miércoles, 5 de octubre de 2011

La puntilla. Por Carlos Alsina

Es verdad que tratándose de Grecia los datos pueden ser más falsos que los balances de la CAM, pero la estadística dice que su tasa de paro, pese a haberse disparado este año, sigue siendo más baja que la nuestra. De cada cien griegos en situación de trabajar, diecisiete no encuentran empleo. Estando el país en agonía prolongada, con el déficit público en el 8,5 %, la deuda en el 160 % y encarando su cuarto año de recesión, no cabe sorprenderse de tan pésimo dato. En España, sin quiebra, sin rescate y con la deuda pública por debajo de la media europea, veintiuno de cada cien trabajadores está en el paro. Sólo un país europeo está peor que Grecia en este ámbito: el nuestro. Ya sé que el desempleo en España es un mal endémico, que nuestra tasa siempre es el doble que la media europea y que, roto el ladrillo, no tenemos sector alternativo que absorba a esta legión de desempleados. Sé que el último trimestre del año no es bueno para la creación de empleo y que el ajuste de plantillas ha llegado al sector público. Conozco la explicación que da el Gobierno y las explicaciones añadidas que aportan analistas, sindicalistas y académicos. La conclusión me sigue estremeciendo: en paro, estamos peor que Grecia. El dato de septiembre ha dado la puntilla al discurso de la recuperación que, pese a todo, se empeña en mantener el Gobierno. Casi cien mil parados más, de golpe, y dos meses seguidos con las afiliaciones en descenso. El pronóstico según el cual empezarían a llegar los buenos en otoño también falló. El trecho que queda por recorrer de 2011 se ha puesto aún más cuesta arriba. El consumo privado no remonta, el gasto público mengua, la actividad sigue parada y no alcanzaremos a cumplir el seis por ciento de déficit público a final de año. Los dieciocho servicios de estudios del panel que elabora Funcas (la Fundación de las Cajas de Ahorro) coinciden en que 2012 tiene una pinta pésima: el crecimiento no pasará del uno por ciento y la tasa de paro seguirá por encima del veinte. Con la economía al tran tran, la creación de empleo –de existir– será puramente testimonial. El Gobierno, tronchadas sus estimaciones, se resiste a modificarlas porque ya, ¿para qué? Salgado y Blanco ya no hablan de previsiones, sino de «objetivos» que mantiene el Gobierno. Traducido: como no se cumplirá lo estimado, se reconvierte en la expresión de un deseo; el Gobierno ya no prevé, sólo confía, quiere creer y espera. El drama de Rubalcaba es la ventaja comparativa de Rajoy. El candidato socialista, reinventado como gurú del ala izquierda del partido sin haber pertenecido nunca a ella, pretende dar la batalla de las propuestas. Rajoy ni siquiera lo necesita porque ha calado la idea de que es hora de probar cómo gobernarían los otros. El abandono del votante socialista no es ideológico, sino pragmático. Por más empeño que ponga, Rubalcaba no va a ser visto como un cambio. Esta vez la ideología pesará menos. Es la reacción previsible a la sobredosis ideológica que imprimió el Gobierno saliente a sus seis primeros años de andadura.

La Razón – Opinión

Pepiño. Adictos a la subvención. Por Pablo Molina

El hermano de mienmano utilizaba los cafelitos para traficar con prebendas oficiales y aquí, por imperativos geográficos, el orujo de hierbas habrá sustituido a la cafeína sevillana, pero la industria, en esencia, sigue siendo la misma.

D. José Blanco, azote de la derecha política más voluntarioso que efectivo, aparece involucrado en una fea trama relacionada con el cobro de coimas para trincar subvenciones ilegales de la Junta de Galicia y el gobierno central. El hermano de mienmano utilizaba los cafelitos para traficar con prebendas oficiales y aquí, por imperativos geográficos, el orujo de hierbas habrá sustituido a la cafeína sevillana, pero la industria, en esencia, sigue siendo la misma.

El tiempo y la Justicia dirán lo que hay de cierto en las graves acusaciones que un empresario imputado ha lanzado sobre el todavía ministro de Fomento y portavoz del gobierno, siempre, claro, que el transcurso del tiempo necesario para dilucidar la sede judicial encargada del caso al tratarse de un aforado no haga prescribir los presuntos delitos que se han de investigar, que de todo hemos visto ya por estos pagos.

No obstante lo anterior, este nuevo caso de presunta corrupción en el manejo del dinero público demuestra una vez más la perversión de un sistema de subvenciones que necesariamente acaba corrompiendo a los más desaprensivos.


