de contribuir al avance de la libertad.


El País - Editorial

Y después de Gadafi, ¿qué?

Es el momento de que las potencias europeas y atlánticas, con sus aliados, demuestren en Siria que lo que les llevó a intervenir en Libia fue la estabilización democrática y los derechos humanos, y no otros factores económicos y geoestratégicos.

La expulsión del poder de Gadafi es sólo una cuestión de tiempo y la única incógnita es si acabará sus días en el exilio o en manos de las fuerzas rebeldes que ayer se hacían con el control de los últimos reductos de las tropas afines al dictador libio. Se abre por tanto una etapa de gran incertidumbre porque, en contra de lo que parecen opinar los políticos europeos y la mayoría de los medios de comunicación, las cosas en Libia no son tan sencillas como aparentan.

En primer lugar, es necesario constatar la heterogeneidad dentro del movimiento que ha acabado finalmente con el régimen de Gadafi, que incluye a una facción poderosa de los Hermanos Musulmanes procedentes del este de Libia, junto a la frontera con Egipto, lugar en el que arrancaron las revueltas que finalmente han dado fin a la dictadura. El papel de estos grupos radicales islámicos en la transición hacia un régimen democrático está por ver, pero no se trata precisamente de un movimiento proclive al establecimiento de un sistema de libertades como ha acreditado suficientemente a lo largo de su trayectoria.


Por otra parte, hay un factor geopolítico que otorga mayor relevancia a lo que pueda pasar en Libia en términos políticos y es su proximidad a la franja del Sahel, un auténtico polvorín en todos los sentidos, porque es donde se concentran los militantes de Al Qaeda que operan en el Magreb y, al tiempo, un territorio con grandes riquezas minerales, incluidos algunos yacimientos de uranio, lo que hace que potencias como Francia tengan un especial interés en mantener su predominio sobre la zona. Escaldado tras el fiasco de lo sucedido en Túnez, que le supuso un alto coste político y mediático, Sarkozy quiere estabilizar el norte de África, donde el papel de Francia ha sido siempre preponderante, de ahí que el país galo fuera el primero en lanzarse a la aventura de la guerra en Libia, aunque inmediatamente británicos y norteamericanos lo secundaron obligando a que las operaciones tuvieran un carácter internacional con el concurso de la OTAN.

Finalmente, la conclusión de las operaciones bélicas en Libia interpela agudamente a los países partidarios del derrocamiento del régimen de Gadafi con pretensiones humanitarias acerca de qué van a hacer respecto a Siria, cuyo principal mandatario lleva sometiendo a su pueblo a un estado de terror sin precedentes, ahogando las revueltas pacíficas que exigen la democratización del país en un auténtico baño de sangre.

Es el momento de que las potencias europeas y atlánticas, con sus aliados, demuestren que lo que les llevó a intervenir en Libia fue la estabilización democrática y los derechos humanos y no otros factores económicos y geoestratégicos como los antes referidos. De su respuesta a las atrocidades cometidas por el régimen de Damasco dependerá su credibilidad futura. Con un Gadafi acabado, la cuenta atrás para Siria podría haber comenzando.


Libertad Digital - Editorial