España es el paraíso de la subvención, lo que dice muy poco de nuestra capacidad para enfrentarnos a los retos de la vida sin necesidad de meter la mano en el bolsillo ajeno. En el caso de las subvenciones a las empresas la tentación es mayor dado el volumen del presupuesto que se maneja, pero como aquí todo el mundo tiene que trincar una subvención hasta para las cosas más absurdas, se cargan las tintas cuando se coge a un golfo con las manos en la masa sin reparar que lo verdaderamente corrupto es quitar el dinero a unos para dárselo a otros en función de criterios políticos.

Si los políticos quieren sinceramente estimular la actividad económica sólo tienen que bajar los impuestos a las empresas. Así nos ahorraríamos los centenares de organismos dedicados supuestamente al fomento empresarial y los miles de millones de euros que cada año se emplean para subvencionar a los más avispados.

El problema no es el trinque sino la aprobación general que concitan las subvenciones. Y los políticos, claro, que encima las visten como zorras. Ya saben, esos animales especialmente cautos a que se refiere la última jurisprudencia del ponente del Olmo.


Libertad Digital – Opinión

Nosotros, los cerdos. Por Angela Vallvey

Antaño, los economistas aseguraban que los auténticos factores que delimitan el progreso económico de una nación son la inteligencia, la educación de sus habitantes y la competencia y honradez de su sistema administrativo; que ningún país puede adelantarse al desenvolvimiento social general, y tampoco progresar sin una Administración eficiente, una Policía incorruptible, unos servicios postales y ferroviarios eficaces, unos jueces no venales y un sistema bancario sólido. En las primeras décadas del siglo XX ya se estudiaba la dificultad de un mundo compuesto por «casi setenta» sistemas económicos «diferentes», muchos de ellos pugnando como podían hacia la industrialización. El planeta ha cambiado sobremanera desde entonces, pero aquellas viejas premisas a mí se me antojan igual de válidas que hace un siglo. Inteligencia, educación, competencia, seguridad jurídica, jueces incorruptos, bancos seguros… no parecen malos principios para sentar las bases a partir de las que construir un bienestar generalizado. En Europa, teníamos mucho de eso, hasta hace poco. Durante un tiempo, los llamados PIIGS (Portugal, Irlanda, Italia, Grecia, España…) incluso fuimos «ejemplos» a seguir. Hoy, Europa, el corazón de Occidente, está siendo auto-destruida a través de los PIIGS: los anglosajones nos atacan como fieras con sus agencias de calificación muy, muy sospechosas, sus marrullerías bursátiles y sus periódicos de «influencia mundial». Sus líderes –Obama y Cameron, que están de porquería hasta el cuello, mucho más que nosotros– hacen declaraciones ofensivas y le dan ¡lecciones! al euro, contribuyendo a derribarlo. Dicen que somos un peligro para el mundo. (Hay que fastidiarse). Los líderes europeos, descoordinados e incapaces, faltos de grandeza, les siguen ese juego salvaje que conduce al abismo. Por torpeza, porque sólo atienden a razones electoralistas y porque, a río revuelto, procuran obtener ventajas para sus respectivos países que, con suerte, se traduzcan en votos a sus partidos. Una piensa en la pequeña Grecia, con una población que no llega a la tercera parte de la muy endeudada y quebrada California y un peso económico de broma comparado con el californiano, y se pregunta: «¿pero qué me están contando…? ¿Grecia la amenaza del mundo? ¿España? ¿Italia…?». Y mientras en Grecia sólo falta que la ley prohíba desayunar a los niños de cinco años, para ahorrar, mister Bernanke, republicano presidente de la Reserva Federal, que no se tiene que reunir con nadie para tomar decisiones, fabrica chorizodólares a toda máquina… Y que lloren los griegos, oiga.

La Razón – Opinión

Corrupción. Inmoralidad de los políticos y de la sociedad. Por Agapito Maestre

Al lado de ese tipo de inmoralidades surgidas del sistema de partidos políticos, se desarrolla una picaresca, casi un sistema de corrupción social, en cientos de miles de personas que se sitúan en los márgenes del sistema.

La mugre moral de una sociedad emerge de modo dramático en períodos de crisis económica y social. No me refiero ahora a la corrupción política, auténtico metasistema de algunas sociedades occidentales, entre ellas la española, para comprender el sistema "democrático". Hay otro tipo de corrupción moral que se extiende por toda la estructura social, a veces provocada y promocionada por el sistema político, y otras surgida como respuesta inmoral a la inmoralidad del sistema de partidos, que está llevando a la sociedad española al abismo social y político.

Tres ejemplos muestran la estrecha imbricación entre corrupción moral y sociedad española. Dos son propiamente políticos, pero, ¡ay!, un tercero es una reacción inmoral de la propia sociedad ante el Estado social. El escándalo de algunas Cajas de Ahorros es de libro. Resulta, en efecto, difícil de comprender para la opinión pública que las personas que arruinaron determinadas Cajas de Ahorros no sólo no son perseguidas por delitos tipificados en el Código Penal, por ejemplo por "delito societario", sino que a veces han sido premiadas con suculentas indemnizaciones, así ha sucedido en los casos de una caja de Alicante y otra de Galicia.


Ese escándalo, desde cualquier punto de vista, tiene unos responsables fácilmente localizables: los partidos políticos. La quiebra y, posterior, rescate por parte del Estado de algunas Cajas de Ahorros no pueden entenderse sin el sistema de partidos político que tenemos en España. Toda vez que los presidentes y consejeros de las cajas son nombrados por los partidos políticos. La inmoralidad de esa gente es comparable con el recorte y desmontaje de la sanidad pública que, en Cataluña, está llevando a cabo CiU con un único objetivo: presionar al partido ganador, en las próximas elecciones generales, para que ceda a las presiones nacionalistas en sus exigencias de un estatuto económico similar al de Navarra y el País Vasco. Sí, sí, es una inmoralidad jugar con la salud de los ciudadanos por un objetivo político, pero, sin duda alguna, es también una inmoralidad por parte de los partidos nacionales no denunciar esa treta de los nacionalistas catalanes.

Al lado de ese tipo de inmoralidades surgidas del sistema de partidos políticos, se desarrolla una picaresca, casi un sistema de corrupción social, en cientos de miles de personas que se sitúan en los márgenes del sistema: me refiero a la inmoralidad surgida de la llamada economía sumergida. Son legiones de individuos que no pagan el IVA, es decir, cobran en dinero negro, o eluden el pago de otro tipo de impuestos, etcétera, etcétera... Y "esto", por muy liberales y críticos del Estado social que seamos, es una auténtica inmoralidad, puesto que, en buena medida, si el pago del Estado desciende vertiginosamente en las prestaciones por desempleo, se debe a esa sociedad que no cumple con sus deberes ciudadanos. Es de pavor, en efecto, como se mantiene el ritmo de caída del gasto en prestaciones por desempleo, -8,8 %, y del número de beneficiados, -7,8 %, es decir, que la caída supera con mucho en el mes de julio la estimación anual incluida en los presupuestos; pero también da miedo el número de personas que eluden sus responsabilidades con el fisco, o mejor, su deberes ciudadanos con el Estado social.

La corrupción social, en fin, compite con la corrupción política en una sociedad al borde del abismo de la inmoralidad social.


Libertad Digital – Opinión

Hablar sin saber. Por José Antonio Vera

El problema de algunos políticos es que hablan por hablar y sin saber, con prejuicios adquiridos, de manera que se dedican un día tras otro a meter la pata sin sacar la otra, con el resultado más que lamentable de que al final ya no logran más que caer en el insulto o la maledicencia. A Elena Valenciano, por ejemplo, le vendría bien un cursillo acelerado de educación, para no incurrir en la grosería más de lo que en ella es habitual. Lo último de la portentosa segundona ha sido arremeter contra una emprendedora que cometió el pecado de salir el domingo con un roscón en la portada de La Razón. Piensa Valenciano que tal imagen traslada la idea de que la mujer española está ligada a la cocina, desconociendo que la joven de la foto, amén de licenciada arquitectura, montó por su cuenta primero una tienda de roscones y, tras el cierre de la misma debido a la crisis económica a la que tanto ha contribuido el PSOE, se dedicó a venderlos por Internet. María es arquitecta bilingüe, cocinera y emprendedora, y está más que orgullosa de ganarse la vida en este mundo de hombres vendiendo roscones. Un trabajo tan digno como el de política o telefonista, por mucho que a doña Valenciano le parezca que dedicarse a tal tarea es más propio de amas de casa oprimidas por el machismo que de licenciadas en arquitectura como María Navacués.

La Razón – Opinión

Endeudamiento. Cataluña y el cuento de la lechera. Por Emilio J. González

Si queremos que la corresponsabilidad fiscal sea una realidad en nuestro país, no hay más remedio que quitar a las autonomías cualquier competencia que puedan tener en materia de deuda.

La nueva emisión de bonos patrióticos catalanes, por importe de 4.000 millones de euros, debería servir para abrir un proceso de reflexión profundo acerca de las finanzas de las comunidades autónomas y de su capacidad de endeudamiento. La Generalitat realiza esta nueva emisión porque carece de recursos para devolver el dinero que tomó prestado con la anterior emisión que el Gobierno de CiU llevó a cabo en abril. Es lógico porque como el Ejecutivo regional no ha hecho esfuerzo alguno para reducir el gasto público catalán, ahora no cuenta con capacidad financiera alguna para amortizar esos bonos y tiene que emitir otros nuevos, y a tipos de interés mayores, con lo que compromete todavía más el maltrecho presupuesto de Cataluña. De esta forma empieza a cumplirse aquello que dijo en su momento el premio Nobel de Economía, James M. Buchanan, de la consolidación de la deuda pública, porque estos bonos a corto plazo, a base de renovaciones y más renovaciones, acaban por convertirse en deuda a largo plazo dado que los políticos se niegan a llevar a cabo los ajustes necesarios para obtener los ingresos con que cancelarlos. Ellos prefieren gastar y gastar y que el que venga detrás arregle los desaguisados ocasionados.

Aquí, sin embargo, CiU se ha equivocado de estrategia. Los ‘convergentes’ contaban con que sus votos en el Congreso de los Diputados pudieran ser decisivos para que el PP llegara al poder o el PSOE lo conservara y, a cambio de ese apoyo parlamentario, que el Gobierno central les arreglara las finanzas de la Generalitat. Por ello, el Gobierno de Artur Mas ha seguido a lo suyo, manteniendo abiertas las embajadas catalanas mientras la Generalitat no tiene ni para financiar la sanidad ni para amortizar los bonos patrióticos, pensando que tendría en sus manos al próximo inquilino de La Moncloa y que a éste no le quedaría más remedio que darle a Mas todo el dinero que necesitara si quería llegar allí y mantenerse en el puesto de presidente del Gobierno. Pero, como a la lechera del cuento, a Mas puede que no le salgan las cuentas, a tenor de lo que dicen las últimas encuestas de intención de voto.

¿Qué lección debemos extraer de ello? Que para evitar que la deuda a corto se consolide en deuda a largo plazo lo único que se puede hacer es prohibir a las comunidades autónomas que la emitan. Si tienen dificultades para cuadrar sus cuentas, entonces no hay más remedio que obligarlas a que recorten sus gastos o a que suban los impuestos y luego rindan cuenta por ello a los electores. Esto es lo que se denomina corresponsabilidad fiscal, y si queremos que ésta sea una realidad en nuestro país, no hay más remedio que quitar a las autonomías cualquier competencia que puedan tener en materia de deuda. Con ello, y teniendo en cuenta que ya no pueden vampirizar a las cajas de ahorros para que les financien, se conseguirá que equilibren sus presupuestos, les guste o no. Es el único camino cuando los dirigentes autonómicos actúan con las enormes dosis de irracionalidad que caracterizan a la Generalitat.


Libertad Digital – Opinión

Azul. Por Alfonso Ussía

Mustia la rosa, fuera el rojo, bienvenido el azul. Rubalcaba entre azules de escenario. Una pastilla Viagra de fondo, ánimo nuevo, fortaleza perdida. Pero no ese azul claro y velazqueño del Partido Popular. Un azul cobalto, «blau requetblau» sin grana, eléctrico azul falangista, su azul preferido. Un azul de Alberti en «A la pintura», que también la familia Alberti y la materna Merello teñidas estaban de azules. Ay, llamadme Alfredo, ay, llámeme señor Rubalcaba. Años de rosa, años de rojo, años de carmesí, años de clarete, y todo para terminar su vida política en azul. «Llegó el azul y se pintó su tiempo». Sigue Alberti, con algún nombre cambiado. «Lo bautizaron con azul los ángeles. Le pusieron: Beato Azul Alfredo». «La sombra es más azul cuando ya el cuerpo que la proyecta se ha desvanecido./ Dijo el azul un día:/ -Hoy tengo un nuevo nombre. Se me llama Azul Alfredo Pérez Rubalcaba-».

Se ilumina el escenario de azul del Guadarrama, de azul de nieve, de azul de cielo de los montes del Pardo, y surge en el principio «llamadme Alfredo», ya señor Rubalcaba para siempre. Y aplaude el nuevo socialismo sus viejos azules recuperados, sus azules del ayer, elegidos de golpe del cajón de las añoranzas. Otra vuelta hacia Alberti: «-Hoy tengo un nuevo nombre. Se me llama Azul Juan Luis Cebrián Azul Polanco–». El azul traslúcido y transparente de los fingidos. Azul cristal, azul de otros azules, otra vez reunidos.

Se añoran los contrastes. El verde y el naranja de UCD contra el rojo chillón del socialismo creciente. El azul tamizado del Partido Popular contra el rosa fucsia del agonizado socialismo menguante de González. El azul diluido de Rajoy contra el rojo rojísimo del inesperado Zapatero. Y hoy, el mismo azul, casi evaporado, de los populares, contra el azul reencontrado de una buena parte de los socialistas. «¿Hacia donde marchas, madre, tan hermosa?/ -Me voy a los azules, tus azules,/ a buscarte sitio y acomodo».

Han desaparecido las siglas del PSOE de los grandes murales y las pequeñas pancartas. Están sus banderolas huérfanas de identidad. Se han descolorido los viejos colores retadores. De rojo al rosa, del rosa al azul. Interesante mutación cromática. ¿Para engañar a los incautos? ¿Para mentir a los obstinados? Al fin y al cabo, los colores nada dicen si no responden a actitudes. Nada tiene que ver el azul del PP con los viejos azules. Y es probable que tampoco esté sujeto el azul del PSOE con los azules de sus mayores. Pero hay algo de reconocimiento de fracaso en el cambio del lápiz y el tubo de pintura. Un hastío de rojos fracasados, de rosas sin capullo, de retos incumplidos. Ya no usan el rojo ni en las corbatas. Ahora, una corbata roja significa Banco de Santander o Ferrari. Pocos años atrás, todos los socialistas se anudaban sus corbatas rojas y las mostraban complacientes. A partir de hoy, todas azules, como está mandado. Que eso sí, hay que reconocerlo, disciplinados son hasta la exageración.

Pero yo me pregunto. Si el PSOE ha sido borrado, si el rojo diluido y el azul recuperado, ¿quién va a votar a Rubalcaba?


La Razón – Opinión

Cajas. La escuela del Dioni. Por José García Domínguez

Las cajas gallegas debían fusionarse como el dios de la tribu mana, única y exclusivamente entre ellas, a imagen del incestuoso ejemplo catalán. Solo así podía quedar garantizada la irrenunciable galleguidad de la bancarrota posterior.

Según infiero por la prensa, las enseñanzas del Dioni gozan de mayor predicamento que las de Adam Smith en los consejos de administración de las cajas de ahorros, o de lo que queda de ellas. Una preferencia doctrinal que acaso debe venir de antiguo. Recuérdese cuando Narcís Serra decidió premiarse con una golosina de doscientos mil euros anuales –más dietas y gastos de representación– tras acceder a la presidencia honorífica de la difunta Caixa Catalunya. La misma que luego supo empujar con gesto decidido a una quiebra que ya nos ha costado tres mil millones de euros a las víctimas del FROB. Pecata minuta, por lo demás, ante los desfalcos morales que acaban de airearse en la CAM y Novacaixagalicia. Otras dos perlas que podrían llevarse por delante el objetivo de déficit público para 2011.

Al respecto, ni siquiera ha transcurrido un año desde que Feijóo amenazara con "una gran manifestación en las calles" si entidad forastera alguna osaba cortejar a sus cajas. Se trataba de defender la "galleguidad" de Caixa Galicia y Caixa Nova, argumentó entonces. Ah, la galleguidad del parné. Imagínese el lector el drama si, vía matrimonios exogámicos, los aforriños de un paisano de Betanzos hubiesen acabado bajo soberanía asturiana, manchega o incluso andaluza. Por menos se proclamó en su día el Cantón en Cartagena. Es sabido, se empieza tolerando libertad a los bancos y se acaba suprimiendo el fielato en la muralla de Lugo o el ferrado como unidad de medida en las básculas romanas de Orense.

No, las cajas gallegas debían fusionarse como el dios de la tribu manda: en torno a una gaita de fole y una fuente de lacón con grelos. Única y exclusivamente entre ellas, a imagen del incestuoso ejemplo catalán. Solo así podía quedar garantizada la irrenunciable galleguidad de la bancarrota posterior. Un fiasco con aroma a chorizos con cachelos, el de Novacaixagalicia, que ni siquiera se ha demorado los nueve meses preceptivos en todo parto. Y aún habrá quien barrunte que la mitad del sistema financiero es asunto demasiado importante como para dejarlo en manos de una cofradía de caciques provinciales, prebostes jubilados y presidentes autonómicos, consumados artistas todos en el alegre deporte de disparar con pólvora del rey.


Libertad Digital – Opinión

Y José Luis Rodríguez Zapatero sigue de vacaciones en el limbo. Por Federico Quevedo

Casi 100.000 parados más en el mes de septiembre, una cifra récord en los últimos 15 años pero, sobre todo, el anuncio de que las cosas no solo no mejoran sino que, muy al contrario, amenazan con torcerse aún más. No sé si escucharon ustedes ayer a la ministra de Economía, Elena Salgado, decir entre continuos carraspeos que este era, ejem, un mal dato pero que, ejem, el Gobierno mantiene su esperanza, ejem, en que mejore, ejem. Una broma, pero de muy mal gusto, porque Salgado sabe perfectamente que no es verdad, que lo que se nos viene encima es lo peor de lo peor, que como ya están anticipando los principales analistas internacionales estamos de nuevo a las puertas de otra recesión, y que no encontramos una salida razonable para esta situación porque ni ella misma sabe cómo podemos salir de este círculo vicioso.

Paro, crisis, desesperanza… El 80% de los ciudadanos encuestados por el CIS tienen en el desempleo su principal preocupación, seguida de la situación económica -el 40%- y los políticos -el 23%-… Teniendo en cuenta que las dos primeras van unidas, podríamos decir que, realmente, el segundo problema que más preocupa a los ciudadanos es su clase política, y no les falta razón a los encuestados, teniendo en cuenta la incapacidad de nuestros actuales gobernantes para dar soluciones a la crisis y, sobre todo, su responsabilidad a la hora de no hacer frente a situaciones absolutamente clamorosas por injustas como ya denuncié el pasado fin de semana, y que hoy vuelven a ser noticia después de conocer cómo los ex directivos de NovaCaixaGalicia se lo han llevado crudo en lo que podríamos considerar un verdadero atraco a mano armada a la entidad gallega.


Si a eso sumamos situaciones increíbles que deberían provocar dimisiones en cadena y penas perpetuas de inhabilitación a malos gestores que nos han llevado a la ruina o a cargos públicos sospechosos de haberse dejado sobornar y corromper -¿verdad, señor José Blanco?-, lo sorprendente es que el porcentaje sea solo del 23% y no del 100% a la hora de situar a la clase política como el principal problema del país, porque en definitiva ellos son los responsables de todo lo que nos está pasando.
«Nunca antes un presidente del Gobierno había tenido una responsabilidad tan grande como la que ahora tiene Rodríguez Zapatero sobre las consecuencias que sus erráticas políticas han tenido para las presentes generaciones y para las futuras.»
Y por encima de todos ellos, porque por su cargo tiene un plus de responsabilidad añadida, el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, responsable de haber llevado a este país a la peor crisis de toda su historia, responsable de permitir el desmoronamiento de la nación en todos sus ámbitos, y de quien misteriosamente llevamos varios días sin saber absolutamente nada. No hace falta recordar quién es el presidente del Gobierno elegido por los ciudadanos, y las obligaciones que como tal conlleva el cargo, entre ellas la de dar la cara ante una situación excepcional. Pero no.

Desde que apareciera junto a Mariano Rajoy en la foto con Pedrojota Ramírez y señora ataviada con bandera francesa en la presentación del libro del periodista, no hemos vuelto a saber nada del hombre que rige -es un decir- los destinos de este país, el verdadero responsable de una situación alarmante. Es él quien debería darnos explicaciones de lo que está ocurriendo, de por qué este país se hunde sin remisión hacia un fondo que no atisbamos, pero que podemos cifrar en un déficit de más del 8% al final de año -esa es la herencia que nos deja Zapatero-, lo que va a obligar a Rajoy a llevar a cabo un ajuste de caballo en un entorno internacional absolutamente incierto.

Nunca antes un presidente del Gobierno había tenido una responsabilidad tan grande como la que ahora tiene Rodríguez Zapatero sobre las consecuencias que sus erráticas políticas han tenido para las presentes generaciones y para las futuras. Si de alguien estoy absolutamente convencido que debería tomarse una decisión para inhabilitarlo de por vida para el ejercicio de un cargo público, ese es José Luis Rodríguez Zapatero. Yo no pido, como en Islandia, que lo enchironen… Me conformo con que no vuelva nunca más a gestionar nada que dependa de los impuestos de los ciudadanos, porque es evidente que si lo hace las consecuencias pueden ser desastrosas…

Pero, antes de eso, cabría exigirle un ‘mea culpa’, un acto de arrepentimiento, de petición de perdón a todos los ciudadanos que confiaron en él y le votaron, a todos aquellos que un 14 de marzo de 2004 le pedían por la noche que no les fallara y a los que no solo ha fallado, sino que además ha conducido a la mayor ruina de la historia pasada, presente y, probablemente, futura. Es verdad que, como me decía ayer un buen amigo, Zapatero es hoy por hoy irrelevante, pero el hecho de que lo sea, el hecho de que ya no vaya a presentarse a unas elecciones y que tenga previsto tomarse unas vacaciones en León para contar nubes -lo ha dicho él-, no puede ser un atenuante a la hora de exigirle su responsabilidad por habernos llevado a esta situación y por no haber sabido hacer lo que había que hacer para solucionarla, empezando por una convocatoria de elecciones en el mismo momento en el que supo que habíamos cruzado la barrera que nos separaba del abismo.


El Confidencial – Opinión

Madrid como ejemplo

La gestión de Madrid supone mucho más que la simple administración de unas arcas municipales porque sus resultados tienen una repercusión en el resto de España como no la tiene ninguna otra ciudad. No en vano, la capital es la tercera entidad territorial que más riqueza genera en nuestro país. De ahí que su alcalde ofrezca unos perfiles como gobernante y como político de dimensiones nacionales. Alberto Ruiz-Gallardón es un ejemplo exacto de ello. Bajo sus ocho años de mandato, Madrid ha experimentado uno de los progresos más espectaculares y brillantes del último medio siglo, ha mejorado sustancialmente sus infraestructuras, ha evitado el deterioro del tejido urbano y sus suburbios, ha mutiplicado un 50% la afluencia de turistas y, en suma, se ha consolidado como una de las primeras ciudades europeas por su calidad y su pujanza económica, con un paro 6,12 puntos inferior a la media nacional y un excelente ratio PIB/deuda. No es casual que Ruiz-Gallardón sea uno de los dirigentes del PP mejor valorados y que haya ganado reiteradamente la confianza de los votantes por mayorías absolutas. Tampoco es fortuito que, gracias a su gestión, sea uno de los políticos populares de mayor proyección nacional y que su nombre aparezca en todas las quinielas para formar parte del Gobierno de Rajoy. Ayer mismo, en el desayuno informativo celebrado en la casa de LA RAZÓN, hubo de someterse a un aluvión de preguntas de nuestros lectores on line, interesados en saber si seguirá como alcalde tras el 20-N. Como es natural, Gallardón las despejó todas con elegancia y sin concretar. Donde el alcalde se mojó sin remilgos ni medias tintas fue en su promesa de no subir los impuestos. Aunque el compromiso es congruente con las directrices señaladas por Mariano Rajoy, en el caso de Madrid tiene un valor muy especial por el alto endeudamiento que ha exigido la realización de grandes infraestructuras. Si el alcalde fuera del PSOE, no cabe duda de que pagaría esa deuda subiendo los tributos municipales e implementando otros «para los ricos», pues ésa es la receta del candidato Rubalcaba. Pero Gallardón tiene otra fórmula, que nos parece más eficiente, menos onerosa para los ciudadanos y más estimulante para generar confianza: reestructurar la gestión de acuerdo a la capacidad de ingresos, pero sin tocar los servicios sociales básicos. Alcanzar este objetivo no será fácil, pero el Ayuntamiento y la Comunidad de Madrid han puesto en marcha un plan para eliminar duplicidades administrativas y simplificar la burocracia, de modo que se coordinen los servicios. En este punto, Gallardón puso como ejemplo la «ventanilla única», iniciativa pionera de Manuel Fraga cuando presidió la Xunta gallega, gracias a la cual se evitaría que las tres administraciones (central, autonómica y local) ofrecieran cada una por su lado el mismo servicio al ciudadano. Que un emprendedor tenga que pasar por tres ventanillas distintas y triplicar las gestiones para poner en marcha su empresa revela lo necesario y urgente de ese plan de recorte que propone el alcalde madrileño, de modo que ya se pueda reflejar en los presupuestos del próximo año.

La Razón – Editorial

En curso de recesión

El aumento del paro en septiembre augura otra contracción económica y más alarma social.

Después de tres años de crisis financiera y una recesión mal curada, el desempleo se ha convertido en un problema alarmante para la sociedad española. No solo es el más grave, sino también el más desmoralizador y, sobre todo, el mal para el que no se conocen soluciones razonables a medio plazo. El paro registrado en septiembre ha mostrado su peor cara: durante el mes pasado aumentó en casi 96.000 personas, el peor septiembre de la historia laboral, mientras que las cotizaciones a la Seguridad Social sufrieron una caída casi catastrófica de casi 65.000 cotizantes. Es evidente que las explicaciones oficiales de esta explosión del paro (recortes de inversión y empleo público en las comunidades autónomas) o las que hacen hincapié en la creación excepcional de contratación temporal en julio en el sector servicios durante el verano, no suponen un consuelo para la ciudadanía; antes bien, adelantan que la situación laboral irá a peor durante los próximos meses. La pretensión del Gobierno de crear 100.000 empleos este año ha fracasado.

Con este nivel de desempleo es inevitable calcular que el crecimiento económico va a pasar en breve plazo, desde la fase de casi estancamiento vivida en los dos últimos trimestres, a otra en que puede asomar un riesgo cierto de nueva recesión. El empleo es fundamental para recuperar expectativas de demanda interna y, por tanto, de crecimiento. No es posible sostener la esperanza de recuperación solamente en la aportación de la demanda externa; por tanto, si no se produce en los próximos meses algún atisbo de repunte de la inversión y el consumo, la recesión pasará a convertirse en una desagradable realidad, con los efectos probables de pauperización que acarreará una nueva contracción de la economía sobre una sociedad que se aproxima ya a los cinco millones de parados.


La vertiente del coste del desempleo es otro factor que comprime las opciones de crecimiento. Equivale al 3% del PIB y, como derecho reconocido según las leyes vigentes, su pago no se puede ni se debe evitar. Cualquier recorte de las prestaciones se entendería como una demostración de injusticia social punible en las urnas. Y si alguien la sugiere (como acaba de hacer la presidenta de Castilla-La Mancha, Dolores de Cospedal), debería también explicar cuál es el coste de los recortes en cuanto al mantenimiento de la cohesión social y de la demanda interna.

No hay fórmulas rápidas para crear empleo; cualquier promesa política que presuma de disponer de una es un fraude. Pero sí son posibles las acciones de estímulo, aunque sus efectos no se aprecien a corto plazo. En primera instancia, con los incentivos al aumento del consumo y la inversión que se puedan financiar; también con premios fiscales selectivos a la contratación y con una reforma laboral algo más profunda que la patrocinada por el Gobierno actual para que favorezca la creación de empleo desde el primer atisbo de recuperación.


El País – Editorial

La omertà de Rubalcaba

No parece normal que Rubalcaba guarde silencio el día en que han trascendido las terroríficas cifras del paro de septiembre y que haya declarado una suerte de omertà respecto a esa cuestión.

El candidato socialista, Alfredo Pérez Rubalcaba, se caracteriza por una cierta incontinencia verbal que tanto le sirve para no responder las preguntas incómodas como para explicar lo que haría si fuera presidente del Gobierno. No es que Rubalcaba se enfrente a la actualidad a pecho descubierto, puesto que es un experto en desviar la atención, como en el Faisán, pero no suele dejar pasar un día sin encaramarse a los titulares, sea con una crítica a Rajoy o con un abracadabra sobre la banca, los ricos y el Estado del Bienestar. Por eso sorprende el espeso silencio de las últimas horas del candidato socialista. Se comprende que Rubalcaba no quiera valorar la información de El Mundo sobre los supuestos cobros de los que habría sido beneficiario José Blanco, a la sazón número dos del PSOE, ministro de Fomento y sustituto del mismísimo Rubalcaba en las tareas de portavoz del Gobierno. No es que Blanco fuera santo de la devoción de Rubalcaba, pero en este contexto no es de esperar una palabra de apoyo del candidato, ni siquiera en privado. Un abrazo con Blanco en la situación de ambos sería letal para Rubalcaba, aunque dadas sus expectativas electorales tampoco parece que fuera a perder una gran cantidad de votos por retratarse con el dirigente gallego, cuyo desliz sobre el colegio privado de sus hijos parece ahora una anécdota agradable al lado del expediente que ha provocado la confesión ante un juez de un empresario. Lo que ya no parece tan normal es que Rubalcaba guarde silencio el día en que han trascendido las terroríficas cifras del paro de septiembre y que haya declarado una suerte de omertà respecto a esa cuestión. Sorprende que el candidato socialista no disponga de ningún argumento para imputar el desempleo al PP (a diferencia del Gobierno); que no salga a la palestra para exponer la fórmula que dice poseer para acabar con esta lacra; que eluda comparecer un día en el que muchos parados esperan una explicación; que deje en blanco, y no precisamente por hablar de su correligionario, un día de la precampaña, cuando el 20-N está a la vuelta de la esquina. A este paso y con las encuestas en caída libre, cabe concluir que el PP ganará las elecciones por incomparecencia del rival.

Por otro lado, la reacción del Gobierno de imputar a las Comunidades y ayuntamientos gobernados por el PP el aumento del paro en septiembre demuestra el grado de depravación intelectual que provoca la espeluznantemente nula capacidad operativa de Elena Salgado y el ministro del ramo. De ahí que lo único que se le ocurra al Gobierno es sugerir que la culpa, como siempre, la tiene el PP. El grado de indigencia mental de este argumento maximiza la capacidad de sorpresa de los españoles, muchos de los cuales aún no creían capaz al Gobierno de perpetrar tan delirante excusa, el lamentable epílogo de un desastre provocado, entre otros, por Zapatero y Rubalcaba.


Libertad Digital – Editorial